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EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS

JUAN COLETTI



Capítulo 1

¿DÓNDE ESTÁ GASTÓN?

-¿Dónde está Gastón? – preguntó con su voz de trueno el señor Gustavo Luna, observando con ira a un lado y otro.
-No sé, querido – respondió su esposa Matilde -, creí que estaba con vos.
-¿Pero será posible? Otra vez ese chico me está colmando la paciencia. Cada vez que salimos de paseo tengo un disgusto. Pero ya vas a ver lo que voy a hacer apenas lo encuentre.
-Calmate, Gustavo, debe andar jugando por ahí – dijo tímidamente la mamá de Gastón-. En un momento lo vamos a encontrar.
-Pero qué calmate ni calmate, vos sos la misma inútil de siempre. Además, consentís a ese chico desobediente, lo protegés demasiado, le das todos los gustos y por esos motivos hace lo que se le da la gana. ¿Dónde se habrá metido?
Tomada de la mano de su mamá, la pequeña Evelyn tenía los ojos llenos de lágrimas. Quería decir algo pero no se animaba a hablar por temor al enojo de su padre. El señor Luna se agachó a la altura de la cabeza de la niña  y mirándola fijo a los ojos, le preguntó en tono amenazante:
-Decime, Evelyn, ¿en qué momento tu hermano se separó de vos? No vayas a mentirme, ¿entendés? ¿Dónde diablos se ha escondido Gastón? ¿Dónde?
-No lo sé, papá. Te lo juro.  Me parece que se quedó frente a un lugar donde están los espejos mágicos.
-Pero qué mágicos ni mágicos. ¿De dónde sacaste esa idea? Este parque de diversiones es una porquería. Vamos a buscarlo. ¡Andando!  Dame la mano, no vaya a ser que vos también desaparezcas. ¿Quién me mandó venir hoy, justamente hoy, a este ridículo lugar?
Cuando el señor Luna  se había dado  cuenta de que su hijo no los acompañaba, estaban saliendo hacia la playa de estacionamiento del  Parque de Diversiones KARMA.  Buscarían su automóvil y regresarían a su casa justo a la hora de cenar, acostarse temprano para mañana ir al trabajo y los chicos a la escuela. Era un caluroso domingo del mes de octubre.
La familia se encaminó hacia donde Evelyn dijo que posiblemente estaría su hermano. Preguntaron varias veces por el lugar y al fin dieron con un enorme letrero que decía: LABERINTO DE LOS ESPEJOS. Debajo, en letras más pequeñas, podía leerse: Completamente prohibido ingresar sin autorización. Este juego ha sido clausurado.
-¿No te dije, Matilde? – gritó el señor Luna -. ¿No te dije que este chico me va a sacar canas verdes? ¿Dónde se habrá escondido? Más vale que aparezca pronto, porque si no…
La pequeña Evelyn, tomada de la mano de su mamá, permanecía con sus ojitos llorosos, como ausente, más bien podría decirse que estaba asustada. Como todos los hermanos del mundo, ella y Gastón muchas veces peleaban, discutían por cualquier pavada, pero nadie podría decir que no se querían.
 El papá de Gastón continuaba protestando:
-Justo hoy, domingo. No tendremos más remedio que caminar por todo este parque de mamarrachos. Vamos, síganme. Todo el mundo va saliendo tranquilamente hacia sus casas, menos nosotros. ¡No lo puedo creer!
Recorrieron todos los juegos, preguntando a los boleteros y encargados por un chico de diez  años, delgado, pelo negro, camisa roja y pantalón  gris. En el Tren Fantasma les dijeron que ningún chico podía entrar sin la compañía de un adulto. En la Cueva de Alí Babá dijeron que sí, que el chico había ingresado con sus padres y una hermanita más pequeña. Por supuesto que habían estado en ese mismo lugar, justamente ellos, unas horas antes. ¡Qué graciosos! En el  Lago de los Cisnes sólo se encontraban parejas de jóvenes enamorados, besándose. En el juego la Ciudad de los Monstruos ya estaban cerrando y nadie dijo haber visto a un niño parecido a Gastón.
-Perdone, joven – preguntó Gustavo Luna a un guardia, serio, alto y delgado que venía caminando por uno de los pasillos -,  ¿podría decirme dónde puedo ubicar  al responsable de este juego de diversiones? Es urgente, necesito encontrar a mi hijo ahora mismo. Dígale a su jefe que mi paciencia  está llegando a su límite. ¿Escuchó o tengo que repetirlo?
-Esperen aquí, por favor – dijo el empleado –. Pueden sentarse en ese banco y esperar un momento. No demoraré. Les ruego que  tengan paciencia, todo se va a solucionar. Voy a buscar al señor Lucero.
“Mirá vos – pensó para sí con sorna el señor Luna - ¿quién será el irresponsable que maneja este espantoso lugar?  ¿El señor Lucero? ¡Ja!”



