JUAN COLETTI
ANA LUZ
Y EL PÁJARO DE FUEGO
Capítulo 1
LAS DROGAS DEL DIABLO
Las cuatro
estaciones del año pasaron sin mayores novedades en el país de la magia. Luego
otras cuatro y luego las siguientes. Nadie podría haber afirmado que se trataba de un período
de paz o de preparación para nuevos y grandes enfrentamientos entre los hijos
de la luz y los hijos de las tinieblas. Bien decían los más ancianos que la paz
era sólo un recreo entre dos guerras.
Calabalumba
salía de vez en cuando de sus secretos aposentos para intercambiar un par de
frases con algunos de los brujos, hechiceras, magos, videntes y encantadores
que iban regresando a hacerle compañía. En ningún momento tuvo para ellos
palabras de agradecimiento y ni siquiera compasión cuando aparecían con llagas
en la piel, con heridas sangrantes o desfalleciendo por el hambre. Si querían
sanarse que aprendieran a hacerlo, si deseaban comer pues que salieran a robar
por los alrededores y si estaban tristes
que el mismo Demonio tuviera compasión de ellos.
Cada vez
que se peinaba y perfumaba tenía ante ella el Espejo de la Verdad, el regalo
que Londrina, la bruja suprema de los bosques y pantanos del Matto Grosso, le
había obsequiado aquella desgraciada noche
en la que había sido investida como soberana absoluta de su pueblo.
Demoraba en observar su rostro con el secreto deseo de volver a verse hermosa y
cuando lo hacía, un gesto de horror se dibujaba en el vidrio que no hacía otra
cosa que reflejar su insoportable
fealdad. Sumando las lunas desde su nacimiento, no tenía más de veintidós años
y sin embargo era la patética imagen de una anciana desdentada, raquítica, de
largos y canosos cabellos, aplastada por una joroba que la obligaba a apoyarse
en un bastón.
Quienes la
acompañaban no podían olvidar la noche en la que Calabalumba, enloquecida por
sus deseos de poder y grandeza, había obtenido leche de Cabana, la Cabra
Invisible, a la que habían capturado
mediante una trampa de cristal que le había proporcionado Taninga, la
ninfa de la Laguna Encantada.
A un
primer sorbo, la joven soberana de pelo largo y rojo se había convertido en la
mujer más bella, radiante y poderosa que brujo alguno podría haber visto en su
peregrina vida. Pero luego, a pesar de las advertencias, sorbió el resto de la
leche y en un par de segundos se vio convertida en una vieja repugnante, en una copia de su detestada abuela Sandunga.
En cada
oportunidad en la que esperaba ver alguna señal de rejuvenecimiento y no la
había, tenía el impulso de destruir el espejo contra las paredes de roca pero
se contenía impulsada por su capricho y
su obsesión enfermiza de volver a contemplarse joven, bella, con aquellos ojos
grandes y maliciosos con los que miraba y despreciaba a cuantos estuvieran en
su presencia.
Durante
ese último año, que para Calabalumba fue
interminable, dedicó la mayor parte de su tiempo a realizar experimentos
químicos para obtener las más variadas sustancias, con propósitos a nadie revelado. Encontró por
casualidad, en la vieja biblioteca de su
antecesora, una serie de libros que contenían fórmulas, recetas y
procedimientos empleados por los magos desde los tiempos más remotos. Entre
esos papeles estaban las indicaciones para habilitar un laboratorio que había
permanecido inactivo durante siglos. Dio la orden de que nadie siguiera sus
pasos bajo pena de severos castigos y se tomó el trabajo, a regañadientes, de
ordenar y limpiar el lugar. Así, sobre una mesada de mármol fue ordenando
redomas de distintos tamaños, dos ollas
de hierro, y una retorta de cuello largo y estrecho que conectada a un alambique
le permitía realizar la destilación de sus pócimas y brebajes, los tónicos y elixires más variados. Las enormes velas de cebo
nauseabundo daban luz suficiente para que la horrible mujer se desplazara a un
lado y otro sin temor a caer y romperse los huesos.
Sostenido
en un atril estaba un destartalado ejemplar del Tanca Omonga, Diccionario
Enciclopédico Ilustrado de la Magia, que contenía los nombres y los usos de diversas
substancias almacenadas en vasijas de barro cocido, cada una con su
correspondiente etiqueta. Con sus largos
y huesudos dedos iba repasando una de las listas: polvillo de cuerno de rinoceronte africano, hiel de lagarto overo,
sales del Mar Muerto, cerebro de lobo de las estepas rusas, alas trituradas de
vampiro, pelos de gato montés, veneno de escorpión, huevos de basilisco, azufre del Volcán Lanín…
Sobre un
fogón a leña colgaba un caldero sucio de hollín en el que Calabalumba iba mezclando las sustancias indicadas en el
recetario elegido según sus propósitos. Una vez que los líquidos o cremas se enfriaban, las guardaba en recipientes de vidrio con la
decisión de probarlos
en seres vivos, tal como lo hacían los humanos en los campos de
prisioneros de guerra, según lo que había escuchado cuando niña por boca de
Sandunga. Por supuesto que no era ella, entonces, quien se arriesgaría a sufrir un envenenamiento o algo peor sino
que eran sus acólitos los que sufrirían las consecuencias de sus experimentos.
Su
principal obsesión, aunque por supuesto tenía otras, era encontrar el elixir de
la eterna juventud, la droga que le permitiría recuperar la juventud perdida
por culpa de Cabana, aunque su resentimiento iba más allá, se proyectaba hacia la imagen de aquella joven que había
tenido la ocasión de conocer junto al Manantial de las Corzuelas, su
aborrecible enemiga Ana Luz. “¿Qué estará tramando esa brujita de segunda
clase? Debo averiguarlo, pero antes tengo que
encontrar la fórmula que vuelva a convertirme en una persona sana, joven y fuerte, maldita sea” – murmuraba en
voz baja.
Cierta
noche, momentos antes de que los seres de la oscuridad se reunieran para
soportar las aburridas enseñanzas y los
sermones, se escuchó la orden imperativa de Calabalumba:
-¿Dónde
está Pilagás? Que se presente ante mí sin demora.
-No la
hemos vista, Bruja. Sabes que nuestra hermana está muy vieja y enferma. Ya no
vuela durante las noches y se queda dormida en cualquier rincón como si
estuviera muerta.
-Lo sé,
por eso la necesito.
De la
espesura de la noche surgió la imagen de
la vieja curandera formoseña, temblando de miedo ante la sola pronunciación de
su nombre.
-Aquí
estoy, aquí estoy. ¿Qué me ordenas, mi señora?
-¿Has
olvidado el saludo reverencial? ¿Eres tan vieja y tan inútil que no sabes cómo
dirigirte a mí?
-¿Cómo
podría yo ofenderte? Aminga sanga tatanga, Calabalumba. (Calabalumba,
eres mi dueña, la más poderosa).
-Es la
verdad. Soy tu dueña y por lo tanto, te daré a probar una sustancia que he preparado en mi laboratorio.
El coro de
los hijos de la oscuridad sólo atinó a exclamar:
-¡Oh! ¡Oh!
-Como eres
pobre y vieja y no tienes mucho que perder, beberás un trago de esta droga.
-¿Una
droga? ¿No me harás daño? ¿Qué pasará conmigo?
-Ya es
tarde, Pilagás, para preocuparte. Toma este frasco y bebe. Si sobrevives te
convertirás en la bella joven que fuiste alguna vez. Si no es así ya no tendrás
nada que perder. Has vivido lo suficiente para tener que lamentarte.
La anciana
dejó su bastón apoyado en una roca y tomando con sus dos manos el recipiente,
bebió la pócima. Al silencio inicial
movido por la curiosidad y la indiferencia sobre el destino que podría
sufrir la vieja, sucedió un momento de horror cuando en un instante la vieron
desplomarse convertida en una verdadera piltrafa. No había recuperado su
juventud, según esperaba Calabalumba, sino que
su vejez se había acelerado para
encontrar una rápida muerte.
-Todos
podemos equivocarnos. Piensen que estos experimentos son como un juego de azar.
Algunos perderán y otros ganarán. Así de simple, de modo que limpien esa basura
y después desaparezcan de mi presencia. La noche es toda de ustedes. Más les
vale que no vaya yo a escuchar algún comentario. ¡Fuera de aquí!
Como si
nada grave hubiera sucedido, Calabalumba volvió a su escondido laboratorio. No
sabía por qué ni cómo ni cuándo se le
había ocurrido realizar un nuevo ensayo. Por un momento casi parecía haberse
olvidado de su actual condición y caminó
a paso rápido hasta encontrarse frente a frente con el Tanca Omonga. Comenzó a
pasar rápidamente una página tras otra.
-¿Seré tan
estúpida que pasé por alto esas otras substancias? Nunca tuve demasiada
confianza en lo que podría obtener de
estos cuatro elementos. Veamos qué tenemos aquí: Polvo de estrellas, pétalos de jazmín de lluvia, lágrimas de ángel,
agua de rosas del Antiguo Egipto. Ahora recuerdo que mi detestable abuela
Sandunga nos decía, en las clases de las Brujas Novicias, que estas cuatro
sustancias fueron el fruto de un robo
que ella y sus hermanas habían realizado en su juventud. Esta misma noche procesaré por el alambique
este mejunje y mañana, apenas el sol comience a brillar en el horizonte,
elegiré a otro voluntario para hacer la primera de las pruebas. Si tengo éxito,
será el momento de ir preparando mi
venganza. Mi cuerpo es viejo y horrible pero mi mente es rápida y sabe
encontrar la solución a cualquier problema.
Atizó el
fuego, calentó el caldero y depositó en
el agua hirviendo las cuatro sustancias
que de inmediato se mezclaron, pasaron
por los conductos de la retorta y fueron depositándose, gota a gota, en un pequeño
vaso de color azul.
A la
mañana siguiente, según su plan, mientras los demás dormían plácidamente,
despertó a la gata negra que acostumbraba dormir junto a la entrada de su
cuarto secreto.
-¡Arriba,
Maitén! Es hora de levantarse.
-Pero si
recién acabo de dormirme. ¿Qué quieres a esta hora?
-Deja de
preguntar y ven conmigo. Saldremos a la luz del día.
-Pero,
Calabalumba, el sol me destruirá. ¿Qué pretendes de mí?
-Solo
espero obediencia, gata estúpida. Camina, si no quieres que te agarre con mis
afiladas uñas y te arroje al abismo. ¿Qué prefieres?
Capítulo 2
EL SECRETO DE NAHUEL
Una vez al
año, para el día del nacimiento de su ahijada, Ana Luz descendía desde lo alto
del Cerro de las Brujas y caminaba largas horas hasta llegar al rancho de sus
amigos en el confín del Valle del Silencio.
Con
algunas pocas herramientas y materiales
que había llevado consigo desde Covadonga, en sus horas libres
había realizado numerosos dibujos y
artesanías con las que adornaba su secreta vivienda, en la profunda caverna que
había pertenecido a Catanga, su vieja
amiga y maestra en el arte de las ciencias ocultas.
Desde
aquella noche cuando salieron al patio y contemplaron en la noche oscura la
imagen radiante del Pájaro de Fuego, su pensamiento volvía una y otra vez a ese
extraño animal cuyo origen y significado desconocía. Tal era su obsesión que
había fabricado con alambres de cobre varios modelos a diferente escala, uno de
los cuales llevaba como obsequio para Ana Sofía.
El viaje
no tuvo mayores novedades. Sin haberse encontrado con nadie, a excepción de un
grupo de jinetes que arreaban unos esbeltos caballos de carrera, y que amablemente la saludaron tocando con su
mano derecha el ala del sombrero, Ana Luz
comenzó a emocionarse apenas divisó a lo lejos la silueta del rancho de
sus amigos y un momento después los
ladridos de Sultán que venía a su encuentro.
Contrariamente
a lo que habitualmente ocurría, nadie salió a saludarla. Un extraño silencio
reinaba en la galería en la que habitualmente se sentaban a conversar después
de la cena. La puerta principal estaba abierta como invitándola a pasar al
interior. Apenas cruzó el umbral, vio que Tanti estaba sentada en una de las
sillas de la cocina, con el rostro pensativo, podría decirse que había estado
llorando. Al encontrarse con la sorpresiva presencia de Ana Luz se puso de pie
en el acto y procuró ocultar a su querida amiga la tristeza que por momentos
había estado enfermándola.
-¡Ana Luz!
Te estaba esperando. Perdóname que no
haya salido a recibirte. Estaba distraída.
-No seas
tonta, ¿por qué deberías salir a esperarme? Así está bien. Como siempre, me
siento feliz de volver a verte, aunque hoy te
encuentro preocupada, como si estuvieras enferma. ¿Qué tienes? Por
favor, vuelve a sentarte.
-No te preocupes. Son asuntos de familia.
-Con más
razón, entonces. ¿Y mamá?
-Catinga
ha salido al campo a buscar a una de las
cabras lecheras para ordeñarla. Pronto regresará.
-Y los
demás, ¿dónde han ido Nahuel y Ana
Sofía?
-Han
viajado a hacer compras a Covadonga.
Sabes que ellos están siempre juntos. Parece que la niña sólo tuviera ojos para
su padre.
-No digas
eso. Sabes bien que ella te adora. No me digas que ahora tienes celos.
-No se
trata de celos, Ana Luz, es algo peor.
-¡Algo
peor! Necesito que te expliques, por
favor.
-Creo que
mi esposo y nuestra hija se entienden
mejor y que guardan algo así como un secreto que no desearan compartir conmigo.
Te juro que a veces me siento tan tonta, como si entre ellos y yo no hubiera un
lugar. Soy como una extraña a la que no tienen en cuenta para nada.
-Ahora
entiendo menos. ¿Por qué te sientes una
extraña?
-Más de
una vez los he sorprendido hablando en una lengua desconocida. ¡Ana Luz, tienes
que ayudarme! Ellos hablan y se ríen y
apenas me ven aproximarme cambian de tema. ¿Qué está pasando?
Ana Luz
comprendió que el tiempo de los secretos entre ella y Chacay Nahuel estaba
llegando a su término. Guardó su enojo y procuró alentar a su amiga,
abrazándola y pidiéndole que sin demora preparara un poco de té. Buscó un recipiente
con agua, una palangana de aluminio, jabón y una toalla y se lavó la cara y las
manos, volvió a abrazar a su amiga, le hizo cosquillas para animarla y se
sentaron a la mesa en el momento en que Catinga volvía del campo con un balde
de leche tibia recién ordeñada.
El
encuentro de madre e hija produjo un cambio en el ambiente, algo así como que
mejoraba el buen humor. Tomaron la merienda y cuando se disponían a preparar la
cena llegaron Nahuel y Ana Sofía, cada uno montado en un caballo.
Al
observar que su madrina salía a recibirlos, la niña gritaba:
-¡Ana Luz!
¡Mira! Aprendí a cabalgar, este es mi petiso. ¿Qué te parece?
Cuando
llegó el turno de saludar a Chacay Nahuel, un ojo atento podría haber observado
que la ceremonia de bienvenida fue más bien fría por parte de Ana Luz. Apenas
hizo su clásica inclinación de cabeza se
apresuró a desmontar a la pequeña a la que besó y abrazó con la ternura de
siempre.
-Ahora no
puedo llevarte en brazos. Has crecido, Ana Sofía. ¡Qué pesada estás!
-Hoy
cumplo seis años, ¿no lo sabías?
-¡Cómo
olvidarme! Te traje un regalo muy especial.
Nahuel
encendió el farol de noche mientras las mujeres terminaban de preparar la cena.
Dispusieron platos y cubiertos en la mesa, sirvieron la comida, se contaron las
últimas novedades y cuando llegó el momento de ir a descansar, Ana Luz, con un
tono de voz que no admitía réplicas, le
dijo a Catinga:
-Se hace
tarde, mamá. ¿Por qué no acuestas a la niña y luego tú también te vas a
descansar? Nosotros tenemos que
sentarnos a conversar sobre algunos asuntos que no pueden esperar.
-Pero
antes, quiero mi regalo, Ana Luz. Hasta que no me lo des no iré a dormir.
-Por
supuesto. Aquí está -. Extrajo de su
bolso la artesanía y la puso en manos de
Ana Sofía que por un momento no supo qué decir, luego tomó el objeto que
representaba el Pájaro de Fuego y lo apretó contra su pecho.
-Es
hermoso, Ana Luz, es el mejor regalo que he recibido. Gracias, te quiero mucho.
-Y yo a
ti. Que tengas hermosos sueños.
Salieron
al fresco de la noche y se sentaron en unos viejos sillones de mimbre que
lucían blandos almohadones de lana bordados por Tanti, en la galería desde la
que podía observarse un campo de estrellas en la noche. Fue Ana Luz quien
inició el diálogo.
-Cada uno
de nosotros tiene una historia personal que debemos aceptar y respetar. No es
fácil comprender la vida del otro si no lo amamos suficientemente. Tanti y yo
nos conocimos desde muy niñas, cuando ella era una pastora de cabras y yo la
hija de un matrimonio de brujos. ¿Te acuerdas?
-Como
olvidar aquellos años, Ana Luz. Recuerdo que al principio tuve miedo y recelos,
pero la amistad que nos unía fue más fuerte que mi desconfianza. Vivimos juegos
divertidos y peligrosas aventuras y cuando, obligadamente, debimos separarnos,
juramos volver a vernos.
-Es
verdad. La vida nos llevó por diferentes caminos hasta que, por fortuna,
volvimos a encontrarnos. Esa es la historia que todos conocemos, pero hay algo
que no ha funcionado bien, y me estoy refiriendo a ti, Nahuel. ¿Me escuchas?
-No
comprendo lo que quieres decir, Ana Luz. Por favor, necesito saber qué estás
queriendo reprocharme.
-Quiero
decir que Ana Sofía es hija tuya pero también de Tanti.
-¿Quién
podría negarlo? Somos un matrimonio feliz, somos buenos padres. ¿Cuál es el
problema? ¿Qué estoy haciendo mal?
-Que no tienes derecho, Chacay Nahuel, a educar a
tu hija como si fuera solamente tuya. Esta noche será el fin de un secreto y el
comienzo de una nueva etapa en sus vidas. Aproxímate, Tanti, dame tus manos.
Ahora, por el amor a tu esposa y a tu hija, por el respeto que sientes por mí,
habla. Cuéntale a tu mujer los primeros años de tu vida, desde antes de que
perdieras a tus padres en aquella tormenta de nieve. Cuéntale tu vida desde que tengas memoria, sin omitir
detalles.
Nahuel se
quedó un largo rato en silencio, como buscando las palabras. Luego, con voz
cansina y pausada, hizo el impresionante
relato de su vida, el mismo que años atrás había revelado a Ana Luz.
Tanti escuchaba en silencio, mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos, por
momentos asombrada, por momentos orgullosa de su destino, y también enojada por
lo que le habían ocultado. La presencia de Ana Luz y la sinceridad de su joven
esposo hicieron que fuera acomodándose a
una nueva realidad, aceptando lo que nadie podría modificar: eran los padres de
una niña mitad humana, mitad bruja. Ana Sofía era, pues, la “mestiza” que
Calabalumba había empezado a odiar tanto o más que a Ana Luz.
-Es todo
cuanto puedo decirte, Tanti. Si te había ocultado mi secreto es porque siempre
temí que no me amaras, que me rechazaras. Ahora sólo te pido que me perdones y,
si no lo haces, no te obligaré a
continuar conmigo. Jamás te haría daño porque en mi corazón no quedan rastros de
mi pasado. No soy un hijo de las sombras. Lo sabes bien.
-Hace
algunos años no estabas preparada, Tanti, para conocer lo que Nahuel acaba de
revelarte. Fui yo quien le pidió que guardara su secreto. Tarde o temprano lo sabrías, y ese
momento llegó, esta noche, para bien de todos. Ahora todas las cartas están
sobre la mesa.
Tanti no
dijo una sola palabra. Se puso de pie y abrazó a su esposo. Lo besó y entró a
su dormitorio, limpiándose las lágrimas.
Lejos de
allí, en un laboratorio construido para elaborar las más nocivas substancias, Calabalumba
probaba ahora una receta, luego otra.
Cada vez que fracasaba en un intento arrojaba los frascos contra las paredes de
piedra, gritaba, maldecía, se mesaba sus blancos cabellos. Quería encontrar el veneno perfecto, la droga
letal que no dejara huellas. El
verdadero arte consistía en realizar el crimen perfecto, según se jactaban
los antiguos verdugos.
El día
anterior había amenazado a Maitén con fregarle en sus ojos una nueva
pomada para que pudiera desplazarse sin
peligro bajo la luz del sol. Cuando se disponía a realizar su experimento,
pensó que mejor sería hacerlo en presencia de algunos otros brujos de su corte.
Pensó en Yacuchina y Sonosongo a los que también liberaría del horror a la luz.
Había depositado a la gata negra en el
piso, con aire de suficiencia y perdonavidas diciéndole:
-Lo
dejaremos para otro día. Ve a descansar a tu rincón favorito. Tengo un nuevo plan, una genial idea se me acaba de
ocurrir.
Capítulo 3
ANA SOFÍA
EN EL PAÍS DE LA MAGIA
Una semana
pasó Ana Luz en el rancho de Tanti y Nahuel, con la sensación de que no tenía
prisa por regresar a su hogar en las montañas. Los esposos parecían haberse
reconciliado y ya no se hablaba del tema de la niña mestiza. Fueron aquellos
unos días espléndidos, sin tormentas de lluvia ni vientos, ni nada que
perturbara sus desplazamientos por el Valle del Silencio, a veces montada sobre
Indio y otras caminando tras las majadas
de cabras y ovejas.
Colaboró
ordeñando y aprendiendo a fabricar quesillo, a cocinar algunas de sus comidas y
postres preferidos, y especialmente a jugar y dialogar con su ahijada. Con
paciencia y con algunas dificultades, Tanti había transmitido a su niña los
primeros conocimientos que le permitieron aprender rápidamente el significado
de los signos del lenguaje y de los números. En leguas a la redonda no existía
escuela alguna y por ningún motivo habrían estado de acuerdo en enviarla a un
internado en la ciudad de Covadonga.
Ana Luz
comprobó que Ana Sofía no solamente aprendía lo que cualquier niño en edad
escolar puede aprender sino que se interesaba por otras cuestiones para las que
sus padres no tenían respuestas. Era, además de curiosa, muy traviesa y sin que
aparentemente nadie se lo hubiera enseñado, sabía ocultarse, aparecer y
desaparecer, trepar de un salto a la rama más alta de un árbol, correr a una
gran velocidad y montar a caballo con la habilidad de un jinete experimentado.
Mientras
Chacay Nahuel recorría los campos y hacía sus negocios en la Feria más próxima,
las mujeres dedicaban el día a las tareas propias del hogar aunque se daban tiempo para sentarse en la pequeña galería del rancho a
conversar, tomar un fragante té de tomillo, menta y peperina, y tejer o bordar,
tareas para las que Ana Luz no era muy hábil, aunque se esforzaba ante la sonrisa comprensiva de
su madre Catinga.
La noche
anterior a su regreso, luego de cenar, Ana Luz se decidió finalmente a decir lo
que durante esos días había estado dando vueltas en su cabeza. Se trataba del
pedido más incómodo que podría hacer,
pero al fin se decidió:
-Tengo
algo muy personal que preguntarles, pero no sé si decirlo o callarme.
-¿Acaso no
tenemos la suficiente amistad para
confiar nuestros pensamientos? – dijo la joven mamá, acariciando las manos de
su amiga.
-Es un
tema muy delicado y no sé por dónde empezar. Desde ya les pido que me perdonen
si se consideran ofendidos.
Chakay
Nahuel tuvo un presentimiento y un sobresalto en su corazón. En lo íntimo de sí
mismo sentía un respeto especial por Ana Luz. Aunque desde niño había
abandonado el mundo de la oscuridad, su alma de brujo que sabe presentir el
futuro no lo había abandonado. Por ese motivo, siempre que se despedía de la
mejor amiga de su esposa, lo hacía con una reverencia. Esa hermosa joven que
vivía sola y oculta en el país de la magia, era un ser superior al que él tenía la obligación de
escuchar. Lo dijo con palabras muy simples:
-Sabes que
no solo eres bienvenida a nuestro humilde hogar. Eres la madrina de nuestra
pequeña. Amamos a nuestra hija como a nadie en el mundo, pero ya no sabemos
cómo educarla, como orientarla. ¿Sabes de qué estoy hablando?
-Lo sé –
respondió Ana Luz -, y me sorprende y me halaga que hayas leído mis
pensamientos. El sagrado poder de la luz también está en ti y ese don es el que
has transmitido a tu hija.
Catinga y
Tanti guardaban silencio y seguían atentas el diálogo. Toda buena madre jamás
desea separarse de sus hijos, pero ambas sabían sin decirlo que tanto Ana Luz
como Ana Sofía no eran un par de hijas comunes. Aunque no tenían la capacidad
de comprenderlas, sí tenían el suficiente amor para desear lo mejor para ellas.
-No voy a
pedirles nada imposible–prosiguió la joven madrina -. Sé que ustedes confían en mí, saben que tengo
una tarea importante qué hacer más allá del Arroyo de las Murmuraciones.
-¡Ser la
dama de compañía de doña Salomé! ¿Verdad, hija?
Ana Luz
sintió un amor compasivo por su madre. Se aproximó a Catinga y mientras
acariciaba su cabello, le dijo, sabiendo que no podía revelarle la verdad:
-Así es,
mamá. Estoy ocupada pero ¿sabes cuál es mi mayor deseo?
-Si no me
lo dices, no lo sabré.
-Que en un
tiempo no muy lejano todos nosotros podamos vivir en mutua compañía. Todavía no
sé cómo podremos organizarnos pero ése es mi mayor deseo. Seremos una familia
muy especial.
-Es la
idea más maravillosa que he escuchado en años – dijo Tanti, con sus ojos
mojados por las lágrimas -. En un lugar u otro, qué mejor que permanecer junto
a las personas que queremos.
Nahuel
hizo un leve gesto de asentimiento, pero nada más agregó. Después de un corto
silencio, se escuchó la voz entusiasmada
de Ana Luz:
-Entonces,
¿están de acuerdo? ¿Permiten que Ana Sofía viaje conmigo? No será por mucho,
apenas el tiempo de una luna. Les
prometo que la cuidaré y le cocinaré sus platillos preferidos. ¿Sí?
Los padres
de la niña se miraron a los ojos. Era la decisión más difícil que deberían
tomar desde que se conocieron. Pero algo estaba sucediendo en ese momento, una
fuerza mayor, el presentimiento de la proximidad de un formidable cambio en sus
vidas, los obligaba a responder.
