¿Qué es la imaginación sino la memoria de lo que aún no
se ha producido?
JULIEN
GREEN
Parafraseando
al poeta francés Paul Eluard, hay muchos
mundos pero están en éste, podríamos deducir que hay muchas civilizaciones
pero están en ésta, en la que nosotros permanecemos y de la que vendríamos a
ser sus legítimos herederos, en el caso de que exista una heredad digna de
sobrevivir al exterminio de la degeneración biológica.
Mis primeras
sospechas de que en nuestro planeta Tierra cohabitan diversas razas con otras
civilizaciones inteligentes, tal vez hayan nacido con las impresiones que
quedaron grabadas en mi memoria cuando por primera vez escuché cuentos de hadas
en los que conviven extraños seres: gnomos, duendes, hadas, sátiros, faunos cuya posible existencia puede rastrearse en la
noche de la mitología y en las
tradiciones esotéricas que podemos conocer en los libros escritos por teósofos
y rosacruces.
Debieron
pasar muchos años después de esa infancia mágica que me tocó vivir para que
empezara a interesarme en los llamados fenómenos paranormales que incluyen la
telekinesia, clarividencia, lectura del pensamiento y tantos otros que en su
momento fueron una indispensable base de datos para la elaboración de mis
cuentos fantásticos, incluidos aquellos que destiné a la literatura para niños.
Quienquiera
sea la persona que en algún momento decida asomarse a estos mundos debe saber
que no es fácil salir de ellos, desprenderse del poder (podríamos llamarlo
hipnótico) que esos misteriosos seres o espíritus ejercen sobre sus ocasionales
visitantes. Eso es lo que me ha sucedido desde aquel tiempo fascinante en el
que a cada momento me parecía sentir la presencia ominosa de criaturas de otros
mundos, especialmente de los que a mí me parecían seres diminutos, a veces
visibles y a veces translúcidos.
Sería
extenso contar la serie de datos (para muchos poco creíbles) que fui acumulando
en relación a los curiosos elementales, seres que según la tradición han
evolucionado en el mundo físico en oleadas de vida hacia las dimensiones
invisibles, y a los que sólo pueden percibir algunos pocos privilegiados.
Según la
tradición de las grandes escuelas místicas que se remonta a docenas de miles de
años, estos seres pertenecen a distintas
categorías según predomine en ellos uno cualquiera de los elementos físicos
básicos. En los Gnomos prevalece el elemento tierra: en los Silfos, el aire; en
las Salamandras, el fuego; y en las Ondinas y Sirenas, el agua.
El masón
Sir Edward Bulwer Lytton, autor de la célebre
obra de iniciación Zanoni,
escribió entre otras novelas históricas y de carácter ocultista, The Coming
Race, traducida a nuestro
idioma con el título de La Raza Futura
que recuerdo haber leído en mi juventud.
La
síntesis del libro del escritor inglés sería la siguiente: en los cálidos
mundos huecos de la Tierra vive desde hace docenas de miles de años una
antiquísima civilización que en su tiempo ocupó una gran parte de la superficie
terrestre y que sobrevivió a terribles cataclismos en inmensas cavidades a las
que intrépidos espeleólogos dicen haber llegado tomando las mayores
precauciones, pues bien saben estos aventureros que quien sea descubierto no
podrá contarlo, tal debe ser el celo y el temor que esta civilización (de
hombres y mujeres de escasa estatura) siente hacia nosotros.
Dejemos en
su lugar los cuentos de hadas y repasemos los datos que continuamente llegan
sobre esporádicos contactos con extraños seres que de tanto en tanto, con
idéntica velocidad, aparecen y desaparecen de nuestra vista, aunque pueden ser
captados mediante la fotografía. Siempre se dijo y así lo creíamos hasta hace
poco, que estos enanitos elementales vivían sólo en minas y socavones en las
montañas, al extremo de creer que son los guardianes del oro y las piedras
preciosas. Pero no es así. ¿Por qué? Porque en los últimos veinte años, esos
duendes, pigmeos, kobolds o como se llamen, se hacen visibles en pueblos y
ciudades, en las extensas llanuras o a
orillas del mar. ¿De qué espacios físicos brotan y cómo desaparecen sin dejar rastros? Creo
haber encontrado algunas respuestas que por ahora necesariamente debo reservar.
Muy pronto, nuestra patética cultura humana va a colisionar con una realidad
que pocos han imaginado, salvo los escritores de literatura fantástica y
ciencia ficción, entre los cuales pretendo incluirme.
En estos
primeros años del siglo XXI, las apariciones de hombres pequeñitos son casi
frecuentes. En Santiago de Chile, en el diario Las últimas noticias, se publicó la fotografía de un supuesto
alienígena o extraterrestre como gusta en llamarlos el periodismo, en la que se
observa, detrás de dos policías a caballo en el céntrico Parque Forestal de la
capital chilena, a un ser de no más de
treinta centímetros de altura que avanza lenta y distraídamente como si el
entorno no existiera para él, como si supiera que nadie podría captarlo. El
autor de la fotografía, el médico Ismael Mercado Santillán, contó a la televisión
que a pesar de que se considera un
escéptico respeto de alienígenas y OVNIS, tanto lo que vio con sus ojos como lo
que registra la fotografía, lo dejó muy impresionado y aseguró que no se trata
de uno de los clásicos montajes con los que a veces se defrauda a la opinión pública mediante testigos que
juran haber sido protagonistas en el avistamiento de platos voladores,
escalofriantes presencias de seres míticos como el chupacabras que ha estado
sembrando el pánico en zonas rurales de Argentina y Chile y otras rarezas
mediáticas.
Técnicos
consultados afirmaron que la fotografía del hombrecillo no es un truco pero
que, sin embargo, no podrían afirmar que se trate de un extraterrestre, a pesar
de sus rasgos humanoides y de su cabeza desproporcionada.
En la
última semana en que tuve la oportunidad de conocer lo relatado en el párrafo
anterior, un suceso similar tuvo lugar en un olivar en la localidad de
Al-Naiisia, en Siria, según noticias de la Agencia EFE desde Damasco. Dos
humildes campesinos, los hermanos Jalil y Alí Chaalán, debieron ser asistidos
por médicos psiquiatras después de que narraran la odisea vivida en mayo de
2004.
El
periodista Lyad Jafayi del diario estatal Teshreen, autor de la nota, cuenta
que siete trabajadores que aquella mañana se dirigían a su trabajo en los olivares,
vieron a una rara criatura (extraterrestre de color rojo, publica el diario)
que permanecía sentada, indiferente a las presencias humanas que se
aproximaban, hasta que de pronto dio enormes saltos y subió al más alto de los
árboles en el que permaneció unos instantes. Luego, juraron los atónitos
testigos, el extraño individuo trepó rápidamente hacia el cielo y desapareció.
Sabemos
que sucesos similares han ocurrido en otros distantes lugares. En Tailandia,
según informó la Agencia FP, de Londres, el ingeniero Sidhi Sirojaya fue
encontrado semidesvanecido en un pequeño valle en los Montes Phi Pan Am. Relató
a los miembros del ejército que lo transportaron en helicóptero a una unidad de
terapia intensiva en un hospital de la capital, Bangkok, que había sido atacado
por un grupo de hombres muy pequeños que lo sorprendió cuando se detuvo a
cambiar una cubierta de su automóvil en una ruta solitaria. Lamentablemente, el
ingeniero falleció días después, no como consecuencia de los golpes recibidos
sino por una infección virósica que en pocos días le provocó una rápida
degeneración en su sistema respiratorio.
El
siguiente dato me lo proporcionó mi amiga Alicia Parcero que lo bajó de un
sitio en Internet dedicado a fenómenos paranormales. Aquí la historia es muy
distinta a la anterior, tanto que parece
ser uno de los cuentos de hadas de la remota región de las montañas más altas
del mundo.
Cuenta que
la niña Nyan Chitsong, que vivía con sus padres en una pequeña aldea en plena
Cordillera de Kunlun, que linda con la cadena de Transhimalaya, tuvo un
encuentro fortuito con una niña mayor que ella en edad pero muchísimo más
pequeña, con la que estableció una secreta amistad que su familia ignoró hasta
que descubrieron los poderes de sanación que Nyan había adquirido por mediación
del diminuto espíritu de las montañas.
La amistad
y el amor de las dos niñas fueron creciendo con los meses. La gente de Lingson,
así se llama el pueblo de nuestra historia, no podía creer en los cambios que
todos comenzaron a experimentar. Se venían más sanos y hermosos, desaparecieron
las enfermedades y el hambre y hasta la muerte de los más viejos parecía
demorarse. Cuando descubrieron que la causa de su bien eran los poderes de la
pequeña Nyan Chitsong, comenzaron a
llegar peregrinos de toda la región. Al principio eran docenas y luego cientos,
miles que acampaban en los alrededores del pueblo, pidiendo y exigiendo ser
sanados y salvados de todos los males de este mundo.
Es posible
que la historia original haya sido un cuento fantástico escrito por un autor
desaforado puesto que al final nos dice que Wu Li, la niña duende, fue
sorprendida en el momento en que regresaba a su hogar, oculto en los profundos
socavones de las montañas cubiertas de nieve perpetua. La locura espiritual, la
peor de todas las enfermedades, impulsó a un grupo de pastores a matar a la
pequeñísima kobolds para luego exhibirla
en el pueblo como un trofeo.
Aterrada
ante la imagen de su amiguita asesinada, Nyan abandonó ese mismo día el hogar de sus padres sin que
pudiera saberse dónde se había ocultado.
Lo que sí registraron los sismógrafos de Lhassa fue un terremoto que arrasó la
aldea de los milagros sin que nadie lograra sobrevivir.
¿Qué habrá
sido de la vida de Nyan? No sé si será ésta otra de las historias que pudiera
ser incluida en las apariciones de gnomos, pero sí que en manos de un buen
escritor podría transformarse en un excelente y original libro para los más
pequeños.
¿Y qué
podría decirnos acerca de los Poltergeist?, es posible que a esta altura alguien
esté preguntándose. Si es verdad que los pequeños seres que parecen habitar
tanto en el mundo de la mitología como en nuestros campos, minas y ciudades,
pueden hacerse invisibles, ¿qué significan esos fenómenos insólitos que vienen
sucediéndose desde hace cientos de años? ¿Por qué vuelan objetos de la casa y
caen piedras que atraviesan techos y paredes sin dejar marcas?
No es
necesario que vayamos a ver una película de Spielberg para conocer cómo es el
asunto de los duendes invisibles que atacan las viviendas y a veces a las
personas. En nuestro país, recuerdo haber leído sobre dos casos similares, uno
en Río Segundo, del que no conservé el recorte del diario y otro, ocurrido hace
dos meses en la ciudad turística de Villa General Belgrano, en las Sierras de Córdoba.
En la casa
de madera, estilo Munich, de la familia Finchelmann no ha quedado un solo vidrio sano después de
los fulminantes impactos que dañaron puertas, muebles, paredes y hasta un
moderno televisor que quedó hecho añicos.
Cierto
día, según las crónicas, los habitantes de la casa escucharon el ruido de una
piedra contra una ventana. Después el ritmo de pedradas aumentó sacudiendo la
casa como si fuera un vendaval. Una de las piedras, que fue fotografiada por
periodistas de distintos medios, pesaba más de un kilogramo.
Avisada la
policía, sólo atinó a decir que jamás habían visto algo parecido. No podían
explicarse de dónde venían ni quién arrojaba semejantes proyectiles con tanta
violencia.
La familia
Finchelmann acudió a sacerdotes exorcistas, chamanes y brujos autóctonos que
dirigieron su mirada hacia el menor de la familia, Rafael, un adolescente de 18
años que padece algunos trastornos psíquicos, aunque no graves.
Nadie puede asegurar que sea Rafael el
que ha provocado el fenómeno Poltergeist que los investigadores también
denominan como telekinesis o sea la capacidad de mover objetos con el poder de
la mente. Lo cierto es que cuando Rafael no está en la casa, cesa la caída de
piedras. Es difícil afirmar que el joven es el responsable y tampoco lo contrario. ¿Quién sabría
explicarlo científicamente?
Rafael
venía siendo atendido por neurólogos y psicólogos que han demostrado interés
por lo sucedido aunque no se atreven a formular sus opiniones en público. Un
psiquiatra, cuyo nombre omitimos, formuló este insólito diagnóstico: “Rafael
sufre una psicopatología de base con una epilepsia fotosensible refractaria por
lo que podría tratarse de una canalización agresiva inconsciente”.
Cuando los
periodistas de Canal 12 subieron al automóvil para regresar a Córdoba,
encontraron en el asiento trasero una piedra de gran tamaño. ¿Más Poltergeist o la broma de un
estúpido?
Si
continúan leyendo, más adelante podrán empezar a sospechar por qué el caso de
la casa vapuleada con piedras estaba en Villa General Belgrano. En esta región
viven ufólogos, tarotistas, estudiantes de la Qábala , rosacruces, templarios y buscadores del
Cuarto Camino de Gurdjieff. Pertenecen a distintas napas de un universo
cultural que ya no es más esotérico. No quedan muchos que sean omitidos de
ciertos exclusivos y reservados conocimientos que fueron de propiedad absoluta
de antiguos iniciados. Todo lo que usted desearía saber está escrito en los libros que puede conseguir en
cualquier librería de la ciudad. Lo que no podrá encontrarse es una sola pista
sobre lo que estamos investigando, al menos que prosiga leyendo, página por
página, hasta el párrafo final.
No he
descansado desde hace más de veinte años cuando leí en el diario Clarín que en
la cumbre del Cerro Uritorco, en Capilla del Monte, habían encontrado el
esqueleto de un feto, aunque la consistencia de los huesos y el tamaño de la
cabeza no parecían haber pertenecido a un nonato. Entonces ¿a quién?
No puedo
precisar durante cuántos años procuré unir retazos de pensamientos que fueron
apareciendo en el transcurso de la lectura de libros a los que vuelvo una y
otra vez con una obstinación tal que a veces me parece obsesiva.
Las
páginas iniciales de un borrador que he conservado por años, habían sido
tituladas como Elogio de la Palabra,
y llevaban un epígrafe del monje budista vietnamita Thich Nhat Hanh que dice: Cuando la lámpara se enciende, al mismo
tiempo que ilumina el entorno se ilumina a ella misma. En la medida en que
iba descubriendo la arquitectura y el sentido de la palabra escrita, fui siendo
conducido por las oscilaciones del pensamiento al encuentro de una enseñanza
fabulosa que originariamente fue un canto: el canto de sirena de la
reencarnación.
Mi Ego,
atrapado por la lujuria espiritual, permaneció narcotizado durante años víctima
de la infantil seducción que me provocaba la idea de la inmortalidad. Aquello
fue el colmo de los gozos de mi superflua adaptación a lo desconocido, la más
grandiosa combinación (ahora lo entiendo así) de la fabulación y el egoísmo.
Continué,
no obstante, apoyado por la irracionalidad de mi fe y el acoso de la
incertidumbre, buscándome por los espacios y situaciones más disímiles hasta
que al fin, por mérito de una brutal inmersión en el sacrificio del dolor y en
una forzosa soledad, supe que el Aquí-Ahora
es el único punto de contacto real conmigo mismo por más que la mitad de mi
entendimiento diga que todo eso es apenas una falaz lucubración y la otra mitad se muestre como un espejismo de
la imaginación, un sueño.
No siempre
me resultó fácil practicar un montaje correcto de lo que iba aprendiendo e
incorporando tanto en las prácticas de la meditación como en todo aquello que yo
vagamente identificaba como despertares e intuiciones, la primera de las cuales
surgió cuando apenas tenía seis años; de
pronto, sin que jamás pudiera encontrar
la causa, pensé: ¿Qué habría si no
hubiese nada? Así fueron pasando los años y mis ciclos a los que me complace considerar como “mis
vidas anteriores”, para resaltar secuencias de mi propia teoría acerca de la
“reencarnación genética” a la que más adelante volveré.
Sometido
por el vértigo de las contradicciones y paradojas y ante la sospecha de que las
señales del Camino habían sido cambiadas, me detuve cautelosamente y desde
entonces permanezco en los alrededores de un estado que he denominado “el punto
indivisible de mí mismo”. Sigo ejercitándome cada instante de cada día, procurando permanecer despierto a la espera del encuentro con el Aleph que contiene todas las palabras y con lo que está
oculto, plegado, en los significados de cada una de ellas.
Debo
confesar que no hace mucho aprendí que las palabras sólo re-presentan algo y
que ese “algo” no son cosas reales sino símbolos y por más que extreme mis
elogios al lenguaje humano sé que la realidad de los símbolos es también
ilusoria. Eso, tan intangible y elusivo, es la realidad en la que vivo, esa
verdad que me obliga a comprender que todo nace, permanece y se disipa: las
rocas y las plantas, mi cuerpo, los sonidos, los diseños, las cambiantes formas
que la tenue luz de una vela proyecta sobre el escenario del mundo, incluida la
irreverente búsqueda de la perduración individual, esa fastidiosa necedad
inventada por las mezquinas religiones entronizadas en el poder para la perpetuación
de sus dogmas.
Ahora
pienso que mientras dure el Sol lo único perenne en la Tierra será la palabra
escrita, las voces registradas, los testimonios, lo que durante un millón de
años ha sobrevivido al surgimiento, permanencia y declinación de las
civilizaciones, a las variaciones del clima, a la inclinación periódica del eje
del planeta, a las manipulaciones y a las transgresiones transformadoras que
han hecho del Hombre un animal mutante.
Sin prisa
ni ansiedad, entre la intención original de la escritura y el instante fortuito
en el que quedará completada por la predestinación de la lectura, festejo la
deseada y necesaria abolición de mi Ego para escapar de la morbosa resurrección
de la carne y diluirme en el presente perpetuo de Ser.
Ser en la
Palabra.
-Está
bien, pero entonces ¿qué es el amor?
-¿Vas a
tomarme un examen? ¿Acaso una mujer como vos no se conforma con vivir el amor?
¿Necesitás explicártelo o que te lo expliquen?
-Sabés
bien que gozo con mi cuerpo y con el tuyo, con tus caricias y con tus palabras
que es otra manera muy especial de
tocarme. Pero tengo deseos de escucharte. Siempre lo hacemos y me hace bien.
-No voy a
decir un discurso. Me sentiría ridículo haciendo un monólogo mientras estoy
sintiendo tu proximidad.
-Entonces
conversemos. Dale, Juan, decime que sí, que me amás.
-No te
hagas la pícara. Un paso en falso y ya estaríamos diciendo que Dios nos habla,
que viviremos en la
Eternidad , que todo es amor, y de esa manera no nos quedaría
mucho más por decir.
-A veces pienso
que no me querés.
-Lidia,
¿cómo podés decir que no te quiero? Te quiero, te admiro, te respeto, me
consagro a nuestra relación. ¿Tenés dudas?
-No tengo
tantas dudas. Siento que por momentos sos un egoísta. En un instante te siento
en mí, dentro de mí, me borro en vos, desaparezco, es como si me muriera y
volviera para sentir algo así como un dolor, como que algo me separa de la vida
y de vos.
-Yo no lo
veo así. Además de mi cariño, hasta podría decir de mi pasión por vos, de mi
interés por todo, por todas las cosas, pienso que el amor hacia uno mismo es
todo lo contrario al egoísmo. El egoísta es avaro, se separa, vive encerrado en
la cárcel de su ego. No puedo creer que no lo hayas experimentado y que te
confundas. En cada acto de entrega de mí mismo, en el instante de penetrar en
vos, en tu cuerpo, en tu mente, en tu corazón, realmente me encuentro a mí
mismo, algo se revela y me descubro como alguien que está un poco más allá del egoísmo.
-Eso me
gusta más. Merecerías un premio por tan brillante alegato.
-No es
broma, mi amor, te estoy hablando en serio. ¿Cuántas parejas conocés que
realmente se aman, se respetan? Apenas encontrás un hueco en ellos te das
cuenta de que a muchos, como dijo Borges, no los une el amor sino el espanto.
-¿Será por
eso que te quiero tanto?
-Me
encanta tu sentido del humor. Con vos jamás podría enojarme. Ojalá que con el
paso de los años no descubramos, tardíamente, que estuvimos unidos por el
espanto. Bien dicen que morir es amargo, que es la peor humillación a la que
seremos sometidos, pero morir sin haber vivido plenamente, más que
insoportable, me parece estúpido.
-Ustedes,
los hombres, tienen una gran disposición para filosofar. ¿Viste que hay pocas
filósofas?
-Un buen
dato para que los hombres nos pongamos a pensar en para qué sirve la filosofía,
especialmente la académica. Es posible que coincida con el planteo de que para
qué sirven hoy las religiones.
-Tampoco
las mujeres somos fundadoras de religiones. Parece que desde siempre ese asunto
fue una cuestión de los machos. Podrías hacer una larga lista de los santos
nombres de varón que se han repartido el botín del poder religioso y del poder
filosófico. Pero no sigamos con este tema. Sencillamente me da asco tanto
paternalismo. Sigamos con lo nuestro, ¿me querés, Juan?
-He
aprendido a sentirte de muchas maneras. Desde la más primitiva y bestial, el
deseo de los sexos, las aproximaciones, el instintivo juego de las seducciones,
de las dominaciones, la voracidad caníbal de poseer, de comerse al otro, le penetración y el viaje a la pequeña muerte
del orgasmo, hasta otras sensaciones que no tiene mucho que ver con la
genitalidad.
-¿Descartarías
el sexo como parte del amor?
-Pienso
que el sexo es parte del amor a la vida y ese amor es el eje, el núcleo de
todas las expresiones de la emocionalidad, desde el amor a las plantas, a los
animales, a la gente, a Dios, esa última instancia inapreciable. Pero de
ninguna manera lo pondría como núcleo del amor. Mirá vos todas las
brutalidades, violaciones y locuras que se producen cada día, desde los
crímenes más aberrantes al despojo emocional que significa padecer la
desilusión cuando fracasa una pareja.
-¿Cómo
harías para no fracasar?
-Si
llegáramos a ser, como dicen unos versos de Khalil Gibrán, un jardín sin muros,
un viñedo sin guardián, una casa llena de alimentos y abierta a los
necesitados, entonces vos y yo no nos
despojaríamos mutuamente de lo que hemos ido construyendo hasta hoy.
-Eso
también acaba de gustarme. Voy a darte un beso.
-Un beso,
una caricia, un gesto de simple cortesía, la mutua admiración, la lealtad a
toda prueba, la generosidad son también aspectos del amor que nacen con la
amistad. ¿Sabías que amistad es una de mis palabras preferidas?
-Sí, lo
sé, pero no acepto ser solamente una amiga tuya. Quisiera ser algo más.
-Algo más,
¿cómo algo más?
-Ser tu
mujer, tu esposa.
-Aunque te
cueste comprenderlo, lo mejor que una mujer pueden representar para un hombre
se incluye en la amistad. No es un juego de palabras sino el producto de una
experiencia que me ha ayudado a emanciparme de los clichés y de las
vulgaridades.
-¿Ser una
esposa no es suficiente?
-No para
mí si al mismo tiempo no sos una verdadera amiga. Esa amiga será mi
mujer, mi amante, mi novia, mi hembra, mi confidente, mi asistente, mi
consuelo, mi sostén para vivir.
-Juan, si
eso fuera posible sería maravilloso, pero no estoy segura de que puedas ir tan
lejos con tus pretensiones amatorias. ¿Podés?
-Podría,
si tengo con quién. Vos sabés que como en el ajedrez, en el tango o el tenis,
para practicarlo hacen falta dos. ¿Querés jugar?
-No me
agrada la palabra jugar. Si pienso que el amor es un juego me siento
disminuida, como una cosa, un objeto, una partida para ganar o perder.
-Me
refiero al juego como búsqueda, como ejercitación, como una trama inteligente
que nos permite desplazarnos por sobre territorios hostiles. Para avanzar
debemos ir unidos pero no enlazados. El amor debiera ser una casa abierta, como
dice el poeta, no una cárcel.
-No te
discuto eso aunque pienso que para permanecer en el amor, el hombre y la mujer
deben establecer una base, tejer una alianza personal y familiar, tener
proyectos comunes, fijar prioridades. Necesito una seguridad mínima, Juan, no
vivir oscilando según las circunstancias como esposa, amante o amiga. No me
puedo soltar hacia la nada. Para mí no tiene sentido.
-Se piensa
así cuando estás proyectándote en el otro. ¿Si perdés lo que tenés, serás
menos? ¿Medís tu seguridad con lo poseído, con tu nombre, tus objetos, tus
pertenencias emocionales? Si pensás que
eso te dará seguridad, la vida te vencerá, te hará pedazos.
-¿Por qué
habría de ser así?
-Porque
todo es efímero. Yo estoy aquí pero mañana no puedo estar, porque me he muerto
o porque me fui. Tu casa podría consumirse en el fuego, disminuir la salud de
tu cuerpo, perder tu equilibrio mental. ¿Hasta qué punto podrías sostener y
rescatar lo que en este momento considerás tuyo?
-Sí, está
bien, ya te he escuchado otras veces decir lo mismo, mi querido filósofo. Si
soy yo y no lo que tengo, ¿entonces qué podría perder? Nadie podría quitarme,
ni robarme, ni amenazarme, porque sólo me tendría a mí misma. Entiendo
claramente, no creas que soy una tonta, pero soy mujer y necesito un mínimo de
seguridad. ¿Podrías vos dármela?
-Ojalá
pudiera, pero yo también tengo mis limitaciones. Sabés que no las acepto y que
pretendo ir un poco más allá. Si tengo que someterme a una vida en la que sólo
disponga de carencias, valga el juego de palabras, entonces no me gustaría
seguir andando por aquí. ¿Qué sentido tendría?
-Sos un
dulce. Te amo. Voy a la cocina a
preparar un poco de café.
-¿Cómo fue
el viaje? ¿Todo bien? Te ves cansado.
-¿Cómo
está, señor? No tuve ningún
inconveniente, por suerte. Estoy cansado, es verdad, pero feliz de volver a
estar con usted. Durante el viaje y por
supuesto durante todo este tiempo, desde nuestro último encuentro, he
meditado sobre varios temas, tal como usted me sugirió.
-Tomá
asiento, Juan. Aquí tengo un termo con café para ir animando nuestra
conversación.
-Qué buena
idea, muchas gracias.
-Tal como
te había prometido, hoy vamos a poner sobre la mesa un tema de los tantos que
tienen relación con la posición que cada uno de nosotros tiene en el movimiento
religioso, místico y social al que pertenece. ¿De acuerdo?
-Si existe
algo que a veces me perturba es saber si estoy en lo cierto respecto del punto
de equilibrio del cual usted nos ha hablado tantas veces. ¿Cómo saber si mi
posición es correcta? Por momentos siento que pienso una cosa y después oscilo
a lo opuesto, como si viviera en una continua contradicción.
-Ya es
significativo saber que uno es un ser contradictorio. Por algo se empieza.
-Estoy de
acuerdo, señor, pero no me siento cómodo oscilando de un lado para el otro. En
la historia de las grandes órdenes místicas y religiosas, esa inicial
contradicción en cada uno de los componentes se va sumando a otras hasta
producir gravísimos cismas que incluyeron no sólo una ruptura de opiniones filosóficas o teológicas sino
terribles guerras y persecuciones, desde Pablo de Tarso que tomó el camino que
dio origen al cristianismo, a Tomás, Felipe y Valentín y otros discípulos
disidentes que conformaron la iglesia subterránea, el llamado gnosticismo. ¿Fue
así?
-Si
aceptamos el contenido de los llamados evangelios apócrifos encontrados en
Israel y en Egipto, a mediados del siglo
pasado, podríamos seguir en esa dirección. Tal como has pensado, en la historia
de la mayoría de las organizaciones, incluyendo
las de índole política, se descubre una tendencia a desarrollar dos alas, dos
posiciones extremas: por un lado la individualista, personal, mística,
creativa, y por el otro la que siempre resulta en mayoría, la comunitaria, la
que fija el canon, la ley, el dogma, la regla corporativa. Podríamos mencionar
docenas de ejemplos. Hasta podríamos identificar los mecanismos que hacen
posible la partición de la idea original, el divisionismo que muchas veces
conduce a la catástrofe a los más grandes movimientos. Atón y Amón en el antiguo Egipto, católicos y
protestantes, chiítas y sunitas, estalinistas y trostkistas, y sigue la larga lista.
-Usted
incluye al comunismo soviético.
-¿Por qué
excluirlo? El sueño utópico de Lenin apoyándose en Marx y en el socialismo
histórico, desembocó nada menos que en el feroz Stalin. El sueño milenarista de
un demente como Hitler culminó en el Holocausto y en la vocación fascista de
Mussolini que se expandió por docenas de naciones y culminó en las dictaduras, revoluciones y
contrarrevoluciones que tan bien conocemos.
-¿Por qué,
entonces, sobreviven algunas religiones como el cristianismo, el budismo, el
islamismo? Todas las grandes religiones han permanecido activas a pesar de que
son el producto de gravísimos cismas.
-Vos
sabés, Juan, los cientos de libros que se han escrito desde hace siglos sin que
nos pongamos de acuerdo no solo sobre el porqué no se autodestruyen algunos
movimientos religiosos sino sobre si, en los comienzos del siglo XXI, se
justifica la existencia de esas gigantescas corporaciones.
-Usted nos
ha dicho repetidas veces que se siente algo así como un enemigo de esas
instituciones dogmáticas. ¿Por qué es tan grande su enojo?
-No es
solo enojo, sino también desprecio, porque toda la historia de la humanidad
está marcada por una cadena de sufrimientos y humillaciones que nace con los
disensos ideológicos que desembocan donde todos sabemos. Vos mismo me diste tu
opinión.
-Podríamos
convenir en que aceptamos esas conclusiones, pero ¿cómo se originan? ¿Podrían
integrarse los extremismos y desaparecer en una realidad que los trascienda?
-Sí,
pienso que eso es posible pero no todavía a nivel de las masas. Podríamos
describir una parábola, partiendo desde el momento en que nace una idea a la
que podríamos denominar revolucionaria. Durante un tiempo no muy extenso, los
seguidores permanecen virtualmente unidos y cooperan, adheridos, absorbidos por
la mística del Fundador. Sin embargo, podríamos decir que de manera inevitable,
la mayoría pierde u olvida la experiencia religiosa, mística o política inicial
y comienza a consolidar la Religión, el Camino o el Partido, como un sólido
conjunto de hábitos, conductas, relaciones, formalidades y ritos que
progresivamente se van materializando, fosilizando al extremo de conformar una
entidad burocrática, clerical, partidista, convencional, vacía de contenido,
sostenida por grandes intereses económicos, políticos y fundamentalistas.
-¿Qué
sucede con los que se oponen a esa tendencia, los que se mueven en sentido
contrario?
-Ya vamos
a llegar a ese punto. Lo que quiero decirte es que tanto el despertar inicial,
la iluminación, la utopía política, la fuerza mística, la visión poderosa,
carismática del Iniciado, se va
perdiendo, olvidando, tergiversando hasta el extremo de convertirse en una
versión opuesta, diferente, que ya nada tiene que ver con el embrión original.
De esta manera, como fácilmente podemos observar por los resultados finales,
por el tipo de frutos que da el árbol, como dijo uno de los Fundadores, las
religiones organizadas, las escuelas místicas, los grandes movimientos políticos
se convierten en los enemigos principales del hombre, de la muchedumbre a la
que se priva de la mínima esperanza. ¿Te resulta claro?
-Completamente,
señor, pero bien sabemos que otros no nadan en el mismo sentido. Son los que
van contra la corriente, según se repite cada vez que se menciona la actitud
individualista de algunos pocos, actitud por supuesto condenada y hasta
perseguida por el Cerebro del Mundo, como a usted le gusta decir.
-La otra
tendencia no siempre es el camino a la perfección. La actitud personal,
individualista también puede caer en trampas y bloqueos al quedar prisionera o
reducida a lo meramente vivencial, al aislamiento. No te estoy hablando del
pobre tipo egoísta, ni del desmesurado intelectual ególatra o del avaro que
hace de su yo una tumba repleta de monedas de oro, sino de quien ha encontrado
las regiones del gozo, sus experiencias cumbre, sus amplios círculos de
libertad. Ese individuo casi siempre cae en la tentación de repetir y valorar
su experiencia como algo exclusivo, único,
como el máximo bien aceptable. Renunciando a otras alternativas corre el grave riesgo de
separarse de los otros, de dar su espalda al mundo. Pudiendo permanecer absorto
en la beatitud interior, enriqueciendo su vida y expandiendo desde su retiro y
su silencio sus estados de conciencia, puede quedar reducido a un solitario
egoísta que sólo busca lo que con soberbia considera su propia salvación.
-Eso
significaría quedar esclavo de la peor mezquindad, perder la compasión hacia
los demás, negar el sentido de pertenencia. ¿Es así, señor Valentín?
-Significaría
caer en una completa oscuridad de conciencia, en la separatividad que es
también una forma de muerte anticipada, como ocurre con ciertos artistas,
intelectuales, incluso científicos que tanto se aíslan que después no
encuentran las vías de comunicación, las puertas que acceden a la vida en
común.
-Este
sería, entonces, el otro extremo en el que puede caer cualquiera de nosotros.
Vaya fatalidad de la cual no entiendo cómo podría uno zafarse. Usted dijo que superar la naturaleza binaria del
mundo aún no es posible para la humanidad en su conjunto pero que algunos seres
sí podrían intentarlo. ¿Cómo? ¿Usted
cree que yo podría considerar la posibilidad de unir mis polos, reducir la
amplitud de las oscilaciones de mis pensamientos y emociones? ¿Se puede alcanzar una dimensión desde la
cual observar críticamente las manifestaciones extremas?
-La gran
mayoría tiende, Juan, como vos mismo lo has dicho, a ser binaria, disyuntiva.
-No
entiendo el concepto. ¿Qué es ser disyuntivo?
-Vendría a
ser la alternativa entre dos cosas o posiciones por una de las cuales
necesariamente habría que optar. Sería también la separación de dos realidades,
tal como hemos ido analizando, cada una de las cuales está íntima,
intrínsicamente referida a la otra, como la mayoría de los pares de opuestos.
¿Está claro?
-Completamente.
Tenemos así dos campos opuestos, pero ¿cómo hago para estar en ambos sin quedar
prisionero de uno de ellos? ¿Sería algo así como lo que usted dijo en la última
reunión sobre estar en el mundo pero no pertenecer a él?
-Algo
parecido, aunque necesariamente deberíamos practicar algunos ajustes. Ya
analizamos el fenómeno de la bipolaridad, el mundo del hombre masa. Ahora
procuremos identificar a aquellos que representan una absoluta minoría en
nuestra sociedad. Los que integran esa minoría son personas que tienen una
sostenida tendencia hacia la unidad, son inclusivos, integradores, holistas,
participativos. Son los que pueden ir y venir de una posición a otra mediante
ciertos juegos dialécticos.
-¿Por
ejemplo?
-Una de
las técnicas consistiría en sacralizar,
desacralizar y resacralizar. Realizar un triple movimiento alternativo, no
quedarnos en una posición ni rígida ni
estática, ni dogmática. De ese modo se podrían integrar las tendencias extremas
en un procedimiento que podríamos llamar automático. Las originales ideas,
formas, rituales, ceremonias, discursos y preceptos en los que fueron educados
siguen permaneciendo en estos individuos. Son simbólicamente significativas, reales, arquetípicas, perennes. Así sería
fácil reproducir ciertos gestos, conductas y comportamientos de compañeros de religión, de camino místico
o camaradas políticos, pero jamás se verían reducidos a ser integrantes reales
de la comunidad hija del Hermano Mayor ni al aislamiento en una individualidad
porfiada, incompatible con lo que en el principio fue la gran idea del Maestro,
del Fundador o del Líder.
-Ahora no
podré pensar, señor, en que no tengo suficiente materia prima para mis
meditaciones, para continuar trabajando en lo que usted denomina la
construcción inteligente del Ser.
-Así es,
Juan, Ser (con mayúscula) sería aquel
que está por encima de los antagonismos, de las divisiones, de las oposiciones.
-¿Lejos de
los opuestos?
-Lejos de
los extremos. Ni lejos ni cerca, lo más próximo posible al corazón de la
interioridad. Lo que para el hombre común ni siquiera es una posibilidad, lo que parece un sueño inalcanzable para el
buscador, puede llegar a ser un estado de conciencia permanente en aquel que
liga todos sus fragmentos en una unidad indisoluble. Lograría la perfección del
Tai Chi, la armonía de Yin y Yang, un punto indivisible que podrá sostenerte y
contenerte mientras vivas, más allá del Bien y del Mal, más allá de cualquier
contradicción que te pueda hacer gozar o sufrir. Sería como transformarse en un
soldado de los ejércitos cósmicos
descriptos en el Bhagavad Gita cuyo destino es participar en la última
batalla en la que lo único que tiene que morir es la Muerte.
-No creo,
señor, que yo pueda llegar tan lejos. Aun así, lo único que puedo prometerle es
que seré fiel a mí mismo, trabajaré en silencio y al mismo tiempo me comunicaré
y participaré, moviéndome a uno y otro lado de la Realidad, tal como usted me
ha enseñado.
-Muy bien.
Ya es hora de partir. ¿Tenés listo tu auto?
-Ya cargué
nafta, revisé el agua, el aceite y la presión de los neumáticos. Sólo me falta
comprar un par de sánguches y una botella de gaseosa para regresar a casa
escuchando mi música preferida. ¿Qué más puedo pedir?
-Que
tengas buen viaje.
Es unánime la creencia de que el Universo nació de
un estallido, que está en plena expansión y que finalmente se extinguirá.