Capítulo 2

LOS ESPEJOS MALÉFICOS

          Unos minutos después regresó el guardia. Empujaba una silla de ruedas en la que  venía el señor Lucero, el gerente del parque de diversiones. Era un hombre muy anciano, vestido de blanco y con sus cabellos y barba más blancos todavía.
          -¿En qué puedo servirles? – preguntó amablemente-. Por favor, dígame con entera confianza cuál es su reclamo. Estamos para servir y hacer feliz a todo el mundo.
          El señor Gustavo Luna estuvo a punto de lanzar una andanada de insultos, pero se contuvo a tiempo. La presencia del anciano imponía respeto. Le temblaba la voz:
          -Mire, señor…
          -Juan de Dios es mi nombre, lo estoy escuchando.
          -Mire, señor Lucero, hemos pasado la tarde entera en este lugar. Recorrimos todos los juegos con mi esposa y mis dos hijos, hemos  gastado un dineral en boletos, en gaseosas, en sánguches, en pururú, en…
          -Está bien, pero ¿cuál es su problema, señor…?
          -Soy Gustavo Luna. El problema es que hace unos quince minutos, en el preciso momento en que salíamos hacia  la playa de estacionamiento, nos dimos cuenta de que nuestro hijo Gastón no estaba junto a nosotros.
          -Supongo que lo habrán buscado. Este parque  es grande pero nadie se ha perdido hasta hoy. Ya lo encontraremos, tengan un poco de paciencia. Es común que en estos lugares en algún momento un niño se extravíe.
          En ese momento, la pequeña Evelyn se aproximó al señor Lucero y con un dedito tembloroso de su mano derecha señaló hacia un determinado lugar.
          -Ahí, ahí estaba Gastón hace un rato. Allí, en la puerta de ese salón, donde está el letrero.
          Los ojos del señor Lucero se llenaron de espanto. Su rostro se transfiguró en una mueca de sorpresa. No podía creer lo que estaba escuchando. 
          -¿Qué dijiste, pequeña? No escucho bien, por favor, ¿qué dijiste?
          -Que mi hermano Gastón me dijo que quería entrar al salón de los espejos.
Lo vi cuando estaba junto a la puerta de entrada tratando de empujarla. Después no sé qué pasó. Cuando miré de nuevo ya no estaba.
          -Espero que no lo haya hecho, por el amor de Dios – dijo el anciano, haciéndole una seña a su empleado para que empujara la silla de ruedas en dirección al Laberinto de los Espejos.
          -¡Qué suerte! – exclamó el señor Luna con un gesto de alivio-. Con seguridad  que ese endemoniado Gastón  anda por ahí. Mirá vos donde vino a meterse. ¡Qué chico entrometido!
          -Ojalá que no haya ingresado, estimado señor – dijo el gerente del parque con un hilo de voz que apenas salía de su garganta-. No se alegre porque usted no tiene la menor idea de lo que posiblemente ha sucedido.
          -¿Qué está diciendo? Por favor, explíquese, si no quiere que ya mismo llame a la policía. Más le vale que…
          -Llame a quien quiera, señor, pero no sea tan agresivo. Usted lo único que hace es gritar y amenazar. Si el niño ha ingresado a ese enorme salón, estaremos en grandes dificultades. Lamento decirlo, pero es la única verdad.
          -¡Oh, Dios mío! –, sollozaba la señora Matilde -. ¿Qué está pasando? Por favor, señor, díganos que está pasando. Se lo suplico. Se trata de mi hijo.
          El señor Lucero hizo una breve pausa. Después, con voz cansada, dijo:
          -No voy a ocultarles la verdad. Ha sucedido algo que no tiene justificación. No sé cómo expresarme claramente. Ha sucedido algo extraordinario, pero les puedo jurar que no ha sido por mi culpa.
          -¡Qué! ¿Qué está diciendo?
          -Hace una semana o tal vez un mes, no lo recuerdo bien,  despedí a Iván Molotov, un mago ruso que conocí durante una de nuestras giras por la India.
          -¿Por la India? – preguntó Matilde con los ojos desorbitados por el asombro.
          -Efectivamente, señora. Molotov  no solamente es un extraordinario prestigitador capaz de realizar los trucos más increíbles,  sino también un perverso mago negro, capaz de hacer el peor de los males. Nunca he conocido a un hombre tan vengativo y cruel como ese ridículo ruso.
          -¿Qué tiene que ver el mago con Gastón? Usted está diciendo puras idioteces.
          -No se impaciente, querido señor, déjeme explicarle. ¿Vieron que este juego está clausurado? Si saben leer comprobarán que no estoy mintiendo. Lo que ha sucedido, desgraciadamente, es que el sinvergüenza de Iván, en venganza por haber sido despedido, hizo un maleficio a los espejos y por esa razón me temo que…
          -Si a mi hijo le han hecho daño, juro que lo mataré a usted – gritó Gustavo Luna agitando su puño delante de la cara del anciano que ni siquiera se inmutó ante la amenaza y siguió diciendo:
          -…quien ingrese a este lugar sin mi permiso, quedará prisionero del poder de los espejos maléficos. Lo lamento pues es muy poco lo que yo podría hacer por más buena voluntad que ponga en ayudarlos.
          -Pero, ¿qué está diciendo?  Lo que usted acaba de decir es pura fantasía, una frase sin sentido que sólo puede provenir de una mente enferma. Es una miserable excusa para no devolvernos a nuestro hijo.
          -Por favor, señor, cálmese. Si me dispensan,  en un momento estaré nuevamente con ustedes. Voy a comprobar lo que realmente ha sucedido en ese misterioso laberinto de espejos.
          Hizo una seña al guardia y éste empujó la silla de ruedas hasta la puerta de entrada del  amplio galpón. Al llegar al  lugar el señor Lucero le dijo al silencioso empleado que se retirara, sacó una llave que llevaba sujeta a una cadena que pendía de su cuello y entró sigilosamente. Apenas abrió la puerta se escucharon voces y gritos, no de un niño sino de varios. Apenas la puerta se cerró tras el señor Lucero cuando ingresó al laberinto las voces cesaron. Se hizo un largo y doloroso silencio. Las peores sospechas parecían ser ciertas.
          El público que esa tarde había concurrido a divertirse comenzaba a retirarse mientras los empleados iban cerrando cada uno de los juegos. Por todas partes se veían botellas y latas, papeles y toda clase de desechos que los visitantes habían arrojado al piso. Las luces se iban apagando, unas tras otras. La oscuridad y la angustia envolvían a la familia Luna que aguardaba expectante las noticias   del anciano gerente del parque de diversiones.




