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JUAN COLETTI







ANA LUZ

Y EL PÁJARO DE FUEGO

  





Capítulo 1

LAS DROGAS DEL DIABLO



          Las cuatro estaciones del año pasaron sin mayores novedades en el país de la magia. Luego otras cuatro y luego las siguientes. Nadie podría  haber afirmado que se trataba de un período de paz o de preparación para nuevos y grandes enfrentamientos entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Bien decían los más ancianos que la paz era sólo un recreo entre dos guerras.
          Calabalumba salía de vez en cuando de sus secretos aposentos para intercambiar un par de frases con algunos de los brujos, hechiceras, magos, videntes y encantadores que iban regresando a hacerle compañía. En ningún momento tuvo para ellos palabras de agradecimiento y ni siquiera compasión cuando aparecían con llagas en la piel, con heridas sangrantes o desfalleciendo por el hambre. Si querían sanarse que aprendieran a hacerlo, si deseaban comer pues que salieran a robar por los alrededores y si estaban tristes  que el mismo Demonio tuviera compasión de ellos.
          Cada vez que se peinaba y perfumaba tenía ante ella el Espejo de la Verdad, el regalo que Londrina, la bruja suprema de los bosques y pantanos del Matto Grosso, le había obsequiado aquella desgraciada noche  en la que había sido investida como soberana absoluta de su pueblo. Demoraba en observar su rostro con el secreto deseo de volver a verse hermosa y cuando lo hacía, un gesto de horror se dibujaba en el vidrio que no hacía otra cosa que reflejar su  insoportable fealdad. Sumando las lunas desde su nacimiento, no tenía más de veintidós años y sin embargo era la patética imagen de una anciana desdentada, raquítica, de largos y canosos cabellos, aplastada por una joroba que la obligaba a apoyarse en un bastón.
          Quienes la acompañaban no podían olvidar la noche en la que Calabalumba, enloquecida por sus deseos de poder y grandeza, había obtenido leche de Cabana, la Cabra Invisible, a la que habían capturado  mediante una trampa de cristal que le había proporcionado Taninga, la ninfa  de la Laguna Encantada.
          A un primer sorbo, la joven soberana de pelo largo y rojo se había convertido en la mujer más bella, radiante y poderosa que brujo alguno podría haber visto en su peregrina vida. Pero luego, a pesar de las advertencias, sorbió el resto de la leche y en un par de segundos se vio convertida en una vieja repugnante, en  una copia de su detestada abuela Sandunga.
          En cada oportunidad en la que esperaba ver alguna señal de rejuvenecimiento y no la había, tenía el impulso de destruir el espejo contra las paredes de roca pero se contenía  impulsada por su capricho y su obsesión enfermiza de volver a contemplarse joven, bella, con aquellos ojos grandes y maliciosos con los que miraba y despreciaba a cuantos estuvieran en su presencia.
          Durante ese último año,  que para Calabalumba fue interminable, dedicó la mayor parte de su tiempo a realizar experimentos químicos para obtener las más variadas sustancias,  con propósitos a nadie revelado. Encontró por casualidad,  en la vieja biblioteca de su antecesora, una serie de libros que contenían fórmulas, recetas y procedimientos empleados por los magos desde los tiempos más remotos. Entre esos papeles estaban las indicaciones para habilitar un laboratorio que había permanecido inactivo durante siglos. Dio la orden de que nadie siguiera sus pasos bajo pena de severos castigos y se tomó el trabajo, a regañadientes, de ordenar y limpiar el lugar. Así, sobre una mesada de mármol fue ordenando redomas de distintos tamaños,  dos ollas de hierro, y una retorta de cuello largo y estrecho que conectada a un alambique le permitía realizar la destilación de sus pócimas y brebajes, los  tónicos y elixires  más variados. Las enormes velas de cebo nauseabundo daban luz suficiente para que la horrible mujer se desplazara a un lado y otro sin temor a caer y romperse los huesos.
          Sostenido en un atril estaba un destartalado ejemplar del Tanca Omonga, Diccionario Enciclopédico Ilustrado de la Magia, que contenía  los nombres y los usos de diversas substancias almacenadas en vasijas de barro cocido, cada una con su correspondiente etiqueta.  Con sus largos y huesudos dedos iba repasando una de las listas: polvillo de cuerno de rinoceronte africano, hiel de lagarto overo, sales del Mar Muerto, cerebro de lobo de las estepas rusas, alas trituradas de vampiro, pelos de gato montés, veneno de escorpión,  huevos de basilisco, azufre del Volcán Lanín…
          Sobre un fogón a leña colgaba un caldero sucio de hollín en el que Calabalumba  iba mezclando las sustancias indicadas en el recetario  elegido según sus propósitos.  Una vez que los líquidos o cremas  se enfriaban, las   guardaba en recipientes de vidrio con la decisión  de  probarlos  en seres vivos, tal como lo hacían los humanos en los campos de prisioneros de guerra, según lo que había escuchado cuando niña por boca de Sandunga. Por supuesto que no era ella, entonces,  quien se arriesgaría  a sufrir un envenenamiento o algo peor sino que eran sus acólitos los que sufrirían las consecuencias de sus experimentos.
          Su principal obsesión, aunque por supuesto tenía otras, era encontrar el elixir de la eterna juventud, la droga que le permitiría recuperar la juventud perdida por culpa de Cabana, aunque su resentimiento iba más allá, se proyectaba  hacia la imagen de aquella joven que había tenido la ocasión de conocer junto al Manantial de las Corzuelas, su aborrecible enemiga Ana Luz. “¿Qué estará tramando esa brujita de segunda clase? Debo averiguarlo, pero antes tengo que  encontrar la fórmula que vuelva a convertirme en una persona sana,  joven y fuerte, maldita sea” – murmuraba en voz baja.
          Cierta noche, momentos antes de que los seres de la oscuridad se reunieran para soportar las aburridas  enseñanzas y los sermones, se escuchó la orden imperativa de Calabalumba:
          -¿Dónde está Pilagás? Que se presente ante mí sin demora.
          -No la hemos vista, Bruja. Sabes que nuestra hermana está muy vieja y enferma. Ya no vuela durante las noches y se queda dormida en cualquier rincón como si estuviera muerta.
          -Lo sé, por eso la necesito.
          De la espesura de la noche  surgió la imagen de la vieja curandera formoseña, temblando de miedo ante la sola pronunciación de su nombre.
          -Aquí estoy, aquí estoy. ¿Qué me ordenas, mi señora?
          -¿Has olvidado el saludo reverencial? ¿Eres tan vieja y tan inútil que no sabes cómo dirigirte a mí?
          -¿Cómo podría yo ofenderte? Aminga sanga tatanga, Calabalumba. (Calabalumba, eres mi dueña, la más poderosa).
          -Es la verdad. Soy tu dueña y por lo tanto, te daré a probar una sustancia que  he preparado en mi laboratorio.
          El coro de los hijos de la oscuridad sólo atinó a exclamar:
          -¡Oh! ¡Oh!
          -Como eres pobre y vieja y no tienes mucho que perder, beberás un trago de esta  droga.
          -¿Una droga? ¿No me harás daño? ¿Qué pasará conmigo?
          -Ya es tarde, Pilagás, para preocuparte. Toma este frasco y bebe. Si sobrevives te convertirás en la bella joven que fuiste alguna vez. Si no es así ya no tendrás nada que perder. Has vivido lo suficiente para tener que lamentarte.
          La anciana dejó su bastón apoyado en una roca y tomando con sus dos manos el recipiente, bebió la pócima. Al silencio inicial  movido por la curiosidad y la indiferencia sobre el destino que podría sufrir la vieja, sucedió un momento de horror cuando en un instante la vieron desplomarse convertida en una verdadera piltrafa. No había recuperado su juventud, según esperaba Calabalumba, sino que  su vejez se había acelerado  para encontrar una rápida muerte.
          -Todos podemos equivocarnos. Piensen que estos experimentos son como un juego de azar. Algunos perderán y otros ganarán. Así de simple, de modo que limpien esa basura y después desaparezcan de mi presencia. La noche es toda de ustedes. Más les vale que no vaya yo a escuchar algún comentario.  ¡Fuera de aquí!
          Como si nada grave hubiera sucedido, Calabalumba volvió a su escondido laboratorio. No sabía por qué ni cómo  ni cuándo se le había ocurrido realizar un nuevo ensayo. Por un momento casi parecía haberse olvidado  de su actual condición y caminó a paso rápido hasta encontrarse frente a frente con el Tanca Omonga. Comenzó a pasar rápidamente una página tras otra.
          -¿Seré tan estúpida que pasé por alto esas otras substancias? Nunca tuve demasiada confianza en lo  que podría obtener de estos cuatro elementos. Veamos qué tenemos aquí: Polvo de estrellas, pétalos de jazmín de lluvia, lágrimas de ángel, agua de rosas del Antiguo Egipto.  Ahora recuerdo que mi detestable abuela Sandunga nos decía, en las clases de las Brujas Novicias, que estas cuatro sustancias fueron  el fruto de un robo que ella y sus hermanas habían realizado en su juventud.   Esta misma noche procesaré por el alambique este mejunje y mañana, apenas el sol comience a brillar en el horizonte, elegiré a otro voluntario para hacer la primera de las pruebas. Si tengo éxito, será el  momento de ir preparando mi venganza. Mi cuerpo es viejo y horrible pero mi mente es rápida y sabe encontrar la solución a cualquier problema.
          Atizó el fuego, calentó el  caldero y depositó en el  agua hirviendo las cuatro sustancias que  de inmediato se mezclaron, pasaron por los conductos de la retorta y fueron depositándose, gota a gota, en un pequeño vaso de color azul.
          A la mañana siguiente, según su plan, mientras los demás dormían plácidamente, despertó a la gata negra que acostumbraba dormir junto a la entrada de su cuarto secreto.
          -¡Arriba, Maitén!  Es hora de levantarse.
          -Pero si recién acabo de dormirme. ¿Qué quieres a esta hora?
          -Deja de preguntar y ven conmigo. Saldremos a la luz del día.
          -Pero, Calabalumba, el sol me destruirá. ¿Qué pretendes de mí?
          -Solo espero obediencia, gata estúpida. Camina, si no quieres que te agarre con mis afiladas uñas y te arroje al abismo. ¿Qué prefieres?
         

Capítulo 2

EL SECRETO DE NAHUEL
         
          Una vez al año, para el día del nacimiento de su ahijada, Ana Luz descendía desde lo alto del Cerro de las Brujas y caminaba largas horas hasta llegar al rancho de sus amigos en el confín del Valle del Silencio.
          Con algunas pocas herramientas y materiales  que había llevado consigo desde Covadonga, en sus horas libres había  realizado numerosos dibujos y artesanías con las que adornaba su secreta vivienda, en la profunda caverna que había pertenecido a  Catanga, su vieja amiga y maestra en el arte de las ciencias ocultas.
          Desde aquella noche cuando salieron al patio y contemplaron en la noche oscura la imagen radiante del Pájaro de Fuego, su pensamiento volvía una y otra vez a ese extraño animal cuyo origen y significado desconocía. Tal era su obsesión que había fabricado con alambres de cobre varios modelos a diferente escala, uno de los cuales llevaba como obsequio para Ana Sofía.
          El viaje no tuvo mayores novedades. Sin haberse encontrado con nadie, a excepción de un grupo de jinetes que arreaban unos esbeltos caballos de carrera,  y que amablemente la saludaron tocando con su mano derecha el ala del sombrero, Ana Luz  comenzó a emocionarse apenas divisó a lo lejos la silueta del rancho de sus amigos  y un momento después los ladridos de Sultán que venía a su encuentro.
          Contrariamente a lo que habitualmente ocurría, nadie salió a saludarla. Un extraño silencio reinaba en la galería en la que habitualmente se sentaban a conversar después de la cena. La puerta principal estaba abierta como invitándola a pasar al interior. Apenas cruzó el umbral, vio que Tanti estaba sentada en una de las sillas de la cocina, con el rostro pensativo, podría decirse que había estado llorando. Al encontrarse con la sorpresiva presencia de Ana Luz se puso de pie en el acto y procuró ocultar a su querida amiga la tristeza que por momentos había estado enfermándola.
          -¡Ana Luz! Te  estaba esperando. Perdóname que no haya salido a recibirte. Estaba distraída.
          -No seas tonta, ¿por qué deberías salir a esperarme? Así está bien. Como siempre, me siento feliz de volver a verte, aunque hoy te  encuentro preocupada, como si estuvieras enferma. ¿Qué tienes? Por favor, vuelve a sentarte.
          -No  te preocupes. Son asuntos de familia.
          -Con más razón, entonces. ¿Y mamá?
          -Catinga ha salido al campo a buscar a una de las  cabras lecheras para ordeñarla. Pronto regresará.
          -Y los demás, ¿dónde han ido Nahuel y  Ana Sofía?
          -Han viajado  a hacer compras a Covadonga. Sabes que ellos están siempre juntos. Parece que la niña sólo tuviera ojos para su padre.
          -No digas eso. Sabes bien que ella te adora. No me digas que ahora tienes celos.
          -No se trata de celos, Ana Luz, es algo peor.
          -¡Algo peor!  Necesito que te expliques, por favor.
          -Creo que mi esposo y nuestra hija  se entienden mejor y que guardan algo así como un secreto que no desearan compartir conmigo. Te juro que a veces me siento tan tonta, como si entre ellos y yo no hubiera un lugar. Soy como una extraña a la que no tienen en cuenta para nada.
          -Ahora entiendo menos. ¿Por qué  te sientes una extraña?
          -Más de una vez los he sorprendido hablando en una lengua desconocida. ¡Ana Luz, tienes que ayudarme!  Ellos hablan y se ríen y apenas me ven aproximarme cambian de tema. ¿Qué está pasando?
          Ana Luz comprendió que el tiempo de los secretos entre ella y Chacay Nahuel estaba llegando a su término. Guardó su enojo y procuró alentar a su amiga, abrazándola y pidiéndole que sin demora preparara un poco de té. Buscó un recipiente con agua, una palangana de aluminio, jabón y una toalla y se lavó la cara y las manos, volvió a abrazar a su amiga, le hizo cosquillas para animarla y se sentaron a la mesa en el momento en que Catinga volvía del campo con un balde de leche tibia recién ordeñada.
          El encuentro de madre e hija produjo un cambio en el ambiente, algo así como que mejoraba el buen humor. Tomaron la merienda y cuando se disponían a preparar la cena llegaron Nahuel y Ana Sofía, cada uno montado en un caballo.
          Al observar que su madrina salía a recibirlos, la niña gritaba:
          -¡Ana Luz! ¡Mira! Aprendí a cabalgar, este es mi petiso. ¿Qué te parece?
          Cuando llegó el turno de saludar a Chacay Nahuel, un ojo atento podría haber observado que la ceremonia de bienvenida fue más bien fría por parte de Ana Luz. Apenas hizo su clásica inclinación de cabeza  se apresuró a desmontar a la pequeña a la que besó y abrazó con la ternura de siempre.
          -Ahora no puedo llevarte en brazos. Has crecido, Ana Sofía. ¡Qué pesada estás!
          -Hoy cumplo seis años, ¿no lo sabías?
          -¡Cómo olvidarme! Te traje un regalo muy especial.
          Nahuel encendió el farol de noche mientras las mujeres terminaban de preparar la cena. Dispusieron platos y cubiertos en la mesa, sirvieron la comida, se contaron las últimas novedades y cuando llegó el momento de ir a descansar, Ana Luz, con un tono de voz que no admitía réplicas,  le dijo a Catinga:
          -Se hace tarde, mamá. ¿Por qué no acuestas a la niña y luego tú también te vas a descansar? Nosotros tenemos  que sentarnos a conversar sobre algunos asuntos que no pueden esperar.
          -Pero antes, quiero mi regalo, Ana Luz. Hasta que no me lo des no iré a dormir.
          -Por supuesto. Aquí está -.  Extrajo de su bolso  la artesanía y la puso en manos de Ana Sofía que por un momento no supo qué decir, luego tomó el objeto que representaba el Pájaro de Fuego y lo apretó contra su pecho.
          -Es hermoso, Ana Luz, es el mejor regalo que he recibido. Gracias, te quiero mucho.
          -Y yo a ti. Que tengas hermosos sueños.
          Salieron al fresco de la noche y se sentaron en unos viejos sillones de mimbre que lucían blandos almohadones de lana bordados por Tanti, en la galería desde la que podía observarse un campo de estrellas en la noche. Fue Ana Luz quien inició el diálogo.
          -Cada uno de nosotros tiene una historia personal que debemos aceptar y respetar. No es fácil comprender la vida del otro si no lo amamos suficientemente. Tanti y yo nos conocimos desde muy niñas, cuando ella era una pastora de cabras y yo la hija de un matrimonio de brujos. ¿Te acuerdas?
          -Como olvidar aquellos años, Ana Luz. Recuerdo que al principio tuve miedo y recelos, pero la amistad que nos unía fue más fuerte que mi desconfianza. Vivimos juegos divertidos y peligrosas aventuras y cuando, obligadamente, debimos separarnos, juramos volver a vernos.
          -Es verdad. La vida nos llevó por diferentes caminos hasta que, por fortuna, volvimos a encontrarnos. Esa es la historia que todos conocemos, pero hay algo que no ha funcionado bien, y me estoy refiriendo  a ti, Nahuel. ¿Me escuchas?
          -No comprendo lo que quieres decir, Ana Luz. Por favor, necesito saber qué estás queriendo  reprocharme.
          -Quiero decir que Ana Sofía es hija tuya pero también de Tanti.
          -¿Quién podría negarlo? Somos un matrimonio feliz, somos buenos padres. ¿Cuál es el problema? ¿Qué estoy haciendo mal?
          -Que  no tienes derecho, Chacay Nahuel, a educar a tu hija como si fuera solamente tuya. Esta noche será el fin de un secreto y el comienzo de una nueva etapa en sus vidas. Aproxímate, Tanti, dame tus manos. Ahora, por el amor a tu esposa y a tu hija, por el respeto que sientes por mí, habla. Cuéntale a tu mujer los primeros años de tu vida, desde antes de que perdieras a tus padres en aquella tormenta de nieve. Cuéntale   tu vida desde que tengas memoria, sin omitir detalles.
          Nahuel se quedó un largo rato en silencio, como buscando las palabras. Luego, con voz cansina y pausada, hizo  el impresionante relato de su vida,  el mismo  que años atrás había revelado a Ana Luz. Tanti escuchaba en silencio, mientras gruesas lágrimas caían de sus ojos, por momentos asombrada, por momentos orgullosa de su destino, y también enojada por lo que le habían ocultado. La presencia de Ana Luz y la sinceridad de su joven esposo  hicieron que fuera acomodándose a una nueva realidad, aceptando lo que nadie podría modificar: eran los padres de una niña mitad humana, mitad bruja. Ana Sofía era, pues, la “mestiza” que Calabalumba había empezado a odiar tanto o más que a Ana Luz.
          -Es todo cuanto puedo decirte, Tanti. Si te había ocultado mi secreto es porque siempre temí que no me amaras, que me rechazaras. Ahora sólo te pido que me perdones y, si no lo haces, no te obligaré  a continuar conmigo. Jamás te haría daño porque en mi corazón no quedan rastros de mi pasado. No soy un hijo de las sombras. Lo sabes bien.
          -Hace algunos años no estabas preparada, Tanti, para conocer lo que Nahuel  acaba de  revelarte. Fui yo quien le pidió que guardara su  secreto. Tarde o temprano lo sabrías, y ese momento llegó, esta noche, para bien de todos. Ahora todas las cartas están sobre la mesa.
          Tanti no dijo una sola palabra. Se puso de pie y abrazó a su esposo. Lo besó y entró a su dormitorio, limpiándose las lágrimas.
          Lejos de allí, en un laboratorio construido para elaborar las más nocivas substancias, Calabalumba probaba ahora una receta, luego  otra. Cada vez que fracasaba en un intento arrojaba los frascos contra las paredes de piedra, gritaba, maldecía, se mesaba sus blancos cabellos.  Quería encontrar el veneno perfecto, la droga letal que no dejara  huellas. El verdadero arte consistía en realizar el crimen perfecto, según se jactaban los  antiguos verdugos.
          El día anterior había amenazado a Maitén con fregarle en sus ojos una nueva pomada  para que pudiera desplazarse sin peligro bajo la luz del sol. Cuando se disponía a realizar su experimento, pensó que mejor sería hacerlo en presencia de algunos otros brujos de su corte. Pensó en Yacuchina y Sonosongo a los que también liberaría del horror a la luz. Había depositado  a la gata negra en el piso, con aire de suficiencia y perdonavidas diciéndole:
          -Lo dejaremos para otro día. Ve a descansar a tu rincón favorito. Tengo  un nuevo plan, una genial idea se me acaba de ocurrir. 

         
Capítulo 3

ANA SOFÍA  EN EL PAÍS DE LA MAGIA

          Una semana pasó Ana Luz en el rancho de Tanti y Nahuel, con la sensación de que no tenía prisa por regresar a su hogar en las montañas. Los esposos parecían haberse reconciliado y ya no se hablaba del tema de la niña mestiza. Fueron aquellos unos días espléndidos, sin tormentas de lluvia ni vientos, ni nada que perturbara sus desplazamientos por el Valle del Silencio, a veces montada sobre Indio y otras caminando tras las  majadas de cabras y ovejas.
          Colaboró ordeñando y aprendiendo a fabricar quesillo, a cocinar algunas de sus comidas y postres preferidos, y especialmente a jugar y dialogar con su ahijada. Con paciencia y con algunas dificultades, Tanti había transmitido a su niña los primeros conocimientos que le permitieron aprender rápidamente el significado de los signos del lenguaje y de los números. En leguas a la redonda no existía escuela alguna y por ningún motivo habrían estado de acuerdo en enviarla a un internado en la ciudad de Covadonga.
          Ana Luz comprobó que Ana Sofía no solamente aprendía lo que cualquier niño en edad escolar puede aprender sino que se interesaba por otras cuestiones para las que sus padres no tenían respuestas. Era, además de curiosa, muy traviesa y sin que aparentemente nadie se lo hubiera enseñado, sabía ocultarse, aparecer y desaparecer, trepar de un salto a la rama más alta de un árbol, correr a una gran velocidad y montar a caballo con la habilidad de un jinete experimentado.
          Mientras Chacay Nahuel recorría los campos y hacía sus negocios en la Feria más próxima, las mujeres dedicaban el día a las tareas propias del hogar aunque  se daban tiempo para  sentarse en la pequeña galería del rancho a conversar, tomar un fragante té de tomillo, menta y peperina, y tejer o bordar, tareas para las que Ana Luz no era muy hábil, aunque   se esforzaba ante la sonrisa comprensiva de su madre Catinga.
          La noche anterior a su regreso, luego de cenar, Ana Luz se decidió finalmente a decir lo que durante esos días había estado dando vueltas en su cabeza. Se trataba del pedido  más incómodo que podría hacer, pero al fin se decidió:
          -Tengo algo muy personal  que preguntarles,  pero no sé si decirlo o callarme.
          -¿Acaso no tenemos la suficiente  amistad para confiar nuestros pensamientos? – dijo la joven mamá, acariciando las manos de su amiga.
          -Es un tema muy delicado y no sé por dónde empezar. Desde ya les pido que me perdonen si se consideran ofendidos.
          Chakay Nahuel tuvo un presentimiento y un sobresalto en su corazón. En lo íntimo de sí mismo sentía un respeto especial por Ana Luz. Aunque desde niño había abandonado el mundo de la oscuridad, su alma de brujo que sabe presentir el futuro no lo había abandonado. Por ese motivo, siempre que se despedía de la mejor amiga de su esposa, lo hacía con una reverencia. Esa hermosa joven que vivía sola y oculta en el país de la magia, era un ser  superior al que él tenía la obligación de escuchar. Lo dijo con palabras muy simples:
          -Sabes que no solo eres bienvenida a nuestro humilde hogar. Eres la madrina de nuestra pequeña. Amamos a nuestra hija como a nadie en el mundo, pero ya no sabemos cómo educarla, como orientarla. ¿Sabes de qué estoy hablando?
          -Lo sé – respondió Ana Luz -, y me sorprende y me halaga que hayas leído mis pensamientos. El sagrado poder de la luz también está en ti y ese don es el que has transmitido a tu hija.
          Catinga y Tanti guardaban silencio y seguían atentas el diálogo. Toda buena madre jamás desea separarse de sus hijos, pero ambas sabían sin decirlo que tanto Ana Luz como Ana Sofía no eran un par de hijas comunes. Aunque no tenían la capacidad de comprenderlas, sí tenían el suficiente amor para desear lo mejor para ellas.
          -No voy a pedirles nada imposible–prosiguió la joven madrina -.  Sé que ustedes confían en mí, saben que tengo una tarea importante qué hacer más allá del Arroyo de las Murmuraciones.
          -¡Ser la dama de compañía de doña Salomé! ¿Verdad, hija?
          Ana Luz sintió un amor compasivo por su madre. Se aproximó a Catinga y mientras acariciaba su cabello, le dijo, sabiendo que no podía revelarle la verdad:
          -Así es, mamá. Estoy ocupada pero ¿sabes cuál es mi mayor deseo?
          -Si no me lo dices, no lo sabré.
          -Que en un tiempo no muy lejano todos nosotros podamos vivir en mutua compañía. Todavía no sé cómo podremos organizarnos pero ése es mi mayor deseo. Seremos una familia muy especial.
          -Es la idea más maravillosa que he escuchado en años – dijo Tanti, con sus ojos mojados por las lágrimas -. En un lugar u otro, qué mejor que permanecer junto a  las personas que queremos.
          Nahuel hizo un leve gesto de asentimiento, pero nada más agregó. Después de un corto silencio,  se escuchó la voz entusiasmada de Ana Luz:
          -Entonces, ¿están de acuerdo? ¿Permiten que Ana Sofía viaje conmigo? No será por mucho, apenas  el tiempo de una luna. Les prometo que la cuidaré y le cocinaré sus platillos preferidos. ¿Sí?
          Los padres de la niña se miraron a los ojos. Era la decisión más difícil que deberían tomar desde que se conocieron. Pero algo estaba sucediendo en ese momento, una fuerza mayor, el presentimiento de la proximidad de un formidable cambio en sus vidas, los obligaba a responder. 
          -¿Cómo podríamos  decirte que no? – dijo Tanti mientras su esposo hacía con su cabeza una señal de aprobación -. Además, eres como una segunda madre para ella. Te la confiamos por más que estamos seguros de que la extrañaremos cada segundo del día.
          -Entonces, a preparar los bolsos. Mañana muy temprano partiremos. Ahora vayamos a dormir. Gracias a ambos, no saben lo feliz que me siento.
          A contar de esa noche en la que una inmensa Luna llena alumbraba el mundo, se empezarían a contar los días para que Ana Luz devolviera a sus padres a su querida ahijada. Convinieron que en el plazo convenido ella y la niña estarían aguardándolos en el puente de madera que cruza sobre el rumoroso cauce del Arroyo de las Murmuraciones.
          Como era habitual en cada visita, se levantaron apenas el sol insinuó su presencia sobre la tierra. Tomaron el desayuno y se despidieron ignorando que cuando llegara el momento convenido, nada sería como había sido proyectado porque nadie, ni aun los más experimentados videntes pueden anticipar lo que verdaderamente sucederá en  el futuro.