-¿Cómo podríamos decirte que no? – dijo Tanti mientras su
esposo hacía con su cabeza una señal de aprobación -. Además, eres como una
segunda madre para ella. Te la confiamos por más que estamos seguros de que la
extrañaremos cada segundo del día.
-Entonces,
a preparar los bolsos. Mañana muy temprano partiremos. Ahora vayamos a dormir.
Gracias a ambos, no saben lo feliz que me siento.
A contar
de esa noche en la que una inmensa Luna llena alumbraba el mundo, se empezarían
a contar los días para que Ana Luz devolviera a sus padres a su querida
ahijada. Convinieron que en el plazo convenido ella y la niña estarían
aguardándolos en el puente de madera que cruza sobre el rumoroso cauce del
Arroyo de las Murmuraciones.
Como era
habitual en cada visita, se levantaron apenas el sol insinuó su presencia sobre
la tierra. Tomaron el desayuno y se despidieron ignorando que cuando llegara el
momento convenido, nada sería como había sido proyectado porque nadie, ni aun
los más experimentados videntes pueden anticipar lo que verdaderamente sucederá
en el futuro.
Capítulo 4
MAITÉN DESCUBRE LA LUZ
-¿Recuerdas
lo que eras antes de que yo te convirtiera
en una sarnosa gata negra?
-Claro que
lo recuerdo. Era una niña india de doce
años nacida en la lejana Patagonia.
-¿Recuerdas
por qué te castigué, Maitén? ¿O prefieres que yo lo diga? Te estoy escuchando.
-Pretendí
ocupar tu lugar. En aquellos tiempos Bombo, Congo y yo éramos muy unidos y
cuando murió…tu abuela…ya conoces la historia, ¿para qué me haces repetirla? Yo
era una niña y no sabía lo que decía. Jamás pretendí ofenderte.
-Tus
compinches fueron un par de perros dogos hasta que cumplieron la tarea de
traer a mi presencia a aquella maldita cabra invisible cuyo nombre no voy a
repetir. En cuanto a ti, tengo una propuesta que hacerte, aunque jamás confíes
en mi palabra así como yo jamás confiaré en la tuya.
-Haré lo
que me pidas. Recuerda que cuando todos te abandonaron yo fui la única que no
lo hizo. ¿Qué deseas de mí? Prometo obedecerte a cambio de que termine la
penitencia que me has impuesto.
-No te
apresures. No pidas lo imposible. Por ahora te liberaré del encantamiento
ilusorio que viven los hijos de la oscuridad. Sanaré tus ojos para que puedas vagar durante el día sin el
riesgo de convertirte en un puñado de cenizas. ¿Estás preparada o prefieres que
te arroje al fondo de ese abismo?
Estaban
sentadas en los bancos de piedra en la explanada de la enorme guarida de
Calabalumba. Unos pasos más atrás se veían las siluetas de los ancianos brujos
Yacuchina y Sonosongo, invitados como testigos del experimento. Como trazado
por un lápiz amarillo dorado, a lo lejos se divisaba el resplandor del
amanecer. Nadie recordaba en la larga historia de la magia que un suceso
semejante tuviera lugar.
La gata
negra maulló lastimeramente pero al observar que la Bruja Suprema frotaba sobre
sus propios ojos una porción de la
sustancia que traía en un frasco de vidrio, se tranquilizó y esperó su turno.
-Voy a
demostrarte el poder de mis conocimientos, Maitén. Observa cómo oriento mis
ojos hacia la luz del sol. Tendrás el privilegio de andar por el mundo tanto de
día como de noche, tal como lo hago yo.
-¿Por qué
lo haces? ¿A cambio de qué deberé arriesgarme?
-Tu tarea
será muy sencilla. Dentro de un momento comenzarás a recorrer nuestro ancho
territorio, en secreto, sigilosamente, protegiéndote de tus enemigos naturales.
Deberás encontrar el lugar donde se oculta mi peor enemiga, y regresar de inmediato
a comunicármelo. Eso es todo.
-¿Qué
recibiré a cambio? Son muchos los peligros a los que deberé exponerme.
-Te
devolveré tu imagen anterior. Eso creo que haré, pero no te doy mi palabra. Primero cumple con
tu tarea, luego veremos qué haré contigo.
-¿Qué
pasará si no logro tus propósitos?
-Haré de cuenta de que no has nacido, pues te
mataré. ¿Escucharon, ancianos? Ustedes son los testigos de mi amenaza. Juro por los malditos demonios que no
perdonaré el mínimo fracaso.
-Sí,
Bruja, te hemos oído – dijeron a coro los viejos desalmados.
-Ven,
pequeña. Abre bien tus ojos – dijo la esquelética bruja-. Ahora observa a tu
alrededor y dime si la luz del sol te está lastimando.
-No,
Bruja. Veo con claridad y no siento dolor en mis ojos. Tampoco siento temor
y deseo salir de inmediato.
-Saldrás
pero antes deseo escuchar tu juramento de fidelidad.
-Aminga
sanga tatanga Calabalumba (Calabalumba,
eres mi dueña, la más poderosa).
-Ahora
desaparece de mi vista y más te valdrá que cumplas con tu misión. ¡Corre!
Maitén
partió veloz como un rayo y se internó por caminos que jamás había recorrido
durante la noche. Todo era diferente ahora para ella: los colores, las formas
de las plantas, los aromas de ese mundo salvaje y desconocido. El cielo no era
oscuro ni había millares de estrellas. En lugar de la Luna brillaba un Sol
inmenso, cálido, que la iba orientando por sendas que iban de un cerro a otro,
de este pequeño valle al otro; paseó
por bosquecillos de aromos y espinillos,
olió el perfume de flores cuyos nombres desconocía.
La gata
negra se imaginó corriendo por esos lugares convertida en la alegre y traviesa
niña que había sido allá en el lejano sur. Apenas recordaba su infancia y ni
idea tenía del porqué había formado parte del conjunto de niños, hijos de
hechiceras y magos que se habían salvado en la gran Batalla del Día del
Eclipse. Ahora solamente pensaba en encontrar ese recóndito escondite que nadie
había logrado detectar. No le habían
informado que los que lo hicieron no
volvieron para contar su historia. Cualquiera que fuera el resultado de su
búsqueda, ella jamás podría, entonces, contar los detalles de su aventura a la
siniestra Dama de la Noche.
Así pasó
el primer día durante el cual la gata cazó un par de ratones para su cena.
Luego buscó un refugio en una pequeña cavidad
ubicada próxima a un sendero ancho y limpio donde las flores formaban
una alfombra multicolor. Como no había sido educada en la contemplación de la
belleza, no sintió nada, solo curiosidad y el deseo de dormir profundamente.
Lo que
Maitén no sabía es que Ashpa Puca, el águila real, había observado todos sus
movimientos y esperaba sin apuro el
momento oportuno para atacarla.
Mientras
tanto, a esa misma hora, Ana Luz y Ana Sofía estaban acomodando sus bolsos
después de la agotadora caminata. Si un adulto sentía que sus piernas le
pesaban después de tantas leguas de
marcha forzada, entonces qué decir de una niña de seis años. Sin embargo, ésta
no solo no parecía cansada sino que se mantenía activa, atenta, observando y
preguntando sin parar.
Ana Luz
encendió el fuego y preparó una cena rápida con trozos de pan y queso que le
habían obsequiado en casa de Tanti y el infaltable té de pétalos de rosas y
peperina endulzado con miel, el preferido de su ahijada.
Se
sentaron a la mesa y mientras comían, Ana Sofía observó que en las paredes de
roca aparecían numerosas artesanías
similares a la que su madrina le había obsequiado.
-¿Lo
conoces? – preguntó -. ¿También él te visita en tus sueños?
-¿Quién me
visita en mis sueños?
-El pájaro
de fuego que vimos aquella noche brillando en el cielo. ¿Lo recuerdas, Ana Luz?
-Por
supuesto, con aquella imagen me inspiré
para realizar estos adornos. ¿Cómo olvidar algo tan extraordinario visto por
primera vez? Pero a pesar de mis intentos, no sé qué significa ese extraño
pájaro de larga cola. ¿Y tú?
-El Pájaro
de Fuego me visita en los sueños y me habla pero no puedo recordar lo que me ha
dicho. Cuando me invitaste a pasar contigo algunos días, pensé que ahora podría
hacer que mis sueños de niña se hagan
realidad. ¿Acaso no estamos en el país de la magia?
-¿Qué tus
sueños de niña se hagan realidad? ¡El País de la Magia! ¡Vaya qué lenguaje! ¿Cómo has aprendido a expresarte de ese modo?
-Mi papá
Chacay Nahuel me ha enseñado muchas cosas. Supongo que mamá ya te lo dijo.
-Lo sé,
pero ¿dónde más has aprendido lo que
sabes? Nunca te había escuchado hablar de esta manera.
-En los
sueños.
-¿En los
sueños? ¿Mientras estás dormida?
-Sí, en
los sueños también se reciben enseñanzas. Aprendo, pero no sabría explicarte
cómo aprendo.
-Muy bien,
mi pequeña Ana Sofía. Es hora de dormir.
Ya tendremos oportunidad de continuar esta interesante conversación. ¡A
la cama!
Ana Luz no
pudo creer el saludo que escuchó antes de apagar la luz de la vela. Su querida
ahijada hablaba en puncum, el dialecto
secreto de los brujos.
-Bamba
ananda Ana Luz. (Buenas noches,
Ana Luz)
-Que
descanses.
Capítulo 5
LIBÉRAME O DAME LA MUERTE
Mientras
la pequeña Ana Sofía continuaba durmiendo plácidamente, Ana Luz salió muy
temprano a buscar un poco de leña para el fuego de la cocina. Era la hora, exacta,
en que las sombras de la noche y
la claridad del alba comienzan a separarse. En un pequeño claro vio a la burrita que pastaba moviendo su cola a un lado y otro
como si festejara el nacimiento de un nuevo día.
En el momento en que algunos pájaros
comenzaban su jornada en busca de
alimentos para sus pichones, los pequeños cuises cruzaban raudamente ante la
menor presencia de extraños, y la
brisa transportaba el aroma de las
flores silvestres, fue cuando Ana Luz creyó escuchar algo así como un
sollozo, los apagados sonidos de una voz
que en ese momento recordó con absoluta nitidez. Dejó el atado de leña seca y
corrió en dirección a un extraño ser que parecía tambalearse por un antiguo
cansancio.
-¡Candonga!
-¿Quién
pronuncia mi nombre? ¿Quién eres?
-Soy Ana
Luz. ¿No me recuerdas? Cuando yo era una niña tuvimos un encuentro en el cual
me dijiste tu nombre y me contaste tu triste vida. Jamás te he olvidado,
Candonga, porque gracias a ti mi vida
sufrió un cambio definitivo.
-No sé por
qué eso haya sido posible pues bien
sabes que soy el Espíritu Errante de una joven bruja que hace muchos y penosos
años no fue capaz de tomar una decisión. Por ese motivo tengo apenas unos
momentos de vida al amanecer y otros al fin del día. Después desaparezco, me
convierto en nada, me olvido de mí misma como si no existiera.
-En aquel
encuentro, cuando supe el motivo que te
había convertido en una especie de fantasma que no puede ni sabe volver a la
vida plena, temí y me horroricé al pensar que yo podría llegar a ser, como tú,
un espíritu vagabundo que no encuentra consuelo.
-Has sido,
entonces, afortunada. Yo también te he
recordado desde entonces y en mis breves ensoñaciones sé que ahora eres una
joven inteligente y poderosa. Te admiro, Ana Luz, por ese motivo he tenido el
coraje de aproximarme al lugar en donde secretamente moras para pedirte lo más importante que
pueda desear un ser desdichado como yo.
-Dime,
Candonga, ¿en qué puedo servirte? ¿Crees que yo podría ayudarte? ¿Cómo?
-Tienes el
poder que te ha dado tu maestra Catanga.
Posees elevados conocimientos, los suficientes para ayudarme. ¡Por favor,
escúchame! Mi tiempo se está agotando. Observa como mi cuerpo empieza a
disolverse. ¡No me abandones! ¡Ten piedad de mí!
Ana Luz
sintió una enorme compasión pero en ese momento no supo qué contestarle al
Espíritu Errante. Sólo atinó a extender sus brazos, como queriendo con ellos impedir que la imagen de la mujer
fantasma se borrara ante sus ojos.
-Buscaré
ayuda, te lo prometo, pero dame un poco de tiempo. Sola no podría eliminar el
maleficio que te atormenta. No sé cómo podría hacerlo, pero no me olvidaré.
Pronto volveremos a encontrarnos. Te doy mi palabra.
-Ana Luz,
no puedo más. Estoy cansada de esta larga e insoportable vida. Dame tu palabra.
-Te la
doy, lo prometo por la Sagrada Luz.
-Entonces
libérame o quítame la vida. No olvides tu juramento.
Con sus
últimas palabras, la imagen de Candonga desapareció en el momento en que
aumentaba el resplandor del amanecer.
Ana Luz recogió su atado de leña y caminó con cierta prisa hacia
su refugio. Tal vez la pequeña Ana Sofía
se habría despertado reclamando
su desayuno. Secó sus lágrimas, arrojó el atado a un costado de la entrada y
eligió su mejor sonrisa. Su ahijada la estaba esperando sentada en su camita.
No muy
lejos de allí, en la pequeña cavidad en la que había pasado la noche, Maitén
despertaba con hambre y con vivos deseos de corretear por los alrededores en la
búsqueda del antiguo refugio de la Bruja Solitaria donde la actual residente y su ahijada
desayunaban y charlaban como lo hacían habitualmente.
La gata
negra se desperezó y salió no sin antes haber medido atentamente el lugar por
donde se desplazaría y sin notar que en
lo alto de un árbol Ashpa Puca estaba aguardando el momento para tomar su
almuerzo. Corrió, se revolcó y dio saltos hasta que imprevistamente cayó en una
oxidada trampa para zorros puesta allí quién sabe por quién y cuándo. Una de
sus patas había quedado atascada en el
terrible instrumento metálico del que trató de zafarse pero cuando más
esfuerzos hacía mayor era el dolor y la sangre que empezaba a manar de la
herida. Pensó, despavorida, que su vida
estaba llegando a su fin pero más horror sintió fue cuando una enorme águila real
descendió frente a ella agitando sus alas y mostrando su afilado pico y las
garras dispuesta a practicar el sacrificio de su vida.
-¡Por
favor, no me mates! – Ashpa Puca detuvo su ataque y continuó escuchando.- Soy
una niña bruja, ahora convertida en gata, mi ama y señora me ha encomendado una
tarea y si no la cumplo, me castigará. ¡Por favor, te lo suplico!
El ave
carnicera volvió a tomar vuelvo y en un instante golpeaba con su pico la puerta
de entrada. Ana Luz salió secándose las
manos en un delantal. Observó que su amiga le estaba indicando que la siguiera.
Le pidió a Ana Sofía que por ningún motivo saliera hasta que ella regresara. Corrió siguiendo las señales que
recibía desde el aire hasta que se encontró con la escena de la gata
aprisionada en una trampa.
Sin
demorar un instante y haciendo un enorme esfuerzo con ambas manos, logró que
Maitén zafara su pata. Por el dolor y la sangre que había perdido parecía
haberse quedado dormida. La tomó en sus brazos y corrió a su refugio. Buscó los
medicamentos que guardaba en una caja de madera y con ellos untó la herida,
luego la vendó y recostó al animal sobre un almohadón.
Ana Sofía
estaba maravillada por aquel hermoso animal y sin decir palabra pensaba en
pedirle a su madrina que se la obsequiara como mascota. Ambas mujeres se
sorprendieron cuando escucharon una voz gatuna que decía:
-Mi nombre
es Maitén. Gracias por haberme salvado. Si no hubiera sido por ti habría muerto de hambre y de sed en aquella horrible
trampa, o el águila se habría hecho un banquete
conmigo. Quiero volver a agradecerte, pero no conozco tu nombre.
-Soy Ana
Luz y ella es mi pequeña Ana Sofía.
El nombre
retumbó en todo el cuerpo de Maitén como si le hubieran dado un golpe. “Ana
Luz”, así que esa hermosa joven era nada menos que la presa que andaba
buscando, la mortal enemiga de Calabalumba. No sólo la había encontrado sino
que estaba en el corazón mismo de su morada. No podía creer lo que estaba
sucediendo.
Se quedó
nuevamente dormida pensando en el modo de escapar de aquel lugar para cumplir
con la promesa hecha a su poderosa ama y señora. Cuando despertó se encontró
con la mirada atenta y desconfiada de su salvadora. Tuvo un sobresalto porque
adivinó que esos ojos inteligentes estaban pidiéndole que dijera la verdad.
-Estás en
mi hogar, Maitén, y aquí podrás quedarte si esa es tu voluntad. Pero antes
debes decirme la verdad, no me mientas porque no estoy dispuesta a escuchar mentiras. ¿Por qué te
encontrabas tan próxima a mi refugio? ¿Quién te envió a espiarme?
-Te juro
que yo…no sé por dónde empezar. Sabes que los gatos somos muy traviesos, nos
gusta salir de nuestros hogares y pasear…y…
Ana Luz
hizo un chasquido con sus dedos y de inmediato apareció Ashpa Puca,
bamboleándose por su enorme peso. En sus ojos brillaba el deseo de justicia, el
odio hacia todos los enemigos de su amiga y protectora.
-Debes
decirme la verdad, Maitén, o te dejaré a solas con quien está frente a ti. No
sentiré piedad por quien podría haber venido a
hacernos daño. ¡Habla!
La gata
negra se estremeció de pánico. En un
instante se dio cuenta de que no tenía
salida. No podría huir ni tratar de engañar a quien la había salvado de una
muerte segura. Se acomodó echada sobre el almohadón y comenzó a contar su
historia.
-Nací en
el lejano sur patagónico en un bosque de pinos junto al Lago Nahuel Huapi.
Apenas recuerdo aquellos años pues,
siendo muy pequeña, ignoro si mis
padres me abandonaron o si fui secuestrada. Lo que recuerdo es que crecí junto
a una familia que vive lejos de aquí, en
una enorme cueva, mucho más grande que ésta.
-Será
mejor que ahorres los detalles – la interrumpió Ana Luz -. Tienes que decirme
quién te envió. Sé de quién se trata pero deberás ser tú quien pronunciará su
nombre. Estoy esperando.
-Aguarda,
Ana Luz, no te impacientes. Prometo
decirte la verdad, pero no me hagas daño.
-No lo
haré si eres sincera. Continúa. ¿Por qué tienes el aspecto de una gata?
-Mi dueña,
no sé cómo decirte, me castigó por haberla desafiado. Yo era una niña muy
hermosa, traviesa pero no malvada. Hace algunos años, ella…
-¿Quién es
ella?
-Su nombre
es Calabalumba, pero no me obligues a volver a pronunciar su nombre. Ella
ha sido quien me transformó y quien me envió a espiarte. Ahora que he dicho la
verdad, ya no me importa si me comprendes o no pues mi suerte ya está echada.
-¿Qué
quieres decir?
-Si
regreso ella sabrá que la he traicionado y me destruirá. Si me quedo
contigo tal vez en cualquier momento esa águila me haga pedazos con sus garras.
Lo que finalmente quiero decirte, Ana Luz, es que estoy cansada. No volveré con
ella nunca jamás. Si me proteges te prometo que te seré fiel hasta la muerte.
-Aquí te
quedarás, entonces, y tal vez, en algún
día no muy lejano, te haré el más precioso de los regalos.
-¿Qué
clase de regalo?
-Te
ayudaré para que puedas recobrar tu infancia y vuelvas a ser una niña india que
vivirá por siempre del lado de la luz. Confía en mi palabra.
Acluquillada
en su cama, con sus ojos desmesuradamente abiertos, Ana Sofía no podía creer que ella fuera testigo de
semejante diálogo. “De manera que éste es el mundo de la magia”, pensó. “¡Me
gusta, me gusta!”
Afuera, la
bruja zorra Rumipal que por orden de la Bruja Suprema había venido siguiendo los pasos de la gata
negra, se había aproximado y con el
mayor sigilo observó cada detalle de la escena. Sin pérdida de tiempo inició
una alocada carrera. Tenía que llevarle a su ama y señora de la oscuridad
el sensacional mensaje de lo que acababa de ver y
escuchar.
Capítulo 6
KUKULKAN
Ana Sofía
tomó a Maitén como su mascota y pasaba con ella largas horas en juegos y
paseos. A pesar de contemplar a diario la insólita amistad entre su ahijada y
la indiecita encantada, Ana Luz no disminuyó su desconfianza hacia Maitén
porque bien sabía de los ocultos poderes maléficos que poseen algunos espíritus
de la oscuridad.
Aquel
atardecer salió a dar un paseo por las inmediaciones de su refugio, cuando se
sorprendió ante el tamaño que tenía en ese momento la Estrella de la Tarde, el
planeta Venus como decían los humanos en sus libros de astronomía. No solamente
era de un tamaño mucho mayor sino que fue transformándose en la brillante
figura del Pájaro de Fuego que había observado varios años atrás, en casa de
Tanti, aquella noche cuando la pequeña Ana Sofía, que entonces tenía solo tres
años, había señalado con su dedito índice la rara aparición y exclamado: “Miren, ahí está, por fin ha
llegado”.
¿Qué
sabría la niña para expresarse de ese modo? ¿De dónde podría haber obtenido su
conocimiento? ¿De los sueños, como ella decía? Estos y otros pensamientos
rondaban la cabeza de Ana Luz mientras observaba cada detalle en el cielo de
aquella figura cuyo cuerpo y enorme cola brillaban tornasolados por las últimas
luces del día. De pronto, la imagen desapareció y en su lugar continuaba
brillando la lejana estrella que guía a los pastores, caminantes y gente
de mar en sus largas travesías. “Debe ser una alucinación” – se dijo Ana Luz -.
“Nadie me dijo, ni Sandunga cuando yo estudiaba en la Escuela de las Brujas
Novicias, ni Catanga con toda su sabiduría que esa imagen correspondía a un ser
real. Estoy más que intrigada, pero debo regresar a preparar la cena”. Cuando
dio la vuelta para encaminarse a su refugio, vio que alguien caminaba hacia
ella. Más que caminar parecía desplazarse a ras del suelo, como si flotara. Era
un anciano alto, rapado, cubierto con una túnica verde en cuyo frente, sobre el
corazón, aparecía bordada con letras de oro la figura del pájaro misterioso.
-Por
favor, no temas -. Dijo el forastero.- Si me concedes un momento te diré quién
soy y por qué estoy aquí. Mi nombre es Kukulkan y he viajado desde muy lejos.
Tengo noticias para ti que te harán muy feliz.
-Mi nombre
es Ana Luz.
-Lo sé.
Por eso estoy ahora junto a ti.
-¿Me
conoces? Nadie me habló de ti en mi vida. Jamás vi una imagen tuya en ninguno
de los libros que he leído.
-El
momento para que nos conociéramos entonces no había llegado. Dicen los libros
antiguos que hay un tiempo para cada cosa. ¿Lo sabías?
-Lo sé.
Dime por qué estás aquí. Debo regresar antes de que mi pequeña se preocupe.
-Ana Sofía
está bien. Puedes quedarte un momento
más.
-¿También
la conoces?
-Por
supuesto que nos conocemos, desde hace mucho tiempo. La visito en sus sueños
cuando duerme. Deberías saberlo, Ana Luz.
-Sé que
sueña, pero jamás me habló de ti. ¿Qué más sabes sobre nosotras?
Kukulkan
hizo una pausa, unió sus manos y las elevó a la altura de su rostro. Era la antigua señal de bendición de algunas
culturas humanas del Oriente.
-Además de
todo lo que debo hacer mientras permanezca en esta región, te traigo los
saludos de Catanga.
-¡Conoces
a Catanga! ¡No lo puedo creer! ¿Dónde se encuentra mi maestra? ¿Acaso murió antes de darte sus saludos?
-No, Ana
Luz. Ella no ha muerto. Simplemente viajó al país de la infancia para cerrar el
círculo de su vida. Ella te lo dijo antes de partir.
-Sí,
recuerdo que lo dijo, pero ¿qué es el país de la infancia? ¿Dónde se encuentra?
-En los
libros de cuentos, Ana Luz, está el país
del nunca jamás. Ahora Catanga vive en
numerosos libros que los más pequeños leen en distintos países, en diferentes
lenguas. Mientras permanezca como personaje de un libro no podrá morir. ¿Lo
sabías?
-También
ignoraba que los personajes de los libros no mueren. Estoy maravillada por tus
conocimientos, Kukulkan, pero aún no me dicho de dónde vienes ni quién eres.
-A pesar
de que puedas contemplarme como tal, no soy un hombre sino un espíritu
inmortal. Provengo de antiguas culturas mayas, y fui adorado como Sol
resplandeciente, dios de los hombres, de las plantas y de los animales. Desde
el origen de los tiempos soy protector de toda forma de vida, soy enemigo de la
muerte y de toda forma que asuma el mal.
-Sabes,
Kukulkan, que desde muy pequeña he sido entrenada para luchar de tu lado. Lo
que desearía saber es por qué tengo el privilegio de estar en tu presencia. Soy
sólo una joven aficionada, con pocos conocimientos y mucho entusiasmo. Si
volvemos a encontrarnos prometo hacerte otras
preguntas. Incluso estoy pensando en hacerte algunas súplicas, no para mí, sino
para algunos seres muy especiales.
-Volveremos
a encontrarnos, no en muchas oportunidades, sino cuando sea absolutamente
necesario. Aunque no puedas comprenderlo, debo estar en numerosos lugares al
mismo tiempo, más allá del espacio y del tiempo ilusorios.
-Estoy de
acuerdo, pero antes de despedirnos, dime qué significa en tu manto la imagen de
ese pájaro de fuego.
-Es mi
símbolo universal, el Pájaro Quetzal, que los antiguos veneraban con el nombre
de Serpiente Emplumada mucho antes de que los hombres llegaran en barcos para
someter y sacrificar a nuestros pueblos.
-¿Quién
eres? ¿Por qué empleas ese símbolo?
-Porque
soy el Sol y también el Lucero de la Mañana y la Estrella de la Tarde. Si
observas atentamente verás que allí estoy,
en cada amanecer y en cada crepúsculo desde el origen de los mundos.
-Si es
así, entonces te he visto muchas veces antes de ahora, Kukulkan, y continuaré viéndote mientras
viva. Ahora, si me lo permites, debo regresar junto a mi pequeña.
-Ve en
paz.