Capítulo 3

LA MALDICIÓN DEL MAGO

          Después de unos minutos que parecieron horas, volvió a abrirse la puerta del laberinto de los espejos pero esta vez no se escucharon  gritos. El señor Lucero avanzó como pudo haciendo él mismo girar las ruedas de su silla de inválido. Parecía en esos momentos como si muchos más años hubiesen caído repentinamente sobre él. El guardia, solícito, corrió a empujar la silla que se detuvo frente a la sorprendida familia Luna.
          -Lamentablemente, queridos amigos, debo decirles que su hijo Gastón está ahí, en ese salón al cual acabo de entrar.
          -¿Por qué dice lamentablemente? ¿Por qué en lugar de mostrarse feliz tiene usted esa cara de preocupación?
          -Porque, tal cual yo lo sospeché desde un principio,  ha sido hecho prisionero  por los espejos.
          -¿De los espejos? ¿Por qué usa el plural? Explíquese –vociferó el señor Luna con gesto amenazador.
          -Sencillamente porque todo el recinto está embrujado. Ya les dije que Iván Molotov es un verdadero demente. Los gritos que ustedes escucharon no provenían de un coro de niños: eran sólo las voces de Gastón.
          - ¿Qué está diciendo? ¡Eso es imposible!
          -No en ese lugar, querida señora. Allí dentro hay siete espejos. En cada uno de ellos está reflejado el niño de manera diferente.
          -Vaya con la noticia, como si no lo supiéramos – se burló el señor Luna -. En todos los salones  las figuras aparecen distorsionadas en cada uno de los espejos,   ¿cuál es la diferencia?
          -La diferencia está en que el niño ha quedado prisionero en  siete espejos diferentes a la vez, como si fueran sus reflejos pero no lo son.
          -¿Qué está diciendo?
          -Gastón ha desaparecido pero su imagen está repetida  en siete espejos, cada uno de los cuales…
          El señor Lucero titubeó. No se animaba a continuar diciendo algo que no tenía explicación. Se quedó en silencio como si ya no tuviera fuerzas para continuar justificando lo inexplicable.
          Aprovechando la pausa, mientras Matilde permanecía  abrazando a la pequeña Evelyn, el señor Luna tomó una piedra del suelo y dijo a los gritos:
          -Voy a entrar, ¿me escucha, señor Lucero? Voy a entrar y romper cada uno de esos malditos espejos y recuperaré a mi niño. ¡Apártese!
          -¡Por el amor de Dios, señor, no debe hacer esa locura! Además, jamás le daré la llave para que pueda ingresar. Preferiría morir antes de hacerlo.
          -Entonces, ¿qué podemos hacer? – gimió Matilde, pálida y temblorosa-.No podemos pasar el resto de la noche discutiendo mientras mi hijo sigue allí, encerrado. Seguramente a estas horas tendrá hambre y sed. ¡Pobrecito!
          -Debemos proceder con la máxima cautela. Jamás pensé en mi larga vida que llegaría un día como éste, pero al fin llegó, desgraciadamente. No podemos romper cualquier espejo, ¿me entienden? De los siete espejos, en sólo uno se encuentra el verdadero Gastón. Los demás son ilusorios, únicamente  hay en ellos imágenes pero no un niño de carne y hueso. ¿Se dan cuenta, ahora, de la maldad de ese perverso mago? Pensar que era como un hijo para mí. ¡Oh, Iván Molotov! ¿Por qué has hecho semejante maldad?
          En ese momento Evelyn se puso a llorar.
          -¿Qué te pasa, mi amor?
          -Quiero hacer pis, por favor, mamá, llevame al baño. Rápido, que no aguanto.
          -Sí, mi vida, ya vamos, ¿pero dónde?
          El joven guardia le indicó a Matilde donde se encontraba el sanitario para mujeres que por suerte tenía una débil lamparita sobre la puerta. El silencio aumentó y ya no quedaba nadie en el parque, salvo los que se encontraban frente al laberinto de los espejos. Madre e hija regresaron en el momento en que el señor Luna decía:
          -Si usted, don Juan de Dios Lucero,  es el dueño de este asqueroso lugar debería conocer en cuál de los espejos se encuentra mi hijo. No me venga ahora con el cuento de que no es el dueño.
          -Dice usted la verdad. No soy el dueño, señor. Soy apenas un gerente que gana un sueldo miserable. Si usted supiera quiénes son los dueños de este gigantesco parque de diversiones. ¡Son unos miserables avaros!
          -Ocupe  usted  el cargo que  sea, ¿cómo gerente no sabe  o no quiere decirme la verdad?
          -Les podría jurar por mis nietos, que viven en Japón, que no estoy mintiendo.
          -¿Sus nietos viven en las antípodas?
          -Así es, señora, pero sigamos con lo nuestro. Permítame que le proponga la única solución que está a mi alcance.
          -Propóngamela a mí, que soy el padre. ¿Por qué se dirige usted a mi esposa y no a mí? ¡Respéteme, caramba!
          - No entiende una palabra, señor Luna. Jamás podría usted salvar a su hijo.
          -¿Cómo se atreve a decir semejante barbaridad? ¿Por quién me toma?

          -Permítame que le diga una verdad, aunque le duela. Usted y Gastón no mantienen una buena relación de padre a hijo ¿Estoy equivocado?
          -¿Cómo puede usted saberlo? ¿Acaso es un adivino?
          -No soy lo que usted piensa. Sólo soy un anciano, un viejo que ha vivido muchos años más de los que usted podría imaginar.
          -No voy a continuar discutiendo  con usted. Mientras estamos perdiendo lastimosamente el tiempo, mi pobre hijo está ahí, esperando que vayamos en su auxilio.
          -Escuche, señor Luna. Su hijo no es un pobre chico como usted acaba de decir. Un buen padre no puede hablar así de su hijo. Es un niño muy especial, sí señor, ya tendremos oportunidad de comprobarlo – afirmó el anciano mostrando una enigmática sonrisa.
          -Basta de charlas, entremos o romperé la puerta a patadas.
          -Lo lamento, señor, no será usted quien ingrese. Le pediré a su esposa que lo haga, ¿cómo es su nombre, señora?
          -Matilde.
          -Le pediré a Matilde que se ocupe del asunto. Escúcheme bien, querida señora, no voy a repetirle una sola palabra. Preste atención a cada palabra, una por una, comprenda que no deberá equivocarse.
          -Lo escucho, señor Lucero. Dígame qué debo hacer.
          -Apenas ingrese a ese inmenso salón, hágalo con calma, sin temor. En distintas posiciones, iluminados y numerados, encontrará los siete espejos con las siete imágenes de Gastón. Deberá usted dialogar con cada una de esas imágenes y recién cuando haya completado el circuito, podrá decidir en cuál de los espejos está su verdadero hijo. Cuando esté completamente segura, solamente entonces, romperá  el vidrio. ¿Me entendió?
          -Sí, lo escuché bien. Pero, ¿qué podría suceder si rompo el espejo equivocado?
          El señor Lucero bajó su cabeza. Por un momento pareció que no deseaba continuar hablando. Después de una larga pausa dijo:
          -Si usted rompe el espejo equivocado, jamás volverá a ver a su hijo. ¡Jamás! Todo habrá sido un mal sueño para ustedes y también para mí. Lo lamentaría más  por ustedes, créanme, pues yo soy tan viejo que me da lo mismo estar aquí o en otro lugar. Tome la llave, Matilde, abra la puerta y de inmediato vuelva a cerrarla tras de usted. Yo me voy a descansar a mi carromato. Cuando haya hecho el recorrido completo, estaré de regreso. Entonces le haré entrega del martillo con el cual podrá finalmente liberar a su hijo.
          -¿Cómo hará usted  para calcular el tiempo que yo  demoraré?
          -Confíe en mí, señora Matilde.  Vamos, Edelmiro, ayudame con esta pesada silla. Estoy muy cansado.
                                                 

                      
         