Pero ¿qué había antes del Primer
Estallido y que habrá después del Día de la Disolución ? Es una
pregunta que nos formulamos en Occidente, en la región que ocupa el hemisferio
izquierdo del cerebro planetario. Suponer que el Universo nació, que vive y que
morirá es sólo expresarse en los conceptos de la lengua en la que hemos sido
educados y adiestrados. Sujeto, Verbo y Predicado = Dios hizo el
Universo. Un niño de ocho años, en una escuela de Córdoba, en una clase
de taller de filosofía, escribió textualmente: Si es verdad que Dios es nuestro padre, ¿quién es el padre de Dios? Ante
semejantes dudas expresadas por sabios, filósofos, científicos, teólogos y
niños, convendría preguntarse: ¿hay otra sintaxis? Si Dios es eterno porque
jamás nació ni morirá, tan eterno como el presente absoluto que no comienza ni
finaliza nunca, ¿por qué habría de destruirse si Él mismo es el Universo?
-Escuchame,
mi querido y amoroso Juancito Sánchez, tengo que preguntarte algo que hace
tiempo anda dando vueltas en mi cabeza.
-Primero
decime de qué se trata.
-¿Estás
susceptible hoy?
-No estoy
susceptible. Vos sabés que hay temas de los que no me gusta hablar.
-Aunque no
voy a mencionarlos, conozco algunos de esos temas. Lo que quiero saber es por
qué te gusta apoyarte en lo que dijeron otros,
mencionar citas, dar ejemplos, mencionar nombres.
-Es un
hábito que tengo tanto cuando escribo como cuando estoy dialogando, en especial
de algunos temas que puedo dominar.
-¿Te gusta
mostrarte como un intelectual brillante?
-No sé ni
tampoco me importa saber si soy o no un intelectual. Sí estoy seguro de que soy
un tipo que lee mucho y que piensa y que recuerda todo aquello que resume lo
que podríamos llamar el camino a la sabiduría. Me siento más seguro cuando digo
algo y puedo respaldarlo con lo que dijo un gran poeta, un filósofo o lo que
sea. Amo el saber y disfruto al expresarme. ¿Acaso vos misma no decís que te
encanta charlar sobre estos temas
-Por
supuesto que sí, pero a veces también me agrada provocarte. Es como cuando
decido seducirte, para lo que dispongo de varias estrategias muy femeninas. Tengo diversos
métodos para excitarte y uno de esos es movilizar parte de lo que está en tus depósitos privados, donde seguramente
guardarás lo que no siempre estás ni dispuesto a revelar ni tampoco a
compartir.
-A vos no
te cuesta mucho pasar de un tono a otro. Recién me lanzabas algunas espinitas
irónicas y ahora ¿qué me dicen tus ojos, esos gestos en los que se mezcla la
sensualidad y la picardía?
-Tengo
ganas de ponerte a prueba. Esta vez me toca ser la encuestadora y no voy a
descansar hasta quedarme satisfecha.
Completamente satisfecha, ¿entendiste? Ya me conocés así que no pongas esa cara
de sorpresa.
-Acepto la
invitación, pero antes tomemos una taza de café.
-Me estoy
haciendo viciosa del café por tu culpa.
-Te haré
adicta a otras cosas, además del café.
-¿Por
ejemplo?
-A los
diálogos, a la meditación, al silencio.
-¿Tanto?
¿No te parece demasiado solemne y pretencioso?
-Nada es
suficientemente pretencioso para los que buscan, como yo que pasé años
buscándote sin saber que estabas tan próxima. Si yo no pensara de esta manera,
no estaríamos aquí, juntos, unidos pero no amontonados.
-Unidos, a
mi entender, sería unidos por el amor. Pero no siempre estoy segura de lo que
para vos es el amor. Cada vez que tocamos el tema me quedan más dudas que
certezas. Dale, Juan, tratá de convencerme. ¿Es posible tener amor?
-Voy a
intentar decirte lo que pienso mezclando lo que yo considero que es el amor con
lo que dice, por ejemplo, Erich Fromm, en ese libro leído por millones, El Arte de Amar.
-También
Ovidio escribió un libro con igual título.
-Sí, hace
dos mil años. Pero no mezclemos los tantos. Si el psiquiatra alemán estuviera
aquí, te lo explicaría mejor que yo. A tu pregunta sobre si es posible tener amor, Fromm diría
que para que eso fuera posible, el amor tendría que ser una cosa, un objeto,
algo tangible, que se puede tener, ver poseer. Jamás, nadie, nunca pudo
demostrar la existencia de una cosa concreta llamada amor.
-Entonces vuelvo a mi pregunta, ¿el amor existe?
-No, no
existe como una cosa. Sólo existe el acto de amar. ¿Entendés? El acto de amar
significa querer, cuidar conocer, gozar
de una persona, de un árbol, de la música, de las formas. Implica complacerse
con las grandes ideas, con los descubrimientos, con todo lo que significa
crear, procrear. ¿No te parece genial?
-No sé si es genial, pero me está ayudando a
entender. No pienses que soy difícil ni poco inteligente. Es que no tengo, como
vos, la suficiente fe en las ideas.
-De lo que
se trata es ir descubriendo, paso a paso, el sentido del amor. Una definición
no sería suficiente, como que Dios es amor o cosas por el estilo. No tener fe
en las ideas sería como no tener idea de lo que es la fe. ¿Me seguís?
-No seas
pedante. ¿Por qué debería seguirte?
-Me refiero
a los razonamientos.
-Está
bien, Juan, pero no te quedés a mitad de camino. No te detengas y hacé justa tu
fama de especulador.
-No voy a
tener en cuenta tu sonrisa irónica. Tengo otros argumentos con los que pretendo
continuar deslumbrándote.
-¿Deslumbrándome?
¡Vaya!
-Un monje
benedictino norteamericano, siguiendo el camino trazado por Thomas Merton, dijo
que su definición más pura y simple del amor es decir sí a la pertenencia.
Cualquier cosa que llamemos amor está relacionada a esta afirmación. El
elemento que une a las más diversas formas del amor, desde el amor sexual al
amor por los amigos, el amor a nuestra nación y al mundo, el amor a una
mascota, a nuestra vocación, a los libros, a la naturaleza sucede cuando
decimos sí a la pertenencia, cuando tomamos conciencia de pertenecer al
Universo.
-Siempre
que no sea una simple afirmación intelectual.
-Exactamente,
Lidia. Con palabras similares a las tuyas es lo que sostiene el monje de la
Orden del Cister que te mencioné.
-Pero no
me has dicho cómo se llama. ¿Te acordás?
-Siempre
lo menciono desde que encontré algunos de sus pensamientos en un librito, El Camino de la Sabiduría, que compré
el año pasado en una librería de saldos en la calle Deán Funes. Su nombre es
David Steindl-Rast, filósofo y teólogo ecuménico, amigo de Fritjof Capra, el
que escribió El Tao de la Física. ¿Recordás que hace un tiempo estuvimos
tratando de saber un poco sobre física cuántica?
-Por
supuesto que me acuerdo. ¿Y?
-¿Y qué?
-No te
detengas que me estoy entusiasmando. Supongo que en tu archivo mental tendrás
más argumentos. Todavía no estoy satisfecha pero ni pienses en que voy a
desistir de mis propósitos. Supongamos que soy una periodista que está
haciéndote una nota. Me estás diciendo sí con tu sonrisa, de manera que te sigo
acosando. Señor Juan Sánchez, dígame lo que usted piensa sobre el amor
incluyendo, si lo desea, algunos ejemplos, tal como usted dijo que es
su hábito cuando habla o escribe.
-Siguiendo la línea de que el amor es decir sí a la
pertenencia, podríamos llegar al concepto de amor como responsabilidad y
participación, como sacrificio.
-¿Podrías
definirlo mejor o ampliar lo que estás diciendo?
-Existe
una categoría del amor que se ofrece, que no pide nada para sí, que para darlo
no requiere de ningún esfuerzo; podríamos decir que estamos en las proximidades
del centro inamovible del Amor, con mayúscula.
-Eso
vendría a ser la conciencia estática del amor, según recuerdo haberte
escuchado decir.
-Podemos
tomar estas ideas como nociones básicas y al mismo tiempo irreductibles,
definir al amor por lo que no es. Por ejemplo: el amor que comienza y
termina, que se divide, que por momentos es muy pequeño y luego más
grande, que va y viene, que se reparte y se recibe como dádiva, no es el
verdadero amor.
-Si vos y
yo, Juan, dejamos de querernos y cortamos el lazo que nos une, ¿significaría
que nunca nos hemos amado?
-Si eso
sucediera se demostraría que no vivimos el amor sino un aspecto ilusorio del
amor. Debemos tener siempre el mismo punto de referencia que nos dice que el
auténtico amor no es amar y ser amado, no es sufrir y gozar mutuamente, no es
encontrarte y luego perderte. Si es verdadero, entonces no empezó ni terminará
nunca.
-Pretender
alcanzar lo que estás diciendo sería como intentar escalar una montaña a cuya
cima nadie ha llegado. Lo que has dicho me parece tan lejano, tan inalcanzable
que me da vértigo.
-Algo
tiene que sucederme con tan solo pensar. No podemos decir que ya hemos tenido
algunas de estas experiencias cumbre, pero el presentimiento de que podríamos
intentar ir un poco más allá, nos hace temblar. ¿Sentís que eso puede ser posible?
-De solo
imaginar que podría llegar el día en que no estaremos juntos, vos y yo, me da
una enorme tristeza.
-Yo
tampoco podría evitar esa tristeza. Henry Miller, que buscaba a Dios en el
budismo y en sus provocaciones como escritor, se refirió en algunos de sus
libros y en sus cartas a Anaís Nin, al amor que no tiene límites ni cadenas. El
autor de Trópico de Cáncer decía que
los seres humanos, el común de ellos, sienten pánico, verdadero horror ante la
idea de un amor absoluto porque eso significaría la muerte de sus egos. El amor
corriente, sigue Miller, no incluye el sacrificio por los otros, ni el servicio
a la sociedad porque sólo pretende la comodidad, la seguridad, la plena
satisfacción de sus deseos. Los que así viven son incapaces de renunciar a su
condición porque no tienen la suficiente fe, que es lo que le da sentido al
amor.
-¡Bravo!
Fue un discurso conmovedor.
-No
aplaudas, que todavía falta lo mejor.
-¿Lo
mejor? ¿Acaso lo mejor tuyo es más que lo mejor mío?
-Dentro de
un rato vamos a comparar. Ahora voy a decirte lo que pienso sobre el
sacrificio.
-¿Más
sufrimiento?
-No
necesariamente pues el sacrificio por amor no es un dolor. No sé si leíste Por
quien doblas las campanas de Hemingway. ¿Sabés de dónde sacó el título de
su novela?
-No.
-De unos
versos del poeta inglés John Donne que dicen: La muerte de un ser humano me disminuye, porque soy parte de la
Humanidad. Por ello, no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por vos
-¿Cuál sería
la relación?
-Con la
participación, que permite sentir el dolor de cualquier ser viviente como un
dolor propio, pues todo lo que significa separatividad es tristeza y soledad.
Esto es posible cuando has aflojado las máscaras de tu ego para ver qué hay un
poco más allá de una vida aislada de los otros.
-Interesante,
pero no me parece tan fácil. ¿Lo has intentado?
-Muchas
veces te he dicho que para mí la
literatura es un pretexto. Es sólo una
escalera para subir al techo de mi casa. Cuando suba ya no desearé bajar.
Aunque sea a una mínima escala pienso, vivo y participo de ese amor
trascendente, que cuando se expresa elimina las diferencias, los prejuicios,
los condicionamientos de la conciencia colectiva de la que pretendo zafar. Es un esfuerzo
continuado que procura anular toda forma de separatividad.
-¿Incluido
lo que pueda separarnos a vos y a mí?
-Bueno, no
todo. No apartaría las diferencias de género, por ejemplo.
-Eso me
gusta. Pero estaría faltando la cereza de la torta. Una recompensa por la
paciencia de escucharte, aunque no podría jurar que me disgusta.
-Vos sos
para mí, Lidia, como una caja de resonancia que me ayuda a expresar mis ideas y
sentimientos, aunque a veces te parezca
que soy elusivo, que me ausento sin aviso cuando estamos juntos. Y como estoy
más que seguro de que en pocos minutos yo también seré recompensado como un
guerrero al que una bella valkiria ofrece su cuerpo como reposo, voy a recitarte
unos versos de Francisco Luis Bernárdez que anoté al poco tiempo de conocerte.
Dicen así: Dulce tarea es contemplarte /
noche que ahora como ayer estás conmigo / Y mucho más desde que siento / que en
otro ser he descubierto mi destino.
-Sos malo,
me estás haciendo llorar.
-Pero no
acaba aquí mi homenaje a la mujer que se reparte, que comparte los mejores días
de mi vida, que me asiste con su sola presencia y me ayuda a resistir. Si puedo
sostenerme es porque siempre estás ahí, próxima, como si pudieras hacer posible
lo imposible, otras de las definiciones del amor perfecto.
-No quiero
ni pensar que algún día no estaremos juntos.
-Ahora
estamos juntos. Somos los únicos habitantes del universo.
-Está
bien, no creas que estoy llorando por vos. ¿Vamos a la cocina?
-Antes
escuchá lo que voy a leerte. Ojalá lo hubiera escrito yo, pero es de Neruda, la
estrofa final de su “Oda a tu aroma”.
¿Preparada?
-Lista.
-Desde tu corazón sube tu aroma como desde la
tierra la luz hasta la cima del cerezo. En tu piel yo detengo tu latido y huelo
la ola de luz que sube, la fruta
sumergida en su fragancia, la noche
que respiras, la sangre que recorre tu hermosura, hasta llegar al beso que me
espera en tu boca.
-¿Igual a
éste?
-Lidia,
¿sacaste el pasaje?
-Salgo
mañana a las 11 de la noche, en el
directo de Chevallier, el mismo que tomás vos cuando vas a Mendoza. Qué extraña
es nuestra relación, Juan, años y años viajando miles de kilómetros para poder
estar un par de días juntos. Muchas veces, al despedirme o al despedirte cuando
sos vos el que regresa, me siento vacía, como si el espacio que nos va a
separar durante algunas semanas se dilatara, alejándonos.
-Ya hemos
hablado sobre ese tema docenas de veces. ¿Por qué otra vez? Tenemos una especie
de convenio con códigos que hemos prometido respetar, una manera especial de
compartir nuestras vidas. Es lo que tenemos.
-No estoy
quejándome, solo que quisiera que decidiéramos formar un hogar, una familia,
aunque te parezca una idea pequeña y burguesa.
-No es una
idea burguesa o revolucionaria la que nos impide vivir juntos cada día y cada noche. No es una alternativa entre
tantas sino la única que nos podemos permitir. ¿Para qué ensombrecernos? Cuando
en algún momento fui yo quien te propuso lo de vivir juntos, fuiste vos la
reticente, la que puso un muro de amables ambigüedades entre los dos.
-Somos muy
diferentes en muchas cosas, Juan, especialmente en que pertenecemos a géneros
opuestos. Jamás sabrás lo que es pensar y sentir como mujer. Lo que sucede es
que cuando estamos juntos me vuelvo obsesiva.
-Y
posesiva.
-Es
posible, mi amor. Después, cuando estoy sola, frente a mis preocupaciones e
imposibilidades, frente a algunos compromisos personales de los que no deseo
hablar, no sé qué haría si fueras vos el que nuevamente me pidiera vivir
juntos.
-Sabés
cuánto y cómo he respetado tu privacidad. No toquemos algunos asuntos que
siguen siendo como llagas que no terminan de sanarse. A esta altura ambos
tendríamos que aceptar una realidad que nos supera. A mí también me produce una
buena dosis de tristeza cada vez que debemos separarnos. Pero no creas que es
una tristeza absoluta porque apenas empezamos a distanciarnos estoy contando
los días que faltan para volver a estar juntos, como hoy.
-Siempre
tenés la frase exacta para justificarte.
-No es
justificación. Es aceptar lo inevitable al mismo tiempo que agradezco a la vida
por esta oportunidad.
-¿La
oportunidad de amarme?
-Eso
mismo. Me sucede como a los protagonistas de una película que he visto hace
mucho tiempo, tanto que apenas recuerdo el argumento y el título. Creo, si no
estoy equivocado, que se llamaba Hasta
el próximo año a la misma hora.
-¿Cuál
sería la relación con nosotros?
-El amor
de uno por el otro, la certeza de que nada podrá separarnos mientras vivamos.
-Está
bien, pero contame esa historia cinematográfica que tanto te ha conmovido.
-Antes te
pregunto lo siguiente: Si tuvieras que elegir, por alguna razón ajena a tu
voluntad, entre dejar de vernos o encontrarnos una sola vez al año, ¿qué elegirías?
-No lo sé,
Juan, en este momento no sabría qué decirte.
-En
cambio, yo elegiría verte una sola vez al año. Como el preso en la cárcel, haría una marca en mi celda por cada día que
me aproximara a mi encuentro con vos. No viajaría ni en ómnibus ni en avión a
Mendoza, volaría directamente para hacer de ese encuentro el próximo mejor
encuentro de mi vida.
-Muy
romántico, pero contame la película.
-No
recuerdo detalles sino la trama principal. Un hombre y una mujer, jóvenes, se
encuentran circunstancialmente en una villa turística. No sé por qué estaban
allí, pero se conocen, se descubren y se aman. Pero deben separarse pues cada
uno de ellos tiene su familia, son casados, con trabajos y profesiones
distintos en distintas ciudades.
-Algo
parecido a nosotros. ¿O no?
-No tan
igual ni parecido, Lidia, no toquemos ese tema. Dejame que te siga contando.
Los amantes juran verse una vez al año,
en el mismo lugar, a la misma hora. Va pasando el tiempo y así ambas
vidas tan diferentes siguen su destino, mejor dicho la rutina de sus
respectivos compromisos. Tienen hijos, enfermedades, los problemas que todos
podemos tener. Él se divorcia de su mujer y ella permanece junto a su esposo,
al que por supuesto también ama hasta el momento en que se convierte en viuda.
Ya ancianos, el amante muere y ella se encuentra en la villa turística contando
su secreta historia de amor a una de sus
nietas adolescentes. También recuerdo que a la salida del cine todo el mundo
tenía lágrimas en los ojos.
-¿Vos
también?
-Por supuesto
que estaba emocionado porque, por alguna razón que desconozco, me identifiqué
con el personaje. Yo también preferiría morir antes, para que vos pudieras
contar por qué y cómo y cuándo nos
amamos. Libre de prejuicios, ya anciana, revelarías que fuiste mi amante. ¿Lo
harías?
-En estos
momentos no tengo la menor idea de cómo lo haría. Para empezar no podría
mencionar nuestros verdaderos nombres, me refiero a los que figuran en el
documento de identidad. Yo no me llamo Lidia Gutiérrez.
-Tampoco
yo me llamo Juan Sánchez. No es necesario ni prudente escribir ciertas
autobiografías. ¿Para qué sirven si no las diferentes estrategias del narrador?
¿Acaso somos exhibicionistas para mostrarnos desnudos ante los lectores? ¿Qué
derecho tienen ellos para saber quiénes somos en realidad?
-De
acuerdo. No es necesario que me sigas explicando tus técnicas escriturales.
¿Cómo lo harías vos?
-Escribiría
una novela-ensayo en la que, aprovechando las relaciones amorosas de los
personajes, incluiría fragmentos de lo que nosotros dos hemos vivido. Por
supuesto que mi proyecto es mucho más complicado y original.
-Buena
idea, podríamos trabajar juntos.
-Hace años
que guardo apuntes basados en la creencia de que junto a cada gran hombre hay
una gran mujer.
-Y
viceversa. ¿O no?
-Por supuesto.
Ahora voy a adelantarte algunos de los
protagonistas que estoy investigando. ¿Tenés ganas de escuchar o estás cansada?
-Me
interesa.
-En primer
lugar agruparía a algunas parejas emblemáticas universalmente conocidas.
-¿Emblemáticas?
Qué palabra más tonta, Juan.
-No
importa esa palabra. Digamos simbólicas y representativas. Empezaría por la
relación afectiva que unió a Juan Perón con Eva Duarte.
-¿Fuiste
peronista?
-No,
Lidia, sabés que no lo fui. Después de tantos años sigo amando a Evita, algo
que nunca me pasó con el general. Sobre ellos se han escrito cientos de libros
y docenas de películas, de manera que rápidamente voy a mencionar a otros dúos
amorosos, algunos realmente trágicos. Me refiero a Benito Mussolini y Clara
Petacci, su amante, ajusticiados por los partisanos apenas los capturaron al
final del imperio fascista. Parecido destino tuvieron Adolf Hitler y Eva Braun,
suicidados con veneno en el bunker que los ocultaba también al final de la Segunda Guerra.
Tengo que pensar en lo original que puedo ser si pienso en la infinidad de
biografías y ensayos que circulan sobre estos arquetípicos personajes.
-Estos
últimos no fueron nunca santos de mi devoción.
-Tampoco
para mí. Ahora paso, gozando de tu paciencia, a lo que considero un gran amor,
no el de un dictador y su dama sino el del revolucionario y una mujer singular.
¿Sabés quién fue Tamara Bunke Bider?
-Ni idea,
decime vos que sos el recopilador.
-No me doy
por aludido y continúo con el repaso de mis borradores, por ahora mentales.
Tamara Bunke Bider era el nombre civil de Tania. ¿Te suena?
-No me
digas que así se llamaba la compañera del Che.
-La
historia de Tania todavía está esperando su novela y su película. Era
argentina, hija de alemanes y trabajó, parece, para los servicios secretos de
Rusia, como traductora en Alemania Oriental. En algún lugar conoció a Ernesto
Guevara y desde el primer momento se hicieron cómplices en el proyecto
revolucionario del Che. Como es lógico suponer, Tania ocultó sus desplazamientos
para no ser detectada por los agentes de
inteligencia rusos, chinos y cubanos que andaban tras ella para ubicar a
nuestro compatriota, entonces oculto, disfrazado y con diversos documentos de
identidad apócrifos, viviendo en Praga. En esa ciudad se encontraron en algunas oportunidades y
juntos trazaron la utópica incursión en Bolivia con apenas un puñado de
guerrilleros.
-¿De dónde
sacaste esa información?
-De la
única novela publicada hasta hoy sobre la vida del Che, Los Cuadernos de Praga, de Abel Posse. ¿Sabías que estuve con este
gran novelista?
-¿En
serio? ¿Dónde?
-En
Córdoba, precisamente en octubre pasado. Como yo iba a ser el presentador de su
libro, desayunamos en el Hotel Meridian con periodistas y fotógrafos del diario
La Voz del Interior. Tengo una fotografía que nos tomaron juntos y un ejemplar
autografiado de su libro.
-Te
felicito, pero seguime contando. Sé que a Tania la mataron, pero ignoro cómo
sucedió.
-Tania se
había separado del campamento guerrillero para buscar víveres cuando al cruzar
un río la ametrallaron a ella y a sus compañeros. Semanas después cayó el Che
en una emboscada. El resto lo conocés bien. Muchos años después encontraron los
huesos de los que habían sido amantes, amigos, confidentes y soñadores de una
revolución latinoamericana que jamás fue. Una historia maravillosa si
pudiéramos llamar maravillosa a la tragedia de los héroes populares.
-¿Por qué
no? Aun a pequeña escala todo gran amor tiene algo de trágico. Creo que en
alguno de tus cuentos hablás de ese tema.
-Estoy
seguro de que la grandeza de algunos amores proviene del drama, bien por la
muerte o por la imposibilidad de realizar ese amor. Algo así sucedió con Franz
Kafka y Milena Jesenská. ¿Conocés la
historia?
-No en
detalles, pero esperá un momento que voy a buscar algo de comer en la heladera.
¿Querés?
-Por
supuesto, yo calentaré agua para el café.
-Por lo
que sé, la vida de Kafka es tan apasionante como sus novelas. Contame sobre ese
amor.
-Es uno de
los autores sobre el cual más se ha escrito. Todo en su vida vino mal barajado.
Era judío en una sociedad antisemita a la que en pocos años Hitler daría su
golpe mortal. De origen alemán, escribiría en ese idioma a pesar de haber
nacido en la entonces Checoslovaquia. En su Carta al padre revela la dolorosa relación que mantuvo con éste a
lo largo de su vida. Tuvo una serie de amores traumáticos que lo llenaron de
complejos y de culpas. Padeció la soledad y una enfermedad que entonces no tenía cura, la tuberculosis.
En La metamorfosis y en El proceso expone simbólicamente su
tragedia, encarnándose en personajes que fueron y siguen siendo pasto para
psiquiatras, sociólogos e historiadores.
-Una de
las lecturas que pueden hacerse es que de algún modo profetizó la llegada del
nazismo. ¿Lo ves así?
-Y también
del estalinismo que enlutaría Rusia y numerosos países de Europa central,
aunque algunos de mis queridos amigos marxistas no estén de acuerdo con lo que
digo.
-Contame
sobre su relación con Milena.
-Kafka
conoció a Milena Jesenská cuando ella comenzó a traducir sus novelas del alemán
al checo. Era una mujer joven, casada, atractiva y muy inteligente que llegó a
tocar los abismos más profundos del gran escritor. Según sus biógrafos, Milena
fue entre todas las mujeres que se vincularon con Kafka, su más grande amor
aunque ella jamás quiso separarse de su marido. En una carta a su amigo Max
Brod, Franz dice: Ella es puro fuego,
algo que jamás he visto, un fuego, por cierto, que a pesar de todo sólo arde
para su marido.
-Al final me estás convenciendo, Juan, sobre que sería
mejor vernos una vez al año antes que nunca. Nuestro amor es distinto y
distante pero no tiene el sabor de la tragedia. ¿Ves lo que me pasa? En este
momento me gustaría quedarme a vivir con vos o que vos te vayas a vivir conmigo
a Mendoza. ¿Te parece que soy obsesiva?
-Mientras
seas obsesiva por mí, estás perdonada.
Termino con Kafka y vamos a dormir. En una de sus cartas a Milena, el genio que
en uno de sus libros despierta convertido en un insecto repugnante, le dice a su amor: Los besos por escrito no bastan, se los
beben por el camino los fantasmas. Qué distinto a lo que me sucede con vos,
Lidia, que bebo tus besos directamente de tu boca. ¿No tenés sueño? Yo, sí.
-Juan, no
seas egoísta. Dejame que te cuente algo así como una leyenda de amor que me da
vueltas en la cabeza desde hace años. Tiene que ver con las historias que me
estás contando. Te autorizo a que la incluyas en tu ensayo. Empiezo diciéndote
que no me importa ni voy a preguntarte si la conocés porque necesito volver a recrearla,
esta vez únicamente para vos.
-¿De quién
estás hablando?
-De Simón
Bolívar y Manuela Sáenz.
-Por solo
escuchar tu voz voy a postergar por un rato el sueño y mis deseos de amarte.
Cierro los ojos y te escucho.
-No es la
historia completa sino apenas una síntesis, algo así como la médula de un amor
histórico, trágico y apasionado. Vos sabés que aunque a los argentinos nos molesta reconocerlo, el gran libertador de
América fue Bolívar. Extendió su poder en una región que es cinco veces más
grande que Europa. A pesar de que era un hombre más bien bajo y poco atractivo,
tuvo docenas de mujeres, todas las que deseaba por su poder pero también por su
capacidad para enamorar.
-Si
hubieras vivido en aquel tiempo, ¿hubieras sido una de sus amantes?
-Por
supuesto, Juan, aunque la historia no lo hubiera registrado habría sido aunque
solo por una noche, su mujer. ¿Sentís celos?
-Por ahora
me divierto. Te admiro y te deseo.
-Manuela
Sáenz era hija de una familia de la alta sociedad, que la envió a estudiar a un
colegio de monjas de donde la jovencita, a los 17 años, huyó a caballo con un
joven oficial español. La familia ocultó la vergüenza social casándola con un
hombre mayor que ella, mister James Thorne, que oficiaba de médico entre los
militares que entonces conspiraban contra España en casi todos los países de
América. ¿Me seguís? ¿No estás durmiéndote?
-Soy todo
oídos.
-Desde el
momento en que se conocen y se descubren en una fiesta, Manuela sigue a Bolívar
de un punto a otro de ese ancho mundo colmado de guerras, revoluciones y
traiciones. La lucha por la independencia y sus obligaciones personales los
unen y los separan pero siguen viéndose, amándose, hasta que cansado, enfermo,
traicionado y humillado, Bolívar muere en octubre de 1830. Meses antes se habían visto obligados a
separarse para no verse nunca más. Ella fue expulsada de Colombia por el
gobierno enemigo de su amante y parte
hacia Jamaica en donde también la consideran persona no grata y debe regresar.
Se instala en Paita, al norte de Perú, en una aldea de pescadores donde
sobrevive con sus negras que la seguían fielmente, vendiendo pasteles. Sólo
tiene entonces 38 años pero está envejecida. Sola, pobre y olvidada permanece
en el mismo lugar durante décadas hasta que una epidemia de difteria arrasa con
todos los pobladores de Paita, incluyéndola a ella y sus queridas sirvientas,
amigas y protectoras negras. Tenía a su muerte 50 años. Sus restos, arrojados a
una fosa común, jamás fueron encontrados. Para entonces, en Caracas, su amado Simón
yacía en un mausoleo de bronce, venerado por su pueblo. Fin de la historia.
-¿Qué
pasa, Lidia? ¿Estás llorando?
-Qué
espantoso y que injusto sería, Juan, que si yo muriera no pudieras llegar a
tiempo para despedirme.
- No
hablemos de muertes. Con lo de hoy ya es suficiente. Vení, vamos a la cama.
Es difícil
que exista una persona que no haya experimentado el fenómeno conocido como
coincidencia y al que los científicos modernos denominan sincronicidad, sucesos
de la vida ordinaria que parecen superar a la más fértil imaginación. Caos,
azar, sincronía son palabras que pueden conducirnos a cientos de libros y
revistas especializadas cuya lectura resultará tan atractiva como el más
sabroso libro de ciencia ficción.
Lo que
también es verdad es que no todos los días nos encontramos experimentando
alguno de esos (por ahora, para nuestra ignorancia) inexplicables fenómenos. Uno de estos
apareció en la edición del sábado 20 de enero del 2001 del diario “La Voz del
Interior”. En la página 5 C se publicó el cuento Idilio de Guy de Maupassant,
y el mismo día, en la página 4 A una noticia sobre inmigrantes dominicanos que
permanecieron once días a la deriva hasta que fueron rescatados y obligados a
regresar.
¿Por qué
extraña coincidencia, azar o casualidad en ambos textos, uno literario y otro
periodístico, lo que allí se narra pareciera ser la misma y antigua historia de
supervivencia relacionada con el primero y más amoroso de todos los alimentos?
Después de
que leas las páginas que siguen podrás sacar tus personales conclusiones. No es
necesario creer o no creer para que cualquiera de nosotros se encuentre, de
repente, frente a lo desconocido maravilloso. Si no alcanzamos a comprenderlos
o justificarlos, podemos al menos gozar los sucesos como pura literatura, y
continuar viviendo en paz.
Versión libre y resumida del cuento
“Idilio” de Guy de Maupassant.
En el tren
que acababa de salir de Génova rumbo a Marsella, una mujer robusta y un hombre
joven viajaban frente a frente en el último vagón, mirándose por momentos pero
sin hablarse. La mujer, de aproximadamente 25 años, iba sentada junto a la
ventanilla, observando el paisaje. Era una campesina piamontesa de ojos negros,
pechos abultados y rostro carnoso y rosado. Había metido debajo de su asiento
algunos paquetes y sostenía sobre sus rodillas una cesta.
El joven
no tendría más de 20 años, era flaco, alto y curtido, con el típico color en la
piel de las personas que cultivan la tierra a pleno sol. A su lado llevaba su
única fortuna, un par de zapatos, una camisa, unos pantalones y una chaqueta.
También él había ocultado algo debajo del banco de madera donde esta sentado: una
pala y un azadón, atados con una cuerda. Viajaba a Francia en busca de trabajo.
El sol
ascendía lentamente en el cielo derramando su luz sobre la costa, en esos días
de mayo en que se esparcían por el aire los deliciosos aromas de naranjos y
limoneros en flor. Sus perfumes dulzones, fuertes e inquietantes se mezclaban
con el hálito de las rosas que brotaban por todas partes como hierbas
silvestres a lo largo de las vías. El aire, una golosina sabrosa como el vino
que embriaga, penetraba en los vagones por las ventanillas.
El tren se
desplazaba lentamente, se detenía en estaciones pequeñas rodeadas por unas
pocas casas blancas y enseguida echaba a andar haciendo sonar su silbato. Nadie
subía en esas paradas, como si el mundo entero estuviese dormitando en aquella
cálida mañana de primavera.
La mujer,
por momentos dormitaba pero abría rápidamente los ojos apenas sentía que la cesta
comenzaba a deslizarse sobre sus rodillas. El sudor cubría su rostro y
respiraba con dificultad, como si la afectara una opresión dolorosa. El joven,
como buen campesino, dormía plácidamente.
Súbitamente,
al arrancar el tren de una solitaria estación, la mujer salió de su entresueño,
abrió la cesta y sacó un pedazo de pan, huevos duros, ciruelas y una botella de
vino, y se puso a comer.
También el
joven se había despertado bruscamente. Miraba a la mujer siguiendo con la vista
el movimiento de cada bocado, desde la cesta a la boca voraz. Fijos sus ojos,
cruzado de brazos, hundidas las mejillas, cerrados los labios.
Ella comía
con gula, bebiendo a cada instante un sorbo de vino para ayudar a pasar los
huevos, y de cuando en cuando suspendía la masticación para dejar escapar un
suspiro de alivio.
Se comió
todo: el pan, las ciruelas, los huevos, el vino. Apenas ella terminó de comer,
el joven cerró los ojos por un instante pero, súbitamente, volvió a mirar en el
preciso momento en que la joven, sintiéndose apretada, se aflojó el corpiño.
Sin
preocuparse por los ojos que la estaba observando, la mujer siguió
desabrochándose el vestido. La fuerte presión de sus senos apartaba la tela
dejando ver, por la abertura creciente, algo de la ropa interior y una porción
amplia de su escote. Dijo:
-Hace
tanto calor que no se puede respirar.
El joven
le contestó con el mismo acento piamontés:
-Es
un hermoso día para viajar.
Ella le
preguntó:
-¿Es usted
del Piamonte?
-Soy de
Asti.
-Y yo de
Casale.
Entonces
eran vecinos, de lugares cercanos y esta circunstancia los animó para iniciar
una conversación. Hablaron de sus pueblos, de sus vecinos, citaron nombres que
revelaban a personas conocidas por los dos y también algunos enemigos comunes.
La amistad y la confianza iban creciendo; hasta decidieron hablar de sí mismos.
Ella
estaba casada y había dejado a tres de sus hijos al cuidado de una hermana
porque había encontrado una colocación como nodriza en casa de una buena señora
en Marsella.
Él iba en
busca de trabajo a la misma ciudad. Le habían dicho que por allí lo encontraría
pues se edificaba mucho.
Hubo un
momento de silencio. El sol que caía a torrentes sobre el vagón hacía que el calor se tornara
insoportable. Volvieron a dormirse pero se despertaron casi al mismo tiempo en
el preciso momento en que el sol descendía hacia la superficie del mar azul
iluminándolo con infinitos destellos de luz. Había comenzado a refrescar.
La
nodriza, con el corpiño abierto, las mejillas húmedas y rosadas, exclamó con
voz cansada:
-Desde
hace mucho no he dado el pecho y me siento mareada, como si fuera a desmayarme.
El joven
continuó mirándola, sin saber qué decir. Ella prosiguió:
-Con la
cantidad de leche que yo tengo es suficiente para dar de mamar más de seis
veces al día. Me siento molesta, como si llevase un peso sobre el corazón que
me impide respirar. Es una desgracia que mi leche sea tan abundante.
El
muchacho murmuró:
-Sí, es
una desgracia. Debe molestarle mucho.
Daba la
clara impresión de que la mujer estaba enferma, cansada y como a punto de
desfallecer. Dijo con voz suave:
-Con solo
apretar un poco, la leche sale como de una fuente. Es un espectáculo curioso.
Aunque le parezca increíble, todos los habitantes de Casale venían a verlo.
-¿Ah, sí?
–exclamó el joven. No sabía cómo continuar la conversación.
-Tal como
le digo. Podría demostrárselo pero con eso no conseguiría mucho. De esa forma
no sale la cantidad de leche que necesitaría para aliviarme.
El tren se
detuvo en una de las estaciones. Junto a la barrera estaba una mujer con un
niño pequeño que lloraba en sus brazos.
Dijo la nodriza:
-Mire a
esa pobre mujer. Cuánto podría yo ayudarla si su hijo pudiera beber de mis
pechos. El niño calmaría su hambre y su llanto y para mí sería como darme una
nueva vida.
Hizo
silencio mientras limpiaba el sudor de su frente con un rústico pañuelo.
Empezó a quejarse lastimosamente:
-Creo que
me voy a morir. No aguanto más.
Con un
rápido manotazo abrió completamente el
corpiño. Surgió el pecho derecho, enorme, tenso, con su pezón moreno.
-¡Ay, Dios
mío! ¿Qué voy a hacer?
El tren se
había puesto otra vez en marcha siguiendo su camino por entre las flores que
expandían su aroma en el tibio atardecer. Un barco de pescadores permanecía
como dormido sobre el mar azul, con sus blancas velas inmóviles reflejadas en
el agua.
De pronto,
el joven, completamente confundido y avergonzado, dijo:
-Señora…si
usted me lo permite…perdóneme, yo podría aliviarla.
Ella dudó
un instante y le contestó, con su voz entrecortada por la emoción:
-Desde
luego. Si es usted tan amable podría hacer un gran favor. ¡Dios mío!, no puedo
resistir más.
De
inmediato el joven se arrodilló delante de ella. La mujer se inclinó,
acercándole con gesto de nodriza su pezón moreno. Al tomarlo entre sus manos
para ponerlo en la boca del hombre,
apareció en la punta una gota de leche. Se la bebió con avidez y como si fuera
un niño recién nacido comenzó a succionar la pesada y abundante teta. Abrazaba a la mujer con sus brazos por la
cintura, apretándola para aproximarla más. Bebía a tragos, lenta, regularmente,
con movimientos acompasados de su cuello, como hacen las criaturas.
Ella lo
interrumpió para decirle:
-Está bien, ya me he aliviado bastante de ésta.