Ana Luz regresó
a paso rápido, aturdida y emocionada por el momento que acababa de vivir. Todo
cuanto le había sido revelado y todo cuanto todavía podría esperar de ese
extraño ser parecía formar parte de su destino. Apenas ingresó a su refugio,
encendió una vela y contempló una bella imagen que le dio una segunda cuota de felicidad: Ana
Sofía dormía profundamente y junto a ella, como si estuviera protegiéndola, la
gata negra ronroneaba, satisfecha por el nuevo hogar que había encontrado,
lejos de aquella horrible y detestable Calabalumba.
Capítulo 7
DULCE VENENO
Calabalumba seguía
experimentando en su secreto laboratorio con diversas sustancias para lograr el veneno más poderoso con
el que pudiera eliminar a sus víctimas
sin dejar rastro. Su rostro y su cuerpo no habían recuperado un átomo de su
juventud a pesar de que diariamente tomaba un tónico cuya fórmula aparecía en una de las páginas
del Tanca
Omonga, el libro de alquimia y magia que había heredado de su abuela y
de otras innumerables brujas de la antigüedad más remota.
Su aspecto
era cada noche más siniestro, especialmente ahora que calzaba unos ridículos
espejuelos que había encontrado en uno de los huecos donde se depositaban
libros, frascos y botellones, velas y los materiales necesarios para sus
investigaciones, mucho de los cuales eran regalos y ofrendas que recibía cada
vez que un espíritu de la noche venía a visitarla desde algún lejano país. La
capacidad de sus ojos continuaba disminuyendo, no así el largo de sus dedos y
uñas, su extrema delgadez y el tamaño de su joroba. De aquel don que había
recibido desde el momento de su nacimiento, es decir la clarividencia, no
quedaba ni rastros.
Aquella
noche se había negado a cenar porque algo en los platillos preparados por los
pequeños duendes la había disgustado. En un instante de cólera arrojó la comida
sobre los espantados duendes que apenas tuvieron tiempo para ocultarse en sus
estrechos laberintos.
-¿Cómo se
atreven a decirme que no han podido
encontrar lenguas de víboras, ni gusanos
de la madera, ni bofes de caballo para prepararme la cena? Desaparezcan de mi presencia, pequeñas
criaturas del demonio antes de que tome a alguno de ustedes y lo zambulla en
una olla de aceite hirviendo.
No se
había calmado su ira cuando le pareció escuchar un chillido que provenía
del oscuro pasillo que comunicaba con la
puerta de entrada de su madriguera. Apoyándose
en su bastón se orientó hasta el lugar
en donde encontró a la zorra Rumipal en posición de temerosa obediencia.
-¿Cómo te
atreves a interrumpir mi trabajo? ¿Es tan importante lo que tienes para decirme
o eres simplemente un animal estúpido?
-Bamba
ananda, Calabalumba. Me temo que
tengo malas noticias para ti. Te juro que no ha sido por mi culpa.
-No me
vengas con otra de tus tantas mentiras. ¿Perdiste el rastro de Maitén? ¿Te
extraviaste o te quedaste dormida? ¡Habla, zorra puerca!
Sin omitir
detalles, Rumipal contó a su ama el recorrido que había realizado siguiendo los
pasos de la gata negra, lugar por lugar, hasta el momento en que había caído en
la trampa para zorros, la presencia del águila real y luego la aparición de Ana
Luz, el rescate y el tratamiento con
pomadas curativas, sus diálogos con la joven y con la niña.
-¿Con una
niña? ¿No puede ser? ¿Quién será esa criatura? – la interrumpió la bruja mayor
procurando que la información recibida pareciera no importarle aunque estaba
lamiéndose de placer.
Rumipal
continuó relatando lo que había visto y
oído, palabra por palabra, hasta el momento en que Ana Luz y la gata se habían prometido amistad y fidelidad. Su
voz temblaba ante el temor de ser castigada por quien parecía escucharla con la
mayor atención. Aquellos ojillos penetraban en su mente procurando encontrar un
mínimo error, algo que pusiera en evidencia que estaba mintiéndole a su
siniestra ama.
-¡Basta!
No quiero continuar escuchándote. Vete de inmediato, desaparece de mi
presencia, criatura inútil.
Calabalumba
procuraba en todo momento mantener una falsa apariencia ante sus súbditos. No
acostumbraba mostrarse débil en
presencia de extraños pero, apenas se
quedó sola, se mesó los cabellos, arrojó los espejuelos, y por un largo momento
maldijo, insultó y amenazó a todos aquellos que formaban la larga lista de sus
enemigos reales o imaginarios. Las velas de cebo hediondo proyectaban en las
paredes del laboratorio las negras siluetas que se reflejaban en cada movimiento, en cada contorsión, en
cada gesto de las manos en alto mostrando sus largos dedos y sus uñas
retorcidas.
Se sentó
en un banco de piedra y allí permaneció con su cabeza entre las manos, pensando
en los pasos que debería dar para llevar a cabo su venganza. Aquella jovencita,
Ana Luz, había roto los límites de su locura. No solamente la desafiaba
continuamente sino que sus secuaces habían eliminado a dos de sus guerreros más
implacables: nada menos que a Capayán y
a Luán Toro. Esas derrotas eran su mayor humillación, la vergüenza que debía
soportar ante su pueblo, las miradas y risitas apenas disimuladas con las que
procuraban ocultar su menosprecio hacia ella.
Mientras
sus huestes permanecían practicando el nocturno aquelarre que duraba desde un
rato después del crepúsculo a la salida del
sol, Calabalumba continuó probando sus mejunjes diabólicos. En una jaula de
alambres tenía a su disposición varias ratas de campo que le servían para
probar sus experimentos. A veces, como sucedió con la vieja Pilagás, hacía sus
pruebas de laboratorio con miembros de su comunidad, y en otros momentos con
ratas o conejos silvestres.
Esperó a
que su última preparación se enfriara para depositarla en un frasco de vidrio
azul que depositó al lado de una de las velas. Observaba atentamente el
recipiente con la preparación mientras
sus pequeñas víctimas se revolvían en la jaula
ante la inminencia de la
prueba que se iba a realizar. La vieja
hechicera tomó a un pequeño conejo blanco, de ojitos rosados, lo aprisionó con
sus garras y le metió en la boca una cucharilla con el preparado. Luego lo puso
en el piso y esperó el resultado del
experimento. El animalito se quedó inmóvil, sin hacer gesto ni
movimiento alguno y de pronto quedó tieso, helado.
-¡Maravilloso!
Es el dulce veneno que usaron mis antiguos
abuelos en países distantes hace siglos para mandar al infierno a sus parientes
y vecinos. Al fin he logrado encontrar la fórmula correcta. Ahora iré a buscar
a dos voluntarios para que lleven este delicado obsequio. No existe en este
mundo ni caramelo ni golosina alguna que sea más dulce ni más mortal que esta maravilla elaborada con mis manos.
Salió al
amplio atrio de piedras lajas a esperar la llegada de los brujos, asesinos,
magos, aprendices, idiotas, serviles y
perezosos miembros que le hacían compañía.
Algunos eran los que la habían abandonado la noche trágica en que bebió
la leche mágica que proviene de las ubres de la Cabra Invisible; otros eran
recién llegados, bien de las cercanías o de países distantes que habían oído
hablar de la fama y el poder de esta mujer desdichada, pero poderosa.
Lo que más
les impresionaba era su voluntad de hierro, su constancia para llevar adelante
sus ideas, sus proyectos destructivos. Odiaba la luz y a los humanos que viven
bajo el poder del sol, le repugnaba cualquier forma de belleza, detestaba la
risa de los niños, huía de los bellos
sonidos del viento entre los árboles y en especial del aroma de las flores. Por
ese motivo en muchos metros a la redonda de su cuartel mayor, en lo alto del
más alto de los cerros, no crecía ninguna planta que diera flores aromáticas.
Eran arrancadas o pisoteadas y bajo pena de graves castigos nadie podía tener
consigo la más pequeña florcilla.
Temerosos
de la luz del sol, nadie se distraía en
los juegos nocturnos y llegaba puntual para echarse a dormir apenas el
alba se insinuaba. Así iban llegando y entrando, cada uno a su lugar, hasta que
entre los últimos apareció el matrimonio de ancianos.
Yacuchina
y Sonosongo, cuya edad nadie podría calcular, avanzaban tomados del brazo como
era su costumbre y apoyados en sendos bastones. No paraban un instante en
compartir rumores y maledicencias. Eran famosos por su egoísmo y temidos por su
costumbre de tomar venganza ante la mínima ofensa. Sobre el pasado de estos dos viejos poco se sabía y lo poco que
se conocía era suficiente para temer su violencia, una brutalidad que ellos
escondían con la falsa apariencia de ser un par de ancianos
tímidos y bondadosos.
Ante una
señal de Calabalumba, los brujos de Tafí Viejo se detuvieron y aunque estaban
adiestrados para llevar a cabo las más insólitas misiones, en esta oportunidad
presintieron que los esperaba una aventura
diferente y peligrosa.
-Bamba
ananda, Calabaluma, aminga
sanga tatanga. (Buenas noches,
Calabalumba, eres nuestra dueña, la más poderosa).
-Yacuchina
y Sonosongo, tengo buenas noticias para ustedes.
-Eres
siempre generosa con nosotros, y te lo agradecemos. Vivimos aquí, al servicio
de nuestro pueblo mucho antes de que tú nacieras y mantenemos la esperanza de
continuar junto a ti por muchos años más.
-Basta de
falsas adulaciones y vayamos al grano, quiero decir que no tengo tiempo que
perder con unos pobres y miserables viejos como ustedes. ¡Presten atención!
-Sí, Bruja
– contestaron a dúo.
-No hace
mucho tiempo ustedes fueron testigos de cómo sané los ojos de Maitén para que
pudiera permanecer largas horas durante
el día sin que la luz del Sol le haga ningún daño. Ella fue sanada pero me ha
traicionado y merece su castigo. No voy a soportar que nadie me abandone, ni que uno solo de mis estúpidos servidores
sea derrotado, ni que nadie se aleje de
mí sin mi consentimiento. ¿Han comprendido?
-Sí, Bruja
Calabalumba. Como bien sabes, somos muy ancianos y ya no tenemos mucho que
perder. Cualquiera sea la misión que nos encomiendes, prometemos realizarla sin
cometer un solo error. Conoces mejor que nadie nuestro pasado – dijo Yonosongo.
-Será una
dulce tarea, se los aseguro. Pero, como temo que alguien nos esté espiando, les
diré en secreto cuál será el trabajo que deben realizar a partir de este
momento.
Los tres
espectros de la noche se unieron, cabeza con cabeza, para escuchar la voz de
aquella que había lucido su hermosura y su larga cabellera roja y que ahora se
mostraba como una raquítica y deformada vieja.
-Abanga
vudú tau pamba. (Guarden los secretos de mis palabras).
Nadie
escuchó el método ni las recomendaciones que el matrimonio debería llevar a
cabo ni en qué lugar y quién sería la
víctima elegida. Apenas se oía el bisbiseo de la bruja en jefe dando precisas
indicaciones junto a las consabidas amenazas por si fallaban en su intento.
-Ahora
abran bien esos horribles ojos -. Con uno de sus largos dedos Calabalumba untó
los ojos de Yacuchina y Sonosongo con la misma pomada con la que había sanado
los ojos de Maitén. – Manténganlos bien cerrados hasta que yo les diga.
En el
momento en que el Sol aparecía sobre el horizonte, dio la orden.
-¡Ahora!
-Estamos
viendo, Bruja. La luz no nos hace daños – dijo cada uno a su turno.
-Bien, la
primera parte ha concluido. Como los veo todavía cansados, vayan y descansen.
Mañana, muy temprano, cada uno con su bolso de viaje, saldrán hacia el objetivo que ya saben. Si fallan no
regresen porque los mataré.
-Mañana
estaremos aquí, Calabalumba, y nos despediremos de ti. Cuando hayamos cumplido
con tu cometido te sentirás orgullosa de nosotros.
-Eso
espero por el bien de ustedes, pero antes, guarden cuidadosamente estos
exquisitos dulces, pero les advierto que ni se les ocurra probarlos. Entren y
descansen.
La Bruja
Suprema de las Sierras Grandes, Pampa de Pocho, Altas Cumbres, Pampa de
Achala, Cerro Champaquí y Valle del
Matadero paseó su insolencia por la enorme explanada. Como nunca antes, en ese
momento confiaba en sus emisarios. Ellos jamás fallaban.
Capítulo 8
LA ELECCIÓN DE MAITÉN
Después de
tomar la merienda, Ana Luz le ordenó a Ashpa Pusca que vigilara el refugio
mientras ella y la gata negra salían a dar un paseo. En realidad era un
pretexto para tratar de ubicar a Kukulkan y consultar un delicado asunto que
daba vueltas en su cabeza: la posible y prometida transformación de Maitén en
lo que había sido desde su nacimiento, una niña mapuche, transformada por la
Bruja Suprema como castigo por haberla desafiado.
Caminaban sin apuro porque nadie sabía en qué lugar y
cuando podría aparecer la deslumbrante presencia del Espíritu de la Luz
representado por un noble anciano. Ana Luz consultó los libros que había heredado de su antigua
maestra pero por más que buscó, página por página, no encontró el modo
apropiado para desencantar a una persona. Estaba convencida de que la gata
estaría aguardando el momento en que volvería a sentirse en el cuerpo de una
niña, más bien podría decirse en una jovencita si se contaran las numerosas lunas desde el momento en que había sido
modificada su naturaleza por las malas artes de Calabalumba.
En el
camino la joven aprovechó para ir cortando ramas, flores y raíces de plantas
aromáticas y medicinales que iba guardando, prolijamente, en un bolso de cuero
que colgaba de su hombro. Empleaba algunas yerbas para sus infusiones
preferidas y otras para la elaboración de ungüentos, pomadas y lociones
medicinales con las que podía curar numerosas dolencias. Mientras ella
continuaba recolectando, Maitén corrió
tras un pequeño ratón que se cruzó ante
ellos. Fue en ese momento en que apareció, repentinamente, la imagen del
Maestro protector de la vida, envuelto en su manto verde en el que resplandecía
la figura del mítico pájaro Quetzal.
-Ana Luz.
Volvemos a encontrarnos. ¿Querías verme?
-He salido
a buscarte para continuar nuestro diálogo. No es mucho lo que sé sobre ti
aunque es suficiente para confiar en tu presencia y en tus palabras. Tampoco sé
cuál será el sentido de nuestros
encuentros de ahora en adelante, pero aprovecharé mientras estés con nosotros
para suplicarte protección y buena salud para mí y para mis queridos amigos.
-Sé cuanto
los quieres y sé cuanto ellos te necesitan. Por ejemplo, Ashpa Puca sería capaz
de dar su vida para defenderte. En más de una oportunidad no ha temido
enfrentarse con el peligro, tal como ocurrió cuando luchó con el feroz
aguilucho Capayán y poco después con esa bestia enorme, Luán Toro.
-Conoces
bien nuestras vidas, Kukulkan, de modo que voy a ser breve para pedirte que me
ayudes a…
Como si la
hubieran llamado apareció Maitén. Ante la presencia del desconocido irguió su
lomo en señal de advertencia, como si estuviera dispuesta a arañarlo sin previo
aviso, pero ante una señal de la joven, se serenó y comenzó a dar vueltas
alrededor de las piernas de Ana Luz, acariciándolas.
-Justamente,
aquí está el motivo de lo que vengo a
pedirte. Ella fue hasta hace poco…
-No
agregues más datos pues conozco la vida de esta traviesa criatura.
-¿Cómo
puedes decir que me conoces si jamás te
he visto en mi vida? – reprochó la gata negra.
-Tú no me
conoces, Maitén, pero yo sí. Desde hace miles de años recorro este gran mundo
vigilando y protegiendo la vida de las plantas y los animales y de toda clase
de seres vivientes.
-¿A todos?
¿Incluyes en tu lista a los hijos de la
oscuridad? – preguntó la gata -. ¿También los beneficias?
-Aún
no, pero tal vez en un futuro
también pueda aproximarme a ellos. Por
este tiempo sólo me ocupo de los que viven en la dimensión de la luz, de mi
perpetua Luz.
-Tú sabes,
Kukulkan, que Maitén no va a regresar a
ese oscuro rincón en el que se ocultan los hijos de la noche. Ella ha decidido
permanecer junto a mí y yo he aceptado su compañía. Desearía que este espíritu encantado, mediante los
poderes que provienen de tu sabiduría, vuelva a tener su forma original, la de
una niña…
-Espera un
momento, Ana Luz, no te precipites. Yo
hubiese preferido que antes de formular tu pedido conocieras lo que yo pienso
sobre mí misma. Pero no lo has hecho. ¿Cómo sabes que deseo volver a ser una
niña?
-Por
supuesto que sí, ¿qué otra cosa podrías desear después de tantos sufrimientos
padecidos?
-Justamente,
Ana Luz, por los padecimientos que he sufrido
desde cuando era una niña india mapuche, es que no deseo volver a mi
forma original. No deseo ser una niña. ¿Necesitas que te lo diga más
claramente?
Kukulkan
pareció sonreír. Abrió sus brazos y con ellos se alzaron los pliegues de su
manto. Todo cuanto en ese momento le fuera solicitado le sería concedido, por
una única vez en la vida.
-Es
verdad, Ana Luz. Maitén fue una niña no querida, su madre jamás la mimó y su
padre era un ser violento, alguien que alzaba su mano y castigaba por cualquier
motivo. Siendo todavía muy pequeña, descalza y desvalida, fue traída desde la
lejana tierra patagónica a estas serranías por una caravana de gitanos.
-Estás
haciendo que recuerde mi infancia, Kukulkan. ¿Ves? A pesar de que soy un felino, mis ojos se
llenan de lágrimas. ¿Para qué volver a mi pasado?
El anciano
sabio continuó diciendo:
-Cierta
noche, cuando los gitanos dormían en su campamento a los pies del Cerro
Champaquí, una malvada bruja llamada Sandunga la raptó y la llevó con ella a su
guarida. Allí creció Maitén, con otros niños que también provenían de lejanas
regiones, y tuvo como compañía a una joven ciega, de cabello rojo, que es ahora
quien comanda a esas horribles criaturas.
-Te
refieres a Calabalumba – agregó Maitén-, esa vieja sin dientes, de pelo blanco,
que camina descalza bajo el peso de su enorme joroba. Los pocos días que he
vivido junto a ti, Ana Luz, son suficientes para saber que no deseo volver a
ser una niña: quiero seguir siendo una gata negra, que vivirá a tu lado y será
la mascota de Ana Sofía. Por favor, Kukulkan, acepta éste, mi único y último
deseo.
-Que te
sea concedido. Pero voy a agregar algo
que no has pedido: tendrás en verdad, como dice la leyenda, siete vidas, y cada
vida será de siete años, y en cada vida aprenderás el arte y la
ciencia del bien y del mal. Vivirás en el país de la magia hasta cuando seas
una gata muy anciana. Entonces, y yo te lo concedo, volverás al país de tu
infancia para cerrar el círculo de tu vida. Nada debo agregar salvo desearte
una buena y saludable vida.
Maitén dio
saltos de alegría, corrió alrededor de
Ana Luz, ronroneó rozando el manto verde de Kukulkan y salió en disparada hacia
el refugio para encontrarse con la
pequeña Ana Sofía.
Ana Luz,
que se había quedado conmovida y sin palabras, sólo atinó a
saludar a Kukulkan del mismo modo en que éste lo hacía: elevando los brazos con
las palmas unidas hasta la altura de los ojos y hacer una leve inclinación de
cabeza. Así aprendió a reverenciar a los seres superiores que recorren los
senderos más ocultos y perdidos del mundo para asistir a los enfermos, a los
que están solos, a los necesitados.
En ese
mismo momento, mientras Ana Luz regresaba a su hogar y la imagen de Kukulkan se
disolvía en la noche, oculta tras un
grueso algarrobo, la zorra Rumipal hizo un gesto para que el anciano matrimonio
la siguiera. Yacuchina y Sonosongo salieron de su escondite con una pérfida
sonrisa en sus rostros marcada por la maldad.. Caminaban, según sus
hábitos, tomados del brazo y procurando
hacer el mínimo ruido. Si alguien los hubiese seguido habría dicho que
despedían un olor nauseabundo.
-¿Tienes
contigo la bolsa de golosinas? – preguntó la mujer.
-Por
supuesto, vieja estúpida, ¿qué esperas? ¿Acaso recuerdas que alguna vez hayamos
fallado? – respondió su marido con voz
agria-. ¿Olvidaste el castigo para quién
no cumpla las órdenes de nuestra
soberana?
-Más vale
que no sigas asustándome, viejo borrachín. Ahora descansaremos y mañana, a la
hora señalada, llegará el momento de ejecutar nuestro plan, de manera rápida y
sencilla.
-Más les
vale que guarden silencio – los amenazó la zorra Rumipal-. Ustedes no tienen la
mínima idea sobre quién es esa maldita joven.
-¿Te
refieres a Ana Luz?
-¿De quién
creen que estoy hablando?
Capítulo 9
LA HUIDA DE BOMBO
-Espero
que esos ancianos asesinos cumplan con la tarea que les he recomendado – decía
para sí y en voz alta la Bruja Suprema mientras recorría la estrecha cavidad que la llevaba a la cueva
de las arañas tejedoras.- Como premio, cuando regresen, les daré a probar la
nueva receta del elixir de la eterna juventud que estoy preparando. Es posible
que corran la misma suerte que la miserable Pilagás y queden convertidos en una
pila de basura, pero qué me importa, no debo dejar rastros. Si, por fortuna, la
pócima los convierte en una pareja de alegres y estúpidos adolescentes, será la
señal de que se está aproximando el momento en el que volveré a ser la más
bella y poderosa y joven bruja de este asqueroso mundo.
Su largo
monólogo se interrumpió apenas abrió la puerta en donde estaban tejiendo las
arañas brujas. Al sentir la presencia de su soberana, las obreras aceleraron
su producción para intentar demostrar que eran obedientes y
trabajadoras y no parlanchinas y perezosas.
En las paredes de roca y en los rincones podían admirarse dibujos y
telas de raras formas y colores que servían de modelo para la confección de los
vestidos de Calabalumba.
-Bamba
ananda Calabalumba.
-¿Ya están listas las telas para mi nuevo vestido?
-Estamos
terminando, Bruja, – respondió Calingasta, la que tenía un ojo más grande que
el otro.
-Será el
vestuario más lujoso que hayas tenido en tu vida, te lo prometemos – agregó
Talacayu enhebrando una aguja. Salavina,
que no sabía o no podía hablar, guardó respetuoso silencio.
-Estoy
esperando gratas noticias que llegarán entre hoy y mañana. A una señal que enviaré a este antro repulsivo en el cual trabajan, ustedes
deberán dar la última puntada. Segundos después vendré a vestirme para lucir en
la cena que voy a ofrecer.
-¿Podemos
conocer el motivo, Bruja?
-No deben
hacer preguntas que puedan incomodarme.
Sigan tejiendo que tendrán como premio una suculenta comida.
-¿Moscas,
mariposas, mosquitos, luciérnagas?
-Eso y
mucho más. Lobú anda trenke. (Adiós, hijas mías).
-Lobú,
Calabalumba. (Adiós,
Calabalumba).
La anciana
decrépita cruzó el ancho salón donde
dormían algunos de sus secuaces. Con su bastón golpeó a Bombo en una pierna.
-¡Arriba,
holgazán! Es hora de despertar. Tengo noticias para ti. Noticias que jamás has imaginado
–. La risa sarcástica resonó en la cueva mientras el Brujito Loco se ponía de pie y seguía tras los pasos de su
soberana en dirección a la salida principal. No más la puerta comenzó a abrirse
comprendió que algo terrible iba a
sucederle.
-¿Qué
estás haciendo, Calabalumba? ¿Pretendes que la luz del sol me convierta en un
puñado de polvo?
-No temas,
jovencito ridículo. No te haré ningún daño. Al contrario, sanaré tus ojos para salvarlos del miedo a la
luz y así podrás vivir en ambos mundos a la voz. Por supuesto que no será
gratuito pues deberás pagar tus buenos tributos. Todo tiene un precio, Bombo.
Ya sabrás cómo recompensarme.
-Sabes que
los brujos odiamos la luz y todo lo que vive bajo la luz. Deja que yo siga
siendo lo que soy, te lo suplico.
-Escúchame
bien, grandísimo débil mental, si te niegas a que practique contigo mi ungüento
sanador, te convertiré en un dogo para toda tu vida. No te obligaré: elige.
¡Ya!
-Prefiero
ser ciego a ser un perro sarnoso. Aquí tienes mis ojos. Haz con ellos lo que
quieras.
La Bruja
Suprema untó a Bombo y esperó a que la droga hiciera su efecto. En ese momento
el sol del mediodía irradiaba su intensa
y calurosa luz. Bombo se había tapado sus ojos con las manos esperando lo peor
pero, cuando vislumbró que podía ver el mundo sin sentir ni miedo ni dolor, se
arrodilló ante la cruel anciana.
-Gracias,
Señora de la Noche. Aunque no lo soy te seré fiel como un perro.
-Ahora tu
vida comenzará a ser diferente. Ve por ahí y observa lo que
solamente puede ser contemplado durante el día. Un nuevo mundo aparecerá
ante ti, pero no te alejes demasiado
pues podrías extraviarte o caer en mano de nuestros enemigos. Ve, corre,
diviértete y regresa junto a mí. Te haré preparar tus comidas preferidas y
luego, sí, habrá llegado el momento en
que empieces a agradecer el poder de mi magia.
Bombo
inició su paseo lentamente, con temor a perderse porque ese nuevo mundo que se
ensanchaba ante él le resultaba completamente desconocido. Giró su cabeza y vio
la silueta negra y encorvada de la Bruja que estaba saludándolo. Un
estremecimiento súbito sacudió su cuerpo, se introdujo en su mente y
en su corazón; una especie de fiebre
cubrió su piel, una desconocida sensación de alegría lo impulsaba a correr, a
huir de aquel lugar donde había permanecido de por vida, cuando sus desalmados padres lo habían dejado en manos
de Sandunga.
Encontró
una planta de duraznos silvestres y los probó. Jamás había comido algo
semejante, ni tampoco había escuchado el trinar de los pájaros en lo alto de
los árboles, ni había contemplado el color de las serranías, el verdor de los
campos, y mucho menos el placer de beber en el Arroyo de las Murmuraciones,
meter los pies en el agua, observar las bandadas de patos que volaban hacia las
próximas lagunas. Vio correr un conejo y luego a una enorme iguana que se
calentaba sobre una roca, un sendero
atravesado por miles de hormigas que recolectaban hojas para proveer de alimentos a su comunidad.