Capítulo 4

EL ESPEJO DE LO REAL

          La silla de ruedas con el señor Lucero se perdió por una de las calles internas del  parque de diversiones envuelto en la creciente oscuridad de  la noche.
          Matilde estaba aterrada, la pequeña Evelyn comenzó a comer unas galletas que llevaba en su pequeño bolso y el señor Gustavo Luna ya no  parecía tener tanto enojo. Más bien podría decirse que estaba conmovido y un poco avergonzado por no haber podido ser él quien rescataría a su hijo del poder de los espejos maléficos.
          -Gustavo, teneme la cartera. Voy a entrar, ni se les ocurra irse. Volveré en unos minutos. Ya es hora de regresar a casa. -Le dio un beso a Evelyn y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta del salón de los espejos.
          Pero no iba a ser tan fácil ni tan rápido como ella suponía. El poder del mago ruso era superior al de cualquier mago de cualquier circo del mundo. Apenas Matilde ingresó al recinto, la puerta se cerró tras ella con gran estrépito. Una luz no muy intensa iluminaba los espejos, unos por aquí, otros por allá, en un largo laberinto en el cual sería fácil extraviarse. En cada espejo había una imagen de Gastón que miraba de manera diferente. “Comience por el espejo número uno”, le había indicado el gerente del parque de diversiones Karma.
          Matilde se detuvo frente al primer espejo: LO REAL. Procuró sonreír mientras pensaba qué le diría a su hijo. ¿Cómo iniciar el diálogo? Por un lado estaba feliz de ver nuevamente a Gastón pero atemorizada ante la idea de equivocarse. ¿Cuál sería el espejo verdadero?
          -Hola, mi amor. Papá, Evelyn y yo hemos estado buscándote toda la tarde. ¿Cómo estás? ¡No sabés la alegría que me da verte!
          -Estoy bien, mamá, un poco cansado, pero no tengo ni sed ni hambre. Sólo deseo volver a casa. Papá debe estar enojado conmigo, ¿verdad?
          -Bueno, él está muy preocupado por tus constantes travesuras. Tiene mal carácter pero es un buen padre. ¿Acaso te ha pegado alguna vez a pesar de los líos que hacés en casa y en el colegio?
          -No recuerdo que me haya pegado pero no tengo muchas ganas de encontrarme con él. ¿Y Evelyn? Debe estar muerta de sueño a esta hora.
          -Está esperándote. Sabés que tu hermana es una máquina de hablar pero ahora está muy callada. Pienso que está triste y confundida ante una situación que no comprende. ¿La querés a tu hermana?
          -Por supuesto que la quiero, mamá. Lo único que me hace enojar es cuando entra a mi pieza sin permiso y revuelve todo. Es muy desordenada.
          -Mirá quién habla. ¿Qué podríamos decir de vos?
          -Sé que mi pieza está siempre  hecha un desastre pero así me gusta vivir. No cambiaría nada de lo que soy, ni a mis padres, ni a mi hermana, no cambiaría de colegio, ni de maestra. Extraño a mis compañeros de clase. Ojalá podamos salir pronto de aquí. No me gusta este lugar tan raro. ¿Qué hay en los otros espejos?  
-Nada, mi amor. Solamente estás vos. Te pido que tengas paciencia y fe en tu mamá. Me han permitido entrar para sacarte, aunque no será tan fácil. ¿Por qué ingresaste al laberinto si afuera dice que está prohibido hacerlo?
          -A los chicos nos gusta lo prohibido. Bien lo sabés, mamá. Jamás imaginé que este lugar estuviera embrujado.
          -No es ésa la palabra, Gastón. Todo este asunto es muy complicado y ahora no podría explicártelo porque yo tampoco sé cuál es el poder  que ha hecho posible esta locura.
          -No vayas a ponerte a llorar, mamá. Yo estoy bien, soy el mismo de siempre, aunque por momentos me vienen a la cabeza algunas ideas extrañas, como si estuviera soñando despierto. ¿Entendés lo que quiero decirte?
          -No estoy segura de si te entiendo. Aunque yo soy tu mamá y te tuve nueve meses, aquí en mi panza, no podría decir que te conozco tanto como quisiera. Lo único que sé es que te quiero mucho, Gastón.
          -Lamento lo que ha sucedido. ¡Oh, Dios mío! Cuánto lo lamento, mamá.
Perdoname, por favor.
          -No tengo nada que perdonarte. Quedate tranquilo, volveré en unos minutos.




Capítulo 5

EL ESPEJO DEL ODIO

          La luz sobre el espejo Nº 1 pareció apagarse mientras Matilde caminaba unos pasos y se detenía frente al Nº 2: EL ODIO. El niño que la estaba observando sin dudas que era Gastón, pero un Gastón que le hizo erizar la piel. La mirada dura, la actitud desafiante, la sonrisa burlona eran gestos que Matilde jamás había visto en su hijo. Tembló apenas escuchó lo que le pareció la voz de un niño asesino.
          -¿Mamá? ¿A qué has venido?
          -¡Dios me libre! ¿Qué te ha sucedido?
          -¿Qué dijiste, mamá? ¿Acaso te asusta ver a tu hijo? ¿Por qué estás temblando? ¿Te doy miedo? ¿Acaso tenés miedo de tu propio hijo?
          -Gastón, mi pequeño, ¿qué te ha ocurrido? ¿Por qué estás tan cambiado? ¿Alguien te ha hecho daño?
          -¿Qué estás diciendo? Soy el mismo de siempre, querida mamá, un Gastón que jamás habías conocido. Pero soy yo, mirame bien, te lo digo con gusto, soy Gastón Luna, por ahora prisionero en este maldito espejo, pero saldré y ya verás de lo que seré capaz de hacer con este estúpido parque de diversiones.
          -Gastón, tranquilizate, tu papá y yo estamos pasando por momentos difíciles. He venido a buscarte para que regreses a casa con nosotros. Debemos salir cuanto antes de este lugar.
          -¡No me digas! ¿Volver a casa? ¿Con ustedes? Preferiría quedarme en este salón espantoso antes de regresar a casa con ustedes. ¿Estar nuevamente con esa niñita tonta llamada Evelyn? Ni lo sueñes.
-No insultés así a tu hermana. No seas irrespetuoso. ¿Qué pasa por tu cabecita?
          -¿Por qué habría de privarme de ese placer? Odio a esa mocosa entrometida, charlatana, enana, ridícula.
          -¡Basta, Gastón! Te estás pasando de la raya
-¿Pasándome de la raya? ¿De cuál raya estás hablando? No me digas lo que debo hacer o decir, mamita.
-¡Atrevido! ¡Jamás me habías hablado de este modo!
-¿Querés que te diga lo que estoy pensando en este momento? Escuchame bien, Matilde. Odio a mi familia, a mi escuela, a esos viejos horribles que son mis abuelos.
-No puedo creer lo que estoy escuchando.
-Lo digo porque no tengo  más que rencor, fastidio, enojo contra todos y contra todas las cosas. Si por mí fuera, escuchame bien, destruiría el mundo, provocaría guerras, enfermedades de toda clase. Me parece hermoso tener estas ideas, me hace feliz sentirme así, sin miedos, sin tener que obedecer a nadie y menos a ese tonto de mi papá. 
-¡Gastón! Si tu padre te estuviera escuchando, no te salvarías de una buena paliza.
-No siento lástima, mamá, ni siquiera por vos. Podría decirte, aunque te duela,  que me hace feliz  viéndote llorar. ¿Ves? Soy más fuerte que vos y papá juntos. ¿Entendés lo que quiero decir, viejita?
-Sos un insolente.
-No me digas que soy un insolente. Te diré lo que pienso sobre vos: sos una pobre mujer, una esposa que tiembla cada vez que el bruto de su marido pega un par de gritos. Tenés malos sueños, pesadillas, miedo a la vejez, a que nadie te quiera. Mamá, no te pongas a lloriquear que me dan ganas de reír. Sos una pobre infeliz, una fracasada. No vuelvas a pasar frente a mí porque tengo peores cosas para decirte. ¡Qué! ¿Te estás alejando? ¿Estás  dejando abandonado a tu pobre nenito? ¡No te vayas! Tengo muchas cosas guardadas que quiero hacérteles saber.
Matilde no volvió a decir una palabra más. Cerró con fuerza sus ojos para no continuar contemplando la terrible imagen de su hijo. Mientras se iba desplazando hacia el próximo espejo, sentía que sus lágrimas corrían abundantes por sus mejillas.
Frente al laberinto envuelto por la oscuridad de la noche, Gustavo y Evelyn se habían sentado en el suelo a esperar el final de aquella pesadilla. En ese momento, como salido de la nada, apareció el joven ayudante del señor Lucero. El siempre silencioso Edelmiro traía un par de mantas, un termo con café y una bandeja de sánguches de miga.
Los amplios pabellones del parque permanecían a oscuras y sólo una lámpara por aquí y otra por allá iluminaban el escenario de esta historia extraordinaria.