Tome la otra.
El joven
obedeció, tomando del otro pezón. La nodriza había puesto sus manos sobre la
espalda del ávido glotón y respiraba profundamente, con visible felicidad,
saboreando el aroma de las flores del campo que traía el aire por las
ventanillas.
-Me siento
aliviada, gracias a la Virgen.
El hombre
continuaba bebiendo de aquel manantial de carne con sus ojos cerrados, como
para saborear mejor. Ella lo apartó con suavidad:
-Basta,
por favor, ya estoy bien.
Se
incorporó el muchacho, limpiándose la boca con el revés de su mano.
Al mismo tiempo
que volvía a guardar dentro de su corpiño sus generosos senos, ella dijo:
-Se lo
agradezco mucho, señor. Me ha hecho usted un gran favor.
El joven
campesino de Asti le contestó:
-Soy yo
quien debe darle las gracias, señora.
Llevaba tres días sin probar bocado.
De los
ojos de la mujer brotaron lágrimas:
-Yo hace
siete días que perdí a mi hijo.
Una mujer amamantó a 16 náufragos.
“Una mujer
dominicana de 33 años, miembro de una expedición de inmigrantes a Puerto Rico y
que había dado a luz semanas atrás, amamantó a las siete mujeres y nueve
hombres con quienes estuvo once días a la deriva.
Según el
periódico dominicano “Listín Diario”, Maribel Taveras –quien en el viaje iba
acompañada de su esposo- animó a los ocupantes de la embarcación a tomar leche
de sus pechos cuando habían perdido toda esperanza de ser rescatados.
“No tengan
vergüenza, no nos vamos a dejar morir”, dijo la mujer a sus compañeros, quienes
se reponen de las quemaduras solares, los problemas gastrointestinales y la
deshidratación sufrida durante la travesía.
Las
provisiones de agua y alimentos se acabaron al tercer día, aunque en jornadas
posteriores consiguieron recoger algo del líquido elemento, en unas bolsas de
plástico, procedente de los aguaceros que cayeron, mientras que otros probaron beber del mar.
Para
mitigar la ansiedad provocada por el hambre y la sed, Maribel Taveras aseguró
que se prestó a que sus 16 compañeros de aventura mamaran de sus pechos.
La “yola”
(embarcación rudimentaria usada por los emigrantes clandestinos) con los l7
extenuados náufragos fue hallada el pasado 13 de enero por los equipos de rescate de la Marina de Guerra en las
costas de Nisibón, 11 días después de que zarparon.
Más de la
mitad de los tripulantes tuvieron que ser hospitalizados, mientras que los
restantes fueron trasladados al Palacio Nacional de la Policía, en Santo
Domingo, para ser interrogados.
Los
familiares de los rescatados pidieron a las autoridades que les concedan la
libertad porque su único delito era tratar de buscar una vida mejor para los
suyos.
El miedo a
ser descubiertos por una avioneta de la Guardia Costera puertorriqueña y las
fallas en la brújula –a las pocas horas de zarpar- fueron las causas por las
cuales la embarcación perdió el rumbo en el Océano Atlántico”.
-Le
agradeceré si en esta reunión usted puede ampliar algunos conceptos sobre el
Tiempo y el Caos, dos temas que me resultan muy interesantes en la misma medida
en que algo voy aprendiendo sobre ellos.
-La
cuestión es que no vayamos a meternos en un laberinto sin salida. No es fácil
abordar asuntos que escapan rápidamente al menor intento de aprehensión.
-Eso no
significa que no podremos intentar un
ensayo de aproximación.
-En todos
los casos, Juan, en todos los temas y situaciones, hay que hacer el esfuerzo y
no darse por vencido antes de tiempo. La intención nos predispone para abrir
nuevos estados de conciencia que posibilitan el discernimiento. Esta es la
palabra que está más allá de toda lógica. ¿Qué otro sentido han tenido tus idas
y vueltas desde hace años para entrevistarte conmigo y con otros preceptores de
la Comunidad?
-Es
verdad. Desde largo tiempo tengo el
privilegio de conocerlo a usted. He recibido enseñanzas que cualquier hombre o
mujer desearía recibir. Soy testigo de algunas de sus revelaciones que guardo con mis votos de silencio, aunque
también sigo esperando que llegue el momento en que se cumpla la promesa que
usted me hizo hace tiempo.
-Ese
compromiso de viajar juntos a conocer un determinado lugar para que conozcas en
directo algunos de los frutos de la Obra que estamos construyendo, no ha sido
olvidado. Por ahora y quién sabe hasta cuándo, tu obligación es continuar
recibiendo un entrenamiento de tal envergadura que te hará destinatario de una
tarea que justificará tus mejores pretensiones como escritor. O tal vez no sea
así. Dependerá de vos.
-No
desearía hablar sobre mi fidelidad, aunque la practico hasta los límites
razonables, como usted nos ha enseñado.
-Está bien
eso de que uno jamás debe referirse a sus votos, a sus compromisos de vida
consigo mismo y con la Divina Madre. De manera que aclarado el punto, digamos
algo sobre el Tiempo. ¿Está bien?
-Está
bien, señor, lo escucho.
-Una
secuencia de Tiempo, mi querido Juan Sánchez, es un concepto relativo de la
mente humana.
-¿Por qué
dice relativo?
-Porque el
Tiempo es uno, es indivisible y sólo puede percibirse como un eterno ahora.
Procurá pensar en los minutos que pasaron y de ahí a las horas, semanas, meses
y años y comprobarás que tu percepción del tiempo se ha diluido y apenas quedan
residuos en tu memoria. Esas secuencias brevísimas o extensas de lo que creemos
es el Tiempo, es un concepto relativo, fácilmente comprensible.
-Y sobre
el tiempo futuro, ¿qué podría decirme?
-En el
futuro sólo hay incertidumbre. Nuestra mente se proyecta por sus hábitos de
aprendizaje hacia el devenir pero carece de una real percepción porque, vuelvo
a decirte, el Tiempo es indivisible.
-¿Usted
quiere decirme, entonces, que el Tiempo no es otra cosa que una ilusión producida
por sucesivos estados de conciencia?
-Así es.
Percibimos el Tiempo como una línea progresiva de infinitas causalidades. De
este modo presente, pasado y futuro son medidas de tiempo relacionadas con el
plano de lo manifestado.
-Entiendo
lo que usted dice, pero no tengo en claro cómo podríamos penetrar y permanecer
en el Tiempo real.
-Parece
que ese logro no es tan fácil. Te imaginarás qué lejos está el hombre común de
semejante posibilidad. Es necesario adquirir la conciencia de Sí-Mismo para
descubrir la conciencia del Tiempo como Eternidad.
-Cuya
misteriosa puerta es el eterno presente. Usted me lo ha dicho en otras oportunidades.
-Así es, Juan. Como bien definió Tomás de Aquino
en su libro Sobre la Eternidad del
Mundo: Nada hay en el tiempo sino el ahora.
No es una simple definición ni un mero concepto para repetir mecánicamente. En ese instante sin instante,
en el ahora que no empieza ni termina nunca, está el punto indivisible donde
los místicos se encuentran a sí mismos, colisionan con la divinidad y se hacen
Uno con Ella. En diferentes lenguas este estado de gracia se llama satori en
japonés, samadhi en sánscrito, arrobamiento en nuestro idioma.
-Lo que
usted dice se refiere a lo que está del otro lado de todo fenómeno.
-Por
supuesto. En el noúmeno, en la esencia
del Ser, más allá de las percepciones ilusorias de Maya, el concepto de Tiempo
carece de identidad.
-Sin
embargo, señor Valentín, el tiempo es mensurable.
-¿Quién lo
niega? De este lado tenemos los relojes, los calendarios, los giros de la
Tierra sobre su eje y alrededor del Sol, la inclinación del eje del planeta que
produce las estaciones, las variaciones del clima. Tenemos también la vida, del
nacimiento a la muerte, la cultura, la memoria, la historia.
-Pero eso
no tiene nada que ver con el Tiempo real. ¿Verdad?
-Nada que
ver. Son medidas, magnitudes, fragmentos, secuencias del tiempo fenoménico,
este mismo, en el que hasta este momento
permanecemos.
-He leído
que los hindúes formulan ideas sobre el tiempo cósmico que son asombrosas. ¿Qué
dirá la ciencia académica a propósito de esas magnitudes?
-Existen
conocimientos que son anteriores a nuestra época en cientos de miles de años.
Algunas cifras parecen desmesuradas, como el denominado Día de Brahma, un período de
2.100 millones de años, que corresponde a uno de los ciclos de la manifestación
que es reemplazado por una Noche de Brahma
de igual duración y que corresponde a un período de reposo y disolución. Al
despertar de ese primer día y esa primera noche, se inicia nuevamente el
proceso que dura 100 días y 100 noches cósmicas que los maestros de la India
identifican como una Edad de Brahma.
-Es increíble.
Qué infinitamente mínima parece la vida de un ser humano frente a semejantes
cifras.
-No
olvidés lo que dijimos hace un momento, que toda secuencia de tiempo es un
concepto relativo de la mente humana. A esos números podemos oponer otros de
tal modo que la vida de un hombre no parezca ni tan breve ni tan limitada.
¿Recordás nuestras aproximaciones a la física cuántica?
-Por
supuesto.
-En el
microuniverso, el tiempo de vida de una partícula subatómica puede llegar a ser
una fracción de miles y millones de veces de un segundo. Es posible que el
hombre sea un punto intermedio entre una
Edad de Brahma de 2.100 millones
de años y la duración de una micropartícula cuya existencia es absolutamente
incomprensible para nuestra razón. ¿Qué te parece?
-Increíble.
Parecen datos sacados de una novela de ciencia ficción.
-Tenés
razón, aunque yo creo que los datos de la ciencia objetiva van a veces más allá
de cualquier especulación, fantástica o científica. Esto no le quita méritos a
los visionarios del nivel de Arthur Clark, Isaac Asimos, Philip Dick, y otros.
-¿Usted
está de acuerdo, señor Valentín, en que algunos de estos grandes escritores son
los profetas de nuestra Era, así como lo
fueron otros en los tiempos bíblicos?
-Completamente
de acuerdo. Los escritores anuncian, van despejando el camino de la indagación
científica que hará su aporte en el momento
apropiado.
-A
propósito, señor, usted en algún momento ha sugerido que yo podría llegar a ser
el transmisor de algo así como una profecía,
una revelación. ¿Cuándo sabré que habrá llegado el momento de conocerla
y hacerla pública?
-Ese
momento no es ahora. Si te parece bien, cambiando de tema, y como tenemos
todavía unos minutos disponibles, hablaremos
sobre lo cual has estado leyendo últimamente. Pero antes vamos a
servirnos otra taza de café.
-Muchas
gracias. Sí, he leído varios libros y por supuesto que también he practicado
algunas meditaciones sobre el famoso Caos, aunque siempre me resulta más claro
y comprensible cuando usted me lo explica
y me hace una síntesis, de la
cual tomo nota, con su autorización.
-Así es,
Juan. Es necesario contar con apuntes breves, claros y concisos sin los cuales,
precisamente, el conocimiento se agrupa
desordenadamente en nuestra base de datos. Es lo que les sucede a los
verdaderos ignorantes.
-¿Quiénes
son? ¿No seré yo uno de ellos?
-Son los
que saben poco y porque saben poco creen que saben mucho. No es tu caso, Juan,
pero siempre es bueno tomar precauciones y permanecer alerta.
-Tiene
razón, señor. A veces me siento algo así como el dueño de numerosos saberes y
en otros momentos creo ser el más ignorante de todos sus discípulos. No es
orgullo ni falsa modestia, créame.
-Te creo.
-Entonces
explíqueme que entiende usted por Caos.
-Contrariamente
a lo que el común de la gente cree, el caos no existe.
-¿Cómo que
no existe?
-El
Caos (con mayúscula) es una forma sutil,
delicada y elusiva del orden. El caos, tal como es percibido por la mente
común, no existe. Sólo podemos comprenderlo desde una dimensión superior. En
este universo existen diferentes dimensiones, distintos niveles de orden que
permanecen entrelazados y plegados sobre sí mismos. Pero ese universo jamás
está quieto. Es un mundo dinámico al que sólo le basta un pequeño cambio,
un hecho incidental, para hacer que
cualquier sistema se torne caótico o convertir ese caos en un mundo ordenado.
¿Está claro?
-No tanto
como yo quisiera, aunque voy siguiendo atentamente sus explicaciones. En este
punto, ¿qué relación existe entre la creatividad y el caos?
-Buena
pregunta, Juan. Justamente, la creatividad en todos los órdenes, científicos,
artísticos, literarios significa extraer fragmentos del caos y convertirlos en
un nuevo orden. Por eso no es correcto pensar que el creativo saca algo de la
nada. El caos no es la nada ni algo
semejante. Es una actitud soberbia creer que uno puede sacar algo de la
nada, como si fuera un dios.
-¿Nada
sale de la nada?
-Exactamente.
Todos los seres y las cosas están interconectados. El universo entero es una
red de fenómenos interdependientes, una trama vasta y dinámica de sucesos que
se conectan unos con otros. Y no olvides, Juan, que ninguno de esos sucesos es
una entidad fundamental. Es lo que se desprende de la teoría del caos que
distintos científicos explican a su manera desde la óptica de sus
especialidades.
-Eso
significaría que la creatividad no es algo que aparece por primera vez. ¿Lo que ahora descubrimos estuvo antes
guardado, plegado, aguardando otras
conexiones?
-La
creatividad en un primer momento, se
conecta con lo que había antes del intento; en el segundo movimiento se interna
en lo desconocido (podríamos llamarlo el caos), toma una parte de lo que allí
descubre y, en el tercer movimiento, vuelve a su dimensión original para conectarla con lo conocido.
-Me parece
complicado para quien pretenda convertirse en un espíritu creativo, en un
descubridor, en un transgresor.
-No es tan
complicado si en el instante del acto creativo dejás fuera los bloqueos de tu
mente racional y te impulsás con todas la fuerza de tu imaginación, con el
poder del más puro instinto renovador.
-El
pensamiento es enemigo de la creatividad, dijo Ray Bradbury.
-Esa es
una formidable definición. Me agrada. No es por una disposición lógica que se
genera la creatividad sino mediante la pura contemplación. Por eso algunos
científicos, hombres de negocio y artistas practican la meditación, tal cual nosotros mismos lo hacemos. ¿De acuerdo?
Estas son ideas simples y fundamentales sin las cuales la cultura no tendría
posibilidades de renovación. Seguiríamos siendo hombres de las cavernas.
-Lo tendré
en cuenta, señor Valentín. Gracias.
-¿Dónde estás
parando?
-En el
Hotel Las Cascadas.
-¿Qué tal
las comidas y postres de la señora Aída?
-Tanto
ella como su hija Liz son buenas cocineras y afectuosas anfitrionas.
-¿Viajarás
esta noche? El camino hasta Villa General Belgrano no está en buenas condiciones.
-Por eso
mismo viajaré mañana, muy temprano. Lo veré el mes próximo, pero antes lo
llamaré por teléfono para convenir la hora y lugar. Además, hablaré con usted
por un asunto que ha quedado pendiente.
Querida
Lidia: Después de tu llamada telefónica, te imaginarás que no pude dormir. Solo
pude hacerlo en plena madrugada, una hora antes de tener que levantarme para ir
a trabajar. Ya habíamos hablado sobre tus problemas de salud, pero jamás
imaginé que sucediera lo que me has contado. Supongo que estarás en manos de
buenos médicos y que tendrás el apoyo de tu familia. Ahora no nos resultará
fácil comunicarnos, en parte por las razones estúpidas que ambos conocemos. Te
enviaré mis cartas al lugar habitual y si tuvieras algo urgente para comunicarme,
no dejes de pedirle a Mirta que lo haga por vos.
Anoche me
pediste, me obligaste a prometer, que por ninguna razón dejara de seguir
trabajando en el ensayo sobre la relación de hombres y mujeres en algo así (lo
habíamos definido con una pizca de ironía) como un Tratado sobre los Doce Rayos
del Amor. No pienses que voy a ponerle ese título al que mis amigos incluirían,
sin titubear, en la sospechada corriente New Age. De lo que sí estoy seguro es
que no avanzaré una página hasta que no estés restablecida y pueda leerte mi
trabajo página a página como lo hice tantas veces.
Después de
que hablamos por teléfono, en mi largo insomnio, repasé lo que sería nuestra biografía secreta, la que sólo podrá ser conocida si yo
usara los mejores trucos de la literatura. ¿Cómo lo haría? La vaga idea, que
está dándome vueltas por la cabeza, es armar una especie de colage con
fragmentos de mi vida, mis relaciones y escritos, mi familia y amigos,
curiosidades y argumentos de cuentos todavía en borrador, un extracto de cartas
enviadas y recibidas y todo lo que en conjunto sugiera la idea de un caos
desplegado y puesto en orden.
En medio
de esas páginas iré intercalando lo que he recordado, especialmente cuando
estoy solo, sobre algunos de los momentos que vos y yo hemos compartido. Por
ahora es un simple proyecto que necesito madurar aunque desde ya sé que esta
carta será uno de los capítulos de mi libro, mejor dicho: uno de los
fragmentos.
Anoche,
como ocurre muchas veces con las ideas que súbitamente nos llegan vaya a saber
desde dónde, recordé la frase final de una carta que le envió Gustave Flaubert
a su discípula y amante Louise Colet, en la que le dice: Me humillas con la grandeza de tu amor. No he podido apartar de mí
la certeza de que yo también me siento así respecto de vos. Tal vez esté en
este momento descubriéndote en aspectos que antes, por necio o por egoísta, no
supe ver en nuestra relación. Has tenido más valor, osadía y fidelidad que yo
para sostener nuestro vínculo más allá, incluso, de la prudencia. Espero tener
la oportunidad de decírtelo personalmente para que me mires con esa expresión
mezcla de asombro y simpatía picaresca cuando te lo confiese. Ya me parece
escucharte cuando me digas, pero qué te ha sucedido, mi querido Juan Sánchez,
para que hayas superado tus temores y escrúpulos, tus virajes por la tangente
para decirme que sí, que ahora me amás.
Como
acostumbro a hacerlo en mis escritos literarios, es posible que lo mejor de mí
haya fluido hacia vos enmascarado, más en actos que en babosidades sentimentales.
Sé que no te gusta esa expresión pero todavía no encontré otra que sea un poco
más delicada. Si leés atentamente esta carta, vas a descubrir implícita en
algunas líneas, mis actos de amor hacia vos, muy específicamente en los apuntes
que voy a transcribirte y que tienen que
ver con lo que decíamos la última vez que estuvimos juntos, hace más de tres
meses, en mi departamento. Habíamos quedado en las parejas públicas y notorias
que ya están configuradas en cientos de libros. Nos faltaba echar una mirada a
hombres y mujeres que llegaron a la cima del amor humano mientras compartían la
búsqueda de lo sagrado.
De algunas
de esas parejas tengo mayores datos que sobre otras. Pensemos, por ejemplo, en
Jesús y María de Magdala, a quien la
iglesia católica le atribuye el rol de puta pública mientras que las escuelas gnósticas
y la teosofía le asignan dones tales como belleza, inteligencia, clarividencia,
suprema feminidad mística. ¿Sabías que hasta el Concilio de Micenas en el siglo
VI recién la Iglesia admitió la existencia sagrada de María, la madre del
revolucionario judío? Debieron pasar otros mil quinientos años para que,
paralela a la emancipación de la mujer, apareciera el culto Mariano. Tengo mis
sospechas sobre el grado de amor que mantuvieron María de Magdala y Jesús. En
uno de los evangelios gnósticos
atribuido a Tomás, se comenta esta escena: estando reunidos, como era habitual
con su grupo, uno de los discípulos le dijo al Maestro: ¿por qué siempre la besas
en la boca? Con la condescendencia, tolerancia y paciencia con la que imagino
que el joven galileo trataba a sus seguidores, Jesús le respondió: Ustedes
jamás me van a comprender.
¿Quién
podría afirmar o negar que Jesús y María Magdalena hicieran el amor como era
costumbre consagrada entre los judíos de aquel tiempo? A la mayoría de los católicos y protestantes
les molesta que se hable de este asunto que hoy podemos abordar sin el temor de
que nos torturen y quemen en la hoguera. Pero si es verdad que se amaron en
cuerpo y alma no hay escena más bella
que la descripta por José Saramago en El
Evangelio según Jesucristo. Si vos, Lidia, o cualquier otro me preguntara
si yo seguiría a ese Jesús, le diría que sí. No porque ame a una mujer
sexualmente sino porque sería camarada de un líder de carne y huesos, un hombre
revolucionario, sanguíneo, sumido en crisis íntimas y en descubrimientos, en
percepciones del cielo y del infierno, con una brutal carga de humanidad que lo
hace más auténtico que el fetiche que nos estuvieron vendiendo durante dos mil
años.
Hace
tiempo, alguien, no recuerdo en este momento quién, me contó una anécdota
referida a Francisco de Sales y Juana de
Chantal, ambos canonizados por la iglesia católica. Ella fue su discípula y él
su maestro y confesor, el mismo que le tomó los votos de renuncia perpetuos para que la joven se
convirtiera en monja de clausura de por vida. Pienso que no sería fácil
despedirse así de la mujer que uno ama, admira y siente como lo visible
femenino de uno mismo, la parte que nos falta para ser un hombre completo.
Frente a esa escala del amor, uno no puede dejar de contemplarse como un simple
mortal, avaro de la carne y posesivo como cualquier animal. Aquí pondré la
frase que vos pronunciarías en este momento. Dirías: Juan, yo me siento feliz
siendo una mujer más hija de la Tierra que del Cielo, como había dicho tu
admirado Teilhard de Chardin.
Esta es
una carta y no un diálogo entre vos y yo pero, aún así, no podré evitar que se
cuelen algunas de tus graciosas respuestas. Nunca te pregunté si habías visto
la película de Franco Zefirelli, Hermano
Sol, Hermana Luna que retrata parte
de la vida de San Francisco de Asís y Clara, que en su juventud fueron novios.
Francisco tuvo un grave desencuentro con su padre, un rico comerciante que
preparaba a su hijo para que continuara con sus negocios. Pero el hijo encontró
su Camino, tan drásticamente como cuando ante la ira y sorpresa de su padre, se
despojó de sus ropas y las arrojó al suelo, en señal de renuncia y abandono
completo a la voluntad de su Dios. Como
la utopía de Gandhi, la obstinación de Henry David Thoreau en instalar su
libertad y no la violencia social, como la desesperación de León Tolstoi
abandonando sus títulos de nobleza y sus campos para seguir los impulsos que lo
guiaban a la divinidad, sabemos que el pobrecillo de Asís vivió hasta su muerte
procurando imitar a Jesús en su extrema pobreza. Clara renunció, al igual que
su amor de juventud, al esplendor del mundo y se convirtió en monja, nada menos
que en la iniciadora de la orden franciscana para mujeres.
Cualquiera
puede tener a su lado a un hombre o a una mujer, pero son pocos los que logran
convertirse en lo que fueron Francisco y Clara o Francisco de Sales y Juana de
Chantal. Por supuesto que nos estamos refiriendo a un orden supremo de
establecer una relación en el arte de amar. ¿O no?
Quisiera
tener el poder mágico suficiente para estar
junto a vos, mientras estés leyendo esta carta. ¿Con cuál de esos
personajes creerás que estoy identificándome? Pues con ninguno porque vos y yo
somos, en otra dimensión, en otro tiempo y lugar, una pareja poco común. ¿A
quién seguimos? Pues a nadie más que a nosotros mismos si no fuera que esta expresión es demasiado
ambigua y limitada. Sin embargo, sobre la simple base de carne y sangre, sudor
y sexo, amistad y constancia en una mutua admiración, hemos agregado trozos de
experiencias que otros desconocen o desprecian. Tal vez nos esté ocurriendo
algo parecido al seguidor de utopías, aquel que fija como meta lo imposible.
Aunque no alcance jamás el horizonte que corre delante de él llegará, sin
dudas, más lejos que el común. ¿Hasta dónde llegaremos nosotros, Lidia?
Ayer
interrumpí esta carta casi a la medianoche. Vi el último noticiero en la
televisión y me dormí profundamente. En
este momento estoy agregando otros apuntes que tenía preparados sobre dos
personajes de la espiritualidad de la India de los que vos y yo hemos hablado
en varias oportunidades. Hace varios años, cuando yo tenía 22 y vos ni siquiera
eras un proyecto de vida para venir a este mundo aunque estabas señalada por la
predestinación para amarme (sos un soberbio insoportable, Juan, me dirías
sonriendo) una amiga que jamás volví a ver, una compañera del secundario, me
prestó Peregrinación a las Fuentes,
de Lanza del Vasto, un siciliano que viajó por el Ganges en busca de Vinoba,
entonces un conocido gurú de muchos occidentales. Ya ni recuerdo lo que decía
el libro, pero jamás podré olvidar que fue mi primera puerta hacia la filosofía
de Oriente. Poco tiempo después tuve en mis manos el Evangelio de Ramakrishna que por años leí con devoción, la misma
que no ha disminuido con el paso de los años.
Según las
viejas tradiciones hindúes, Ramakrishna fue prometido en matrimonio, cuando
todavía era un niño, con Sarada Devi, de su misma edad. Llegada la adolescencia
fueron oficialmente consagrados como esposos. El joven Ramakrishna le dijo
entonces a su flamante cónyuge que si
ella así lo deseaba, él sería su carnal marido y cumpliría con los mandatos que
se han mantenido intactos durante miles de años en la India. La adolescente
Sarada, por mandatos de su conciencia o porque adivinaba ya el destino de
grandeza de su esposo, prometió consagrarse como esposa-monja sin pedir nada a
cambio.
La vida y
obra de este gran Maestro son conocidas por millones de personas, entre las
cuales humildemente me cuento, sostenido por una admiración que permanece hasta
hoy, como dije antes. Leyendo el Evangelio descubrí los rudimentos de la
renuncia, de la libertad primera y última, como diría Krishnamurti en uno de
sus libros, el amor a Dios expresado en la adoración de su aspecto femenino,
invocando desde entonces a la Divina Madre del Universo, como leíste en los
siete apuntes sobre la meditación que puse en tus manos muy poco tiempo después
de que nos conociéramos.
Para Sri
Ramakrishna, su esposa-discípula Sarada Devi era la encarnación de la Santa Madre , la Divina Shakti.
Cuando en 1886, el maestro muere de un cáncer a la garganta, ella le sobrevive
por más de treinta años. Se cuenta en los Evangelios que después de la
cremación del cuerpo de su esposo, Sarada Devi se quitó los adornos, como hacen
las viudas en la India ,
según la tradición. En ese momento tuvo una visión de su esposo quien le dijo: ¿Qué estás haciendo? Yo no me he ido,
solamente he pasado de una habitación a otra.
Los
numerosos discípulos que vivían no sólo
en Asia sino también en Europa y
América, la consagraron como guía de la
Ramakrishna Mission. Aquella diminuta mujer que se dedicó con devoción y en
permanente silencio al servicio de su esposo-maestro, se transformó en la firme
guía espiritual de cientos de miles de discípulos que continuaron
multiplicándose hasta hoy.
Para
alcanzar semejante estadio frente al cual uno se sentiría como un simple pastor
de cabras contemplando los Himalayas, vienen a mi mente las palabras del
Maestro desconocido (te prometo referirme a él en otro momento) que dicen: Los vínculos de sangre, las ligaduras familiares, el ansia de revivir la carne,
deben ser superados; todo lazo que una a otros seres y a las cosas deberá ser
quebrado. Terrible frase para el hombre y la mujer que ni siquiera imaginan
que podrían alcanzar otros vínculos mucho más profundos e inalterables.
¿Qué estás
pensando? No me llegan los sonidos del silencio de tu mensaje. ¿Estás ahí, Lidia?
La lista
de las parejas mujer-varón que han superado los imanes del Abismo son muchas, aunque por hoy nos daremos
por satisfechos, agregando un último
ejemplo, el del Swami Vivekananda y Sister Nivedita. Narendranath Dutt, que con
su consagración pasaría a llamarse Vivekananda, conoció a Ramakrishna cuando
era un atlético y joven estudiante universitario. Frecuentó a quien poco tiempo
después sería su Maestro, con
curiosidad y desconfianza,
manteniendo algunos encuentros iniciales en los que el joven intelectual se
mostraría arisco y agresivo frente a la calma y a la amorosa paciencia de aquel
gran entrenador de almas.
Es
increíble la historia de este Swami que a finales del siglo XIX y por mandatos
de su guía espiritual viajó a Estados Unidos a un Congreso Mundial de
Religiones, donde depositó las primeras semillas de la filosofía y la religión
de la India. Quien había conmovido las religiones y la espiritualidad de
Occidente con sus largos cabellos, el extraño color de su piel, su túnica anaranjada
de monje y su notable sabiduría, tenía menos de 40 años cuando fue depositado
en la hoguera para su cremación.
Si te
interesa, mi querida y también paciente Lidia, puedo luego prestarte algunos de
los libros de los que he obtenido estos datos. Lo que es parte de mi tesis se
fundamenta en la necesidad que todo hombre o mujer tiene del otro, desde los
simples androides a los Maestros cuyas vidas y enseñanzas gobiernan el mundo.
No es para asustarse pero sí para asombrarse pensar que los muertos gobiernan
el mundo. Así de simple y de grandioso.
Voy a concluir esta larga misiva hablándote de la
mujer que amó a Vivekananda de una manera muy especial. Tal como ocurrió con
otras increíbles mujeres europeas que no sólo viajaron por Asia sino que fueron
depositarias de grandes enseñanzas y revelaciones como Elena Petrona Blavatsky,
Alejandra David-Neel, Teresa de Calcuta y tantas otras, en el apogeo de la vida
y enseñanzas de Ramakrishna, llegó a la comunidad una joven inglesa, Margaret
Noble, quien fue amiga, discípula y confidente de Vivekananda.
Consagrada
años después como monja en la
Orden , su nombre espiritual, como sigue siendo conocida en el
mundo de la mística, es Sister Nivedita, la “hermana consagrada” que, por una
curiosa coincidencia, también sobrevivió (como Sarada Devi al Maestro) a la
temprana muerte de su querido amigo y preceptor espiritual.
Espero no
haberte aburrido con tantos datos y personajes. Aunque sé que el tema te
interesa tanto como a mí, nunca me has confesado de dónde proviene esa especial
curiosidad tuya.
Iba a
agregar otra pareja admirable, la de Pierre Teilhard de Chardin y su prima
Margarita Teilhard-Chambon, pero me parece que lo dejaré para una próxima
carta o un deseado encuentro personal
aquí o en Mendoza, según se den las circunstancias. De todos modos te prometo
que volveré a escribirte la semana que viene mientras espero la llegada de tus
noticias. Te quiero mucho y te extraño. Todavía no estoy preparado para decirte
que te amo. JUAN.
-Ustedes
se encuentran reunidos conmigo por propia voluntad. Han sido entrenados durante
largos años como precursores de los hombres y mujeres que irán reemplazando a
los miembros de una civilización que ha entrado en su etapa de desintegración.
Así como el proceso filogenético de los dinosaurios y otras especies culminó
con su desaparición, del mismo modo el programa humano estaría aproximándose a
sus etapas finales. Nada podrá hacerse, nada deberá intentarse para salvar lo
que ya no puede ser salvado.
Nos
preguntamos: ¿hubiera sido posible desarrollar y mantener el control del
crecimiento de la agricultura en la era
en que cientos de millones de dinosaurios competían por sobrevivir?
Evidentemente que nuestros más antiguos padres no podrían haber progresado si en su tiempo hubieran existido aquellos
gigantescos animales que necesitaban toneladas de pasto por día para
alimentarse mientras que sus enemigos, los carnívoros, necesitaban otro tanto
para no ser desplazados. La extinción de los reptiles prehistóricos fue debido
a una radical mutación. Algo o Alguien estaba continuamente operando
con suprema inteligencia en el destino de este Planeta. Tal vez sea la Divina
Madre Gaia la que ha ido elaborando sustancias bioquímicas y movimientos
telúricos acordes a un plan que periódicamente es retocado para modificar la
deriva de la nave espacial Tierra.
Estamos en
emergencia. No hablaremos de los estigmas de las guerras, de las asimetrías
económicas, del despilfarro de los principales recursos no renovables, como el
agua dulce; tampoco del desvanecimiento de la moral colectiva, de la
creciente incapacidad para sostener el arte de vivir en relación con uno mismo
y con los otros, con la naturaleza y el Universo entero.
Nada de
eso ya nos incumbe pues hemos dado los pasos necesarios para establecer una auténtica conmutación
biológica por la que organismos similares pero mucho más pequeños se harán
cargo de establecer una nueva cultura. Dejemos que otros continúen repitiendo
que estamos al final de los tiempos en los que se nos muestran las evidencias
de los más crueles evangelios apocalípticos. No tenemos nada que ver con los
hipócritas discursos de los dirigentes de las naciones, incluidos sin excepción
sus vicarios y clérigos. Descartamos
toda clase de contactos o convenios con cualquiera de los decadentes
líderes que nada tienen que ofrecer más que su incompetencia vanidosa.
Somos los
pioneros y por lo tanto no tendremos el privilegio de ver culminada la Obra. Si
somos los cimientos significa que seremos las tierras basales en las que
crecerán las raíces del renovado Árbol de la Vida. Nadie conocerá nuestros
nombres, ni los planes, ni las guías sobre los que hasta hoy se mantiene
apoyada nuestra acción. Como han dicho numerosos filósofos y anticipadores en
el pasado, se comprenderá que el
tantas veces proclamado “fin del mundo”, con el hombre incluido, no habrá sido
otra cosa que una gran purificación.
Estas son algunas de las consignas: eliminar la basura, descartar lo
superfluo, ampliar el espacio para que sea posible el nacimiento de una nueve
especie. Ustedes saben de qué estoy hablando. Saben también desde su ingreso
que no habrá retorno puesto que son dadores de nuevas formas de vida que
estarán multiplicándose pocas horas después de que ustedes terminen sus
mandatos.
No somos
los iniciadores de una nueva religión y mucho menos los que trabajan por una
única religión planetaria. Ya es suficiente el daño que las ideologías y las
diversas doctrinas han causado a la criatura humana. No más promesas ni
discursos fastuosos. No queda mucho tiempo para poder contrarrestar la fuerza
destructiva acumulada en lo más íntimo de la conciencia individual y social. No
voy a pedirles que se rebelen pues ya lo han hecho. No voy a pedirles que
borren su pasado cuando ustedes son semejantes a seres que recién hubieran
arribado a la Tierra, a este lugar donde ya no queda, para los que están
mutando, ni un vestigio de la historia. Moriremos para el pasado y renaceremos
cada día en las secuencias del futuro inmediato, tal como han aprendido mediante
la ascética mística, el trabajo de las manos, la oración participativa y,
principalmente, por el ejercicio sistemático de la meditación.
Eliminaremos
toda presencia de la basura ideológica que nos habla de futuros increíbles, de
ridículas inmortalidades, de gloriosos mundos, de majestuosos nuevos Mesías, de
semillas de razas que gozarán de una perpetua espiritualidad en una sociedad en
la que no existirá el hambre, la injusticia, la separatividad, la enfermedad,
la muerte. ¿No sienten que todo ese palabrerío
es pura obscenidad? No están ustedes destinados a predicar porque no existe
filosofía o religión alguna para predicar. Vuestra unicidad, el despertar a una
nueva conciencia, y en especial la entrega de parte de sus vidas
a cambio de nada, es algo que está más allá de la comprensión y de los
esquemas de esta civilización que está suicidándose, como la rata que en su
laberinto no encuentra la salida.
Podríamos
citar, en apoyo de nuestros argumentos, a cientos de filósofos, científicos y
escritores que desde hace siglos vienen anunciando algunos de los cambios que
en nosotros no es teoría sino experiencia pura. Tengo presente parte de lo que
escribió en los finales del siglo XIX la señora Elena Petrona Blavatsky,
referido a la inminente aparición, según ella, de una nueva raza (aunque para
nosotros no sea ése el concepto correcto). La autora de la Doctrina Secreta predijo que la nueva raza, integrada por seres
mutantes, nacería silenciosamente y en secreto tal como ha sido y es nuestro
trabajo. Con su particular clarividencia anticipó que estos hombres y mujeres
tendrían características físicas y mentales notables a tal punto que serían
vistos como ejemplares anormales, tal vez como durante milenios nos pareció que
los diminutos seres apropiados por la mitología, las fábulas y la superstición
eran raros, deformes, una especie de subproductos de una humanidad que se consideró y sigue creyendo que es el centro
inamovible de las proyecciones de la Divinidad.
Quien
todavía para algunos, especialmente en los ámbitos académicos, fue una rara y extravagante mujer, predijo
que con el paso del tiempo y en la medida en que el número de los nuevos seres
aumentara, existiría una especie de cohabitación (no siempre pacífica) hasta
que súbitamente y por efectos del proceso degenerativo que todos conocemos, esa
gente vieja descubriría que ya no era mayoría, que no le quedaba posibilidad
alguna para prolongarse, por lo que se irían extinguiendo, especialmente en los
llamados países civilizados del Primer Mundo.
Si
alguien, que no estuviera preparado como ustedes, escuchara lo que estoy
diciendo, tendría razón en pensar que somos una comunidad delirante, los
ingenuos expositores de una de las tantas utopías que de tanto en tanto se
echan a rodar. Esto en el caso de un testigo que fuera tolerante y amable, pero
¿qué ocurriría si los que gobiernan el sistema que controla el tejido social,
la política, la economía y los discursos religiosos supieran de nuestra
existencia? Seríamos sencillamente eliminados como sistemáticamente se va eliminando todo aquello que sea o
parezca ajeno al modelo, todo lo que pueda modificarlo, alterarlo o
reemplazarlo. ¿Comprenden lo que significa conservar nuestro secreto? Por mucho
menos algunas personas desaparecen y otras callan como si sus estados de
conciencia hubieran sido bloqueados o devastados. Aquellos de entre ustedes que
tengan a su cargo las cuestiones relacionadas con los procedimientos genéticos,
deben permanecer alertas no sólo a las advertencias de la ley actual que prohíbe
estos experimentos; también deben tomar
las necesarias precauciones para no alertar a sus colegas sobre las metas
alcanzadas y evitar que sean sorprendidos cuando se dirijan a nuestros
laboratorios y maternidades. La tarea de supervisión que ejecutan los oficiales
a cargo de la seguridad debe ser perfeccionada para que no quede una señal de
los desplazamientos físicos, en especial de los Hijos que vienen de otros
países.