A cada
momento volvía su mirada ante el temor de ser perseguido. Imágenes del mundo de
las sombras aparecían señalándole el camino de regreso. La presencia brutal de
Calabalumba humillándolo, convirtiéndolo en un perro dogo, alimentándose de
sobras y sancochos, pateado, insultado, aborrecido. Esa era la vida que estaba
esperándolo. ¿Y cuál sería la tarea que iría a encomendarle su ama? ¿Salir
nuevamente en busca de la Cabra Invisible? ¿Prender fuego a la casa de algún
puestero? ¿Salir a robar? ¿A matar a un inocente?
Bombo
aceleró su marcha. En realidad no caminaba sino que corría hacia delante,
siempre hacia delante, a cualquier lugar que no fuera su antigua morada.
Las lágrimas que surgían de sus ojos eran
diferentes a las que había derramado por miedo, por hambre o por odio. La luz
del sol era lo que verdaderamente lo
había sanado de su ceguera. Era mentira que Calabalumba pudiera haber
descubierto una pomada mágica. Era suficiente con no temer la presencia del Sol
para dejar muy atrás la pesadilla de su joven vida.
Bombo
sabía que él no era una buena persona pero algo le decía que podría cambiar.
Apenas vio el puente de madera no dudó en atravesarlo. El Valle del Silencio le
ofrecía un sendero de tierra para continuar su huida. Sobre el verdor de los
pastizales contemplaba a cientos de caballos salvajes, cabras y ovejas que ni
se molestaron en volver sus cabezas
hacia él.
Al llegar
a un humilde rancho, un perro ovejero salió a su encuentro. Lo olfateó y le
ladró, y le mostró sus dientes.
Entonces Bombo no se detuvo, y aunque
tenía sed y hambre, prefirió correr y correr. Más allá encontraría la ciudad de
Covadonga. Allí se perdería para siempre y nadie sabrá nunca cuál
ha sido su destino final.
Alarmada
por los ladridos de Sultán, Tanti salió a la galería del rancho. Vio que
alguien había emprendido una veloz carrera.
-¡Qué
extraño! Ni siquiera se ha detenido para pedirme un vaso con agua. ¿Quién será
ese joven tan extraño?
Capítulo 10
ASESINOS DE NIÑOS
Ana Luz se
levantó temprano, preparó su desayuno y el de Ana Sofía y se dispuso a iniciar
las tareas de esa jornada. Estaba todavía impresionada por la decisión de
Maitén pero, al ver que la gata
correteaba feliz de un lado a otro y nunca se separaba de la pequeña, fue
aceptando la nueva realidad sin mayores preocupaciones.
Hizo el silbido
convenido y de inmediato Ashpa Puca se posó en una de las ramas del árbol más
próximo. Tomó una vieja red para pescar
y uno de sus bolsos y se dispuso a marchar. Pero antes le había
recomendado a Ana Sofía que por ningún motivo salieran hasta que ella no regresara, que no abrieran la puerta si un
extraño golpeara a la misma, cualquiera fuera su apariencia, que jugaran cuanto quisieran pero que no
desordenaran ni ensuciaran más de lo debido con sus travesuras.
A pesar de
haber sido entrenada por Catanga y de haber desarrollado sus instintos
defensivos, la joven tenía aquella mañana la seguridad de que el día
transcurriría sin ningún tipo de sobresaltos. Con la guía y la protección del
águila real se fue orientando hacia el Río de las Penas para intentar capturar
algunas deliciosas truchas arcoiris que las tres amigas gustarían para la cena,
en especial la gata negra.
Cuando
dobló hacia la derecha en un recodo del camino, la zorra Rumipal dio unos pasos
en dirección a la entrada del refugio. Husmeó y observó hasta que pudo comprobar que el peligro mayor había desaparecido. Hizo un
gesto para que la bruja Yacuchina se aproximara con una bolsa en la que traía
varios ratones de campo que depositó uno a uno y luego los azuzó con fieros
ademanes para que echaran a correr. Algunos de los bichos huyeron a campo traviesa pero dos de ellos se
dirigieron a la entrada, posiblemente
excitados por el olor a comida.
Ana
Sofía terminaba de lavar la vajilla del
desayuno cuando Maitén observó por una hendija la presencia de los roedores. Su
instinto fue superior a la promesa que había hecho y sin perder un segundo
corrió tras de su posible almuerzo. Alarmada por la repentina salida de su
mascota, Ana Sofía asomó apenas su
cabecita y fue en ese momento cuando vio aproximarse, lentamente, tomados del
brazo, a los dos ancianos que parecían sonreírle. Ella también olvidó las
recomendaciones y dio unos pasos en dirección a los visitantes. Aunque no había
conocido a sus abuelos, Ana Sofía sintió una viva simpatía por esos dos
viejecitos que parecían desorientados y cansados.
-Hola,
pequeña. ¿Cómo estás? – dijo Sonosongo.
-Hola,
hermosa criatura – agregó su mujer-. ¿Podrías ayudarnos? Como estás viendo
somos un matrimonio de ancianos que se ha extraviado. No sabemos en dónde nos
encontramos y ya no tenemos ni fuerzas para caminar.
-Por
supuesto que los ayudaré. Pasen. Pasen. Pónganse cómodos. Pondré a hervir agua
para servirles un té.
-¿Están
tus padres? – preguntó el viejo -. ¿Hay alguna persona mayor contigo?
-¡Oh!, no.
Mis padres viven lejos de aquí. Esta es la vivienda de mi madrina.
-¡No me
digas! ¿Y cómo se llama tu madrina?
-Ana Luz y
ha ido a pescar truchas al río.
-¿Podrías
alcanzarnos un poco de agua?
-Sí,
abuela, aquí tiene agua fresca del manantial.
-Este
lugar es confortable – prosiguió el perverso mago-, y bien seguro. Jamás hemos
estado en un lugar tan hermoso, tan lleno de árboles y flores. ¡Y esa huerta
con tantos frutos y verduras! Supongo que
te sentirás feliz aquí. ¿Verdad?
-Muy
feliz, señor, aunque en dos días debo regresar con mis padres. En el plazo de
una Luna.
-Ah, ya
veo, ya veo. ¿Quieres a tus padres?
-Mucho,
pero también amo a Ana Luz. Es una mujer muy especial. Ojalá puedan conocerla,
aunque ella va a demorar. El río de las Penas queda a más de dos horas de aquí.
¿Un poco más de agua?
-Ya está
bien, pequeña. Ahora debes indicarnos hacia
dónde deberemos dirigirnos para llegar a la próxima ciudad.
-¿A dónde
van ustedes si es que puedo saberlo?
-A
Covadonga -. La vieja estaba mintiendo descaradamente, pero Ana Sofía no
sospechó.
-Conozco
la ciudad. Mi papá me ha llevado allá de compras algunas veces a los grandes
almacenes.
-¡No me
digas! Supongo que te hacía obsequios, te compraba muñecas, regalos, golosinas.
-Sí, y
también libros de cuentos, aunque siempre me sorprendía comprándome unos
caramelos de miel exquisitos. ¡Qué ricos!
-No vas a
decirme que eran tan ricos como éstos – dijo Yacuchina sacando una bolsa que
tenía oculta en uno de los bolsillos de su vestido.
-Eran para
nuestros nietos, pero como has sido tan amable con nosotros, te los dejamos.
Cómelos uno por uno pero no seas demasiado golosa.
-Gracias,
abuela. Por favor, vengan por aquí que voy a indicarles cómo regresar a
Covadonga.
Aunque Ana
Sofía no sabía muy bien por donde había
venido en compañía de Ana Luz, se las ingenió para dar algunas indicaciones que
los sucios ancianos parecieron no tener en cuenta. Se alejaron tan lentamente
como habían venido y comenzaron a cuchichear entre ellos. Detrás del más
corpulento de los algarrobos los esperaba la zorra Rumipal.
-Y bien,
viejos, ¿cómo ha funcionado la comedia?
-Ya la
tenemos. En un momento más esa niña se habrá comido los caramelos de
Calabalumba. No creo que sea prudente quedarnos por aquí. Regresemos – dijo
Sonosongo dando unos pasos.
-¿A dónde
crees que vas, viejo estúpido? La orden de nuestra soberana es aguardar hasta comprobar que la misión haya
sido cumplida.
-Pero
estamos cansados, Rumipal. Apenas si puedo sostenerme sobre mis piernas.
-Vamos a
internarnos en ese bosquecillo y allí pasaremos la noche. No se discuta más.
Con la
satisfacción de haberse dado un banquete, Maitén ingresó al refugio para
contarle a la niña su aventura tras los ratones cuando observó que Ana Sofía
yacía en el piso y a su lado algunos de
los caramelos envenenados. Se aterró por lo que estaba viendo
y se dio cuenta de su imprudencia, de su
pésimo comportamiento que bien podría ser la muerte de su pequeña amiga.
Salió a todo lo que le daban sus patas.
Un solo
pensamiento la guiaba rumbo al río para llevar la triste noticia. Corría,
saltaba sobre piedras y plantas espinosas, se lastimaba y continuaba su alocada
carrera hasta que desde lo alto, Ashpa Puca observó su negra figura. En un
instante planeó y descendió a metros de Ana Luz. Con sus desesperados gestos
trataba de hacerse entender, de pedirle a la joven que la gata negra venía
hacia ella. Bastaron esos gestos para que Ana Luz tomara el bolso y la red y
saliera corriendo hacia su refugio.
Un buen
rato después se encontró con Maitén y
supo la tragedia que estaba ocurriendo, la peor noticia que había recibido en
su vida. ¡No podía ser! ¿Cómo pudo ser tan ingenua y pensar que nada malo
sucedería en su ausencia? Seguía corriendo, cubierta de sudor y polvo con sus
ojos mojados por las lágrimas. ¿Qué le diría a Tanti? ¿Cómo justificar ante Nahuel
esa conducta propia de gente irresponsable? Había fracasado totalmente, sus
mejores sueños se estaban desvaneciendo. Pensó en Catanga, en la desilusión que
significaría para su anciana maestra de vida semejante descuido.
Apenas
ingresó, sus peores presentimientos
parecían haberse cumplido. Allí estaba su pequeña, a quien amaba como si fuera su propia hija.
Ana Sofía, tan inteligente como pocos
niños de su edad, curiosa y colaboradora, amistosa y divertida. La tomó en sus
brazos y la depositó en su cama, buscó agua para lavarle el rostro y luego los
medicamentos. ¿Cuál de ellos serviría? Era evidente que la niña había sido
intoxicada con esos malditos caramelos y contra esos venenos no tenía
antídotos, es decir una sustancia que evitara que la droga continuara extendiéndose por todo el cuerpo.
-¡No! ¡No puede ser! Por favor, Cabana, Kukulkan,
vengan de inmediato. ¡No me dejen sola! Vuela, Ashpa Puca, y trata de localizar
la campanilla de nuestra amiga. No te demores.
-Ana
Luz, perdóname -. Era la voz dolorida de
Maitén-. Ha sido por mi culpa, por echar a
correr tras unos míseros ratones.
-Cállate,
ya tendremos oportunidad de conversar. Déjame tranquila, por favor.
Así
pasaron varias horas. Ana Sofía apenas respiraba y su corazoncito latía con
dificultad. El color de su piel se iba tornando verdoso y morado. La
temperatura de su cuerpo disminuía, se enfriaba anunciando lo peor.
De pronto,
cuando ya las esperanzas de Ana Luz parecían desvanecerse, oyó la campanilla de
plata de la Cabra Invisible que se aproximaba a toda velocidad. Sus pasos
sonaron sobre el piso de piedras y su balido anunció que estaba a su lado.
-¡Cabana!
¡Bendita sea la Sagrada Luz!
-“Esta
mañana” – se escuchó la voz de la cabra – “tuve un mal presentimiento, pero me
encontraba muy lejos de aquí. Lo siento, Ana Luz, creo que he demorado
demasiado”.
-Todavía
respira, algo podemos hacer, pero no sé qué,
mis conocimientos no me ayudan. ¿Qué haremos?
-“Hay una
sola solución, Ana Luz, pero deberemos atenernos a las consecuencias”.
-¿Existe
alguna consecuencia peor que la muerte? Dime.
-“El
remedio está en la leche que transporto en mis ubres. Si logramos que la niña
beba ningún veneno podrá quitarle la vida. Sin embargo…” – Cabana pareció
dudar.
-Sin
embargo, ¿qué?
-“Ana Sofía
sanará y al mismo tiempo será iluminada
con la divina sustancia que mana de mi cuerpo. ¿Comprendes las consecuencias,
Ana Luz?”
-Las
comprendo y las acepto. Me hago responsable. Por favor, no perdamos tiempo. Voy
a ordeñarte. Aproxímate.
La joven tomó
un cuento de barro cocido, buscó con sus manos la presencia del animal
invisible y apenas encontró las tetas las exprimió. Un chorro de leche
blanquísima salió de cada una, suficientes para intentar la salvación de Ana
Sofía.
Ana Luz
tomó a la pequeña por la base del cuello y con la otra mano acercó el
recipiente con leche a sus labios. Ana
Sofía permanecía inmóvil como si no pudiera mover uno solo de sus músculos,
hasta que hizo un leve movimiento con su
boca y bebió un sorbo, luego otro y otro y en el acto se quedó profundamente dormida.
Aunque
pasaron solamente pocos minutos, la espera pareció interminable hasta que un
leve movimiento de sus hombros pareció indicar que estaba despertándose. Mostró
su sonrisa más hermosa, trató de incorporarse y todavía en brazos de su
madrina, abrió grande sus ojos y exclamó:
-¡Cabana!
Te estoy viendo. Eres pequeña y hermosa y tus ojos son grandes y tus cuernos y
tu cuerpo están hechos de luz. ¿Qué me está pasando? Ana Luz, abrázame, tengo
miedo.
Capítulo
11
EL ÚLTIMO ESCONDITE
Desde su escondrijo, la banda de criminales
procuraba tener noticias sobre el imperdonable acto que había realizado. No debían regresar hasta no
tener la seguridad de que la pequeña Ana Sofía hubiera recibido el castigo que merecían sus padres. Lejos de su
alcance, en el confín del Valle del Silencio, nada podía hacer Calabalumba para
escarmentar a Tanti y Chacay Nahuel por haber tenido una hija, fruto del cruce
de una humana y un hijo de brujos. La palabra “mestizo” era, para el pueblo de
la noche, una expresión que no figuraba en su limitado diccionario. Era un
agravio para todos aquellos que durante miles de años no habían pasado la
frontera que los separa del mundo de la luz.
La acción
de los envenenadores iba mucho más allá. Los padres de la niña y su madrina
recibirían el cruel mensaje para que nadie, nunca más se atreviera a desafiar
las antiguas leyes y códigos con los cuales eran sometidos. El rumor de la
sentencia ejecutada por el viejo matrimonio de brujos echaría a correr hasta
más allá de los límites de la nación
tenebrosa.
La astuta
zorra Rumipal permanecía al acecho, atenta a cualquier movimiento, al mínimo
sonido que pudiera indicar que el mandato había sido cumplido y que podrían
regresar para dar la buena noticia. La espera se prolongaba durante horas hasta
que se asomó Maitén, seguida por Ana Luz. Un momento antes, la gata negra le
había suplicado a la joven que le diera una última oportunidad para tratar de
ubicar a los atacantes. Si tenía la posibilidad de identificarlos sabría
quiénes eran y de esa manera colaborar
en la captura o en la fuga y con
esa acción ser perdonada por el error que había cometido.
-¡Vaya!
¡Vaya! Miren a quién tenemos ahí, nada menos que a esa traidora gata. Ustedes
huyan mientras yo procuro distraerlas.
Corran, vuelen, pareja de vejestorios, ustedes no tienen la menor idea de lo
que es capaz esa maldita Ana Luz. Yo he
sido testigo de cuando la feroz águila real…
No tuvo
tiempo de completar la frase cuando Yacuchina y Sonosongo habían puesto los
pies en polvorosa. Sacando fuerzas de su propia desesperación salieron del
bosquecillo hasta llegar a un sendero
que cruzaba una pequeña quebrada. Esfuerzo inútil puesto que pronto estarían
sobre ellos y entonces habría llegado el momento de la justicia para quienes
durante innumerables años habían
realizado toda clase de malas acciones.
Maitén
conocía bien las tretas y trucos que practicaban los secuaces de la soberana de
la noche. Cuando descubrió la presencia de Rumipal que se mostraba a propósito
para luego correr velozmente en la dirección opuesta a la de los viejos, no observó que la zorra había hecho
una señal para que los fugitivos
tomaran por un atajo que las llevaría
directo hacia el Arroyo de las
Murmuraciones. Había por allí, además de la Laguna de la Niña Encantada varios
escondites que acostumbraban utilizar aquellos que eran sorprendidos por la
llegada de la luz. Gudaluga pamba chigasta (la
luz del día transforma y destruye), decían, y sin dudar un segundo se escondían
en esos secretos socavones a esperar la llegada de la noche.
Desde muy
alto, revoloteando en busca de los que huían, Ashpa Puca observaba las
diminutas figuras de la joven y la gata negra que corrían a más no poder,
aunque por senderos equivocados. El águila real pudo ver que la pareja de
asesinos había tomado por un estrecho túnel en donde podían ocultarse o bien
ganar tiempo para llegar antes. Era uno de los numerosos túneles cavados por
los buscadores de oro y piedras preciosas en otros tiempos, antes de que las
Sierras Grandes fueran ocupadas por los espíritus del mal.
El enorme
pájaro carnívoro planeó velozmente para
alertar a Ana Luz sobre el camino que debían tomar y luego volvió a subir alto,
más alto, oteando la cumbre de los cerros, los valles, los bosques de caldén, y
las corrientes de agua, ríos, arroyos, canales. Sí, ahí aparecía la luz
plateada del Arroyo de las Murmuraciones, que serpenteaba entre las piedras, a
veces sereno, por momentos cayendo en catarata desde grandes alturas o colmando
la cavidad de las lagunas.
Ana Luz y
Maitén encontraran la boca del túnel y por allí cruzaron en medio de la
completa oscuridad, pues ellas, que en
diferentes tiempos habían vivido en el mundo de la brujería sabían cómo orientarse. Salieron a la luz
resplandeciente del Sol en las inmediaciones de la laguna en donde hacía años
Ana Luz y Tanti habían estado a punto de perecer ahogadas. Se detuvieron para
descansar y fue en ese momento cuando Ana Luz supo que los atacantes de la
pequeña Ana Sofía eran los horribles espíritus que le habían visitado en sueños
en casa de Tanti.
-Son
Yacuchina y Sonosongo – dijo Maitén-. Odian a los niños y a los jóvenes, no son
abuelos sino un par de crueles asesinos. No los dejemos escapar.
En el
mismo instante en que
iniciaban su carrera para arrestar a la ruinosa pareja, una voz
estridente que venía de lejos las
paralizó:
-¡Aquí!
Vengan conmigo. Apresúrate, abuela Yacuchina. No demores, anciano Sonosongo.
Aquí podrán ocultarse. ¡Vamos! ¡Dense prisa! ¡Los estaba esperando!
-Es
Taninga, la Niña Encantada – dijo Ana Luz.
-¿La
conoces? ¿Sabes lo peligrosa que es?
-Vaya si
lo sé, Maitén. Luego te contaré. No des un paso más. Aguardemos.
Muy alto,
planeando sus enormes alas, Ashpa Puca también sería testigo de la escena, el
momento en el que los pérfidos brujos estaban a punto de salvarse de la persecución.
La imagen
de la ninfa, mitad mujer, mitad pez, se desplazaba sobre la superficie de la
laguna, moviendo su plateada cola a un lado a otro para sostenerse. Con sus
manos hacía señas a las dos figuras que
continuaban su despavorida carrera. Al llegar al borde del agua volvieron atrás
sus cabezas y vieron a la joven que los
contemplaba amenazante junto a la gata negra y allá, arriba, en vuelo
descendente hacia ellos, a un terrible pájaro de poderosas garras y pico
afilado. No tenían otra escapatoria que zambullirse en el pozo profundo. La voz
melosa de Taninga continuaba
seduciéndolos:
-No teman,
amorosos ancianos. Aproxímense, vengan conmigo. Dame tu mano, Yacuchina. Entra,
Sonosongo. Así, así, eso es, avancen, no teman… Taninga los protegerá, entren
al agua.
Una
explosión ensordecedora pareció provenir
de lo profundo de la laguna al mismo tiempo que un gigantesco chorro de agua
subió varios metros. En un par de segundos pudo observarse que en el agua
flotaban los más extraños seres: peces carnívoros de cuerpo pequeño y enormes cabezas con una
doble hilera de dientes, anguilas eléctricas, cangrejos gigantes y quien sabe
cuántos bichos de las profundidades que se hacían el festín de sus vidas. El
estruendo del agua no podía apagar la risa y los gritos de Taninga que
estremecieron el corazón de Ana Luz. El águila real volvió a remontar vuelo,
dando por cumplida su misión y Maitén, por ser gata y odiar el agua, retrocedió
varios metros, subió a una roca y desde allí gritó:
-Ten
cuidado, Ana Luz, el agua desbordó el arroyo y viene hacia nosotros. Debemos
escapar de este lugar. Todo a lo largo
del camino está inundándose.
-Tienes
razón, Maitén. Nunca imaginé que fuera tanta el agua que pudiera brotar de esa
laguna. Regresemos a casa. Nuestra pequeña estará esperándonos para almorzar.
-¡Qué
espantoso!
Capítulo 12
FUEGOS ARTIFICIALES
Desde una
prudente distancia Rumipal contempló el trágico final de los envenenadores.
Como en otras ocasiones, la astuta raposa se había salvado de un grave peligro
gracias a su instinto y a la indiferencia que sentía hacia el destino de los
demás.
Sin
pérdida de tiempo inició su carrera en dirección al antro siniestro de su ama y señora, la vieja
Calabalumba. Llegó a media tarde y aunque a esa hora todos dormían, se atrevió
a pasar por los secretos pasadizos hasta el lugar en donde suponía que estaba su comandante en jefe para darle el
parte de la descomunal batalla. Chilló una y otra vez hasta que una voz áspera
le gritó:
-¿Será
posible que siempre que estoy ocupada vienes tú a molestarme?
-No deseo
molestarte pues traigo…
-Más te
vale que sean buenas tus noticias. Después de tantos desastres no toleraré un
fracaso más. Vamos, habla de una vez,
pulguienta zorra. ¿Dónde está la pareja de ancianos?
-Los
mensajeros cumplieron con su tarea. Lo que debía hacerse fue hecho.
-¿Dices la
verdad? ¿Acaso te atreves a burlarte de mí?
-El
objetivo fue derribado, aunque las pérdidas por nuestra parte son graves.
-¿Qué
puede ser tan grave ante semejante victoria? Cuéntame el operativo
paso a paso. En estos momentos tengo para ti todo el tiempo del mundo. Quiero
oír el parte de batalla sin omitir
detalles. Me parece sentir una corona de laureles sobre mis hombros.
La crónica
que hizo Rumipal no solo fue completa sino que agregó hechos y circunstancias
que eran parte de su mera invención y en
los que ella había sido la principal protagonista. Por muchos años la zorra
bruja había intentado ganar la
confianza de la Dama de la Noche pero
jamás había tenido la oportunidad de mostrarse del modo en que ahora lo estaba
haciendo. Siempre había formado parte del grupo inferior de la corte; ahora aspiraba a ser nombrada dama de
compañía, confidente y asesora en asuntos privados, por lo menos.
-¿Terminaste
tu discurso? Entonces basta de tanta perorata. Ve a tu cueva y acicálate para
la fiesta que daré en tres noches. Festejaremos hasta la salida del sol con
bombos y platillos. ¿Sabes lo que esa expresión significa? No creo que lo sepas
porque eres y serás una pobre zorra ignorante. ¡Fuera!
Rumipal
metió su cola entre las patas y salió a toda carrera antes de que pudiera
recibir uno de aquellos dolorosos puntapiés. Se consoló pensando que en la
lujosa fiesta Calabalumba sería la comidilla de sus invitados cuando vieran en
lo que se había convertido: en una mujer senil y anticuada y tan fea que nadie
deseaba permanecer en su presencia.
Ajena a lo
que cualquiera pudiera suponer acerca de ella, la hechicera caminó apoyada en su bastón en
dirección al escondrijo donde tenía su laboratorio. Sobre las hornallas el fuego lamía las ollas negras en las que
hervían las mescolanzas con las que una y otra vez procuraba encontrar el
elixir de la eterna juventud. La alegría que sentía por las buenas noticias
recibidas le dio motivos para pensar que ahora sí hallaría la fórmula perfecta
para terminar con esa pesadilla que la humillaba y la hundía en la
desesperación.
Mientras
el preparado se enfriaba aprovechó para echarse en un rincón y quedarse dormida
el tiempo suficiente para realizar la prueba definitiva. Era ahora o nunca. Si
el resultado tenía éxito, como el que
ella esperaba, se quedaría en el país de la magia por siempre jamás, pero si
fracasaba, huiría hacia cualquier parte.
Tenía cómplices y compinches en cualquiera de los países vecinos y llegaría
adonde fuera con la rapidez de un rayo montada en su escoba voladora, la misma
que había conducido su detestable abuela y antes de ella otras brujas
poderosas.
Apenas
despertó, el ruido que hacían las ratas en la jaula era la señal de que el
momento había llegado. Untó uno de sus dedos y lo puso en la boca de uno de los
cobayos, el más viejo y enfermo que estaba agonizando de hambre y de crueles
enfermedades. En un instante el animal se reanimó, dio saltos, buscó su
alimento y mostró el brillo de la vida
en su piel y en sus ojillos. Calabalumba pareció sonreír pero en su boca
arrugada apenas asomó un gesto de temor
y desconfianza. Guardó el elixir en una redoma de cuello fino y la ocultó
detrás de algunos de los viejos libros de magia química.
Pasó el
resto del día y de la noche y de los días y noches siguientes sin hacerse ver.
Daba las órdenes a gritos desde su cubil para que Catriel, Congo y Rumipal las
ejecutaran. No tenía deseos de mostrar ante
su gente en ese estado cada vez más calamitoso. Los preparativos en la
Caverna Mayor se iban realizando sin demoras para la fiesta de gala en la que
haría importantes anuncios. Sería la anfitriona y el centro de la reunión, la
comidilla de los magos y de las hechiceras chismosas, la admiración de su
comunidad. El recorrido era siempre el mismo: de su aposento al laboratorio, de
allí a la sala de las arañas tejedoras, luego pasaba a la biblioteca y
continuaba consultando en los viejos tratados
hasta quedarse dormida.