Capítulo 6

EL ESPEJO DE LA BONDAD  

Matilde se sintió aliviada al separarse del espejo Nº 2. Sacó un pañuelo de papel que llevaba en uno de los bolsillos de su vestido y se secó las lágrimas. Ahora estaba enfrentándose al que decía: LA BONDAD. Un Gastón tierno y de mirada dulce la contemplaba detrás del  grueso vidrio. Por momentos sintió que su corazón latía con fuerza y que sus energías empezaban a disminuir. ¿Cuánto tiempo faltaba para completar el recorrido? Le parecía que el tiempo transcurría muy lentamente, como si el reloj de su mente se hubiera detenido. ¿Qué encontraría en los otros espejos? La voz de su hijo la sobresaltó, interrumpiendo sus pensamientos:
-Hola, mamá. ¿Por qué te ves tan triste? ¿Has estado llorando?
-Hola, Gastón. Sabés por qué estoy aquí, en este lugar tan extraño. ¿Verdad? No me pidas entonces que me muestre feliz, como si nada hubiera sucedido.
-Sí, mamá. Lo sé, no sé cómo pero lo sé. Estaba esperando que vinieras. ¿Cómo están papá y Evelyn?
-Ellos están bien, esperándonos frente a este edificio. Seguramente que tendrán hambre y,  para colmo, ni siquiera tienen un lugar cómodo para sentarse.
-Nunca  imaginé que mi travesura fuera a ser la causa de tantos problemas. Yo también estoy pasando por un momento difícil, pero más me duele que ustedes estén sufriendo por mi culpa. Eso no está bien, no podría decir que me siento orgulloso por mi travesura. Pero así es, mamá, estoy encerrado en este estrecho lugar y no tengo ni la menor idea de cómo salir. Te miro y te juro que me da mucha pena verte tan triste.
-Me agrada escucharte, Gastón, ¡qué hermosas palabras! Estoy segura de que una parte de tu corazón está llena de bondad, de generosidad. Me siento orgullosa de ser tu mamá y de que vos seas así.
-Sin embargo, mamá, a veces no estoy tan seguro. ¿Seré en realidad un chico bueno o un tonto? ¿Soy sincero o estoy simulando que lo soy?
-¡Por qué decís eso!
-Ser generoso me ha causado muchos problemas, con Evelyn, con mis primos, con mis compañeros de la escuela.
-¿Cómo podrías reprocharte por tener una actitud que todo el mundo admira?
-No lo creas. Ser compasivo me hace feliz pero también me da miedo porque podría llegar a confundir ser  bueno con ser débil.
-Ser un niño piadoso te muestra como una persona  muy especial. Sé que para alguien como vos no es fácil ser bondadoso pues algunos intentarían aprovecharse. ¿Es ese tu temor?
-Sí, eso mismo. Es lo que me hace dudar. Mi señorita dice que no tengamos vergüenza de ser buenas personas, aunque yo no creo ser en realidad una buena persona.
-¿Por qué decís eso? ¿Por qué esas dudas?
-Porque aparecer como un chico que no tiene ningún defecto, también puede ser una treta para embaucar a los demás. No me digas que alguna vez no pensaste igual que yo. Eso se llama ser astuto, ¿lo sabías?
-Es posible, aunque nunca lo había visto así.
-Cuando todos te creen muy manso, ¡zas!, sacás tus garras y les arrancás la cabeza. Sería algo así como simular para sacar ventajas.
-¿Simular? No te entiendo, Gastón.
-Como en la fábula del lobo y el cordero. ¿Te acordás cuando me leías ese cuento?
-No creo que ésa sea tu manera de ser. No te imagino como a alguien que tenga dos caras. No puedo creer  que llegarías a ser capaz de simular para aprovecharte de los otros.
-No estés tan segura, mamá. Estar encerrado en este espejo me ha hecho conocer cosas que jamás antes había imaginado. He aprendido muchas cosas.
-¿Cómo qué? Dame un ejemplo.
-Hoy yo no pondría mi confianza en alguien que tenga la apariencia de ser, ¿cómo se dice?, una persona virtuosa.
-Vaya,  qué hermoso vocabulario estás empleando.
-Te hablo en serio, mamá. No creas en todo lo que tus ojos están viendo en este momento.
-Hijo, yo te amo como sos. Ojalá podamos irnos pronto a casa. En un momento estaré nuevamente contigo. No demoraré.
En esos instantes Matilde comenzó a sentirse deprimida. ¿Cómo podría ella llegar a saber cuál era el espejo que tenía que romper? ¿Qué ocurriría si llegara a equivocarse? Jamás podría perdonarse semejante error. Tampoco se lo perdonaría Gustavo y, tal vez Evelyn, cuando fuera mayor también se lo reprocharía.
Pero así estaban ocurriendo las cosas. De ninguna manera podría ni debería retroceder. Dio un hondo suspiro y se encaminó hacia el próximo objetivo.