Entre
ustedes también están los que han sido destinados y autorizados a la difusión de
nuestra Gran Obra. ¿Es una contradicción lo que estoy diciendo? Sí, es una
contradicción intencional a la que deberán ajustar sus tareas como escritores y
en los medios masivos de comunicación con los que mantienen enlaces. Debemos
conservar el máximo secreto y al mismo tiempo difundir lo que estamos
realizando, del modo más perfecto. ¿Cómo? Mediante el simple recurso de la
fantasía y la ficción científica, modificando nombres y lugares, hibridando los
géneros hasta disponer de una especie de masa crítica que para los neófitos sea
semejante a un caos, a una mezcolanza no inteligible pero que significa, para
aquellos que son adiestrados por nosotros y poseen los instrumentos para
decodificar, una fuente inagotable de
pistas que los conduzcan al descubrimiento de lo que cada uno aspira saber y
aportar.
Gente como
ustedes, en todos los países, en cualquier medio social o cultural, podría con
el material proporcionado por los divulgadores, tener los primeros contactos.
Es lo que denominamos el despertar de la conciencia, la movilización de los
mecanismos de la percepción intuitiva que, como dijo cierto filósofo, tiene
razones que la razón no tiene. Después de los primeros despertares vendrá la
etapa del toque. ¿Qué es el toque? Nada menos que el primer contacto de ustedes
con alguien que ha empezado a despertar y todavía está en la etapa de la
búsqueda. No existe otro medio más eficaz para poner en movimiento una rápida
reacción en cadena.
El
contacto es siempre un camino de ida y vuelta y sólo puede producirse si
ustedes permanecen en la máxima vigilia posible. Vibrando de manera sostenida
serán activas presencias en el radio en el que desarrollan su vida cotidiana y
sus actividades sociales. De ninguna manera debemos aceptar errores o
justificaciones que pongan en peligro tanto el
trabajo de ustedes como el de los superiores responsables de cada
misión, aunque ésta no es la palabra
adecuada.
Muy de vez
en cuando pero de modo progresivo, los responsables de los medios de
comunicación irán infiltrando noticias sobre la aparición de supuestos
extraterrestres, duendes, pequeños hombrecillos que aparecerán y desaparecerán
sin dejar rastros físicos, aunque se imprimirán en el cerebro de quienes
reciban las noticias de manera indeleble.
Los que
han sido autorizados a publicar libros, que servirán a nuestros propósitos a
una escala mayor, tienen como objetivo principal producir lo que antiguamente
se denominaba encantamientos. Sus obras deberán contener
un lenguaje con las virtudes propias de la magia que deberán sacudir la
somnolencia de los lectores. Este efecto intencional en algunos producirá
irritación y rechazo y en otros (aquellos que nos interesa captar) los primeros
temblores del despertar. Les anticipo que en estos momentos se encuentra en
pleno desarrollo la escritura de algunos libros cuyos borradores he tenido
oportunidad de leer, aunque en esta primera etapa no tengo demasiadas
expectativas, pues del mismo modo en que reaccionarían los lectores lo harán
los editores. ¿Cuál de ellos llegará a descubrir lo que está plegado, oculto en
la maraña de las frases de los disímiles temas que configuran una propuesta
semejante?
Repito lo
que les dije al comienzo: no queda mucho tiempo y tampoco margen para
apartarse, salvo por una especial dispensa que yo podría otorgar por motivos
que considere aceptables. Prepárense durante los próximos treinta días. No se
aparten de la dieta alimenticia recomendada, eviten viajes prolongados,
acentúen sus ejercicios de contemplación, meditación y visualización que los
predisponga para integrar el primer grupo que tendrá acceso a las instalaciones
donde tendrán el privilegio de contemplar a los seres clonados a imagen y
semejanza de hombres y mujeres como ustedes, pequeños seres que están
conformando la primera familia transpersonal, la depositaria de los cambios que
entre todos, en menor o mayor grado, estamos forjando.
Tengan en
cuenta que esos duplicados son todavía niños, podríamos llamarlos con justicia Hijos de la Divina
Madre, que en pocos años más procrearán a otros individuos del mismo tamaño,
con idénticas cualidades físicas, mentales y emocionales y cuya naturaleza sólo
ellos podrán conocer en la medida en que se desarrollen.
De ninguna
manera podrán tener ustedes contacto físico con esas bellas criaturas que son
el fruto del amor y de la más revolucionaria ciencia genética. Apenas tendrán
unos pocos minutos para observar, ocultos tras vidrios polarizados, a ese grupo
de pequeños seres que están todavía en la edad de la inocencia. Cuando ustedes
contemplen esas réplicas y las comparen con el tamaño de un hombre adulto,
comprenderán por qué los dinosaurios tuvieron que extinguirse, inevitablemente.
Saben
cuánto los amo en conjunto y de modo especial a cada uno. Tengo para algunos de
ustedes reservada una sorpresa que los maravillará, pues aunque posean la más espléndida
imaginación, no podrían en este momento sospechar de qué se trata. Para no
dejarlos con la mente en blanco, diré lo
que podría considerarse como una pista, aunque no lo es en un sentido absoluto.
Les dejo este pensamiento para que mediten: Por
cuanto mucho has sufrido, mucho te será concedido.
Vayan en
paz.
Conferencia del Maestro
Desconocido. Ciudad de Buenos Aires, al inicio de la primavera del año 2004.
Querida
Lidia: Nuestra querida y confiable amiga Mirta me llamó ayer por teléfono a la
oficina. Supe que habías recibido mi última carta y que por ahora no podías
escribirme como era tu deseo. Me parece bien que hayas consultado al doctor
Zavalía, él posiblemente sea el mejor cardiólogo del Hospital Central. Quise
conocer algunos pormenores, pero me pareció que Mirta estaba algo reticente y
como apurada por terminar la conversación, algo sospechoso en alguien que hace
del hablar un arte a veces ilimitado.
Como te
había prometido, aunque no tengo muchas ganas y tampoco sé de dónde voy a sacar
energías para completar estas páginas que estás esperando, te adelanto que
estuve investigando sobre la vida y obra de Pierre Teilhard de Chardin, el
autor de El Fenómeno Humano y El
Medio Divino, dos de sus libros que recuerdo haber adquirido en la época en que sus obras
empezaron a circular por el mundo aunque sin la aprobación de la Compañía de
Jesús ni de la Iglesia.
Antes de
empezar a bosquejar la estructura de esta novela, en la que incluiré la relación
varón-mujer de algunos singulares amadores y amadas, había yo decidido poner
como epígrafe uno de los pensamientos del jesuita francés que vendría a ser
algo así como el resumen perfecto y anticipado de mi propuesta estética, una
especie de canon que había surgido en mí hace años pero que no pude estructurar
hábilmente en dos de mis libros anteriores. El gran humanista, teólogo,
antropólogo, escritor y filósofo escribió: Impulsados
por la fuerza del Amor los fragmentos del mundo buscan unirse para que el mundo
pueda hacerse realidad. Perfecta
definición de la más pura mística que los lectores irán encontrando a lo largo
de estas páginas. Aunque no pienso exponer algo parecido a una tesis,
sencillamente digo que partimos del desorden inicial, de la multiplicación de
los mundos, las cosas y los seres hasta concluir en la unidad última, tal como
fue mi propósito en la redacción de los siete pasos de la meditación que
estuvimos repasando en aquel fin de semana único que pasamos en la Estancia Las
Margaritas, al sur den Río Cuarto, el verano pasado. ¿Acaso podré olvidar tu
majestuoso porte mientras cabalgabas de día y el resplandor de tu cuerpo
desnudo mientras nos amábamos sobre el pasto húmedo de rocío? De todos los
personajes que pueblan mi teoría sobre la presencia del amor, el de Teilhard es
el más acabado modelo que puedas imaginar. Las imposiciones eclesiales, las
costumbres y hábitos de una sociedad que identificó como tabú la mínima
posibilidad de que un cura pudiera tener sexo con una mujer, se deslizaron a
través de siglos en desórdenes morales que han culminado en nuestra época de
manera vergonzosa y alarmante. Algunas pinturas y textos del tiempo en que se
vivía y consagraba la degeneración sexual fueron contemporáneos de los horrores
de la Inquisición
con sus Torquemadas y Savonarolas y los obispos obesos alrededor de las mesas colmadas de manjares y vinos
rodeando la cintura de los bellos efebos, algunos todavía niños, como los
famosos “castrato cantabile” que dieron origen a la vulgar expresión que aún se
repite en nuestros días: los “bocados de cardenal”. Cambiemos de tema, por
favor.
Me estoy
apartando aunque pienso que lo que digo en el párrafo anterior nada atiene que
ver con el sacerdote de quien voy a hablarte, mejor dicho voy a escribirte,
empezando por su nombre y el de la mujer que amó. Pierre Teilhard de Chardin y
Margarita Teilhard-Chambon, eran primos en segundo grado y pertenecían a la
aristocracia rural de Auvergne. Desde muy pequeños compartieron los inviernos
de su infancia en la casa común que la familia
tenía en la ciudad de Clermont-Ferrand,
A los once
años Pierre ingresó en el internado de los jesuitas y a los dieciocho se agregó
a la Compañía como seminarista. Habiendo sido expulsados de Francia en aquella
época, la Orden recaló en Inglaterra en donde Pierre se ordenó como sacerdote.
De inmediato sus superiores lo destinaron a la investigación científica. Obtuvo
un diploma en París y comenzó numerosos viajes
a diferentes y lejanos países. En 1914, la Gran Guerra en la que participó
como enfermero, lo obligó a abandonar un retiro de un año de oración y
meditación que tenía programado.
Para la
misma época, Margarita se dio a la tarea de organizar instituciones para la
educación de laicos, con mayor alcance en colegios religiosos de índole
privada. Ella era una de aquellas mujeres progresistas, animadas por los
primeros impulsos del feminismo. Finalizó su carrera universitaria y con solo
24 años ya era directora de un gran instituto educacional en París.
La
relación que habían mantenido Pierre y Margarita desde que tuvieron conciencia
uno del otro había mermado por la larga separación que impusieron los
conflictos de la guerra. No obstante, a pesar de las carnicerías en los frentes
de batalla y los desórdenes en las comunicaciones, se las ingeniaron para
intercambiar algunas cartas. Lo que se
conserva de entonces nos dice que las misivas se relacionaban solo con los
parientes movilizados, la nómina de los amigos que morían o desaparecían, agradecimientos
por el envío de alimentos y libros, y cosas así.
Entenderás,
mi querida y paciente Lidia, que estoy apenas haciendo una síntesis.
Necesariamente debo llegar a lo esencial de mi tesis, al núcleo de esa relación que fue
profundizándose. Ella lo hace confidente de sus problemas personales y
espirituales. Él le responde desde su forzado aprendizaje en medio de heridos y
moribundos como consejero y director espiritual.
Van
pasando los años y los primos rara vez se encuentran personalmente y si lo
hacen es en el ámbito de la familia, pero no cesan de escribirse. Pierre va
transformándose en un experimentado antropólogo, escritor y teólogo aunque sus
libros son sistemáticamente rechazados por la autoridad de la iglesia que le
niega una y otra vez el “imprimatur”, es decir la autorización para que sus
libros fueran editados sin obstáculo. Fiel a sus votos de obediencia acata las
decisiones de sus superiores pero sigue investigando, viajando por extraños,
lejanos y exóticos países. Participa con otros científicos en el descubrimiento
de uno de los eslabones perdidos en la cadena evolutiva de nuestra especie, “el
hombre de Pekín”, que revoluciona la
ciencia antropológica de su época.
Estando en el Tibet, en 1923, oficia desde el
lugar más alto de la Tierra La Misa sobre el Mundo, experiencia que
luego trasladará a un breve escrito. Va descubriendo el punto Omega que ubica
en algún lugar del Universo como eje y centro de la divinidad.
Te transcribo de su misa sobre el mundo, el párrafo final que es un
retrato vivo de las ideas y de la personalidad del escritor que ya estaba
conmocionando tanto al mundo de la ciencia como el de la teología, a pesar de
que sus detractores que, un par de siglos atrás, con gusto, lo hubieran
calcinado en la hoguera: Porque a falta
del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, Tú me has dado, Dios
mío, la simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia oscura –porque reconozco en mí más que a un
hijo del Cielo a un hijo de la
Tierra-, subiré esta mañana, con mi pensamiento, a los
lugares altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre, y allí,
fuerte, con un sacerdocio que sólo Tú has podido darme, estoy seguro, invocaré
al Fuego sobre todo lo que, en la Carne Humana , está a punto para nacer o para
perecer bajo el Sol que asciende.
Las cartas
que Margarita envió a su primo jamás fueron encontradas, porque se extraviaron
o porque el sacerdote las ocultó o porque la censura (adhiero a esta
alternativa) las hizo desaparecer. De las cientos que escribió Pierre se
conservan algunas de las que he extraído partes que por sí mismas confirman mi
teoría sobre el amor del hombre y la mujer más allá del deseo y del sexo.
Podríamos pensar en sublimación, renuncia, sacrificio, ofrenda que justifica la
consagración perpetua a Dios.
Conozco
las visiones de aquellos que están en la vereda opuesta. Dejaremos esas
objeciones que incluyen mordaces ridiculizaciones y epítetos para otra ocasión.
Lo que transcribo, Lidia, compañera en el misterio del viaje de la carne y del
alma en esta vida, es parte de lo que escribió Pierre Teilhard de Chardin:
De las cosas asibles la más vital es la carne. Y para el
hombre, la carne es la mujer. Dado que desde la infancia salí a descubrir el
corazón de la materia, debía – inevitablemente – encontrarme un día cara a cara
con lo femenino. Lo raro del caso es que el acontecimiento esperó mi año
trigésimo para producirse. Tanto era mi fascinación por lo impersonal y
universal.
Desde aquel instante crítico en que comenzó a despertar y a
arrojar lejos viejas formas prefabricadas recibidas de la familia y de la
religión tradicional, ya nada realmente conforme a mi naturaleza se desarrolló
en mí sino bajo la mirada y el influjo de una mujer.
En ninguno
de sus escritos ni en sus cartas aparece el nombre de Margarita ni el de ningún
otro nombre de mujer, aunque las palabras de por sí están reconociendo una
presencia femenina implícita. Veamos otras frases que suenan como a ejercicios
de gratitud insoslayables:
Por ello no hay en mí sino un amplio
reconocimiento de íntima veneración (casi adoración) que se eleva desde lo más
hondo, hacia aquella cuya calidez y encanto se
transformó gota a gota en la sangre de mis más apreciadas ideas.
Estos son
los fragmentos de lo que escribió Teilhard de Chardin después de haber padecido
su primer infarto cardíaco. ¿Cómo no pensar en que la destinataria de esos
pensamientos no era otra que su prima Margarita?
Volviendo
al tema antes comentado de que las cartas de ella jamás fueron encontradas,
podría afirmarse que lo que Margarita escribió puede verse reflejado en las
fieles y minuciosas respuestas de Pierre a ella. Se nos transparenta su imagen
como la de una mujer prudente, inteligente, apasionada y al mismo tiempo
insegura, presionada por sus sueños postergados de mujer y por las rutinarias y
sofocantes obligaciones como profesora y directora del Instituto en el que ejerció por largos años.
Margarita
acepta con simpatía y callada emoción la frase de Pierre, bajo la mirada y el influjo de una mujer pues sabe o presiente que
ella es el espejo y el eco amoroso de su primo sacerdote, confidente y amigo.
Hubo una
época en la que prácticamente se escribían a diario. Destacamos algunas frases:
Bien sabes de mi profundo sentimiento para
contigo en el Señor.
Adiós, tú sabes lo que eres para mí.
Nunca rezo sin pensar en ti.
Tú y yo jamás cesamos de ver cada vez una mayor
claridad…uno en el otro.
Si existe en la tierra una confianza, que contradice
experimentalmente la doctrina del aislamiento del alma, es ciertamente la tuya.
Debo confesar cuánto tu imagen me está y estará
constantemente presente, en todas las circunstancias, como una fuerza y una
defensa.
Esta es, realmente, una seria privación que juntos y
gustosamente queremos ofrendar a nuestro Señor,
¿no es cierto? Y agrega:
Algo me pasa cada vez que veo un tren
dirigirse a París.
¿Cuál fue
el centro de sus vidas? Podríamos pensar que fue la dación plena a una vocación
que con seguridad está muchos pasos más allá de la simple comprensión del
hombre común.
El 26 de
mayo de 1918 Teilhard de Chardin hizo sus votos perpetuos. Cuatro meses después
Margarita, también por voto ante Dios,
consagró su vida a la enseñanza de los niños y los jóvenes. Lejos de
separarlos, su consagración es otro paso que los une en intimidad, fecundidad y belleza, como escribió Pierre.
María de
Magdala, Clara de Asís, Juana de Chantal, Sarada Devi, Sister Nivedita,
Margarita Teilhard-Chambon sobrevivieron a los hombres en cuyas obras
encontraron el sentido de sus vidas, tanto como esos hombres encontraron en
esas mujeres inigualables el sostén, la compañía, el amor y la gracia de lo
eterno femenino, la presencia de la Divina Madre del Universo.
¿Moriré
yo, Lidia, para que puedas ser la testimoniante del secreto amor que estamos
compartiendo en la humilde escala a la que pertenecemos? Cuántas barreras,
lazos, compromisos, prejuicios deberían ser superados para que no seamos ni
negados, ni olvidados, ni escarnecidos.
¿Es
demasiado larga esta carta? Confío en tu paciencia y prosigamos ahora en otro nivel de sintonía,
con la historia de dos seres que se amaron íntima y dolorosamente en la carne y
en espíritu, si aceptamos las versiones que provienen de la Edad Media. Esta es
la conmovedora historia del místico y poeta Jacopone Da Todi, uno de los precursores
del idioma italiano. En pleno siglo XIII, Jacopone, que pertenece a la nobleza
más rancia, está casado con una mujer bella, a la que adora más que a su vida.
Cierta tarde, en un torneo de caballeros, el palco donde está Nonna Vanna, se
desploma súbitamente. La mujer es rescatada con sus regios vestidos manchados
de sangre y horas después, muere. Cuando
van a limpiar el cuerpo para vestirla con las ropas funerarias, su esposo
descubre que ella tiene silicios que la habían atormentado en secreto durante
sus años de matrimonio.
Con la
muerte de su esposa, Jacopone muere para el mundo. De rico se convirtió en
pobre, de docto en ignorante, de sabio en loco, de noble en mendigo. Durante 38
años había creído ser el más feliz y
poderoso caballero de su época; durante otros 38 años, acosado por un
sentimiento de culpa decidió ser desgraciado, se anuló voluntariamente. Cuentan
sus biógrafos que unos días después de la muerte de su esposa, estando Jacopone
en sus aposentos, el cuerpo astral, el alma de Nonna Vanna se le apareció
envuelto en llamas, en el fuego de la concupiscencia que él había encendido con
sus pasiones. Santo, loco, amante, poeta, lingüista, vivió atormentado hasta su
muerte, martirizándose, orando y suplicando por la salvación de su Dama. En uno
de sus poemas escribió:
Amor más allá de todo lenguaje, bondad inimaginada, luz
ilimitada resplandecen en mi corazón.
¿Qué te
pareció, Lidia, esta historia? ¿Terrible? ¿Inadmisible? ¿Poética? ¿Te volverías
loca de amor por mí? Voy a
anticiparme a tu respuesta, la que no podría ser otra que una que diga más o
menos así: “Esa ha sido una pregunta cursi, Juan. ¿Cómo podría volverme loca de
amor por un hombre si apenas puedo sostenerme lúcida en un mínimo espacio de
salud mental en este mundo desquiciado?
Con
semejante respuesta no volvería a preguntarte algo parecido, aunque muy en
secreto pensaría que no muchas mujeres podrían responderme como vos. ¿Ves cómo
te conozco?
A estas
horas de la noche, un poco cansado y algo saturado de tanta teoría sobre el
amor, me queda para contarte algo que me sucedió cuando yo era apenas un niño
campesino. Aunque posiblemente ya te haya contado esa anécdota, vuelvo a
hacerlo para unirla al motivo principal y última parte de esta carta.
Los
domingos, muy temprano, salía yo en dirección a Tres Esquinas, caminando al
encuentro de don Eduardo, el diariero, que daba una vuelta de varios kilómetros
con un destartalado sulqui tirado por una yegua tan vieja como él. Iba yo al
encuentro de mi ejemplar de El Tony,
la revista de historietas que mi papá me compraba haciendo sacrificios que sólo
pude descubrir muchos años después.
He contado
numerosas veces lo que esa revista
significó para mi incipiente y por momentos desesperada búsqueda de
conocimientos. Entre los que considero mis tesoros de entonces fue el descubrimiento de una historieta dibujada por
el genial José Luis Salinas. Era una versión de Ella y su continuación, Ayesha, dos de los libros de H. Ridder Haggard,
autor también de la célebre novela Las Minas del rey Salomón que leí en mi
juventud.
El autor,
posiblemente teósofo y masón, escribió sus libros de iniciación a mediados del
siglo XIX, como un modo directo de
universalizar lo que hasta entonces había pertenecido al más puro esoterismo. Cómo habrá cambiado la cultura
relacionada con el misterio que esos libros hoy se venden en ediciones
populares orientadas a niños y adolescentes. Posiblemente (quisiera que así fuera) otros muchos habrán ido
encontrando lo que se me reveló a mí muy precozmente: la idea de que el hombre
puede ser llamado y conquistado por esa poderosa fuerza, por ese imán que sostiene los átomos, por eso
que vos y yo, Lidia, hemos procurado vivir y a lo que llamamos Amor.
Ella y
Ayesha representan los dos aspectos de la divinidad femenina, lo potencial y lo
manifestado, lo invisible y lo visible. La médula de la historia es la odisea
del joven Leo Vincey quien recibe, en Londres, un extraño mensaje. Acompañado
por su tutor, Horacio Holly, viaja en el primero de los libros a un lugar en África
donde tiene el primer encuentro con la
Amada después de
sucesivas aventuras que están señaladas y ligadas con la simbología
arcaica de la que en Occidente nos hemos nutrido, especialmente para estructurar
los siete pasos de la Meditación Trascendental , desde Ignacio de Loyola
a Maharishi Mahesh Yogui.
¿Qué ha
descubierto Leo Vincey? Pues nada menos que la encarnación de la Divina Madre
como mujer, el más elevado estadio del amor que pueda ser concebido. No importa
mucho el nombre o el género al que pertenezca la divinidad absoluta, pero por
algún motivo el joven buscador ha sido
llamado por Ella, la Bella Durmiente de los cuentos de hadas, el Espíritu
Divino dormido, que yace en la Piedra
Negra, para que la despierte con un beso, el único, el más perfecto, el que los
unirá para siempre en una dimensión que está en los confines (dicen los
Maestros) donde puede leerse esta advertencia: NO PASARÁS. Podríamos
decir que esa unión sustancial es el fin del Camino, la última contemplación
antes de Ser, el punto extremo de una escala que se origina en la brutalidad
oscura de la materia en formación hasta la inmersión de la gota de agua en el
Gran Océano. Ignoro, mi querida Lidia, hasta dónde uno podría llegar si la meta
fuera ir trascendiendo los innumerables círculos sobre los que giramos sin
saber para qué ni hacia dónde nos dirigimos. De lo único que tengo certezas es
que en mis acoplamientos perfectos con vos, en mis momentos de inmersión en la
“pequeña muerte” del orgasmo, toqué los bordes de lo sagrado, tantas veces que
me hice adicto. A tu cuerpo, a la mirada de tus ojos, a lo que está un paso más
allá de nuestros roles y
representaciones.
En este
instante siento algo así como la súbita llegada de un pensamiento que me hace
estremecer mientras te escribo: Mucho te
ha sido dado y mucho te será quitado.
Estoy
ansioso por recibir tus noticias. No me dejes esperándote. JUAN
Han pasado muchos años, Lidia. ¿Cuántos? ¿Acaso
importa? Desde abril de este 2004, estoy tratando de armar una novela en la que
serás evocada, retratada con los retazos que mi memoria salvó de las miserias
del tiempo, las mudanzas, el olvido al que todos seremos sometidos.
Similar a
la desolada sensación que se experimenta cuando recorremos los pasillos de los
viejos cementerios, con sus lápidas borrosas, las flores de plástico y el
polvo, es la oleada de incertidumbre que
por momentos me parece que entra por la ventana cuando me detengo a pensar en lo que fuimos y en lo que nos
convertiremos. No es bueno ensombrecerse, pienso, y menos si estoy nombrándote
mientras trabajo como un condenado con las palabras que van a retenerte no sólo
junto a mí sino con todos aquellos que desearán saber un poco más acerca de
nosotros.
Por
supuesto que no estoy dialogando con vos. Hablo en voz alta mientras escribo,
dejando que las ideas vayan fluyendo plácidamente, del mismo modo en que
pasábamos horas amándonos y trasvasándonos por las palabras que entonces tenían
un sonido preciso. Había pausas y silencios prolongados, algunas risas, el gozo
estático de contemplar los ojos del otro, comunicándonos apenas por los casi
imperceptibles gestos que habitan en los rostros, los códigos que saben y
pueden expresarnos con mayor rapidez y perfección.
Hace pocos
años, mientras en los momentos libres y en mis paseos procuraba cazar algunos
haikus para el libro El Callejón de los Cerezos, uno de ellos
llegó súbitamente, nítido, exacto, sin necesidad de medir sus sílabas. Escribí
sobre un papel borrador: Florece un
lirio. / También es primavera / sobre tu tumba. Este brevísimo poema
preside los momentos en que te recuerdo después de tu muerte repentina. Por lo
menos así fue para mí, viviendo tan lejos, apenas comunicado por vos por
intermedio de Mirta. La maldita muerte finalmente te había vencido mientras yo,
que en un poema digo que prometo ser el feroz combatiente que en su última
batalla dará muerte a lo único que tiene que morir: la Muerte, no supe qué
hacer ni qué decir, porque habíamos prometido, vos y yo, que no lloraríamos si
el otro se ausentaba. ¿Por qué empleo el verbo ausentar? Jamás me agradó pensar
en los seres amados que no están como
fallecidos, desaparecidos, lejanos, perdidos. Por mi parte siempre he deseado
morir del todo, que no quede ni polvo, apenas un puñado de cenizas que mis
hijos deberán depositar donde les he pedido que lo hagan. Alguien, recuerdo, en
una reunión me preguntó cuál era el mayor de mis miedos y sin dudar le
respondí: que algo de mí sobreviva a la muerte. No deseo ser ni un fantasma ni
un cuerpo astral que ande perdido por
donde yo creo que no existe nada.
Desprenderme
de enfermizas ideas sobre la transmigración de las almas, sobre la
reencarnación, las posesiones divinas o diabólicas, la inexplicable resurrección
de la carne y otras necedades, me fue dando un campo más amplio para habitar,
una capacidad para “aceptar” que no es lo mismo que “resignar”. Sin embargo, en
momentos como éste, en el que estoy desempolvando imágenes y emociones de
momentos compartidos, quisiera ser más que un mago, un hierofante que tenga el
poder y la fe necesarios para creer en la vida después de la muerte, en
imaginar (como algunos creen) que vos
podrías estar escuchándome y que, aún más, que podríamos tener la oportunidad
de encontrarnos para que vos me dijeras lo mismo que Ayesha, la Divina Madre , le dice
a Leo Vincey: Aproxímate, pero no me
toques. Fuera del cuerpo sólo existe la muerte, la disolución, la bruma del
olvido, la maravillosa y purificante Nada
que hace posible el devenir de nuevos hijos e hijas de la Tierra , la renovación de
los mundos y de la cultura a la que estoy dando, por vos, otras páginas
surgidas de mis ensoñaciones, tal como te había prometido.
No te he
llorado, Lidia, y creo que jamás lo haré. No sé en cuál cementerio están tus
huesos porque jamás iré a visitar ese lugar. Fue un acuerdo que hicimos medio
en broma y medio muy solemnemente. La consigna era que
nos enfrentaríamos a todas las alternativas posibles con la mayor dignidad, esa
era la palabra que tanto te agradaba
porque eras digna, más allá de los prejuicios de esta sociedad cínica y
enferma, más allá de las necesarias transgresiones que practicamos con
decisión, sin sentimientos de culpa, con un coraje que estaba por encima del
mínimo deleite que produce la soberbia del que rompe ciertas reglas. No fue
entusiasmo ni una vulgar excitación, no fue un terremoto pasional del que
siempre se sale herido y avergonzado, no nos unió algo que debiera
ser explicado o por lo menos justificado. Es lo que es, dirían los
sabios, es lo que está escrito en el libro del Karma, dirían los rishis de la India , o porque como cierta
vez me confesaste, apenas fuimos
presentados, en tu mente apareció este firme pensamiento: No dejaré que pase esta vida sin amarlo. No podría negar que
cumpliste tu promesa, escribo mientras recuerdo la frase de Flaubert que hago
mía: Me humillas con la grandeza de tu
amor.
Todo lo
que tenía que suceder, sucedió. En poco tiempo, en cortos años, fuimos y vinimos
en las escasas oportunidades que tuvimos para estar juntos, donde se podía y como
se podía, sin protestar, sin quejarnos, fieles a nosotros mismos, sin pedir
explicaciones, sin jurar ni prometer, sin pedir nada a cambio. Tal vez haya
sido así porque en la conducta de ambos
estaba implícita cierta sentencia que parece estar escrita en lo profundo del
corazón humano: Mucho se te ha dado y
mucho te será quitado. No sé si ésta es la idea exacta, pero es algo que
tiene que ver con el precio de las cosas, la tasación que alguien (Dios, la
Vida, los Maestros, las Leyes)
imponen como tarifa. Mucho has recibido en el intercambio de los
dones que están más allá de las miserias y debilidades de aquellos que se han alimentado con los frutos del
árbol del bien y del mal, para usar un símbolo muy antiguo; por lo tanto, mucho
te será arrebatado por la simple ley de la compensación.
Mi única
certeza es que tu vida permanecerá en mí mientras yo respire. Hasta el último
aliento, el hálito final que será como si yo nunca hubiera nacido, vos estarás
en algunos de mis aposentos, junto a las imágenes y recuerdos de otros seres
que también me amaron y a los que amé: amigos, maestros del alma, discípulos
que conforman mi familia transpersonal, la que logré reunir en este estar aquí y luego partir, apenas
erguido, tartamudeando. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué nos dieron la
oportunidad de andar tan breve tiempo por el mismo Camino y que ese lapso haya
sido tan único para vos y para mí?
Si yo
hubiera desarrollado la creencia de que las almas de los muertos pueden acceder
por algún don o gracia inexplicables a la conciencia de este mundo, te
invitaría a leer cada una de las hojas que estoy escribiendo para después poder
escuchar en sueños tus graciosas opiniones, a veces aduladoras, otros
indulgentes y por momentos con esa ironía crítica que me dejaba pensando. Pero
carezco de esa fe que en algunos es sublime. A pesar de que a lo largo de mis
años tuve en algunas ocasiones la certeza de que viví hechos extraordinarios
(podríamos llamarlos “paranormales” si no fuera porque esa palabra me da
escalofríos), también he padecido frustraciones y decepciones que socavaron la
ingenuidad en la que permaneció mi adolescencia espiritual.
Nuestra
experiencia fue en alguna medida un modelo de lo relativo. Sabíamos y
aceptábamos los límites y aunque no descartamos alcanzar lo máximo que la vida
nos ofrecía, no por eso caímos en la fantasía de la perduración.
Ya hemos
repetido varias veces que tu nombre no es Lidia Gutiérrez ni el mío Juan Sánchez. No debiéramos explicar
esto a nadie, salvo a los lectores de este libro. Pero, ¿acaso en una obra de
ficción tiene valor decir que algo es
real o imaginado o virtual? Dejemos que las líneas de las palabras floten como
por encima de un sueño, recordándonos lo que escribió Robert Schopenhauer: Todo en el Universo es un sueño soñado por
un solo soñador y donde todos los demás personajes también sueñan. Buen uso
hizo Borges del pensamiento de uno de sus filósofos preferidos. Yo,
modestamente, ya ni siquiera estoy seguro sobre si vos y yo somos o fuimos
seres de carne y hueso o simplemente protagonistas de historias inventadas.
Haré lo posible por encarnar y ser todos y cada uno de mis personajes como lo
fui de vos, como vos procuraste ser en mí, en ese juego único que practicábamos
hablando sobre el amor. No voy a preguntarte porque sé que nadie me responderá.
No sé explicar lo que es el amor para mí, aunque leo libros, escucho
conferencias, estudio, tomo notas, medito y saco mis propias y limitadas
conclusiones.
Una mujer
de carne y huesos. Eso es lo que representás para mí. Cuando estábamos juntos
nunca pensé en tus huesos, en tu esqueleto. Los amantes no piensan en la muerte
ni piensan a lo amado como algo que no tenga la piel que recorremos con la
avidez del peregrino que viaja por el desierto en busca de su Dios. El que es apartado
de la Muerte y sigue en este único lado de la realidad que es la Vida, no puede
apartar los ojos de su imaginación en lo que queda del ser que amó: Polvo serás mas polvo enamorado como
dice Quevedo, es lo que imagino que quedó de tu hermosura. Maldita sea la
muerte que es separación, distancia, límite, olvido. No sé que haría, Lidia, si
yo estuviera frente a tus huesos. Me haría fuerte para contemplarlos, para no
llorar, ni abjurar, ni renegar, ni rescindir el contrato de amor que fue
escrito y sellado con la carne, sangre sobre sangre.
Podría
extenderme en este monólogo durante cientos de páginas si supiera que podrías
leer lo que estoy escribiendo. Vos me dirías: “Juan, hubo, hay y existirán
otras mujeres no sólo en tu vida, también en tu escritura. Ya me habías hablado
con un tono que por ahí me daba como una cosquillita de celos, de Ruth
Leibovitz, tu amiga judía que viaja a un lado y otro del mundo como médico sin
fronteras, y de Sara Gattari, la escritora con la que te carteabas durante
años. ¿Me hablaste de ellas o las habré soñado? Juan, no me mientas, ¿fueron
mujeres tanto como lo fui yo para vos?”
Eso y
mucho más me hubieras preguntado, procurando sonsacarme respuestas con ese
gesto entre mordaz y sensual que tenías cuando te volvías inquisitiva. ¿Cómo
explicar al que ni siquiera sospecha la existencia de un vínculo como el tuyo y
el mío? ¿Cómo contar que teníamos un espacio ilimitado para nosotros cuando
estábamos solos y un sólido límite cuando volvíamos a nuestros personales
mundos familiares, sobre los que tan poco y tan renuentemente hablábamos?
A veces
pienso que lo real de una vida no es todo el tiempo biológico, solar,
astronómico que nos es concedido sino la suma de minutos y segundos que al
final resumen lo perdurable, lo que no cederíamos a cambio de nada. Nos sucede
periódicamente cuando de pronto se nos presenta una cierta y oscura necesidad
de practicar un balance. Dios mío, ¿qué pasó en estos últimos cinco, diez,
veinte años? ¿Dónde estuve? ¿Habré permanecido en la semivigilia de la
conciencia, medio dormido, medio despierto, durante miles de horas superfluas,
banales, descartables?
Mi amor
por vos, Lidia, me enseñó a descubrir el tiempo esencial que a veces nos
recorre cuando estamos en completa soledad y a
veces en mutua compañía. ¿La voz del Maestro? ¿Las voces de tus hijos
pequeños? ¿Las miradas de unos ojos? ¿El hundirse y morir en quien se ama
apenas por segundos para resucitar después del samadhi, del satori, de la
beatitud de un orgasmo perfecto?
Algo
parecido me sucede con este libro. Utilizo un pretexto tras otro, un argumento
que luego es reemplazado por otro, no una línea que marca el desarrollo de una
historia sino varias líneas, numerosos relatos, juegos intelectuales y otros no
tan intelectuales, la armazón de un edificio que parece frágil y liviano y que
tiene, sin embargo, cimientos y puntales de acero. Como fueron, mi querida y
ausente, mi amada amiga Lidia, los inasibles lazos que nos unieron de por vida.
¿Sería inapropiado para vos si yo dijera: los lazos que nos unen más allá de esta vida?
Me despido
de mi invisible interlocutora, transcribiéndote un haiku que escribí pensando
en que vos serías la que lo pronunciara si yo hubiera muerto antes que vos: Sellos de amor / calcando mis cenizas /
serán tus besos.
Así
concluirá mi breve ensayo sobre los doce rayos del amor que jamás
escribiré con ese título.
Escuchen
bien, no saldrán de aquí con vida. No me estoy refiriendo a salir de este salón
del cual todos nos retiraremos en paz dentro de una hora, sino a la
imposibilidad de que cualquiera de nosotros pueda escaparle a la muerte. Esa
misma frase la escuché hace muchos años cuando yo era tan joven como
ustedes en una de las conferencias de mi
Maestro. Me asombró y me disgustó escuchar ese pensamiento que más parece una
advertencia o una amenaza que el principio de una lección. Pero, aunque se
hayan sobresaltado, deberán saber que mi único propósito es predisponerlos para
que hoy reciban una serie de enseñanzas, precisamente, sobre la muerte.
Desde niños
recibimos conocimientos, saberes y noticias por medio de la escuela y la
familia y por todos los recursos de que
dispone el aparato cultural en cada uno de los países de donde ustedes
provienen. Somos así instruidos a lo largo de un tedioso proceso educativo que
para muchos culmina en la peor de las estaciones, esa donde habitan los
auténticos ignorantes, es decir no los que no saben nada sino los que saben
poco. Son un puñado los que tienen el privilegio de ir un poco más allá, los
que reciben una suficiente preparación para enfrentar los límites de la vida.