                  
Capítulo 4

MAITÉN DESCUBRE LA LUZ

          -¿Recuerdas lo que eras antes de que yo te convirtiera  en una sarnosa gata negra?
          -Claro que lo recuerdo. Era una niña india  de doce años nacida en la lejana Patagonia.
          -¿Recuerdas por qué te castigué, Maitén? ¿O prefieres que yo lo diga? Te estoy escuchando.
          -Pretendí ocupar tu lugar. En aquellos tiempos Bombo, Congo y yo éramos muy unidos y cuando murió…tu abuela…ya conoces la historia, ¿para qué me haces repetirla? Yo era una niña y no sabía lo que decía. Jamás pretendí ofenderte.
          -Tus compinches  fueron un par de  perros dogos hasta que cumplieron la tarea de traer a mi presencia a aquella maldita cabra invisible cuyo nombre no voy a repetir. En cuanto a ti, tengo una propuesta que hacerte, aunque jamás confíes en mi palabra así como yo jamás confiaré en la tuya. 
          -Haré lo que me pidas. Recuerda que cuando todos te abandonaron yo fui la única que no lo hizo. ¿Qué deseas de mí? Prometo obedecerte a cambio de que termine la penitencia que me has impuesto.
          -No te apresures. No pidas lo imposible. Por ahora te liberaré del encantamiento ilusorio que viven los hijos de la oscuridad. Sanaré tus ojos  para que puedas vagar durante el día sin el riesgo de convertirte en un puñado de cenizas. ¿Estás preparada o prefieres que te arroje al fondo de ese abismo?
          Estaban sentadas en los bancos de piedra en la explanada de la enorme guarida de Calabalumba. Unos pasos más atrás se veían las siluetas de los ancianos brujos Yacuchina y Sonosongo, invitados como testigos del experimento. Como trazado por un lápiz amarillo dorado, a lo lejos se divisaba el resplandor del amanecer. Nadie recordaba en la larga historia de la magia que un suceso semejante tuviera lugar.
          La gata negra maulló lastimeramente pero al observar que la Bruja Suprema frotaba sobre sus propios  ojos una porción de la sustancia que traía en un frasco de vidrio, se tranquilizó y esperó su turno. 
          -Voy a demostrarte el poder de mis conocimientos, Maitén. Observa cómo oriento mis ojos hacia la luz del sol. Tendrás el privilegio de andar por el mundo tanto de día como de noche, tal como lo hago yo.
          -¿Por qué lo haces? ¿A cambio de qué deberé arriesgarme?
          -Tu tarea será muy sencilla. Dentro de un momento comenzarás a recorrer nuestro ancho territorio, en secreto, sigilosamente, protegiéndote de tus enemigos naturales. Deberás encontrar el lugar donde se oculta mi peor enemiga, y regresar de inmediato a comunicármelo. Eso es todo.
          -¿Qué recibiré a cambio? Son muchos los peligros a los que deberé exponerme.
          -Te devolveré tu imagen anterior. Eso creo que haré,  pero no te doy mi palabra. Primero cumple con tu tarea, luego veremos qué haré contigo.
          -¿Qué pasará si no logro tus propósitos?
          -Haré  de cuenta de que no has nacido, pues te mataré. ¿Escucharon, ancianos? Ustedes son los testigos de mi amenaza.  Juro por los malditos demonios que no perdonaré el mínimo fracaso.
          -Sí, Bruja, te hemos oído – dijeron a coro los viejos desalmados.
          -Ven, pequeña. Abre bien tus ojos – dijo la esquelética bruja-. Ahora observa a tu alrededor y dime si la luz del sol te está lastimando.
          -No, Bruja. Veo con claridad y no siento dolor en mis ojos. Tampoco  siento temor  y deseo salir de inmediato.
          -Saldrás pero antes deseo escuchar tu juramento de fidelidad.
          -Aminga sanga tatanga Calabalumba  (Calabalumba, eres mi dueña, la más poderosa).
          -Ahora desaparece de mi vista y más te valdrá que cumplas con  tu misión. ¡Corre!
          Maitén partió veloz como un rayo y se internó por caminos que jamás había recorrido durante la noche. Todo era diferente ahora para ella: los colores, las formas de las plantas, los aromas de ese mundo salvaje y desconocido. El cielo no era oscuro ni había millares de estrellas. En lugar de la Luna brillaba un Sol inmenso, cálido, que la iba orientando por sendas que iban de un cerro a otro, de este pequeño valle al otro;  paseó por  bosquecillos de aromos y espinillos, olió el perfume de flores cuyos nombres desconocía.
          La gata negra se imaginó corriendo por esos lugares convertida en la alegre y traviesa niña que había sido allá en el lejano sur. Apenas recordaba su infancia y ni idea tenía del porqué había formado parte del conjunto de niños, hijos de hechiceras y magos que se habían salvado en la gran Batalla del Día del Eclipse. Ahora solamente pensaba en encontrar ese recóndito escondite que nadie había logrado detectar. No  le habían informado  que los que lo hicieron no volvieron para contar su historia. Cualquiera que fuera el resultado de su búsqueda, ella jamás podría, entonces, contar los detalles de su aventura a la siniestra Dama de la Noche.
          Así pasó el primer día durante el cual la gata cazó un par de ratones para su cena. Luego buscó un refugio en una pequeña cavidad  ubicada próxima a un sendero ancho y limpio donde las flores formaban una alfombra multicolor. Como no había sido educada en la contemplación de la belleza, no sintió nada, solo curiosidad y el deseo de dormir profundamente.
          Lo que Maitén no sabía es que Ashpa Puca, el águila real, había observado todos sus movimientos y esperaba sin apuro  el momento oportuno para atacarla.
          Mientras tanto, a esa misma hora, Ana Luz y Ana Sofía estaban acomodando sus bolsos después de la agotadora caminata. Si un adulto sentía que sus piernas le pesaban después de tantas  leguas de marcha forzada, entonces qué decir de una niña de seis años. Sin embargo, ésta no solo no parecía cansada sino que se mantenía activa, atenta, observando y preguntando sin parar.   
          Ana Luz encendió el fuego y preparó una cena rápida con trozos de pan y queso que le habían obsequiado en casa de Tanti y el infaltable té de pétalos de rosas y peperina endulzado con miel, el preferido de su ahijada.
          Se sentaron a la mesa y mientras comían, Ana Sofía observó que en las paredes de roca aparecían numerosas artesanías  similares a la que su madrina le había obsequiado.
          -¿Lo conoces? – preguntó -. ¿También él te visita en tus sueños?
          -¿Quién me visita en mis sueños?
          -El pájaro de fuego que vimos aquella noche brillando en el cielo. ¿Lo recuerdas,  Ana Luz?
          -Por supuesto, con aquella imagen  me inspiré para realizar estos adornos. ¿Cómo olvidar algo tan extraordinario visto por primera vez? Pero a pesar de mis intentos, no sé qué significa ese extraño pájaro de larga cola. ¿Y tú?
          -El Pájaro de Fuego me visita en los sueños y me habla pero no puedo recordar lo que me ha dicho. Cuando me invitaste a pasar contigo algunos días, pensé que ahora podría hacer que mis sueños de niña se  hagan realidad. ¿Acaso no estamos en el país de la magia?
          -¿Qué tus sueños de niña se hagan realidad? ¡El País de la Magia!  ¡Vaya qué lenguaje!  ¿Cómo has aprendido a expresarte de ese modo?
          -Mi papá Chacay Nahuel me ha enseñado muchas cosas. Supongo que mamá ya te lo dijo.
          -Lo sé, pero  ¿dónde más has aprendido lo que sabes? Nunca te había escuchado hablar de esta manera.
          -En los sueños.
          -¿En los sueños? ¿Mientras estás dormida?
          -Sí, en los sueños también se reciben enseñanzas. Aprendo, pero no sabría explicarte cómo aprendo.
          -Muy bien, mi pequeña Ana Sofía. Es hora de dormir.  Ya tendremos oportunidad de continuar esta interesante conversación. ¡A la cama!
          Ana Luz no pudo creer el saludo que escuchó antes de apagar la luz de la vela. Su querida ahijada hablaba en  puncum, el dialecto secreto de los brujos.
          -Bamba ananda Ana Luz.  (Buenas noches, Ana Luz)
          -Que descanses.


Capítulo 5

LIBÉRAME O DAME LA MUERTE

          Mientras la pequeña Ana Sofía continuaba durmiendo plácidamente, Ana Luz salió muy temprano a buscar un poco de leña para el fuego de la cocina. Era la hora,  exacta,  en que  las sombras de la noche y la claridad del alba comienzan a separarse. En un pequeño claro vio a  la burrita que  pastaba moviendo su cola a un lado y otro como si festejara el nacimiento de un nuevo día.
           En el momento en que algunos pájaros comenzaban su jornada  en busca de alimentos para sus pichones, los pequeños cuises cruzaban raudamente ante la menor presencia de extraños,  y la brisa  transportaba el aroma de las flores silvestres, fue cuando Ana Luz creyó escuchar algo así como un sollozo,  los apagados sonidos de una voz que en ese momento recordó con absoluta nitidez. Dejó el atado de leña seca y corrió en dirección a un extraño ser que parecía tambalearse por un antiguo cansancio.
          -¡Candonga!
          -¿Quién pronuncia mi nombre? ¿Quién eres?
          -Soy Ana Luz. ¿No me recuerdas? Cuando yo era una niña tuvimos un encuentro en el cual me dijiste tu nombre y me contaste tu triste vida. Jamás te he olvidado, Candonga, porque gracias a ti mi vida  sufrió un cambio definitivo.
          -No sé por qué eso  haya sido posible pues bien sabes que soy el Espíritu Errante de una joven bruja que hace muchos y penosos años no fue capaz de tomar una decisión. Por ese motivo tengo apenas unos momentos de vida al amanecer y otros al fin del día. Después desaparezco, me convierto en nada, me olvido de mí misma como si no existiera.
          -En aquel encuentro, cuando supe el motivo   que te había convertido en una especie de fantasma que no puede ni sabe volver a la vida plena, temí y me horroricé al pensar que yo podría llegar a ser, como tú, un espíritu vagabundo que no encuentra consuelo.
          -Has sido, entonces, afortunada. Yo también  te he recordado desde entonces y en mis breves ensoñaciones sé que ahora eres una joven inteligente y poderosa. Te admiro, Ana Luz, por ese motivo he tenido el coraje de aproximarme al lugar en donde secretamente  moras para pedirte lo más importante que pueda desear un ser desdichado como yo.
          -Dime, Candonga, ¿en qué puedo servirte? ¿Crees que yo podría ayudarte? ¿Cómo?
          -Tienes el poder que te ha dado tu maestra  Catanga. Posees elevados conocimientos, los suficientes para ayudarme. ¡Por favor, escúchame! Mi tiempo se está agotando. Observa como mi cuerpo empieza a disolverse. ¡No me abandones! ¡Ten piedad de mí!
          Ana Luz sintió una enorme compasión pero en ese momento no supo qué contestarle al Espíritu Errante. Sólo atinó a extender sus brazos, como queriendo  con ellos impedir que la imagen de la mujer fantasma se borrara ante sus ojos.
          -Buscaré ayuda, te lo prometo, pero dame un poco de tiempo. Sola no podría eliminar el maleficio que te atormenta. No sé cómo podría hacerlo, pero no me olvidaré. Pronto volveremos a encontrarnos. Te doy mi palabra.
          -Ana Luz, no puedo más. Estoy cansada de esta larga e insoportable vida. Dame tu palabra.
          -Te la doy, lo prometo por la Sagrada Luz.
          -Entonces libérame o quítame la vida. No olvides tu juramento.
          Con sus últimas palabras, la imagen de Candonga desapareció en el momento en que aumentaba el resplandor del amanecer.
           Ana Luz recogió su  atado de leña y caminó con cierta prisa hacia su refugio. Tal vez la pequeña Ana Sofía  se habría  despertado reclamando su desayuno. Secó sus lágrimas, arrojó el atado a un costado de la entrada y eligió su mejor sonrisa. Su ahijada la estaba esperando sentada en su camita.
          No muy lejos de allí, en la pequeña cavidad en la que había pasado la noche, Maitén despertaba con hambre y con vivos deseos de corretear por los alrededores en la búsqueda del antiguo refugio de la Bruja Solitaria  donde la actual residente y su ahijada desayunaban y charlaban como lo hacían habitualmente.
          La gata negra se desperezó y salió no sin antes haber medido atentamente el lugar por donde se desplazaría y  sin notar que en lo alto de un árbol Ashpa Puca estaba aguardando el momento para tomar su almuerzo. Corrió, se revolcó y dio saltos hasta que imprevistamente cayó en una oxidada trampa para zorros puesta allí quién sabe por quién y cuándo. Una de sus patas había  quedado atascada en el terrible instrumento metálico del que trató de zafarse pero cuando más esfuerzos hacía mayor era el dolor y la sangre que empezaba a manar de la herida. Pensó, despavorida,  que su vida estaba llegando a su fin pero más horror sintió fue cuando una enorme águila real descendió frente a ella agitando sus alas y mostrando su afilado pico y las garras dispuesta a practicar el sacrificio de su vida.
          -¡Por favor, no me mates! – Ashpa Puca detuvo su ataque y continuó escuchando.- Soy una niña bruja, ahora convertida en gata, mi ama y señora me ha encomendado una tarea y si no la cumplo, me castigará. ¡Por favor, te lo suplico!
          El ave carnicera volvió a tomar vuelvo y en un instante golpeaba con su pico la puerta de entrada. Ana  Luz salió secándose las manos en un delantal. Observó que su amiga le estaba indicando que la siguiera. Le pidió a Ana Sofía que por ningún motivo saliera hasta que ella  regresara. Corrió siguiendo las señales que recibía desde el aire hasta que se encontró con la escena de la gata aprisionada en una trampa.
          Sin demorar un instante y haciendo un enorme esfuerzo con ambas manos, logró que Maitén zafara su pata. Por el dolor y la sangre que había perdido parecía haberse quedado dormida. La tomó en sus brazos y corrió a su refugio. Buscó los medicamentos que guardaba en una caja de madera y con ellos untó la herida, luego la vendó y recostó al animal sobre un almohadón.
          Ana Sofía estaba maravillada por aquel hermoso animal y sin decir palabra pensaba en pedirle a su madrina que se la obsequiara como mascota. Ambas mujeres se sorprendieron cuando escucharon una voz gatuna que decía:
          -Mi nombre es Maitén. Gracias por haberme salvado. Si no hubiera sido por ti habría  muerto de hambre y de sed en aquella horrible trampa,  o  el águila se habría hecho un banquete conmigo. Quiero volver a agradecerte, pero no conozco tu nombre.
          -Soy Ana Luz y ella es mi pequeña Ana Sofía.
          El nombre retumbó en todo el cuerpo de Maitén como si le hubieran dado un golpe. “Ana Luz”, así que esa hermosa joven era nada menos que la presa que andaba buscando, la mortal enemiga de Calabalumba. No sólo la había encontrado sino que estaba en el corazón mismo de su morada. No podía creer lo que estaba sucediendo.
          Se quedó nuevamente dormida pensando en el modo de escapar de aquel lugar para cumplir con la promesa hecha a su poderosa ama y señora. Cuando despertó se encontró con la mirada atenta y desconfiada de su salvadora. Tuvo un sobresalto porque adivinó que esos ojos inteligentes estaban pidiéndole que dijera la verdad.
          -Estás en mi hogar, Maitén, y aquí podrás quedarte si esa es tu voluntad. Pero antes debes decirme la verdad, no me mientas porque no estoy  dispuesta a escuchar mentiras. ¿Por qué te encontrabas tan próxima a mi refugio? ¿Quién te envió a espiarme?
          -Te juro que yo…no sé por dónde empezar. Sabes que los gatos somos muy traviesos, nos gusta salir de nuestros hogares y pasear…y…
          Ana Luz hizo un chasquido con sus dedos y de inmediato apareció Ashpa Puca, bamboleándose por su enorme peso. En sus ojos brillaba el deseo de justicia, el odio hacia todos los enemigos de su amiga y protectora.
          -Debes decirme la verdad, Maitén, o te dejaré a solas con quien está frente a ti. No sentiré piedad por quien podría haber venido a  hacernos daño. ¡Habla!
          La gata negra  se estremeció de pánico. En un instante  se dio cuenta de que no tenía salida. No podría huir ni tratar de engañar a quien la había salvado de una muerte segura. Se acomodó echada sobre el almohadón y comenzó a contar su historia.
          -Nací en el lejano sur patagónico en un bosque de pinos junto al Lago Nahuel Huapi. Apenas recuerdo aquellos años pues,  siendo muy  pequeña, ignoro si mis padres me abandonaron o si fui secuestrada. Lo que recuerdo es que crecí junto a  una familia que vive lejos de aquí, en una enorme cueva, mucho más grande que ésta.
          -Será mejor que ahorres los detalles – la interrumpió Ana Luz -. Tienes que decirme quién te envió. Sé de quién se trata pero deberás ser tú quien pronunciará su nombre. Estoy esperando.
          -Aguarda, Ana Luz, no te impacientes.  Prometo decirte la verdad, pero no me hagas daño.
          -No lo haré si eres sincera. Continúa. ¿Por qué tienes el aspecto de una gata?
          -Mi dueña, no sé cómo decirte, me castigó por haberla desafiado. Yo era una niña muy hermosa, traviesa pero no malvada. Hace algunos años, ella…
          -¿Quién es ella?
          -Su nombre es Calabalumba, pero no me obligues a volver a pronunciar su nombre. Ella ha sido quien me transformó y quien me envió a espiarte. Ahora que he dicho la verdad, ya no me importa si me comprendes o no pues mi suerte ya está echada.
          -¿Qué quieres decir?
          -Si regreso ella sabrá que la he traicionado y me destruirá. Si me quedo contigo tal vez en cualquier momento esa águila me haga pedazos con sus garras. Lo que finalmente quiero decirte, Ana Luz, es que estoy cansada. No volveré con ella  nunca jamás. Si me proteges te  prometo que te seré fiel hasta la muerte.
          -Aquí te quedarás, entonces, y  tal vez, en algún día no muy lejano, te haré el más precioso de los regalos.
          -¿Qué clase de regalo?
          -Te ayudaré para que puedas recobrar tu infancia y vuelvas a ser una niña india que vivirá por siempre del lado de la luz. Confía en mi palabra.
          Acluquillada en su cama, con sus ojos desmesuradamente abiertos, Ana Sofía  no podía creer que ella fuera testigo de semejante diálogo. “De manera que éste es el mundo de la magia”, pensó. “¡Me gusta, me gusta!”       
          Afuera, la bruja zorra Rumipal que por orden de la Bruja Suprema  había venido siguiendo los pasos de la gata negra, se había aproximado  y con el mayor sigilo observó cada detalle de la escena. Sin pérdida de tiempo inició una alocada carrera. Tenía que llevarle a su ama y señora de la oscuridad el  sensacional  mensaje de lo que acababa de ver y escuchar. 


Capítulo 6

KUKULKAN
         
          Ana Sofía tomó a Maitén como su mascota y pasaba con ella largas horas en juegos y paseos. A pesar de contemplar a diario la insólita amistad entre su ahijada y la indiecita encantada, Ana Luz no disminuyó su desconfianza hacia Maitén porque bien sabía de los ocultos poderes maléficos que poseen algunos espíritus de la oscuridad.
          Aquel atardecer salió a dar un paseo por las inmediaciones de su refugio, cuando se sorprendió ante el tamaño que tenía en ese momento la Estrella de la Tarde, el planeta Venus como decían los humanos en sus libros de astronomía. No solamente era de un tamaño mucho mayor sino que fue transformándose en la brillante figura del Pájaro de Fuego que había observado varios años atrás, en casa de Tanti, aquella noche cuando la pequeña Ana Sofía, que entonces tenía solo tres años, había señalado con su dedito índice la rara aparición y  exclamado: “Miren, ahí está, por fin ha llegado”.
          ¿Qué sabría la niña para expresarse de ese modo? ¿De dónde podría haber obtenido su conocimiento? ¿De los sueños, como ella decía? Estos y otros pensamientos rondaban la cabeza de Ana Luz mientras observaba cada detalle en el cielo de aquella figura cuyo cuerpo y enorme cola brillaban tornasolados por las últimas luces del día. De pronto, la imagen desapareció y en su lugar continuaba brillando la lejana   estrella  que guía a los pastores, caminantes y gente de mar en sus largas travesías. “Debe ser una alucinación” – se dijo Ana Luz -. “Nadie me dijo, ni Sandunga cuando yo estudiaba en la Escuela de las Brujas Novicias, ni Catanga con toda su sabiduría que esa imagen correspondía a un ser real. Estoy más que intrigada, pero debo regresar a preparar la cena”. Cuando dio la vuelta para encaminarse a su refugio, vio que alguien caminaba hacia ella. Más que caminar parecía desplazarse a ras del suelo, como si flotara. Era un anciano alto, rapado, cubierto con una túnica verde en cuyo frente, sobre el corazón, aparecía bordada con letras de oro la figura del pájaro misterioso.
          -Por favor, no temas -. Dijo el forastero.- Si me concedes un momento te diré quién soy y por qué estoy aquí. Mi nombre es Kukulkan y he viajado desde muy lejos. Tengo noticias para ti que te harán muy feliz.
          -Mi nombre es Ana Luz.
          -Lo sé. Por eso estoy ahora junto a ti.
          -¿Me conoces? Nadie me habló de ti en mi vida. Jamás vi una imagen tuya en ninguno de los libros que he leído.
          -El momento para que nos conociéramos entonces no había llegado. Dicen los libros antiguos que hay un tiempo para cada cosa. ¿Lo sabías?
          -Lo sé. Dime por qué estás aquí. Debo regresar antes de que mi pequeña se preocupe.
          -Ana Sofía está bien. Puedes  quedarte un momento más.
          -¿También la conoces?
          -Por supuesto que nos conocemos, desde hace mucho tiempo. La visito en sus sueños cuando duerme. Deberías saberlo, Ana Luz.
          -Sé que sueña, pero jamás me habló de ti. ¿Qué más sabes sobre nosotras?
          Kukulkan hizo una pausa, unió sus manos y las elevó a la altura de su rostro.  Era la antigua señal de bendición de algunas culturas humanas del Oriente.
          -Además de todo lo que debo hacer mientras permanezca en esta región, te traigo los saludos de Catanga.
          -¡Conoces a Catanga! ¡No lo puedo creer! ¿Dónde se encuentra mi maestra? ¿Acaso  murió antes de darte sus saludos?
          -No, Ana Luz. Ella no ha muerto. Simplemente viajó al país de la infancia para cerrar el círculo de su vida. Ella te lo dijo antes de partir.
          -Sí, recuerdo que lo dijo, pero ¿qué es el país de la infancia? ¿Dónde se encuentra?
          -En los libros de cuentos,  Ana Luz, está el país del nunca jamás.  Ahora Catanga vive en numerosos libros que los más pequeños leen en distintos países, en diferentes lenguas. Mientras permanezca como personaje de un libro no podrá morir. ¿Lo sabías?
          -También ignoraba que los personajes de los libros no mueren. Estoy maravillada por tus conocimientos, Kukulkan, pero aún no me dicho de dónde vienes ni quién eres.
          -A pesar de que puedas contemplarme como tal, no soy un hombre sino un espíritu inmortal. Provengo de antiguas culturas mayas, y fui adorado como Sol resplandeciente, dios de los hombres, de las plantas y de los animales. Desde el origen de los tiempos soy protector de toda forma de vida, soy enemigo de la muerte y de toda forma que asuma el mal.
          -Sabes, Kukulkan, que desde muy pequeña he sido entrenada para luchar de tu lado. Lo que desearía saber es por qué tengo el privilegio de estar en tu presencia. Soy sólo una joven aficionada, con pocos conocimientos y mucho entusiasmo. Si volvemos a encontrarnos  prometo hacerte otras preguntas. Incluso estoy pensando en hacerte algunas súplicas, no para mí, sino para algunos seres muy especiales.
          -Volveremos a encontrarnos, no en muchas oportunidades, sino cuando sea absolutamente necesario. Aunque no puedas comprenderlo, debo estar en numerosos lugares al mismo tiempo, más allá del espacio y del tiempo ilusorios.
          -Estoy de acuerdo, pero antes de despedirnos, dime qué significa en tu manto la imagen de ese pájaro de fuego.
          -Es mi símbolo universal, el Pájaro Quetzal, que los antiguos veneraban con el nombre de Serpiente Emplumada mucho antes de que los hombres llegaran en barcos para someter y sacrificar a nuestros pueblos.
          -¿Quién eres? ¿Por qué empleas ese símbolo?
          -Porque soy el Sol y también el Lucero de la Mañana y la Estrella de la Tarde. Si observas atentamente verás que allí estoy,  en cada amanecer y en cada crepúsculo desde el origen de los mundos.
          -Si es así, entonces te he visto muchas veces antes de ahora,  Kukulkan, y continuaré viéndote mientras viva. Ahora, si me lo permites, debo regresar junto a mi pequeña.
          -Ve en paz.
          Ana Luz regresó a paso rápido, aturdida y emocionada por el momento que acababa de vivir. Todo cuanto le había sido revelado y todo cuanto todavía podría esperar de ese extraño ser parecía formar parte de su destino. Apenas ingresó a su refugio, encendió una vela y contempló una bella imagen que  le dio una segunda cuota de felicidad: Ana Sofía dormía profundamente y junto a ella, como si estuviera protegiéndola, la gata negra ronroneaba, satisfecha por el nuevo hogar que había encontrado, lejos de aquella horrible y detestable Calabalumba.