Capítulo 7

EL ESPEJO DE LA PEREZA

          Los títulos en cada espejo predisponían a Matilde, aunque no imaginaba qué sorpresas la esperaban en la aventura de recorrer un sitio tras otro. Allí, parada frente al que decía: LA PEREZA, la imagen de Gastón era realmente patética. Un niño sucio, despeinado, como si recién se levantara después de haber dormido mil horas seguidas.
          Su hijo no era en la vida real una criatura prolija, ordenada, aseada, colaboradora, pero lo que estaba frente a Matilde, observándola como al descuido, la hizo dudar. La voz que le llegaba de detrás del espejo, era apenas un susurro:
          -Hola, mamá, ¿qué estás haciendo aquí? Tendrías que estar en casa durmiendo plácidamente.  ¿Qué sucede?
          -Vine a buscarte, hijo.
          -¿A qué? ¿A buscarme? Si debo hacer alguna tarea, ni lo sueñes. Estoy bien así y por nada en el mundo desearía trabajar y tampoco estudiar y mucho menos arreglar mi habitación y ni hablemos de bañarme o cortarme las uñas.
          -Pero un poquito de limpieza no te vendría mal. ¿Eh, Gastón? No es bueno vivir rodeado de mugre y de malos olores.
          -Te acabo de decir que mi único deseo es dormir y estar tirado en cualquier lugar, descansando, viendo tele, aburriéndome de lo más lindo.
          -No me digas que te gusta estar aburrido. ¡Mirá si te conozco! No podés estar quieto un minuto. Antes no eras así, ¿qué te ha pasado?
          -Estar sin hacer nada es fantástico, mamá. Sentir el olor a mugre que sale de mi ropa, comer con las manos y las uñas sucias, no hacer las tareas de la escuela y, por supuesto, no leer una sola página de algún estúpido libro.
          -Antes eras tan diferente ¿o soy yo quien está equivocada? Me gustaría que me lo explicaras.
          -Antes era antes, mamá. Ahora estoy bien en este lugar donde no tengo ni obligaciones ni ganas de obedecer a nadie. ¿Serías capaz  de decir que soy un chico perezoso, que tu hijo es un vago?
          -Tal como te estoy viendo en este momento, por supuesto  que sí;  aunque no estoy segura de si siempre serás un vago, un soñoliento holgazán. ¿Qué dirían tus amigas si te vieran así? ¿No te daría vergüenza?
          -¿Vergüenza? ¡Por favor! ¿Qué significa esa palabra? Ser flojo y remolón me agrada. Así, tirado como un papanatas todo el santo día me parece que es la vida más maravillosa. Y con las chicas, ¿para qué preocuparme? Estoy seguro de que encontraré a alguien parecido a mí. ¿O acaso no hay chicas perezosas?
          -Sí, Gastón, las hay a montones. Pero ése no es el asunto. No estoy refiriéndome a lo que hacen otros sino a lo que te está sucediendo a vos. Tenés que pensar antes de decir tantas barbaridades. No podrías quedarte el resto de tu vida como un mendigo abandonado y nada menos que prisionero en un espejo mágico.
          -¿Espejo mágico, dijiste? No puedo creer lo que estoy escuchando. ¿Espejo mágico?
          -No me hagas enojar, Gastón, porque bien sabés qué sucedió en este lugar al que entraste hoy sabiendo que estaba prohibido hacerlo.
          -¡Qué me importa! Viviré como yo lo decida, mamá. No sigas dándome consejos. Soy un niño pero no un niño estúpido. Al fin encontré el lugar perfecto para vivir.
-¿Estás seguro? ¿Lo que estás diciendo es propio de un chico despierto? No sos muy aplicado pero todo el mundo te tiene por un niño muy inteligente.
-Vamos, no empieces a provocarme. No tengo deseos de gastar mis últimas energías en discutir con una mujer.
-Una mujer que es tu mamá, ¿o lo has olvidado?
-Está bien, mamá, basta por hoy. Por favor, andate que me está entrando sueño. ¿No te das cuenta de que estoy bostezando?
Matilde no sabía si enojarse o reír. Con su última mirada le hizo un gesto de simpatía a su hijo y comenzó a desplazarse hacia el espejo que seguía en la ronda




Capítulo 8

EL ESPEJO DEL AMOR

          Apenas se enfrentó a la imagen del espejo que decía: EL AMOR, Matilde dio un suspiro de alivio. Allí estaba su amado Gastón, con esos ojos oscuros y profundos, la mirada inteligente, la sonrisa fácil y el ademán afectuoso, como abrazándola a pesar de que el vidrio se lo impedía. ¿Sería éste el espejo que debería romper? ¿Cómo estar segura de que no sería engañada por alguna de las imágenes de su hijo? Estaba confundida, mucho más que en el momento en que había ingresado al laberinto de los espejos.
          -¡Hola, mamá! ¡Qué alegría me da volver a verte! ¿Cómo están papá y mi dulce hermanita?
          -A pesar de los problemas  de hoy, que vos conocés mejor que yo, estamos bien, deseando que llegue el momento de volver a casa. ¿Y vos? ¿Cómo te sentís?
          -Estoy bien, pero intranquilo por este encierro. No aguanto quedarme aquí ni un minuto más. Ojalá supieras cuánto lamento haber sido tan desobediente. Jamás pensé que se armaría semejante lío por una simple travesura.
          -¿No leíste en el letrero que estaba prohibido entrar en este pabellón?
          -Por supuesto que lo leí,  pero la tentación de ver lo que había aquí adentro fue más grande. ¿Están enojados conmigo? ¿Muy disgustados?
          -Bueno, un poquito. Estamos metidos en un problema muy serio, mucho más de lo que puedas imaginarte.
          -¿Imaginarme? ¿Qué querés decir? Estar encerrado aquí me parece suficiente castigo. ¿Cuál es el problema?
          -Si te lo dijera no lo comprenderías.
          -¿Por qué motivos no habría de entenderte? ¿Soy tan poco inteligente? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
          -Ese no es el punto, Gastón. Lo único que deseo es que me digas la verdad, que no me mientas.
          -Mamá, jamás voy a perdonarme por el sufrimiento que les estoy causando. Te aseguro que voy a pagar mi falta. No sé de qué modo, pero no pienso quedarme con esta deuda.
          -Me hace feliz escucharte hablar así, Gastón, pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer. Las horas van pasando y me siento muy agotada. Yo creí que podría recorrer este lugar  en algunos minutos pero ya han pasado varias horas  y sigo aquí, confundida, sin saber realmente lo que debo hacer.
          -¿Qué tenés que  hacer? ¿Qué clase de trabajo tenés que realizar?
          -No puedo contártelo en detalles aunque te será fácil comprender que estoy en este oscuro  laberinto de espejos procurando sacarte, sano y salvo.
          -¿Sano y salvo? ¿Querés decir que estoy en grave peligro?
          -Así es, pero no depende totalmente de vos. Tengo que tomar una decisión, la más importante después de haberte dado vida a vos y a Evelyn. Te juro, Gastón, que te miro y no puedo creer que en lugar de estar en casa nos encontremos aquí,  encerrados, sin saber qué va a suceder dentro de pocas horas.
          -Pero algo debo hacer mamá. Decime qué y  haré lo que pueda. Después de la estupidez  que hice no puedo quedarme de brazos cruzados.
          -Ya veremos, hijo. Por ahora me queda todo tu cariño, tu comprensión, el amor que siempre has mantenido hacia tu familia. Sos travieso pero también un chico querible como pocos. Me siento orgullosa de ser tu mamá.
          -Yo también me siento orgulloso de ser tu hijo, pero no sigamos tirándonos rosas como estuviéramos viviendo en un mundo perfecto.
          -¿Por qué no habríamos de hacerlo, Gastón? ¿Por qué no?
          -Porque las rosas son bellas, huelen bien, pero tienen espinas.
          -¿Y eso qué significa para vos?
          -Quiero decir que por más que te ame a vos, a papá y a mi pequeña Evelyn, en el momento menos pensado también podría herirlos con mis espinas.
          -¿Herirnos? ¿De qué manera? ¿Ofreciéndome un ramo de rosas?
          -¿Te parece poco el sufrimiento que les he causado a pesar de que los amo con todo mi corazón? ¿Acaso no los he lastimado?
          -Pero ésa no fue tu intención. No pudiste entrar a este laberinto sabiendo que nos harías daño.
          -No sé, mamá, no estés tan segura.