A la
tercera noche, el ruido infernal de voces, gritos y saludos, insultos y chanzas
estaban indicando el comienzo de la noche en la que ella festejaría
su retorno a la juventud y a la belleza, el triunfo sobre Ana Luz, la
recuperación de su poderío y el comienzo de la batalla final, aquella que la
conduciría al dominio completo de las Montañas Mágicas. No habría en ellas
lugar ni para brujas de la luz ni para mestizos y menos aún para humanos.
Deberían ser barridos, exterminados sin contemplación.
Mientras
Calabalumba se cubría con sus nuevos vestidos y joyas, los invitados iban
sentándose en los bancos de piedra alrededor de las mesas en las que serían
servidos los exquisitos manjares. En el estrado superior destinado a visitantes
ilustres ya estaban sentados la princesa Panambí, bruja de las selvas
misioneras, Curundú, vidente chaqueño que tenía el aspecto de un espléndido
pájaro charata, y Pichi Curacó, el mago experto en explosivos y fuegos artificiales. El murmullo era atronador y el desorden estaba llegando a los
límites de lo soportable cuando la multitud giró su cabeza para contemplar el
ingreso de la joven más increíble que ojos de brujos hubieran contemplado
jamás. Las bocas se abrieron en una
enorme O de asombro al paso majestuoso de Calabalumba, descalza como era su
costumbre y ataviada con un vestido dorado y una capa negra que realzaban un
cuerpo perfecto, un rostro sin maquillaje, una boca naturalmente rosada e
inquietante.
Antes de
tomar asiento entre sus invitados especiales, se dio tiempo para dar una y otra
vuelta de aquí para allá, mostrando su sonrisa, saludando con sus manos y con
inclinaciones de cabeza. Luego se acomodó al centro del estrado y ante un golpe
con las palmas de sus manos, apareció Golim, el jefe de los gnomos cocineros
que con impresionante agilidad trepó a la mesa principal y desde allí
anunció:
-Menú para
la Fiesta de Gala de nuestra Soberana-. La multitud lo interrumpió con el
saludo ritual:
Bamba
batú mandinga (Adoremos al
Espíritu del Mal).
Luego de
un breve silencio el duende prosiguió:
-Serviremos
en este orden los siguientes platillos: Huevos de víbora rellenos con crema de
hígado de sapo, carne de cangrejo y rodajas de anguila fritos en grasa de
caballo, cola de iguana estofada con tomates rojos del averno.
La
multitud impaciente gritaba: ¡Postres! ¡Bebidas! ¡Licores!
Golim, sin
impacientarse continuó la lectura del menú:
- Se
servirá jugo amargo de carqueja, refresco de mora negra
y abundante trinki, el aguardiente de
piquillín, nuestra bebida tradicional. Que les aproveche.
A una
señal de la anfitriona, docenas de pequeños hombrecillos dispusieron sobre las mesas de piedra una hilera de fuentes y platos que despedían los olores más extravagantes. En
un instante, comiendo con la mano y resoplando, los invitados se lanzaron sobre
los alimentos y mordieron y tragaron, escupieron lo que no les agradaba,
arrebataban en la fuente de sus vecinos, se daban codazos, empujones y patadas
por debajo de la mesa, eructaban y se limpiaban las manos sucias en las ropas
del vecino. En pocos minutos no quedó nada para comer y poco para beber
mientras el sueño comenzaba a ganarlos hasta que con un golpe de su bastón de
mando Calabalumba llamó a silencio, se puso de pie, volvió a saludar y esperó a que terminara el murmullo
para pronunciar su breve discurso.
-Pueblo
del infierno, miserables súbditos, angurrientos y borrachines de mal calaña.
Esta es nuestra noche de gala en la que festejamos el regreso de mi belleza, de
mi eterna juventud y al mismo tiempo el triunfo sobre nuestros enemigos -. Hizo
una pausa esperando los aplausos de la multitud pero ante el silencio que
guardaban sus invitados, prosiguió:
-Honremos
la ciencia desconocida que ha permitido
elaborar venenos y elixires, pócimas y tónicos que nos permiten sostener
nuestro poder y nuestra soberanía.
Recordemos esta noche a Capayán, a Luán
Toro, a Yacuchina y Sonosongo, muertos en glorioso combate contra nuestros
despreciables adversarios. Maldigamos el nombre de Bombo y de Maitén que nos
han traicionado…
La
multitud la interrumpió con un:
-¡Ollantaj
pirisqui sumay! (Mueran los brujos traidores).
-…para
sumarse a los ejércitos de la luz que se
han atrevido a desafiarnos. Demos la bienvenida a nuestros invitados
especiales. A mi derecha tenemos a la Princesa Panambí, bella y radiante como
siempre; a su lado está Curundú, vidente de las selvas chaqueñas, y a mi
izquierda tenemos nada menos que al famoso mago Pichi Curacó, venido
especialmente desde el lejano Tilisarao para deleitarnos con sus fuegos de
artificio. Aplaudan.
Las
vasijas con licores iban de mesa en mesa
y más de uno yacía en el piso, entre residuos de comida, restos de platos
rotos, huesos, papeles sucios y toda clase de desperdicios. Aun en ese estado no apartaban sus ojos de la vistosa imagen de Calabalumba, en su
noche de gloria. Había sido perseverante, obstinada, cruel, implacable como
correspondía a su categoría de bruja superiora. Estaba dispuesta por esa noche,
solo por esa noche, a perdonar a aquellos que habían perdido el decoro y se
abrazaban tambaleantes, reían o
lloraban, se daban puñetazos y se insultaban.
Finalmente,
como estaba previsto en el programa,
salieron a la oscuridad de la noche. Sobre distintos puntos en lo alto de los
cerros, el mago Pichi Curacó había colocado explosivos, cañas voladoras,
cohetes y ruedas y a una señal suya, sus
ayudantes encendieron las mechas y en un instante el cielo se llenó de
estrellas artificiales, estelas luminosas que subían y bajaban, cometas rojos y
amarillos, discos de fuego que giraban sobre ruedas de alambre. Era la noche
perfecta para una mujer perfecta. Antes del saludo de despedida bebió con sus invitados oficiales otra copia
de trinki. Con
su fétido aliento a alcohol se abrazaron en señal de fraternidad y de unión en
nombre de todos los seres de las tinieblas.
Calabalumba
regresó a su aposento privado para desvestirse y echar un sueño pero antes tomó
el Espejo de la Verdad que estaba junto a su cama. Una vez más deseó
contemplarse, sentir el gozo de su mirada sobre su fresca piel y sus largos cabellos
rojos. Pero el espejo no la reflejaba a ella sino que mostraba una
imagen que le sonreía con un aire de infantil malicia.
-Hola,
Calabalumba. ¿Me reconoces? Soy Ana Sofía.
Capítulo 13
LA INUNDACIÓN
El tiempo para que Ana Sofía regresara al hogar de
sus padres estaba llegando a su fin. Muy temprano, como era su costumbre, Ana
Luz hizo los preparativos para el viaje. Despertó a su pequeña ahijada que a
toda costa pretendía continuar
durmiendo, preparó el desayuno y cargó
bolsos y alforjas sobre el lomo de la dócil burrita que se mostraba impaciente
por salir de paseo luego de varios meses de ocio.
-Escuchen
atentamente. Por algunos días estaré de viaje y para cuando regrese espero que
nuestro hogar esté en orden. Cada una de ustedes tiene una tarea que hacer y de
ella dependerá nuestra seguridad y nuestro futuro. No tenemos noticias sobre lo
que está sucediendo en el cuartel general de Calabalumba, salvo los fuegos
artificiales que pudimos ver noches pasadas. Debe haberse festejando algo muy
especial, algo que yo desconozco.
Maitén y
Ashpa Puca escuchaban con atención. Sus vidas estaban entrelazadas y se debían mutua protección: estaban en
continuo peligro, pues como siempre repetía su hermosa e inteligente guía,
“mientras haya luz habrá oscuridad”. En el mundo de los animales silvestres era
impensable que una gata y un águila real
fueran amigos pero ellos eran algo más que hijos del reino animal, eran dos brujas al servicio de la joven discípula de
Catanga.
-Comida no
les faltará en ningún momento, pero salgan de caza una por vez. Recuerden lo
que vean y escuchen, marquen los lugares en los que haya sospecha de intrusos.
Pronto volveremos a vernos.
-Hasta
pronto, Ana Luz. No sabes cuánto te extrañaré, Ana Sofía – dijo la gata
ronroneando mientras rozaba las piernas de la niña, acariciándolas. El águila
real hizo un movimiento con su cabeza, correteó unos metros y tomó impulso para
iniciar su majestuoso vuelo. Ella acompañaría a las viajeras hasta el cruce de
aquellos tan diferentes y opuestos mundos.
-Yo
también te extrañaré, Maitén. Ojalá mis padres me den permiso para vivir aquí
definitivamente, aunque sospecho que eso nunca sucederá.
-Estaré
esperándote., Ana Sofía.
Iniciaron
el viaje descendiendo lentamente por los serpenteantes senderos que las
llevarían hasta el pie del Cerro de las Brujas. Avanzaban en silencio, cada una
imaginando de manera diferente lo difícil que sería separarse, tal vez por
muchos años. Pero no siempre la vida, aunque uno sea un niño, es como se desea.
Es lo que tal vez iba imaginando Ana Sofía, cuando dijo algo que a Ana Luz la
sorprendió y al mismo tiempo la llenó de curiosidad.
-Hace un
momento estabas diciendo que en el campamento secreto de los
brujos de la oscuridad festejaban con
fuegos artificiales. ¿Tú qué crees?
-Ojalá lo
supiéramos, Ana Sofía. Supongo que la Dama de la Noche pensaba que aquellos horribles ancianos te
habían envenenado.
-Pienso lo
mismo, Ana Luz, aunque estoy segura de
que en estos momentos, sus pensamientos no le producen la felicidad que
deseaba. Tal vez se haya llevado la sorpresa más grande de su vida.
-¿Por qué
dices eso?
La pequeña
continuó caminando sin responder, aunque en su sonrisa y en el brillo de sus
ojos se leía que estaba divirtiéndose por algo que ella había hecho.
-Te daré
solo una pista, Ana Luz. Supongamos que esa bruja se contempló ante su mágico
espejo y ¿qué crees que pueda haber
visto?
-Supongo
que su cara y sus ojos malvados. ¿Qué otra cosa?
-Adivina.
-No tengo
ni la menor idea. ¿Qué podría asustar a semejante monstruo?
-Tal vez
haya visto algo mucho más horrible, algo que en estos momentos no la deja ni
comer ni dormir.
-¿Qué pudo
haber visto? ¿Estás jugando a los
acertijos conmigo?
-Pudo
haber visto el rostro de una niña.
-No te
creo. Estás inventando una hermosa mentirilla.
-No, Ana
Luz, no estoy jugando contigo. Tal vez
vio el rostro de una niña que le decía: “Hola,
Calabalumba. ¿Me reconoces? Soy Ana Sofía”.
-Eres una
niña incorregible. ¿Cómo pudiste? ¿Quién te enseñó ese truco?
-Ya te
dije que mi papá Nahuel me ha enseñado todo lo que él aprendió cuando era niño.
Pero, además de ti, sabes que también
aprendo de Kukulkan, en mis sueños, y de Cabana…
-Nos estamos
metiendo demasiado profundo en el mundo de los misterios, Ana Sofía. No olvides que si no somos prudentes, podemos
pagarlo caro. No juguemos con fuego si no queremos quemarnos.
-Estoy por
cumplir siete años pero pienso como una mujer mayor. Eso lo sabes bien, y
también sabes que no todo lo que hago depende de mí.
-Pero
¿cómo te atreviste a mostrarte en ese espejo?
Vuelvo a preguntarte lo mismo. ¿Por qué lo hiciste?
No era el momento para encontrar respuestas
sino para reírse. Ambas se miraron, detuvieron el paso de la burra que parecía
no entender ni jota, y se echaron a reír como jamás antes lo habían hecho.
Reían tanto que hasta les saltaban lágrimas de los ojos. Finalmente se calmaron
y reanudaron la marcha.
En las
proximidades del cruce, observaron que muy lejos, en dirección a ellas,
cabalgaban dos jinetes. Era tal como habían convenido, que al mediodía se
encontrarían con Tanti y Chacay Nahuel
en el puente de madera que cruza
el Arroyo de las Murmuraciones. A medida que avanzaban vieron que el lugar estaba cubierto por una
extensa ciénaga de agua y barro
podrido, sobre la que revoloteaban cientos de aves comedoras de carroña.
El pantano no sólo cubría el puente y las
inmediaciones sino que estaba repleto de enormes cangrejos, anguilas eléctricas
y voraces peces carnívoros que competían por un espacio de agua, se mordían y
cortaban en pedazos mientras las aves predadoras se hacían un festín con tantos
bichos inmundos.
Sin el
puente era imposible pasar al Valle del Silencio. Tampoco podía hacerse en
cientos de metros a la redonda frente al peligro que suponía vadear las aguas
infestadas. Cualquier animal o ser humano que se atreviera no podría dar más
que unos pocos pasos antes de ser
devorado.
Ana Luz
recordó que la inundación se había iniciado en el momento en que una explosión
interna en la Laguna de la Niña Encantada había echado por el aire un remolino
de espumas y de animales acuáticos segundos después de que la ninfa Taninga había invitado a
Yacuchina y Sonosongo a ocultarse en la hoya profunda. Ahora el lugar se
mostraba apacible pero era evidente que había estado brotando agua en
cantidades mayores a las normales. Estaban aisladas y quién sabe por cuánto
tiempo.
Se
aproximaron a prudente distancia para
saludar a los padres de la niña que también observaban el horrible espectáculo.
Por más voluntad que pusieran no podrían encontrarse, ni abrazarse, ni
contarse los momentos vividos en
aquellas semanas. Poniendo sus manos como bocina para aumentar el tono de las
voces, apenas pudieron intercambiar unas pocas frases.
-¿Qué ha
sucedido, Ana Luz?
-El
arroyo ha crecido y todo el lugar está
inundado desde hace días
-¡Y esos
bichos! ¿De dónde han salido?
-No lo
sabemos. Es horrible, pero no podemos arriesgarnos.
-Ya vemos.
¿Cómo estás, hija?
-Muy bien,
papá. Estoy muy feliz viviendo con Ana
Luz. Los extraño, pero me gusta este lugar. Es fantástico.
-¿Te
has portado bien, Ana Sofía? ¿No le has
dado trabajo a Ana Luz?
-Me porto
bien, aprendo cosas nuevas y colaboro en las tareas de la casa. Hago lo que tú
me enseñaste, mamá.
-Te quiero
mucho, hijita.
-Lo
siento, Tanti. Postergaremos el regreso para cuando este lugar esté despejado.
Vayan tranquilos, que yo me ocuparé. Estamos bien, felices y protegidas. No se
preocupen por nosotras. Tenemos comida suficiente para varios días.
Nahuel
señaló con una mano la presencia en el aire del águila real.
-¿Qué hace
aquí ese pájaro? ¿Lo conoces, Ana Luz?
-Por
supuesto, es Ashpa Puca, nuestra protectora. No sabes lo leal y poderosa que
es.
-Y yo
tengo una gata negra y muy divertida que
se llama Maitén.
-Siempre
quisiste tener una mascota. Ahora la tienes. Cuídala.
-Lo haré,
mamá.
-Bien,
debemos regresar. Traíamos comida para
el almuerzo. Otra vez será. Adiós, Ana Luz. Hijita, te amamos.
-Yo
también los amo. Hasta pronto.
Cada grupo
regresó por el camino que habían recorrido desde temprano. Tanti y Nahuel con
cierta tristeza por no haber podido abrazar su hija. Ana Luz, impresionada por
la imagen de la ciénaga que se interpuso
y tal vez postergó el ansiado encuentro por quien sabe cuánto tiempo más. Ana Sofía, aunque pequeña, luchaba con sus
sentimientos. Por un lado estaban sus
padres, el deseo de volver a casa, tomar leche fresca, comer carne asada y pan,
ver a la anciana Catinga. Pero una
fuerza diferente le dibujaba una extraña sonrisa en el rostro. Era inmensamente
feliz viviendo con Ana Luz, se divertía jugando con Maitén, paseando por valles
y serranías, colaborando en el cultivo de la huerta, en traer agua del
manantial. Pero, por sobre todo, un inquietante pensamiento la acompañaba: “¿Me
estaré convirtiendo en una niña bruja? ¡Me gusta, me gusta!”
Capítulo 14
CANDONGA Y EL DIOS SOL
-Nosotras
iremos a pescar truchas al Río de las Penas y a traer un poco de leña para la
cocina. Tú, Ashpa Puca, tomando toda clase de precauciones y volando muy alto,
vigilarás qué pasa en el campamento de Calabalumba. Durante las noches se
observa la continua llegada de invitados especiales, que no son otra cosa que
brujos de países distantes que han ofrecido su colaboración. Además, se
escuchan extraños ruidos, como si estuvieran
realizando perforaciones en la roca.
-¿Puedo ir
con ustedes? – preguntó Maitén.
-No esta
vez pues no debemos dejar nuestro hogar sin que alguien cuide lo poco que tenemos. A nuestro regreso te
prometo una cena especial.
-Me gusta
mucho las truchas, que tengan buena pesca.
Mientras
el águila real remontaba vuelo, Ana Luz buscó el aparejo de pesca y una soga
fina para atar los palos y ramas secas que encontrarían en el camino. Observó
que la burrita continuaba pastando sin mayores preocupaciones en los
alrededores del refugio. Tomada de la mano de
Ana Sofía emprendieron el largo camino hacia el Río de las Penas
que, desde donde ellas se
encontraban, brillaba como una serpiente
plateada que baja de las montañas y se pierde en el horizonte, en el Lago de
los Esperpentos.
-¿Ibas a
pescar cuando eras niña, Ana Luz?
-Íbamos
con mi padre, Cabalango, hasta cuando ellos, los que ya sabes, comenzaron a emboscarnos, a poner trampas en
los senderos y a amenazarnos de muerte.
-Debes
prometerme que me contarás un poco más sobre tu historia. Tus encuentros con mi
mamá Tanti cuando eran niñas, tu relación con la Bruja Solitaria y sobre todo,
quisiera que me explicaras cómo fue aquel viaje al corazón mismo de la Cueva de
los Sueños donde crece una planta única en el mundo.
-No
pienses que fue un viaje de placer, Ana Sofía. Por poco quedo atrapada allí,
para siempre, envuelta en la locura de los peores sueños y pesadillas que tienen los hijos de
la oscuridad mientras duermen.
-Pero,
según me has contado, tuviste el tiempo suficiente para arrancar algunas flores
de la Manzanilla del Olvido.
-Esa es
otra historia muy importante en la vida de mi familia. Gracias a una taza de té
pudimos salir de este lugar y olvidar para siempre que habíamos sido una
familia de brujos.
-Tus
padres se olvidaron, pero tú no, ¿verdad, Ana Luz?
-Hace
algunos años, en el momento en que estaba por volver a encontrarme con
Catanga, una bella canción me despertó.
-¿Una
canción? ¿La recuerdas?
-¿Cómo
podría olvidarla? Esa canción me trae a la memoria la imagen de mi maestra, de Catanga, la bruja de la luz,
de quien ya hemos hablado varias veces.
-¿La
cantarías para mí?
Mientras
continuaban caminando, Ana Luz, con su voz estremecida por la emoción, cantó la
más antigua canción que alguna vez, hace miles de años, escribieron los
espíritus luminosos.
Sólo
la flor que crece en las montañas
Puede
llevar al valle su fragancia.
Cuando
muere la flor queda el perfume,
Y
si el aroma perdura la semilla está a salvo.
-No
entiendo el significado, Ana Luz, pero escucharte cantar me produce, ¿cómo
podría decirte?, una sensación de paz y de alegría. ¡Qué bonito!
-Con el
paso de los años, tal como me sucedió a mí, comprenderás el sentido de cada
palabra. Por ahora, basta de conversación, estamos llegando al río y si hacemos
ruido espantaremos a esos hermosos y sabrosos peces.
Practicaron
durante horas la paciente búsqueda de lugares en donde podrían encontrarse las
truchas esperando el momento para remontar la corriente río arriba. Con una
final red sujeta a un palo, Ana Luz procuraba enredar a sus presas, que la
mayoría de las veces se escurrían. Finalmente pudieron sacar del agua tres
ejemplares de tamaño mediano, suficientes para la comida de los próximos días,
especialmente para la gata que se alimentaba de
ratas, pequeños conejos y pescado.
La tarde
se estaba terminando, más rápido de lo deseado, de manera que las pescadoras
regresaron a paso rápido recogiendo de paso madera para el fuego y la estufa
para cuando llegaran los fríos.
Ana Sofía transportaba la bolsa con la pesca y Ana Luz el atado de leña al
hombro. A ambas les agradaba dialogar
sobre los temas más diversos aunque también se sentían cómodas en el silencio,
momentos en los que cada una volaba con su imaginación quién sabe adónde.
Cuando ya empezaron a divisar los altos árboles que crecían alrededor del
refugio, las primeras sombras de la noche estaban apoderándose de la poca luz
de un sol rojo que acababa de ocultarse
hacia el oeste.
Los
sollozos de una mujer las sorprendieron.
-¡Candonga!
– dijo Ana Luz en voz baja.
-¿Quién es
Candonga? No veo a nadie.
-No temas,
mi pequeña, yo me haré cargo. No te separes de mí.
En la
penumbra se fue formando la imagen del Espíritu Errante que vagaba por el país
de la magia desde los tiempos más
remotos. En un encuentro anterior, Candonga le había hecho prometer a
Ana Luz que la ayudaría a liberarla de su sufrimiento. Estaba cansada de vivir
apenas un instante al amanecer y otro al anochecer para luego olvidarse de sí
misma, quedar sumergida en la nada. Sus últimas palabras habían sido: “Libérame
o dame la muerte. No olvides que has hecho un juramento”.
Ana Luz
sintió que un sudor frío mojaba su espalda.
Aunque había pensado mil modos para auxiliar a aquella pobre alma en
pena, en realidad no tenía en ese momento
la solución. En un instante pensó en su fracaso y en lo que pensaría Ana
Sofía si ella no tuviera una respuesta en el instante, ¡ya mismo! Extendió sus
brazos en señal de cariñoso recibimiento, pero Candonga permaneció quieta,
esperando el instante deseado por ella en penitentes años y noches de
sufrimiento.
Apenas Ana
Luz hizo un gesto como para pronunciar aunque más no fuera una palabra de
consuelo, observaron que hacia ellas se deslizaba a ras del suelo la imponente
imagen de Kukulkan, envuelto en un manto verde en el que estaba grabada con
letras de oro la figura del Pájaro
Quetzal.
-¡Has
llegado a tiempo, Kukulkan! ¡Bendita sea la Sagrada Luz!
Ana Sofía
quedó muda, arrebatada por las sacudidas que daba en su pecho su pequeño
corazón. Allí estaba, frente a ella, nada menos que el Pájaro de Fuego que la
visitaba en sueños y del cual aprendía lo que pocos niños pueden aprender: el
principio de la sabiduría. No pudo ni
supo decir una palabra, sólo escuchar.
-Kukulkan,
ella es Candonga.
-Sé quién
es, conozco la pena que arrastra consigo y también sé la promesa que le
hiciste. El momento para que se cumpla esa promesa está llegando.
-¿Qué
puedo hacer? No tengo la menor idea de cómo liberarla de su sufrimiento.
Ayúdame.
-Tenemos
poco tiempo o tal vez no. Todo depende de ustedes. Están unidas desde aquel
atardecer cuando Ana Luz supo que no deseaba ser un Espíritu Errante como
Candonga. Debes devolver aquel favor que te
dio una señal y te salvó la vida.
-Dime qué
debo hacer.
-Aproxímense.
Estrechen sus manos y sus cuerpos en un abrazo. Parte de la fuerza de la luz
que habita en ti, Ana Luz, será
traspasada, como de un recipiente a otro. ¡Ahora!
Las dos
jóvenes se enfrentaron en un fuerte abrazo. Como si chocaran dos cables
eléctricos de sus cuerpos surgieron
chispas, como luciérnagas, que envolvieron el lugar. Cuando las luces se
apagaron, Candonga empezó a sufrir una rápida transformación. Lo que había sido
una especie de fantasma gris, vestido con andrajos, se fue revistiendo con la belleza de la juventud. Su piel y su
cabello y la sonrisa de sus labios, era para Ana Luz y para la pequeña Ana
Sofía, la más grande enseñanza jamás recibida. Candonga había sido liberada del
cautiverio que produce la indecisión, la falta de voluntad y de coraje para ser
ella misma. Kukulkan fue el primero en hablar.
-Candonga,
aunque te cueste adaptarte a esta nueva vida. Ya eres libre. Ahora puedes tomar
la decisión por tantos años postergada: ¿deseas vivir del lado de la luz o del
lado de las sombras?
Ana Sofía,
con la bolsa con pescados al hombro, se restregaba sus manos, esperando la
respuesta. Ella, todavía una niña, que por momentos creía que era un ser humano
y en otros imaginaba que estaba convirtiéndose en una brujita, no se
perdía detalles. Con voz suave y
emocionada dijo entonces Candonga:
-Kukulkan,
por el tiempo que la vida me conceda, guardaré hacia ti mi mayor
agradecimiento. En cuanto a ti, Ana Luz, llevo conmigo parte de tu ser, de la
luz que te habita. Te recordaré y te amaré eternamente.
-Entonces
– volvió a decir Kukulkan - ¿cuál es tu decisión?
-Habité
estos parajes tanto tiempo y con tanto
sufrimiento, que ya no deseo permanecer aquí. Con gusto los acompañaría
para iniciar una nueva vida, pero siento
que mi deseo es otro. Voy a partir.
-¿Adónde
irás, Candonga? Quédate conmigo y con la pequeña Ana Sofía.
-Gracias,
Ana Luz, pero ahora no volveré a dudar. Mi decisión es partir y eso es lo
que voy a hacer. Me iré muy lejos, a un
lejano país donde algún día espero volver a verlos.
-¿Dónde?
-Al
País de la Infancia. Allí cerraré el
círculo de mi vida tal como lo hacen los personajes de los libros de cuentos.
Kukulkan abrió sus brazos y con ellos mostraba la
imagen luminosa grabada en su manto.
-Ve, hija
mía, que los espíritus del Sol te acompañen.