Capítulo 7

DULCE VENENO

          Calabalumba  seguía  experimentando en su secreto laboratorio con  diversas sustancias  para lograr el veneno más poderoso con el  que pudiera eliminar a sus víctimas sin dejar rastro. Su rostro y su cuerpo no habían recuperado un átomo de su juventud a pesar de que diariamente tomaba un tónico  cuya fórmula aparecía en una de las páginas del Tanca Omonga, el libro de alquimia y magia que había heredado de su abuela y de otras innumerables brujas de la antigüedad más remota.
          Su aspecto era cada noche más siniestro, especialmente ahora que calzaba unos ridículos espejuelos que había encontrado en uno de los huecos donde se depositaban libros, frascos y botellones, velas y los materiales necesarios para sus investigaciones, mucho de los cuales eran regalos y ofrendas que recibía cada vez que un espíritu de la noche venía a visitarla desde algún lejano país. La capacidad de sus ojos continuaba disminuyendo, no así el largo de sus dedos y uñas, su extrema delgadez y el tamaño de su joroba. De aquel don que había recibido desde el momento de su nacimiento, es decir la clarividencia, no quedaba ni rastros.
          Aquella noche se había negado a cenar porque algo en los platillos preparados por los pequeños duendes la había disgustado. En un instante de cólera arrojó la comida sobre los espantados duendes que apenas tuvieron tiempo para ocultarse en sus estrechos  laberintos.
          -¿Cómo se atreven a  decirme que no han podido encontrar lenguas de víboras,  ni gusanos de la madera, ni bofes de caballo para prepararme la cena?  Desaparezcan de mi presencia, pequeñas criaturas del demonio antes de que tome a alguno de ustedes y lo zambulla en una olla de aceite hirviendo.
          No se había calmado su ira cuando le pareció escuchar un chillido que provenía del  oscuro pasillo que comunicaba con la puerta de entrada de su madriguera. Apoyándose  en su bastón se orientó hasta el lugar  en donde  encontró a la zorra  Rumipal en posición de temerosa obediencia.
          -¿Cómo te atreves a interrumpir mi trabajo? ¿Es tan importante lo que tienes para decirme o eres simplemente un animal estúpido?
          -Bamba ananda,  Calabalumba. Me temo que tengo malas noticias para ti. Te juro que no ha sido por mi culpa.
          -No me vengas con otra de tus tantas mentiras. ¿Perdiste el rastro de Maitén? ¿Te extraviaste o te quedaste dormida? ¡Habla, zorra puerca!
          Sin omitir detalles, Rumipal contó a su ama el recorrido que había realizado siguiendo los pasos de la gata negra, lugar por lugar, hasta el momento en que había caído en la trampa para zorros, la presencia del águila real y luego la aparición de Ana Luz, el rescate  y el tratamiento con pomadas curativas, sus diálogos con la joven y con la niña.
          -¿Con una niña? ¿No puede ser? ¿Quién será esa criatura? – la interrumpió la bruja mayor procurando que la información recibida pareciera no importarle aunque estaba lamiéndose de placer.
          Rumipal continuó relatando  lo que había visto y oído, palabra por palabra, hasta el momento en que Ana Luz y la gata  se habían prometido amistad y fidelidad. Su voz temblaba ante el temor de ser castigada por quien parecía escucharla con la mayor atención. Aquellos ojillos penetraban en su mente procurando encontrar un mínimo error, algo que pusiera en evidencia que estaba mintiéndole a su siniestra ama.
          -¡Basta! No quiero continuar escuchándote. Vete de inmediato, desaparece de mi presencia, criatura inútil.
          Calabalumba procuraba en todo momento mantener una falsa apariencia ante sus súbditos. No acostumbraba  mostrarse débil en presencia de extraños pero, apenas  se quedó sola, se mesó los cabellos, arrojó los espejuelos, y por un largo momento maldijo, insultó y amenazó a todos aquellos que formaban la larga lista de sus enemigos reales o imaginarios. Las velas de cebo hediondo proyectaban en las paredes del laboratorio las negras siluetas que se reflejaban  en cada movimiento, en cada contorsión, en cada gesto de las manos en alto mostrando sus largos dedos y sus uñas retorcidas.
          Se sentó en un banco de piedra y allí permaneció con su cabeza entre las manos, pensando en los pasos que debería dar para llevar a cabo su venganza. Aquella jovencita, Ana Luz, había roto los límites de su locura. No solamente la desafiaba continuamente sino que sus secuaces habían eliminado a dos de sus guerreros más implacables: nada menos que  a Capayán y a Luán Toro. Esas derrotas eran su mayor humillación, la vergüenza que debía soportar ante su pueblo, las miradas y risitas apenas disimuladas con las que procuraban ocultar su menosprecio hacia ella.
          Mientras sus huestes permanecían practicando el nocturno aquelarre que duraba desde un rato después del crepúsculo  a la salida del sol, Calabalumba continuó probando sus mejunjes diabólicos. En una jaula de alambres tenía a su disposición varias ratas de campo que le servían para probar sus experimentos. A veces, como sucedió con la vieja Pilagás, hacía sus pruebas de laboratorio con miembros de su comunidad, y en otros momentos con ratas o  conejos  silvestres.
          Esperó a que su última preparación se enfriara para depositarla en un frasco de vidrio azul que depositó al lado de una de las velas. Observaba atentamente el recipiente con  la preparación mientras sus pequeñas víctimas se revolvían en la jaula  ante la inminencia de  la prueba  que se iba a realizar. La vieja hechicera tomó a un pequeño conejo blanco, de ojitos rosados, lo aprisionó con sus garras y le metió en la boca una cucharilla con el preparado. Luego lo puso en el piso y esperó el resultado del  experimento. El animalito se quedó inmóvil, sin hacer gesto ni movimiento alguno y de pronto quedó tieso, helado. 
          -¡Maravilloso! Es el dulce veneno  que usaron mis antiguos abuelos en países distantes hace siglos para mandar al infierno a sus parientes y vecinos. Al fin he logrado encontrar la fórmula correcta. Ahora iré a buscar a dos voluntarios para que lleven este delicado obsequio. No existe en este mundo ni caramelo ni golosina alguna que sea más dulce ni más mortal  que esta maravilla elaborada con mis manos.
          Salió al amplio atrio de piedras lajas a esperar la llegada de los brujos, asesinos, magos, aprendices, idiotas,  serviles y perezosos miembros que le hacían compañía.   Algunos eran los que la habían abandonado la noche trágica en que bebió la leche mágica que proviene de las ubres de la Cabra Invisible; otros eran recién llegados, bien de las cercanías o de países distantes que habían oído hablar de la fama y el poder de esta mujer desdichada,  pero poderosa.
          Lo que más les impresionaba era su voluntad de hierro, su constancia para llevar adelante sus ideas, sus proyectos destructivos. Odiaba la luz y a los humanos que viven bajo el poder del sol, le repugnaba cualquier forma de belleza, detestaba la risa de los niños,  huía de los bellos sonidos del viento entre los árboles y en especial del aroma de las flores. Por ese motivo en muchos metros a la redonda de su cuartel mayor, en lo alto del más alto de los cerros, no crecía ninguna planta que diera flores aromáticas. Eran arrancadas o pisoteadas y bajo pena de graves castigos nadie podía tener consigo la más pequeña florcilla.         
          Temerosos de la luz del sol, nadie se distraía en  los juegos nocturnos y llegaba puntual para echarse a dormir apenas el alba se insinuaba. Así iban llegando y entrando, cada uno a su lugar, hasta que entre los últimos apareció el matrimonio de ancianos.
          Yacuchina y Sonosongo, cuya edad nadie podría calcular, avanzaban tomados del brazo como era su costumbre y apoyados en sendos bastones. No paraban un instante en compartir rumores y maledicencias. Eran famosos por su egoísmo y temidos por su costumbre de tomar venganza ante la mínima ofensa. Sobre el pasado de  estos dos viejos poco se sabía y lo poco que se conocía era suficiente para temer su violencia, una brutalidad que ellos escondían con la falsa apariencia de ser un par de  ancianos  tímidos y bondadosos.
          Ante una señal de Calabalumba, los brujos de Tafí Viejo se detuvieron y aunque estaban adiestrados para llevar a cabo las más insólitas misiones, en esta oportunidad presintieron que los esperaba una aventura  diferente y peligrosa.
          -Bamba ananda,  Calabaluma, aminga sanga tatanga.  (Buenas noches, Calabalumba, eres nuestra dueña, la más poderosa).
          -Yacuchina y Sonosongo, tengo buenas noticias para ustedes.
          -Eres siempre generosa con nosotros, y te lo agradecemos. Vivimos aquí, al servicio de nuestro pueblo mucho antes de que tú nacieras y mantenemos la esperanza de continuar junto a ti por muchos años más.
          -Basta de falsas adulaciones y vayamos al grano, quiero decir que no tengo tiempo que perder con unos pobres y miserables viejos como ustedes. ¡Presten atención!
          -Sí, Bruja – contestaron a dúo.
          -No hace mucho tiempo ustedes fueron testigos de cómo sané los ojos de Maitén para que pudiera permanecer largas horas  durante el día sin que la luz del Sol le haga ningún daño. Ella fue sanada pero me ha traicionado y merece su castigo. No voy a soportar que nadie me abandone,  ni que uno solo de mis estúpidos servidores sea derrotado, ni  que nadie se aleje de mí sin mi consentimiento. ¿Han comprendido?
          -Sí, Bruja Calabalumba. Como bien sabes, somos muy ancianos y ya no tenemos mucho que perder. Cualquiera sea la misión que nos encomiendes, prometemos realizarla sin cometer un solo error. Conoces mejor que nadie nuestro pasado – dijo Yonosongo.        
          -Será una dulce tarea, se los aseguro. Pero, como temo que alguien nos esté espiando, les diré en secreto cuál será el trabajo que deben realizar a partir de este momento.
          Los tres espectros de la noche se unieron, cabeza con cabeza, para escuchar la voz de aquella que había lucido su hermosura y su larga cabellera roja y que ahora se mostraba como una raquítica y deformada vieja.
          -Abanga vudú tau pamba. (Guarden los secretos de mis palabras).
          Nadie escuchó el método ni las recomendaciones que el matrimonio debería llevar a cabo ni  en qué lugar y quién sería la víctima elegida. Apenas se oía el bisbiseo de la bruja en jefe dando precisas indicaciones junto a las consabidas amenazas por si fallaban en su intento.
          -Ahora abran bien esos horribles ojos -. Con uno de sus largos dedos Calabalumba untó los ojos de Yacuchina y Sonosongo con la misma pomada con la que había sanado los ojos de Maitén. – Manténganlos bien cerrados hasta que yo les diga.
          En el momento en que el Sol aparecía sobre el horizonte, dio la orden.
          -¡Ahora!
          -Estamos viendo, Bruja. La luz no nos hace daños – dijo cada uno a su turno.
          -Bien, la primera parte ha concluido. Como los veo todavía cansados, vayan y descansen. Mañana, muy temprano, cada uno con su bolso de viaje, saldrán  hacia el objetivo que ya saben. Si fallan no regresen porque los mataré.
          -Mañana estaremos aquí, Calabalumba, y nos despediremos de ti. Cuando hayamos cumplido con tu cometido te sentirás orgullosa de nosotros.
          -Eso espero por el bien de ustedes, pero antes, guarden cuidadosamente estos exquisitos dulces, pero les advierto que ni se les ocurra probarlos. Entren y descansen.
          La Bruja Suprema de las Sierras Grandes, Pampa de Pocho, Altas Cumbres, Pampa de Achala,  Cerro Champaquí y Valle del Matadero paseó su insolencia por la enorme explanada. Como nunca antes, en ese momento confiaba en sus emisarios. Ellos jamás fallaban.
           

Capítulo 8

LA ELECCIÓN DE MAITÉN

          Después de tomar la merienda, Ana Luz le ordenó a Ashpa Pusca que vigilara el refugio mientras ella y la gata negra salían a dar un paseo. En realidad era un pretexto para tratar de ubicar a Kukulkan y consultar un delicado asunto que daba vueltas en su cabeza: la posible y prometida transformación de Maitén en lo que había sido desde su nacimiento, una niña mapuche, transformada por la Bruja Suprema como castigo por haberla desafiado.
          Caminaban  sin apuro porque nadie sabía en qué lugar y cuando podría aparecer la deslumbrante presencia del Espíritu de la Luz representado por un noble anciano. Ana Luz consultó  los libros que había heredado de su antigua maestra pero por más que buscó, página por página, no encontró el modo apropiado para desencantar a una persona. Estaba convencida de que la gata estaría aguardando el momento en que volvería a sentirse en el cuerpo de una niña, más bien podría decirse en una jovencita si se contaran las numerosas  lunas desde el momento en que había sido modificada su naturaleza por las malas artes de Calabalumba.
          En el camino la joven aprovechó para ir cortando ramas, flores y raíces de plantas aromáticas y medicinales que iba guardando, prolijamente, en un bolso de cuero que colgaba de su hombro. Empleaba algunas yerbas para sus infusiones preferidas y otras para la elaboración de ungüentos, pomadas y lociones medicinales con las que podía curar numerosas dolencias. Mientras ella continuaba recolectando,  Maitén corrió tras un pequeño ratón que se  cruzó ante ellos. Fue en ese momento en que apareció, repentinamente, la imagen del Maestro protector de la vida, envuelto en su manto verde en el que resplandecía la figura del mítico pájaro Quetzal.
          -Ana Luz. Volvemos a encontrarnos. ¿Querías verme?
          -He salido a buscarte para continuar nuestro diálogo. No es mucho lo que sé sobre ti aunque es suficiente para confiar en tu presencia y en tus palabras. Tampoco sé cuál será  el sentido de nuestros encuentros de ahora en adelante, pero aprovecharé mientras estés con nosotros para suplicarte protección y buena salud para mí y para mis queridos amigos.
          -Sé cuanto los quieres y sé cuanto ellos te necesitan. Por ejemplo, Ashpa Puca sería capaz de dar su vida para defenderte. En más de una oportunidad no ha temido enfrentarse con el peligro, tal como ocurrió cuando luchó con el feroz aguilucho Capayán y poco después con esa bestia enorme, Luán Toro.
          -Conoces bien nuestras vidas, Kukulkan, de modo que voy a ser breve para pedirte que me ayudes a…
          Como si la hubieran llamado apareció Maitén. Ante la presencia del desconocido irguió su lomo en señal de advertencia, como si estuviera dispuesta a arañarlo sin previo aviso, pero ante una señal de la joven, se serenó y comenzó a dar vueltas alrededor de las piernas de Ana Luz, acariciándolas.
          -Justamente, aquí está el motivo de lo que vengo  a pedirte. Ella fue hasta hace  poco…
          -No agregues más datos pues conozco la vida de esta traviesa criatura.
          -¿Cómo puedes decir que me conoces si jamás  te he visto en mi vida? – reprochó la gata negra.
          -Tú no me conoces, Maitén, pero yo sí. Desde hace miles de años recorro este gran mundo vigilando y protegiendo la vida de las plantas y los animales y de toda clase de seres vivientes.
          -¿A todos? ¿Incluyes en tu lista a  los hijos de la oscuridad? – preguntó la gata -. ¿También los beneficias?
          -Aún no,  pero tal vez en un futuro también  pueda aproximarme a ellos. Por este tiempo sólo me ocupo de los que viven en la dimensión de la luz, de mi perpetua Luz.
          -Tú sabes, Kukulkan, que Maitén  no va a regresar a ese oscuro rincón en el que se ocultan los hijos de la noche. Ella ha decidido permanecer junto a mí y yo he aceptado su compañía. Desearía  que este espíritu encantado, mediante los poderes que provienen de tu sabiduría, vuelva a tener su forma original, la de una niña…
          -Espera un momento, Ana Luz, no te precipites.  Yo hubiese preferido que antes de formular tu pedido conocieras lo que yo pienso sobre mí misma. Pero no lo has hecho. ¿Cómo sabes que deseo volver a ser una niña?
          -Por supuesto que sí, ¿qué otra cosa podrías desear después de tantos sufrimientos padecidos?
          -Justamente, Ana Luz, por los padecimientos que he sufrido  desde cuando era una niña india mapuche, es que no deseo volver a mi forma original. No deseo ser una niña. ¿Necesitas que te lo diga más claramente?
          Kukulkan pareció sonreír. Abrió sus brazos y con ellos se alzaron los pliegues de su manto. Todo cuanto en ese momento le fuera solicitado le sería concedido, por una única vez en la vida.
          -Es verdad, Ana Luz. Maitén fue una niña no querida, su madre jamás la mimó y su padre era un ser violento, alguien que alzaba su mano y castigaba por cualquier motivo. Siendo todavía muy pequeña, descalza y desvalida, fue traída desde la lejana tierra patagónica a estas serranías por una caravana de gitanos.
          -Estás haciendo que recuerde mi infancia, Kukulkan. ¿Ves? A  pesar de que soy un felino, mis ojos se llenan de lágrimas. ¿Para qué volver a mi pasado?
          El anciano sabio continuó diciendo:
          -Cierta noche, cuando los gitanos dormían en su campamento a los pies del Cerro Champaquí, una malvada bruja llamada Sandunga la raptó y la llevó con ella a su guarida. Allí creció Maitén, con otros niños que también provenían de lejanas regiones, y tuvo como compañía a una joven ciega, de cabello rojo, que es ahora quien comanda a esas horribles criaturas.
          -Te refieres a Calabalumba – agregó Maitén-, esa vieja sin dientes, de pelo blanco, que camina descalza bajo el peso de su enorme joroba. Los pocos días que he vivido junto a ti, Ana Luz, son suficientes para saber que no deseo volver a ser una niña: quiero seguir siendo una gata negra, que vivirá a tu lado y será la mascota de Ana Sofía. Por favor, Kukulkan, acepta éste, mi único y último deseo.
          -Que te sea concedido.  Pero voy a agregar algo que no has pedido: tendrás en verdad, como dice la leyenda, siete vidas, y cada vida será de  siete  años, y en cada vida aprenderás el arte y la ciencia del bien y del mal. Vivirás en el país de la magia hasta cuando seas una gata muy anciana. Entonces, y yo te lo concedo, volverás al país de tu infancia para cerrar el círculo de tu vida. Nada debo agregar salvo desearte una buena y saludable vida.
          Maitén dio saltos de alegría, corrió  alrededor de Ana Luz, ronroneó rozando el manto verde de Kukulkan y salió en disparada hacia el refugio para  encontrarse con la pequeña Ana Sofía.
          Ana Luz, que  se había quedado  conmovida y sin palabras, sólo atinó a saludar a Kukulkan del mismo modo en que éste lo hacía: elevando los brazos con las palmas unidas hasta la altura de los ojos y hacer una leve inclinación de cabeza. Así aprendió a reverenciar a los seres superiores que recorren los senderos más ocultos y perdidos del mundo para asistir a los enfermos, a los que están solos, a los necesitados.
          En ese mismo momento, mientras Ana Luz regresaba a su hogar y la imagen de Kukulkan se disolvía en la noche,  oculta tras un grueso algarrobo, la zorra Rumipal hizo un gesto para que el anciano matrimonio la siguiera. Yacuchina y Sonosongo salieron de su escondite con una pérfida sonrisa en sus rostros marcada por la maldad.. Caminaban, según sus hábitos,  tomados del brazo y procurando hacer el mínimo ruido. Si alguien los hubiese seguido habría dicho que despedían un olor nauseabundo.
          -¿Tienes contigo la bolsa de golosinas? – preguntó la mujer.
          -Por supuesto, vieja estúpida, ¿qué esperas? ¿Acaso recuerdas que alguna vez hayamos fallado? – respondió  su marido con voz agria-. ¿Olvidaste  el castigo para quién no cumpla  las órdenes de nuestra soberana?
          -Más vale que no sigas asustándome, viejo borrachín. Ahora descansaremos y mañana, a la hora señalada, llegará el momento de ejecutar nuestro plan, de manera rápida y sencilla.
          -Más les vale que guarden silencio – los amenazó la zorra Rumipal-. Ustedes no tienen la mínima idea sobre quién es esa maldita joven.
          -¿Te refieres a Ana Luz?
          -¿De quién creen que estoy hablando?

         
Capítulo 9

LA HUIDA DE BOMBO

          -Espero que esos ancianos asesinos cumplan con la tarea que les he recomendado – decía para sí y en voz alta la Bruja Suprema mientras recorría  la estrecha cavidad que la llevaba a la cueva de las arañas tejedoras.- Como premio, cuando regresen, les daré a probar la nueva receta del elixir de la eterna juventud que estoy preparando. Es posible que corran la misma suerte que la miserable Pilagás y queden convertidos en una pila de basura,  pero qué me importa,  no debo dejar rastros. Si, por fortuna, la pócima los convierte en una pareja de alegres y estúpidos adolescentes, será la señal de que se está aproximando el momento en el que volveré a ser la más bella y poderosa y joven bruja de este asqueroso mundo.
          Su largo monólogo se interrumpió apenas abrió la puerta en donde estaban tejiendo las arañas brujas. Al sentir la presencia de su soberana, las obreras aceleraron su   producción  para intentar demostrar que eran obedientes y trabajadoras y no parlanchinas y perezosas.  En las paredes de roca y en los rincones podían admirarse dibujos y telas de raras formas y colores que servían de modelo para la confección de los vestidos de Calabalumba.
          -Bamba ananda Calabalumba.
          -¿Ya están listas las telas para mi nuevo vestido?
          -Estamos terminando, Bruja, – respondió Calingasta, la que tenía un ojo más grande que el otro.
          -Será el vestuario más lujoso que hayas tenido en tu vida, te lo prometemos – agregó Talacayu  enhebrando una aguja. Salavina, que no sabía o no podía hablar, guardó respetuoso silencio.
          -Estoy esperando gratas noticias que llegarán entre hoy y  mañana. A una señal que  enviaré a este  antro repulsivo en el cual trabajan, ustedes deberán dar la última puntada. Segundos después vendré a vestirme para lucir en la cena que voy a ofrecer.
          -¿Podemos conocer el motivo, Bruja?
          -No deben hacer preguntas que puedan incomodarme.  Sigan tejiendo que tendrán como premio una suculenta comida.
          -¿Moscas, mariposas, mosquitos, luciérnagas?
          -Eso y mucho más. Lobú anda trenke.  (Adiós, hijas mías).
          -Lobú, Calabalumba.  (Adiós, Calabalumba).
          La anciana decrépita cruzó el ancho  salón donde dormían algunos de sus secuaces. Con su bastón golpeó a Bombo en una pierna.
          -¡Arriba, holgazán! Es hora de despertar. Tengo noticias para ti. Noticias que jamás has imaginado –. La risa sarcástica resonó en la cueva mientras el Brujito Loco se  ponía de pie y seguía tras los pasos de su soberana en dirección a la salida principal. No más la puerta comenzó a abrirse comprendió que algo terrible  iba a sucederle.
          -¿Qué estás haciendo, Calabalumba? ¿Pretendes que la luz del sol me convierta en un puñado de polvo?
          -No temas, jovencito ridículo. No te haré ningún daño. Al contrario,  sanaré tus ojos para salvarlos del miedo a la luz y así podrás vivir en ambos mundos a la voz. Por supuesto que no será gratuito pues deberás pagar tus buenos tributos. Todo tiene un precio, Bombo. Ya sabrás cómo recompensarme.
          -Sabes que los brujos odiamos la luz y todo lo que vive bajo la luz. Deja que yo siga siendo lo que soy, te lo suplico.
          -Escúchame bien, grandísimo débil mental, si te niegas a que practique contigo mi ungüento sanador, te convertiré en un dogo para toda tu vida. No te obligaré: elige. ¡Ya!
          -Prefiero ser ciego a ser un perro sarnoso. Aquí tienes mis ojos. Haz con ellos lo que quieras.
          La Bruja Suprema untó a Bombo y esperó a que la droga hiciera su efecto. En ese momento el sol del mediodía irradiaba su  intensa y calurosa luz. Bombo se había tapado sus ojos con las manos esperando lo peor pero, cuando vislumbró que podía ver el mundo sin sentir ni miedo ni dolor, se arrodilló ante la cruel anciana.
          -Gracias, Señora de la Noche. Aunque no lo soy te seré fiel como un perro.
          -Ahora tu vida comenzará a ser diferente. Ve por ahí y observa   lo que  solamente puede ser contemplado durante el día. Un nuevo mundo aparecerá ante ti, pero no te  alejes demasiado pues podrías extraviarte o caer en mano de nuestros enemigos. Ve, corre, diviértete y regresa junto a mí. Te haré preparar tus comidas preferidas y luego, sí, habrá llegado el momento en  que empieces a agradecer el poder de mi magia.
          Bombo inició su paseo lentamente, con temor a perderse porque ese nuevo mundo que se ensanchaba ante él le resultaba completamente desconocido. Giró su cabeza y vio la silueta negra y encorvada de la Bruja que estaba saludándolo. Un estremecimiento  súbito  sacudió su cuerpo, se introdujo en su mente y en su corazón;  una especie de fiebre cubrió su piel, una desconocida sensación de alegría lo impulsaba a correr, a huir de aquel lugar donde había permanecido de por vida, cuando sus  desalmados padres lo habían dejado en manos de Sandunga.
          Encontró una planta de duraznos silvestres y los probó. Jamás había comido algo semejante, ni tampoco había escuchado el trinar de los pájaros en lo alto de los árboles, ni había contemplado el color de las serranías, el verdor de los campos, y mucho menos el placer de beber en el Arroyo de las Murmuraciones, meter los pies en el agua, observar las bandadas de patos que volaban hacia las próximas lagunas. Vio correr un conejo y luego a una enorme iguana que se calentaba sobre una roca, un  sendero atravesado por miles de hormigas que recolectaban hojas para  proveer de alimentos a su comunidad.
          A cada momento volvía su mirada ante el temor de ser perseguido. Imágenes del mundo de las sombras aparecían señalándole el camino de regreso. La presencia brutal de Calabalumba humillándolo, convirtiéndolo en un perro dogo, alimentándose de sobras y sancochos, pateado, insultado, aborrecido. Esa era la vida que estaba esperándolo. ¿Y cuál sería la tarea que iría a encomendarle su ama? ¿Salir nuevamente en busca de la Cabra Invisible? ¿Prender fuego a la casa de algún puestero? ¿Salir a robar? ¿A matar a un inocente?
          Bombo aceleró su marcha. En realidad no caminaba sino que corría hacia delante, siempre hacia delante, a cualquier lugar que no fuera su antigua morada.
Las lágrimas que surgían de sus ojos eran diferentes a las que había derramado por miedo, por hambre o por odio. La luz del sol  era lo que verdaderamente lo había sanado de su ceguera. Era mentira que Calabalumba pudiera haber descubierto una pomada mágica. Era suficiente con no temer la presencia del Sol para dejar muy atrás la pesadilla de su joven vida.
          Bombo sabía que él no era una buena persona pero algo le decía que podría cambiar. Apenas vio el puente de madera no dudó en atravesarlo. El Valle del Silencio le ofrecía un sendero de tierra para continuar su huida. Sobre el verdor de los pastizales contemplaba a cientos de caballos salvajes, cabras y ovejas que ni se molestaron en volver sus cabezas  hacia él.
          Al llegar a un humilde rancho, un perro ovejero salió a su encuentro. Lo olfateó y le ladró, y  le mostró sus dientes. Entonces  Bombo no se detuvo, y aunque tenía sed y hambre, prefirió correr y correr. Más allá encontraría la ciudad de Covadonga. Allí se perdería para siempre y nadie sabrá  nunca cuál  ha sido su destino final.
          Alarmada por los ladridos de Sultán, Tanti salió a la galería del rancho. Vio que alguien había emprendido una veloz carrera.
          -¡Qué extraño! Ni siquiera se ha detenido para pedirme un vaso con agua. ¿Quién será ese joven tan extraño?