Capítulo 9

EL ESPEJO DE LA AVARICIA

Habían  pasado varias horas desde el momento en que Matilde ingresó al extraño salón de los espejos. ¿Qué harían Gustavo y Evelyn en estos momentos?, pensaba la mujer mientras muy lentamente se aproximaba al siguiente espejo, el sexto de la amplia ronda, donde en la parte superior podía leerse: LA AVARICIA.
¿Qué  podrá saber un niño  tan pequeño sobre la codicia de los adultos? Aunque Gastón era un chico más que inteligente, que devoraba cualquier libro que pusieran a su alcance, ni siquiera imaginaba  la atribulada madre lo que iba a escuchar.
Al ver a su mamá, Gastón ni se sorprendió, ni se le movió un pelo, como si la figura femenina que se enfrentaba con él fuera una extraña. Más bien podría decirse que sus gestos eran de indiferencia y de fastidio.
-Hola, Gastón, soy yo, mamá. ¿Cómo estás? ¿No me reconocés?
El chico continuaba mostrándose indiferente, moviendo apenas los labios como si hablara consigo mismo.
-Mamá, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Acaso te pedí que vinieras? ¿Qué necesidad tenías de venir a este lugar?
-Esta tarde, más bien dicho ayer domingo por la tarde, de un momento a otro  desapareciste de nuestro lado, te buscamos por todo el parque de diversiones y por suerte supimos que estabas aquí. Vengo a buscarte para que nos vayamos a casa. Es muy tarde.
-¿No te das cuenta de lo que vale el tiempo para mí? ¿Has hecho cálculos? Tengo muchas cosas en qué pensar.
-¿Pensar? ¿Pensar en qué? Dame un ejemplo.
-En cómo guardar mis juguetes y mis libros para que nadie los toque ni me los  pida prestados. Además, no he tenido la suficiente viveza  para ir ahorrando el dinero que tanto papá y vos y los abuelos me han ido dando en estos años. No ha sido mucho, en verdad, pero si no lo hubiera gastado, quién sabe cuánto tendría ahorrado.
-¿Desde cuándo has comenzado a razonar de esa manera? Vos mismo acabás de decir que cuando tenías unas monedas en el momento ibas a gastarlas.
-No es que yo esté haciendo un curso para recibirme de mezquino y  miserable, mamá. No pienses mal. Debo aprender a sumar, a guardar, a ponerle llave a mis pertenencias. Nadie debe ni siquiera tocar lo que es mío.
-Me extraña, Gastón, vos siempre fuiste generoso con todo el mundo. Te estás convirtiendo en un avaro. Eso no es bueno, es una mala enfermedad.
-Justamente, mamá, por eso ahora he decidido ser un niño tacaño. Ya te dije que debo ahorrar, esconder lo que es solamente mío. Antes era un bobo, un tonto, un inútil. No me dolía desprenderme de mis pertenencias. ¿Qué tengo ahora que sea únicamente mío? No tengo nada.
-¿Sabías que tu papá y tu hermana están afuera, esperándonos a la intemperie, cansados, con hambre, con sueño, con el único deseo de que todos volvamos a casa?
-Que se embromen, que sigan esperando porque no pienso moverme. Si supieras, mamá, las ideas que me han llegado a la cabeza desde que estoy aquí. No creo que sean ideas propias de un chico de mi edad pero sí que me parecen maravillosas.
-¿Qué te parece maravilloso? ¿Acumular riquezas?
-Vos lo has dicho. Ver montañas de oro y plata, trenes cargados con billetes de banco y lingotes de oro, gente roñosa que me sigue a todas partes para que le preste dinero, para que los saque de la miseria. ¿Te das cuenta, mamá?
-Estás delirando. Tenés tu cabecita enferma, mi amor, lo que estás diciendo no tiene sentido.
¿Te imaginás a tu pequeño Gastón como el hombre más rico del mundo? ¿Acaso es malo ser ambicioso? ¿Está prohibido tener grandes sueños, ser afortunado y poderoso? Podría comprarme fábricas de juguetes  y toneladas de las más deliciosas golosinas para mí solo.
-Eso que estás diciendo, Gastón, es una sarta de tonterías.
-¿Qué dirían mis compañeros de colegio si supieran que puedo comprarme este parque de diversiones únicamente para  mí?
-¿No te parece que estás exagerando?
-¿Exagerando yo? No me hagas reír, mamá. Todo lo que deseo es tener miles de cosas guardadas en enormes depósitos, echarle llave a mis riquezas, prestar dinero a interés, tirarles algunas monedas a los pobres...
A Matilde le pareció que en este espejo su hijo estaba desvariando, soñando despierto con vivir de ilusiones. Como no tenía tiempo ni ganas de  continuar discutiendo se fue apartando hacia  el próximo espejo, el último, mientras Gastón seguía con su cháchara, enumerando, contando monedas, fabulando, volviendo a repetir lo mismo una y otra vez.  Por supuesto que  ella era la madre aunque en esta situación empezaba a sentirse muy desilusionada de su hijo.