Capítulo 15
DAMA DE LA NOCHE
Desde la
noche aquella en la que Calabalumba vio en el Espejo de la Verdad la imagen de
Ana Sofía, su cólera y su locura iban en aumento. Apenas si comía y dormía y se
encerraba por largas jornadas en su secreto laboratorio experimentando con
nuevas substancias. Buscaba un remedio o un veneno o quién sabe qué cosa ni tampoco para quién. Repasaba las páginas
mugrientas del Tanca Omonga, el antiguo tratado de química, pasando con sus
afilados dedos de una página a otra, pero como no sabía qué buscaba, su
confusión le provocaba ataques de furia que descargaba contra sus atemorizados
seguidores.
Ahora
sabía que esa niñita no había muerto con los caramelos envenenados que ella
misma había preparado. Esa “mestiza” mitad hija de brujo, mitad hija de mujer
humana, que se había atrevido a mostrarse en su espejo para reírse en su cara, era su más
implacable enemiga. Aquellas palabras hacían eco en su cabeza: “Hola, Calabalumba. ¿No me reconoces? Soy Ana
Sofía”. De manera que esa
desgraciada criatura seguía con vida, viviendo oculta en algún secreto lugar,
posiblemente en compañía de la joven que
siendo apenas una niña de doce años
había derrotado a su abuela Sandunga y a todo su ejército del mal.
“Debo
pensar en algo diferente” – meditaba, - “en una trampa en laque quede pegada y de la cual no pueda desprenderse, en un lugar que nadie conozca, solo yo. De allí
no podrá escapar y cuando la encuentren será demasiado tarde. Ya veré, ya veré.
El problema es que ya no confío en nadie. Todos me traicionan y se burlan
secretamente de mí. Me veré obligada a practicar algunos escarmientos y a
buscar nuevos amigos. Este lugar resulta pequeño para mis propósitos. ¿Quién
soy? La Dama de la Noche, la soberana de un pueblo de estúpidos y mal nacidos.
¿Recibo el respeto que merezco? No, no lo recibo. ¿Por qué?
Envió
mensajes a los lugares más apartados con expresas invitaciones a antiguos y
nuevos conocidos. La lista era interminable y aunque no llegaran todos los
invitados, era urgente realizar algunas reformas para que una multitud pudiera
alojarse junto a ella y a sus principales colaboradores. Había que pensar en la
comida y en otras necesidades que se solucionarían cuando llegara el momento.
Apenas cambiaba saludos con los suyos y volvía a su escondite a rumiar la peor
de todas las venganzas.
Cierto
día, mientras hacía hervir algunas hierbas venenosas en una vieja retorta, le
pareció que la luz de las velas aumentaba su intensidad de tal modo que todo el
recinto quedó envuelto en una intensa luz blanquísima, una luz que la quemaba y
la atormentaba y la obligaba a gritar y a maldecir hasta que se quedó ronca.
Luego se serenó y comenzó a reír a carcajadas, como una loca.
El
poderoso elixir que había inventado le permitía
mostrarse joven y arrogante. Se vestía con sus mejores galas y cada tanto
se miraba en el espejo para comprobar que nada había cambiado. Pero a veces no
sabía si era su confusión mental o la influencia que le llegaba desde muy
lejos, lo que observaba en el objeto mágico, el regalo que la bruja
de los bosques y pantanos, Londrina, le había obsequiado. ¿Era ella o el rostro
desagradable de su abuela Sandunga el
que aparecía mostrando sus carnes flácidas, malolientes, esos ojillos
diabólicos, el pelo blanco y revuelto? Cada día que pasaba el temor de
mostrarse en público la obligaba a encerrarse. ¿Quién estaría intentando
hacerle daño? A ella, justamente a ella, la Bruja Suprema del vasto país de las
sombras.
Era
indudable que había una conspiración para quitarle el poder. Esa desconfianza
la iba descubriendo en las miradas esquivas, en el rápido apartarse de algunos,
en la ausencia injustificada de otros. Los secuaces en los que ahora podría
confiar habían sido eliminados: el inútil brujo aguilucho Capayán, el fiel y
terrible Luán Toro, desbarrancado en el Desfiladero de los Esqueletos, la
pareja de ancianos Yacuchina y Sonosongo, maestros en el arte de la simulación
y expertos en envenenamientos habían desaparecido en las profundidades de la Laguna de la Niña
Encantada. ¿A quién encargar una misión secreta?
Pensó en
Ñuñorco, el joven brujo que había nacido en los cañaverales de azúcar del norte tucumano, uno de sus alumnos preferidos
en la Escuela de las Malas Enseñanzas. Lo interrogaría para conocer sus
pensamientos más íntimos. Dio la orden
para que fueran a buscarlo y lo aguardó en su aposento principal, bien vestida
y empapada en los más asquerosos perfumes que eran la delicia de sus súbditos.
Quien ingresó era un joven vestido a la usanza de los arrieros. Podría pasar
por uno de ellos sin ser detectado y de ese modo enviarlo a realizar un trabajo
muy especial. Parecía justo el emisario apropiado.
No bien
Ñuñorco estuvo frente a ella sintió una repentina desconfianza hacia él.
Aun así haría la prueba, escucharía las
respuestas y luego decidiría qué hacer. “Esta vez no voy a fallar”, se dijo.
-¿Acaso no
sabes reverenciarme? ¿Has olvidado las enseñanzas que has recibido, grandísimo
truhán?
-No,
Bruja. Nada he olvidado – dijo el joven inclinándose-. Aminga sanga tatanga Calabalumba.
(Calabalumba, eres mi dueña, la
más poderosa).
-Lo dices
con un tono de soberbia impropio. ¿Te crees superior?
-No
entiendo, ¿superior a quién?
-No eres
leal, Ñuñorco, tú debes ser uno de los malditos que conspiran contra mí. Estoy
leyendo en tu cara que eres un miserable traidor.
-¿Por qué
me estás insultando? Jamás he faltado a
las leyes de mi pueblo. Soy obediente, servicial. Me rindo a tus pies, pero no
me hagas daño.
-No confío
en ti, porque en tus ojos veo que serías feliz si pudieras clavarme una estaca
en el corazón. No saldrás con la tuya porque antes voy a transformarte en un
dócil ratón. ¿Escuchaste?
-Por
favor, no, te lo suplico.
La
implacable y atormentada ama y señora de los hijos de la oscuridad, hizo un
ademán y soltó sobre Ñuñorco una especie de red que lo envolvió y fue
apretándolo más y más hasta que quedó del tamaño de un pequeño roedor.
-No temas,
seguirás con vida, acompañando mis experiencias en el laboratorio. Serás a partir de hoy quien probará las pócimas que
estoy preparando. Te quito, además, el don del lenguaje – se agachó y tomó con
sus largos dedos el cuerpo reducido y
tembloroso de Ñuñorco, atravesó el pasadizo que conducía al laboratorio y lo
encerró en una de las jaulas. Allí estaría seguro y disponible para cuando le
hiciera falta.
Se desvió
hacia el rincón oscuro donde las arañas tejedoras continuaban su labor
incansable. Cuchicheó con voces apenas audibles
con las tres y con un gesto les hizo prometer que a nadie dirían lo que
acababan de convenir y para que supieran que no se trataba de un simple juego,
le dio una tremenda patada a una de las ruecas en la que había enrollado
cientos de metros de finísimos hilos.
Sentía que
el ejercicio de su poder le traía nuevas
seguridades. Tenía que disipar su desconfianza y no temer ni las luces
brillantes ni las voces que creía escuchar mientras dormía. Volvería a mirarse
en el espejo y, no importa lo qué contemplara en él, continuaría con sus
planes. No era posible que esa niñita atrevida tuviera el poder de transformar
a distancia sus pensamientos, sus emociones, sus proyectos. Dar algunos
escarmientos era el modo apropiado para continuar gobernando, iba pensando
cuando advirtió que Catriel, el indiecito mapuche, corría de un lado a otro
mientras reía y mordía un trozo de comida que Golim le había obsequiado, por
supuesto que sin el consentimiento de Calabalumba.
-¿Sabes
una cosa, Catriel? Me tienes harta con tus juegos.
-Me
siento feliz porque estaba comiendo…
-La
palabra “feliz” no debe ser pronunciada en mi presencia. ¿Lo has olvidado,
grandísimo bastardo? ¿No te han dicho que aborrezco la risa?
-Soy un
niño, Bruja. No lo hice a propósito.
-Hoy me
siento muy cansada, Catriel, y no tengo deseos de perdonar ni la traición ni la
insolencia ni los juegos infantiles. Así que…
-Por
favor, Calabalumba, no me hagas daño.
-Que te
convierta en gato significa para ti un privilegio que concedo a pocos. Pues eso
serás desde este momento – con esas palabras arrojó sobre el niño un puñado de
polvos del color del azufre. Un olor insoportable se unió al grito de
desesperación del condenado. Al disiparse la niebla amarillenta, un gato blanco
empezó a maullar y a dar vueltas alrededor de las piernas de la Dama de la
Noche, acariciándolas en señal de sumisión.
Se apartó
con brusquedad y llamó a los gritos:
-Que Pichi
Curacó se presente inmediatamente a mi presencia. Necesitamos grandes
cantidades de explosivos.
Capítulo 16
¿VAMOS A VOLAR?
Como lo
hacían todas las mañanas, Ana Luz y Ana Sofía aseaban su hogar enclavado en las
rocas. Ordenaban sus camas, barrían el piso, acomodaban libros, los elementos
de la cocina, los adornos que embellecían las rústicas paredes.
El pantano
continuaba secándose pero todavía era prematuro cruzar el puente de madera para
intentar llegar al rancho de los padres de la niña. El resto del día lo
ocupaban en trabajar en el cultivo de la huerta, en sacar miel de los panales,
buscar leña para la cocina, preparar los almuerzos y meriendas, pasear por las
cercanías y, por supuesto, conversar
sobre cualquier tema pero en especial sobre la vida y las aventuras que suponía permanecer en aquel peligroso
mundo de la magia.
Una de
aquellas mañanas, mientras Ana Sofía acomodaba algunos libros en el hueco
que servía como biblioteca
descubrió, ocultas tras unas cortinas,
dos extrañas escobas voladoras, las mismas que siempre había deseado montar.
Extendió una mano para tocarlas pero apenas lo intentó las máquinas voladoras
parecieron estremecerse, como si tuvieran vida inteligente. Dio un paso atrás,
se quedó un momento pensando y corrió
hacia su madrina.
-Ana Luz,
¿vamos a volar?
-¿Qué
estás diciendo? ¿Qué significa eso de querer volar? ¿Cómo podríamos hacerlo?
-No juegues
conmigo, sabes a qué me estoy refiriendo.
-¿A
qué cosa?
-A las
escobas voladoras que están allí, escondidas. ¿A quiénes pertenecen? ¿Has
volado? Si alguna vez lo hiciste, ¿por qué no me lo habías contado?
La
impaciencia hacía que la pequeña hiciera gestos con sus manos y que en su
rostro se mostrara el rubor de su
entusiasmo. Tal vez esta fuera su única oportunidad antes de volver junto a sus
padres. Ana Luz la escuchaba pero demoraba en contestarle, hasta que finalmente
dijo:
-Cuando
cumplí mi primer año de vida, me regalaron la primera escobita de volar. Yo
tenía mucho miedo de montarla pero ante los ruegos de mi mamá y las amenazas de
Cabalango, mi padre, no tuve más remedio que hacer mi primer intento.
-¿Te
agradó? Por favor, cuéntame.
-Al
comienzo pensé que me caería pero luego de un corto viaje tomé coraje. Algunos
años después usaba una escoba más grande y más rápida para ir a clase a la
Escuela de las Malas Enseñanzas.
-¿Con la
bruja Sandunga?
-Ella era
mi maestra en el arte de aprender el puncum, el idioma secreto de los brujos. Ya sabes esa
historia, hablemos de otra cosa.
-Pero no
me has dicho por qué dejaste de volar. ¿Tuviste un accidente?
-Uno de
los peores de mi vida. Cierta noche, después de clase, en el momento en que yo
regresaba al refugio de mis padres, en medio de una espantosa tormenta de
nieve, fui atacada por Bombo y Congo, aquellos diablitos que no dejaban de
molestarme.
-¿Qué te
sucedió?
-Me
arrojaron sobre la nieve y rompieron mi máquina voladora. Esa noche fue cuando
tuve el terrible encuentro con Pichango, el Fantasma de las Nieves.
-¿Pichango?
¿Acaso no fue ese monstruo quien asesinó a mis abuelos?
-¿Conoces
la historia, Ana Sofía? ¿Quién te la contó?
-Mi papá
Nahuel. Él se salvó pero mis abuelos murieron de frío.
-Conozco
la historia, mi pequeña. Fue algo terrible, lo sé porque yo viví una
experiencia parecida.
-¿Puedes
decirme cómo te salvaste de Pichango?
-Cabana me
mantuvo despierta toda la noche con el sonido de su campanilla de plata. Si me hubiese
quedado dormida, hoy no estaríamos conversando tú y yo.
Se
quedaron un rato en silencio, hasta que la niña volvió con el tema.
-¿Vamos a
volar?
-Es muy
peligroso, Ana Sofía. Para volar tendremos que hacerlo durante la noche. Las
escobas no funcionan durante el día y si lo hicieran no sabes a los peligros
que nos expondríamos. Déjame pensarlo y al terminar el día te daré mi
respuesta. Ahora a trabajar.
Para un
niño el tiempo corre muy lento y mucho más lento como cuando tiene la ansiedad, por ejemplo, de que
llegue la hora de comer un postre delicioso o de escuchar la lectura de un
cuento o la sorpresa del regalo de cumpleaños. Ana Luz, para quien el tiempo
pasaba un poco más rápido, también pensaba en volver a tener la aventura de
volar después de tantos años. Si por ella hubiera sido, se habría animado sin temor alguno a desplazarse por el cielo,
pero tenía a su cargo a su ahijada. Había prometido a sus padres cuidarla y
protegerla de los naturales peligros que representa la oscuridad, nada
menos que a las horas en las que los
magos, hechiceras y encantadores salen
para realizar sus fechorías. Ojalá no se encontraran con una banda de
forajidos borrachos o enloquecidos a causa de
las drogas que Calabalumba les suministraba para que cometieran los delitos más aberrantes y sucios.
Después de
la cena, durante la que poco se habló, Ana Luz y la niña salieron al aire
fresco de la noche.
-Tendremos
que abrigarnos. Arriba hace mucho frío, no quiero que te enfermes.
-¡Quieres
decir que vamos a volar!
-Daremos
un paseo rápido. Te mostraré desde el aire algunos lugares poco conocidos y
luego volveremos a casa, pero con una promesa.
-¿Cuál?
-Que nunca
saldrás sin mi permiso.
-Lo
prometo, Ana Luz. No deseo que te enojes conmigo.
Ana Luz
ingresó, le dio algunas instrucciones a Maitén, y apareció con una escoba
voladora en cada mano.
-Esta, la
más pequeña, es para ti. Ven, colócate este gorro en la cabeza. Ahora, con
mucho cuidado y tomándote fuertemente, empieza a elevarte. Lentamente, muy
lentamente, mientras voy acompañándote. Ni se te ocurra hacer acrobacias ni
lanzamientos en picada. Piensa en lo que podría ocurrirte si cayeras desde
cientos de metros de altura.
-¡Mira,
Ana Luz! Estoy aprendiendo a volar. No vayas tan rápido.
-¿Tienes
miedo?
-No mucho
por ser la primera vez. ¡Qué maravilloso! ¡Mira allá, abajo!
Era una
noche en la que una Luna inmensa, como
un potente farol del cielo, iluminaba cada
rincón de las montañas mágicas. Serranías, desfiladeros, pequeños
valles, estrechas sendas que llevaban unas al Valle del Silencio, otras a las
lejanas ciudades de Traslasierras. Como espejos de plata brillaban los cursos
de agua. Hacia el norte el Arroyo de las Murmuraciones, al sur el Río de las
Penas que desembocada en el amplio Lago de los Esperpentos en el que podía
divisarse los botes de los pescadores de pejerrey.
Ana Luz
gozaba con las vistas pero en ningún momento dejaba de prestar atención al
menor detalle. Hasta ese momento el cielo era todo para ellas. Las infinitas
estrellas, la Vía Láctea, algunas nubecillas blancas que viajaban con la brisa,
el roce de los cuerpos y los transportes
mágicos que producían un suave zumbido,
y la felicidad en el rostro de Ana Sofía eran suficientes para pensar que la
vida es bella. De pronto, con un brusco ademán, la niña señaló allá abajo una
pequeña meseta en la que ardían algunos fuegos, pocos pero suficientes para que
la noche los hiciera destacar.
-Ana Luz,
¿qué es ese lugar? Quisiera conocerlo. Descendamos.
-No creo
que sea bueno para ti conocer la Pampa del Infierno. Te va a impresionar tanto
que después tendrás pesadillas.
-Algo me
dice que debo hacerlo, por favor, Ana Luz.
Giraron la
orientación de las escobas y comenzaron a descender, lentamente, hasta posarse
en un lugar verdaderamente siniestro.
-¿Qué es
este lugar, Ana Luz? ¡Es horrible!
-Estamos
en el cementerio de los espíritus de la noche. Aquí reposan los restos de los brujos y magos, hechiceras y
pitonisas que han morado en esta región
desde hace miles de años. Te dije que ibas a impresionarte. Será mejor que
regresemos.
-Espera,
por favor, aguarda un momento.
-¿Qué
ocurre, Ana Sofía?
-Observa
estas dos tumbas. Por favor, lee sus nombres.
Ana
Luz barrió con su mano el polvo que
cubría las lápidas y leyó:
-Aquí está
Pampayasta y en esta otra Ranquel.
-¡Son mis
abuelos! Los padres de mi padre. Jamás imaginé que conocería el lugar donde
fueron sepultados. Gracias, Ana Luz, por haberme permitido acompañarte. Este es
uno de los días más felices de mi vida. Ahora comprendo lo que papá me ha
repetido tantas veces: que los seres de la noche son perversos, se hacen daño
entre ellos y cometen toda clase de fechorías contra los humanos pero, que a
pesar de todo…
-A pesar
de todo, ¿qué?
-…aman a
sus hijos como a nada en el mundo.
-Ahí
tienes, pequeña Ana Sofía, otra enseñanza, espero que la tengas presente. Es
muy poco lo que podemos modificar en nuestra naturaleza, aunque algunos lo
intentan.
-¿Por
ejemplo?
-Tu papá,
Maitén, Ashpa Puca, tal vez yo misma. Cuando tenía tu edad no quería ser una
niña bruja.
-¿Y ahora?
-No lo sé,
mi pequeña. Es hora de regresar. Tómate fuerte. ¡Arriba!
Capítulo 17
BABELIA
Tenía
razón Ana Luz cuando sospechaba que en el cuartel central de Calabalumba algo
extraño estaba sucediendo, aunque de ninguna manera se hubiera atrevido a
averiguarlo personalmente. Ni Kukulkan ni Cabana habían vuelto a aparecer, lo
que no dejaba de ser la señal de que por
ahora no había graves peligros, aunque no tenía la menor idea de los proyectos
de su mortal enemiga.
Todas las
noches, no bien el manto oscuro del atardecer comenzaba a borronear las pocas imágenes que aún quedaban del día, el
mago Pichi Curacó, al frente de un ejército de esclavos, depositaba en los
socavones cientos de bolsas y cajas que
contenían pólvora, mechas, cartuchos de
dinamita y toda clase de explosivos destinados a la construcción de la
fortaleza de brujos más grande jamás conocida. Sería bautizada con el nombre de
Babelia, aunque ese nombre todavía no había aparecido en la imaginación de la
Dama de la Noche.
En los más
raros y exóticos vehículos cada noche llegaban los compinches de su majestad que
venían desde los más remotos confines. A
unos los había impulsado el deseo de aventuras, a otros la ambición enfermiza
de riquezas, a otros pocos el pago en monedas de oro por su trabajo sin saber que la Bruja Suprema
no tenía ni un centavo para pagar y aunque hubiera tenido un tesoro disponible,
jamás se habría desprendido de la más
pequeña de las monedas.
Las
formidables explosiones retumbaban en las serranías un momento después de que
se observaran las relámpagos y el humo
que indicaba los lugares en donde se abrían nuevas y profundas
cavidades, sótanos oscuros, cavernas, túneles
y pasadizos que comunicaban los ambientes entre sí y otros para huir en
caso de peligro. Iban almacenando en distintos lugares rocas de piedra caliza,
granito, ónices, mármoles y lajas para los pisos y el revestimiento de las
paredes.
Durante
las noches, el tiempo que los hijos de la oscuridad empleaban para sus
placeres, era dedicado ahora a un
trabajo agotador, realizado en silencio, con escasos momentos para tomar agua o
comer apenas un bocado que los
diligentes gnomos, a las órdenes de Golim, cocinaban para aquella multitud de
obreros. El problema principal era la falta de alimentos, de materia prima para
las amplias cocinas que funcionaban día y noche. Pero la solución no se hizo
esperar.
En la
explanada mayor, vestida de negro con una capa roja, Calabalumba reunió a
algunos de sus más leales seguidores.
-Somos
muchos y si no contamos con abundante comida,
mi obra gigantesca no estará terminada según mis proyectos. Ya saben
cómo solucionar la falta de víveres. Muy próximos existen pueblos, ciudades,
fincas y estancias en las que abundan almacenes, depósitos, corrales y galpones
repletos que están esperando nuestras
visitas. Vayan y saqueen todo lo que encuentren. Para la madrugada quiero tener
aquí carne de caballo y de vaca, queso y leche de cabra, azúcar, harina, grasa,
todo lo que puedan acarrear. No vayan a dejar rastros que puedan delatarlos.
Cuando limpien un lugar, préndanle fuego antes de huir. Saben la pena que los
humanos tienen reservada para cualquiera
que sea tomado prisionero: serán atados a un poste para que la luz del Sol los
queme y convierta en cenizas.
Desde
aquella noche el terror se apoderó de los habitantes de Covadonga, el Valle de
Mataderos, Quizquisacate y otros pueblos vecinos. Una horda nocturna se
apropiaba de los comestibles, robaba la hacienda, quemaba los galpones y los
depósitos. Los vecinos, armados y enfurecidos, buscaban sospechosos pero jamás
encontraron una huella, una señal sobre quiénes serían los asaltantes.
En la fortaleza, oculta en las profundidades de las
rocas, se iban construyendo amplios pabellones en los que comía y dormía la
multitud de constructores. Cada noche, apenas el Gallo del Diablo entonaba su
canto de la medianoche, se servían los alimentos que por ser poco abundantes y
por el hambre voraz, desaparecía en un instante. Eran frecuentes las riñas, el
robo de comida, los golpes, insultos y amenazas que se interrumpían apenas
escuchaban el sonido de una campana de
hierro que volvía a llamarlos al
trabajo. Nadie se atrevía a protestar aunque se escuchaban algunas quejas a
media voz.
-Maldita
Bruja, ojalá que la parta un rayo.
-Pichi
Curacó, eres un ingeniero maldito. Si pudiera meterte un cartucho de dinamita
en tu asquerosa boca, qué placer me daría viéndote convertido en polvo.
-¡Ja! ¡Ja!
¡Ja!
-Ella
come como una reina y se ríe de
nosotros.
-¡Somos
unos estúpidos!
-Silencio,
que ahí vienen.
Las
continuas explosiones y el ruido de los
picapedreros tallando las rocas apagaban cualquier otro sonido que para
Calabalumba era insoportable. Se ocultaba en su aposento y descansaba, se
cambiaba varias veces sus vestidos, se pintarrajeaba el rostro, buscaba alguno
de sus libros preferidos de magia y estudiaba el arte de la guerra, el manejo
del poder y el método para tomar venganza ante el más mínimo agravio.
Seguía
sospechando de todos sus sirvientes, en cada mueca creía ver un gesto de burla o de amenaza.
Pensaba en la traición de Maitén, y en
Bombo, el Brujito Loco que después de recibir la visión diurna había escapado
quién sabe adónde. En el laboratorio, bien guardado en una jaula, el joven
brujo Ñuñorco era apenas un mísero ratón a la espera de ser empleado en alguno
de los experimentos químicos de su ama. El pequeño Catriel, convertido en un
gato blanco, deambulaba de un lugar a otro buscando cualquier porquería para
llenar su estómago. Escarmentar y castigar, ser obedecida y temida era su
máximo placer. La droga que había descubierto la mantenía joven, atractiva y
orgullosa aunque bien sabía que ningún varón la hubiese preferido como esposa.
“Antes prefiero la muerte”, repetían los candidatos y huían espantados.
Ella
recordaba que cuando era niña, su apestosa abuela Sandunga, acostumbrara
repetir un dicho popular entre los humanos: “La
venganza es el placer de los dioses”. Vaya si sentía el más exquisito
placer cuando planeaba el más horrible castigo para quien osara molestarla.
Nadie, ni siquiera Ana Luz, en sus peores momentos le habían producido tanto
rechazo como esa pequeña entrometida que no la dejaba en paz. Ya no tenía dudas
de que sus dolores de cabeza, las visiones de luces, los cambios de sus estados
de ánimo, el incontrolable deseo de humillar a alguno de los suyos, era obra de
“esa Ana Sofía” a la que aún no había podido dar su merecido. ¿De qué le
serviría ser la majestuosa dueña de Babelia si antes no conseguía sacarse de
encima a esa brujita inteligente y huidiza?
Mientras
apresuraba el paso en dirección a la caverna de las tejedoras algo en su interior le decía que esta vez no
habría escapatoria para su posible víctima. El plan que había elaborado era
perfecto. Los agentes preparados para
ejecutarlo estaban esperando el momento para
partir.
En el estrecho pasadizo observó que la zorra
Rumipal estaba aguardándola. La apartó con un puntapié y entró a la pocilga de
las arañas. Allí estaban sus fieles modistas Talacayu, Salavina y Calingasta
produciendo hilos de todos los colores, cosiendo, enhebrando agujas, charlando
entre ellas durante interminables horas.
-¿Están
preparadas? ¿Han memorizado el plan?
-Sí,
Bruja, todo está aquí en nuestras cabezas. Gracias por el tónico de la
imaginación que nos has preparado. Estamos envueltas en cientos de ideas. Dinos
a qué hora partiremos.
-Esta
zorra pulguienta conoce el camino. Será mejor, Rumipal, que esta vez no falles.
Cada vez que fuiste la guía de alguno de mis asesinos, regresaste con un parte
de batalla que en esta oportunidad no voy a aceptar. ¿Entiendes?
-Lo
comprendo, mi señora. Prometo que esta vez no fallaremos. Prepararemos la más
perfecta de las emboscadas.