Capítulo 10

ASESINOS DE NIÑOS

          Ana Luz se levantó temprano, preparó su desayuno y el de Ana Sofía y se dispuso a iniciar las tareas de esa jornada. Estaba todavía impresionada por la decisión de Maitén pero,  al ver que la gata correteaba feliz de un lado a otro y nunca se separaba de la pequeña, fue aceptando la nueva realidad sin mayores preocupaciones.
          Hizo el silbido convenido y de inmediato Ashpa Puca se posó en una de las ramas del árbol más próximo. Tomó una vieja red para pescar  y uno de sus bolsos y se dispuso a marchar. Pero antes le había recomendado a Ana Sofía que por ningún motivo salieran  hasta que ella  no regresara, que no abrieran la puerta si un extraño golpeara a la misma, cualquiera fuera su apariencia,  que jugaran cuanto quisieran pero que no desordenaran ni ensuciaran más de lo debido con sus travesuras.
          A pesar de haber sido entrenada por Catanga y de haber desarrollado sus instintos defensivos, la joven tenía aquella mañana la seguridad de que el día transcurriría sin ningún tipo de sobresaltos. Con la guía y la protección del águila real se fue orientando hacia el Río de las Penas para intentar capturar algunas deliciosas truchas arcoiris que las tres amigas gustarían para la cena, en especial la gata negra.
          Cuando dobló hacia la derecha en un recodo del camino, la zorra Rumipal dio unos pasos en dirección a la entrada del refugio. Husmeó y observó hasta que  pudo comprobar que  el peligro mayor había desaparecido. Hizo un gesto para que la bruja Yacuchina se aproximara con una bolsa en la que traía varios ratones de campo que depositó uno a uno y luego los azuzó con fieros ademanes para que echaran a correr. Algunos de los bichos  huyeron a campo traviesa pero dos de ellos se dirigieron a la entrada,  posiblemente excitados por el olor a comida.
          Ana Sofía  terminaba de lavar la vajilla del desayuno cuando Maitén observó por una hendija la presencia de los roedores. Su instinto fue superior a la promesa que había hecho y sin perder un segundo corrió tras de su posible almuerzo. Alarmada por la repentina salida de su mascota, Ana Sofía  asomó apenas su cabecita y fue en ese momento cuando vio aproximarse, lentamente, tomados del brazo, a los dos ancianos que parecían sonreírle. Ella también olvidó las recomendaciones y dio unos pasos en dirección a los visitantes. Aunque no había conocido a sus abuelos, Ana Sofía sintió una viva simpatía por esos dos viejecitos que parecían desorientados y cansados.
          -Hola, pequeña. ¿Cómo estás? – dijo Sonosongo.
          -Hola, hermosa criatura – agregó su mujer-. ¿Podrías ayudarnos? Como estás viendo somos un matrimonio de ancianos que se ha extraviado. No sabemos en dónde nos encontramos y ya no tenemos ni fuerzas para caminar.
          -Por supuesto que los ayudaré. Pasen. Pasen. Pónganse cómodos. Pondré a hervir agua para servirles un té.
          -¿Están tus padres? – preguntó el viejo -. ¿Hay alguna persona mayor contigo?
          -¡Oh!, no. Mis padres viven lejos de aquí. Esta es la vivienda de mi madrina.
          -¡No me digas! ¿Y cómo se llama tu madrina?
          -Ana Luz y ha ido a pescar truchas al río.
          -¿Podrías alcanzarnos un poco de agua?
          -Sí, abuela, aquí tiene agua fresca del manantial.
          -Este lugar es confortable – prosiguió el perverso mago-, y bien seguro. Jamás hemos estado en un lugar tan hermoso, tan lleno de árboles y flores. ¡Y esa huerta con tantos frutos y verduras!  Supongo que te sentirás feliz aquí.  ¿Verdad?
          -Muy feliz, señor, aunque en dos días debo regresar con mis padres. En el plazo de una Luna.
          -Ah, ya veo, ya veo. ¿Quieres a tus padres?
          -Mucho, pero también amo a Ana Luz. Es una mujer muy especial. Ojalá puedan conocerla, aunque ella va a demorar. El río de las Penas queda a más de dos horas de aquí. ¿Un poco más de agua?
          -Ya está bien, pequeña. Ahora debes indicarnos hacia  dónde deberemos dirigirnos para llegar a la próxima ciudad.
          -¿A dónde van ustedes si es que puedo saberlo?
          -A Covadonga -. La vieja estaba mintiendo descaradamente, pero Ana Sofía no sospechó.
          -Conozco la ciudad. Mi papá me ha llevado allá de compras algunas veces a los grandes almacenes.
          -¡No me digas! Supongo que te hacía obsequios, te compraba muñecas, regalos, golosinas.
          -Sí, y también libros de cuentos, aunque siempre me sorprendía comprándome unos caramelos de miel exquisitos. ¡Qué ricos!
          -No vas a decirme que eran tan ricos como éstos – dijo Yacuchina sacando una bolsa que tenía oculta en uno de los bolsillos de su vestido.
          -Eran para nuestros nietos, pero como has sido tan amable con nosotros, te los dejamos. Cómelos  uno por uno pero no seas  demasiado golosa.
          -Gracias, abuela. Por favor, vengan por aquí que voy a indicarles cómo regresar a Covadonga.
          Aunque Ana Sofía  no sabía muy bien por donde había venido en compañía de Ana Luz, se las ingenió para dar algunas indicaciones que los sucios ancianos parecieron no tener en cuenta. Se alejaron tan lentamente como habían venido y comenzaron a cuchichear entre ellos. Detrás del más corpulento de los algarrobos los esperaba la zorra Rumipal.
          -Y bien, viejos, ¿cómo ha funcionado la comedia?
          -Ya la tenemos. En un momento más esa niña se habrá comido los caramelos de Calabalumba. No creo que sea prudente quedarnos por aquí. Regresemos – dijo Sonosongo dando unos pasos.
          -¿A dónde crees que vas, viejo estúpido? La orden de nuestra soberana es  aguardar hasta comprobar que la misión haya sido cumplida.
          -Pero estamos cansados, Rumipal. Apenas si puedo sostenerme sobre mis piernas.
          -Vamos a internarnos en ese bosquecillo y allí pasaremos la noche. No se discuta más.
          Con la satisfacción de haberse dado un banquete, Maitén ingresó al refugio para contarle a la niña su aventura tras los ratones cuando observó que Ana Sofía yacía en el piso y a su lado algunos  de los  caramelos  envenenados. Se aterró por lo que estaba viendo y se dio cuenta de su imprudencia, de su  pésimo comportamiento que bien podría ser la muerte de su pequeña amiga. Salió a todo lo que le daban sus patas.
          Un solo pensamiento la guiaba rumbo al río para llevar la triste noticia. Corría, saltaba sobre piedras y plantas espinosas, se lastimaba y continuaba su alocada carrera hasta que desde lo alto, Ashpa Puca observó su negra figura. En un instante planeó y descendió a metros de Ana Luz. Con sus desesperados gestos trataba de hacerse entender, de pedirle a la joven que la gata negra venía hacia ella. Bastaron esos gestos para que Ana Luz tomara el bolso y la red y saliera corriendo hacia su refugio.
          Un buen rato después se encontró con  Maitén y supo la tragedia que estaba ocurriendo, la peor noticia que había recibido en su vida. ¡No podía ser! ¿Cómo pudo ser tan ingenua y pensar que nada malo sucedería en su ausencia? Seguía corriendo, cubierta de sudor y polvo con sus ojos mojados por las lágrimas. ¿Qué le diría a Tanti? ¿Cómo justificar ante Nahuel esa conducta propia de gente irresponsable? Había fracasado totalmente, sus mejores sueños se estaban desvaneciendo. Pensó en Catanga, en la desilusión que significaría para su anciana maestra de vida semejante descuido.
          Apenas ingresó,  sus peores presentimientos parecían haberse cumplido. Allí estaba su pequeña,   a quien amaba como si fuera su propia hija. Ana Sofía,  tan inteligente como pocos niños de su edad, curiosa y colaboradora, amistosa y divertida. La tomó en sus brazos y la depositó en su cama, buscó agua para lavarle el rostro y luego los medicamentos. ¿Cuál de ellos serviría? Era evidente que la niña había sido intoxicada con esos malditos caramelos y contra esos venenos no tenía antídotos, es decir una sustancia que evitara que la droga  continuara extendiéndose por todo el cuerpo.
          -¡No!  ¡No puede ser! Por favor, Cabana, Kukulkan, vengan de inmediato. ¡No me dejen sola! Vuela, Ashpa Puca, y trata de localizar la campanilla de nuestra amiga. No te demores.
          -Ana Luz,  perdóname -. Era la voz dolorida de Maitén-. Ha sido por mi culpa, por echar a  correr tras unos míseros ratones. 
          -Cállate, ya tendremos oportunidad de conversar. Déjame tranquila, por favor.
          Así pasaron varias horas. Ana Sofía apenas respiraba y su corazoncito latía con dificultad. El color de su piel se iba tornando verdoso y morado. La temperatura de su cuerpo disminuía, se enfriaba anunciando lo peor.
          De pronto, cuando ya las esperanzas de Ana Luz parecían desvanecerse, oyó la campanilla de plata de la Cabra Invisible que se aproximaba a toda velocidad. Sus pasos sonaron sobre el piso de piedras y su balido anunció que estaba a su lado.
          -¡Cabana! ¡Bendita sea la Sagrada Luz!
          -“Esta mañana” – se escuchó la voz de la cabra – “tuve un mal presentimiento, pero me encontraba muy lejos de aquí. Lo siento, Ana Luz, creo que he demorado demasiado”.
          -Todavía respira, algo podemos hacer, pero no sé qué,  mis conocimientos no me ayudan. ¿Qué haremos?
          -“Hay una sola solución, Ana Luz, pero deberemos atenernos a las consecuencias”.
          -¿Existe alguna consecuencia peor que la muerte? Dime.
          -“El remedio está en la leche que transporto en mis ubres. Si logramos que la niña beba ningún veneno podrá quitarle la vida. Sin embargo…” – Cabana pareció dudar.
          -Sin embargo, ¿qué?
          -“Ana Sofía sanará  y al mismo tiempo será iluminada con la divina sustancia que mana de mi cuerpo. ¿Comprendes las consecuencias, Ana Luz?”
          -Las comprendo y las acepto. Me hago responsable. Por favor, no perdamos tiempo. Voy a ordeñarte. Aproxímate.
          La joven tomó un cuento de barro cocido, buscó con sus manos la presencia del animal invisible y apenas encontró las tetas las exprimió. Un chorro de leche blanquísima salió de cada una, suficientes para intentar la salvación de Ana Sofía.
          Ana Luz tomó a la pequeña por la base del cuello y con la otra mano acercó el recipiente con leche a sus labios.  Ana Sofía permanecía inmóvil como si no pudiera mover uno solo de sus músculos, hasta que hizo un leve movimiento con  su boca y bebió un sorbo, luego otro y otro y en el acto  se quedó profundamente dormida.
          Aunque pasaron solamente pocos minutos, la espera pareció interminable hasta que un leve movimiento de sus hombros pareció indicar que estaba despertándose. Mostró su sonrisa más hermosa, trató de incorporarse y todavía en brazos de su madrina, abrió grande sus ojos y exclamó:
          -¡Cabana! Te estoy viendo. Eres pequeña y hermosa y tus ojos son grandes y tus cuernos y tu cuerpo están hechos de luz. ¿Qué me está pasando? Ana Luz, abrázame, tengo miedo.
         

                                                Capítulo 11

EL ÚLTIMO ESCONDITE

          Desde  su escondrijo, la banda de criminales procuraba tener noticias sobre el imperdonable acto que  había realizado. No debían regresar hasta no tener la seguridad de que la pequeña Ana Sofía hubiera recibido el  castigo que merecían sus padres. Lejos de su alcance, en el confín del Valle del Silencio, nada podía hacer Calabalumba para escarmentar a Tanti y Chacay Nahuel por haber tenido una hija, fruto del cruce de una humana y un hijo de brujos. La palabra “mestizo” era, para el pueblo de la noche, una expresión que no figuraba en su limitado diccionario. Era un agravio para todos aquellos que durante miles de años no habían pasado la frontera que los separa del mundo de la luz.
          La acción de los envenenadores iba mucho más allá. Los padres de la niña y su madrina recibirían el cruel mensaje para que nadie, nunca más se atreviera a desafiar las antiguas leyes y códigos con los cuales eran sometidos. El rumor de la sentencia ejecutada por el viejo matrimonio de brujos echaría a correr hasta más allá de  los límites de la nación tenebrosa.     
          La astuta zorra Rumipal permanecía al acecho, atenta a cualquier movimiento, al mínimo sonido que pudiera indicar que el mandato había sido cumplido y que podrían regresar para dar la buena noticia. La espera se prolongaba durante horas hasta que se asomó Maitén, seguida por Ana Luz. Un momento antes, la gata negra le había suplicado a la joven que le diera una última oportunidad para tratar de ubicar a los atacantes. Si tenía la posibilidad de identificarlos sabría quiénes eran y de esa manera colaborar  en la captura o en la fuga  y con esa acción ser perdonada por el error que había cometido.
          -¡Vaya! ¡Vaya! Miren a quién tenemos ahí, nada menos que a esa traidora gata. Ustedes huyan  mientras yo procuro distraerlas. Corran, vuelen, pareja de vejestorios, ustedes no tienen la menor idea de lo que es capaz esa  maldita Ana Luz. Yo he sido testigo de cuando la feroz águila real…
          No tuvo tiempo de completar la frase cuando Yacuchina y Sonosongo habían puesto los pies en polvorosa. Sacando fuerzas de su propia desesperación salieron del bosquecillo  hasta llegar a un sendero que cruzaba una pequeña quebrada. Esfuerzo inútil puesto que pronto estarían sobre ellos y entonces habría llegado el momento de la justicia para quienes durante innumerables años habían  realizado toda clase de malas acciones.
          Maitén conocía bien las tretas y trucos que practicaban los secuaces de la soberana de la noche. Cuando descubrió la presencia de Rumipal que se mostraba a propósito para luego correr velozmente en la dirección opuesta a la de los viejos, no  observó que la zorra  había hecho  una señal  para que los fugitivos tomaran por un atajo que las llevaría  directo hacia el  Arroyo de las Murmuraciones. Había por allí, además de la Laguna de la Niña Encantada varios escondites que acostumbraban utilizar aquellos que eran sorprendidos por la llegada de la luz. Gudaluga pamba chigasta  (la luz del día transforma y destruye), decían, y sin dudar un segundo se escondían en esos secretos socavones a esperar la llegada de la noche.
          Desde muy alto, revoloteando en busca de los que huían, Ashpa Puca observaba las diminutas figuras de la joven y la gata negra que corrían a más no poder, aunque por senderos equivocados. El águila real pudo ver que la pareja de asesinos había tomado por un estrecho túnel en donde podían ocultarse o bien ganar tiempo para llegar antes. Era uno de los numerosos túneles cavados por los buscadores de oro y piedras preciosas en otros tiempos, antes de que las Sierras Grandes fueran ocupadas por los espíritus del mal.
          El enorme pájaro carnívoro planeó  velozmente para alertar a Ana Luz sobre el camino que debían tomar y luego volvió a subir alto, más alto, oteando la cumbre de los cerros, los valles, los bosques de caldén, y las corrientes de agua, ríos, arroyos, canales. Sí, ahí aparecía la luz plateada del Arroyo de las Murmuraciones, que serpenteaba entre las piedras, a veces sereno, por momentos cayendo en catarata desde grandes alturas o colmando la cavidad de las lagunas.
          Ana Luz y Maitén encontraran la boca del túnel y por allí cruzaron en medio de la completa oscuridad, pues  ellas, que en diferentes tiempos habían vivido en el mundo de la brujería  sabían cómo orientarse. Salieron a la luz resplandeciente del Sol en las inmediaciones de la laguna en donde hacía años Ana Luz y Tanti habían estado a punto de perecer ahogadas. Se detuvieron para descansar y fue en ese momento cuando Ana Luz supo que los atacantes de la pequeña Ana Sofía eran los horribles espíritus que le habían visitado en sueños en casa de Tanti.
          -Son Yacuchina y Sonosongo – dijo Maitén-. Odian a los niños y a los jóvenes, no son abuelos sino un par de crueles asesinos. No los dejemos escapar.
          En el mismo  instante  en que  iniciaban su carrera para arrestar a la ruinosa pareja,  una voz  estridente que venía de lejos las  paralizó:
          -¡Aquí! Vengan conmigo. Apresúrate, abuela Yacuchina. No demores, anciano Sonosongo. Aquí podrán ocultarse. ¡Vamos! ¡Dense prisa! ¡Los estaba esperando!
          -Es Taninga, la Niña Encantada – dijo Ana Luz.
          -¿La conoces? ¿Sabes lo peligrosa que es?
          -Vaya si lo sé, Maitén. Luego te contaré. No des un paso más. Aguardemos.
          Muy alto, planeando sus enormes alas, Ashpa Puca también sería testigo de la escena, el momento en el que los pérfidos brujos estaban a punto de salvarse  de la persecución.
          La imagen de la ninfa, mitad mujer, mitad pez, se desplazaba sobre la superficie de la laguna, moviendo su plateada cola a un lado a otro para sostenerse. Con sus manos hacía señas a las dos figuras  que continuaban su despavorida carrera. Al llegar al borde del agua volvieron atrás sus cabezas y vieron a la joven  que los contemplaba amenazante junto a la gata negra y allá, arriba, en vuelo descendente hacia ellos, a un terrible pájaro de poderosas garras y pico afilado. No tenían otra escapatoria que zambullirse en el pozo profundo. La voz melosa de Taninga continuaba  seduciéndolos:
          -No teman, amorosos ancianos. Aproxímense, vengan conmigo. Dame tu mano, Yacuchina. Entra, Sonosongo. Así, así, eso es, avancen, no teman… Taninga los protegerá, entren al agua.
          Una explosión  ensordecedora pareció provenir de lo profundo de la laguna al mismo tiempo que un gigantesco chorro de agua subió varios metros. En un par de segundos pudo observarse que en el agua flotaban los más extraños seres: peces carnívoros  de cuerpo pequeño y enormes cabezas con una doble hilera de dientes, anguilas eléctricas, cangrejos gigantes y quien sabe cuántos bichos de las profundidades que se hacían el festín de sus vidas. El estruendo del agua no podía apagar la risa y los gritos de Taninga que estremecieron el corazón de Ana Luz. El águila real volvió a remontar vuelo, dando por cumplida su misión y Maitén, por ser gata y odiar el agua, retrocedió varios metros, subió a una roca y desde allí gritó:
          -Ten cuidado, Ana Luz, el agua desbordó el arroyo y viene hacia nosotros. Debemos escapar de este lugar. Todo  a lo largo del camino  está inundándose.
          -Tienes razón, Maitén. Nunca imaginé que fuera tanta el agua que pudiera brotar de esa laguna. Regresemos a casa. Nuestra pequeña estará esperándonos para almorzar.
          -¡Qué espantoso! 