Capítulo 10

EL ESPEJO DE LA ENVIDIA

“¿Qué  hora será?”, pensó Matilde. Le faltaba solamente enfrentarse al último espejo y después vendría la  peor parte, el momento de la decisión. ¿Cuál de esas imágenes correspondería a su verdadero Gastón? Sospechaba que ninguno de los “gastones” que hablaron con ella le había dicho la verdad. Por alguna razón sabía, como buena madre que era, que ese chico travieso podía engañar a cualquiera con sus trucos y picardías.
Afuera, mientras hacia el Este se veían los primeros anuncios del amanecer, Gustavo y Evelyn dormían abrazados, envueltos en las mantas que el joven Edelmiro les había traído por orden del señor Juan de Dios Lucero. A esa hora, justamente, el planeta Venus, el Lucero de la Mañana, brillaba intensamente en el cielo.
LA ENVIDIA, podía leerse sobre el último espejo mágico. Allí estaba un Gastón con cara de pocos amigos. Si es verdad que la envidia pone a la gente de color verde, entonces ése era el color de la piel del niño prisionero detrás de los gruesos cristales.
-Gastón, hijito, qué alegría me da volver a verte. Si supieras cómo  hemos estado buscándote. No ha sido fácil encontrarte pero aquí me ves, con el único deseo de que salgas de este laberinto de espejos y puedas volver con nosotros.
-No me digas. ¿Desde cuándo tanta preocupación por tu hijito? ¿Podés decirme dónde está mi hermanita Evelyn, tu preferida? No le habrán comprado algún regalo especial  sin que yo me entere, ¿verdad?
-Gastón, no es justo lo que me estás diciendo. ¿Qué te pasa? Parece que estuvieras enojado  sin ningún motivo.
-Lo que pasa es que ustedes me tienen harto; en realidad me tiene harto el mundo entero. ¿Por qué será, mamá, que otros chicos tienen siempre mejores juguetes que yo, la ropa de marca más cara, el colegio más famoso?
-¿Estás disconforme con lo que te damos? Tu papá y yo siempre hemos tratado de darte lo mejor. ¿Cómo podés creer en  lo que estás diciendo? Sos un ingrato.
-Sabés bien, mamá,  que no me gusta perder, no acepto ser el segundo del grado. Me enfurece ver a esos compañeros llevando la bandera como si fueran príncipes con sus caras de estúpidos sabihondos.
 -Gastón, me extraña que digas tamañas tonterías. Eso es ser envidioso, sentir fastidio  y enojo por la felicidad o el éxito de los demás. La envidia es un pecado vergonzoso.
-¿Un pecado? ¿De dónde sacaste esa idea infantil?
-Para mí no hay nada más desagradable que una persona envidiosa.
-¿Aunque sea alguien de tu familia? ¿Aunque fuera uno de tus hijos?
-Vos los has dicho. No me importa quién sea. Y no sigas contradiciéndome porque soy tu madre y tengo la obligación de educarte, de enseñarte cuál es el verdadero camino.
-Está bien, será como  vos digas, mamá. Pero te  juro que no puedo seguir tolerando que otros chicos sean más listos que yo, o más inteligentes, o que tengan lo que yo nunca pude tener.
-¿Por ejemplo? Dame un ejemplo de lo que desearías tener.
-Una bicicleta de carrera profesional con todos los chiches. Cuando veo pasar a un vecino montado en una bici de lujo, lo aborrezco.
-¡Basta, Gastón! No puedo ni debo aceptar lo que estás diciendo. Eso te pasa por ser tan desobediente, por llevarnos siempre la contra, a mí, a tu papá, a tu hermanita.
-¿Hermanita? Sabés que no puedo soportar a esa chiquilla retardada. Siempre se cree la más hermosa, la más inteligente, la más graciosa de la familia. Si para vos, mamá, eso es ser envidioso,  entonces sí, tenés razón, tengo envidia por todos aquellos que tienen lo que yo no puedo tener. ¿Qué querés? No lo puedo soportar,  es una fuerza superior a mí.
-Esto es una pesadilla para todos. ¡Dios mío! ¿Qué puedo hacer?
-Perdoname, mamá, estoy como perdido, no sé qué estoy diciendo. Siento como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. Perdoname, no quise ofenderte.
-Está bien, Gastón, quedate tranquilo. Ya hemos conversado lo suficiente. Regresaré en un momento. Esta pesadilla tiene que terminar ahora mismo.
-¡Mamá, por favor, no me abandonés!
Matilde sintió que su corazón se partía en pedazos. Se apartó lentamente del último espejo y fue hacia la puerta. En esos momentos, por una de las calles del Parque de Diversiones Karma, Edelmiro venía empujando la silla de ruedas, con la pequeña y blanca figura del señor Lucero. El sol que tras el horizonte, más allá de la ciudad, estaba a punto de salir, enviaba sus primeros rayos de luz. El señor Gustavo Luna y la pequeña Evelyn se pusieron de pie.
El anciano se aproximó a la puerta del laberinto de los espejos  y golpeó suavemente con sus nudillos.
El momento de la terrible decisión había llegado.






Capítulo final

EL MARTILLO DE PLATA

          Matilde escuchó los golpecitos en la puerta. Puso la llave, abrió  y asomó tímidamente su cabeza. Gustavo y Evelyn habían despertado y estaban allí, de pie, envueltos en las mantas que, con las primeras luces de la mañana,  se descubría que eran de vivos colores.
          -Buenos días, señor Lucero, llegó usted justo a tiempo.
          -Buenos días, Matilde. El momento final se está aproximando. Ha tenido usted toda la noche para dialogar con las siete imágenes de Gastón. ¿Procedió de acuerdo a lo que le recomendé? ¿Espejo por espejo sin saltear ninguno?
          -Por supuesto. Espero no haber cometido ningún error. Se trata nada menos que de mi hijo.
          -En cada una de las imágenes que aparecían en los siete espejos, su hijo es el mismo pero no es el mismo. ¿Estamos de acuerdo?
          -Sí, entiendo lo que me quiere decir. He comprobado que lo que usted me dijo anoche es la pura verdad. Nadie podrá saber cuántas alegrías, cuántas sorpresas y cuántos sufrimientos acabo de vivir.
          -Vuelvo a decirle que lamento mucho que haya tenido que pasar por esta difícil experiencia. Pero, aunque haya sucedido en un parque de diversiones, no es un juego. Ahora, sin prisa y sin pausa, vuelva a cerrar la puerta y recorra una vez más cada uno de los espejos,  sin pronunciar una sola palabra. Tome esto.
          El señor Lucero puso en manos de Matilde un pequeño martillo de plata.
          -No se apresure. Tómese el tiempo que considere necesario, sea prudente. No tenga en cuenta lo que sucedió frente a cada uno de los espejos. Siga lo que le diga su corazón de madre. Después, con un solo golpe, rompa el espejo detrás del cual usted considere que está su hijo Gastón, el de carne y hueso. ¡Buena suerte!
          Matilde cerró la puerta y a partir de ese momento nadie llegaría a saber jamás  lo que en verdad sucedió, ni siquiera el autor de este libro. Pasaron varios minutos que parecieron horas. El milagro o la tragedia dependían de la decisión de una valerosa madre, de un seco golpe de martillo.
          Gustavo Luna con Evelyn en sus brazos y un poco más adelante la imagen del anciano en su silla de ruedas y, tras él,  alto y silencioso como siempre, el fiel Edelmiro, aguardaban el final de la aventura de un niño travieso. ¿Podría, finalmente, Matilde, vencer los poderes maléficos del mago ruso Iván Molotov?
          De repente se escuchó un golpe dado con fuerza y de inmediato el ruido de vidrios rotos que caían sobre el piso. Otro breve silencio  hasta que la puerta  del laberinto se abrió de par en par. Allí estaban Matilde y el revoltoso, inteligente y pícaro Gastón, con una sonrisa de oreja a oreja.
Gustavo Luna corrió a abrazarse con su mujer y su hijo. Como no podía controlar su impaciencia, haciendo grandes gestos, le  preguntó a su mujer:
-Matilde, decime, por favor, ¿en cuál de los espejos estaba Gastón?
-Si querés saberlo, entrá. La puerta quedó abierta. Podrás ver con tus propios ojos lo que ha sucedido.
En un instante el señor Luna  entró y salió como disparado por un rayo. Era fácil descubrir en su rostro que estaba confundido. Apenas pudo articular unas pocas palabras.
-Los siete espejos están hecho añicos. ¿En cuál estaba?
Matilde esbozó una misteriosa sonrisa al tiempo que decía:
-Ese es  un secreto que jamás revelaré.  A nadie. Nunca.


*