Vivimos y no sabemos por qué ni para qué ni tampoco cómo hacerlo
armoniosamente. A pesar de esas insuficiencias, se puede afirmar que cada ser
humano en condiciones sociales y culturales dignas, tiene a su disposición
libros, instituciones y gente predispuesta y suficientemente preparada para
mejorar su humana condición. Estoy repitiendo algo que es obvio, pero lo hago
para contrastarlo con una carencia infinitamente mayor: me refiero a la
preparación para la muerte que es, también, obviamente, el reverso de la vida.
Cada vez
que se menciona la palabra muerte, doblamos la página, cambiamos de postura,
miramos para otro lado y disimuladamente nos apartamos de cualquier discusión.
Es comprensible que esa sea la actitud de la mayoría, incluidos aquellos que ni
siquiera saben que han nacido, pero de ningún modo sería aceptable en hombres y
mujeres como ustedes que están preparándose para la aventura jamás soñada por
miembro alguno de nuestra comunidad humana. Nadie podrá salir vivo de este
planeta y es posible que tampoco del
Sistema Solar.
No
plantearemos hoy las teorías divergentes sobre si el alma sobrevive a la muerte
o si la memoria acumulada en el cerebro se destruye con la desaparición del
cuerpo que son materia de debates, investigaciones científicas, posturas
religiosas y el resto de esa parafernalia de argumentos intelectuales que sólo
conducen a mayores confusiones.
Antes de
retirarse les entregaremos a cada uno de ustedes un cuadernillo que contiene
resúmenes del Libro Tibetano de los
Muertos, los 78 ideogramas del Libro de Thot y apuntes sobre el
antiquísimo documento egipcio conocido como Libro de los Muertos que nos ha
legado conocimientos, cánticos e imágenes que ninguna otra cultura, hasta hoy,
ha podido superar, como se comprueba al consultar la profusa bibliografía
disponible en todos los idiomas.
Nuestra
tarea es la de procurar que ustedes se contacten con un compendio de
conocimientos que, por su naturaleza simbólica, se acoplará al hemisferio
derecho del cerebro para que la verdadera y última iluminación se logre en la
intimidad de la conciencia superior.
Las
Enseñanzas de los Santos Maestros nos dicen que en el ventrículo izquierdo del corazón existe un punto luminoso, una especie
de gota, también llamado átomo simiente, que no desaparece ni se desintegra
tras la muerte física. Sobre la existencia previa al nacimiento y posterior a
la muerte de ese átomo seminal, no vamos a extendernos para no complicarnos con
las discusiones bizantinas a las que me referí hace un momento. Ese punto luminoso está ahí, en el corazón que
está dejando de latir, en el proceso de la muerte que todos a su tiempo vamos a experimentar.
Ese
proceso atraviesa, como vamos a ver,
distintos estadios, cada uno de los cuales es identificado por fenómenos
muy diferentes. En su etapa inicial el cuerpo empieza disolviéndose en la mente, la que a su vez se disuelve en
el alma y ésta en el espíritu cósmico. Es lo que los antiguos denominaron la
disolución de la cadena de la vida del ser. La dilución del cuerpo en la mente
es el proceso que determina la muerte física mientras que la disolución de la
mente en el alma se experimenta como un ejercicio retrospectivo, un examen de
conciencia también llamado “juicio final”.
La última etapa, la disolución del alma en el
espíritu universal, significa la trascendencia absoluta, estar un paso más allá
del bien y del mal, es haber alcanzado la ansiada liberación.
A falta de una palabra más precisa, continuaremos
empleando el término “disolución”, referido a la separación de los diferentes eslabones de la gran cadena
cuyos principales fenómenos pasan por la materia densa, las diferentes
sensaciones, las percepciones, los impulsos vitales, el psiquismo, el cuerpo
sutil y finalmente lo no manifestado y el espíritu cósmico.
Si ustedes no se cansan y permanecen atentos,
sabrán que el primer estadio del proceso de la muerte se produce cuando se
disuelve el nivel primario de la cadena del ser: materia, forma, sustancia
inferior. En esa etapa el cuerpo disminuye su volumen, la vista del moribundo
se nubla y oscurece, se siente como si el cuerpo fuera muy pesado y estuviera
hundiéndose. El brillo de los ojos, que ha sido la representación de la salud y
la vitalidad, empieza a desaparecer junto con todo atisbo de energía corporal.
El signo o visión interna aparece como un espejismo, un resplandor débil y
difuso, semejante a las imágenes acuosas que aparecen en el desierto caluroso.
Luego comienzan a desaparecer las sensaciones, cuyos signos externos son la
ausencia de placer o displacer al mismo tiempo que se interrumpen las
sensaciones mentales, la lengua se reseca, dejan de percibirse los sonidos externos
incluido el zumbido de los oídos que no ha sido otra cosa que la percepción auditiva
del paso del río de la sangre por el cuerpo. Aquí el signo interno es similar a
la presencia de vapor acuoso, una cortina de humo evanescente.
Observo en algunos rostros la sorpresa, en otros
cierto temor, en algunos pocos de
ustedes una manifiesta dificultad para aceptar lo que estamos exponiendo. Es
necesario que sea así, que cada cual sopese
estas enseñanzas mediante el mecanismo de aceptación-negación que facilita la
incorporación de un conocimiento auténtico.
El siguiente eslabón en la cadena disolutiva es la
pérdida de la percepción y del discernimiento mediante el cual se va perdiendo
el reconocimiento de los objetos, la presencia de los familiares y amigos. La
respiración del aire se debilita, ya no se perciben los olores y el cuerpo se
va enfriando. Aparecen visiones interiores semejantes a luciérnagas en una
noche profundamente oscura, o chispas de carbones encendidos.
Posteriormente se cortan los impulsos, todo tipo
de intención es anulado y la voluntad no ejerce su poder. El moribundo permanece
inmóvil, van desapareciendo los recuerdos de la presente vida, se borra todo
vestigio de memoria, la respiración se detiene, la lengua se hincha y se vuelve
azul. Por más esfuerzos que se hagan es imposible emitir una sola palabra.
Interiormente queda solo una luz intensa, brillante, similar a la que
describen aquellos que han tenido
experiencias cercanas a la muerte, los que por un instante han permanecido en
esos límites y han vuelto a la vida.
Como vamos analizando, aunque en ciertos casos la
muerte en algunos seres es súbita y en otros es lenta y dolorosa, las etapas de
la extinción final son similares en todos, aunque no con la misma intensidad ni
idéntica percepción del tiempo.
El próximo paso consiste en la disolución de la
conciencia, lo cognitivo. Como la conciencia posee tres niveles: mente
ordinaria, mente sutil y mente superior, cada una de ellas se disuelve en un
momento determinado. En primer lugar desaparece la conceptualización común, la mente ordinaria, dando lugar a la aparición
interna de una luz blanca y brillante, semejante (como dicen los antiguos lamas
tibetanos) a una noche clara de otoño iluminada por la luna llena.
Ustedes, que practican diariamente la meditación,
deben recordar que este ejercicio proporciona evidencias de la realidad de las
experiencias que acontecen durante el proceso de la muerte, tal como he ido
narrándoles. Es el fenómeno del cual les hablaba al comienzo sobre la
yuxtaposición de las funciones de los dos hemisferios cerebrales que hacen
posible una percepción dinámica, totalitaria, holística. Las razas orientales,
perfeccionadas por una cultura anterior en muchos miles de años a la nuestra,
poseen una visión sofisticada de las dimensiones espirituales, una fuente de
conocimientos y sabiduría sobre el proceso real de la muerte y su relación con
el desenvolvimiento espiritual, con la predestinación individual. Docenas de
siglos después de que los atlantes fueron vencidos por los arios en una guerra
de mil años, los hindúes, por citar un
ejemplo, escribieron el Mahabharata
y el Ramayana mientras nuestros antepasados occidentales vivían en
cavernas y bosques de la actual Europa. Saquen ustedes las conclusiones sobre
el origen de los saberes sobre el cuerpo
y el alma y su relación con los temas de los que tan poco sabemos en realidad,
como el que es motivo de esta conferencia.
Estamos llegando a los eslabones finales de la
disolución de la cadena del ser, apenas con este breve resumen que nos aproxima
a lo desconocido pero que al mismo tiempo nos deja la certeza de todo lo que
aún ignoramos, la parte que falta y que con seguridad completaremos en el
momento de nuestra muerte.
En el siguiente estadio se disuelve la mente sutil
como una resplandeciente luz similar a
la de una mañana fresca y clara de la naciente primavera. Es el instante en que
cesa toda manifestación de conciencia ordinaria y desaparece definitivamente la
vida. En las representaciones gráficas más antiguas se ilustra este estadio
como una noche profundamente oscura, sin luz, sin estrellas ni luna.
En el último paso de la vida a la muerte
definitiva, se produce un instante de intensa claridad de conciencia que se
experimenta como un cielo puro, luminoso: la luz clara y divina a la que
no sólo tienen acceso los moribundos en
su instante final sino también los místicos en estados de contemplación y unión
substancial con la Divina Madre del Universo.
Recuerden, finalmente, que para afirmar que se ha
producido la muerte, es cuando aparece una gota de sangre en las fosas nasales.
Deshacerse del cuerpo mediante el entierro o la cremación, antes de haber
alcanzado el punto final, nos hace responsables kármicamente y culpables de
asesinato, ya que el cuerpo todavía está vivo.
Si tienen ustedes la paciencia de aguardarme unos
minutos, volveré para saludar a cada uno y despedirme antes de que vuelvan a
sus respectivos radios de estabilidad. Comeremos algo que nos han preparado y
brindaremos por nuestros propósitos, que guardamos en la fidelidad y el secreto
depositados en nuestro corazón. Me siento muy feliz de estar con ustedes.
Extracto de la conferencia que el señor Valentín ofreció
a sus discípulos en algún lugar de las Sierras de Córdoba, según las
anotaciones de Juan Sánchez.
Yo y el Universo, esto y aquello, a la luz de la lógica cuántica no son entidades
separadas: son formas diferentes de una misma cosa, son expresiones de lo
manifestado, el vestido de la
Divina Madre , la sagrada Ilusión o Maya, definida por los
Maestros de la India como La magia cósmica que hace una sombra de la
sustancia y una sustancia de la sombra. Yo y el Universo son partes de las
infinitas e inconmensurables formas del mismo fenómeno: Causa, Principio y
Uno de Todo lo que Es. ¿Será así? Es
necesario para mí, por lo menos para mí mientras intento escribir un libro que
sea diverso, calidoscópico, entretenido y significativo para otros buscadores.
Es un intento que me obliga a repetir cada mañana la misma consigna: Soy lo que Es, aunque sé que todavía mi
ego no se disuelve en la tan ansiada Única Realidad, promesa hecha a mí mismo
que tal vez jamás sea cumplida. Simplemente lo intuyo, lo acepto por lo que
aprendí de los Rishis, pero continúo preguntando: ¿Qué es esa cosa,
ese algo? ¿Qué es lo que se
manifiesta? Como respuesta aparece un muro infranqueable a todo esfuerzo, a
todo impulso, a todo deseo. Ese que está más allá de todo lo visible, de todas las
formas conocidas o imaginadas, más allá de las palabras que supe elogiar, más
allá del espacio y del tiempo comprensible.
Sólo me queda al fin una certeza: soy una manifestación de lo que Es.
Todo deberá desembocar en la más pura filosofía de la no-dualidad. La Totalidad es la
manifestación de lo que Es, más allá del Bien y del Mal. Esta es la Única y
Perfecta Realidad. Por lo tanto todo es perfecto. Yo, cada partícula, cada
grano de arena, planta y animal, ángel y demonio, la vida y la muerte, lo
sensible y lo aparente, lo que fue, lo que ahora es y lo que vendrá, lo
maravilloso y lo terrible, todo lo pronunciable es lo que Es. Todo lo que tiene un
nombre, existe, dice el Corán. No existe nada que no sea lo que Es.
JUAN: ¿Has visto “Las alas del deseo” de Wim
Wenders? Hermosa película. Algunas
secuencias me remitieron a nuestra conversación mientras cenábamos antes de
anoche. A propósito, para mí fue una suerte ese encuentro porque charlar con
vos me hizo mucho bien. Te siento como a alguien a quien he conocido desde
siempre. Esta situación me resulta muy agradable pues en general me acobardan
los ejercicios propiciatorios de nuevos afectos. ¿Has observado eso que llaman
“el cultivo de las amistades? Como soy impaciente y algo haragana prefiero
relacionarme con aquellos seres (ángeles, niños, hombres, mujeres, plantas,
pájaros, piedras y demás) que me resulten compatibles desde el primer momento.
“Buscar el ojo del huracán de la creación”, una
frase tuya que me sorprendió. No nos vayamos a olvidar de conversar sobre ese
tema cuando vengas. SARA GATTARI
¿Dónde
estoy? ¿Qué son esos mundos de brillantes colores que van apareciendo a mi paso
a la velocidad del pensamiento? ¿Estaré viviendo la proyección astral más
completa de mi vida o estoy soñando que vuelo mientras duermo profundamente? ¿O
habré muerto y este es mi veloz viaje
hacia la Nada ?
Por momentos la velocidad de mi vuelo es tal que apenas puedo registrar las
imágenes en los circuitos de mi memoria. Jamás he visto ni en libros ni en
películas estos sitios remotos, tal vez aún vírgenes, no pisoteados por el
hombre: mares extensos cortados por montañas, islas tropicales, bosques
impenetrables en los que no quisiera extraviarme. Aquí deben vivir los
innumerables dioses de la
Tierra , bestias míticas jamás imaginadas, bibliotecas
subterráneas que guardan un ejemplar de cada libro editado en todas las
lenguas, animales inteligentes que hablan y meditan en contacto con seres
alados como yo. Estoy seguro de que podré pasar por laberintos que nadie podría
recorrer sin volverse loco: escaleras que llevan a todas y a ninguna parte,
castillos medievales en donde se alistan ejércitos de caballeros templarios,
asistidos por sílfides y doncellas que prometen sus gracias a los que regresen
de la batalla. Me ha asombrado contemplar en cada isla una aldea donde habitan
los seres diminutos que según los Santos Maestros será la raza predominante en
la futura humanidad. Entre una montaña de cristal y otra construida con los
sutiles sueños de los recién nacidos, contemplé monstruosos cíclopes carnívoros
que deambulan casi ciegos por desiertos donde abunda el metal dorado, el pan de
la avaricia; y en los mares, sin señales de barcas ni rastros de ominosos
androides, brincan los delfines y las sirenas voluptuosas con sus pezones erectos por el deseo insaciable. Las
enciclopedias que he consultado y los pesados libros ilustrados no son
suficientes para que yo pueda señalar el nombre de los exóticos lugares que me
ha sido dado conocer. Así, entonces, en mi función de nombrador, diré que esas
ruinas apenas visibles sobre la costa del mar es la Ciudad de las Puertas de
Oro, como era llamada la capital de la sumergida Atlántida. ¿Fue aquí o en la
antigua Bagdad donde existió el Jardín de las Delicias, el Edén de nuestros
primeros padres? Si me atreviera a
buscar entre las ruinas, impulsado por esta meteórica intuición, ¿encontraría
el cráneo de Abel y la piedra con la que Caín le dio muerte? Pero no excavaré
entre las tumbas pues ya estoy recorriendo los jardines poblados de árboles en
cuyas ramas las manzanas de oro esperan la codicia de mi boca. Si pudiera
morderlas sería yo un perfecto inmortal y aún podría llevar barbechos para
plantarlos en los huertos terrestres y así vencer a la estúpida Muerte. Pero si
apenas estoy viviendo en un sueño o en una visión extracorpórea o en una
pesadilla y nada puedo tocar, ni morder, ni sentir, ni oler. Voy a salir de inmediato de este lugar pues un
mensaje interior me dice que próxima a la inmortalidad yace también la muerte
absoluta, la región donde la luz ha sido hecha prisionera y plegada en rizomas
caóticos, impenetrables. Apenas he terminado de pensar y ya estoy en uno de los
islotes al que de inmediato designo como La Isla de
los Sueños, porque estoy soñando y porque todo lo que aquí existe es elusivo,
cambiante, no tiene consistencia y sin embargo emana un poder irresistible.
Presiento (no tengo otra palabra) que aquí, por mitades, sus habitantes son
bellos, delicados y sensuales, y otros horribles, perversos, alucinatorios. Se
mezclan, combinan y confunden entre ellos y se niegan a ser identificados.
Carecen de sexo y de nombre, no tienen edad ni destino alguno que cumplir.
Danzan ahora en grupos que separan la belleza más espléndida de la más inmunda
fealdad y luego vuelven a arremolinarse, jadeando, gritando, fundiéndose y
volviendo a separarse de tal modo que súbitamente recuerdo un sueño espantoso que tuve hace un
par de años cuando me desperté envuelto en sudor creyendo que escapaba de mi
pesadilla pero, ya de pie al lado de mi cama, las figuras continuaban
revolcándose aún después de haberme mojado la cara con agua fría. Como en este
momento tengo la potestad del viaje relámpago huyo de la isla de los sueños
hasta un valle verdísimo rodeado por montañas nevadas. No puedo comprender cómo
puedo continuar soñando o viajando por las entrañas de un calidoscopio que no
tiene ni principio ni fin como tampoco tiene ni principio ni fin esta novela que
estoy escribiendo en la vigilia de la ensoñación en un lugar preciso de
Córdoba. ¿Regresaré a mi casa o continuaré gozando de estas visiones sí
imaginadas pero jamás recorridas por humano alguno? Ahora mi desplazamiento
vuelve a ser lento y puedo caminar sobre
la hierba que imagino fresca en mis pies descalzos. Aquí una pareja de
centauros, él de color alazán, ella tordilla, se besan en la boca mientras el macho redondea
las tetas de la hembra con manos poderosas. Un poco más allá, indiferentes a
otras especies y sin duda ajenos a mi presencia, una tropilla de unicornios de
cabezas oscuras y ojos rojos pace junto a sus crías que apenas muestran el
nacimiento de un punzante cuerno en su frente. Sin temor a ser descubierto,
bajo una encina observo un grupo de mujeres de piel blanca y cabello rojo y
abundante con el que cubren su desnudez.
Descansan a la luz de un sol que apenas deslumbra, con sus espadas, arcos y
flechas a mano, cada una dulce y femenina y feroz y viril al mismo tiempo, con
su seno derecho cercenado mostrando apenas una delicada cicatriz. Son las
amazonas que se disponen para una próxima batalla. Algunas, las más viejas,
preparan comida en negros calderos, unas pocas niñas juegan en silencio a la
sombra y dos o tres muy jóvenes, encintas, conservan en su vientre los hijos
conseguidos del coito con jóvenes guerreros a los que luego del servicio dieron
muerte. Si estas naciones de mujeres existieron o son el fruto de la enfermiza
imaginación de los machos sombríos que gobiernan los mundos, no lo sé. Ahora
existen sólo para mí, para el ser invisible que las recorre con ojos ávidos y
pasa sus manos por sobre los cuerpos calientes tocando, sin ser percibido, los
muslos increíbles, los músculos fuertes moldeados en el gimnasio de las
guerras. ¿Quién podría creerme si relato este viaje? No puedo llevar conmigo
prueba alguna, ni siquiera un puñado de polvo, la pluma de un pájaro, una gota
de miel de la Fuente
de la Eterna Juventud ,
que observo a pocos pasos del árbol de
las guerreras. Ahí está el manantial del cual brotan tres vertientes: una lleva
miel, otra leche y la restante vino rojo que nutre a cada uno de los seres que
habitan este valle. ¿Pero qué es eso? Es el Árbol del Pan, una planta
gigantesca que, molida, ofrece la harina más pura que cualquiera desearía
amasar. Cómo quisiera yo tomar apenas
unos sorbos de la Fuente. Las mujeres y
el vino me provocan oleadas de sensualidad, tengo sed y hambre y me alejo para
no tentarme más con la lujuria de mi
alma posesiva. Detrás del bosque observo una colina escarpada. Rápidamente me
desplazo hacia una de las profundas cavernas. Tengo curiosidad por saber
quiénes o qué se esconde allí, sin duda seres superiores u objetos de valor. En
la puerta de cada caverna hay un grupo de hombres con cara de perro, desnudos y armados de lanzas, que observan en
redondo haciendo girar sus cabezas de buldog. Sonrío mientras ingreso pensando
en el raro privilegio de ser invisible y me deslizo por túneles iluminados por
toneladas de piedras preciosas. Pienso en cuánta maravilla, cuánta riqueza, cuánto poder abunda en este
valle fértil. Un nuevo impulso me dice que debo seguir, hasta el final del laberinto. Los hombres-perro son soldados
que custodian el ingreso, apenas son sirvientes armados. En algún lugar deben
estar los amos de tanta riqueza. Me desplazo a la velocidad del pensamiento por
esta cueva serpenteante hasta que una luz que me enceguece me advierte que
estoy al otro lado del valle. Frente a mí, se yergue, inmenso, imponente, el Monte de las Ánimas
donde según leyendas esotéricas de la Antigua Persia , pueden encontrarse las semillas
del mítico Árbol de la Ciencia
del Bien y del Mal que pueden ser plantadas en cualquier lugar de la Tierra , con la condición de que sean regadas con las
lágrimas de los seres inocentes condenados por pecados que jamás cometieron.
Qué diablos hago aquí, pienso ante la imposibilidad de transportar aunque más no fuese que una semilla, cuando
sin pensarlo ni desearlo me encuentro
frente a las ruinas de un castillo. ¿Habrá sido porque pensé en la palabra
“diablos” que estoy nada menos que frente a un portal que apenas me aproximo se
abre como invitándome a pasar? Esta es la casa de los diablos, mientras leo
sobre una de las puertas cerradas con triple llave, la palabra Lucifer. Recuerdo
que Lucifer significa “portador de la luz”, en griego. Pero en ese lugar apenas
hay destellos de una luz que proviene del exterior. La galería es extensa y
conduce en círculos concéntricos hacia el interior del castillo abandonado.
¿Abandonado? En cada puerta hay un
nombre, sinónimo del primero según la creencia popular estimulada por ciertos
teólogos. Voy avanzando y leyendo en bajorrelieves de oro: Demonio, Luzbel,
Belcebú, Satanás, Príncipe de las Tinieblas, Señor de las Moscas, Mefistófeles,
Vieja Serpiente y finalmente, Azael. A pesar de la impunidad que me da el ser traslúcido, no me confío de los habitantes de
esta casa. ¿Qué haría cualquiera de ellos con un intruso como yo, un viajero
astral o un muerto que proviene de la
muchedumbre humana? Al final de la última puerta me encuentro en un espacioso
salón en el que hay una mesa y trece sillas de enormes dimensiones. Aquí deben
realizarse los cónclaves del Mal, imagino, y de inmediato salgo con un
estremeciendo de pánico no sin antes leer un cartel sobre la mesa que dice: Habito en tu humano corazón. Si deseas
encontrarme sólo tienes que pronunciar siete veces mi nombre en voz alta. Yo te
enseñaré los misterios que otros te han negado en nombre del Bien. ¿Leí o
imaginé lo que acabo de escribir? Algo cansado de tantas aventuras salí del
castillo tenebroso y volé muy alto, en un cielo de un azul jamás pintado por
genio alguno. Fui sorprendido por una visión que significa que adquiriré
sabiduría y paz espiritual si soy capaz de guardar el secreto de lo que me ha
sido dado conocer. Vi nada menos que el Caballo Alado que se hace visible en
algunos segundos previos al ocaso y en las serenas horas del amanecer. ¿Adónde
irá?, pensé. ¿Existirá o será la proyección de otro soñador? Ya no me importaba
continuar pensando en nada que fuera real, ilusorio o virtual. ¿Cuál sería la
diferencia? El paso del Caballo Alado significa que se aproximaba la mañana. Si yo estuviera durmiendo,
despertaría y apenas me quedarían residuos de lo soñado. Apresuré mis intentos
por ver un poco más y viajé por sobre montañas y ríos, por otras selvas y
lagos, hasta que supe que había arribado al Walhalla, la región donde habitan
los espíritus de los guerreros escandinavos que mueren en el campo de batalla.
Se aceleró mi corazón ante lo que estaba contemplando. Se encontraban allí
cientos de caballeros con sus heridas sangrantes y signos de la reciente
contienda. Y a su lado, por orden del dios Odín, las bellísimas y poderosas
Valkirias, con sus trenzas doradas, la tersura de su piel y el color de sus
ojos, sus ropas de combate y las espadas a la cintura. Piadosas hijas de los
dioses que habían elegido, en medio del fragor de la lucha, a los jóvenes
héroes que debían morir para conducirlos a la región de la luz, al Walhalla,
para que no muriesen definitivamente sino que siguieran soñando con la vida,
con la hermosura de sus cuerpos, su coraje, la sensualidad de las interminables batallas. Me aproximé, pero supe
de inmediato que no debía arriesgarme. No soy guerrero, ni joven pero aún así
podría ser tentado como todo mortal por alguna de aquellas rubias del norte del
mundo. Me fui deseando saber un poco más sobre lo que vendría después del
consuelo que las mujeres prodigarían a los guerreros, hijos de Thor. Me quedó
una lógica frustración pero me alejé discretamente y volé sin saber por dónde ni hacia dónde iría. En
cierto momento me pareció haber escuchado el despertador pero enseguida volví a
lo profundo del sueño y continué viajando hasta que desde la altura supe que
estaba sobre la Isla
de los Seres Celestiales, ubicada en pleno Océano Pacífico, en ese inmenso mar
que se ubica entre África y Oceanía, allí mismo, sobre el archipiélago donde
asoman los peñascos de lo que fue la gran Lemuria, el continente perdido que se
sumergió como la Atlántida
en vaya a saber en cuál milenio antes del actual. Sentí tal emoción que me puse
a llorar, aunque sé que en sueños uno no derrama lágrimas, pero lloré con mi
corazón por tanta belleza oculta a toda visión humana. Qué privilegio, pensé, poder contemplar lo que
está vedado a todo hombre nacido de mujer. Toda la isla es una sola ciudad, con
sus elevados edificios de oro y murallas de esmeraldas, los caminos
pavimentados con el más puro marfil. Sus arroyos y ríos transportan vino, aguas
perfumadas y abundantes peces de todo tamaño y color. Deambulé por entre los
altos rascacielos, entre gente de indescriptible belleza, seres traslúcidos,
vestidos con túnicas rojas y amarillas hechas con telas de arañas gigantes que
crían en aposentos blindados. La voz interior, que siempre me acompaña en
momentos cruciales, me dijo que cuando pasan por el lugar los grandes y lujosos
trasatlánticos, la gente puede observar islas y atolones únicos en la Tierra pero que sólo los
niños, hasta la edad de la inocencia, pueden ver la Isla de los Seres
Espirituales. Me elevé cuanto pude y me quedé gozando del prodigio de mi
contemplación. Súbitamente cambié de dirección y descendí. Me pareció que el
reloj despertador que siempre dejo a mano sobre la mesa de luz seguía sonando. Pero
también me pareció escuchar a gente que lloraba alrededor de mi cama.
JUAN: Esta
mañana retiré tu carta de mi casilla en el correo. Llegó muy rápidamente según
el sello de emisión. Me parece que vamos “sincronizando”, aunque me gusta más
eso que escribiste sobre “conciencias que merodean con cierto instinto de
amor”. Está bien, es bueno sentirse inexplicablemente comunicante.
En otro
párrafo que he subrayado, decís: “No tenemos muchas cosas valiosas que hacer en
esta vida salvo identificar lo impostergable”. Es cierto. Lo impostergable, a
veces tan postergado u omitido por lo
urgente, lo inmediato. ¿Qué es impostergable para vos? Yo no lo sé,
exactamente. A veces, cuando percibo con la plenitud de mi conciencia, como me
ocurre en este momento, el infinito amor que siento por mis alumnos y el que
ellos sienten o manifiestan por mí, creo que vivo, que toco lo esencial. Pero
otras veces quiero diluirme, extranjerizarme. De ahí surge mi propósito de emplear un pseudónimo para
mis libros. Tenés razón en lo que me decís al respecto, pero será tema para una
larga charla. Lástima que vivamos en lugares tan distantes. Te abrazo fuerte,
dulcemente, hasta la próxima carta. SARA.
Debemos a
Konrad Lorenz, Premio Nobel de medicina y fisiología, las más serias
advertencias acerca de la posible degeneración del programa humano. Como todos
sabemos, a mediados del siglo XX, Lorenz realizó en la Universidad de Viena,
singulares experimentos en el campo de la etología que le valieron prestigio
internacional, en especial después de la publicación de numerosos libros que
fueron la delicia de millones de lectores, en diversas lenguas del mundo aunque
hoy, lamentablemente, son pocos los que siguen advirtiendo la vigencia de
tantos síntomas alarmantes que en esta ocasión vamos a repasar. Me estoy refiriendo a una
serie de fundamentos científicos sobre los que se apoya la Gran Obra en la que
tanto ustedes como yo estamos implicados y comprometidos.
Imagino
que estarán preguntándose, ¿cuáles son las relaciones del comportamiento animal
y humano que puedan haber sido la causa de semejante preocupación para el
biólogo austriaco? Precisamente, de los aspectos innatos y adquiridos de ambas
especies, surgieron diversas teorías sobre el comportamiento biológico del
orden social que a juicio de Lorenz significan no solamente una inminente
amenaza para nuestra civilización (la
que estaría en los inicios de su ocaso), sino también en el colapso de la
humanidad como especie.
Ustedes
han sido testigos, hace poco, en el nacimiento de este tercer milenio, de la
difusión promiscua de antiguas y nuevas profecías, de cálculos científicos y
proyecciones económicas que señalan los
senderos resbaladizos que estamos recorriendo, o, lisa y llanamente del fin de la civilización y del hombre. Si
consultamos algunos de los cientos de miles de libros publicados, comprobaremos
que cualquiera sea el punto de partida y el género literario, científico o
filosófico que trate la cuestión, nadie ha planteado como lo hace Humberto Eco,
que el principal déficit de hoy no es la polución, la guerra, la inequidad en
la distribución de la riqueza, el progreso de las enfermedades mentales y otro
sinnúmero de males, si no la falta de
filosofía: el hombre está perdiendo la facultad de pensar o, como escribió Lorenz:
La prisa temerosa y el miedo apremiante
del hombre se confabulan para arrebatarle sus principales cualidades. Una de
éstas es la reflexión. Es muy probable que ésta haya representado
un papel determinante en los enigmáticos comienzos de la raza humana, y que un
buen día, aquellos seres curiosos, dedicados a la exploración de su medio
ambiente, se descubrieron a sí
mismos en el campo visual de su
investigación.
Lejos
estamos de esa curiosidad innata y más lejos todavía del sentido de pertenencia
a la Tierra y la consecuente correspondencia y responsabilidad para el
sostenimiento del hábitat planetario que haría posible nuestra supervivencia. Hoy
nos parecen lejanas (y para muchos anacrónicas), las recomendaciones de Thomas
Robert Malthus, el célebre economista británico
que en su “Ensayo sobre la población” advertía en 1798 sobre el peligro
de una superpoblación que carecería de los medios indispensables si continuaba
expandiéndose. Aunque tarde, sus recomendaciones sobre la limitación
demográfica ya empezaron en diversos países del autodenominado Primer Mundo,
con su tasa de natalidad negativa que provocará que el número de sus habitantes
vaya decreciendo; habrá pocos niños y
jóvenes y una mayoría de hombres y mujeres que superarán los 100 años de vida.
Es posible
que Malthus tampoco previera entonces la naturaleza catastrófica en la que nos
estamos sumergiendo. Konrad Lorenz, por su parte, se refirió a otro tipo de
superpoblación, la que se produce mediante la oferta excesiva de contactos
sociales, las colisiones culturales producto de las incesantes inmigraciones.
Esto está produciendo el confinamiento de multitudes en espacios reducidos con
la consecuente agresividad que esto provoca en las grandes metrópolis.
Ustedes,
que provienen de diversos ámbitos y países y que, para llegar a este lugar, han
tenido que atravesar cambiantes paisajes, han comprobado la devastación del
espacio vital, especialmente en los países altamente industrializados. Nos
sentiríamos agobiados si tuviéramos que mencionar el número de especies en
continua extinción, la desertificación, los incendios de bosques, las talas
irracionales de las selvas de la
Amazonia , los pulmones de la Tierra. Mares y ríos
contaminados por el abandono de deshechos industriales, incluidos residuos radioactivos
que entre otros males aceleran la producción del cáncer, la acumulación de
basura no degradable en pueblos y ciudades, los enterramientos de productos
químicos que están contaminando las
napas de agua con las que millones de
seres deben subsistir. ¿Han advertido
ustedes que no nos encontramos con sapos ni en las ciudades ni en los
campos? ¿Qué está pasando con ranas y peces en arroyos y lagunas? Sencillamente
que sus huevas no se reproducen a causa de substancias que provienen de los
pesticidas.
La
humanidad ha entrado en competencia con ella misma, es lo que afirma el zoólogo
austriaco. Como la rata que recorre el laberinto y si no puede alcanzar el
alimento que visualiza se vuelve loca, genera en pocos días un cáncer
fulminante o sencillamente se suicida, así parecería que es la conducta social
de quienes habitamos este planeta que, al decir de los astronautas, brilla en
la negritud del espacio cósmico como una
gema azul.
Ya no se
trata, como en tiempos recientes, sólo de la confrontación entre pobres y
ricos, del sur contra el norte, por la apropiación del caucho, el oro, el
petróleo, el carbón industrial. Es la androfobia que anda suelta por el mundo,
el odio del hombre contra el hombre, las guerras tribales entre adolescentes
que se identifican por sus jergas y tatuajes, por sus incontrolables impulsos
destructivos. Son bloques de países que solapadamente se enfrentan a otros
bloques en una sorda y sórdida batalla por el apropiamiento de bienes y
recursos. Discúlpenme si estoy hablando de noticias que todos ustedes conocen,
pero es necesario que una estos puntos con otros para que, una vez más,
ratifiquen en sus conciencias los presupuestos que justifican la revolución que
está en movimiento.
Semejantes
a las tribus africanas que aún no pueden concebir el orden republicano y la
democracia, así se nos representan los atrofiados sentimientos humanos que sin
fuerza, enervados, en un lento proceso de debilitamiento, van sumiendo a las
multitudes en la parodia de los valores universales, en ridículas caricaturas
que simbolizan la más pura mediocridad.
Como
veremos en una próxima conferencia, los hombres emplean palabras cuyos
significados reales ignoran: Dios y Amor, mientras practican las más obscenas
idolatrías a líderes políticos y militares, a actores y deportistas y a pícaros
famosos que no son otra cosa que pequeños ídolos en sus pequeñas tribus.
Presten
atención al fragmento que voy a leerles, escrito por Konrad Lorenz a propósito
de sus sospechas sobre la decadencia del hombre: Numerosos adolescentes muestran hostilidad al actual orden social y,
por ende, a sus padres. El hecho de que, a pesar de semejante actitud, consideren
natural que los mantengan la sociedad y sus familias, demuestra un
carácter infantil irreflexivo.
Y agrega: Si el
progresivo infantilismo y la creciente criminalidad juvenil (e infantil, agrego yo) de esta civilización obedece, como mucho me temo, a síntomas de
decadencia genética, no es exagerado decir que corremos un grave peligro.
Es casi imposible ponerse de acuerdo sobre los motivos
que impulsan a millones de jóvenes, en todas las culturas, a actuar como
violentos salvajes, desprovistos del mínimo discernimiento, dotados de una
inagotable energía para desplazarse, correr, golpear, violar, robar, asesinar
sin remordimiento alguno. No es la lucha de clases sino el combate de pobres
contra pobres, de jóvenes contra otros jóvenes y de todos ellos contra la
sociedad y sus mayores.
¿Podría
reducirse esa violencia aplicando castigos mayores que incluyan la pena de
muerte? ¿Llegará a ser válido el concepto de “penas mayores para delitos
mayores” aunque el delincuente sea un niño? ¿Estaremos frente a antiguas
visiones apocalípticas que mencionaban como etapa final del hombre aquella en
la que los padres matarían a sus hijos y éstos a sus padres? Seguimos
preguntándonos: la creciente e
irracional violencia contra la mujer y el niño, tanto en los niveles más
empobrecidos como en las sociedades opulentas, ¿es un grave problema cultural o
signo de la decadencia genética? El campo de batalla del hombre contra el
hombre es también el ámbito de la familia donde un alto porcentaje de mujeres y
niños son humillados, golpeados, violados y asesinados por sus padres, tíos,
abuelos. ¿Qué es esto? ¿Un cuento de terror? No, estamos hablando de lo que por
siglos fue llamado el “núcleo de la sociedad”: la familia. Si el núcleo se
pudre, ¿qué será de la semilla?
Frente a ese panorama desolador, es necesario que
encontremos respuestas válidas, no simples justificaciones. A propósito, he
anotado un pensamiento de Carl Rogers que sería en este momento como el punto
de apoyo que nos impulse a salir del basurero moral en que parece estar sumida
nuestra humana sociedad. Dice Rogers: Las
enormes perturbaciones de la sociedad contemporánea forzarán una transformación
hacia un sistema nuevo, más coherente. Un renovado amor por la naturaleza y por
cada persona, una comprensión de la unidad espiritual del universo parecen
emerger con esta nueva visión del mundo.
El fin de la humanidad, el final del hombre es
también el final de la prepotencia del canon, de las estéticas competitivas que
han predominado durante siglos. Es de alguna manera el final de la razón, la culminación del poder del
macho sobre la hembra, la agonía de los dogmas, la disolución de las iglesias y
la desaparición de los cleros que han pretendido ser los intermediarios entre
el Hombre y Dios, con los resultados que son públicos.