Capítulo 12

FUEGOS ARTIFICIALES
         
          Desde una prudente distancia Rumipal contempló el trágico final de los envenenadores. Como en otras ocasiones, la astuta raposa se había salvado de un grave peligro gracias a su instinto y a la indiferencia que sentía hacia el destino de los demás.
          Sin pérdida de tiempo inició su carrera en dirección al  antro siniestro de su ama y señora, la vieja Calabalumba. Llegó a media tarde y aunque a esa hora todos dormían, se atrevió a pasar por los secretos pasadizos hasta el lugar en donde suponía que  estaba su comandante en jefe para darle el parte de la descomunal batalla. Chilló una y otra vez hasta que una voz áspera le gritó:
          -¿Será posible que siempre que estoy ocupada vienes tú a molestarme?
          -No deseo molestarte pues traigo…
          -Más te vale que sean buenas tus noticias. Después de tantos desastres no toleraré un fracaso más.  Vamos, habla de una vez, pulguienta zorra. ¿Dónde está la pareja de ancianos?
          -Los mensajeros cumplieron con su tarea. Lo que debía hacerse fue hecho.
          -¿Dices la verdad? ¿Acaso te atreves a burlarte de mí?
          -El objetivo fue derribado, aunque las pérdidas por nuestra parte son graves.
          -¿Qué puede ser tan  grave ante  semejante victoria? Cuéntame el operativo paso a paso. En estos momentos tengo para ti todo el tiempo del mundo. Quiero oír  el parte de batalla sin omitir detalles. Me parece sentir una corona de laureles sobre mis hombros.
          La crónica que hizo Rumipal no solo fue completa sino que agregó hechos y circunstancias que eran parte de su mera invención y  en los que ella había sido la principal protagonista. Por muchos años la zorra bruja   había intentado ganar la confianza de la Dama de la Noche  pero jamás había tenido la oportunidad de mostrarse del modo en que ahora lo estaba haciendo. Siempre había formado parte del grupo inferior de la corte;  ahora aspiraba a ser nombrada dama de compañía, confidente y asesora en asuntos privados, por lo menos.
          -¿Terminaste tu discurso? Entonces basta de tanta perorata. Ve a tu cueva y acicálate para la fiesta que daré en tres noches. Festejaremos hasta la salida del sol con bombos y platillos. ¿Sabes lo que esa expresión significa? No creo que lo sepas porque eres y serás una pobre zorra ignorante. ¡Fuera!
          Rumipal metió su cola entre las patas y salió a toda carrera antes de que pudiera recibir uno de aquellos dolorosos puntapiés. Se consoló pensando que en la lujosa fiesta Calabalumba sería la comidilla de sus invitados cuando vieran en lo que se había convertido: en una mujer senil y anticuada y tan fea que nadie deseaba permanecer en su presencia.
          Ajena a lo que cualquiera pudiera suponer acerca de ella, la  hechicera caminó apoyada en su bastón en dirección al escondrijo donde tenía su laboratorio. Sobre las hornallas  el fuego lamía las ollas negras en las que hervían las mescolanzas con las que una y otra vez procuraba encontrar el elixir de la eterna juventud. La alegría que sentía por las buenas noticias recibidas le dio motivos para pensar que ahora sí hallaría la fórmula perfecta para terminar con esa pesadilla que la humillaba y la hundía en la desesperación.
          Mientras el preparado se enfriaba aprovechó para echarse en un rincón y quedarse dormida el tiempo suficiente para realizar la prueba definitiva. Era ahora o nunca. Si el resultado tenía éxito,  como el que ella esperaba, se quedaría en el país de la magia por siempre jamás, pero si fracasaba, huiría  hacia cualquier parte. Tenía cómplices y compinches en cualquiera de los países vecinos y llegaría adonde fuera con la rapidez de un rayo montada en su escoba voladora, la misma que había conducido su detestable abuela y antes de ella otras brujas poderosas.
          Apenas despertó, el ruido que hacían las ratas en la jaula era la señal de que el momento había llegado. Untó uno de sus dedos y lo puso en la boca de uno de los cobayos, el más viejo y enfermo que estaba agonizando de hambre y de crueles enfermedades. En un instante el animal se reanimó, dio saltos, buscó su alimento y mostró el brillo de la vida  en su piel y en sus ojillos. Calabalumba pareció sonreír pero en su boca arrugada  apenas asomó un gesto de temor y desconfianza. Guardó el elixir en una redoma de cuello fino y la ocultó detrás de algunos de los viejos libros de magia química.
          Pasó el resto del día y de la noche y de los días y noches siguientes sin hacerse ver. Daba las órdenes a gritos desde su cubil para que Catriel, Congo y Rumipal las ejecutaran. No tenía deseos de mostrar ante  su gente en ese estado cada vez más calamitoso. Los preparativos en la Caverna Mayor se iban realizando sin demoras para la fiesta de gala en la que haría importantes anuncios. Sería la anfitriona y el centro de la reunión, la comidilla de los magos y de las hechiceras chismosas, la admiración de su comunidad. El recorrido era siempre el mismo: de su aposento al laboratorio, de allí a la sala de las arañas tejedoras, luego pasaba a la biblioteca y continuaba consultando en los viejos tratados  hasta quedarse dormida.
          A la tercera noche, el ruido infernal de voces, gritos y saludos, insultos y chanzas estaban indicando el comienzo de la noche en la que ella  festejaría  su retorno a la juventud y a la belleza, el triunfo sobre Ana Luz, la recuperación de su poderío y el comienzo de la batalla final, aquella que la conduciría al dominio completo de las Montañas Mágicas. No habría en ellas lugar ni para brujas de la luz ni para mestizos y menos aún para humanos. Deberían ser barridos, exterminados sin contemplación.
          Mientras Calabalumba se cubría con sus nuevos vestidos y joyas, los invitados iban sentándose en los bancos de piedra alrededor de las mesas en las que serían servidos los exquisitos manjares. En el estrado superior destinado a visitantes ilustres ya estaban sentados la princesa Panambí, bruja de las selvas misioneras, Curundú, vidente chaqueño que tenía el aspecto de un espléndido pájaro charata, y Pichi Curacó, el mago experto en explosivos y  fuegos artificiales.         El murmullo era atronador y el desorden estaba llegando a los límites de lo soportable cuando la multitud giró su cabeza para contemplar el ingreso de la joven más increíble que ojos de brujos hubieran contemplado jamás. Las bocas se abrieron  en una enorme O de asombro al paso majestuoso de Calabalumba, descalza como era su costumbre y ataviada con un vestido dorado y una capa negra que realzaban un cuerpo perfecto, un rostro sin maquillaje, una boca naturalmente rosada e inquietante.
          Antes de tomar asiento entre sus invitados especiales, se dio tiempo para dar una y otra vuelta de aquí para allá, mostrando su sonrisa, saludando con sus manos y con inclinaciones de cabeza. Luego se acomodó al centro del estrado y ante un golpe con las palmas de sus manos, apareció Golim, el jefe de los gnomos cocineros que con impresionante  agilidad   trepó a la mesa principal y desde allí anunció:
          -Menú para la Fiesta de Gala de nuestra Soberana-. La multitud lo interrumpió con el saludo ritual:
          Bamba batú mandinga  (Adoremos al Espíritu del Mal).
          Luego de un breve silencio el duende  prosiguió:
          -Serviremos en este orden los siguientes platillos: Huevos de víbora rellenos con crema de hígado de sapo, carne de cangrejo y rodajas de anguila fritos en grasa de caballo, cola de iguana estofada con tomates rojos del averno.
          La multitud impaciente gritaba: ¡Postres! ¡Bebidas! ¡Licores!
          Golim, sin impacientarse continuó la lectura del menú:
           - Se  servirá  jugo  amargo de carqueja, refresco de mora negra y  abundante trinki, el aguardiente de piquillín, nuestra bebida tradicional. Que les aproveche.
          A una señal de la anfitriona, docenas de pequeños hombrecillos dispusieron  sobre las mesas de piedra una hilera de  fuentes y platos  que despedían los olores más extravagantes. En un instante, comiendo con la mano y resoplando, los invitados se lanzaron sobre los alimentos y mordieron y tragaron, escupieron lo que no les agradaba, arrebataban en la fuente de sus vecinos, se daban codazos, empujones y patadas por debajo de la mesa, eructaban y se limpiaban las manos sucias en las ropas del vecino. En pocos minutos no quedó nada para comer y poco para beber mientras el sueño comenzaba a ganarlos hasta que con un golpe de su bastón de mando Calabalumba llamó a silencio, se puso de pie, volvió a  saludar y esperó a que terminara el murmullo para pronunciar su breve discurso.
          -Pueblo del infierno, miserables súbditos, angurrientos y borrachines de mal calaña. Esta es nuestra noche de gala en la que festejamos el regreso de mi belleza, de mi eterna juventud y al mismo tiempo el triunfo sobre nuestros enemigos -. Hizo una pausa esperando los aplausos de la multitud pero ante el silencio que guardaban sus invitados, prosiguió:
          -Honremos la ciencia desconocida  que ha permitido elaborar venenos y elixires, pócimas y tónicos que nos permiten sostener nuestro  poder y nuestra soberanía. Recordemos  esta noche a Capayán, a Luán Toro, a Yacuchina y Sonosongo, muertos en glorioso combate contra nuestros despreciables adversarios. Maldigamos el nombre de Bombo y de Maitén que nos han traicionado…
          La multitud la interrumpió con un:
          -¡Ollantaj pirisqui sumay!    (Mueran los brujos traidores).
          -…para sumarse a los ejércitos  de la luz que se han atrevido a desafiarnos. Demos la bienvenida a nuestros invitados especiales. A mi derecha tenemos a la Princesa Panambí, bella y radiante como siempre; a su lado está Curundú, vidente de las selvas chaqueñas, y a mi izquierda tenemos nada menos que al famoso mago Pichi Curacó, venido especialmente desde el lejano Tilisarao para deleitarnos con sus fuegos de artificio. Aplaudan.
          Las vasijas con  licores iban de mesa en mesa y más de uno yacía en el piso, entre residuos de comida, restos de platos rotos, huesos, papeles sucios y toda clase de desperdicios.  Aun en ese estado no apartaban sus ojos  de la vistosa imagen de Calabalumba, en su noche de gloria. Había sido perseverante, obstinada, cruel, implacable como correspondía a su categoría de bruja superiora. Estaba dispuesta por esa noche, solo por esa noche, a perdonar a aquellos que habían perdido el decoro y se abrazaban tambaleantes,  reían o lloraban, se daban puñetazos y se insultaban.
          Finalmente, como estaba previsto  en el programa, salieron a la oscuridad de la noche. Sobre distintos puntos en lo alto de los cerros, el mago Pichi Curacó había colocado explosivos, cañas voladoras, cohetes y ruedas y  a una señal suya, sus ayudantes encendieron las mechas y en un instante el cielo se llenó de estrellas artificiales, estelas luminosas que subían y bajaban, cometas rojos y amarillos, discos de fuego que giraban sobre ruedas de alambre. Era la noche perfecta para una mujer perfecta. Antes del saludo de despedida  bebió con sus invitados oficiales otra copia de trinki.   Con su fétido aliento a alcohol se abrazaron en señal de fraternidad y de unión en nombre de todos los seres de las tinieblas.
          Calabalumba regresó a su aposento privado para desvestirse y echar un sueño pero antes tomó el Espejo de la Verdad que estaba junto a su cama. Una vez más deseó contemplarse, sentir el gozo de su mirada sobre su fresca piel y sus largos cabellos rojos. Pero el espejo no la reflejaba a ella sino que mostraba  una  imagen  que le sonreía  con un aire de infantil malicia.
          -Hola, Calabalumba. ¿Me reconoces? Soy Ana Sofía.
                                                                  

Capítulo 13

LA INUNDACIÓN

El tiempo para que Ana Sofía regresara al hogar de sus padres estaba llegando a su fin. Muy temprano, como era su costumbre, Ana Luz hizo los preparativos para el viaje. Despertó a su pequeña ahijada que a toda costa pretendía  continuar durmiendo, preparó  el desayuno y cargó bolsos y alforjas sobre el lomo de la dócil burrita que se mostraba impaciente por salir de paseo luego de varios meses de ocio.
          -Escuchen atentamente. Por algunos días estaré de viaje y para cuando regrese espero que nuestro hogar esté en orden. Cada una de ustedes tiene una tarea que hacer y de ella dependerá nuestra seguridad y nuestro futuro. No tenemos noticias sobre lo que está sucediendo en el cuartel general de Calabalumba, salvo los fuegos artificiales que pudimos ver noches pasadas. Debe haberse festejando algo muy especial, algo que yo desconozco.
          Maitén y Ashpa Puca escuchaban con atención. Sus vidas estaban entrelazadas  y se debían mutua protección: estaban en continuo peligro, pues como siempre repetía su hermosa e inteligente guía, “mientras haya luz habrá oscuridad”. En el mundo de los animales silvestres era impensable que una gata y un águila real  fueran amigos pero ellos eran algo más que hijos del reino animal, eran  dos brujas al servicio de la joven discípula de Catanga.
          -Comida no les faltará en ningún momento, pero salgan de caza una por vez. Recuerden lo que vean y escuchen, marquen los lugares en los que haya sospecha de intrusos. Pronto volveremos a vernos.
          -Hasta pronto, Ana Luz. No  sabes  cuánto te  extrañaré, Ana Sofía – dijo la gata ronroneando mientras rozaba las piernas de la niña, acariciándolas. El águila real hizo un movimiento con su cabeza, correteó unos metros y tomó impulso para iniciar su majestuoso vuelo. Ella acompañaría a las viajeras hasta el cruce de aquellos tan diferentes y opuestos mundos.
          -Yo también te extrañaré, Maitén. Ojalá mis padres me den permiso para vivir aquí definitivamente, aunque sospecho que eso nunca sucederá. 
          -Estaré esperándote., Ana Sofía.
          Iniciaron el viaje descendiendo lentamente por los serpenteantes senderos que las llevarían hasta el pie del Cerro de las Brujas. Avanzaban en silencio, cada una imaginando de manera diferente lo difícil que sería separarse, tal vez por muchos años. Pero no siempre la vida, aunque uno sea un niño, es como se desea. Es lo que tal vez iba imaginando Ana Sofía, cuando dijo algo que a Ana Luz la sorprendió y al mismo tiempo la llenó de curiosidad.
          -Hace un momento  estabas  diciendo que en el campamento secreto de los brujos de la oscuridad  festejaban con fuegos artificiales. ¿Tú  qué crees?
          -Ojalá lo supiéramos, Ana Sofía. Supongo que la Dama de la Noche   pensaba que aquellos horribles ancianos te habían envenenado.
          -Pienso lo mismo, Ana Luz, aunque  estoy segura de que en estos momentos, sus pensamientos no le producen la felicidad que deseaba. Tal vez se haya llevado la sorpresa más grande de su vida.
          -¿Por qué dices eso?
          La pequeña continuó caminando sin responder, aunque en su sonrisa y en el brillo de sus ojos se leía que estaba divirtiéndose por algo que ella había hecho.
          -Te daré solo una pista, Ana Luz. Supongamos que esa bruja se contempló ante su mágico espejo  y ¿qué crees que pueda haber visto?
          -Supongo que su cara y sus ojos malvados. ¿Qué otra cosa?
          -Adivina.
          -No tengo ni la menor idea. ¿Qué podría asustar a semejante monstruo?
          -Tal vez haya visto algo mucho más horrible, algo que en estos momentos no la deja ni comer ni dormir.
          -¿Qué pudo haber visto?  ¿Estás jugando a los acertijos conmigo?
          -Pudo haber visto el rostro de una niña.
          -No te creo. Estás inventando una hermosa mentirilla.
          -No, Ana Luz,  no estoy jugando contigo. Tal vez vio el rostro de una niña que le decía: “Hola, Calabalumba. ¿Me reconoces? Soy Ana Sofía”.
          -Eres una niña incorregible. ¿Cómo pudiste? ¿Quién te enseñó ese truco?
          -Ya te dije que mi papá Nahuel me ha enseñado todo lo que él aprendió cuando era niño. Pero, además de ti, sabes que también  aprendo de Kukulkan, en mis sueños, y de Cabana…
          -Nos estamos metiendo demasiado profundo en el mundo de los misterios, Ana Sofía. No  olvides que si no somos prudentes, podemos pagarlo caro. No juguemos con fuego si no queremos quemarnos.
          -Estoy por cumplir siete años pero pienso como una mujer mayor. Eso lo sabes bien, y también sabes que no todo lo que hago depende de mí.
          -Pero ¿cómo te atreviste a mostrarte en ese espejo?  Vuelvo a preguntarte lo mismo. ¿Por qué lo hiciste?
           No era el momento para encontrar respuestas sino para reírse. Ambas se miraron, detuvieron el paso de la burra que parecía no entender ni jota, y se echaron a reír como jamás antes lo habían hecho. Reían tanto que hasta les saltaban lágrimas de los ojos. Finalmente se calmaron y reanudaron la marcha.
          En las proximidades del cruce, observaron que muy lejos, en dirección a ellas, cabalgaban dos jinetes. Era tal como habían convenido, que al mediodía se encontrarían con Tanti y Chacay Nahuel  en el puente de madera que  cruza el Arroyo de las Murmuraciones. A medida que avanzaban  vieron que el lugar estaba cubierto por una extensa  ciénaga de agua y barro podrido,  sobre la  que revoloteaban cientos de aves  comedoras de carroña.
          El  pantano no sólo cubría el puente y las inmediaciones sino que estaba repleto de enormes cangrejos, anguilas eléctricas y voraces peces carnívoros que competían por un espacio de agua, se mordían y cortaban en pedazos mientras las aves predadoras se hacían un festín con tantos bichos inmundos.
          Sin el puente era imposible pasar al Valle del Silencio. Tampoco podía hacerse en cientos de metros a la redonda frente al peligro que suponía vadear las aguas infestadas. Cualquier animal o ser humano que se atreviera no podría dar más que unos pocos pasos antes de  ser devorado.
          Ana Luz recordó que la inundación se había iniciado en el momento en que una explosión interna en la Laguna de la Niña Encantada había echado por el aire un remolino de espumas  y de animales acuáticos  segundos después de  que la ninfa Taninga había invitado a Yacuchina y Sonosongo a ocultarse en la hoya profunda. Ahora el lugar se mostraba apacible pero era evidente que había estado brotando agua en cantidades mayores a las normales. Estaban aisladas y quién sabe por cuánto tiempo.
          Se aproximaron a prudente distancia  para saludar a los padres de la niña que también observaban el horrible espectáculo. Por más voluntad que pusieran no podrían encontrarse, ni abrazarse, ni contarse  los momentos vividos en aquellas semanas. Poniendo sus manos como bocina para aumentar el tono de las voces, apenas pudieron intercambiar unas pocas frases.
          -¿Qué ha sucedido, Ana Luz?
          -El arroyo  ha crecido y todo el lugar está inundado desde hace días
          -¡Y esos bichos! ¿De dónde han salido?
          -No lo sabemos. Es horrible, pero no podemos arriesgarnos.
          -Ya vemos. ¿Cómo estás, hija?
          -Muy bien, papá. Estoy muy feliz  viviendo con Ana Luz. Los extraño, pero me gusta este lugar. Es fantástico.
          -¿Te has  portado bien, Ana Sofía? ¿No le has dado trabajo a Ana Luz?
          -Me porto bien, aprendo cosas nuevas y colaboro en las tareas de la casa. Hago lo que tú me enseñaste, mamá.         
          -Te quiero mucho, hijita.
          -Lo siento, Tanti. Postergaremos el regreso para cuando este lugar esté despejado. Vayan tranquilos, que yo me ocuparé. Estamos bien, felices y protegidas. No se preocupen por nosotras. Tenemos comida suficiente para varios días.
          Nahuel señaló con una mano la presencia en el aire del águila real.
          -¿Qué hace aquí ese pájaro? ¿Lo conoces,  Ana Luz?         
          -Por supuesto, es Ashpa Puca, nuestra protectora. No sabes lo leal y poderosa que es.
          -Y yo tengo una gata negra y muy divertida que  se llama Maitén.
          -Siempre quisiste tener una mascota. Ahora la tienes. Cuídala.
          -Lo haré, mamá.
          -Bien, debemos regresar. Traíamos comida para  el almuerzo. Otra vez será. Adiós, Ana Luz. Hijita, te amamos.
          -Yo también los amo. Hasta pronto.
          Cada grupo regresó por el camino que habían recorrido desde temprano. Tanti y Nahuel con cierta tristeza por no haber podido abrazar su hija. Ana Luz, impresionada por la imagen de la ciénaga que se  interpuso y tal vez postergó el ansiado encuentro por quien sabe cuánto tiempo más.  Ana Sofía, aunque pequeña, luchaba con sus sentimientos. Por un lado  estaban sus padres, el deseo de volver a casa, tomar leche fresca, comer carne asada y pan, ver a la anciana  Catinga. Pero una fuerza diferente le dibujaba una extraña sonrisa en el rostro. Era inmensamente feliz viviendo con Ana Luz, se divertía jugando con Maitén, paseando por valles y serranías, colaborando en el cultivo de la huerta, en traer agua del manantial. Pero, por sobre todo, un inquietante pensamiento la acompañaba: “¿Me estaré convirtiendo en una niña bruja? ¡Me gusta, me gusta!”


Capítulo 14

CANDONGA Y EL DIOS SOL

          -Nosotras iremos a pescar truchas al Río de las Penas y a traer un poco de leña para la cocina. Tú, Ashpa Puca, tomando toda clase de precauciones y volando muy alto, vigilarás qué pasa en el campamento de Calabalumba. Durante las noches se observa la continua llegada de invitados especiales, que no son otra cosa que brujos de países distantes que han ofrecido su colaboración. Además, se escuchan extraños ruidos, como si estuvieran  realizando perforaciones en la roca.
          -¿Puedo ir con ustedes? – preguntó Maitén.
          -No esta vez pues no debemos dejar nuestro hogar sin que alguien cuide  lo poco que tenemos. A nuestro regreso te prometo una cena especial.
          -Me gusta mucho las truchas, que tengan buena pesca.
          Mientras el águila real remontaba vuelo, Ana Luz buscó el aparejo de pesca y una soga fina para atar los palos y ramas secas que encontrarían en el camino. Observó que la burrita continuaba pastando sin mayores preocupaciones en los alrededores del refugio. Tomada de la mano de  Ana Sofía emprendieron el largo camino hacia el Río de las Penas que,  desde donde ellas se encontraban,  brillaba como una serpiente plateada que baja de las montañas y se pierde en el horizonte, en el Lago de los Esperpentos.
          -¿Ibas a pescar cuando eras niña, Ana Luz?
          -Íbamos con mi padre, Cabalango, hasta cuando ellos, los que ya sabes,  comenzaron a emboscarnos, a poner trampas en los senderos y a amenazarnos de muerte.
          -Debes prometerme que me contarás un poco más sobre tu historia. Tus encuentros con mi mamá Tanti cuando eran niñas, tu relación con la Bruja Solitaria y sobre todo, quisiera que me explicaras cómo fue aquel viaje al corazón mismo de la Cueva de los Sueños donde crece una planta única en el mundo.
          -No pienses que fue un viaje de placer, Ana Sofía. Por poco quedo atrapada allí, para siempre, envuelta en la locura de los peores  sueños y pesadillas que tienen los hijos de la oscuridad mientras duermen.
          -Pero, según me has contado, tuviste el tiempo suficiente para arrancar algunas flores de la Manzanilla del Olvido.
          -Esa es otra historia muy importante en la vida de mi familia. Gracias a una taza de té pudimos salir de este lugar y olvidar para siempre que habíamos sido una familia de brujos.
          -Tus padres se olvidaron, pero tú no, ¿verdad, Ana Luz?
          -Hace algunos años, en el momento en que estaba por volver a encontrarme con Catanga,  una bella canción me despertó.
          -¿Una canción? ¿La recuerdas?
          -¿Cómo podría olvidarla? Esa canción me trae a la memoria la imagen de  mi maestra, de Catanga, la bruja de la luz, de quien ya hemos hablado varias veces.
          -¿La cantarías para mí?
          Mientras continuaban caminando, Ana Luz, con su voz estremecida por la emoción, cantó la más antigua canción que alguna vez, hace miles de años, escribieron los espíritus luminosos.

                   Sólo la flor que crece en las montañas
                   Puede llevar al valle su fragancia.
                   Cuando muere la flor queda el perfume,
                   Y si el aroma perdura la semilla está a salvo.
          -No entiendo el significado, Ana Luz, pero escucharte cantar me produce, ¿cómo podría decirte?, una sensación de paz y de alegría. ¡Qué bonito!
          -Con el paso de los años, tal como me sucedió a mí, comprenderás el sentido de cada palabra. Por ahora, basta de conversación, estamos llegando al río y si hacemos ruido espantaremos a esos hermosos y sabrosos peces.
          Practicaron durante horas la paciente búsqueda de lugares en donde podrían encontrarse las truchas esperando el momento para remontar la corriente río arriba. Con una final red sujeta a un palo, Ana Luz procuraba enredar a sus presas, que la mayoría de las veces se escurrían. Finalmente pudieron sacar del agua tres ejemplares de tamaño mediano, suficientes para la comida de los próximos días, especialmente para la gata que se alimentaba de  ratas, pequeños conejos y pescado.
          La tarde se estaba terminando, más rápido de lo deseado, de manera que las pescadoras regresaron a paso rápido recogiendo de paso madera para el fuego y  la estufa  para  cuando llegaran los fríos. Ana Sofía transportaba la bolsa con la pesca y Ana Luz el atado de leña al hombro. A ambas les agradaba  dialogar sobre los temas más diversos aunque también se sentían cómodas en el silencio, momentos en los que cada una volaba con su imaginación quién sabe adónde. Cuando ya empezaron a divisar los altos árboles que crecían alrededor del refugio, las primeras sombras de la noche estaban apoderándose de la poca luz de un  sol rojo que acababa de ocultarse hacia el oeste.
          Los sollozos de una mujer las sorprendieron.
          -¡Candonga! – dijo Ana Luz en voz baja.
          -¿Quién es Candonga? No veo a nadie.
          -No temas, mi pequeña, yo me haré cargo. No te separes de mí.
          En la penumbra se fue formando la imagen del Espíritu Errante que vagaba por el país de la magia desde los tiempos más  remotos. En un encuentro anterior, Candonga le había hecho prometer a Ana Luz que la ayudaría a liberarla de su sufrimiento. Estaba cansada de vivir apenas un instante al amanecer y otro al anochecer para luego olvidarse de sí misma, quedar sumergida en la nada. Sus últimas palabras habían sido: “Libérame o dame la muerte. No olvides que has hecho un juramento”.
          Ana Luz sintió que un sudor frío mojaba su espalda.  Aunque había pensado mil modos para auxiliar a aquella pobre alma en pena, en realidad no tenía en ese momento  la solución. En un instante pensó en su fracaso y en lo que pensaría Ana Sofía si ella no tuviera una respuesta en el instante, ¡ya mismo! Extendió sus brazos en señal de cariñoso recibimiento, pero Candonga permaneció quieta, esperando el instante deseado por ella en penitentes años y noches de sufrimiento.
          Apenas Ana Luz hizo un gesto como para pronunciar aunque más no fuera una palabra de consuelo, observaron que hacia ellas se deslizaba a ras del suelo la imponente imagen de Kukulkan, envuelto en un manto verde en el que estaba grabada con letras de oro la figura  del Pájaro Quetzal.
          -¡Has llegado a tiempo, Kukulkan! ¡Bendita sea la Sagrada Luz!
          Ana Sofía quedó muda, arrebatada por las sacudidas que daba en su pecho su pequeño corazón. Allí estaba, frente a ella, nada menos que el Pájaro de Fuego que la visitaba en sueños y del cual aprendía lo que pocos niños pueden aprender: el principio de la sabiduría.  No pudo ni supo decir una palabra, sólo escuchar.
          -Kukulkan, ella es Candonga.
          -Sé quién es, conozco la pena que arrastra consigo y también sé la promesa que le hiciste. El momento para que se cumpla esa promesa está llegando.
          -¿Qué puedo hacer? No tengo la menor idea de cómo liberarla de su sufrimiento. Ayúdame.
          -Tenemos poco tiempo o tal vez no. Todo depende de ustedes. Están unidas desde aquel atardecer cuando Ana Luz supo que no deseaba ser un Espíritu Errante como Candonga. Debes devolver aquel favor que te  dio una señal y te salvó la vida.
          -Dime qué debo hacer.
          -Aproxímense. Estrechen sus manos y sus cuerpos en un abrazo. Parte de la fuerza de la luz que habita en ti, Ana Luz, será  traspasada, como de un recipiente a otro. ¡Ahora!
          Las dos jóvenes se enfrentaron en un fuerte abrazo. Como si chocaran dos cables eléctricos  de sus cuerpos surgieron chispas, como luciérnagas, que envolvieron el lugar. Cuando las luces se apagaron, Candonga empezó a sufrir una rápida transformación. Lo que había sido una especie de fantasma gris, vestido con andrajos, se fue revistiendo  con la belleza de la juventud. Su piel y su cabello y la sonrisa de sus labios, era para Ana Luz y para la pequeña Ana Sofía, la más grande enseñanza jamás recibida. Candonga había sido liberada del cautiverio que produce la indecisión, la falta de voluntad y de coraje para ser ella misma. Kukulkan fue el primero en hablar.
          -Candonga, aunque te cueste adaptarte a esta nueva vida. Ya eres libre. Ahora puedes tomar la decisión por tantos años postergada: ¿deseas vivir del lado de la luz o del lado de las sombras?
          Ana Sofía, con la bolsa con pescados al hombro, se restregaba sus manos, esperando la respuesta. Ella, todavía una niña, que por momentos creía que era un ser humano y en otros imaginaba que estaba convirtiéndose en una brujita, no se perdía  detalles. Con voz suave y emocionada dijo entonces Candonga:
          -Kukulkan, por el tiempo que la vida me conceda, guardaré hacia ti mi mayor agradecimiento. En cuanto a ti, Ana Luz, llevo conmigo parte de tu ser, de la luz que te habita. Te recordaré y te amaré eternamente.
          -Entonces – volvió a decir Kukulkan - ¿cuál es tu decisión?
          -Habité estos parajes tanto tiempo  y con tanto sufrimiento, que ya no deseo permanecer aquí. Con gusto los acompañaría para  iniciar una nueva vida, pero siento que mi deseo es otro. Voy a partir.
          -¿Adónde irás, Candonga? Quédate conmigo y con la pequeña Ana Sofía.
          -Gracias, Ana Luz, pero ahora no  volveré  a dudar. Mi decisión es partir y eso es lo que  voy a hacer. Me iré muy lejos, a un lejano país donde algún día espero volver a verlos.
          -¿Dónde?
          -Al País  de la Infancia. Allí cerraré el círculo de mi vida tal como lo hacen los personajes de los libros de cuentos.
          Kukulkan  abrió sus brazos y con ellos mostraba la imagen luminosa grabada en su manto.
          -Ve, hija mía, que los espíritus del Sol te acompañen.
                  