-Salgan
ahora mismo. Tomen el túnel que está disimulado en el Salón de las Maldiciones
y echen a andar. Mañana es el día indicado por los astros.
-Bamba
batú mandinga. (Adoremos al
Espíritu del Mal).
-Lobú,
Calabalumba. (Adiós,
Calabalumba).
-Lobú anda
trenke. (Adiós, hijas mías).
Capítulo 18
TELARAÑAS
Muy
temprano, montada en la burrita, Ana Luz
salió rumbo al pantano que impedía el paso hacia el Valle del Silencio para
comprobar si el puente estaba en condiciones de ser atravesado sin riesgos.
Ashpa Puca continuaba con la tarea de vigilar la rápida construcción de la
fortaleza de piedras mientras que Maitén y Ana Sofía quedaron a cargo del
hogar. Una para salir a vigilar por los alrededores y la otra para preparar un
dulce de calabazas que ya estaba cociéndose al fuego.
-Espero
regresar después del mediodía. No se pongan a jugar ni a perder el tiempo.
¿Escuchaste, Ana Sofía?
-Sí, sí,
te escucho. ¿Acaso soy sorda?
-No me
contestes de esa manera. ¿Qué te sucede?
-Nada, Ana
Luz. ¿Qué podría contestarte? No
encuentro la hora de regresar con mis padres. Eso es lo que me pasa.
-Vaya
contestación, antes me decías lo contrario.
-Antes era
antes. Ojalá que el camino esté en condiciones para que mañana mismo podamos regresar a mi casa.
Ana Luz no
supo qué decir. Era la primera vez en que su ahijada parecía querer mostrarse
como una niña rebelde. Será propio de su edad, pensó, aunque no pudo despejar su preocupación. Al paso
lento de la burrita la imagen de la joven se perdió en la lejanía mientras Ana
Sofía ordenaba su plan para escabullirse
sin que Maitén pudiera impedírselo.
Lo que la
niña en realidad deseaba no era regresar pronto con sus padres sino emprender
una aventura sin la compañía de su madrina por lugares que antes no había
recorrido. Probó el dulce y mientras lo dejaba enfriar, vio que la gata negra se había quedado
profundamente dormida sobre su viejo almohadón.
Sin dudar
un instante, Ana Sofía salió a la puerta, observó que no había ningún extraño
en las inmediaciones y salió a todo
correr. Tenía que llegar hasta el pequeño bosque de caldenes y a partir
de allí nadie le impediría completar su aventura.
Caminaba
despreocupadamente pensando en los increíbles días que estaba pasando en el
Cerro de las Brujas. El vuelo nocturno le había producido un interés mayor en
los asuntos de la magia. Aunque ella preguntaba sobre un tema y otro, Ana Luz
siempre respondía diciéndole que todavía era muy nena para recibir
conocimientos mayores. Pero Ana Sofía pensaba que su madrina era muy egoísta,
no confiaba en ella, en los poderes que había heredado al nacer, en los
conocimientos que recibía en sueños por
parte del Pájaro de Fuego.
Se
encontraba en las inmediaciones del Manantial de las Corzuelas, un estanque de
agua formado por la caída de un pequeño arroyo desde lo alto de unas peñas. Los
ágiles cervatillos, que los campesinos
llamaban corzuelas, volvieron sus cabezas para observarla con sus enormes y
curiosos ojos. Aunque jamás la habían visto no sintieron temor ante su
presencia, más bien se aproximaron para que la niña acariciara sus cabezas.
Cuando
creía que ya era la hora de
regresar observó que más allá del
manantial se veía un frondoso bosque. Ni los árboles ni las flores le eran
conocidos. Alguien, un humano, tal vez, habría plantado en tiempos pasados tal
variedad de plantas antes de huir espantado por los habitantes de la oscuridad.
La curiosidad fue más fuerte que su voluntad de regresar. El canto de los
pájaros era la música más bella que jamás había escuchado. Los había de todos
los tamaños y colores: azules y picos amarillos, blancos y colas verdes, rojos
como una brasa, saltaban de rama en rama, volaban en bandadas y volvían sobre
el pasto buscando semillas y pequeños gusanos para su comida y la de sus pichones que asomaban
inquietos en sus nidos.
¿Y esas
mariposas? Jamás las había visto, tan coloridas y enormes, llevaban
escrito en sus alas los números de la
suerte, mapas para encontrar un tesoro, el nombre de los niños que estaban por
nacer. Volaban en círculo o se posaban sobre exóticas flores, movían en el aire
perfumado sus antenas y apenas se movían cuando la niña extendía sus manos para
que allí se posaran mansamente.
Un
delicado ruido hizo que ingresara más a lo profundo del
bosque. Una fuente de mármol blanco se levantaba en un claro bordeado por
lujosos rosales en cuyas flores una multitud de abejas libaba el polen y el
néctar con el cual fabrican la deliciosa miel. Unió sus manos formando una
especie de cuenco y bebió el agua fresca, cristalina, pura. Estaba en el lugar
más bello y encantador que había conocido. ¿Por qué nadie, nunca, le había
hablado de ese lugar? No podía creer que Ana Luz la hubiese privado de
conocer este bosque de maravillas. Se sintió feliz por la travesura de salir
sin permiso. No era ése el momento para
echarse atrás. Cuando contara su viaje nadie podría creerle.
En un
momento creyó que alguien había pronunciado su nombre.
-¡Ana
Sofía! ¡Ana Sofía!
-Alguien
que me conoce se ha escondido para darme una sorpresa. Pero, ¿quién será?
Avanzaré un poco más por ese estrecho sendero. ¿Quién podría hacerme daño en un
lugar tan maravilloso como éste?
-¡Ana
Sofía! Ven, querida, te estamos esperando.
Dio unos
pasos pero el horror la paralizó. Antes de que hubiera podido darse cuenta y
tener la posibilidad de defenderse, una espesa tela de araña había comenzado a
envolverla, y luego otra más fuerte y después una más que la sujetaban y la
elevaban en el aire. Estaba colgada de un árbol, envuelta como un bicho canasta
en medio de un lugar que nadie conocía. Quiso gritar pero el pánico inmovilizó
su garganta. Un espeso sudor comenzaba a mojar todo su cuerpo. Tenía sed y
ganas de llorar al mismo tiempo. ¿Qué había sucedido? ¿Quién le había tendido
esa trampa mortal? ¿Estaba sumergida en uno de los feos sueños que a veces
tenía? El dolor en todo su cuerpo le dijo que no, que no se trataba de una
pesadilla.
A través
del tejido de las telas de arañas vio
acercarse a las brujas tejedoras que movían sus enormes patas y la amenazaban
con morderla, o tal vez con inyectarle un veneno para que después las
alimañas del bosque se dieran un banquete con su cuerpo. Ana Sofía les temía a
las arañas, por más pequeñas que fueran. ¡Pero éstas eran gigantes!
-¿Quiénes
son ustedes? ¿Por qué me hacen daño? ¡Suéltenme! ¡Déjenme regresar a mi hogar!
-Hola, Ana
Sofía, ¿no nos reconoces? Somos Calingasta, Salavina y Talacayu. Nuestra
soberana, la Dama de la Noche, te envía saludos. ¡Enhorabuena! Al fin has caído
en nuestras manos, niña maldita. Esta vez no escaparás, nadie conoce este lugar
porque este lugar no existe, es una ilusión que hemos preparado para ti. Si lo
prefieres haz de cuenta de que estás viviendo un sueño del que no podrás
despertar. Este bosque solo existe en tu imaginación. ¿Quién podría
encontrarte?
Un
chillido desagradable hizo que volviera su cabeza. Allí estaba la vieja raposa
a cargo de la expedición de las arañas. Se aproximó con ademanes altaneros para
anunciarse:
-Antes de
que mueras, Ana Sofía, deseo que también me conozcas. Soy Rumipal, la dama de
compañía de Calabalumba, es decir que soy su brazo derecho, su principal
asesora. Lamento que aquellos viejos idiotas Yacuchina y Sonosongo no tuvieron
éxito cuando te envenenaron. Adiós, pequeña. Buenos sueños.
En un
instante la pequeña traviesa se quedó
sola. El lugar comenzó a transformarse. Donde estaba la luz ahora había
sombras, el silencio reemplazó el canto de los pájaros, las mariposas se
borraron en el aire. Los árboles ya no tenían ni hojas ni flores y apenas
mostraban sus formas esqueléticas. Ana Sofía sintió el más completo desamparo.
Había sido una tonta aunque ahora eso ya no le importaba. Tuvo miedo y se echó
a llorar hasta que se quedó dormida. Los hilos de araña se iban estrechando
sobre su cuerpo asfixiándola segundo a
segundo.
Cuando
perdió su conciencia, empezó a soñar. Ahora sí, soñaba que Kukulkan le decía:
“Viaja hacia la mente de Ana Luz. Concéntrate y dile dónde te encuentras. Si no
logras comunicarte será la señal de que tu fin está próximo”.
Ana Luz,
extrañada por la ausencia de su ahijada, había salido a buscarla en compañía de
Maitén. Apenas cruzó el Manantial de las Corzuelas, un dolor punzante penetró
en su cerebro. De inmediato escuchó el mensaje que Ana Sofía le estaba
transmitiendo. Corrió hacia la entrada del bosque fantástico y a pocos metros
de la entrada encontró aquel horrible ovillo de telas de araña en cuyo interior
yacía su pequeña ahijada. Con un cuchillo que acostumbraba llevar en su bolso
de viaje, cortó los hilos tejidos por las brujas hasta que pudo tener entre sus
brazos el cuerpo exánime, frío y cubierto de magulladuras.
-¡Oh!
Gracias, Espíritu Sagrado de la Luz. La niña respira todavía. Vamos, Maitén,
regresemos lo más rápido posible. Debo darle a mi pequeña un tónico para
reanimarla. ¿Cómo es posible que esto haya sucedido?
Recién al
anochecer regresaron al refugio. Sobre el árbol más alto Ashpa Puca veía la
escena sin saber todavía qué había sucedido. Ana Luz buscó, entre algunos frascos de variados
colores, una bebida cuyos poderosos efectos medicinales habían sido descubiertos por el finado
Agugango muchos años atrás. Llenó una cuchara y la puso en la boca de Ana Sofía
que la tragó de un solo sorbo, luego tosió y volvió a quedarse dormida.
A la
mañana siguiente, como si nada hubiera pasado, la niña se despertó de buen
humor, saludó a su mascota y pidió el desayuno. Cuando dirigió su mirada en
dirección a la cocina y vio a Ana Luz
plantada frente a ella con los brazos en jarra, recién comprendió el error que había cometido el día
anterior.
-¿Quieres
el desayuno? Pues levántate y prepáratelo tú misma. Eres una niña desobediente
y atrevida. ¿Cómo se te pudo ocurrir que podrías andar por esos mundos plagados
de peligros completamente sola?
-Es que
yo…
-No me
interrumpas. Estoy desilusionada de ti, a partir de hoy me costará confiarte
mis secretos, esas enseñanzas que quieres recibir pero que no sabes aprovechar.
¿Qué te has creído? ¿Qué a los siete años ya eres una mujer experimentada? ¿No
me has escuchado, una y mil veces,
decirte que debes ser atenta, precavida, astuta?
-Perdóname,
Ana Luz.
-¿Cómo voy
a perdonarte? ¿Me has tomado por una tonta? ¿Crees que mi vida es fácil? Mi
maestra ya no está conmigo, Cabana ha desaparecido y nuestro protector
Kukulkan, quién sabe dónde estará.
-Tú no
sabes, Ana Luz, no sabes algunas cosas que yo sé.
-¿Como
qué? Vamos, dime, tú que ya lo sabes todo.
-Fue
Kukulkan quien orientó mi mente hacia ti mientras yo había perdido el
conocimiento. Si no hubiera sido por él tú jamás me habrías encontrado. ¿Qué me
dices ahora?
-Eso no
cambia mi enojo. Fuiste desobediente porque eres caprichosa y consentida. Crees
que todo el mundo debe estar continuamente a tu servicio, pero desde hoy eso ya
no será así.
-Sí, Ana
Luz. Soy todo lo que dices y tal vez algo más. Ya no volveré a molestarte. Deja
de preocuparte por mí. Cuando esté el camino despejado quiero regresar a mi
casa con mis padres.
-¿Eso
deseas?
Por toda
respuesta Ana Sofía se puso a llorar. Maitén se aproximó maullando y moviendo su cola como queriendo
consolarla. Ana Luz hizo como si no le importara, fue a la cocina y preparó un
tazón con té, le puso dos cucharadas de miel, lo revolvió y lo puso junto a la
cama de su ahijada.
-Te amo
más que a nadie en el mundo, Ana Sofía. Si en realidad tú también me amas, no
vuelvas a arriesgarte. Si algo te pasara, mía será la culpa, mío tu sufrimiento
y mío mi fracaso. ¿Comprendes?
Se sentó a
la orilla de la cama para que la niña le echara sus brazos al cuello. Todo lo
que había que decir estaba dicho.
Capítulo 19
MADRE DE LA SABIDURÍA
Durante
algunos días Ana Luz se mantuvo seria, distante, y apenas intercambiaba algunas
frases con Ana Sofía. Se limitaban a realizar las tareas domésticas como
cocinar, asear la vivienda, cultivar la huerta, dedicar algunas horas a la
lectura y dar un corto paseo por los alrededores, en completo silencio.
La pequeña
pensaba que el cambio en el carácter de su madrina se debía a las travesuras
que ella había cometido en dos oportunidades y que la habían puesto al borde de
la muerte. No podía olvidar la reprimenda que había recibido días atrás a causa
de su desobediencia, y en especial de su insolencia, de su atrevimiento hacia quien era su protectora, su guía
espiritual. Por momentos sentía que las lágrimas asomaban a sus ojos pero las
reprimía, para no mostrarse débil sino segura, un poco arrepentida pero no
tanto como los demás esperasen. “Me hace bien ser un poquito orgullosa”,
pensaba poniendo una carita maliciosa.
Lo que Ana
Sofía no imaginaba a pesar de su
inteligencia era que ese día sería el más importante de su vida, ese
brillante día en el que cumplía sus primeros siete años de vida. Esta vez no
habría ni festejos ni comida especial, ni abrazos, ni felicitaciones,
imaginaba.
El pantano
aún no se había secado completamente, situación que demoraría el regreso de la
niña a casa de sus padres. A lo lejos, hacia el oeste, seguía escuchándose el
atronador ruido de las explosiones y un humo blanco y negro que despedían las
chimeneas en el comando en jefe de la brujería. Algo grave estaba a punto de
suceder en el amplio territorio de las Sierras Grandes, un suceso que quedaría
en los libros de geografía y también en el Libro Negro de la magia.
Inesperadamente,
próximo al mediodía, Ana Luz preguntó:
-¿Sabes
qué significa tu nombre?
-No
imaginé que un nombre tuviera un significado. ¿Puedo saberlo?
-Ana Sofía
significa “Madre de la Sabiduría”. Lo
supe la noche de tu nacimiento.
-Ana Luz,
ni mis padres ni tú jamás me contaron cómo fue el momento de mi nacimiento.
¿Quién ayudó a mi mamá Tanti en el parto?
-Nada
menos que la bruja Tulumba.
-¿Una
bruja?
-Una
anciana que vive en ambos mundos. Ya lo sabes, “mientras haya luz habrá
oscuridad”, mientras nazcan niños humanos también nacerán hijos en el mundo de
la oscuridad. Fue la comadrona quien me permitió darte tu nombre hace nada
menos que siete años.
-¿Tú me
diste el nombre? ¿No fueron mis padres?
-Tanti me
había dado ese privilegio cuando estaba embarazada de ti, aquel atardecer
cuando volvimos a encontrarnos después de tantos años.
-¿Cómo supiste,
quiero decir de dónde sacaste mi nombre?
-Del Pirka
Taragoto.
-¿Qué es el Pirka Taragoto?
-Es el Libro de los Signos, que Tulumba puso en mis
manos. Di vueltas y vueltas las páginas y entre miles y millones, allí estaba
tu nombre, escrito en moldes de luz. Ese fue el momento en el que supe que no
serías una mujer vulgar. Serás alguien
especial, siempre que sepas cumplir las reglas de la sabiduría y de la
prudencia.
-Estoy
procurando aprender, lo más rápido posible, Ana Luz. Pero a veces no puedo con
mi impaciencia, con esta curiosidad que me lleva de un lado a otro, de una
pregunta a otra. ¿Comprendes?
-Si no te comprendiera no
estaríamos hablando de estos temas. Hoy
es el día de tu cumpleaños, no pienses que lo he olvidado. Pero será también el
día en que recibas la bendición de la
Sagrada Luz, siempre que ésa sea tu decisión. Jamás decidas nada que
esté en contra de ti misma. Se trata de tu decisión, no de la mía ni de nadie.
Tienes el resto del día para pensarlo. Ahora vamos a dejar nuestro hogar más
limpio que nunca, iremos a cortar flores y las pondremos en esos rústicos jarrones de terracota para
embellecer y perfumar nuestro humilde hogar.
-Dime qué
debo hacer.
-Prepararemos
un almuerzo sencillo que consistirá en
una sopa de verduras, tortilla de acelga y dulce de higo como postre. ¡Manos a
la obra!
-¡Me
gusta! ¡Me gusta!
Las horas
de la tarde se sucedieron a gran velocidad
para que llegara el momento prometido. No bien el sol fue desapareciendo
tras las altas montañas, Ana Luz y Ana Sofía se higienizaron y vistieron sus
mejores ropas que no eran muchas pero sí limpias y perfumadas con esencia de
rosas y jazmines. La niña lucía su largo y oscuro cabello que caía por sus
espaldas hasta la cintura y ceñía su delicado cuerpo con el vestido blanco que
había estrenado en su anterior cumpleaños. Era notorio que había crecido, pero
no era ése el momento de exigir un vestido nuevo. Ana Luz peinó sus cabellos,
del color de los trigales en verano, con
un rodete sujetado en la nuca con los alfileres de hueso que su madre Catinga
le había obsequiado años atrás.
Cubrieron la rústica mesa de piedra con un mantel rojo y encima una vela que
apenas iluminaba el entorno. El silencio del lugar era idéntico al silencio en
la mente y en el corazón de las dos mujeres. Sin decir una palabra, ambas
sabían que esperaban la presencia de alguien muy importante en sus vidas. Ese
alguien empezó a dar señales de su presencia con el tintineo de su campanilla
de plata. Un momento después se escucharon sus pasos sobre las lajas del piso.
-¡Cabana!
Estábamos esperándote.
-“Perdonen la demora pero algunos asuntos
urgentes me demoraron. Hay una gran actividad en las Praderas del
Silencio; quienes allí moramos estamos
aguardando graves noticias que ocurrirán en este mundo. Me echaré a descansar
mientras te escucho, Ana Luz. Puedes
comenzar”.
La joven se puso de pie, cruzó sus brazos sobre su pecho y dijo en voz
alta:
Deranga banga buturú
Cóngoro
urunda bulú
Ana
Sofía em Ana Luz.
Traducidas del puncum, el dialecto del
país de la magia, esas palabras quieren decir: “La sombra del silencio cubra el
sonido de las palabras secretas que Ana Luz dirá a Ana Sofía”.
A medida
en que la vela iba consumiéndose Ana Sofía escuchaba cada palabra, cada
enseñanza, cada uno de los secretos jamás revelados a mortal alguno. Ella y
nadie más que ella había tomado la decisión de recibir instrucciones de esa
persona amada y admirada, Ana Luz, poderosa y sencilla al mismo tiempo,
tierna o implacable según fueran las
circunstancias. Lo que había permanecido
como un sueño imposible de lograr, estaba haciéndose realidad. El Pájaro de
Fuego estaba cumpliendo su promesa, la promesa que sólo ella conocía.
Después
volvió el silencio hasta que una luz deslumbrante llenó el recinto. Allí, de
pie, envuelto en un halo amarillento estaba Kukulkan, cubierto con el manto
verde en el que resplandecía con hilos de oro la imagen del Pájaro Quetzal.
Hizo una señal con sus manos para que los demás supieran que no estaba
interrumpiendo la ceremonia. Se sentó en una de las rústicas sillas y allí
esperó el momento en que él también diría lo suyo. La voz de la Cabra invisible
sonó dulce y melodiosamente:
-“Como dijo la anciana Catanga cierta vez,
uno de los secretos es saber distinguir la diferencia entre la verdadera luz y
la auténtica oscuridad. La leche de mis ubres que ya probaste por primera y
última vez en tu vida, pequeña Ana Sofía, ha vigorizado tu vocación y ha
multiplicado tu voluntad para ser libre. Conoces los riesgos de correr tras
aventuras inútiles, de creer que eres intocable. No lo eres pues nadie lo
es. Lo que sucederá mañana a la
medianoche será la señal del reencuentro y de una nueva despedida. Sé feliz con
la inocencia de tu niñez al mismo tiempo que desarrollas en tu mente y en tu
corazón una verdadera sabiduría”.
Ana Sofía tenía los dedos entrelazados, también estaba de pie y con una intensa mirada en sus ojos podía leerse
que a partir de esos momentos nada sería igual que antes para ella. Ana Luz se
arrodilló frente a la niña para poder estrecharla fuertemente en sus brazos y
darle un beso en la frente en señal de aceptación. Como en otros momentos, todo
lo que había que decir estaba dicho.
Kukulkan
hizo un gesto para que prestaran atención a sus palabras.
-Como bien
nos ha dicho Cabana, pronto seremos testigos de grandes acontecimientos después
de los cuales yo también partiré. Urgentes compromisos me obligan a viajar a
diversos lugares de la Tierra, aunque jamás las olvidaré.
Señaló un
rincón y prosiguió:
-Tampoco
me olvidaré de ustedes, Ashpa Puca y Maitén, por su fidelidad incomparable que
ha contribuido a nuestro trabajo. A su debido tiempo recibirán la recompensa
que se merecen. En cuanto a la Señora de la Noche, como todos sospechábamos, su
poderío se ha multiplicado así como también
se ha multiplicado el peligro que ella y los suyos representan. La
enorme ciudadela que será designada con el nombre de Babelia es hoy
inexpugnable. No salgan fuera del espacio de su refugio hasta el momento en que
vean resplandecer en la oscuridad de la noche al Pájaro de Fuego. Preparen sus
bolsos de viaje ya que a la mañana
siguiente deberán partir sin demora. En cuanto a ti, pequeña Ana Sofía, ya no
me encontrarás en tus sueños pues a partir de esta noche empezarás a elaborarlos
por ti misma. Ellos te irán señalando el camino, lo que debes hacer y lo que
debes evitar. Contigo, Cabana, como sucede desde hace siglos, volveremos a
encontrarnos en cualquier lugar, en cualquier momento. Ahora voy a partir.
Kukulkan
se puso de pie y en un instante su alta figura se desvaneció en la noche. Los
pasos de la Cabra Invisible indicaban que también se estaba alejando. Maitén se
echo a dormir sobre su viejo almohadón mientras Ashpa Puca en un corto vuelo
trepó a lo alto de un árbol para pasar la noche.
Sin
agregar una sola palabra, Ana Luz y Ana Sofía vistieron sus ropas de dormir
y un momento después entraron, con el
corazón lleno de gozo, a las profundidades del sueño, que es a la vez una
manera de olvidar el pasado y comenzar un nuevo día.
Capítulo 20
LLUVIA DE FUEGO
Los
constructores de Babelia estaban dando los últimos retoques a la enorme
fortaleza oculta en las entrañas rocosas
de un elevado cerro, el mismo que había servido de guarida
a generaciones de hijos de las sombras durante largos siglos Esa misma noche
tendría lugar la inauguración para la que se habían preparado diversos
festejos. Podía observarse por todos lados las siluetas de los más raros
personajes que iban y venían sin decir palabra, unos acarreando herramientas y
materiales, otros limpiando mientras que
los encargados del comedor ubicaban las mesas de piedra en la amplia explanada de piedras
lajas que se extendía frente a la entrada
principal de la caverna.
La Dama de
la Noche se paseaba nerviosa dando órdenes, corrigiendo detalles, amenazando a
los que simulaban trabajar y profiriendo gritos y maldiciones como era su
costumbre. Momentos antes había bebido una porción doble del elixir de la
eterna juventud. Se la veía radiante, espléndida, elegantemente vestida y
ataviada con collares y anillos de hueso con incrustaciones de piedras falsas
de colores chillones que brillaban a la
luz de la Luna que, desde el
levante, erguía su enorme bola de color
anaranjado.
Pasaban
junto a ella docenas y docenas de sombras atareadas, ensimismadas por el temor,
el hambre y la sed que recién podrían calmar, después, en la
gran fiesta. Rozando las piernas de su ama, el gato blanco Catriel procuraba no
irritarla, con el secreto e inútil deseo
de que ésta le devolviera su antigua forma. Al parecer el gesto fue inútil pues
la alta mujer de pelo rojo le dio un tremendo
puntapié al tiempo que le decía:
-Fuera de
mi vista, gato sarnoso. ¿Qué estás haciendo? ¿Crees que olvidaré que eres un
brujito traidor? Ve por ahí y caza algún asqueroso ratón y prepárate la cena.
No estás invitado a mi fiesta.
Catriel
salió como alma que lleva el diablo, según el decir de los humanos, a
esconderse en alguna cueva donde nadie pudiera hacerle daño. Pero las incomodidades para su majestad no terminaron pues ahí mismo apareció Congo,
el compinche del Brujito Loco. Estaba cubierto de polvo mezclado con sudor y aunque su tarea no había concluido,
tuvo el coraje de aproximarse.
-Calabalumba,
perdona que te dirija la palabra sin tu autorización. Necesito hablar contigo
un momento.
-¡Desfachatado!
¡Insolente! ¿Cómo te atreves a interrumpirme? ¿Qué deseas?
-Sé que
tienes una sustancia que elimina el temor a la luz. Por favor, coloca una gota
de ese ungüento en mis ojos para que pueda servirte de día y de noche. Sé que a
otros les has concedido ese privilegio.
La Bruja
Suprema sintió en un instante que alguien estaba nuevamente enviando mensajes a su mente. Se sintió
confundida y dominada por la fatal desconfianza hacia cualquiera de sus
secuaces. Observó al inútil Congo, mal vestido, sucio, con sus ojos sin brillo,
y recordó a Bombo, que jamás regresó
después de aquella mañana en la que había borrado de sus ojos el temor a ser destruido por la
luz del sol. El miserable y
desagradecido había corrido sin descanso
después de que descubrió el mundo maravilloso de la luz y ahora con seguridad
estaría lejos, en alguna lejana ciudad, con otro nombre, disfrutando de su
libertad. Se aproximó al suplicante y poniéndole una mano sobre su cabeza, le
dijo:
-¿Cómo
podría confiar en ti, miserable Congo? No me sirves para mucho pero no te daré
tu libertad. Sé que no regresarías por más que te eches a mis pies y me
supliques. ¡Eres un bastardo! Te castigaré
para que sirvas de ejemplo. ¿Qué te has creído? ¿Te atreves a jugar con
mi paciencia? ¡Eh!