Existe un indoctrinamiento creciente en nuestra
sociedad, producto del fracaso de tantos
vicarios, dogmáticos y predicadores asociados a gigantescas corporaciones
económicas y financieras que vienen acomodándose en los huecos que dejan la
ignorancia, la estupidez y la superstición. Otros falsos maestros, endiosados
por fanáticos de carácter débil pero conspicuos
aspirantes a la inmortalidad, son
contemporáneos, tienen más o menos nuestra edad y vendrían a ser los
patéticos sustitutos de los antiguos señores de la fe religiosa. ¿Encontraremos
la salida?
Piensen, internalicen estas enseñanzas , practiquen
rigurosamente los ejercicios de la meditación cada mañana, predisponiéndose
para ser protagonistas de una mutación jamás soñada ni por los más osados
visionarios, ni por los ingeniosos escritores de fantasías, ni por los sabios
que no tienen otro camino para exponer
sus teorías que en la ficción científica. Reflexionen, discutan en el silencio
de sus monólogos internos o con sus
compañeros sobre cada uno de los temas que iremos abordando en sucesivos
encuentros.
Especialmente les pido alejen de ustedes las ideas
sobre la conveniencia de logros
inmediatos. Estamos trabajando en un proyecto que nos llevará la vida sin estar seguros de que lograremos alcanzar
las metas prefijadas. Uno, tal vez el mayor de los peligros que deberemos
afrontar, es el crecimiento internacional del poder económico, militar y
cultural que proviene de la poderosa nación anglosajona de la que soy ciudadana
pero también una crítica implacable.
Para concluir, volvamos por un momento a las
preguntas iniciales. ¿Qué tienen que ver las relaciones del comportamiento
humano y animal con el fin del mundo viejo? Existen tantas razones que apenas
faltaría mencionar una: ¿imaginan ustedes la belleza, esplendor, orden y
limpieza que habría en la Tierra sin la presencia de la sociedad humana? Para
un viajero de los mundos exteriores, qué delicia sería llegar a este pedazo de
tierra rodeado por inmensos océanos y descubrir la innumerable variedad de sus
especies vegetales y animales. Lo sé, no parecen cuestionamientos dignos de un
ser humano, pero lo son, justificadamente.
Sean ustedes activos y al mismo tiempo
contemplativos. Piensen, disciernan, emociónense, gocen de la vida y renuncien
a la vida para que ella sea dueña y señora de ustedes. Intenten desplazarse con
pausas y pautas armoniosas que amplifiquen sus habituales estados de conciencia
y pueden percibir un poco de lo mucho que está ahí, a su alcance, aunque muy
lejos para quien no se obedece a sí mismo. La voz interior no es una metáfora. Recuerden esta sentencia
bíblica que pertenece al Eclesiastés: No
seas precipitado y que tu corazón no se apresure a proferir una palabra inútil
delante de Dios. De la muchedumbre de las ocupaciones nacen los sueños y de la
muchedumbre de las palabras nacen los despropósitos.
Que los Hijos que estamos proyectando con nuestro
sacrificio, reciban los dones que a nuestra generación le fueron negados.
Seamos criaturas agradecidas por la gracia de haber nacido y por haber sido
seleccionados para tan grande misión.
Conferencia de la doctora Clara Bachmann, resumida por
Juan Sánchez. Una tarde de otoño en San Marcos Sierras.
JUAN: La ventana de mi cuarto abierta me acerca
gamas verdes y un aire apenas tibio con olor a retamas y jazmín de lluvia. Hay
un hondo silencio que quiebra mi máquina de escribir. Vivaldi domina y expande
el esplendor de la primavera. Estoy sola. Mis padres salieron muy temprano a
visitar a unos parientes. Tengo todo el tiempo para mí, para pensar. Desde el
pasado viernes a hoy he vivido en horas muchos años, pero no he envejecido, al
contrario. Me siento segura, serena. Es extraño que sea así pues cada vez que
rondó el amor me puse descontrolada, enferma. Siempre me he enfermado cuando
han ocurrido esos pequeños actos, los escarceos buscando la comunicación con un
hombre.
Te transcribo lo que ha sido una especie de
meditación, un monólogo en el cual he procurado visualizarte, comprenderte,
tomando la distancia necesaria para ser justa con vos y conmigo misma:
“Cada vez que he sentido próximo a un hombre, cierto temor parece haberme dominado,
aun con aquellos a quienes consideraba inofensivos. Sin embargo, a Juan no le
temo. Tengo la certeza de que no va a limitarme, a hacerme claudicar. No sé si
llegaré a amarlo. Nunca me resultó sencillo entender la diferencia entre la
amistad y el amor, sobre todo cuando no predomina el deseo del otro. Ayer
percibí nítidamente que puedo o que pude prescindir del sexo de Juan. No de su
boca. Él no me excita, me calma, me
expande. Sí, me enciendo cuando su boca busca mis pezones. Él es suave, aéreo,
con sus labios. Cuánto desearía que Juan estuviera aquí, ahora. Pero está bien
así. Entre él y yo todo está bien.
Lo conocí
hace 18 años, una noche de primavera. Recuerdo que me empezó a contar que era
escritor, y de pronto ya no estaba, se había ido. Recuerdo vagamente que de
aquel efímero encuentro me quedó una sensación de fracaso, de pena como cuando
se nos corta el tallo de una flor y no sabemos qué hacer con ese cáliz. También
recuerdo que me pareció algo petulante o soberbio. Qué contraste. Ahora Juan me
resulta por momentos una especie de místico y al mismo tiempo un ser
desamparado en medio del caos, aunque por ahí sospecho que es una especie de
Don Juan con ciertos prejuicios. También me agrada Juan porque sabe ver, a la
vez, el lado exterior y el lado interior del laberinto humano. No sé si me
avendría a su presencia constantemente, pero me conmueve sentirlo en mi
proximidad, oírlo.
Percibo a
Juan como en una dimensión diferente. Para mí el amor es todavía una emoción,
un sentimiento; en cambio, para él, es un estado de conciencia. ¿Viviremos en
planos distintos? Mientras está físicamente próximo, percibo que de su cuerpo
descienden hacia mí una especie de conductos, unas arterias que me transmiten
una gran mansedumbre. Me inunda una placidez profunda, un complaciente deseo de
no moverme, no hablar, sólo oír su voz o estar en silencio a su lado. Después,
cuando se va, toda esa carga que él ha depositado en mí empieza a surgir, sale
de mí, se prolonga en innumerables venitas que lo buscan dondequiera se
encuentre.
¿Qué
pensará Juan de mí? Me gustaría llegar a conocerlo más. Aunque no confío
demasiado en mi intuición, lo percibo como una buena persona. Yo lo soy, lo
seré con él. Me voy a dormir pero antes le dedico este poema:
lo divergente lo accesorio lo circunstancial buscar la palabra para la idea de lo intuido
que se resbala que se escapa apresar levemente la calma la tenue
la inefable paz los noticieros
dicen cien mil personas han muerto en
un terremoto en Argelia lo convergente lo profundo
lo esencial cómo manifestar mi
gratitud a la vida que me regala el
jazmín del día y la carta que esta
mañana recibí de Juan y la brisa que mece las cortinas tal vez sea necesario cumplir con los dones que los ritos milenarios por alguna razón marcan
la vida de los hombres hasta la
próxima, Juan”. SARA
SARA GATTARI: Espero que aceptes este poema en prosa que
integrará la última parte de mi próximo libro. Fiel a mi promesa, irá
especialmente dedicado a tu nombre. Lo he completado en un par de sesiones, con
el mismo impulso incontenible que aparece siempre en momentos inesperados, no
cuando yo lo espero. Encontrarás imágenes, sensaciones y visiones que han
rondado nuestras largas, amables y amorosas conversaciones.
SINFONÍA DE LA PEREGRINACIÓN
¡Oh, miel de la vida, venturosa paloma, sonidos de un
concierto a media tarde sobre viñedos dorados en otoño, las reverberaciones de
los besos, cuerpos que se abrazan y despiden, los adioses, un camino asfaltado
que se desliza entre los álamos, el tenue maquillaje de la mañana, este oscilar
del corazón como un péndulo rojo y este venir y estar, este estar y partir, a
toda hora y fuera de las horas, mi mano en alto, la sonrisa de mis ojos, ¡oh! rosas
perfumadas de tu huerto, amigos, residentes de este pueblo fantasma, ¿cómo se
llama este lugar?
¿Desde cuándo venimos esculpiendo con el rumor y el roce
de nuestras voces esa muralla de murmullos maravillosos? ¿Es el Universo el
sonido de una quena en las altas montañas, un concierto atroz o apenas el
silbido de las alas de un pájaro? Los gritos de los niños que acaban de nacer,
el ay del moribundo en el geriátrico, su suspiro patético, la insoportable
vergüenza de morir, el fluir de otros goces y los arcos de las sensualidades
inasibles, el espasmo de las formas de la geometría visible y la invisible, las
confabulaciones de dioses pequeños en pequeños mundos, la subversión de las
tonalidades, el ordenamiento y el desorden, la pura aquiescencia que hace
posible despertar los sonidos envueltos
en capas de silencio, un estremecimiento del ojo aletargado que confunde la
vigilia y el sueño, los intentos y el impulso de saltar hacia algún lado, el
caer en la hondonada del vacío, la reflexión tardía, la elección repetida en
los cruces del camino, las premoniciones de un nuevo amor que se aproxima
y ese estar de nuevo aquí, al final de
la parábola, colmado de opiniones y sentimientos, de ideas efímeras y de
emociones inconsistentes, por momentos dúctil y eficiente, con la sincronía
perfeccionadora de un ser carismático, altivo y espirituoso, sensual,
carnívoro, de manos amplias y significadoras y en el otro extremo de mis pasos
apenas un mendigo, espejo de penas y fracasos, de pérdidas y de brevísimas traiciones,
portador de libros en blanco, de saldos bancarios en cero, el balbuceo del
imbécil, el no saber qué hacer ni decir, ni justificar, una costra de pus sobre
la piel regenerada y vuelta a marchitar.
¿Dónde están mis semillas, los carozos y brotes, las
raíces y frutos de mi sangre, lo que podría darle un sentido a mi holocausto? ¿Dónde estarán hoy
los hijos perfeccionados por los ejercicios de la meditación y el trabajo de
las manos, por la fidelidad irrevocable tantas veces prometida que es signo de
inclinación por lo divino? ¿Dónde se fueron aquellos que habían entrelazado sus
destinos y cuyas lágrimas anticiparon la hora de la diáspora, la ruptura del
círculo, el camino del áspero suplicio del destierro, mi nostalgia de Dios?
Esta es, señores del tribunal, la confesión de quien ha
conspirado en secreto y en público contra la Muerte, la eterna peste que
derrama como lluvia la Gran Enemiga. Soy un auténtico provocador, un
profesional de la guerra, insolente y astuto, un comandante de invisibles escaramuzas,
anotadas ceremoniosamente en el libro de ejercicios de la oración cotidiana, un
subversivo que eligió ser hostil y al mismo tiempo servir con la obediencia de
un esclavo a la Señora de las Manos de Seda, para obtener a cambio de la
entrega de su vida, la recompensa del amor indivisible, la gracia de su
misericordia por todos los seres que ama.
¿Qué nos ha pasado? ¿Esta es la grandiosa evolución de
las especies o la regresión como síntoma del final del programa humano?
¿Alguien ha visto un delfín ciego? ¿Adónde nos conduce esta vorágine que
trastorna la naturaleza? ¿Qué había más allá de los mandatos que impulsaba a
los censores quemar libros de ciencia? ¿Será la ciencia, como decían los
verdugos de la Inquisición, obra del
Señor de las Moscas? ¿Alguien conserva una iguana inválida, una calandria
tartamuda? ¿Hay leprosarios para elefantes, hay campos de concentración para
gorilas, hay patos salvajes asesinos, hay asilos para leones dementes? Quisiéramos
echar una mirada a los Libros Malditos que guardan las respuestas a las
preguntas que formulan al mismo tiempo los sabios, los filósofos, los teólogos
y los niños. Los adelantados del
progreso dicen con ironía que ningún conejo ha pisado todavía la Luna, que los
cerdos desconocen el uso de la computadora, que las especies animales (salvo la
del hombre) ignoran que ya hemos enviado mensajes a las estrellas, que hemos
puesto Hijos en el Espacio y máquinas que miran, se mueven y analizan en Marte,
husmeando entre las rocas.
¿Quién podrá controlar el destino de esta espaciosa
esfera, este amado planeta llamado Tierra que conserva bajo su piel un metro de
polvo de la sangre derramada, el esqueleto de las víctimas y en el aire el eco
de la risa asquerosa de los verdugos, el estruendo de los fusilamientos, el
repentino y suave deslizamiento de la soga, la picana humillante, la cámara de
gas, la ampolla de veneno que suplanta a la guillotina, el hacha del asesino
encapuchado?
Como los antílopes que en una tarde de verano huían
veloces cuando intentábamos cazarlos en una estancia en Guatimozín, como las
truchas arco iris robustas y espléndidas de los ríos de altura en proximidades
de la Cordillera de las Lágrimas, como el amable y suave deslizarse de mis
manos sobre tus pechos perfectos, la mente oscila sometida al principio de
incertidumbre, las contradicciones colisionan, las verdades mutuamente se
despedazan y sobre territorios de la Historia consagrada, sobre los límites y
mapas que parecían de acero se yergue ahora la amenaza de nuevos transgresores,
algunos poderosos y otros apenas malvivientes, tránsfugas de inapreciable
sonrisa, jóvenes potentes, iconoclastas, asqueados de las superfluas y
ridículas descripciones del mal llamado “mundo real”, las vagas teorías de las
pseudo ciencias y el palabrerío de intelectuales y académicos, ese parloteo
confuso de los pontificadotes y fundamentalistas, la perorata de los salvadores
del hombre, la mezcolanza de panegíricos y críticas, las profanaciones de la
lengua, el logos atrapado en la ciénaga de los comunicadores; el agua de la
mente se derrama en las cañerías y queda ciega, estéril, paralizada, se olvida
de sí misma como el recién anestesiado, como quien acaba de morir en un
accidente, como el recorrido de una vida inútil, sin propósito ni voluntad.
Semejante a hilos de araña que separan bolsones de aire
tibio que flotan sobre la luz de los viñedos, parecido al puñal que corta a
trozos los aromas del pan recién horneado y la carne asada con el presentimiento de la noche y de todo lo que la noche esconde
en su espesura, vamos de un lugar a otro, erráticos, confundidos por las
desigualdades, por las asimetrías, para quedar de pronto prisioneros de
nuestras propias ofrendas, sin saber por qué ni para quién hemos realizado
tantos sacrificios. Acosados por ese no saber por qué, hemos vuelto nuestra
mirada, hemos desplegado nuestros estados de conciencia, hemos recorrido un
sendero desconocido hasta encontrar la casa rodeada de olivares en Colonia
Caroya, donde vive don Juan, un campesino vidente y curandero, un bello anciano
de ojos azules y transparentes, que entra y sale a voluntad de un mundo a otro,
recibiendo con la paciencia de los santos, a ingenuos, supersticiosos y
enfermos auténticos, a citadinos de sonrisa estúpida, a políticos venales y
especulares financieros que fueron y volvieron una y otra vez por el mismo
camino de tierra entre los altos álamos, sin descubrir que todo es un juego
malabar, una multiplicación de globos de colores virtuales, ignorando que si el
futuro es descubierto se trueca de inmediato en su contrario y vuelve a ser el
de antes, lo posible desconocido, el malestar que a cada generación sorprende y
excita, esa estación de trenes en la que nunca descendemos porque nadie sabe su
nombre ni donde queda.
¡Oh!, miel de la vida, venturosa paloma, sonidos de un
concierto a media tarde sobre los viñedos ocres y violetas del otoño, las
reverberaciones de los besos, cuerpos que se abrazan y despiden, los adioses,
un camino asfaltado que se desplaza entre los altos álamos, el tenue maquillaje
de la mañana, las vacilaciones, este oscilar del corazón como un péndulo
púrpura, y este venir y estar, este estar y partir que apenas nos concede la
certeza de que hemos nacido sin saber todavía para qué; mi mano en alto, la
sonrisa de mis ojos, ¡oh! rosas perfumadas del camino, amigos, ¿qué dicen los
mensajes de los Maestros? Dicen que el tiempo de espera debe ser suprimido, no
más ayer ni mañana sino ahora, nada
más que el instante que no empieza ni termina nunca; dicen que los falsos
intermediarios entre Dios y el Hombre deben ser eliminados, ¿no es así,
bondadosa enseñanza, dignísimo trino, lengua felicísima que pronuncia las
claves del Misterio?
Quiero apartar de mí el cáliz de la noche, las voces
agrias, los insultos y quedarme en la vasta, ilimitada y silenciosa armonía de
la soledad, en la excitante propuesta del desvelo, lo que ya estoy por
descubrir bajo los pliegues de tu blusa, ¡oh! rosas perfumadas del camino,
amigos, ¿qué son esos sonidos, esas voces exaltadas, esas risas que provienen
de una alegría sencilla, los ladridos de un perro que anuncian la llegada de un
desconocido. ¿Cómo se llama este lugar?
Esta es la región del Universo llamado Mundo, en el rico
esplendor de un Nuevo Medioevo cargado con la antigua obscenidad del hambre,
las guerras religiosas, los fundamentalismos económicos, el Imperio militar, financiero, cultural e
idiomático que genera en su expansión el nacimiento de grandes y pequeños
sátrapas y alcahuetes. Es el lugar donde todavía aguardamos el cumplimiento de
las promesas que hicieron los Santos Maestros: la resurrección del cuerpo y del
alma, es decir la muerte de la Muerte, y el amor que me has jurado despierta y
en tus sueños, un vino blanco, fresco, en la tarde de un verano en Mendoza, el
olor de la salvia y el romero, el tiempo breve que aún nos queda para gozar,
para regocijarnos en la reciprocidad de nuestra desesperada búsqueda. ¡Oh!,
vida maravillosa, dichosos los que lean la historia de estos tiempos en el
recambio de los siglos, y comprendan la complejidad de nuestras maquinaciones,
lo difícil que ha sido desprendernos de nuestra voluntad de vivir para que
ellos, ustedes, los que están por llegar, beban el vino voluptuoso y disfruten
el júbilo salvaje que precede al descubrimiento de la predestinación.
Completo mi círculo y me admiro de mi obstinación y de mi
canto, del modo que tenemos de observarnos con curiosidad, con vaga
opalescencia, el ingenioso ardid de las mutuas seducciones. El instrumento del
silencio como virtud, como secreto de una rigurosa disciplina, es armadura que
guarda y protege los dones, el poder que patrocina a los aspirantes, a los
recién llegados y el desenvuelto discurso de los mayores, los guías, los
constructores, los oradores tutelares que tienen el carisma y la gracia que
otorga la renuncia; y las mujeres de
majestuoso porte, calladas y de mirada espléndida, con ojos semejantes a los de
la gacela preñada, hembras consagradas, hieráticas y de boca dulce, eficientes
y caudalosas. Ellos, hombres y mujeres, son los anunciadores de lo que está por
suceder, y todavía más: son los precursores y portadores de nuevas semillas
genéticas, los únicos que podrían explicar esta genial conspiración contra el
Hombre Viejo y elevar la vibración de las rapsodias del nuevo Bhagavad Gita,
porque ya no hay nada más que hacer, nada que pueda superar al instrumento
impecable de quienes, asistidos por una obediencia irresistible, no tienen otra
tarea que hacer sobre esta Tierra que participar en la última batalla en la
cual lo único que tendrá que morir será la Muerte.
Bondadosa enseñanza, dignísimo trino, lengua felicísima
que pronuncia y expone las claves del Misterio, Anunciación, Estrella de la Mañana, un gran Sol Amarillo alumbra
mis pies, mis llagas de un millón de años, mi puño en alto, la sonrisa de mis
ojos, este venir y estar, este estar y partir, este oscilar del corazón como un
péndulo rojo, colmado, donante, plenipotente y sin embargo el último de todos,
el conspirador, el espía, el recién llegado, el desafiante, el que cubre con su
hálito a las muchedumbres para despejar con su palabra la melancolía, el
portador de ofrendas y recompensas, el peregrino solitario y arisco que vuelve
de su exilio transformado en espejo donde los otros puedan contemplar lo mejor
de sí mismos, el que protege con su juramente la Puerta que conduce al
Manantial, el que sostiene el estandarte del León, el Hijo del Fuego.
Recuerden y enseñen que la única
realización posible y verdadera es aquella que se plasma en la intimidad
silenciosa de nuestro ser. Somos almas libres de amar y de pensar: fuera de
nosotros no somos nada. Más allá, fuera de nuestra intimidad, corremos el
peligro de ser convertidos en sirvientes de las ideologías que alternativamente
se disputan el gobierno del mundo.
Sólo a
través del silencio podrán estar en contacto con la Conciencia Cósmica. Sólo
por la Ascética Mística pueden lograr el silencio perfecto que logre
identificarlos con la Divina Madre.
Permanezcan
en la quietud del Silencio para que la realización íntima del amor se transforme
en el vacío perfecto. En el completo silencio que concede el vacío perfecto
surgirá la nueva palabra, un lenguaje renovado y orientador. En el Silencio
Absoluto podrán realizar todos los
senderos que conducen al Camino, alcanzarán las metas que se hayan propuesto y
aprenderán la verdad única de la participación,
con la consecuente expansión de sus almas. No habrá verdad evidente sin
el conocimiento esencial de uno-mismo, del sujeto en el camino de la búsqueda.
Es
necesario aprender a callar, hundirse y permanecer en el silencio interior.
Nuestra palabra no es la palabra de este mundo. Somos, y así debemos ser
percibidos, como almas sencillas que viven en un mundo distinto. En medio de
una cultura frenética, destructiva y cruel, podremos sobrevivir al exterminio
de los enemigos del hombre.
Nadie
conoce nuestros nombres civiles. Carecemos de personalidad social, no deseamos
ni buscamos la fama ni el renombre ni valor alguno que se asocie a la ilusión
del ego. Cuando estamos frente a los otros desgarramos el velo que nos separa,
el velo de la separatividad social, mundana, económica. Sólo aspiramos a ser
almas que brillan en presencia de otras almas.
Permanecemos
en el misterio sin pronunciar una palabra. Envueltos en el resplandor invisible
del Silencio, nos apartamos del torbellino de los mundos abismales y nos
hacemos uno con nuestros Hijos, aquellos seres que la predestinación nos ha
encomendado para que sean ofrecidos a la gran misión que está por
despuntar.
Sin
embargo, no confundan ustedes el silencio y la paz interior con la inacción y
la desidia en la suelen caer los que no
están sujetos a la disciplina espiritual. Ante el inabarcable volumen producido
por el saber humano, científico, artístico y filosófico que ningún individuo
puede conocer en su totalidad, debemos organizar un sistema conciso, programado
científicamente que nos permita utilizar un lenguaje preciso, apropiado a
nuestros propósitos.
Es
indispensable eliminar el papelerío, la verborragia intelectual, el exceso de
metáforas, las repeticiones y la falta de coherencia. Cada estado de
conciencia, cada idea, sensación y emoción deben ser transmitidos con la
palabra correcta y si ésta no existe, hay que crearla, diseñar una nueva
filosofía del lenguaje.
Deben
ustedes aprender a distinguir entre conocimientos posibles y evidentes y los
que aún están en vías de ser irrefutables. Algunos sistemas mezclan y confunden
saberes culturales con los llamados metabiológicos y divinos: no saben
distinguir con claridad sobre aquello que es posible y lo verdadero, o exponen
especulaciones intelectuales y fantásticas ideas teológicas como verdades
evidentes y lo único que logran es provocar desengaños y sembrar más
incertidumbre.
Es
necesario no confundir, y enseñar a no confundir, la naturaleza de fenómenos
mentales, psíquicos y físicos como pertenecientes a cierto orden sobrenatural
cuando se sabe que inmediatamente pueden ser refutados por la psiquiatría o la
medicina química que logran alterar a
voluntad los diversos estados de conciencia, las emociones y la sensibilidad
corporal.
Tengan presente, en cada instante de sus vidas, la
Ley de la Reversibilidad que nos dice
que dando, recibiremos, que perdiendo, encontraremos, y ofrendándonos viviremos
plenamente pues la Renuncia es la única fuente de vida con la que podemos
calmar nuestra sed de realización.
Un poeta,
que vive entre ustedes, escribió este brevísimo poema: El Superior / no es otro que uno mismo
/ obedeciéndose. Consecuentes con ese pensamiento sometan
ustedes su voluntad a la obediencia que les exija su vocación y abandonen las cargas mentales para tener un
solo punto, una idea y un propósito únicos. Así podrán colaborar con nuestro
proyecto de fundación de una sociedad planetaria compuesta por una nueva y
Única Familia.
Mensaje enviado por el Maestro Desconocido
a los miembros de la Comunidad.
JUAN: Amor mansedumbre, amor libertad. En lugar de esta
carta me gustaría enviarte una canción, una alegre melodía. Tu venida ha sido
para mí una experiencia riquísima. Es como si todo en mi vida hubiera tomado un
absoluto sentido de novedad. La sensación de percibir el amor en forma tan
honda y a la vez tan libre, sin complicaciones, prejuicios, obligaciones,
culpas, ataduras, me parece milagrosa. Creo que esa percepción ha sido lo que he
aspirado siempre aunque no me atrevía ni siquiera a imaginarla.
Cuando por
momentos te quedás mirándome como con cierta nostalgia, con tristeza o con algo
de perplejidad, quisiera revelarte que nada hay en mí que te pueda preocupar,
nada que pueda significar dolor. No sé cuáles serán los pares de opuestos que
mi existencia y nuestra relación puedan depararte. Lo ideal sería que entre los
dos formáramos holísticamente el par que le otorgue sentido a esta etapa en
nuestras vidas.
Me siento
bien, tranquila. Me estoy organizando mejor con el tiempo y conmigo. No te
extraño, quiero decir que no percibo todavía tu ausencia. Todo a mi alrededor
está impregnado de tus tonos, tus gestos, tus ideas. Es muy bello lo que me
sucede, es inmensa la gratitud que siento hacia vos por aproximarme tan
amorosamente a tu intimidad y por respetar la mía tan sabiamente. No me
impacienta sentir tu autoridad. Te acepto porque te descubro profundamente
lógico. Quisiera que sientas algo semejante respecto de mí.
Aunque
estamos en enero, los días aquí han refrescado mucho. Tengo la ventana del escritorio abierta por la que entra un
aire agradable, con el olor de la tierra recién arada. Estoy haciendo dulce de
damasco. Si me sale rico te guardaré un frasco para cuando vengas.
Te abrazo
así, dulce, íntegramente. SARA
JUAN: Gracias por O’Henry. Fui a buscarlo en mi
biblioteca y recordé tener una selección
de sus cuentos en mis manos. Cuando yo cursaba el tercer año en la facultad
debí leer Pasajeros de la Arcadia para elaborar
un trabajo de cotejo con Le Père Goriot. Me
entusiasmó y leí varios cuentos más. Aunque te parezca increíble, lo había
olvidado por completo. Cuando lo nombraste me pareció que afloraba un recuerdo
amado.
Hoy
recordaba que hace 18 años vos y yo nos encontramos para perdernos rápidamente.
Tal vez haya sido así porque yo debía primero transitar un largo camino, con el
obligado descenso a los ciertos infiernos, para poder acceder a la gloria de
este cielo que es tu amistad para mí.
Nuestra
visita a la Casa del Diablo, estupenda tu definición sobre lo que vendría a ser
una casa de citas, un hotel alojamiento o como le dicen en Córdoba,
¿amueblado?, no me ha traído mayores perturbaciones porque: 1º fue una
asistencia libremente elegida por ambos, 2º estuve allí con la única persona
que en ese momento deseaba estar, y 3º cuando mis amigas comenten sus visitas a
ese lugar, seguramente callaré como lo hago siempre, pero esta vez no será por
ignorancia. Tengo otras razones, pero me las reservo.
Las horas
de esta mañana las dediqué a mis plantas. Si bien no me agradan las linduras
inglesas en los jardines, y estoy en desacuerdo con el conductismo, decidí
ponerle ciertos límites a la anarquía, especialmente de enredaderas y yuyitos.
La tarea me produjo un momento muy gratificante: trepar a las columnas del
parral significó recuperar la visión aérea de los viñedos y olivares y la
montaña, tal como la descubrí cuando era una niña.
Espero que
hayas recibido la carta que te envié el jueves pasado. En cuanto a lo que me
decís que te resultó sumamente excitante hacer el amor con una escritora, ¿qué
puedo decirte? Te beso. SARA
-Antes de
que llegaras, estuve repasando mi carpeta de apuntes sobre la plegaria.
-Recuerdo
que usted me había prometido que en alguno de nuestros encuentros ése sería el
tema de conversación.
-El tema
merece algo más que ser el centro de un diálogo. Debemos aprender a orar
correctamente y difundir las técnicas entre todos aquellos que, por diversas
razones, recibirán la influencia de nuestros pensamientos y acciones. Como dijo
Gandhi, orar es un intento para comunicarnos con el Alma del mundo.
-Hace
algunos meses, señor Valentín, estuve leyendo algunos libros y anotaciones que
fui conservando a lo largo de estos años de preparación.
-¿Por
ejemplo?
-La incógnita del hombre, de Alexis
Carrell
-Es un
libro extraordinario. Tenía un ejemplar en mi biblioteca pero desapareció.
Espero que quien lo tenga, y no lo devolvió, lo haya aprovechado.
-También
volví a leer un pequeño libro de Carrell del cual se han realizado traducciones
a docenas de idiomas.
-¿El poder de la plegaria?
-Sí,
señor. Puedo decir que es uno de mis libros de cabecera.
-Me alegro
de que así sea. Voy a hacerte una pregunta que estoy seguro no sabrás
responderme.
-Dígame.
-¿Sabías
que Alexis Carrell visitaba con frecuencia este lugar?
-¿La
Cumbrecita?
-Exactamente.
Se cuenta que aquí pasó varias temporadas, descansando en compañía de su
esposa.
-No
conocía ese dato.
-Entonces
tampoco sabrás que la esposa de ese gran científico está sepultada en el
cementerio de esta villa.
-Tampoco
lo sabía. Qué increíbles coincidencias.
-Carrell,
además de médico, fue cirujano, fisiólogo y un incansable investigador de
laboratorio en el campo de la regeneración de los tejidos y la cicatrización de
las heridas.
-Algo
sabía.
-A pesar
de que jamás se consideró ni teólogo ni filósofo, escribió ese librito
fundamental sobre la plegaria que recién mencionaste, basado en el ejercicio de
su profesión como médico y en especial en sus testimonios de curación por la fe
de la que fue testigo en el Santuario de Lourdes y que le valió nada menos que
ser expulsado del colegio médico de Francia.
-Si eso
hubiera ocurrido en tiempos de la Santa Inquisición, su destino habría sido la
hoguera.
-Es
verdad, Juan. Pero tal vez haya sido la predestinación la que lo hizo dejar Europa y trasladarse a los Estados
Unidos en donde años después recibiría el
Premio Nobel.
-La
venganza de los dioses.
-No sé si
habrá sido así. Lo que sabemos es su contribución a la medicina y su aporte a
la ascética mística sin que él fuera ni un asceta ni un místico.
-Aunque lo
que Carrell escribió sobre la oración lo aproxima a la mística contemplativa.
-Es
verdad, como lo iremos viendo. Mucho de lo que hoy se conoce, es herencia del
pensamiento de un gran científico que fue a la vez testigo de milagros de
sanación no aceptados por la ciencia ortodoxa.
-Pero sí
por la fe.
-Así es.
El Verbo, que emana de Dios, se fue transformando en palabra, en un lenguaje
sustancial que llegó a convertirse en vehículo al servicio de la comunicación
entre los hombres. A pesar de la degeneración a la que la cultura contemporánea
ha sometido al lenguaje, nos es posible rescatar el logos espermático, la esencia multiplicadora y expansiva de la
mente divina.
-Vendría a
ser lo que dijo Gandhi.
-Lo que
dijo Gandhi y lo que afirmaron a través de los siglos, en diferentes religiones
e idiomas, místicos como San Juan de la Cruz, Ramakrishna, Ignacio de Loyola,
Teresa de Ávila y tantos otros que sería largo mencionar.
-Quien
ora, entonces, ¿estaría compartiendo el poder inconmensurable de Dios?
-Exactamente,
es así aunque para algunos suene a blasfemia. La sintonización perfecta del
individuo consigo mismo lo pone en armonía con las leyes universales. Quien
medita descubre que está religándose, que no tiene una existencia separada sino
que es parte del Uno indivisible, del que emana la multiplicidad fenoménica, lo
manifestado, lo visible, el vestido de Maya.
-Como
usted sabe, en estos últimos tiempos he leído numerosos libros de divulgación
científica. Por ellos supe que eruditos de diferentes campos sugieren que todas
las cosas del Universo, Todo y Todas las Cosas, están interconectadas. Y ahora
espero ser yo quien lo sorprenda, señor Valentín. ¿Conoce este proverbio? Si cortas una brizna de hierba, el universo
entero vibra.
-Magnífico pensamiento, Juan, que viene en apoyo de
nuestros argumentos. Quienes practican la sanación mediante la oración están
convencidos de que ésta no disminuye su poder con la distancia. Las plegarias
tienen la misma eficacia tanto si vienen de la habitación contigua como de
alguna distante región del cosmos.
-¿Podría
ser esa la causa de que a veces sentimos un súbito bienestar sin saber de dónde
proviene?
-Personalmente
estoy seguro de que es así. El legendario físico persa Avicena escribió a
mediados del año 1000 que la imaginación
de un hombre puede actuar no sólo sobre el propio cuerpo, sino sobre otros
cuerpos distantes.
-Esto es Eso y Eso es Esto. ¿Sería esta
expresión el resumen de la totalidad absoluta?
-Al
comienzo es como un juego de palabras que se va revelando con la práctica de
las enseñanzas, los ejercicios de la meditación y la automatización de la
oración. El monje zen vietnamita, Thich
Nhat Hanh escribió: La mayoría de las
personas se ven a sí mismas como olas olvidando que también son agua.
Habituados a vivir en un marco de nacimiento-muerte, todo lo olvidan acerca de
aquello que no tiene nacimiento ni muerte. Como la ola vive la vida del agua, nosotros
vivimos la vida que no nace ni muere. Lo único que necesitamos es saber que
vivimos esa vida.
-Los
antiguos rishis de la India creían que la oración era la forma de energía más
poderosa que el hombre puede generar. ¿Usted considera, señor Valentín, que ese
pensamiento tiene vigencia?
-Por
supuesto. La oración es la emanación del amor que surge de la más pura
conciencia del ser, aunque él no sea consciente. La plegaria encuentra su más
alta expresión en la extensión del amor humano hacia la noche oscura de la
razón.
-Desearía
que usted me ampliara los conceptos sobre la oración. Por ejemplo: rezar por
hábito, por miedo, por superstición ¿también es orar en el sentido que le
estamos dando?
-Con
diferentes matices, la predisposición tiene semejanzas. Orar es también un
discurso, una plegaria, un monólogo, un pedido de auxilio, una meditación
trascendental a la que todos podemos acceder. No es imaginable pensar que una
persona, cualquiera fuera su condición, pudiera quedar al margen de este
recurso espiritual del que todos somos merecedores.
-En
algunos círculos, señor, se considera a la oración como una especie de privilegio al que sólo deberían
tener acceso las personas que se supone son cultas.
-Grave
error, Juan. Tal como dije hace un momento, aunque sea practicada como un
humilde rezo, como ejercicio de una inteligente meditación o como una simple
verbalización, la oración se vuelve inmediata e inevitablemente efectiva. Es con el corazón como vemos correctamente. ¿Sabés
quién lo dijo?
-Es una de
mis frases favoritas. Ahora, volviendo al tema de para qué orar, en estos
inicios del siglo XXI para muchos es una simple pérdida de tiempo, un
anacronismo del que no vale la pena hablar.
-Así nos
va y así les fue a las grandes civilizaciones que perdieron el sentido de lo
trascendente. La pérdida del sentido moral, de lo bello y en especial el
desprecio por lo sagrado, ha hecho del hombre actual un ser espiritualmente
nulo. Este ha sido y continúa siendo el comienzo del derrumbe de nuestra
cultura.
-En la
Edad Media, los monjes descubrieron que si aumenta el número de seres
entregados al ejercicio de la meditación y la plegaria, el mecanismo opresivo de los pares de opuestos,
las leyes del mundo manifestado en el cual se produce nuestra vida, irán perdiendo
su potencialidad dominante, al mismo tiempo que sería más amplio el libre
albedrío. Ésta parece haber sido la justificación de la construcción de
monasterios para la práctica de la vida contemplativa y de capillas y lugares
sagrados para el ejercicio de la oración.
-Eso
sucedió hace mucho tiempo, Juan. Hoy
vemos las iglesias vacías y a nadie se le ocurriría construir capillas
ni oratorios. Sri Aurobindo nos ha enseñado que el hombre de hoy puede y debe
practicar la ascética mística en la sociedad, tal como él lo ha hecho, tal como
lo hacemos nosotros. Podemos casarnos, tener hijos, estudiar, ser un activista
social o político, un artista, un hombre de negocios, sin necesidad de
someternos a los rigores de la vida monástica, ni hacer votos de castidad que
sólo conseguirían aumentar el número de seres histéricos y sexualmente
confundidos.
-Es lo que
usted nos ha enseñado desde el comienzo.
Esa es mi experiencia de la que estoy más que conforme. No deja de ser una
formal invitación para que miles de hombres y mujeres descubran el sentido y el
poder de la oración.
-Es lo que
hemos aprendido y lo que debemos enseñar y divulgar. Se puede orar en cualquier
sitio: en nuestra casa, en la calle, en el tren, en el ómnibus, en el
automóvil, en la escuela, en la fábrica
o en la oficina. Si se dispone de medios y de tiempo, lo ideal sería ir
de vez en cuando al campo, a las montañas, a un bosque o a orillas del mar y
allí poner en movimiento todo el caudal del que somos portadores.