Capítulo 15

DAMA DE LA NOCHE

          Desde la noche aquella en la que Calabalumba vio en el Espejo de la Verdad la imagen de Ana Sofía, su cólera y su locura iban en aumento. Apenas si comía y dormía y se encerraba por largas jornadas en su secreto laboratorio experimentando con nuevas substancias. Buscaba un remedio o un veneno o quién sabe qué cosa  ni tampoco para quién. Repasaba las páginas mugrientas del Tanca Omonga, el antiguo tratado de química, pasando con sus afilados dedos de una página a otra, pero como no sabía qué buscaba, su confusión le provocaba ataques de furia que descargaba contra sus atemorizados seguidores.
          Ahora sabía que esa niñita no había muerto con los caramelos envenenados que ella misma había preparado. Esa “mestiza” mitad hija de brujo, mitad hija de mujer humana, que se había atrevido a mostrarse en su espejo para reírse en su cara,  era su más  implacable enemiga. Aquellas palabras hacían eco en su cabeza: “Hola, Calabalumba. ¿No me reconoces? Soy Ana Sofía”.  De manera que esa desgraciada criatura seguía con vida, viviendo oculta en algún secreto lugar, posiblemente  en compañía de la joven que siendo apenas una niña de doce años  había derrotado a su abuela Sandunga y a todo su ejército del mal.
          “Debo pensar en algo diferente” – meditaba, - “en una trampa en laque  quede pegada y de la cual no pueda desprenderse,  en un lugar que nadie conozca, solo yo. De allí no podrá escapar y cuando la encuentren será demasiado tarde. Ya veré, ya veré. El problema es que ya no confío en nadie. Todos me traicionan y se burlan secretamente de mí. Me veré obligada a practicar algunos escarmientos y a buscar nuevos amigos. Este lugar resulta pequeño para mis propósitos. ¿Quién soy? La Dama de la Noche, la soberana de un pueblo de estúpidos y mal nacidos. ¿Recibo el respeto que merezco? No, no lo recibo. ¿Por qué?
          Envió mensajes a los lugares más apartados con expresas invitaciones a antiguos y nuevos conocidos. La lista era interminable y aunque no llegaran todos los invitados, era urgente realizar algunas reformas para que una multitud pudiera alojarse junto a ella y a sus principales colaboradores. Había que pensar en la comida y en otras necesidades que se solucionarían cuando llegara el momento. Apenas cambiaba saludos con los suyos y volvía a su escondite a rumiar la peor de todas las venganzas.
          Cierto día, mientras hacía hervir algunas hierbas venenosas en una vieja retorta, le pareció que la luz de las velas aumentaba su intensidad de tal modo que todo el recinto quedó envuelto en una intensa luz blanquísima, una luz que la quemaba y la atormentaba y la obligaba a gritar y a maldecir hasta que se  quedó ronca.  Luego se serenó y comenzó a reír a carcajadas, como una loca.
          El poderoso elixir que había inventado le permitía  mostrarse joven y arrogante. Se vestía con sus mejores galas y cada tanto se miraba en el espejo para comprobar que nada había cambiado. Pero a veces no sabía si era su confusión mental o la influencia que le llegaba desde muy lejos, lo que  observaba  en el objeto mágico, el regalo que la bruja de los bosques y pantanos, Londrina, le había obsequiado. ¿Era ella o el rostro desagradable de su  abuela Sandunga el que aparecía mostrando sus carnes flácidas, malolientes, esos ojillos diabólicos, el pelo blanco y revuelto? Cada día que pasaba el temor de mostrarse en público la obligaba a encerrarse. ¿Quién estaría intentando hacerle daño? A ella, justamente a ella, la Bruja Suprema del vasto país de las sombras.
          Era indudable que había una conspiración para quitarle el poder. Esa desconfianza la iba descubriendo en las miradas esquivas, en el rápido apartarse de algunos, en la ausencia injustificada de otros. Los secuaces en los que ahora podría confiar habían sido eliminados: el inútil brujo aguilucho Capayán, el fiel y terrible Luán Toro, desbarrancado en el Desfiladero de los Esqueletos, la pareja de ancianos Yacuchina y Sonosongo, maestros en el arte de la simulación y expertos en envenenamientos habían desaparecido  en las profundidades de la Laguna de la Niña Encantada. ¿A quién encargar una misión secreta?
          Pensó en Ñuñorco, el joven brujo que había nacido en los cañaverales de azúcar del  norte tucumano, uno de sus alumnos preferidos en la Escuela de las Malas Enseñanzas. Lo interrogaría para conocer sus pensamientos más íntimos.  Dio la orden para que fueran a buscarlo y lo aguardó en su aposento principal, bien vestida y empapada en los más asquerosos perfumes que eran la delicia de sus súbditos. Quien ingresó era un joven vestido a la usanza de los arrieros. Podría pasar por uno de ellos sin ser detectado y de ese modo enviarlo a realizar un trabajo muy especial. Parecía justo el emisario apropiado.
          No bien Ñuñorco estuvo frente a ella sintió una repentina desconfianza hacia él. Aun  así haría la prueba, escucharía las respuestas y luego decidiría qué hacer. “Esta vez no voy a fallar”, se dijo.
          -¿Acaso no sabes reverenciarme? ¿Has olvidado las enseñanzas que has recibido, grandísimo truhán?
          -No, Bruja. Nada he olvidado – dijo el joven inclinándose-. Aminga sanga tatanga Calabalumba.  (Calabalumba, eres mi dueña, la más poderosa).
          -Lo dices con un tono de soberbia impropio. ¿Te crees superior?
          -No entiendo, ¿superior a quién?
          -No eres leal, Ñuñorco, tú debes ser uno de los malditos que conspiran contra mí. Estoy leyendo en tu cara que eres un miserable traidor.
          -¿Por qué me estás  insultando? Jamás he faltado a las leyes de mi pueblo. Soy obediente, servicial. Me rindo a tus pies, pero no me hagas daño.
          -No confío en ti, porque en tus ojos veo que serías feliz si pudieras clavarme una estaca en el corazón. No saldrás con la tuya porque antes voy a transformarte en un dócil ratón. ¿Escuchaste?
          -Por favor, no, te lo suplico.
          La implacable y atormentada ama y señora de los hijos de la oscuridad, hizo un ademán y soltó sobre Ñuñorco una especie de red que lo envolvió y fue apretándolo más y más hasta que quedó del tamaño de un pequeño roedor.
          -No temas, seguirás con vida, acompañando mis experiencias en el laboratorio. Serás  a partir de hoy quien probará las pócimas que estoy preparando. Te quito, además, el don del lenguaje – se agachó y tomó con sus largos dedos el cuerpo reducido  y tembloroso de Ñuñorco, atravesó el pasadizo que conducía al laboratorio y lo encerró en una de las jaulas. Allí estaría seguro y disponible para cuando le hiciera falta.
          Se desvió hacia el rincón oscuro donde las arañas tejedoras continuaban su labor incansable. Cuchicheó con voces apenas audibles  con las tres y con un gesto les hizo prometer que a nadie dirían lo que acababan de convenir y para que supieran que no se trataba de un simple juego, le dio una tremenda patada a una de las ruecas en la que había enrollado cientos de metros de finísimos hilos.
          Sentía que el ejercicio de su  poder le traía nuevas seguridades. Tenía que disipar su desconfianza y no temer ni las luces brillantes ni las voces que creía escuchar mientras dormía. Volvería a mirarse en el espejo y,  no importa  lo qué contemplara en él, continuaría con sus planes. No era posible que esa niñita atrevida tuviera el poder de transformar a distancia sus pensamientos, sus emociones, sus proyectos. Dar algunos escarmientos era el modo apropiado para continuar gobernando, iba pensando cuando advirtió que Catriel, el indiecito mapuche, corría de un lado a otro mientras reía y mordía un trozo de comida que Golim le había obsequiado, por supuesto que sin el consentimiento de Calabalumba.
          -¿Sabes una cosa, Catriel? Me tienes harta con tus juegos.
          -Me siento  feliz porque estaba comiendo…
          -La palabra “feliz” no debe ser pronunciada en mi presencia. ¿Lo has olvidado, grandísimo bastardo? ¿No te han dicho que aborrezco la risa?
          -Soy un niño, Bruja. No lo hice a propósito.
          -Hoy me siento muy cansada, Catriel, y no tengo deseos de perdonar ni la traición ni la insolencia ni los juegos infantiles. Así que…
          -Por favor, Calabalumba, no me hagas daño.
          -Que te convierta en gato significa para ti un privilegio que concedo a pocos. Pues eso serás desde este momento – con esas palabras arrojó sobre el niño un puñado de polvos del color del azufre. Un olor insoportable se unió al grito de desesperación del condenado. Al disiparse la niebla amarillenta, un gato blanco empezó a maullar y a dar vueltas alrededor de las piernas de la Dama de la Noche, acariciándolas en señal de sumisión.
          Se apartó con brusquedad y llamó a los gritos:
          -Que Pichi Curacó se presente inmediatamente a mi presencia. Necesitamos grandes cantidades de explosivos.

         
Capítulo 16

¿VAMOS A VOLAR?

          Como lo hacían todas las mañanas, Ana Luz y Ana Sofía aseaban su hogar enclavado en las rocas. Ordenaban sus camas, barrían el piso, acomodaban libros, los elementos de la cocina, los adornos que embellecían las rústicas paredes.
          El pantano continuaba secándose pero todavía era prematuro cruzar el puente de madera para intentar llegar al rancho de los padres de la niña. El resto del día lo ocupaban en trabajar en el cultivo de la huerta, en sacar miel de los panales, buscar leña para la cocina, preparar los almuerzos y meriendas, pasear por las cercanías y,  por supuesto, conversar sobre cualquier tema pero en especial sobre la vida y las aventuras  que suponía permanecer en aquel peligroso mundo de la magia.
          Una de aquellas mañanas, mientras Ana Sofía acomodaba algunos libros en el hueco que  servía como biblioteca descubrió,  ocultas tras unas cortinas, dos extrañas escobas voladoras, las mismas que siempre había deseado montar. Extendió una mano para tocarlas pero apenas lo intentó las máquinas voladoras parecieron estremecerse, como si tuvieran vida inteligente. Dio un paso atrás, se quedó un momento pensando y  corrió hacia su madrina.
          -Ana Luz, ¿vamos a volar?
          -¿Qué estás diciendo? ¿Qué significa eso de querer volar? ¿Cómo podríamos  hacerlo?
          -No juegues conmigo, sabes a qué me estoy refiriendo.
          -¿A qué  cosa?
          -A las escobas voladoras que están allí, escondidas. ¿A quiénes pertenecen? ¿Has volado? Si alguna vez lo hiciste, ¿por qué no me lo habías contado?
          La impaciencia hacía que la pequeña hiciera gestos con sus manos y que en su rostro  se mostrara el rubor de su entusiasmo. Tal vez esta fuera su única oportunidad antes de volver junto a sus padres. Ana Luz la escuchaba pero demoraba en contestarle, hasta que finalmente dijo:
          -Cuando cumplí mi primer año de vida, me regalaron la primera escobita de volar. Yo tenía mucho miedo de montarla pero ante los ruegos de mi mamá y las amenazas de Cabalango, mi padre, no tuve más remedio que hacer mi primer intento.
          -¿Te agradó? Por favor, cuéntame.
          -Al comienzo pensé que me caería pero luego de un corto viaje tomé coraje. Algunos años después usaba una escoba más grande y más rápida para ir a clase a la Escuela de las Malas Enseñanzas.
          -¿Con la bruja Sandunga?
          -Ella era mi maestra en el arte de aprender el puncum,  el idioma secreto de los brujos. Ya sabes esa historia, hablemos de otra cosa.
          -Pero no me has dicho por qué dejaste de volar. ¿Tuviste un accidente?
          -Uno de los peores de mi vida. Cierta noche, después de clase, en el momento en que yo regresaba al refugio de mis padres, en medio de una espantosa tormenta de nieve, fui atacada por Bombo y Congo, aquellos diablitos que no dejaban de molestarme.
          -¿Qué te sucedió?
          -Me arrojaron sobre la nieve y rompieron mi máquina voladora. Esa noche fue cuando tuve el terrible encuentro con Pichango, el Fantasma de las Nieves.
          -¿Pichango? ¿Acaso no fue ese monstruo quien asesinó a mis abuelos?
          -¿Conoces la historia, Ana Sofía? ¿Quién te la contó?
          -Mi papá Nahuel. Él se salvó pero mis abuelos murieron de frío.
          -Conozco la historia, mi pequeña. Fue algo terrible, lo sé porque yo viví una experiencia parecida.
          -¿Puedes decirme cómo te salvaste de Pichango?
          -Cabana me mantuvo despierta toda la noche con el sonido de su campanilla de plata. Si me hubiese quedado dormida, hoy no estaríamos conversando tú y yo.
          Se quedaron un rato en silencio, hasta que la niña volvió con el tema.
          -¿Vamos a volar?
          -Es muy peligroso, Ana Sofía. Para volar tendremos que hacerlo durante la noche. Las escobas no funcionan durante el día y si lo hicieran no sabes a los peligros que nos expondríamos. Déjame pensarlo y al terminar el día te daré mi respuesta. Ahora a trabajar.
          Para un niño el tiempo corre muy lento y mucho más lento como  cuando tiene la ansiedad, por ejemplo, de que llegue la hora de comer un postre delicioso o de escuchar la lectura de un cuento o la sorpresa del regalo de cumpleaños. Ana Luz, para quien el tiempo pasaba un poco más rápido, también pensaba en volver a tener la aventura de volar después de tantos años. Si por ella hubiera sido, se habría animado  sin temor alguno a desplazarse por el cielo, pero tenía a su cargo a su ahijada. Había prometido a sus padres cuidarla y protegerla de los naturales peligros que representa la oscuridad, nada menos  que a las horas en las que los magos, hechiceras y  encantadores  salen  para realizar sus fechorías. Ojalá no se encontraran con una banda de forajidos borrachos o enloquecidos a causa de  las drogas que Calabalumba les suministraba para que  cometieran los delitos  más aberrantes y sucios.
          Después de la cena, durante la que poco se habló, Ana Luz y la niña salieron al aire fresco de la noche.
          -Tendremos que abrigarnos. Arriba hace mucho frío, no quiero que te enfermes.
          -¡Quieres decir que vamos a volar!
          -Daremos un paseo rápido. Te mostraré desde el aire algunos lugares poco conocidos y luego volveremos a casa, pero con una promesa.
          -¿Cuál?
          -Que nunca saldrás sin mi permiso.
          -Lo prometo, Ana Luz. No deseo que te enojes conmigo.
          Ana Luz ingresó, le dio algunas instrucciones a Maitén, y apareció con una escoba voladora en cada mano.
          -Esta, la más pequeña, es para ti. Ven, colócate este gorro en la cabeza. Ahora, con mucho cuidado y tomándote fuertemente, empieza a elevarte. Lentamente, muy lentamente, mientras voy acompañándote. Ni se te ocurra hacer acrobacias ni lanzamientos en picada. Piensa en lo que podría ocurrirte si cayeras desde cientos de metros de altura.
          -¡Mira, Ana Luz! Estoy aprendiendo a volar. No vayas tan rápido.
          -¿Tienes miedo?
          -No mucho por ser la primera vez. ¡Qué maravilloso! ¡Mira allá, abajo!
          Era una noche  en la que una Luna inmensa, como un potente farol del cielo, iluminaba cada  rincón de las montañas mágicas. Serranías, desfiladeros, pequeños valles, estrechas sendas que llevaban unas al Valle del Silencio, otras a las lejanas ciudades de Traslasierras. Como espejos de plata brillaban los cursos de agua. Hacia el norte el Arroyo de las Murmuraciones, al sur el Río de las Penas que desembocada en el amplio Lago de los Esperpentos en el que podía divisarse los botes de los pescadores de pejerrey.
          Ana Luz gozaba con las vistas pero en ningún momento dejaba de prestar atención al menor detalle. Hasta ese momento el cielo era todo para ellas. Las infinitas estrellas, la Vía Láctea, algunas nubecillas blancas que viajaban con la brisa, el roce  de los cuerpos y los transportes mágicos que  producían un suave zumbido, y la felicidad en el rostro de Ana Sofía eran suficientes para pensar que la vida es bella. De pronto, con un brusco ademán, la niña señaló allá abajo una pequeña meseta en la que ardían algunos fuegos, pocos pero suficientes para que la noche los hiciera destacar.
          -Ana Luz, ¿qué es ese lugar? Quisiera conocerlo. Descendamos.
          -No creo que sea bueno para ti conocer la Pampa del Infierno. Te va a impresionar tanto que después tendrás pesadillas.
          -Algo me dice que debo hacerlo, por favor, Ana Luz.
          Giraron la orientación de las escobas y comenzaron a descender, lentamente, hasta posarse en un lugar verdaderamente siniestro.
          -¿Qué es este lugar, Ana Luz?  ¡Es horrible!
          -Estamos en el cementerio de los espíritus de la noche. Aquí reposan los  restos de los brujos y magos, hechiceras y pitonisas  que han morado en esta región desde hace miles de años. Te dije que ibas a impresionarte. Será mejor que regresemos.
          -Espera, por favor, aguarda un momento.
          -¿Qué ocurre, Ana Sofía?
          -Observa estas dos tumbas. Por favor, lee sus nombres.
          Ana Luz  barrió con su mano el polvo que cubría las lápidas y leyó:
          -Aquí está Pampayasta y en esta otra Ranquel.
          -¡Son mis abuelos! Los padres de mi padre. Jamás imaginé que conocería el lugar donde fueron sepultados. Gracias, Ana Luz, por haberme permitido acompañarte. Este es uno de los días más felices de mi vida. Ahora comprendo lo que papá me ha repetido tantas veces: que los seres de la noche son perversos, se hacen daño entre ellos y cometen toda clase de fechorías contra los humanos pero, que a pesar de todo…
          -A pesar de todo, ¿qué?
          -…aman a sus hijos como a nada en el mundo.
          -Ahí tienes, pequeña Ana Sofía, otra enseñanza, espero que la tengas presente. Es muy poco lo que podemos modificar en nuestra naturaleza, aunque algunos lo intentan.
          -¿Por ejemplo?
          -Tu papá, Maitén, Ashpa Puca, tal vez yo misma. Cuando tenía tu edad no quería ser una niña bruja.
          -¿Y ahora?
          -No lo sé, mi pequeña. Es hora de regresar. Tómate fuerte. ¡Arriba!
                  

Capítulo 17

BABELIA

          Tenía razón Ana Luz cuando sospechaba que en el cuartel central de Calabalumba algo extraño estaba sucediendo, aunque de ninguna manera se hubiera atrevido a averiguarlo personalmente. Ni Kukulkan ni Cabana habían vuelto a aparecer, lo que no dejaba de ser la  señal de que por ahora no había graves peligros, aunque no tenía la menor idea de los proyectos de su mortal enemiga.
          Todas las noches, no bien el manto oscuro del atardecer comenzaba a borronear las  pocas imágenes que aún quedaban del día, el mago Pichi Curacó, al frente de un ejército de esclavos, depositaba en los socavones cientos de bolsas y cajas  que contenían pólvora, mechas,  cartuchos de dinamita y toda clase de explosivos destinados a la construcción de la fortaleza de brujos más grande jamás conocida. Sería bautizada con el nombre de Babelia, aunque ese nombre todavía no había aparecido en la imaginación de la Dama de la Noche.
          En los más raros y exóticos vehículos cada noche llegaban los compinches de su majestad que venían  desde los más remotos confines. A unos los había impulsado el deseo de aventuras, a otros la ambición enfermiza de riquezas, a otros pocos el pago en monedas de oro  por su trabajo sin saber que la Bruja Suprema no tenía ni un centavo para pagar y aunque hubiera tenido un tesoro disponible, jamás  se habría desprendido de la más pequeña de las monedas.
          Las formidables explosiones retumbaban en las serranías un momento después de que se observaran las relámpagos y el humo  que indicaba los lugares en donde se abrían nuevas y profundas cavidades, sótanos oscuros, cavernas, túneles  y pasadizos que comunicaban los ambientes entre sí y otros para huir en caso de peligro. Iban almacenando en distintos lugares rocas de piedra caliza, granito, ónices, mármoles y lajas para los pisos y el revestimiento de las paredes.
          Durante las noches, el tiempo que los hijos de la oscuridad empleaban para sus placeres, era dedicado ahora  a un trabajo agotador, realizado en silencio, con escasos momentos para tomar agua o comer  apenas un bocado que los diligentes gnomos, a las órdenes de Golim, cocinaban para aquella multitud de obreros. El problema principal era la falta de alimentos, de materia prima para las amplias cocinas que funcionaban día y noche. Pero la solución no se hizo esperar.
          En la explanada mayor, vestida de negro con una capa roja, Calabalumba reunió a algunos de sus más leales seguidores.
          -Somos muchos y si no contamos con abundante comida,  mi obra gigantesca no estará terminada según mis proyectos. Ya saben cómo solucionar la falta de víveres. Muy próximos existen pueblos, ciudades, fincas y estancias en las que abundan almacenes, depósitos, corrales y galpones repletos  que están esperando nuestras visitas. Vayan y saqueen todo lo que encuentren. Para la madrugada quiero tener aquí carne de caballo y de vaca, queso y leche de cabra, azúcar, harina, grasa, todo lo que puedan acarrear. No vayan a dejar rastros que puedan delatarlos. Cuando limpien un lugar, préndanle fuego antes de huir. Saben la pena que los humanos tienen  reservada para cualquiera que sea tomado prisionero: serán atados a un poste para que la luz del Sol los queme y convierta en cenizas.
          Desde aquella noche el terror se apoderó de los habitantes de Covadonga, el Valle de Mataderos, Quizquisacate y otros pueblos vecinos. Una horda nocturna se apropiaba de los comestibles, robaba la hacienda, quemaba los galpones y los depósitos. Los vecinos, armados y enfurecidos, buscaban sospechosos pero jamás encontraron una huella, una señal sobre quiénes serían los asaltantes.
          En la  fortaleza, oculta en las profundidades de las rocas, se iban construyendo amplios pabellones en los que comía y dormía la multitud de constructores. Cada noche, apenas el Gallo del Diablo entonaba su canto de la medianoche, se servían los alimentos que por ser poco abundantes y por el hambre voraz, desaparecía en un instante. Eran frecuentes las riñas, el robo de comida, los golpes, insultos y amenazas que se interrumpían apenas escuchaban el sonido de una campana   de hierro que  volvía a llamarlos al trabajo. Nadie se atrevía a protestar aunque se escuchaban algunas quejas a media voz.
          -Maldita Bruja, ojalá que la parta un rayo.
          -Pichi Curacó, eres un ingeniero maldito. Si pudiera meterte un cartucho de dinamita en tu asquerosa boca, qué placer me daría viéndote convertido en polvo.
          -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
          -Ella come  como una reina y se ríe de nosotros.
          -¡Somos unos estúpidos!
          -Silencio, que ahí vienen.
          Las continuas explosiones y  el ruido de los picapedreros tallando las rocas apagaban cualquier otro sonido que para Calabalumba era insoportable. Se ocultaba en su aposento y descansaba, se cambiaba varias veces sus vestidos, se pintarrajeaba el rostro, buscaba alguno de sus libros preferidos de magia y estudiaba el arte de la guerra, el manejo del poder y el método para tomar venganza ante el más mínimo agravio.
          Seguía sospechando de todos sus sirvientes, en cada mueca  creía ver un gesto de burla o de amenaza. Pensaba en la traición de Maitén,  y en Bombo, el Brujito Loco que después de recibir la visión diurna había escapado quién sabe adónde. En el laboratorio, bien guardado en una jaula, el joven brujo Ñuñorco era apenas un mísero ratón a la espera de ser empleado en alguno de los experimentos químicos de su ama. El pequeño Catriel, convertido en un gato blanco, deambulaba de un lugar a otro buscando cualquier porquería para llenar su estómago. Escarmentar y castigar, ser obedecida y temida era su máximo placer. La droga que había descubierto la mantenía joven, atractiva y orgullosa aunque bien sabía que ningún varón la hubiese preferido como esposa. “Antes prefiero la muerte”, repetían los candidatos y huían espantados.
          Ella recordaba que cuando era niña, su apestosa abuela Sandunga, acostumbrara repetir un dicho popular entre los humanos: “La venganza es el placer de los dioses”. Vaya si sentía el más exquisito placer cuando planeaba el más horrible castigo para quien osara molestarla. Nadie, ni siquiera Ana Luz, en sus peores momentos le habían producido tanto rechazo como esa pequeña entrometida que no la dejaba en paz. Ya no tenía dudas de que sus dolores de cabeza, las visiones de luces, los cambios de sus estados de ánimo, el incontrolable deseo de humillar a alguno de los suyos, era obra de “esa Ana Sofía” a la que aún no había podido dar su merecido. ¿De qué le serviría ser la majestuosa dueña de Babelia si antes no conseguía sacarse de encima a esa brujita inteligente y huidiza?
          Mientras apresuraba el paso en dirección a la caverna de las tejedoras  algo en su interior le decía que esta vez no habría escapatoria para su posible víctima. El plan que había elaborado era perfecto. Los agentes  preparados para ejecutarlo estaban esperando el momento para  partir.
           En el estrecho pasadizo observó que la zorra Rumipal estaba aguardándola. La apartó con un puntapié y entró a la pocilga de las arañas. Allí estaban sus fieles modistas Talacayu, Salavina y Calingasta produciendo hilos de todos los colores, cosiendo, enhebrando agujas, charlando entre ellas durante interminables horas.
          -¿Están preparadas? ¿Han memorizado el plan?
          -Sí, Bruja, todo está aquí en nuestras cabezas. Gracias por el tónico de la imaginación que nos has preparado. Estamos envueltas en cientos de ideas. Dinos a qué hora partiremos.
          -Esta zorra pulguienta conoce el camino. Será mejor, Rumipal, que esta vez no falles. Cada vez que fuiste la guía de alguno de mis asesinos, regresaste con un parte de batalla que en esta oportunidad no voy a aceptar. ¿Entiendes?
          -Lo comprendo, mi señora. Prometo que esta vez no fallaremos. Prepararemos la más perfecta de las emboscadas.
          -Salgan ahora mismo. Tomen el túnel que está disimulado en el Salón de las Maldiciones y echen a andar. Mañana es el día indicado por los astros.
          -Bamba batú mandinga.  (Adoremos al Espíritu del Mal).
          -Lobú, Calabalumba.   (Adiós, Calabalumba).
          -Lobú anda trenke.   (Adiós, hijas mías).
         