-Por
favor, no vuelvas a hacerme daño. No quiero ser un perro. Perdona que me haya
presentado ante ti. ¡Ten piedad!
Calabalumba
sacó de uno de sus bolsillos un puñado de polvo amarillo y lo arrojó sobre el
aterrorizado Congo que en unos minutos quedó convertido en un dócil dogo blanco
que se echó humildemente a sus pies.
-Fuera de
mi presencia. Anda y vigila por los alrededores y regresa al amanecer para que
comas algo de las sobras del banquete.
En ese
momento llegaba Pichi Curacó, el mago
ingeniero en explosivos para informar que la construcción de la ciudadela había
sido completada. Era un hombre pequeño, con su cabeza protegida por un casco y
un par de guantes amarillos.
-La tarea
que me encomendaste está a tu disposición, Calabalumba. Te invito a que me
acompañes para que seas la primera en visitar cada uno de los salones y
aposentos. Ya di la orden para que todo el mundo vaya a cambiar sus ropas y
esperen la orden para estar presente en el momento de la inauguración.
-Te
acompañaré pero te advierto que más te vale que encuentre algo que no esté en
su lugar. ¡Vamos!
Comparada
con la nueva fortaleza, la antigua caverna de Sandunga era un ridículo antro en
el que la multitud se apiñaba cada vez que era convocada para un cónclave o un
festejo. A la luz de algunas velas aparecían recintos y salones, talleres de
orfebrería, aulas nuevas para la Escuela de las Brujas Novicias, un Salón de
las Maldiciones en el que podían acomodarse cientos de invitados, los
lujosos aposentos para la Señora de la Noche
revestidos de mármol rosado y granito negro. Estrechos pasadizos comunicaban
los ambientes entre sí y al mismo tiempo tenían salidas de escape hacia el
exterior para casos de emergencia.
-No voy a
reprocharte, Pichi Curacó, porque no encuentro un solo detalle que no esté en
su lugar. Ve tú también a cambiarte de ropa.
La medianoche está por llegar y con ella el momento más sublime de mi
vida.
Calabalumba
apresuró el paso hacia el escondido taller de tejeduría. Allí la esperaban las
brujas Calingasta, Talacayu y Salavina para cubrirla con un vestido diseñado
especialmente para la ocasión.
-Vayamos a
mi habitación privada. Allí están mis joyas y mis perfumes preferidos. Las
necesito para que den los retoques finales después de ataviarme.
Mientras
la soberana completaba su ajuar, en el amplio atrio se iban acomodando los
miembros de la corte, trabajadores e invitados especiales. El ruido de las
voces y risas iba elevándose y se esparcía por los alrededores. Sobre las
largas mesas de piedra aún los duendes no habían servido la comida cuyos olores
salían por las troneras que daban al interior de la nueva y amplia cocina. Aún
no había comida servida sobre las mesas pero sí bebidas alcohólicas obtenidas
de la fermentación del piquillín, semillas de maíz y cebada que habían obtenido en sus continuos saqueos por
las granjas vecinas. Algunos ya mostraban sus ojos vidriosos por la borrachera,
otros babeaban y se reían sin motivo aparente.
En la mesa
principal estaban acomodados los jefes de misiones de los países más lejanos:
la Princesa Panambí, experta en sembrar la peste de los surubíes en el río
Paraná. Curundú, el vidente chaqueño
cuyo aspecto era el de un vistoso pájaro charata. El fantasma de las costas
chilenas, conocido en vida como Jefe Mapocho. El brujo supremo del Desierto de
Atacama, Huascarán, con la apariencia de un viejo y miserable cóndor. Londrina,
la bella mulata de selvas y pantanales brasileños, famosa por sus crueles
venganzas contra los jóvenes exploradores que la amaron. Con su burlona sonrisa
y una honda al cuello se mostraba Guandacol, el joven mago riojano, asesino de
pájaros; y enroscándose sobre un poste de algarrobo destinado a ella, con su larga y roja lengua bífida, se mostraba la
princesa Yungas, señora y protectora de los reducidores de cabeza de la lejana
región ecuatoriana. En otro de los extremos,
vistiendo su traje de gala, sonreía ridículamente el ingeniero en jefe
de Babelia, el mago Pichi Curacó, y a su lado nada menos que la zorra Rumipal,
quien por sus continuados servicios había sido nombrada dama de compañía de la
Bruja Suprema.
Cuando la
impaciencia del populacho empezaba a hacerse notar, un silencio sepulcral
anunció la presencia de la majestuosa anfitriona. Calabalumba, ondeando su
larga y roja cabellera, lucía un
impecable traje de noche negro que caía hasta sus pies descalzos. Llevando en
sus manos el infaltable Espejo de la Verdad, se desplazaba lentamente,
saludando con sus brazos en alto a la
multitud hambrienta, con aquella sonrisa
de compasión y desprecio que parecía dibujada en su rostro pálido, a pesar de haber bebido una dosis
doble del elixir de la eterna juventud y dos copas de licor de piquillín.
Los
invitados especiales se pusieron de pie y le dieron lugar para que se sentara
al centro de la mesa, en una especie de trono tallado en la piedra. Se acomodó
sobre un almohadón rojo, pasó sus manos a ambos lados de su cabeza haciendo
resaltar sus lacios cabellos, agarró con
sus largos y huesudos dedos una
copa de trinki y la vació de un solo trago. Carraspeó, se
miró en el espejo, y luego, con una
sonrisa macabra, habló.
-Dentro de
un siglo o de mil años, cuando nuestros descendientes lean el Libro Negro,
sabrán que esta noche ha sido única en la memoria de nuestro pueblo. Mi vieja
abuela, cuyo nombre ya no recuerdo, se pondría amarilla de envidia si pudiera
estar presente y contemplar esta construcción que es al mismo tiempo nuestro
refugio, nuestra defensa y nuestro cuartel general para el comienzo de la gran
batalla que vamos a dar.
Algunas
voces y risas que provenían de las mesas más alejadas, interrumpieron por unos
instantes el discurso. Fue suficiente un ademán y un golpe seco sobre la mesa
para que hasta los más idiotas y borrachos se echaran a silencio. Bebió otro
trago y continuó:
-Estamos
en peligro. Nuestra raza está en peligro. Han nacido abominables hijos
mestizos, algunos pocos de los nuestros han comenzado a desertar,
traicionándonos, nuestras vidas han
llevado una triste monotonía, sin grandes ni pequeñas novedades. Debemos movilizarnos,
emprender una invasión que no tenga límites hacia la región de los humanos. En
una época fuimos numerosos, luego algunos miserables huyeron, y por fin ahora
somos nuevamente muchos, tantos que no
tenemos ni comida ni agua suficiente. Pronto, les prometo, las tendremos en
abundancia.
Echó una
rápida ojeada a su espejo, paseó su mirada desafiante y siguió diciendo:
-En
esta ceremonia doy por inaugurada la
gran Babelia, sede central del poder único, lugar de reunión de los espíritus
de las sombras, y cuartel general de los ejércitos de la noche. Como podemos
observar, nuestra ciudadela está oculta en el vientre de esta montaña. Nadie podrá verla y tampoco
atacarla. Sus puertas son del más puro y duro granito, sus galerías son
laberintos que solo yo podría atravesar sin extraviarme, sus sótanos están
repletos de libros, mapas, fórmulas
químicas, tónicos, elixires y venenos que nos hacen invencibles.
En el
momento en que Calabalumba había pronunciado la palabra “elixir” echó otra
rápida mirada al Espejo de la Verdad. En apenas segundos contempló su joven
imagen, luego creyó haber visto la carita
sonriente de una niña, y por último un rostro, el suyo, que tenía un
costado seco que dejaba ver los huesos del cráneo. Sintió que sus piernas
perdían sustentación pero volvió a erguirse con su típico gesto de desafío y
soberbia. Se tambaleó como si estuviera borracha, hizo un gesto de desprecio con su boca y volvió a
levantar su voz. Sobre una mesa, la diminuta figura del duende Golim estaba
haciéndole señas para informarle que la cena estaba lista para ser servida.
-Ahí
tenemos a nuestro cocinero en jefe. Deliciosos manjares y licores serán
servidos apenas yo dé la señal. Coman y beban, embriáguense, rían, griten,
maldigan a nuestros enemigos, levanten sus puños en señal de venganza. La noche
es toda nuestra.
La Bruja
Suprema miró hacia lo alto y leyó en el reloj de las estrellas que la
medianoche estaba llegando. Esperó que el Gallo del Diablo elevara su canto
para dar la orden a Golim, pero nadie cantó. Más bien se escuchó un murmullo
que empezó tímidamente y luego creció, con voces de admiración y de espanto.
Justo, encima de la formidable fortaleza de Babelia, brillaba la figura
luminosa del Pájaro de Fuego, Quetzal, el dios Sol de los antiguos mayas.
La Dama de
la Noche brincó de espanto y junto a ella sus invitados especiales y el
ejército de inútiles magos y hechiceras,
pitonisas y videntes de la peor calaña. La imagen que brillaba en lo oscuro
del cielo parecía ridiculizar a esos espectros
con sus ojos espantados fuera de
sus órbitas y las bocas chorreando baba, otros con sus máscaras bobas, los más borrachos yaciendo en el piso, algunos pocos
arrastrándose en busca de las puertas de ingreso para irse a dormir. El
espectáculo era desordenado, inesperado,
indescriptible, tan diferente al esperado por sus organizadores.
El Pájaro
de Fuego se fue transformando en una bola roja, de la que surgió hacia abajo un
hilo de luz resplandeciente que hería los ojos. La flecha luminosa continuaba
descendiendo cuando se escuchó la potente voz de Calabalumba:
-¡Todos
adentro! ¡Entren! Busquemos protección en nuestra fortaleza. ¡Ahora!
El tropel
fue verdaderamente infernal. Piernas y brazos, objetos que caían, gritos,
lamentos, seres de diverso aspecto que se fundían en una masa lastimosa,
procuraban ponerse a salvo, olvidados de la comida, los discursos y los sueños
de grandeza. En el preciso instante en que se escuchó el estrépito de la última
puerta de granito que se cerraba, el rayo de luz perforó a Babelia y a todos sus ocupantes, siguió su veloz marcha
hacia lo profundo de la tierra y regresó seguido por un trueno ensordecedor.
Por la
boca del cráter del volcán que estaba
naciendo, salió un espeso humo, luego
trozos de rocas, llamaradas, cenizas, azufre, gases venenosos, lava
líquida que corría como un río hacia el fondo del valle. Los sueños de grandeza
y de locura de la Dama de la Noche habían concluido. “Nada es para siempre, ni
lo bueno ni lo malo”, repetían los maestros de la luz a sus discípulos.
Con las
primeras luces del amanecer, el paisaje era desolador. El fuego del volcán
continuaba ardiendo y un calor insoportable estremecía los contornos. No había
señales de sobrevivientes ni se escuchaban gritos o voces de auxilio. Los
animales salvajes habían huido a tiempo y sólo podía verse, muy en lo alto,
haciendo círculos de inspección, la figura de un águila real que por momentos
descendía planeando para después batir las alas y volver a elevarse.
Por uno de
los estrechos túneles de escape que habían sido construidos para casos de
emergencia, surgió una figura llena de polvo y cenizas. Catriel, el gato
blanco, miró hacia uno y otro costado y al comprobar que no había enemigos a la
vista, corrió a campo traviesa. ¿Quién podría saber cuál era su destino? En
realidad es muy fácil adivinarlo.
Capítulo 21
ENCUENTRO Y DESPEDIDA
El
estruendo y los temblores que se habían sucedido durante la noche, obligaron a
Ana Luz y Ana Sofía a permanecer despiertas, fuera de su refugio, ante el temor de ser aplastadas por las
rocas. Sin decir palabras habían observado, en lo alto del cielo, la imagen del Pájaro de Fuego y momentos
después la flecha de luz que descendía hacia la tierra y volvía convertida
en llamas y espesos humos que salían del cráter del volcán.
El momento
de regresar al Valle del Silencio se iniciaría muy temprano, después de
tomar una taza de té y cargar sobre la
burrita algunos bolsos y paquetes con ropas, libros y enseres de cocina. El
resto quedaría allí, tal vez para siempre o para que sirviera de refugio a
algún necesitado. ¿Para qué otra cosa podría llegar a servir la gruta profunda,
ese lugar mágico que había sido testigo de tantos misterios?
-Ana Luz,
¿por qué nunca te refieres a la burrita por su
nombre? ¿No lo tiene?
-No,
solamente le digo hola, ven, cómo estás. ¿Quieres ponerle uno? Ella es
solamente un cuadrúpedo que no entiende
una sola palabra.
-No me
importa. Si me lo permites la llamaré Rocío.
-Hermoso
nombre – intervino la gata negra Maitén, que seguía el diálogo con una mirada
triste en los ojos-, ahora que te vas con tus padres, tal vez ella será tu
compañía.
-No lo sé,
pero a ti te recordaré siempre, Maitén, porque no solo fuiste mi mascota sino
también mi amiga, mi protectora.
-Vamos a
dejarnos de sentimentalismos – dijo Ana Luz con una sonrisa -. Tenemos un largo
viaje que hacer para llegar a casa de tus padres antes del anochecer. Ayer he
visto que el pantano se ha secado y el puente está en condiciones de ser
utilizado. Sigamos cargando y empecemos
con los saludos. No soy buena para estas circunstancias, así que iré al
grano.
La voz de
Ana Luz pareció quebrarse. Toda despedida era para ella un instante difícil en
que las lágrimas querían asomar en sus ojos. Ocultó sus emociones y después de
cerrar la pesada puerta de entrada al que sería desde esa mañana su antiguo
hogar, acarició a Maitén y buscó la mirada de Ashpa Puca.
-Ya hemos
hablado lo suficiente. El mundo de
ustedes está aquí. Nosotras debemos probar suerte en otros lugares. Les deseo
la mejor de las vidas, que cada una reciba lo que más desea y merece. Según te
dijo Kukulkan, tú, Maitén, tendrás siete vidas verdaderas de siete años cada
una. Vivirás hasta que seas una gata muy
anciana, con nietos y bisnietos.
-Pero aún
soy soltera, Ana Luz. ¿Dónde encontraré un esposo?
-No
desesperes pues él vendrá a ti. ¿Has imaginado como te gustaría que fuera el
padre de tus hijos?
-Por
supuesto que sí. Será un gato blanco, grande, valiente y muy gentil conmigo.
¿Crees que eso será posible? Tú tienes el poder de ver el futuro, Ana Luz. ¿Qué
me dices?
-No creo
tener ese don pero sí sé que pronto ese gato blanco llegará hasta donde tú te
encuentres. Ten paciencia con él porque viene muy confundido y algo lastimado.
No lo prives del consuelo que necesita.
-Si eso
llega a ocurrir te bendeciré todos los días, Ana Luz. No sólo salvaste mi vida
sino que me diste la compañía de la niña, me enseñaste a ser diferente, y ahora
me das una nueva esperanza para no quedarme sola.
En el
momento en que la joven abrazaba a la gata, se escuchó la voz de Ashpa Puca. Se
extrañaron porque no recordaban haberla escuchado decir, jamás, una palabra. Todos entendían lo que quería
decir cuando ella hacía gestos y
movimientos con su cabeza y con sus alas.
-Hablo
pocas veces y sólo lo necesario. Con mi comadre Catanga acostumbrábamos charlar
durante horas. Como todos saben éramos grandes amigas. Las acompañaré hasta donde comienza el Valle
del Silencio y luego volveré de inmediato a mi nido. ¿Saben el porqué de mi
urgencia?
-Si no lo
dices no lo sabremos – dijo Ana Luz.
- Porque
pronto seré madre.
-¡No me
digas! ¡Esa sí que es una gran noticia! ¡Felicitaciones!
-Estoy
empollando y en pocos días tendré que salir a buscar alimento para mis
pichones. Imagínense, yo mamá. ¡Es increíble! Luego tendré que educarlos,
enseñarles a volar, a cazar, a protegerse de sus enemigos. Menuda tarea me
espera, ¿no les parece? Ser madre a mi
edad, les aseguro que no me lo esperaba.
Ana Luz
sonrió por la buena noticia y porque tenía la impresión de que su amiga, el ave
carnicera, hablaba poco pero cuando lo hacía…pues era bastante conversadora.
Nadie
parecía querer tocar el tema de la destrucción de Babelia, aunque fue Ana Sofía
quien le pregunto al águila real.
-Has
volado sobre el volcán. ¿Qué ha quedado de ese antro? ¿Sabes algo sobre
Calabalumba? ¿Habrá podido escapar a tiempo?
-No
encontré señales de vida. Solo vi escombros, lava enfriándose y cenizas que
llegan hasta la ciudad de Covadonga. Todo lo que allá existía está en ruinas. Pasará un tiempo para
saber si ellos regresarán.
-Por lo
menos yo no estaré aquí, ¿no crees Ana Luz? No es algo en lo que yo deba continuar pensando.
-Tienes
razón, Ana Sofía. Estaremos viviendo muy lejos del país de las sombras. Pero
basta de charlas y empecemos a caminar.
Adiós, Maitén.
-Te amo,
mi pequeña gata.
-Y yo a
ti.
-Adelante,
Rocío, tendrás un premio cuando lleguemos a casa: un atado de alfalfa y agua
fresca. ¡En marcha!
Maitén se
quedó contemplando a las viajeras hasta que se perdieron de vista. Desde el
Cerro de las Brujas podía ver en la lejanía el resplandor del sol sobre el
pasto en el Valle del Silencio. Después regresó y se internó por las serranías
en busca de comida.
De los
pantanos no quedaba otra cosa que tierra seca y los esqueletos de los bichos
que habían vivido y muerto allí. Eran las últimas imágenes de un mundo que
estaba cambiando, para bien o para mal. Más arriba, siguiendo el curso del
Arroyo de las Murmuraciones estaba la Laguna de la Niña Encantada. ¿Qué sería
de la ninfa Taninga? ¿Estaría viva o también había muerto junto con Yacuchina y
Sonosongo?
Al cruzar
el puente y después de despedirse de Ashpa Puca agitando sus brazos, bajo la
sombra de un árbol hicieron una pausa para refrescarse y comer unos higos secos
que habían guardado para el viaje. Les extrañó que a lo largo de los verdes
campos no se viera un solo animal pastando: ni caballos salvajes, ni vacas, ni
cabras, ni ovejas. ¿Qué habría pasado? Tanto tiempo de vivir incomunicados las
había privado de noticias. Antes de que el sol comenzara a declinar ya estaban
llegando a destino. El humo que salía de
la chimenea del rancho era una señal de que sus moradores no se habían
ausentado.
Llegarían
de sorpresa, pensaban, pero los ladridos de Sultán frustraron sus intenciones.
El perro ovejero corría, ladraba y movía su cola reconociéndolas, dándoles la
bienvenida. Cuánta felicidad significaba
el encuentro con los seres amados. El primero en llegar fue Chakay Nahuel,
detrás de él Tanti y luego, lentamente, venía Catinga con los brazos abiertos
para abrazar a su hija y a la niña, esas dos mujeres tan diferentes a ella
y tan importantes en su vida.
Todo
seguía en su lugar en el rancho aunque a Ana Luz le llamó la atención la
presencia de un enorme carromato de cuatro ruedas, que estaba junto a los
corrales. Imaginó para qué serviría pero no hizo ninguna pregunta.
Rocío
recibió la prometida ración de agua
fresca y alfalfa. Las viajeras, después de higienizarse, bebieron sendos
tazones de leche fresca y tortas con chicharrones. Sobre una parrilla se asaban
unos sabrosos trozos de carne para una cena
a servirse, como era la costumbre campesina, un momento después de que
el sol se ocultara.
-Tengo
miles de preguntas que hacerles pero no sé por dónde voy a comenzar. Por
ejemplo, ¿dónde están los animales? No he visto ninguno.
-Acabo de
venderlos hace un par de semanas en la
Feria – contestó Nahuel-. Eran animales
sanos y bien engordados, así que hemos recibido un buen dinero por ellos. No te
digo que somos ricos pero tendremos lo suficiente para los próximos años.
-¿Un buen
dinero? ¿Para qué?
-Vamos a
comprar una casa en Covadonga. Ana Sofía debe empezar el colegio. Yo pondré un
negocio de venta de herramientas y semillas para el campo. ¿Qué les parece? Voy
a cambiar mi antiguo oficio de domador de caballos y cazador de pumas por el de
comerciante.
-Me parece
magnífico – dijo Ana Luz, no muy segura -. Quiere decir que en ese carruaje
transportarán los muebles hasta la ciudad. ¿Cuándo será el viaje?
-Tenemos
pensado que será mañana bien temprano. Iremos juntos, aunque no tendremos lugar
para todos en el carro. Yo iré conduciendo y la señora Catinga se acomodará
sobre unos cueros de oveja que llevo para vender. Ustedes tendrán que ir a caballo
al paso de las mulas. Llevaremos agua y comida para el viaje. Será divertido.
-¿Les
parece divertido tener que ir a la escuela? – dijo la pequeña.
-Todos los
niños deben ir a la escuela. Tienes que aprender – dijo su mamá.
-Pero yo
sé muchas cosas, ¿verdad, Ana Luz? ¿Por
qué no les cuentas?
-Por
supuesto que has aprendido cosas importantes
pero la escuela es la escuela. Esta vez
no podrás discutir, Ana Sofía.
Después de
la cena, Catinga se acostó temprano y lo mismo hizo la niña. Estaba cansada y también un poco enojada. ¡Ir a la escuela!
¿Acaso los padres no deben consultar con sus hijos si quieren o no ir a la
escuela?
Sentados
en la pequeña galería, los tres amigos se dispusieron a tomar una taza de té y,
por supuesto, uno de los temas era el
fenómeno que habían contemplado la noche anterior desde el Valle del Silencio.
Un formidable temblor de tierra, el nacimiento de un volcán, la caída de ceniza caliente. ¿Qué había sucedido?
Ana Luz
buscó las palabras adecuadas para contar una parte de la verdad y guardar el
resto para otra ocasión. Lo cierto era
que tanto ella como su ahijada estaban de regreso, sanas y salvas. Después
hablaron sobre el futuro inmediato.
-¿Qué
harás en Covadonga, Ana Luz? – preguntó Tanti.
-Volveré
con mamá a nuestra casita. Como ustedes saben, sé trabajar distintos
materiales. Haré artesanías que venderé en la plaza de la ciudad. Mamá está muy
cansada y ya no irá a trabajar como doméstica. Seré yo quien provea el dinero
para los gastos. Además, tengo una idea para aumentar mis ingresos.
-¿Buscarás
un empleo?
-Nada de
eso. Seguiré los pasos de una anciana muy amiga, doña Salomé. ¿La recuerdan?
Cada tanto viajaré a las serranías a cortar yerbas y plantas medicinales que
venderé casa por casa. También sé donde hay colmenas para sacar la miel. Si
ustedes le dan permiso, Ana Sofía podría acompañarme de vez en cuando.
-Es una
buena idea. En cuanto a la niña, sabes que las tareas en la escuela, más
algún deporte, aprender a bailar o
alguna otra actividad, la mantendrán ocupada.
-Por
supuesto, no había pensado en eso, Tanti.
-Viviremos
en la misma ciudad, de modo que continuaremos visitándonos. Nahuel y yo hemos
pensado que tu compañía la hace muy
feliz a nuestra hija. Compartiremos su educación, ¿estás de acuerdo, Ana Luz?
-Es lo más
hermoso que he escuchado esta noche. No esperaba otra cosa de ustedes.
Ordenaron
la cocina y luego se fueron a dormir. Rocío, con su panza llena, dormía
plácidamente echada sobre un colchón de
cebada. Ni un solo sonido, salvo el canto de los grillos alteraba el
silencio. Daba la impresión de que algo
maravilloso había sucedido y que vendrían nuevas experiencias para todos y para
cada uno.
Con el
lucero brillando hacia el levante, todo
el mundo despertó y se inició la tarea de cargar los muebles, colchones, ropa,
y todo cuanto cabía en el inmenso carretón que al paso lento de cuatro
mulas inició su rodaje sobre la huella
polvorienta. También al paso y con mansedumbre caminaban Indio, Rocío y el
petiso de la niña. Catinga se había quedado adormilada sobre los cueros de
oveja. En el pescante Nahuel llevaba las riendas y a su lado con su esposa Tanti iban elaborando los planes
para la nueva vida que les esperaba.
Detrás de
todos, cada una llevando en bandolera su bolso de viaje, Ana Luz y Ana Sofía
dialogaban:
-En la
ciudad nuestras vidas serán muy diferentes, ¿verdad, Ana Luz?
-Sí, mi
amor. A partir de hoy todo será diferente, para todos. Tal vez ésta haya sido la mejor decisión. Tendrás
maestras, compañeros de estudio, nuevos amigos. ¿No te parece maravilloso?
-Ana Luz,
creo que no estás hablando con sinceridad. ¿Cómo puedes decir que será
maravilloso ir a una escuela donde van cientos de niños? ¿Qué voy a aprender?
-Algo
aprenderás. Supongo.
-
“Supongo”. Esa palabra me gusta más porque para mí tú serás siempre mi única
maestra. ¿Cómo voy a comparar lo que aprendí contigo, con Kukulkan, con Maitén
y Ashpa Puca? Eso sí que fue una maravillosa escuela.
-Es
verdad, pero nadie te creerá si le cuentas
a tus maestras y a tus compañeros las aventuras que hemos vivido en
estas últimas lunas. Dirán que eres una niña muy loca, muy imaginativa, que
tienes sueños en colores y cosas así. Lo que nosotros hemos vivido solo ocurre
en los libros de cuentos. Todo ha sido demasiado maravilloso para ser verdad.
-Pero no
hemos salido de un libro de cuentos. ¿Verdad? ¿O sí? No me mientas.
-¿Cómo
saberlo? ¿Crees que tengo todas las respuestas? De lo único que estoy segura es
que te amo, Ana Sofía.
-Y yo a
ti. Espero que para la época de las vacaciones podamos regresar al país de la
magia. ¡Será divertido!
-Eso está
por verse. Por ahora sigamos caminando.
*