-Tengo
algunas ideas y aprovecharé esta reunión con usted, señor Valentín, para
ampliarlas. ¿Cuáles son los efectos de la oración? ¿Por qué el sentido de lo
sagrado es tan importante?
-Por lo
que hasta hoy sabemos, por lo que escribió Alexis Carrell y por la posterior
experimentación de científicos y meditadores, es que aunque la práctica de la
plegaria sea un simple recitado de fórmulas, siempre produce efectos sobre el
comportamiento propio, enriqueciendo el sentido de lo moral y lo sagrado. La
evidencia es comparable a la secreción de una glándula interna que produce
determinadas transformaciones orgánicas, mentales y emocionales.
-¿Se
refiere usted a la medicina psicosomática?
-Exactamente.
La medicina psicosomática, antiguamente conocida como medicina del cuerpo y la
mente, demuestra que las percepciones, emociones, creencias, pensamientos y actitudes afectan notoriamente
al cuerpo. Las principales enfermedades de los tiempos actuales, el cáncer, cardiopatías, soriasis, diabetes y
otros males degenerativos, están de alguna manera influenciados por la mente.
Algunas modernas terapias incluyen la meditación, los retiros espirituales, la
biorretroalimentación, música apropiada y ejercicios de visualización.
-Acabo de
leer un artículo referido a lo que usted menciona, escrito por el Dr. Kirsham
Chopra, que me pareció muy interesante. Pero tengo una duda que tal vez usted
me aclare.
-Si tengo
la respuesta, te la daré, de lo contrario ambos quedaremos endeudados. ¿De qué
se trata?
-Cuando
hablamos de enfermedades susceptibles de ser eliminadas por medicamentos o por
una natural y probable remisión, es difícil saber cómo puede haber actuado la
oración como agente de sanación.
-Esto
sucede a menudo. Lo justo sería creer que el paciente se curó tanto por efectos
de la medicación como de la oración. ¿Cuál
era el propósito? Que el enfermo
sanara. No vale la pena discutir.
-Los
efectos de la plegaria ¿son lentos, progresivos, acumulativos?
-En
algunos casos la plegaria tiene efectos explosivos en personas que han sanado súbitamente Casi
siempre el fenómeno consiste en un gran dolor inicial y en minutos (a veces en
pocas horas) se produce la desaparición de los síntomas y el restablecimiento
del paciente, incluyendo lesiones anatómicas.
-Para que
esto, que parece un milagro, suceda, ¿es necesario que el enfermo tenga una
profunda fe?
-No
siempre es así. Para que estos fenómenos se produzcan no siempre es necesario
que el doliente tenga fe y tampoco que sea él quien ore. Niños pequeños,
ignorantes, retardados, seres mal dotados, no creyentes han sanado. ¿Por qué?
Porque próximos a ellos alguien oraba. La plegaria formulada por otro es
siempre más efectiva y fecunda que la que hace uno para sí.
-No es
fácil explicar estos sucesos desde el punto de vista científico, ¿verdad?
-Seguro
que no. Por esa razón expulsaron a Alexis Carrell del colegio médico de
Francia. ¿Nos queda algo pendiente? El reloj nos está marcando el final de esta
reunión.
-La
oración no es solamente un instrumento de sanación. ¿Existen otros aspectos que
justifiquen el acto de orar? ¿Cuáles?
-Cualquier
persona que ora adquiere una mayor resistencia en relación a la pobreza, el
desprecio social, a la discriminación, a las dificultades materiales, a la
pérdida de seres queridos, a la ausencia de aquellos que más amamos porque ya
no están o porque se fueron a vivir muy lejos. También oramos por amor, por
cuidado y protección, por el simple gozo de sentir que de nosotros fluye el más
puro y generoso sentimiento.
-Usted,
señor Valentín, tiene la facultad de señalar a aquellos que practican
asiduamente la meditación y la oración. ¿Cómo los identifica?
-Los
ejercicios espirituales ponen en quien los practica un sello especial que se
percibe en la fuerza de la mirada, la presencia, la serena expresión, la
integridad moral. Podría agregar que revelan una belleza transparente,
adicional, poco común.
-Muchas
gracias.
-Antes de
irte, voy a pedirte un favor. Que lleves
este sobre a la persona que está esperándolo. Vos sabés quién es y en
donde vive.
JUAN: Cariño, a pesar de lo breve que fue el tiempo
compartido esta vez, sentí que estabas más abierto hacia mí, menos defensivo,
más confiado, aunque dijiste algunas cosas como abriendo el paraguas antes de
que lleguen las lluvias, creo que la comunicación entre vos y yo es muy buena.
Nos vamos encontrando y reconociendo en un camino apacible, generoso y sincero.
Qué
gratificante es poseer el don de la memoria. En estos días en los que he estado
medio tristona, me he refugiado en esos bellos instantes compartidos con vos.
Esta
mañana, mientras iba a dar clases, se me ocurrió lo que ahora te transcribo,
escrito en mi agenda con letras despatarradas.
Yo digo Juan y
es como dijera tierra agua
sal Yo digo Juan y es como si recibiera sol aire
pan La vida se abre y se expande y llena de luz todo lo demás
He vivido tantos dorados años
algunos de adioses otros de distancias y muchos de soledad Es otoño otra vez
vuelan las hojas rojas se instalan las
horas dulces hay moscas lentas y olor a mosto en las cepas vacías las últimas flores del verano el pasto amarillento una
nube lechosa en el azul perfecto y el
sol del otoño Juan ¿por qué me duele quererte? Antes en el verano no te extrañaba Culpables son los marzos dorados
Ellos abren las puertas indebidas
Juan, enseñame también a amar en
otoño SARA
Creo que
fue Stalin quien dijo que la muerte de un hombre es un crimen pero que la
muerte de millones es sólo estadística. Esto y los demás argumentos expuestos
en este libro sobre la anomia que caracteriza a nuestra decadente civilización,
la desintegración progresiva de las leyes y reglas que podrían asegurar su
supervivencia, nos lleva al hecho real del genocida, el asesino serial, el
violador, el torturador que ejecutan sus crímenes impulsados por las malditas
ideologías, por la insanable locura que le sigue y por la aterradora presencia
de la anestesia moral que nos recuerda nuevamente a Konrad Lorenz y su
preocupación por el destino del género humano.
Frente a
la perpetua disyuntiva de perdonar o castigar, pienso que una extrema
indulgencia, de cualquier signo, no es otra cosa que una cobarde absolución a
uno mismo, una amnistía anticipada a las miserias emocionales y debilidades
mentales que todos portamos, en menor o mayor grado.
Observando
por televisión las fosas comunes en el Cementerio de San Vicente, en Córdoba,
donde se arrumban los huesos de cientos de hombres y mujeres ejecutados, fuera
de la ley, por la dictadura militar que asoló a nuestro país, leyendo noticias
sobre desaparecidos, siguiendo a las abuelas que buscan a sus nietos apropiados
por los represores mientras ellas mismas
van desapareciendo por la edad, el cansancio o las enfermedades,
conversando con docenas de amigos que jamás volvieron a ver sus hijos, sabiendo
de hechos atroces cometidos por individuos que en su momento fueron
identificados, juzgados y luego perdonados, uno no puedo ni debe sentirse
cómplice de la condonación de tantos crímenes de lesa humanidad.
El
microcuento que voy a transcribirte se inspiró en un poema que Antonio Requeni
dedicó a su amigo, el poeta Roberto Santoro, víctima de las balas de los
represores. Marqué únicamente los últimos versos que dicen:
Ahora tu nombre / es solo un nombre en una lista pero yo creo en la venganza del poema / no
haya paz en la tumba del verdugo.
Estoy de
acuerdo con la idea de que la verdadera historia no está en los manuales
académicos sino en la literatura. Basado en hechos reales, en juegos de la
imaginación y en el incontestable deseo de hacer justicia, escribí estas pocas
líneas que espero te conmuevan tanto como a mí al escribirlas.
EJECUCIÓN
Apenas
despertó de la anestesia, el torturador recordó que la joven doctora, antes de
operarlo, le había preguntado: ¿No me recuerda? Por supuesto que entonces no la
recordaba pero ahora, que regresaba convaleciente a su casa de campo en
Ascochinga, una imagen repentina lo trasladó, veinte años atrás, al Centro de
Detención de La Perla. En ese momento sonó el teléfono celular. ¿Sí? Una pausa.
¿Quién habla? Del otro lado de la línea la voz de la mujer lo hundió en el pánico. Detuvo el automóvil a la orilla de la
solitaria ruta. Iba a decir algo cuando escuchó: ¿Cómo se encuentra? No me diga
que todavía no me recuerda. Otra pausa. ¿Qué hora es?, preguntó la cirujana.
Las once y veinte, respondió tartamudeando mientras abría la puerta del coche y
trataba de huir. Ahora sabés quién soy, ¿verdad?, maldito violador, asesino. No
te coloqué un marcapasos. ¿Qué esperabas? Lo que está latiendo en tu pecho es
una bomba. Te quedan diez minutos de vida. Última pausa. Que Dios me perdone.
Querida Sara: de nuestro diálogo sobre la oración
quedó pendiente mi promesa de enviarte copia de un antiguo relato que me ha
impresionado de tal modo que por momentos imagino que ha sido un sueño que yo
mismo he experimentado, no recuerdo cuándo, pero sí que está relacionado con
ciertas pesadillas que tuve en aquellos difíciles meses en los que padecí mi
depresión nerviosa de la que fuiste testigo y
dulce samaritana. El texto pertenece al libro Los Padres Eremitas del Desierto, traducido del árabe al español
por mi querido amigo palestino, Juan Yaser, a quien tantas veces he mencionado.
Te prometo que en otra ocasión voy a enviarte el resumen de una conferencia
sobre la plegaria que dio una persona que vos no conocés pero que es muy
importante en mi vida. Por ahora me limitaré a transcribirte la historia del
Obispo Zenobio, que comienza así:
LAS VOCES DEL DESIERTO
El Obispo
Zenobio pernoctó en la antigua ciudad Djabal al-Tinef, apenas cruzando el
límite con el reino de Jordania de donde provenía con una reducida caravana de
peregrinos que lo acompañaban en su regreso a Beirut, con la devoción que se
debe a un auténtico Maestro.
Muy
temprano cargaron agua y alimentos suficientes para atravesar el inmenso
Desierto de Siria en el que por siglos sucumbieron miles de viajeros azotados
por la arena, el viento y el sol abrasador.
A la
tercera noche, el guía los condujo a un pequeño oasis en el que recargaron sus
vasijas con agua y dieron de comer a los camellos antes de entregarse a un
profundo sueño. Zenobio, que apenas necesitaba dormir un par de horas, se alejó
hasta una duna desde la que podía ver el resplandor de las fogatas. La Luna
llena que iluminaba las ondulaciones arenosas era una invitación a meditar.
Así
permaneció el obispo durante algo más de una hora. Impulsado por un repentino
presentimiento comenzó a remover la tierra con su báculo hasta que dio con una
calavera. Luego con otros huesos y otras
calaveras que parecieron molestarse por haber sido despertadas de un largo
sueño. Eran cientos de huesos sobre los que sobresalían cuatro blanquísimas
calaveras que comenzaron a castañear sus dientes.
El Obispo
Zenobio al principio se alarmó pero luego, movido por su templanza y caridad,
les preguntó quiénes habían sido en el tiempo en que aquellas osamentas habían
estado cubiertas de carne y de vida. Las calaveras guardaron silencio, como
esperando que quien parecía ser el espíritu jefe, comenzara a hablar: “Yo fui
en vida Mayid al-Zahrani, dueño y señor de un pequeño ejército de bandidos que asaltaban las caravanas. En ese oasis
donde ahora duermen los tuyos, teníamos nuestra secreta guarida. Allí
ocultábamos comida y armas y parte de los tesoros que iban acumulándose. Ya era
inmensamente rico pero, por desgracia, no pude poner límites a mi codicia”.
Hizo silencio la calavera que había hablado, como dando lugar a la que estaba a
su lado. Ésta dijo: “Fui, tal vez todavía sigo siendo, Muqtada Musab
al-Zarqawi, mago, alquimista y sacerdote idólatra que también habitaba este hermoso lugar junto con otros camaradas
de las tinieblas. Conocí los secretos de las ciencias que elaboran los elixires
de la vida y de la muerte con los cuales traficaba, vendiéndolos a asesinos de
dignatarios y reyes, hasta que caí en desgracia”. De inmediato habló la tercera calavera. Su
voz no era doliente ni áspera ni agresiva sino dulce como una flauta: “En otros
tiempos, en los que mi alma habitaba un río de sangre, en un hermoso y joven
cuerpo, mi nombre era Faris Alí Hussein. No fui ni bandido ni sacerdote ni
tampoco-Alá me bendiga- una mujer. Mi oficio era el de hacer reír a la gente.
Cantaba, bailaba, tocaba los más delicados instrumentos musicales y narraba,
durante horas, las historias que inventó la princesa Scheherazada en las largas
noches que dedicó a salvar su vida”.
Bajo la
intensa luz de la Luna, todavía sorprendido por el prodigio del que era
testigo, el Obispo Zenobio creyó haber escuchado a alguien que lloraba. Por un
momento se hizo un prolongado silencio. En el oasis, las fogatas estaban
apagándose y apenas se distinguían las últimas y lánguidas brasas. Lo que sonó
en el desierto, era ahora la voz firme
de una mujer, la cuarta calavera: “Fui en vida nada menos que Amira Abdulkarin,
hija del jefe Falah al-Nakib, el hombre más rico y poderoso de estos desiertos.
He sido la mujer más bella y codiciada a la que cantaron los poetas y a la que procuraron tener como
esposa príncipes y dignatarios. Pero mi más agradable oficio fue el de ramera,
por lo que fui repudiada por mi familia y expulsada de palacio. En estas arenas
tal vez estén sepultados los huesos de los innumerables amantes que me gozaron.
¿No es así, Muqtada”. La calavera que parecía ser el jefe, rió burlonamente y
dijo: “Es verdad, aunque ya eras vieja cuando te uniste a mí. Fuiste mi esposa
y la señora de mi harén. Perdoné tu pasado porque te amé como a ninguna otra
mujer”.
El anciano
obispo continuaba maravillado escuchando las voces del desierto. Estaba
convencido de que todo lo que estaba sucediendo era un sueño que se disiparía
al despertar. Pero no estaba durmiendo sino esperando lo que se le anticipaba
como una revelación. “¿Por qué están juntos? Me refiero a sus cuerpos”.
Hussein, el comediante, se apresuró a contestar: “Fuimos asesinados por
Omar al-Mahdi, por orden del rey de
Jordania”. “Sí”, agregó Mayid, el asesino, “fuimos condenados a muerte por
nuestro rey”. La voz de Amira sonó en la noche:”El rey de Jordania era entonces
Falah al-Nakib, mi padre”. Ahora Zenobio supo que el llanto provenía de la
calavera femenina.
Más allá del desierto, hacia el este, los primores
de la luz del Sol anunciaban la
proximidad del alba. La gente que estaba en el oasis había despertado y
preparaba la continuidad del viaje. Desde allí llamaban al obispo con grandes
voces.”Estaré en un momento con ustedes”, les dijo en el instante en que Amira
le reveló: “Ahora que escucho claramente su voz, sé que es usted el Obispo
Zenobio”. El viajero hizo apenas una señal de asentimiento con su cabeza.”Este
es el más grande de los milagros”, prosiguió la voz de la ramera, “pues estamos
en presencia de quien nos consuela con sus oraciones. Cada vez que usted, santo
varón, ruega por las almas de los que padecen en el infierno, nosotros, los
cuatro aquí presentes, recibíamos la inefable dicha de resucitar por unos
instantes. El soplo sagrado, el hálito que surgía de su boca, nos volvía a
revestir con nuestra carne. Surgíamos del
barro inmundo de la muerte y tornábamos, por su piedad, a la vida.
Después volvíamos a ser un puñado de huesos”. Dijo el obispo: “Mis oraciones y
mi piedad y amor por los que han muerto, ha sido la única obra verdadera de mi vida. Jamás imaginé que pudieran hacer
posible el milagro de la breve resurrección de la carne”. “¿No podrías?”, era la
voz dulce de Faris la que sonaba. ¿Qué dices?, preguntó Zenobio. “¿No podrías
orar un instante por nosotros? “Sí, Maestro”, continuó Amira, “lo rogamos con
todas las fuerzas del polvo de nuestros corazones”. “A cambio”, dijo la voz
tronante de Mayid al-Zaharani, “pedimos que nos sea concedida la muerte
definitiva. Ya hemos pagado con creces nuestras culpas”. “Reza por nosotros,
Señor”, dijo la calavera del idólatra, “luego ordena una pira con nuestros
huesos y préndelos fuego”. El anciano se arrodilló ante la antigua tumba y
comenzó a orar, apenas en un murmullo aunque el poder de su alma era tal que
volvía a ser posible el prodigio de la resurrección de la carne.
Al unísono
de las vibraciones que producían las palabras, los huesos comenzaron a
ordenarse formando al principio horribles imágenes cadavéricas que iban
armonizándose, cubriéndose de músculos, tendones y arterias, en carne
palpitante, en piel tibia cubierta por los más bellos ropajes. Al abrir sus
ojos y ponerse de pie, el Obispo Zenobio tenía ante sí a cuatro espléndidos
seres que le sonreían. “Oh, Señor”, meditaba, “haz que esto no sea un sueño.
Permíteme gozar de uno de tus milagros y a cambio te ofrezco, ahora mismo, el
último aliento de mi vida”.
Apenas
culminó su pensamiento, las cuatro figuras volvieron a transformarse en una
pila de huesos. Fiel a su promesa, el obispo juntó unas hierbas secas con las
que encendió un fuego. Como si hubieran estado esperando por siglos ese
instante, los restos de aquellos desdichados penitentes, en una sola y
voluptuosa llamarada, se convirtieron en cenizas. El anciano sacerdote impartió
su bendición y descendió hacia el oasis. Su gente estaba lista para partir,
esperándolo.
Mustafá
Aref, el guía, le preguntó: “Señor Obispo, ¿quiénes eran esas personas que
dialogaban con usted? ¿Qué es lo que estuvo ardiendo en su presencia?” El
hombre santo miró uno por uno a sus compañeros de viaje pero nada respondió. En
su semblante resplandecían los signos del milagro. Todo lo que podía decir,
estaba dicho.
SARA:
cuando me escribas, me gustaría conocer tu opinión sobre este relato que será
parte de un libro que algún día escribiré. Como bien sabemos, una buena parte
de la literatura de Medio Oriente oscila entre lo ingenuo, lo fantástico y lo
sentencioso. Historias de derviches, parábolas, metáforas y breves enseñanzas
sufíes han sido elaboradas mediante registros que pueden ser engañosos. Una
segunda o tercera mirada nos dice que hay mucho más detrás de las palabras.
Con el
amor de cada día. JUAN SÁNCHEZ
¿Cuáles
son los motivos que nos impulsan a volver una y otra vez sobre el tema de las
criaturas inteligentes que desde hace miles de años, con diferentes nombres,
viven en los lugares más ocultos y apartados del mundo? Son numerosas las
razones. Algunas tienen un carácter puramente informativo, para que tengan ustedes un conocimiento
ordenado respecto del origen de ciertos
descubrimientos y maniobras biológicas de las que somos legítimos herederos. En
cierto sentido, aunque de manera relativa, podríamos decir y aceptar el
conocido refrán que dice: “no hay nada
nuevo bajo el sol”.
Ustedes
son miembros permanentes de nuestra Comunidad desde hace muchos años, durante
los cuales han sido adiestrados convenientemente para ser los futuros padres y
madres de Hijos que serán diseñados a
vuestra imagen y semejante. Qué enunciación más simple y sin embargo qué
grave revelación encierra. ¿Por qué?, podríamos preguntarnos. Porque estamos
convirtiendo en realidad no sólo las visiones y profecías que vienen desde la
noche de los tiempos sino completando el trabajo de cabalistas y alquimistas y
científicos cruelmente perseguidos y denostados por sus colegas universitarios
y en especial por las iglesias que aún ahora, en el inicio del siglo XXI, se
niegan a aceptar una realidad incontrastable, un fenómeno científico que podrá
ser impugnado pero no detenido: la capacidad para hacer copias de plantas,
animales y seres humanos mediante la revolución genética que, para bien o para
mal, ya está entre nosotros, produciendo cambios y mutaciones que marcan el fin
de una época y el comienzo de otra en la que nosotros tenemos activa
participación y responsabilidad.
La
historia antigua se confunde con mitos y leyendas que no podemos probar o
negar, aunque los datos que esas fuentes nos ofrecen nos hace sospechar que
fabricar entes, fuera del sistema reproductivo habitual, no es una idea
reciente nacida de la mente febril de algún biólogo o de las especulaciones que
los escritores de literatura fantástica y ciencia-ficción han producido en
abundancia. En consecuencia, algunos informes que voy a ofrecerles se enmarcan
en la dimensión de lo posible y lo increíble, como sucede con las revelaciones
que provienen de un libro del médico checo Rolf Czapek, escrito a mediados del siglo pasado, en el
que menciona a Simón el Mago, contemporáneo de Jesús y amigo y compañero de
Paulo de Tarso, posteriormente conocido como el Apóstol San Pablo, quien
vendría a ser (Simón) algo así como el padre de la alquimia gnóstica y, por lo
tanto, el padre fundador de nuestro proyecto. Mito o realidad, lo cierto es que
la leyenda le atribuye a Simón el Mago haber creado un ejército de pequeñas
criaturas (llamados golem por los alquimistas) que lucharon del modo más
ingenioso y devastador contra los ejércitos de Roma hasta la caída del Templo
de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, fecha que marcó el final de la
resistencia judía.
Si no
fuera porque podríamos estar ingresando al territorio de las historias más
fantásticas y delirantes (pero que tienen una estrecha relación con el tema de
hoy), lo que voy a relatarles está más allá de lo increíble. Gustav Meyrink, el
famoso escritor universalmente conocido como el autor de Der golem (El golem), contó que en uno de sus viajes por la región
del Tirol que entonces pertenecía al imperio austro-húngaro, conoció a un tal
Ludovico Springuettti, un esperpéntico boticario, durante una cena en el hotel en el que se hospedaba el autor alemán.
El italiano, de largos y gruesos bigotes, tal vez con algunas copas de más, lo
invitó a visitar su farmacia en la que le mostró, después de algunos cabildeos,
una redoma en la que conservaba en formol una criatura de no más de treinta
centímetros de largo que, por los conocimientos médicos que tenía Meyrink, no
se trataba de un nonato humano, circunstancia que alarmó al viajero pues la
extraña coincidencia tenía, de algún modo, relación con sus estudios sobre los
homúnculos de los que hablan las ciencias ocultas y que años después fue el tema central de su libro.
No
conocemos todos los eslabones de la
larga cadena genética, una serie de experimentos que vienen practicándose desde
muchos miles años antes de Simón el Mago, tarea que estoy seguro se verá
concretada en el futuro inmediato con el
auxilio del mapa del genoma humano, recientemente completado. Como confirmación
de mi teoría sobre que numerosos genios han sido y siguen siendo portadores de
saberes que están más allá de todo entendimiento, voy a referirme a dos grandes
iniciados del siglo XV: el Maestro Agrippa y Paracelso
Agrippa, cuyo nombre completo era Heinrich
Cornelius Agrippa van Nettesheim, fue un extraordinario filósofo, médico,
cabalista y erudito alemán, un genio precoz que a sus 20 años de vida había
estudiado todos los libros de medicina y ciencias ocultas existentes entonces
en bibliotecas a las que sólo podían acceder los protegidos por la nobleza
gobernante, como fue su caso.
Agrippa practicaba la alquimia (las ciencias
químicas de hoy) y en 1507 organizó en París una sociedad secreta para el
estudio de las ciencias. Les pido que presten atención a este dato: la sociedad
secreta fue llamada Sodalitum, palabra latina que traducida a nuestro idioma
significa Comunidad. ¿Qué piensan
ustedes? ¿Se trata de una simple coincidencia o seremos nosotros los legítimos
continuadores de las ideas y obras del sabio alemán?
Sucedió que los experimentos que hacía Agrippa en su
tiempo fueron considerados por sus colegas como magia, motivo por el cual fue
expulsado de universidades y centros académicos que lo llevaron a viajar por
Inglaterra, Francia y otros países donde siempre encontró amigos y discípulos
dispuestos a escuchar y seguir sus enseñanzas.
Se cuenta que era un hombre sensible, amable,
amigo de los niños y los animales pero también un intrépido aventurero pues
participó en grandes batallas, en una de las cuales, después de vencer a los
venecianos, fue armado caballero en el mismo escenario del combate.
Comentó, dando muestras de sus amplios
conocimientos, las enseñanzas de Hermes Trismegisto del cual era sin dudas su
epígono, por lo que nuevamente estuvo en la mirada de la Inquisición no sólo
por sus conocimientos esotéricos sino porque atacó sin piedad al clero por su
completo desacuerdo con el horrible tratamiento a que sometían a miles de
hombres y mujeres satanizados y acusados de herejía. Murió, casi como sería de
esperar en un auténtico iniciado, pobre, enfermo y perseguido, aunque pudo
salvar numerosos escritos que fueron publicados años después de su muerte,
entre ellos el universalmente libro conocido como De Oculta Philosophia.
Agrippa concibió a la Tierra como un conjunto
activado por un espíritu universal. Fue uno de los primeros en afirmar que el
hombre podría ser capaz de tener amplios poderes sobre la naturaleza, operar
sobre ella y producir transformaciones (aunque en su tiempo jamás se atrevió a
revelarlo) en el hombre e influir en su destino como animal biológico.
Agrippa y
Paracelso son dos de los principales humanistas de su época que influyeron en
las siguientes generaciones de médicos, biólogos, físicos, químicos, filósofos
y teólogos, como podríamos dar fe nosotros mismos.
A fines
del siglo XV nació en Suiza el que todavía es considerado como uno de los
grandes médicos de la historia, Phillipus van Hohenheim, conocido
universalmente como Paracelso. Se supone que este eminente científico
perteneció a la Fraternidad Rosacruz y a otras instituciones secretas y que fue
dilecto discípulo del mítico abate alemán Joham Trithemius a quien se considera
como teólogo y ocultista, maestro de maestros.
Paracelso,
como médico y cirujano, graduado en la Universidad de Basilea, sirvió en
diversos ejércitos y recorrió la mayor parte del mundo entonces conocido,
Europa, Asia y África en donde recogió tradiciones, supersticiones y
medicamentos naturales.
En
Constantinopla fue iniciado por maestros árabes expertos en artes y ciencias
herméticas y parece que fue en Medio Oriente donde tuvo sus primeros contactos
con una desconocida comunidad de hombres extremadamente pequeños y a quienes la
tradición sigue llamando gnomos a
falta de una palabra más precisa.
Paracelso,
biólogo, químico y notable observador, era también un intuitivo, facultad que
despertó en él como consecuencia de su revolución espiritual, don que le
permitió descubrir la causa de numerosas enfermedades. Se cree que fue él quien
dijo que los gnomos tenían existencia real pero que pertenecían a otro rango de
tal modo que podían atravesar la materia, aparecer y desaparecer súbitamente,
fenómeno que hoy cientos de avistadores y periodistas mencionan como la
aparición de extraterrestres.
Aunque
Paracelso supo abarcar prácticamente la totalidad de los conocimientos de su
tiempo, se lo recuerda como el progenitor científico de seres artificiales
llamados homúnculos, criaturas pequeñas con forma humana, que describe con
precisión en su famoso tratado denominado, precisamente Homunculos, palabra en idioma latín que podría traducirse como
“hombrecillos”. Para la moderna genética, estos humanoides fueron intentos
fallidos, perdidos eslabones en la cadena que viene quién sabe desde dónde y
desde cuándo, que pasó hace dos mil años por Simón el Mago y sigue tras los
pasos que dieron Jehuda Löw ben Bezabel, conocido como el Rabino de Praga, por
Agrippa, Paracelso, Giovanni Battista della Porta y todos aquellos que les
siguen de siglo en siglo en una interminable lista.
Fácil es
comprender que Paracelso fue calumniado y perseguido por sus colegas, debiendo
abandonar la cátedra de medicina para convertirse en un espíritu errante de
ciudad en ciudad, dedicado a practicar notables reformas científicas. Su
filosofía tenía sus bases principalmente en el neoplatonismo y en la cábala.
Fue un auténtico iniciado, un innovador a quien se debe la progresiva evolución
de la alquimia de entonces a la portentosa ciencia experimental que perdura
hasta hoy.
Ahora
vamos a dar una rápida mirada a los mitos y leyendas que han sido contadas por
navegantes, exploradores y escritores y
que también han sido fuente de inspiración de famosos compositores. En el
folklore germano y escandinavo aparecen espíritus diminutos con forma humana,
volátiles y traviesos llamados elfos. Joham Wolfgang Goethe escribió un extenso
poema titulado El Elfo, la historia
de un espíritu maligno que recorre la Selva Negra hasta que llega a una aldea
donde un padre y su hijo mueren de terror al contemplarlo. Posteriormente, Sir
Walter Scott, escritor inglés, transformó este relato en una novela y Franz
Schubert escribió una maravillosa obra
musical.
Nos
preguntamos, ¿por qué ese interés por parte de eminentes escritores y músicos
hacia los llamados “espíritus de la naturaleza”? ¿Por qué esas figuras míticas
se hacen cada vez más verosímiles en la conciencia del público?
Volvamos
nuevamente a la posible existencia de gnomos o enanos, de los que se dicen que
viven en repliegues, túneles y cavernas inaccesibles. Es unánime la creencia de
que no fueron ni son amistosos con los extraños y que son capaces, incluso, de
actos malignos, aunque no todos tengan parecido comportamiento. En uno de los
viajes de Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano, el cronista de a bordo
dijo haber visto en la isla de Timor, próxima a Indonesia, seres humanos muy
pequeños, de grandes cabezas y orejas puntiagudas y que a pesar de las
diferencias de tamaño y la posesión de armas de fuego, los capitanes dieron
orden de no desembarcar, más que maravillados, espantados ante aquellas
presencias ominosas.
Algunos
cuentos sobre enanos que obligaban a los niños a trabajar como esclavos en las
minas no fueron otra cosa que una mentira fabulosa, un disfraz para ocultar el
brutal tratamiento que ejercían las clases poderosas en Inglaterra e Irlanda en
el siglo XVII. Precisamente, de Jonathan Swift, quien escribió la sátira Los viajes de Gulliver, se recuerda un
polémico escrito en el cual sugirió que los pobres debían vender a los ricos sus hijos como alimento. Ante la
furia de la nobleza, les dijo que ellos
se horrorizaban ante su idea pero no ante la realidad de emplear a miles de
niños en trabajos en las minas de las cuales pocos salían con vida. Fue una
sugerencia agria y despiadada, la hiriente ironía de un creador universal leído
por millones durante siglos.
Me he
apartado con este último comentario, pero regreso al tema central. Desde
Homero, la palabra pigmeo se emplea para referirse a una raza que antiguamente
vivió en partes de África y la
India. Se cuenta que sus peores enemigos eran los gigantescos
emús, avestruces de gran tamaño que se ensañaban con ellos. En una de las
famosas tareas de Hércules o Heracles se dice que fue sorprendido por un
ejército de hombrecillos que ataron sus pies y manos, aunque no lograron
atraparlo dada la fuerza descomunal que el gigante poseía. Se supone que Swift
se inspiró en esta historia para escribir sus viajes de Gulliver, lo que nos
mueve a decir a pesar lo que dijimos al comienzo, que aunque de manera relativa, no hay nada
nuevo bajo el sol.
No voy a
dejar de mencionar la leyenda de Oberón que según un poema medieval francés era
el rey de los enanos de una mítica civilización desaparecida, un ser que poseía
el don de conocer el pensamiento de los humanos y el poder de transportarse en
el acto a cualquier parte.
Oberón,
contrariamente a Elfo, vivía oculto en un bosque y su labor consistía en ayudar
a todo aquel que emprendía una difícil aventura. Auxiliaba a viajeros perdidos
a los que daba agua y alimentos y los guiaba hasta llegar al lugar hacia donde
se dirigían. El genial William Shakespeare que sabía tal vez mucho más de lo
que se supone sobre el tema de las pequeñas criaturas, incluyó a Oberón como
personaje en Sueño de una noche de
verano, como esposo de Titania, la reina de las hadas, a los que miles de
espectadores les dieron el carácter de hijos de la fantasía sin conocer cuáles
podrían ser sus reales vínculos con nuestra especie.
Para
terminar, voy a contarles algo que va a sorprenderlos. ¿Saben ustedes de dónde
proviene el mito de que a los bebés los traen las cigüeñas? Pues nada menos que
de una leyenda de la tribu Towa de Gabón, en el corazón de África. Según la
tradición que aún se mantiene viva, las cigüeñas desarrollaron un intenso amor
por aquellas pequeñas criaturas de piel oscura. Como en general los hombres
salían a guerrear, eran las mujeres las que trabajaban en los campos. Dejaban
en sus chozas a sus bebés al cuidado de las cigüeñas y eran éstas las que
llevaban a los críos en sus picos para que las mujeres les dieran de mamar y
con ellos, cuidadosa y amorosamente, volvían a las chozas, a continuar
cuidándolos. Mito o realidad, qué importa. Es una hermosa historia.
Nos
veremos esta noche en la cena. Gracias por estar aquí.
Disertación del señor
Valentín. La Cumbrecita, Sierras de Córdoba, una fría tarde de invierno del año
2002.
JUAN:
Respondo el primer párrafo de tu carta. “Sentirnos queridos y recordados sin
saber con certeza por qué”. ¿Creés que debe haber un porqué para querer? Seguramente sí. Entonces, ¿por qué te
quiero, Juan? No sabría decírtelo, amor, no lo sé racionalmente. Es pura
intuición. Sólo pensar que estás ahí, en algún lugar, en que seas simplemente
Juan, me entibia el alma. ¿Qué te aproxima a mí? ¿Cómo justificarías nuestra
relación Yo te respondo: tal vez por nuestra
común infancia campesina entre chacras y viñedos recorridos por calles de
tierra con sus altos álamos. Tal vez haya sido porque en distintos tiempos una
escuela rural o por nuestra vocación de poetas sencillos o por la magia de
algunas creencias o un punto de vista compartido sobre cómo abordar este
quehacer de continuar viviendo. Entre algunas dudas, algo sé con certeza, Juan:
amo tu inteligencia tanto como tu bondad, tu generosa amistad.
Ahora doy
vuelta la página para mostrarte otra faceta de tu Sara. Estoy sosteniendo en mí
una difícil batalla. Mi cerebro pelea con mi corazón. Mi corazón te ama
infinitamente. Sólo quiere estar con vos. No le importa dónde, cuándo, cómo. Te
busca, te nombra, te llama, te siente.
Mi cerebro
le responde al corazón con terribles argumentos: lo llama egoísta, posesivo,
descontrolado, primitivo, irracional. Le repite lo que te ha oído decir a vos,
tu proyecto de vivir en soledad y no en pareja, de no volver a repetir fracasos
afectivos. También mi razón le hace notar a mi atribulado corazón los caminos
diferentes y distantes por los que transitamos vos y yo. Le pregunta si estaría
dispuesto a renunciar a las libertades tan arduamente conseguidas.
Al corazón
se le llenan los ojos de lágrimas, se abraza a tu nombre, insiste
obstinadamente que el suyo es un gran amor. El cerebro se irrita, dice que si
la situación empeora, si la guerra se hace más agresiva, no consentirá ni un
poema ni una carta más. El corazón estalla de indignación. Lo llama cruel y le
dice que prefiere entenderse con tu cerebro, sin pasar por el mío, porque lo
presiente más inteligente y sobre todo, más sensible.
Así están
las cosas. La casa dividida. Es imprescindible saber quién ganará o cómo se
arreglará este conflicto. Te saludaré neutralmente. Hasta pronto.
NOTA: Mi
corazón le ha pedido estos bellos versos a Gabriela Mistral para vos:
Soy fea sin ti como las cosas desarraigadas de su sitio como
las raíces abandonadas sobre el suelo ¿Por qué no soy pequeña como la almendra
en el hueso cerrado?
Te extraño. SARA
JUAN: Te
escribo porque acabo de pensar: si Juan viera esto, cómo disfrutaría del
esplendor de esta mañana. ¿Cómo describiría Juan esta luz de mayo? Es excesivo
para mí sola, necesito compartir este instante con alguien que pudiera gozarlo
como yo, aunque ahora está lejos de mí, a cientos de kilómetros de distancia.
¿Quién podría ser ese destinatario? Nadie mejor que Juan.
Ayer
llovió mucho pero suavemente. Quiero decir que el paisaje está intacto.
Húmedamente sereno. Imaginá, recordá el
tiempo de tu vida entre las viñas. El sol proyecta una luz intensa, reveladora.
Todavía flotan infinitos cristales de agua sobre las plantas. Quedan algunos
álamos muy verdes y otros totalmente amarillos, excepto sus troncos, plateados.
Las copas oscuras de los olivos sobre el cobrizo brillante de las viñas que
esperan la poda. Los camellones entre las hileras partidos por el medio. El
agua fría se desliza lentamente en las acequias. Blanca, deslumbrante, la
montaña. Un cielo cada instante más azul. El aire es como a vos te gusta, frío,
seco pero impregnado del olor a tierra y plantas mojadas. El paisaje se
completa con el humo que sale de la chimenea de la casa vecina y el incitante
olor de las sopaipillas que está friendo mi mamá.
Mi perro
permanece quieto. El silencio es audible, palpable. Percibo el alma de la
naturaleza. Un placer exquisito, orgásmico, que me produce urgencia
compartirlo, transferirlo, darlo en heredad.
Te cuento
que en Mendoza, hasta la semana pasada, no había llegado Historia del Tiempo de Stephen W. Hawking que me recomendaste.
También busqué por varias librerías Nostalgia de Dios y La gravedad y la gracia de
Simona Weil. Por supuesto que los conocen pero me dicen que hace tiempo que se
agotaron. Los buscaré en Buenos Aires, cuando vaya en julio.