         
Capítulo 18

TELARAÑAS

          Muy temprano, montada en la burrita, Ana  Luz salió rumbo al pantano que impedía el paso hacia el Valle del Silencio para comprobar si el puente estaba en condiciones de ser atravesado sin riesgos. Ashpa Puca continuaba con la tarea de vigilar la rápida construcción de la fortaleza de piedras mientras que Maitén y Ana Sofía quedaron a cargo del hogar. Una para salir a vigilar por los alrededores y la otra para preparar un dulce de calabazas que ya estaba cociéndose al fuego.
          -Espero regresar después del mediodía. No se pongan a jugar ni a perder el tiempo. ¿Escuchaste, Ana Sofía?
          -Sí, sí, te escucho. ¿Acaso soy sorda?
          -No me contestes de esa manera. ¿Qué te sucede?
          -Nada, Ana Luz. ¿Qué podría contestarte?  No encuentro la hora de regresar con mis padres. Eso es lo que me pasa.
          -Vaya contestación, antes me decías lo contrario.
          -Antes era antes. Ojalá que el camino esté en condiciones para que mañana mismo  podamos regresar  a mi casa.
          Ana Luz no supo qué decir. Era la primera vez en que su ahijada parecía querer mostrarse como una niña rebelde. Será propio de su edad, pensó, aunque  no pudo despejar su preocupación. Al paso lento de la burrita la imagen de la joven se perdió en la lejanía mientras Ana Sofía ordenaba su plan  para escabullirse sin que Maitén pudiera impedírselo.
          Lo que la niña en realidad deseaba no era regresar pronto con sus padres sino emprender una aventura sin la compañía de su madrina por lugares que antes no había recorrido. Probó el dulce y mientras lo dejaba enfriar, vio que  la gata negra se había  quedado  profundamente dormida sobre su viejo almohadón.
          Sin dudar un instante, Ana Sofía salió a la puerta, observó que no había ningún extraño en las inmediaciones y salió a todo  correr. Tenía que llegar hasta el pequeño bosque de caldenes y a partir de allí nadie le impediría completar su aventura.
          Caminaba despreocupadamente pensando en los increíbles días que estaba pasando en el Cerro de las Brujas. El vuelo nocturno le había producido un interés mayor en los asuntos de la magia. Aunque ella preguntaba sobre un tema y otro, Ana Luz siempre respondía diciéndole que todavía era muy nena para recibir conocimientos mayores. Pero Ana Sofía pensaba que su madrina era muy egoísta, no confiaba en ella, en los poderes que había heredado al nacer, en los conocimientos que recibía en sueños  por parte del Pájaro de Fuego.
          Se encontraba en las inmediaciones del Manantial de las Corzuelas, un estanque de agua formado por la caída de un pequeño arroyo desde lo alto de unas peñas. Los ágiles cervatillos,  que los campesinos llamaban corzuelas, volvieron sus cabezas para observarla con sus enormes y curiosos ojos. Aunque jamás la habían visto no sintieron temor ante su presencia, más bien se aproximaron para que la niña acariciara sus cabezas.
          Cuando creía  que ya era la hora de regresar  observó que más allá del manantial se veía un frondoso bosque. Ni los árboles ni las flores le eran conocidos. Alguien, un humano, tal vez, habría plantado en tiempos pasados tal variedad de plantas antes de huir espantado por los habitantes de la oscuridad. La curiosidad fue más fuerte que su voluntad de regresar. El canto de los pájaros era la música más bella que jamás había escuchado. Los había de todos los tamaños y colores: azules y picos amarillos, blancos y colas verdes, rojos como una brasa, saltaban de rama en rama, volaban en bandadas y volvían sobre el pasto buscando semillas y pequeños gusanos para su  comida y la de sus pichones que asomaban inquietos en sus nidos.
          ¿Y esas mariposas? Jamás las había visto, tan coloridas y enormes, llevaban escrito  en sus alas los números de la suerte, mapas para encontrar un tesoro, el nombre de los niños que estaban por nacer. Volaban en círculo o se posaban sobre exóticas flores, movían en el aire perfumado sus antenas y apenas se movían cuando la niña extendía sus manos para que allí se posaran mansamente.
          Un delicado  ruido  hizo que ingresara más a lo profundo del bosque. Una fuente de mármol blanco se levantaba en un claro bordeado por lujosos rosales en cuyas flores una multitud de abejas libaba el polen y el néctar con el cual fabrican la deliciosa miel. Unió sus manos formando una especie de cuenco y bebió el agua fresca, cristalina, pura. Estaba en el lugar más bello y encantador que había conocido. ¿Por qué nadie, nunca, le había hablado de ese lugar?  No  podía creer que Ana Luz la hubiese privado de conocer este bosque de maravillas. Se sintió feliz por la travesura de salir sin permiso.  No era ése el momento para echarse atrás. Cuando contara su viaje nadie podría creerle.
          En un momento creyó que alguien había pronunciado su nombre.
          -¡Ana Sofía! ¡Ana Sofía!
          -Alguien que me conoce se ha escondido para darme una sorpresa. Pero, ¿quién será? Avanzaré un poco más por ese estrecho sendero. ¿Quién podría hacerme daño en un lugar tan maravilloso como  éste?
          -¡Ana Sofía! Ven, querida, te estamos esperando.
          Dio unos pasos pero el horror la paralizó. Antes de que hubiera podido darse cuenta y tener la posibilidad de defenderse, una espesa tela de araña había comenzado a envolverla, y luego otra más fuerte y después una más que la sujetaban y la elevaban en el aire. Estaba colgada de un árbol, envuelta como un bicho canasta en medio de un lugar que nadie conocía. Quiso gritar pero el pánico inmovilizó su garganta. Un espeso sudor comenzaba a mojar todo su cuerpo. Tenía sed y ganas de llorar al mismo tiempo. ¿Qué había sucedido? ¿Quién le había tendido esa trampa mortal? ¿Estaba sumergida en uno de los feos sueños que a veces tenía? El dolor en todo su cuerpo le dijo que no, que no se trataba de una pesadilla.
          A través del  tejido de las telas de arañas vio acercarse a las brujas tejedoras que movían sus enormes patas y la amenazaban con morderla,  o tal vez  con inyectarle un veneno para que después las alimañas del bosque se dieran un banquete con su cuerpo. Ana Sofía les temía a las arañas, por más pequeñas que fueran. ¡Pero éstas eran gigantes!
          -¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué me hacen daño? ¡Suéltenme! ¡Déjenme regresar a mi hogar!
          -Hola, Ana Sofía, ¿no nos reconoces? Somos Calingasta, Salavina y Talacayu. Nuestra soberana, la Dama de la Noche, te envía saludos. ¡Enhorabuena! Al fin has caído en nuestras manos, niña maldita. Esta vez no escaparás, nadie conoce este lugar porque este lugar no existe, es una ilusión que hemos preparado para ti. Si lo prefieres haz de cuenta de que estás viviendo un sueño del que no podrás despertar. Este bosque solo existe en tu imaginación. ¿Quién podría encontrarte?
          Un chillido desagradable hizo que volviera su cabeza. Allí estaba la vieja raposa a cargo de la expedición de las arañas. Se aproximó con ademanes altaneros para anunciarse:
          -Antes de que mueras, Ana Sofía, deseo que también me conozcas. Soy Rumipal, la dama de compañía de Calabalumba, es decir que soy su brazo derecho, su principal asesora. Lamento que aquellos viejos idiotas Yacuchina y Sonosongo no tuvieron éxito cuando te envenenaron. Adiós, pequeña. Buenos sueños.
          En un instante la pequeña traviesa  se quedó sola. El lugar comenzó a transformarse. Donde estaba la luz ahora había sombras, el silencio reemplazó el canto de los pájaros, las mariposas se borraron en el aire. Los árboles ya no tenían ni hojas ni flores y apenas mostraban sus formas esqueléticas. Ana Sofía sintió el más completo desamparo. Había sido una tonta aunque ahora eso ya no le importaba. Tuvo miedo y se echó a llorar hasta que se quedó dormida. Los hilos de araña se iban estrechando sobre su cuerpo  asfixiándola segundo a segundo.
          Cuando perdió su conciencia, empezó a soñar. Ahora sí, soñaba que Kukulkan le decía: “Viaja hacia la mente de Ana Luz. Concéntrate y dile dónde te encuentras. Si no logras comunicarte será la señal de que tu fin está próximo”.
          Ana Luz, extrañada por la ausencia de su ahijada, había salido a buscarla en compañía de Maitén. Apenas cruzó el Manantial de las Corzuelas, un dolor punzante penetró en su cerebro. De inmediato escuchó el mensaje que Ana Sofía le estaba transmitiendo. Corrió hacia la entrada del bosque fantástico y a pocos metros de la entrada encontró aquel horrible ovillo de telas de araña en cuyo interior yacía su pequeña ahijada. Con un cuchillo que acostumbraba llevar en su bolso de viaje, cortó los hilos tejidos por las brujas hasta que pudo tener entre sus brazos el cuerpo exánime, frío y cubierto de magulladuras.
          -¡Oh! Gracias, Espíritu Sagrado de la Luz. La niña respira todavía. Vamos, Maitén, regresemos lo más rápido posible. Debo darle a mi pequeña un tónico para reanimarla. ¿Cómo es posible que esto haya sucedido?
          Recién al anochecer regresaron al refugio. Sobre el árbol más alto Ashpa Puca veía la escena sin saber todavía qué había sucedido. Ana Luz  buscó, entre algunos frascos de variados colores,  una bebida cuyos poderosos  efectos medicinales  habían sido descubiertos por el finado Agugango muchos años atrás. Llenó una cuchara y la puso en la boca de Ana Sofía que la tragó de un solo sorbo, luego tosió y volvió a quedarse dormida.
          A la mañana siguiente, como si nada hubiera pasado, la niña se despertó de buen humor, saludó a su mascota y pidió el desayuno. Cuando dirigió su mirada en dirección a la cocina y vio a Ana Luz  plantada frente a ella con los brazos en jarra, recién  comprendió el error que había cometido el día anterior.
          -¿Quieres el desayuno? Pues levántate y prepáratelo tú misma. Eres una niña desobediente y atrevida. ¿Cómo se te pudo ocurrir que podrías andar por esos mundos plagados de peligros  completamente sola?
          -Es que yo…
          -No me interrumpas. Estoy desilusionada de ti, a partir de hoy me costará confiarte mis secretos, esas enseñanzas que quieres recibir pero que no sabes aprovechar. ¿Qué te has creído? ¿Qué a los siete años ya eres una mujer experimentada? ¿No me has escuchado, una y mil veces,  decirte que debes ser atenta, precavida, astuta?
          -Perdóname, Ana Luz.
          -¿Cómo voy a perdonarte? ¿Me has tomado por una tonta? ¿Crees que mi vida es fácil? Mi maestra ya no está conmigo, Cabana ha desaparecido y nuestro protector Kukulkan, quién sabe dónde estará.
          -Tú no sabes, Ana Luz, no sabes algunas cosas que yo sé.
          -¿Como qué? Vamos, dime, tú que ya lo sabes todo.
          -Fue Kukulkan quien  orientó mi mente  hacia ti mientras yo había perdido el conocimiento. Si no hubiera sido por él tú jamás me habrías encontrado. ¿Qué me dices ahora?
          -Eso no cambia mi enojo. Fuiste desobediente porque eres caprichosa y consentida. Crees que todo el mundo debe estar continuamente a tu servicio, pero desde hoy eso ya no será así.
          -Sí, Ana Luz. Soy todo lo que dices y tal vez algo más. Ya no volveré a molestarte. Deja de preocuparte por mí. Cuando esté el camino despejado quiero regresar a mi casa con mis padres.
          -¿Eso deseas?
          Por toda respuesta Ana Sofía se puso a llorar. Maitén se aproximó  maullando y moviendo su cola como queriendo consolarla. Ana Luz hizo como si no le importara, fue a la cocina y preparó un tazón con té, le puso dos cucharadas de miel, lo revolvió y lo puso junto a la cama de su ahijada.
          -Te amo más que a nadie en el mundo, Ana Sofía. Si en realidad tú también me amas, no vuelvas a arriesgarte. Si algo te pasara, mía será la culpa, mío tu sufrimiento y mío mi fracaso. ¿Comprendes?
          Se sentó a la orilla de la cama para que la niña le echara sus brazos al cuello. Todo lo que había que decir estaba dicho.


                                               Capítulo 19

MADRE DE LA SABIDURÍA

          Durante algunos días Ana Luz se mantuvo seria, distante, y apenas intercambiaba algunas frases con Ana Sofía. Se limitaban a realizar las tareas domésticas como cocinar, asear la vivienda, cultivar la huerta, dedicar algunas horas a la lectura y dar un corto paseo por los alrededores, en completo silencio. 
          La pequeña pensaba que el cambio en el carácter de su madrina se debía a las travesuras que ella había cometido en dos oportunidades y que la habían puesto al borde de la muerte. No podía olvidar la reprimenda que había recibido días atrás a causa de su desobediencia, y en especial de su insolencia, de su atrevimiento  hacia quien era su protectora, su guía espiritual. Por momentos sentía que las lágrimas asomaban a sus ojos pero las reprimía,  para no mostrarse débil  sino segura, un poco arrepentida pero no tanto como los demás esperasen. “Me hace bien ser un poquito orgullosa”, pensaba poniendo una carita maliciosa.
          Lo que Ana Sofía no imaginaba a pesar de su  inteligencia era que ese día sería el más importante de su vida, ese brillante día en el que cumplía sus primeros siete años de vida. Esta vez no habría ni festejos ni comida especial, ni abrazos, ni felicitaciones, imaginaba.
          El pantano aún no se había secado completamente, situación que demoraría el regreso de la niña a casa de sus padres. A lo lejos, hacia el oeste, seguía escuchándose el atronador ruido de las explosiones y un humo blanco y negro que despedían las chimeneas en el comando en jefe de la brujería. Algo grave estaba a punto de suceder en el amplio territorio de las Sierras Grandes, un suceso que quedaría en los libros de geografía y también en el Libro Negro de la magia.
          Inesperadamente, próximo al mediodía, Ana Luz preguntó:
          -¿Sabes qué significa tu nombre?
          -No imaginé que un nombre tuviera un significado. ¿Puedo saberlo?
          -Ana Sofía significa  “Madre de la Sabiduría”. Lo supe  la noche de tu nacimiento.
          -Ana Luz, ni mis padres ni tú jamás me contaron cómo fue el momento de mi nacimiento. ¿Quién ayudó a mi mamá Tanti en el parto?
          -Nada menos que la bruja Tulumba.
          -¿Una bruja?
          -Una anciana que vive en ambos mundos. Ya lo sabes, “mientras haya luz habrá oscuridad”, mientras nazcan niños humanos también nacerán hijos en el mundo de la oscuridad. Fue la comadrona quien me permitió darte tu nombre hace nada menos que siete años.
          -¿Tú me diste el nombre? ¿No fueron mis padres?
          -Tanti me había dado ese privilegio cuando estaba embarazada de ti, aquel atardecer cuando volvimos a encontrarnos después de tantos años.
          -¿Cómo supiste, quiero decir de dónde sacaste mi nombre?
          -Del Pirka Taragoto.
          -¿Qué es el Pirka Taragoto?
          -Es el Libro de los Signos, que Tulumba puso en mis manos. Di vueltas y vueltas las páginas y entre miles y millones, allí estaba tu nombre, escrito en moldes de luz. Ese fue el momento en el que supe que no serías una mujer vulgar. Serás  alguien especial, siempre que sepas cumplir las reglas de la sabiduría y de la prudencia.
          -Estoy procurando aprender, lo más rápido posible, Ana Luz. Pero a veces no puedo con mi impaciencia, con esta curiosidad que me lleva de un lado a otro, de una pregunta a otra. ¿Comprendes?
          -Si no te comprendiera no estaríamos  hablando de estos temas. Hoy es el día de tu cumpleaños, no pienses que lo he olvidado. Pero será también el día en que recibas la bendición de la  Sagrada Luz, siempre que ésa sea tu decisión. Jamás decidas nada que esté en contra de ti misma. Se trata de tu decisión, no de la mía ni de nadie. Tienes el resto del día para pensarlo. Ahora vamos a dejar nuestro hogar más limpio que nunca, iremos a cortar flores y las pondremos en  esos rústicos jarrones de terracota para embellecer y perfumar nuestro humilde hogar.
          -Dime qué debo hacer.
          -Prepararemos un almuerzo  sencillo que consistirá en una sopa de verduras, tortilla de acelga y dulce de higo como postre. ¡Manos a la obra!
          -¡Me gusta! ¡Me gusta!
          Las horas de la tarde se sucedieron a gran velocidad  para que llegara el momento prometido. No bien el sol fue desapareciendo tras las altas montañas, Ana Luz y Ana Sofía se higienizaron y vistieron sus mejores ropas que no eran muchas pero sí limpias y perfumadas con esencia de rosas y jazmines. La niña lucía su largo y oscuro cabello que caía por sus espaldas hasta la cintura y ceñía su delicado cuerpo con el vestido blanco que había estrenado en su anterior cumpleaños. Era notorio que había crecido, pero no era ése el momento de exigir un vestido nuevo. Ana Luz peinó sus cabellos, del color de los trigales en verano,  con un rodete sujetado en la nuca con los alfileres de hueso que su madre Catinga le había obsequiado años atrás.
          Cubrieron  la rústica mesa de piedra  con un mantel rojo y encima una vela que apenas iluminaba el entorno. El silencio del lugar era idéntico al silencio en la mente y en el corazón de las dos mujeres. Sin decir una palabra, ambas sabían que esperaban la presencia de alguien muy importante en sus vidas. Ese alguien empezó a dar señales de su presencia con el tintineo de su campanilla de plata. Un momento después se escucharon sus pasos sobre las lajas del piso.
          -¡Cabana! Estábamos esperándote.
          -“Perdonen la demora pero algunos asuntos urgentes me demoraron. Hay una gran actividad en las Praderas del Silencio;  quienes allí moramos estamos aguardando graves noticias que ocurrirán en este mundo. Me echaré a descansar mientras  te escucho, Ana Luz. Puedes comenzar”.
          La joven se puso de pie, cruzó sus brazos sobre su pecho y dijo en voz alta:
                             Deranga banga buturú
                             Cóngoro urunda bulú
                             Ana Sofía em Ana Luz.

          Traducidas del puncum, el dialecto del país de la magia, esas palabras quieren decir: “La sombra del silencio cubra el sonido de las palabras secretas que Ana Luz dirá a Ana Sofía”.
          A medida en que la vela iba consumiéndose Ana Sofía escuchaba cada palabra, cada enseñanza, cada uno de los secretos jamás revelados a mortal alguno. Ella y nadie más que ella había tomado la decisión de recibir instrucciones de esa persona amada y admirada, Ana Luz, poderosa y sencilla al mismo tiempo, tierna  o implacable según fueran las circunstancias. Lo que  había permanecido como un sueño imposible de lograr, estaba haciéndose realidad. El Pájaro de Fuego estaba cumpliendo su promesa, la promesa que sólo ella conocía.
          Después volvió el silencio hasta que una luz deslumbrante llenó el recinto. Allí, de pie, envuelto en un halo amarillento estaba Kukulkan, cubierto con el manto verde en el que resplandecía con hilos de oro la imagen del Pájaro Quetzal. Hizo una señal con sus manos para que los demás supieran que no estaba interrumpiendo la ceremonia. Se sentó en una de las rústicas sillas y allí esperó el momento en que él también diría lo suyo. La voz de la Cabra invisible sonó dulce y melodiosamente:

          -“Como dijo la anciana Catanga cierta vez, uno de los secretos es saber distinguir la diferencia entre la verdadera luz y la auténtica oscuridad. La leche de mis ubres que ya probaste por primera y última vez en tu vida, pequeña Ana Sofía, ha vigorizado tu vocación y ha multiplicado tu voluntad para ser libre. Conoces los riesgos de correr tras aventuras inútiles, de creer que eres intocable. No lo eres pues nadie lo es.  Lo que sucederá mañana a la medianoche será la señal del reencuentro y de una nueva despedida. Sé feliz con la inocencia de tu niñez al mismo tiempo que desarrollas en tu mente y en tu corazón una verdadera sabiduría”.

          Ana Sofía tenía los dedos entrelazados, también  estaba de pie y con  una intensa mirada en sus ojos podía leerse que a partir de esos momentos nada sería igual que antes para ella. Ana Luz se arrodilló frente a la niña para poder estrecharla fuertemente en sus brazos y darle un beso en la frente en señal de aceptación. Como en otros momentos, todo lo que había que decir estaba dicho.
          Kukulkan hizo un gesto para que prestaran atención a sus palabras.
          -Como bien nos ha dicho Cabana, pronto seremos testigos de grandes acontecimientos después de los cuales yo también partiré. Urgentes compromisos me obligan a viajar a diversos lugares de la Tierra, aunque jamás las olvidaré.
          Señaló un rincón y prosiguió:
          -Tampoco me olvidaré de ustedes, Ashpa Puca y Maitén, por su fidelidad incomparable que ha contribuido a nuestro trabajo. A su debido tiempo recibirán la recompensa que se merecen. En cuanto a la Señora de la Noche, como todos sospechábamos, su poderío se ha multiplicado así como también  se ha multiplicado el peligro que ella y los suyos representan. La enorme ciudadela que será designada con el nombre de Babelia es hoy inexpugnable. No salgan fuera del espacio de su refugio hasta el momento en que vean resplandecer en la oscuridad de la noche al Pájaro de Fuego. Preparen sus bolsos de viaje ya que  a la mañana siguiente deberán partir sin demora. En cuanto a ti, pequeña Ana Sofía, ya no me encontrarás en tus sueños pues a partir de esta noche empezarás a elaborarlos por ti misma. Ellos te irán señalando el camino, lo que debes hacer y lo que debes evitar. Contigo, Cabana, como sucede desde hace siglos, volveremos a encontrarnos en cualquier lugar, en cualquier momento. Ahora voy a partir.
          Kukulkan se puso de pie y en un instante su alta figura se desvaneció en la noche. Los pasos de la Cabra Invisible indicaban que también se estaba alejando. Maitén se echo a dormir sobre su viejo almohadón mientras Ashpa Puca en un corto vuelo trepó a lo alto de un árbol para pasar la noche.
          Sin agregar una sola palabra, Ana Luz y Ana Sofía vistieron sus ropas de dormir y  un momento después entraron, con el corazón lleno de gozo, a las profundidades del sueño, que es a la vez una manera de olvidar el pasado y comenzar un nuevo día.
         
           
Capítulo 20

LLUVIA DE FUEGO

          Los constructores de Babelia estaban dando los últimos retoques a la enorme fortaleza oculta en las entrañas  rocosas de un  elevado   cerro, el mismo que había servido de guarida a generaciones de hijos de las sombras durante largos siglos Esa misma noche tendría lugar la inauguración para la que se habían preparado diversos festejos. Podía observarse por todos lados las siluetas de los más raros personajes que iban y venían sin decir palabra, unos acarreando herramientas y materiales, otros limpiando mientras que  los encargados del comedor ubicaban las mesas  de piedra en la amplia explanada de piedras lajas que se extendía  frente a la entrada principal de la caverna.
          La Dama de la Noche se paseaba nerviosa dando órdenes, corrigiendo detalles, amenazando a los que simulaban trabajar y profiriendo gritos y maldiciones como era su costumbre. Momentos antes había bebido una porción doble del elixir de la eterna juventud. Se la veía radiante, espléndida, elegantemente vestida y ataviada con collares y anillos de hueso con incrustaciones de piedras falsas de  colores chillones que brillaban a la luz de la Luna que,  desde el levante,  erguía su enorme bola de color anaranjado.
          Pasaban junto a ella docenas y docenas de sombras atareadas, ensimismadas por el temor, el hambre y la sed que recién podrían calmar, después,  en  la gran fiesta. Rozando las piernas de su ama, el gato blanco Catriel procuraba no irritarla, con el secreto e  inútil deseo de que ésta le devolviera su antigua forma. Al parecer el gesto fue inútil pues la alta mujer de pelo rojo le dio un tremendo  puntapié al tiempo que le decía:
          -Fuera de mi vista, gato sarnoso. ¿Qué estás haciendo? ¿Crees que olvidaré que eres un brujito traidor? Ve por ahí y caza algún asqueroso ratón y prepárate la cena. No estás invitado a mi fiesta.
          Catriel salió como alma que lleva el diablo, según el decir de los humanos, a esconderse en alguna cueva donde nadie pudiera hacerle daño.  Pero las incomodidades para su majestad  no terminaron pues ahí mismo apareció Congo, el compinche del Brujito Loco. Estaba cubierto de polvo mezclado con  sudor y aunque su tarea no había concluido, tuvo el coraje de aproximarse.
          -Calabalumba, perdona que te dirija la palabra sin tu autorización. Necesito hablar contigo un momento.
          -¡Desfachatado! ¡Insolente! ¿Cómo te atreves a interrumpirme? ¿Qué deseas?
          -Sé que tienes una sustancia que elimina el temor a la luz. Por favor, coloca una gota de ese ungüento en mis ojos para que pueda servirte de día y de noche. Sé que a otros les has concedido ese privilegio.
          La Bruja Suprema sintió en un instante que alguien estaba nuevamente  enviando mensajes a su mente. Se sintió confundida y dominada por la fatal desconfianza hacia cualquiera de sus secuaces. Observó al inútil Congo, mal vestido, sucio, con sus ojos sin brillo, y recordó a Bombo,  que jamás regresó después de aquella mañana en la que había borrado  de sus ojos el temor a ser destruido por la luz del sol. El miserable  y desagradecido  había corrido sin descanso después de que descubrió el mundo maravilloso de la luz y ahora con seguridad estaría lejos, en alguna lejana ciudad, con otro nombre, disfrutando de su libertad. Se aproximó al suplicante y poniéndole una mano sobre su cabeza, le dijo:
          -¿Cómo podría confiar en ti, miserable Congo? No me sirves para mucho pero no te daré tu libertad. Sé que no regresarías por más que te eches a mis pies y me supliques. ¡Eres un bastardo! Te castigaré  para que sirvas de ejemplo. ¿Qué te has creído? ¿Te atreves a jugar con mi paciencia? ¡Eh!
          -Por favor, no vuelvas a hacerme daño. No quiero ser un perro. Perdona que me haya presentado ante ti. ¡Ten piedad!
          Calabalumba sacó de uno de sus bolsillos un puñado de polvo amarillo y lo arrojó sobre el aterrorizado Congo que en unos minutos quedó convertido en un dócil dogo blanco que se echó humildemente a sus pies.
          -Fuera de mi presencia. Anda y vigila por los alrededores y regresa al amanecer para que comas algo de las sobras del banquete.
          En ese momento llegaba  Pichi Curacó, el mago ingeniero en explosivos para informar que la construcción de la ciudadela había sido completada. Era un hombre pequeño, con su cabeza protegida por un casco y un par de guantes amarillos.
          -La tarea que me encomendaste está a tu disposición, Calabalumba. Te invito a que me acompañes para que seas la primera en visitar cada uno de los salones y aposentos. Ya di la orden para que todo el mundo vaya a cambiar sus ropas y esperen la orden para estar presente en el momento de la inauguración.
          -Te acompañaré pero te advierto que más te vale que encuentre algo que no esté en su lugar. ¡Vamos!
          Comparada con la nueva fortaleza, la antigua caverna de Sandunga era un ridículo antro en el que la multitud se apiñaba cada vez que era convocada para un cónclave o un festejo. A la luz de algunas velas aparecían recintos y salones, talleres de orfebrería, aulas nuevas para la Escuela de las Brujas Novicias, un Salón de las Maldiciones en el que podían acomodarse cientos de invitados, los lujosos  aposentos para la Señora de la Noche revestidos de mármol rosado y granito negro. Estrechos pasadizos comunicaban los ambientes entre sí y al mismo tiempo tenían salidas de escape hacia el exterior para casos de  emergencia.
          -No voy a reprocharte, Pichi Curacó, porque no encuentro un solo detalle que no esté en su lugar. Ve tú también a cambiarte de ropa.  La medianoche está por llegar y con ella el momento más sublime de mi vida.
          Calabalumba apresuró el paso hacia el escondido taller de tejeduría. Allí la esperaban las brujas Calingasta, Talacayu y Salavina para cubrirla con un vestido diseñado especialmente  para la ocasión.
          -Vayamos a mi habitación privada. Allí están mis joyas y mis perfumes preferidos. Las necesito para que den los retoques finales después de ataviarme.
          Mientras la soberana completaba su ajuar, en el amplio atrio se iban acomodando los miembros de la corte, trabajadores e invitados especiales. El ruido de las voces y risas iba elevándose y se esparcía por los alrededores. Sobre las largas mesas de piedra aún los duendes no habían servido la comida cuyos olores salían por las troneras que daban al interior de la nueva y amplia cocina. Aún no había comida servida sobre las mesas pero sí bebidas alcohólicas obtenidas de la fermentación del piquillín, semillas de maíz y cebada que  habían obtenido en sus continuos saqueos por las granjas vecinas. Algunos ya mostraban sus ojos vidriosos por la borrachera, otros babeaban y se reían sin motivo aparente.
          En la mesa principal estaban acomodados los jefes de misiones de los países más lejanos: la Princesa Panambí, experta en sembrar la peste de los surubíes en el río Paraná.  Curundú, el vidente chaqueño cuyo aspecto era el de un vistoso pájaro charata. El fantasma de las costas chilenas, conocido en vida como Jefe Mapocho. El brujo supremo del Desierto de Atacama, Huascarán, con la apariencia de un viejo y miserable cóndor. Londrina, la bella mulata de selvas y pantanales brasileños, famosa por sus crueles venganzas contra los jóvenes exploradores que la amaron. Con su burlona sonrisa y una honda al cuello se mostraba Guandacol, el joven mago riojano, asesino de pájaros; y enroscándose sobre un poste de algarrobo destinado a ella, con  su larga y roja lengua bífida, se mostraba la princesa Yungas, señora y protectora de los reducidores de cabeza de la lejana región ecuatoriana. En otro de los extremos,  vistiendo su traje de gala, sonreía ridículamente el ingeniero en jefe de Babelia, el mago Pichi Curacó, y a su lado nada menos que la zorra Rumipal, quien por sus continuados servicios había sido nombrada dama de compañía de la Bruja Suprema.
          Cuando la impaciencia del populacho empezaba a hacerse notar, un silencio sepulcral anunció la presencia de la majestuosa anfitriona. Calabalumba, ondeando su larga y roja cabellera,  lucía un impecable traje de noche negro que caía hasta sus pies descalzos. Llevando en sus manos el infaltable Espejo de la Verdad, se desplazaba lentamente, saludando con sus brazos en alto  a la multitud hambrienta,  con aquella sonrisa de compasión y desprecio que parecía dibujada en su rostro  pálido, a pesar de haber bebido una dosis doble del elixir de la eterna juventud y dos copas de licor de piquillín.
          Los invitados especiales se pusieron de pie y le dieron lugar para que se sentara al centro de la mesa, en una especie de trono tallado en la piedra. Se acomodó sobre un almohadón rojo, pasó sus manos a ambos lados de su cabeza haciendo resaltar sus lacios  cabellos, agarró con sus largos y huesudos dedos  una copa  de trinki  y la vació de un solo trago. Carraspeó, se miró en el espejo,  y luego, con una sonrisa macabra, habló.
          -Dentro de un siglo o de mil años, cuando nuestros descendientes lean el Libro Negro, sabrán que esta noche ha sido única en la memoria de nuestro pueblo. Mi vieja abuela, cuyo nombre ya no recuerdo, se pondría amarilla de envidia si pudiera estar presente y contemplar esta construcción que es al mismo tiempo nuestro refugio, nuestra defensa y nuestro cuartel general para el comienzo de la gran batalla que vamos a dar.
          Algunas voces y risas que provenían de las mesas más alejadas, interrumpieron por unos instantes el discurso. Fue suficiente un ademán y un golpe seco sobre la mesa para que hasta los más idiotas y borrachos se echaran a silencio. Bebió otro trago y continuó:
          -Estamos en peligro. Nuestra raza está en peligro. Han nacido abominables hijos mestizos, algunos pocos de los nuestros han comenzado a desertar, traicionándonos,  nuestras vidas han llevado una triste monotonía, sin grandes ni pequeñas novedades. Debemos movilizarnos, emprender una invasión que no tenga límites hacia la región de los humanos. En una época fuimos numerosos, luego algunos miserables huyeron, y por fin ahora somos nuevamente  muchos, tantos que no tenemos ni comida ni agua suficiente. Pronto, les prometo, las tendremos en abundancia.
          Echó una rápida ojeada a su espejo, paseó su mirada desafiante y siguió diciendo:
          -En esta  ceremonia doy por inaugurada la gran Babelia, sede central del poder único, lugar de reunión de los espíritus de las sombras, y cuartel general de los ejércitos de la noche. Como podemos observar, nuestra ciudadela está oculta en el vientre  de esta montaña. Nadie podrá verla y tampoco atacarla. Sus puertas son del más puro y duro granito, sus galerías son laberintos que solo yo podría atravesar sin extraviarme, sus sótanos están repletos de libros,  mapas, fórmulas químicas, tónicos, elixires y venenos que nos hacen invencibles.
          En el momento en que Calabalumba había pronunciado la palabra “elixir” echó otra rápida mirada al Espejo de la Verdad. En apenas segundos contempló su joven imagen, luego creyó haber visto la carita   sonriente de una niña, y por último un rostro, el suyo, que tenía un costado seco que dejaba ver los huesos del cráneo. Sintió que sus piernas perdían sustentación pero volvió a erguirse con su típico gesto de desafío y soberbia. Se tambaleó como si estuviera borracha, hizo un  gesto de desprecio con su boca y volvió a levantar su voz. Sobre una mesa, la diminuta figura del duende Golim estaba haciéndole señas para informarle que la cena estaba lista para ser servida.
          -Ahí tenemos a nuestro cocinero en jefe. Deliciosos manjares y licores serán servidos apenas yo dé la señal. Coman y beban, embriáguense, rían, griten, maldigan a nuestros enemigos, levanten sus puños en señal de venganza. La noche es toda nuestra.
          La Bruja Suprema miró hacia lo alto y leyó en el reloj de las estrellas que la medianoche estaba llegando. Esperó que el Gallo del Diablo elevara su canto para dar la orden a Golim, pero nadie cantó. Más bien se escuchó un murmullo que empezó tímidamente y luego creció, con voces de admiración y de espanto. Justo, encima de la formidable fortaleza de Babelia, brillaba la figura luminosa del Pájaro de Fuego, Quetzal, el dios Sol de los antiguos mayas.
          La Dama de la Noche brincó de espanto y junto a ella sus invitados especiales y el ejército de inútiles magos y hechiceras,  pitonisas y videntes de la peor calaña. La imagen que brillaba en lo oscuro del cielo parecía ridiculizar a esos espectros   con sus ojos  espantados fuera de sus órbitas y las bocas chorreando baba, otros con sus máscaras bobas, los más  borrachos yaciendo en el piso, algunos pocos arrastrándose en busca de las puertas de ingreso para irse a dormir. El espectáculo era desordenado, inesperado,  indescriptible, tan diferente al esperado por sus organizadores.
          El Pájaro de Fuego se fue transformando en una bola roja, de la que surgió hacia abajo un hilo de luz resplandeciente que hería los ojos. La flecha luminosa continuaba descendiendo cuando se escuchó la potente voz de Calabalumba:
          -¡Todos adentro! ¡Entren! Busquemos protección en nuestra fortaleza. ¡Ahora!   
          El tropel fue verdaderamente infernal. Piernas y brazos, objetos que caían, gritos, lamentos, seres de diverso aspecto que se fundían en una masa lastimosa, procuraban ponerse a salvo, olvidados de la comida, los discursos y los sueños de grandeza. En el preciso instante en que se escuchó el estrépito de la última puerta de granito que se cerraba, el rayo de luz perforó a Babelia y a  todos sus ocupantes, siguió su veloz marcha hacia lo profundo de la tierra y regresó seguido por un trueno ensordecedor.
          Por la boca del cráter del volcán  que estaba naciendo, salió un espeso humo, luego  trozos de rocas, llamaradas, cenizas, azufre, gases venenosos, lava líquida que corría como un río hacia el fondo del valle. Los sueños de grandeza y de locura de la Dama de la Noche habían concluido. “Nada es para siempre, ni lo bueno ni lo malo”, repetían los maestros de la luz a sus discípulos.
          Con las primeras luces del amanecer, el paisaje era desolador. El fuego del volcán continuaba ardiendo y un calor insoportable estremecía los contornos. No había señales de sobrevivientes ni se escuchaban gritos o voces de auxilio. Los animales salvajes habían huido a tiempo y sólo podía verse, muy en lo alto, haciendo círculos de inspección, la figura de un águila real que por momentos descendía planeando para después batir las alas y volver a elevarse.
          Por uno de los estrechos túneles de escape que habían sido construidos para casos de emergencia, surgió una figura llena de polvo y cenizas. Catriel, el gato blanco, miró hacia uno y otro costado y al comprobar que no había enemigos a la vista, corrió a campo traviesa. ¿Quién podría saber cuál era su destino? En realidad es muy fácil adivinarlo. 


Capítulo 21

ENCUENTRO Y DESPEDIDA

          El estruendo y los temblores que se habían sucedido durante la noche, obligaron a Ana Luz y Ana Sofía a permanecer despiertas, fuera de su refugio,  ante el temor de ser aplastadas por las rocas. Sin decir palabras habían observado, en lo alto del cielo,  la imagen del Pájaro de Fuego   y momentos  después la flecha de luz que descendía hacia la tierra y volvía  convertida  en llamas y espesos humos que salían del cráter del volcán.
          El momento de regresar al Valle del Silencio se iniciaría muy temprano, después de tomar   una taza de té y cargar sobre la burrita algunos bolsos y paquetes con ropas, libros y enseres de cocina. El resto quedaría allí, tal vez para siempre o para que sirviera de refugio a algún necesitado. ¿Para qué otra cosa podría llegar a servir la gruta profunda, ese lugar mágico que había sido testigo de tantos misterios?
          -Ana Luz, ¿por qué nunca te refieres a la burrita por su  nombre? ¿No lo tiene?
          -No, solamente le digo hola, ven, cómo estás. ¿Quieres ponerle uno? Ella es solamente un cuadrúpedo que no entiende  una sola palabra.
          -No me importa. Si me lo permites la llamaré Rocío.
          -Hermoso nombre – intervino la gata negra Maitén, que seguía el diálogo con una mirada triste en los ojos-, ahora que te vas con tus padres, tal vez ella será tu compañía.
          -No lo sé, pero a ti te recordaré siempre, Maitén, porque no solo fuiste mi mascota sino también mi amiga, mi protectora.
          -Vamos a dejarnos de sentimentalismos – dijo Ana Luz con una sonrisa -. Tenemos un largo viaje que hacer para llegar a casa de tus padres antes del anochecer. Ayer he visto que el pantano se ha secado y el puente está en condiciones de ser utilizado. Sigamos cargando y empecemos  con los saludos. No soy buena para estas circunstancias, así que iré al grano.
          La voz de Ana Luz pareció quebrarse. Toda despedida era para ella un instante difícil en que las lágrimas querían asomar en sus ojos. Ocultó sus emociones y después de cerrar la pesada puerta de entrada al que sería desde esa mañana su antiguo hogar, acarició a Maitén y buscó la mirada de Ashpa Puca.
          -Ya hemos hablado lo suficiente. El mundo  de ustedes está aquí. Nosotras debemos probar suerte en otros lugares. Les deseo la mejor de las vidas, que cada una reciba lo que más desea y merece. Según te dijo Kukulkan, tú, Maitén, tendrás siete vidas verdaderas de siete años cada una. Vivirás hasta que seas  una gata muy anciana, con nietos y bisnietos.
          -Pero aún soy soltera, Ana Luz. ¿Dónde encontraré un esposo?
          -No desesperes pues él vendrá a ti. ¿Has imaginado como te gustaría que fuera el padre de tus hijos?
          -Por supuesto que sí. Será un gato blanco, grande, valiente y muy gentil conmigo. ¿Crees que eso será posible? Tú tienes el poder de ver el futuro, Ana Luz. ¿Qué me dices?
          -No creo tener ese don pero sí sé que pronto ese gato blanco llegará hasta donde tú te encuentres. Ten paciencia con él porque viene muy confundido y algo lastimado. No lo prives del consuelo que necesita.
          -Si eso llega a ocurrir te bendeciré todos los días, Ana Luz. No sólo salvaste mi vida sino que me diste la compañía de la niña, me enseñaste a ser diferente, y ahora me das una nueva esperanza para no quedarme sola.
          En el momento en que la joven abrazaba a la gata, se escuchó la voz de Ashpa Puca. Se extrañaron porque no recordaban haberla escuchado decir, jamás,  una palabra. Todos entendían lo que quería decir cuando ella  hacía gestos y movimientos con su cabeza y con sus alas.
          -Hablo pocas veces y sólo lo necesario. Con mi comadre Catanga acostumbrábamos charlar durante horas. Como todos saben éramos grandes amigas.  Las acompañaré hasta donde comienza el Valle del Silencio y luego volveré de inmediato a mi nido. ¿Saben el porqué de mi urgencia?
          -Si no lo dices no lo sabremos – dijo Ana Luz.
          - Porque pronto seré madre.
          -¡No me digas! ¡Esa sí que es una gran noticia! ¡Felicitaciones!
          -Estoy empollando y en pocos días tendré que salir a buscar alimento para mis pichones. Imagínense, yo mamá. ¡Es increíble! Luego tendré que educarlos, enseñarles a volar, a cazar, a protegerse de sus enemigos. Menuda tarea me espera, ¿no les parece?  Ser madre a mi edad,  les aseguro que no me lo esperaba.
          Ana Luz sonrió por la buena noticia y porque tenía la impresión de que su amiga, el ave carnicera, hablaba poco pero cuando lo hacía…pues era bastante conversadora.
          Nadie parecía querer tocar el tema de la destrucción de Babelia, aunque fue Ana Sofía quien le pregunto al águila real.
          -Has volado sobre el volcán. ¿Qué ha quedado de ese antro? ¿Sabes algo sobre Calabalumba? ¿Habrá podido escapar a tiempo?
          -No encontré señales de vida. Solo vi escombros, lava enfriándose y cenizas que llegan hasta la ciudad de Covadonga. Todo lo que allá  existía está en ruinas. Pasará un tiempo para saber si ellos  regresarán.
          -Por lo menos yo no estaré aquí, ¿no crees Ana Luz? No es  algo en lo que yo deba continuar pensando.
          -Tienes razón, Ana Sofía. Estaremos viviendo muy lejos del país de las sombras. Pero basta de charlas  y empecemos a caminar. Adiós, Maitén.
          -Te amo, mi pequeña gata.
          -Y yo a ti.
          -Adelante, Rocío, tendrás un premio cuando lleguemos a casa: un atado de alfalfa y agua fresca. ¡En marcha!
          Maitén se quedó contemplando a las viajeras hasta que se perdieron de vista. Desde el Cerro de las Brujas podía ver en la lejanía el resplandor del sol sobre el pasto en el Valle del Silencio. Después regresó y se internó por las serranías en busca de comida.
          De los pantanos no quedaba otra cosa que tierra seca y los esqueletos de los bichos que habían vivido y muerto allí. Eran las últimas imágenes de un mundo que estaba cambiando, para bien o para mal. Más arriba, siguiendo el curso del Arroyo de las Murmuraciones estaba la Laguna de la Niña Encantada. ¿Qué sería de la ninfa Taninga? ¿Estaría viva o también había muerto junto con Yacuchina y Sonosongo?
          Al cruzar el puente y después de despedirse de Ashpa Puca agitando sus brazos, bajo la sombra de un árbol hicieron una pausa para refrescarse y comer unos higos secos que habían guardado para el viaje. Les extrañó que a lo largo de los verdes campos no se viera un solo animal pastando: ni caballos salvajes, ni vacas, ni cabras, ni ovejas. ¿Qué habría pasado? Tanto tiempo de vivir incomunicados las había privado de noticias. Antes de que el sol comenzara a declinar ya estaban llegando a destino. El  humo que salía de la chimenea del rancho era una señal de que sus moradores no se habían ausentado.
          Llegarían de sorpresa, pensaban, pero los ladridos de Sultán frustraron sus intenciones. El perro ovejero corría, ladraba y movía su cola reconociéndolas, dándoles la bienvenida. Cuánta felicidad  significaba el encuentro con los seres amados. El primero en llegar fue Chakay Nahuel, detrás de él Tanti y luego, lentamente, venía Catinga con los brazos abiertos para abrazar a su hija y  a  la niña, esas dos mujeres tan diferentes  a  ella y tan importantes en su vida.
          Todo seguía en su lugar en el rancho aunque a Ana Luz le llamó la atención la presencia de un enorme carromato de cuatro ruedas, que estaba junto a los corrales. Imaginó para qué serviría pero no hizo ninguna pregunta.
          Rocío recibió la prometida  ración de agua fresca y alfalfa. Las viajeras, después de higienizarse, bebieron sendos tazones de leche fresca y tortas con chicharrones. Sobre una parrilla se asaban unos sabrosos trozos de carne para una cena  a servirse, como era la costumbre campesina, un momento después de que el sol se ocultara.
          -Tengo miles de preguntas que hacerles pero no sé por dónde voy a comenzar. Por ejemplo, ¿dónde están los animales? No he visto ninguno.
          -Acabo de venderlos hace un par de semanas  en la Feria – contestó Nahuel-.   Eran animales sanos y bien engordados, así que hemos recibido un buen dinero por ellos. No te digo que somos ricos pero tendremos lo suficiente para los próximos años.
          -¿Un buen dinero? ¿Para qué?
          -Vamos a comprar una casa en Covadonga. Ana Sofía debe empezar el colegio. Yo pondré un negocio de venta de herramientas y semillas para el campo. ¿Qué les parece? Voy a cambiar mi antiguo oficio de domador de caballos y cazador de pumas por el de comerciante. 
          -Me parece magnífico – dijo Ana Luz, no muy segura -. Quiere decir que en ese carruaje transportarán los muebles hasta la ciudad. ¿Cuándo será el viaje?
          -Tenemos pensado que será mañana bien temprano. Iremos juntos, aunque no tendremos lugar para todos en el carro. Yo iré conduciendo y la señora Catinga se acomodará sobre unos cueros de oveja que llevo para vender. Ustedes tendrán que ir a caballo al paso de las mulas. Llevaremos agua y comida para el viaje. Será divertido.
          -¿Les parece divertido tener que ir a la escuela? – dijo la pequeña.
          -Todos los niños deben ir a la escuela. Tienes que aprender – dijo su mamá.
          -Pero yo sé muchas cosas, ¿verdad,  Ana Luz? ¿Por qué no les cuentas?
          -Por supuesto que has aprendido cosas importantes  pero la escuela es la escuela. Esta vez  no podrás discutir, Ana Sofía.
          Después de la cena, Catinga se acostó temprano y lo mismo hizo la niña. Estaba cansada  y también un poco enojada. ¡Ir a la escuela! ¿Acaso los padres no deben consultar con sus hijos si quieren o no ir a la escuela?
          Sentados en la pequeña galería, los tres amigos se dispusieron a tomar una taza de té y, por supuesto,  uno de los temas era el fenómeno que habían contemplado la noche anterior desde el Valle del Silencio. Un formidable temblor de tierra, el nacimiento de un volcán, la caída de  ceniza caliente. ¿Qué había sucedido?
          Ana Luz buscó las palabras adecuadas para contar una parte de la verdad y guardar el resto para otra ocasión. Lo cierto  era que tanto ella como su ahijada estaban de regreso, sanas y salvas. Después hablaron sobre el futuro inmediato.
          -¿Qué harás en Covadonga, Ana Luz? – preguntó Tanti.
          -Volveré con mamá a nuestra casita. Como ustedes saben, sé trabajar distintos materiales. Haré artesanías que venderé en la plaza de la ciudad. Mamá está muy cansada y ya no irá a trabajar como doméstica. Seré yo quien provea el dinero para los gastos. Además, tengo una idea para aumentar mis ingresos.
          -¿Buscarás un empleo?
          -Nada de eso. Seguiré los pasos de una anciana muy amiga, doña Salomé. ¿La recuerdan? Cada tanto viajaré a las serranías a cortar yerbas y plantas medicinales que venderé casa por casa. También sé donde hay colmenas para sacar la miel. Si ustedes le dan permiso, Ana Sofía podría acompañarme de vez en cuando.
          -Es una buena idea. En cuanto a la niña, sabes que las tareas en la escuela, más algún  deporte, aprender a bailar o alguna otra actividad, la mantendrán ocupada.
          -Por supuesto, no había pensado en eso, Tanti.
          -Viviremos en la misma ciudad, de modo que continuaremos visitándonos. Nahuel y yo hemos pensado  que tu compañía la hace muy feliz a nuestra hija. Compartiremos su educación, ¿estás de acuerdo, Ana Luz?
          -Es lo más hermoso que he escuchado esta noche. No esperaba otra cosa de ustedes.
          Ordenaron la cocina y luego se fueron a dormir. Rocío, con su panza llena, dormía plácidamente echada sobre un colchón  de cebada. Ni un solo sonido, salvo el canto de los grillos alteraba el silencio.  Daba la impresión de que algo maravilloso había sucedido y que vendrían nuevas experiencias para todos y para cada uno.
          Con el lucero brillando  hacia el levante, todo el mundo despertó y se inició la tarea de cargar los muebles, colchones, ropa, y todo cuanto cabía en el inmenso carretón que al paso lento de cuatro mulas  inició su rodaje sobre la huella polvorienta. También al paso y con mansedumbre caminaban Indio, Rocío y el petiso de la niña. Catinga se había quedado adormilada sobre los cueros de oveja. En el pescante Nahuel llevaba las riendas y a su lado con  su esposa Tanti iban elaborando los planes para la nueva vida que les esperaba.
          Detrás de todos, cada una llevando en bandolera su bolso de viaje, Ana Luz y Ana Sofía dialogaban:
          -En la ciudad nuestras vidas serán muy diferentes, ¿verdad, Ana Luz?
          -Sí, mi amor. A partir de hoy todo será diferente, para todos. Tal vez ésta  haya sido la mejor decisión. Tendrás maestras, compañeros de estudio, nuevos amigos. ¿No te parece maravilloso?
          -Ana Luz, creo que no estás hablando con sinceridad. ¿Cómo puedes decir que será maravilloso ir a una escuela donde van cientos de niños? ¿Qué voy a aprender?
          -Algo aprenderás. Supongo.
          - “Supongo”. Esa palabra me gusta más porque para mí tú serás siempre mi única maestra. ¿Cómo voy a comparar lo que aprendí contigo, con Kukulkan, con Maitén y Ashpa Puca? Eso sí que fue una maravillosa escuela.
          -Es verdad, pero nadie te creerá si le cuentas  a tus maestras y a tus compañeros las aventuras que hemos vivido en estas últimas lunas. Dirán que eres una niña muy loca, muy imaginativa, que tienes sueños en colores y cosas así. Lo que nosotros hemos vivido solo ocurre en los libros de cuentos. Todo ha sido demasiado maravilloso para ser verdad.
          -Pero no hemos salido de un libro de cuentos. ¿Verdad? ¿O sí? No me mientas.
          -¿Cómo saberlo? ¿Crees que tengo todas las respuestas? De lo único que estoy segura es que te amo, Ana Sofía.
          -Y yo a ti. Espero que para la época de las vacaciones podamos regresar al país de la magia. ¡Será divertido!
          -Eso está por verse. Por ahora sigamos caminando. 


*