Cambiando
de tema, el último párrafo de tu carta me dejó meditando largamente. Me he
preguntado si alguna vez experimenté un “amor inmanente, trascendente, que esté
más allá de toda separatividad”. No, no creo haber experimentado una emoción
semejante. En todo caso tengo un conocimiento que podríamos llamar intelectual.
¿Qué más podrías agregar? Tu maestro me pediría que renunciara a la fascinación
perversa del mundo. Linda frase, pero ¿por dónde empezar? Por ahora estoy intentando
disciplinar un poco más mi materia. He descubierto que soy como algunos textos
narrativos actuales, polisémicos. Nunca se sabe todo totalmente, ¿no?
Lo que me
pareció excelente y me agradó es el párrafo de tu carta que dice: “Que mi
relación con vos no sea una línea sino una delicada complejidad, como un juego
cinético de Julio Le Parc”. Exacto, estoy totalmente de acuerdo con esa
definición. Te llamaré la próxima
semana. Te amo. SARA
Mi padre,
Henry Houphouet-Chandon, nació en 1922 en Toulouse pero creció en Burdeos,
entre las viñas y árboles frutales de mis abuelos. Era un excelente agricultor
y dueño de un carácter afable y bondadoso. Lo recuerdo salvando a los pichones
abandonados en algún nido a los que alimentaba
poniendo maíz majado en su boca en la que comían las pequeñas aves. Las
guardaba en unas grandes jaulas hasta
que adquirían el don de volar. Entonces las soltaba.
Mi padre
fue la primera persona que me explicó que todo tenía un sentido, que si algo
estaba ahí era para que perfeccionáramos nuestro trabajo y para el ejercicio de
la responsabilidad ecológica. Aunque nunca supe si tenía creencias formales, no
perteneció a ninguna iglesia aunque siempre parecía moverse en un sistema moral
que podríamos llamar natural. Me decía que también los animales y las plantas
pertenecían a una familia más numerosa a la que también nosotros, los humanos,
pertenecemos. Se enojaba si alguien maltrataba a un animal y le dolía ver una
rama de ciruelos rota o las plantas del jardín pisoteadas.
Posiblemente,
la comunión de mi padre con la naturaleza haya sido uno de los estímulos que me
impulsaron a convertirme en bióloga. Me gradué en París y de inmediato partí
hacia Londres, donde en la Universidad de Oxford tuve el privilegio de
completar mi doctorado nada menos que con James E. Lovelock, el eminente
científico autor de un libro de culto, GAIA,
una nueva visión de la vida sobre la Tierra
que ha inspirado algunas de las ideas que hoy voy a comunicarles.
Si
hablamos de la interrelación del hombre con la tierra, estamos hablando del
sentido de la belleza, de los sentimientos de placer, asombro, excitación que
nos colman cuando miramos, olemos, gustamos, palpamos o escuchamos algo que
potencializa nuestra conciencia perceptiva. Estas sensaciones placenteras,
incluidas las del amor erótico, valga la redundancia, son también explicables
en términos de nuestros vínculos con Gaia.
¿Qué es
Gaia? ¿Quién es Gaia? El concepto se remonta a ocho siglos antes de nuestra
era, cuando el poeta Hesíodo denominó a nuestro planeta como GAIA, la Madre de
pechos abundantes, hija de Caos, entidad que ha tenido una enorme importancia a
lo largo de toda la historia de la humanidad, como sustento de una creencia que
aún subsiste en numerosas religiones y en la mitología.
La
acumulación de datos sobre el entorno natural y el desarrollo vertiginoso de la
ecología a fines del siglo XX ha generado diversas especulaciones sobre la
posibilidad de que la biosfera sea algo más que la totalidad, es decir más que
la suma de todos los seres vivos.
La palabra
Gaia sintetiza la hipótesis que presenta a la biosfera como una entidad que se
autorregula con el suficiente poder para mantener su salud mediante el control
del entorno físico-químico.
La
búsqueda de Gaia ha sido durante milenios el intento de encontrar la mayor de
las criaturas vivientes, es decir: ella misma. Si esto es así sabremos, al fin,
que tanto la especie humana como el resto de los seres vivos son partes que en
conjunto resultan una poderosa entidad plena que es, mejor dicho debería ser,
autosuficiente para mantener las condiciones que hacen de la Tierra un lugar
adecuado para la vida.
La
Ecología es una rama de la Biología que se ocupa de las relaciones recíprocas
entre los diversos organismos y su entorno y la interacción de las personas en
el medio. Existen hoy dos visiones contrapuestas: una, ingenua, esperanzada que
ve al hombre como un elemento simbiótico y buen administrador del planeta; y la opuesta en la que el hombre es
un protagonista trágico que no solamente está produciendo su autodestrucción
sino también la totalidad de la vida en nuestro mundo.
Cuando
hablamos de la vida debemos considerar en primer término a los microorganismos.
Aunque el hombre y el resto de las especies se extinguieran, la vida podría
volver a organizarse partiendo nuevamente de estas partículas vegetales y
animales. Nos preguntamos: ¿cómo hemos de vivir insertos en el medio de Gaia?
Sin ser fatalistas sí podemos ser pesimistas cuando consideramos el hecho de
vivir en un universo progresivamente desquiciado por la acción del hombre
tecnológico y sus ciencias.
Hace
décadas, fue Rachel Carlson la primera que advirtió sobre los peligros
inminentes que supone la utilización masiva e indiscriminada de químicos
venenosos sin que hasta hoy las llamadas
naciones industrializadas del Primer Mundo hayan consentido en firmar los
protocolos multinacionales que podrían disminuir los efectos catastróficos por
todos conocidos.
¿Qué
hacer, entonces, para continuar creciendo y desarrollándonos? Es imposible
escapar a las leyes que rigen nuestro universo y este hecho de por sí
constituye una tragedia. El uso del poder nuclear y otros productos
tecnológicos letales por parte de antagonistas tribales que pretenden
justificarse en nombre de Dios, de la justicia y la liberación de los pueblos,
no es otra cosa que una obscena exhibición de codicia, poder y perversidad sin límites.
La primera
impresión que hemos recibido es que las leyes de la termodinámica aparecen como
incontrolables, duras e inexorables aunque hemos empezado a suponer que estamos
en condiciones de suavizar sus efectos. Por ejemplo: la segunda ley establece
que la entropía de un sistema cerrado aumentará hasta la explosión final y, en
consecuencia, como todos nosotros somos sistemas cerrados, estamos condenados a
morir. Esta realidad, ignorada o sencillamente negada, sobre la incesante
aniquilación de los seres vivos (de la que no está librada la especie humana)
es el principal fundamento de la constante renovación de la vida.
La
sentencia de muerte contenida en la segunda ley es aplicable únicamente a
sistemas cerrados al que pertenecen los seres vivos, como dijimos hace un
momento. El primer paso consistiría en empezar aceptando que la mortalidad es
el precio que debemos pagar a cambio de la identidad. Sabemos que la familia
vive más tiempo que cualquiera de sus miembros, así como las tribus viven más
que las familias mientras que la especie humana, que ha existido durante varios
millones de años, perdura más que las naciones, las tribus y las familias.
Volvemos a
preguntarnos, ¿qué sentido tiene culpar al universo y a sus leyes de las
dificultades y taras de la condición humana? Si para algunos resulta ofensivo
haber nacido en esta Casa ordenada por reglas inflexibles sin la menor posibilidad
de escapar, para otros resulta increíble haber sobrevivido como especie a todos
los cataclismos imaginables para tener ahora, en los inicios del siglo XXI, la
posibilidad de planificar una estrategia jamás imaginada. Es verdad, la
entropía nos asegura que todo está destinado
a morir, aunque, mientras eso va sucediendo, pueden aparecer fenómenos
inesperados, productos, como dijo Demócrito, del azar y la necesidad.
La
hipótesis Gaia nació en el mismo momento en que los astronautas, cuyo iniciado
es el ruso Yuri Gagarin, contemplaron la Tierra desde el espacio exterior, lo cual
significó una visión única, espléndida, una apreciación del conjunto (pero no
de los elementos que la constituyen).
Se cree
que, desde su aparición, el conjunto de las especies, incluida la última, la
humana, ha participado no de manera racional sino inconscientemente del proceso
de homeostasis planetario, es decir en el conjunto de los fenómenos de
autorregulación, orientados al mantenimiento de una constancia relativa en las composiciones
y las propiedades del medio interno del organismo y, por extensión, a la
autorregulación de la constancia de las propiedades de otros sistemas.
Lyn
Margulis, una eminente bióloga que ha trabajado por años junto a Lovelock, ha esclarecido algunas de
estas difíciles cuestiones, señalando que toda especie modifica su entorno para
optimizar su tasa de producción. Al ser el resultado de la suma de todas estas
modificaciones individuales, Gaia no es una excepción a esta regla en lo que se
refiere a la producción de gases, nutrientes y remoción de residuos y excretas.
Todas las especies están conectadas entre sí y entrelazadas con el proceso
regulador de Gaia.
Es
comprensible que algunos de ustedes estén pensando en este momento que mi conferencia tiene la morosidad y el lenguaje
propios del mundo académico por lo que puede resultarles de no muy fácil
comprensión. Hemos previsto esta situación confeccionando un folleto que podrán
retirar aquellos que lo deseen. La intención es que ustedes tomen conciencia
sobre la necesidad de dar ciertos pasos en dirección a una ecología en la que
las partes y el todo estén comprometidos. En la medida en que se acrecienta la
parte de la biomasa terrestre ocupada por la especie humana, las cosechas y los
rebaños de los que obtiene sus nutrientes, más nos afectará la transferencia de
energía solar. Seamos o no conscientes, nuestra responsabilidad respecto de la
homeostasis planetaria irá en continuo crecimiento.
Si
llegáramos a alcanzar una insoportable densidad demográfica, la actividad
humana neutralizará los poderes de Gaia obligándonos a practicar continuas
reparaciones a costos imprevisibles. Nadie sabe cuál debería ser el nivel
óptimo de la población aunque ya sabemos que por debajo de los 10.000 millones
continuaríamos siendo una colonia huésped de Gaia pero más allá de esa cifra,
si el consumo de energía aumenta, nos aguardaría una terrible tragedia a menos
que algunos tripulantes de la Nave Tierra se animen a introducir cambios
revolucionarios a cargo de nuevos capitanes de tormenta que tomen el timón.
El hombre
no se diferencia por el tamaño de su cerebro, ni por su organización social y
cultural, ni siquiera por ser el autor de una elevada tecnología, y tampoco por
la facultad de hablar y de pensar. El hombre es un ser especial porque de todos
los elementos a su disposición ha creado una entidad propia, un talento
suficiente para buscar, obtener, manipular y conservar información de manera
deliberada.
Las
predicciones sobre el futuro es mejor no considerarlas. La polarización
política y económica y la colisión de intereses de las tribus rivales
dificultarán, por no decir que harán imposible, cualquier exploración
científica aunque tenga el apoyo de la sociedad mundial. Crecemos impunemente y
sin restricciones a expensas de la salud de la biosfera contaminando la tierra,
el agua y el espacio con desechos industriales tóxicos y agentes antibióticos
químicos que están envenenando a las pocas criaturas que parecían haberse
salvado de su extinción como está sucediendo en la región austral de Argentina,
incluyendo la Antártica.
Trabajamos
en el seno de nuestra Comunidad ocupando diferentes roles a favor de la
supervivencia que está irrevocablemente ligada a la adecuación física y las
proporciones que estamos transfiriendo a los primeros hombres y mujeres
diseñados a una escala biotipológicamente mucho menor. Nuestros cuerpos están
formados por células que cooperan entre ellas, es decir que cada soma celular
provisto de núcleo, es la asociación simbiótica de entidades más pequeñas. Un
nuevo ser humano correctamente ensamblado resultará hermoso y perfecto de modo
que si nos guiamos por este instinto deberíamos reconocer por similitud, la
belleza de nuestro entorno, el conjunto de plantas, animales y hombres. Este impulso
de asociar la belleza y la supervivencia podría ser un camino para reducir la
entropía, de la que hablamos al comienzo, lo que significaría, en términos de
la teoría de la información, disminuir la incertidumbre de la vida.
Como
consecuencia de estos pasos en dirección a una ecología universal, las iglesias
de las religiones expansionistas y los ideólogos del falso humanismo y del
marxismo se encontrarán en breve con una desagradable verdad. No habrán
acumulado la inteligencia suficiente para resolver conceptos difíciles
relacionados con la supervivencia del sistema y descubrirán, demasiado tarde
para ellos, que sus sistemas cerrados están a punto de destruirse.
Estamos en
emergencia, en los límites de la alerta roja, y nos preguntamos cómo y dónde podríamos
implicarnos aún más en la percepción y participación en la red inteligente,
cada día más compleja, entre el Hombre y la Madre Tierra. Sin embargo, esta
relación ideal y recíproca es probable en criaturas individuales pero de
ninguna manera con la especie considerada colectivamente. Es posible que de la
acción de algunos cientos de miles de individuos, auténticos precursores que
podrían ser considerados hasta como conspiradores, subversivos y transgresores,
surjan las transformaciones necesarias para poder controlar y detener la
ferocidad, la androfobia y la estupidez contenidas en los círculos cerrados del
tribalismo, el nacionalismo y el imperialismo dominantes.
No seamos
fatalistas pero sí astutos y escépticos que se encaminan a su meta con una
mente zen, con la natural actitud del principiante, como esos niños
inteligentes y curiosos que estamos diseñando para reemplazar a la vieja y
agónica humanidad.
Finalmente
voy a formular un deseo personal. Me gustaría regresar en alguna próxima primavera
para contemplar el prodigio de la floración de los bosques de manzanos en este
incomparable oasis de Mendoza. Agradezco los afectos y atenciones recibidos en
estos días en los que he tenido la
oportunidad de conocer a gente tan especial. Muchas gracias.
Conferencia de la doctora
Sofía Houphouet-Levin, en Tunuyán, Mendoza, invierno del 2003.
JUAN:
Estoy intentando hacer una fogata. Ha sido muy doloroso para mí releer algunas
cartas. Te confesaré algo que deseo compartir con vos, no sé por qué, tal vez
porque necesito liberarme de una parte de mi pasado. Las últimas cartas de A.
son terribles, llenas de reproches por supuestos abandonos, exigencias
alienantes. Pobrecito, cuánto debe de haber alucinado por lo que padeció,
primero en las cárceles de los militares, y después en su exilio en España.
Estoy de
acuerdo con vos sobre que hay juegos que ya jugamos y experiencias que no
necesitamos ni debiéramos repetir.
Juan, leo
y releo tu última carta. ¿Alguna vez te dijeron que tenés un talento especial para
escribir cartas “desencarnadas”? No conmueven, iluminan. No es una apreciación
únicamente mía porque las comparto con algunas de mis más queridas amigas. Vos
las conocés. No todas las cartas, por supuesto. Algunas son estrictamente
íntimas, sólo para mí. Una de esas amigas, Betty, me dijo que son cartas para
coleccionar. Bueno, no es para tanto, estarás pensando. Yo prefiero creer que
son cartas para vivir, para ayudarnos a destrabar tristes nudos con mi ayer.
Tus cartas me llegan como parte de un misterioso designio, como la contraparte
de algo que seguramente hice mal en nombre del amor. Pero ese tiempo ya se fue,
está borrándose en mi memoria.
Juan,
ojalá nunca se crucen entre vos y yo o entre nosotros y otras personas a las
que creemos amar, cartas corrosivas, cartas para morir.
PD: Me
decís que sos apenas un instructor, un detector del amor, un cazador de almas.
¿Has pensado en cómo te percibo yo? Imaginate que en una cerrada noche alguien,
repentinamente, surge con una lámpara de luz intensa y decide tomar por un
sendero determinado. Una lo sigue y a poco de andar empieza a comprender que va
encontrando algo íntimo, algo que le pertenece pero que no sabía de su
existencia.
Hay mucho
más, Juan, pero no acierto a ponerlo en palabras. Todo esto pertenece a tramos
de una nebulosa preconsciente, a los movimientos detectados en mi alma cuando
estuve en tu casa. ¿Con qué clase de combustible alimentás tu lámpara?
Como Venus
brillando en el amanecer es tu neologismo: Erosfera,
sustancia de Amor que cubre la Tierra. Tuya. SARA
JUAN: No
contesté tu carta anterior porque pensaba hablarte por teléfono. Lo hice varias
veces pero no logré ubicarte. Imagino que estarás muy ocupado.
Por ahora
no viajaré a Buenos Aires, a menos que resulte necesario. Lo decidiré después
de la entrevista que tendré con mi médico dentro de dos días. Mi hermana me
aconseja que vea allá a un especialista si es que los estudios que me están
haciendo no resultan favorables. De todos modos iré el mes próximo porque
estamos organizando con algunas amigas un viaje por el país del Norte en las
vacaciones de verano.
Juan,
deseo comentarte algo que me ha dejado preocupada. Creo que sin darme cuenta te
estoy haciendo daño con mis cartas. En tu última me decís: “(…) cada vez que
recibo una carta tuya me siento apabullado como un niño (…) siento que estás
vibrando con una energía explosiva, una fuerza contaminante”. Tal vez tengas
razón, no lo sé. Voy a continuar pensando sobre el tema. Tal vez sea mejor
limitar la frecuencia de nuestros intercambios, o analizar cuál o cómo es la
sustancia que pueda estar oculta detrás de lo que te escribo, después de
conectarme con la “dimensión erosférica”.
Te
confieso que hoy me he sentido triste. No sé qué me pasa. De pronto todo parece
volverse complejo en todos los sentidos. Cuesta en estos días entrever el
camino correcto.
Me resulta
muy interesante el asunto sobre “filosofía para niños” que estás aplicando en
tu taller de escritura para chicos que tienen talento y vocación por la
literatura. Me gustaría que me ampliaras lo que estás haciendo. El abrazo de
siempre. SARA
La
Renuncia es la Ley que regirá el mundo futuro y son ustedes, por obediencia y
fidelidad a su propio destino, los precursores que viven esta Regla que será el
modo de vivir de los hombres y mujeres que vienen del mañana.
Lleven su
Mensaje de Renuncia a todas las almas, en todos los países, en todas las
lenguas como mística, como fe, como
ciencia, como técnica, como moral, como sabiduría.
Vislumbren
ese mundo futuro y conviértanse en anunciadores de los estados de conciencia
que emanan de ustedes como luz, comprensión y vida.
Viviendo
la Renuncia discernirán los valores de esta sociedad que está caducando y
tendrán la perfecta clarividencia para vislumbrar ese nuevo despertar de la
familia humana, el nuevo contrato social en el que los sabios serán los guías y
hacedores de las leyes, los científicos y expertos que moderan y orientan las
corrientes productivas, económicas y financieras del pueblo serán sus
gobernantes; los productores y trabajadores serán considerados como los
auténticos benefactores de la humanidad. En esta nueva sociedad desaparecerán
los intermediarios entre Dios y el Hombre, entre el conocimiento y el que
aprende, entre el productor y el consumidor.
Por su participación
en la Renuncia serán ustedes estudiantes entre los estudiantes, pobres entre
los pobres, obreros entre los obreros, capaces entre los capaces, sabios entre
los sabios. La Renuncia enseña que lo que separa a los hombres y es la
verdadera causa de su miseria material y espiritual, es el ansia de posesión,
el ilusorio dominio sobre los bienes y la vida, el poder sobre los seres y las cosas.
Yo les
pregunto: si la Renuncia es Vida, ¿por qué entonces ser sometidos al dolor y a
la muerte que es la Ley de Renuncia Consecuente, cuando la Renuncia, al eliminar la posesión sobre los
seres y las cosas nos ofrece la participación y el disfrute permanente de la
Vida?
Sepan
ustedes que su Mensaje de renuncia, su mensaje de Vida es para todos los seres,
sin distinción alguna. Así participarán de las nuevas ideas, los nuevos
paradigmas y distintas filosofías políticas, sociales y culturales que
fermentan en los lugares más diversos y apartados del mundo.
Viviendo
el Mensaje de la Renuncia ustedes darán testimonio y enseñarán que el bien de
los pueblos de la Tierra no es el resultado de la competencia salvaje, las
revoluciones sangrientas y las guerras. El bien de los pueblos es el fruto de la individualidad participativa y
expansiva de cada uno de nosotros, del esfuerzo y la responsabilidad, del
trabajo de todos, de las migraciones de un continente a otro, el abandono de la
acción improductiva y el desprecio por lo superfluo.
La
renuncia a todo lo que ustedes consideran real, la abstención de lo efímero y
transitorio, los involucrarán, por
participación, en el ordenamiento de sus propias vidas y, por lógica
extensión, de la sociedad a la que
pertenecen y se deben.
Es un
único acto el que deben realizar, un esfuerzo sostenido, inclaudicable, que
será suficiente para que logren la totalidad de la fuerza creadora. Solamente
quien pueda poseer esa fuerza creadora podrá renunciar a ella para alcanzar la
divina beatitud.
Renuncien
a todos los conocimientos y saberes enciclopédicos para lograr la sabiduría. Leer,
estudiar, razonar conducen por los caminos de la investigación a sorprendentes
descubrimientos pero también al grave y
perturbador riesgo de la deshumanización, tal como nos enseña la filosofía de
la historia de la ciencia de los últimos cinco siglos.
Renuncien
al placer intelectual de los estudios filosóficos y teológicos para aproximarse
y ser admitidos en los círculos de la suprema sabiduría que continuamente fluye
hacia ustedes, permanece en ustedes y se expande hacia todos los seres pues
somos, por participar en la Ley de la Renuncia, receptores y emisores de la
Enseñanza de los Santos Maestros.
Renunciar
a los conocimientos múltiples y fragmentados por el saber en sí, dejar atrás
los saberes para alcanzar la Sabiduría, no significa logro ni descubrimiento
alguno. Significa simplemente la identificación, el contacto pleno del ser con
la Enseñanza misma.
El sendero
de la Renuncia es el Camino. Permanecer por fidelidad y amor en el Camino, los
convertirá en expresión viviente del Alma del Universo.
Contemplen
ese vasto escenario, el valle del mundo, el Abismo de sus meditaciones donde
miles de millones de seres reclaman por pan, por protección, por justicia y
solo reciben la indiferencia de sus gobernantes, los mensajes
desesperanzados de los intelectuales,
los rugidos de los profetas de la destrucción que se suceden a través de los
siglos, y los sermones y homilías de los cleros, esos auténticos intermediarios
de la separatividad.
Abandonen
todo vestigio del pasado personal que sólo existe en los registros de la
memoria; no se proyecten al futuro ilusorio, permanezcan en la perfecta quietud
interior y así se expandirán sobre el
mundo y en todos los seres como oleadas de amor y renovación sustancial. Si
permanecen despiertos y activos en el Camino de la Renuncia , se expresarán
en el ámbito de sus respectivos radios de estabilidad como presencia, como
dadores de vida, como auténticos responsables de su destino y del destino
común.
Vivan en
el mundo como si no pertenecieran al mundo. El idioma de los hombres comunes no
es nuestro idioma; sus gustos, sus preferencias, sus ideas, sus aspiraciones y
creencias, sus propósitos no son los
nuestros. Caminen descalzos sobre la tibia arena del infinito mar,
verdaderamente pobres de todo bien, desligados de los impulsos posesivos, de
los afectos y cadenas carnales que sujetan a la materialidad corrupta del Abismo.
Vivan el
Mensaje de la Renuncia plenamente pero no más allá de lo evidenciable para
comprobar lo que realmente pueden y lo que aún les falta para salir de los
círculos cerrados, de las tradiciones esquemáticas y cristalizadas. Sólo así
podrán ustedes distinguir cuáles son las conquistas que puedan sostenerse
frente al análisis científico, cuáles son simples hipótesis no evidentes ni
demostrables y cuáles las que estarían prontas para evidenciarse. Jamás olviden
que lo desconocido, el supremo misterio, es Dios mismo.
Permanezcan
en contacto con el alma de los hombres de manera íntima, desapasionadamente. El
contacto de ustedes con los aspirantes debe haberles enseñado que los seres
están hambrientos del verdadero conocimiento y de la presencia de quien
proclama con su vida el Mensaje de la Renuncia como un espejo frente al cual
ellos puedan contemplar lo mejor de sí mismos.
El
creciente escepticismo al que hemos sido conducidos por los mensajes hipócritas
de los intermediarios, nos confirma que las almas ya no podrán ser seducidas
por la retórica de las palabras, tampoco por el ingenioso juego de prometer lo
imposible ni con la invención de nuevas doctrinas y polémicas ideologías, sino
con la verdad plasmada en vida de quien enseña con su presencia, del que se
hace cargo del otro con su responsabilidad y comprensión.
Este
mensaje presencial nos dice que el problema humano no es tener o no tener, creer
o no creer, estar con lo correcto o con lo injusto, pertenecer a un rango, a
una clase social u otra. El verdadero problema es no contar con las
posibilidades suficientes para realizarse pura y simplemente como seres
humanos. El problema es no contar con la capacidad para distinguir la
diferencia entre un logro cualitativo y una conquista cuantitativa. El problema
es no tener la capacidad de discernir para encontrar la diferencia entre la
libertad animal y la espiritual.
La
libertad de los instintos crea la ilusión de que el ser está haciendo lo que
desea cuando en realidad es su animalidad la que está decidiendo por él,
mientras que la libertad espiritual otorga a quien la ha conquistado la
capacidad para estar y desenvolverse con precisión en el seno de la comunidad
humana.
El Mensaje
de la Renuncia va un paso más allá de los programas políticos y los dogmas
religiosos. Es solo y silenciosamente una voz espiritual que comprende y
comparte las necesidades y urgencias del hombre, cualquiera sea su nivel
social, en todas las culturas, en todas las razas que hagan posible alcanzar
una nueva dimensión de vida.
El Mensaje
de la Renuncia es una clara exhortación a todos los hombres para que acepten
las realidades, sacrificios y responsabilidades de su tiempo y comprendan que
lo que pueden perder en un plano siempre es compensado en otro: a un reajuste
económico, un alza de los valores morales; a una pérdida de cómodas seguridades
ideológicas y dogmáticas, un mayor desenvolvimiento espiritual.
Recuerden que
a la luz del Mensaje de la Renuncia, el trabajo como labor, industria,
investigación, estudio, servicio, producción, creatividad se hace mística viva,
una auténtica misión en el mundo que contribuirá a la formación de una nueva
sociedad civil y espiritual. Únicamente con el trabajo sostenido y responsable
podrá la humanidad salir de sus viejas estructuras y ser la base de un nuevo
contrato social que ordenará la vida de los hombres y mujeres que estamos
gestando con el sacrificio de la Renuncia.
Mensaje del Maestro
Desconocido, leído ante los miembros de la Comunidad, en Potrerillos, Mendoza,
en el mes de julio del año 2003, mientras las altas montañas se cubren de
nieve.
JUAN: Recién esta mañana
recibí el sobre que me enviaste
hace ocho días. He llegado a la conclusión de que no soy la misma persona cinco
minutos después de leer una carta tuya. Tus reflexiones abren cientos de
puertas en mis laberintos interiores. El aire, la luz, todo empieza a vivificarse.
Es muy difícil explicarte con coherencia lo que me sucede a partir de la
intuición de tu mundo y de tu ser. Se me ocurren metáforas y asociaciones
metafísicas que en esta oportunidad obviaré porque sé que vos las calificarías
como exageraciones mías.
Cada vez
más siento que vas entendiéndome, que me aceptás tal como soy, que permitís que
entre más confiadamente en tus mundos. Voy a reiterar algo que recuerdo
haberte escrito en una de mis primeras
cartas: no hay nada en mí que pueda dañarte o perjudicarte. Por lo menos así lo
creo, así lo deseo. Quiero merecerte.
Es verdad,
Juan, siempre “estoy aquí, tan próxima, tan accesible a las emanaciones de tu
corazón”. Sería feliz si supiera que lo que te digo te reconfortará porque es
absolutamente mi verdadero sentimiento.
La semana
pasada empecé una carta para vos en la que te contaba con detalles algo que me
sucede desde que era una niñita. Es una especie de necesidad o urgencia que he
dado en llamar desmaterialización o descarnamiento. No estoy triste, no quiero
morir, no me siento deprimida. Sí, quiero vivir pero no a través o en lo
profundo de la materia, en esta dimensión. Me pesa el cuerpo y todo lo que con
él se relaciona. ¿Estaré volviéndome loca?
¿Sabés,
Juan? Me gustaría transformar la esencia
de mi ser en un pequeño punto de energía o de luz y alojarme si me lo
permitieras (¿por cuánto tiempo?) en la región más transparente de tu espíritu.
Después de esa instalación, no sé. Permanecer, ser hasta que haya sol.
Amor,
espero que podamos encontrarnos pronto. Salgo el sábado para Buenos Aires. Como
mi bendito problema no se soluciona, mi médico decidió operarme. Si después de
consultar con especialistas de la Capital debo permanecer en manos de un
cirujano, lo haré allá, en el Hospital donde trabaja mi hermana.
Te
necesito. Es una suerte que seas mi amigo, especialmente en esta etapa de mi
existencia. Te abrazo y te beso. SARA
¿Tiene
sentido la insensatez? ¿Es posible encontrar una nueva comprensión sobre lo que
no resulta inteligible ni aceptable? La ciencia no se ocupa de lo insensato puesto
que es el reverso de su naturaleza operativa, canonizada por siglos y siglos
mediante normas de pensamiento aceptadas en los límites mismos del dogma.
Un
científico, un filósofo, un artista, un escritor insensato vendría a ser aquel
que acepta la aventura de ingresar en las regiones del pensamiento desconocido.
Si existe una mente creadora es ésa, la que se caracteriza por la resistencia a
lo conocido y aceptado, la que rompe reglas y moldes impulsada por la confianza
en que lo insensato no es en absoluto algo insensato.
En el
arte, en la ciencia, en cualquier disciplina, los que han experimentado el gozo del proceso creativo
son los que han podido traspasar los límites a riesgo de internarse en las
regiones de la desesperación y la locura. ¿Cómo identificar a esta clase de
individuos? Poseen lo que el budismo zen
denomina “una mente de principiante”, son como niños que aún no han perdido la
destreza para contemplar el mundo tal como es y no como lo contemplan los
adultos. Habitan la conciencia del Niño Divino, simple e inocente que
deberíamos conservar durante todo el proceso vital para escapar de la
esclerosis espiritual en la que tempranamente sucumbe la mayoría de los seres
humanos.
Cualesquiera
sean las dificultades, debemos mantener viva nuestra mente de principiante
pues, como dijo Suzuki Roshi, si pretendemos estar continuamente frente a
múltiples y renovadas posibilidades, no debemos caer en la conciencia del que
ya cree que lo sabe todo. ¿Por qué sería así? Porque la mente del principiante
está libre de los saberes del que ya cree que sabe, está vacía, abierta a todas
las posibilidades a indagar, a aceptar, a negar.
El
verdadero artista y el verdadero científico, poseen una firme confianza, una
fuerza interna que los lleva a concluir que cuando el mundo entero esté en su
contra, en realidad es el mundo el que está equivocado. Esta certeza en
sí-mismo no es porfía ni necedad sino la seguridad de aquel que sabe algo
diferente, una nueva y reluciente mirada que decide compartir con los demás.
JUAN:
Ordenando papeles, encontré una hoja en la que yo había descripto uno de mis encuentros con la totalidad de tu
ser, uno de los tantos que me han transformado en una mujer completa y
agradecida. Pero la sorpresa no termina allí sino que vos, de puño y letra
dejaste el testimonio sobre mi íntima confesión. Deseo que tengas y retengas la
brevísima descripción de mi gozo, que también fue tuyo para siempre. ¿Habrá
sido la nuestra una experiencia cumbre tal como la definen Abraham Maslow y
Stanislav Grof en sus tratados sobre la conciencia transpersonal? ¿Cuánto del
tiempo inconmensurable habremos permanecido vos y yo más allá de nuestros
respectivos egos? Te transcribo la hoja completa, sin hacer más comentarios.
Anoche experimenté que dejaba de ser un yo
circunstancial y me diluía en un ser infinito. Profundamente poseída por tu
cuerpo, tu delicioso sexo, en el centro de mi vitalidad generaba haces
ascendentes y expansivos. Al principio, carnales, dolorosos y ardientes; luego como una brisa
ondulante que crecía desde mi interior no localizable, no razonable. El
extravío de lo consciente, un mágico estado de pérdida de la identidad física. Algo de mí ha transpuesto una puerta
en clausura.
Me quedo
en silencio, quieta, recordándonos. Te amo, SARA
RUTH
LEIBOVITZ: Bien se dice que lo que no está escrito, no existe. Vale para la
historia del mundo y para la relación entre individuos, ¿Qué nos ha quedado de
nuestras largas charlas telefónicas? Una frase o un pensamiento o un mensaje
afectuoso que en algún momento hemos intercambiado ¿dónde están? Lo hemos
perdido. Pero no sucede lo mismo con los cientos de cartas que nos mantuvieron
en contacto, desde tu graduación al tan deseado por vos ingreso a los grupos de
los Médicos sin Fronteras que te permitió conocer docenas de países y
contactarte con hombres y mujeres (¿predestinados?) que hoy son parte de
nuestra amorosa Comunidad.
Hace un
par de semanas decidí ordenar la correspondencia, agrupando las cartas en
paquetes que corresponden a las personas con las que me escribo habitualmente,
en especial las tuyas y las de Sara Gattari, una amiga íntima de la cual te he
hablado en algunas oportunidades. Como
en algún momento creo haberte anticipado, estoy escribiendo una novela en la
que serás una de las protagonistas. Sé que te halagará descubrirte cuando
recibas un ejemplar de mi libro.
Volver a leer algunas cartas me produjo la certeza
de que la literatura puesta sobre un papel no podrá ser sofocada, ni
reemplazada, ni eliminada. Cualquier otra forma de comunicación se dispersa, se
disuelve y apenas nos quedan imágenes o sensaciones difusas. En la palabra
escrita queda parte del poder que nos anima, esa plenipotencia que aún
conservan los muros de las cavernas, las tabletas cuneiformes, los papiros, los
libros manuscritos, las cartas que
intercambiamos. Estimulado por esta revalorización que para algunos resultará
obvia, decidí seleccionar algunos fragmentos de las cartas que te envié a lo
largo de estos últimos quince años.
Recuerdo
que cuando estabas realizando un curso de perfeccionamiento en Munich, en el
Action Sonensheim, me enviaste tu ahora famoso sueño sobre Cristo, los monjes
del desierto y los leones que incluí en el cuento en el que también sos uno de
los personajes clave: El Misterio de la Fosa de los Leones. También recibí un dibujo que habías
confeccionado para un grupo de psicólogos sobre el cual hice, a tu pedido, una
interpretación de los elementos simbólicos que allí se incluyen. Aunque no soy
psiquiatra ni nada parecido, me atreví a darte mi opinión con las salvedades
suficientes para no aparecer como un
entrometido en ese campo que fue al que mayores aportes hizo mi admirado doctor
Carl G. Jung.
Tal vez yo
esté equivocado pero pienso que tanto ir y venir por nuestro desquiciado planeta
no te habrán permitido conservar todas las cartas que te he enviado y de las
que conservo copia.
Si te
transcribo aquella atrevida e intuitiva interpretación es porque me pareció
encontrar una especie de premonición sobre lo que te sucedería veinte años
después. No te marco el concepto y tampoco haré mayores comentarios para que
seas vos quien descubra esa anticipación, oculta en el texto que sigue:
EL SOL, muy próximo, ilumina generosamente
las Aguas Primordiales y la
Tierra , asiento de la Vida. El Sol, manantial incesante de la luz,
sustenta y conserva a todos los seres y es al mismo tiempo la manifestación
visible de Dios. Es también el símbolo del Padre, del Maestro, del Protector,
bajo cuyo manto de energía Ruth recibe el Pan material, intelectual y
espiritual que necesita. El Sol es también, como Unidad Absoluta, el Ser Real
Interno de Ruth, su microcosmos.
EL ÁRBOL es el esquema de relaciones, potencias y reflejos
de la Mente, la Razón, la materia prima de la conciencia.
EL CÁNTARO es el Cuerpo, la Matriz, el Útero de la Mujer.
En él vibran los colores de la vitalidad, de la energía de la juventud de Ruth,
firmemente asentado sobre la Tierra. El punto rojo, el Chakra Fundamental o
Sexual, muestra su potencialidad presente.
LA SERPIENTE, símbolo de la Sabiduría, del Logos, es
también el Kundalini, la fuerza que emana del Sol, llave de la conciencia que
hace posible la unión con Dios.
EL CÁNTARO permanece junto al Árbol, disociado, y el
esfuerzo de la Serpiente, firmemente enroscada, parece intentar atraerlo. Es el
esfuerzo que Ruth debe realizar para unir en una Totalidad los elementos que
componen su Ser verdadero. Si lo logra, el Árbol y el Cántaro darán los frutos que ella sueña,
subconscientemente. Procreación, conocimiento y sabiduría son posibles en la
medida del esfuerzo, del trabajo y el sacrificio que Ruth debe aportar desde lo
más profundo de sí misma con capacidad y
responsabilidad.
Vos sabés
que siempre trato de sorprenderte, aunque en muchos casos seas vos la que me
sacude con alguna noticia inesperada o con el relato de algunos de tus sueños
en colores (astrales, dirían los teósofos). De aquel tiempo en el que
permanecías en Alemania, guardo el relato de un sueño que tuve en una calurosa
siesta cordobesa de la que me despertó el timbre del teléfono. En el momento en
que vos estarías discando, yo soñaba que estaba salvando tu vida del ataque de
un sátiro que, bajo la apariencia de un joven bello, había intentado
destruirte. Seguramente lo recordarás o tendrás el detalle completo en alguna
de las cartas que te envié.
Cambiando
de tema, no olvidarás, espero, que mientras estudiabas aquí, fuimos algunos
fines de semana a La
Cumbrecita , un lugar que años después volví a visitar
asiduamente aunque por motivos diferentes. Fue en el tiempo en que yo estaba
dando mis primeros pasos de ingreso a la Comunidad. Tenía
allí mis reuniones con el señor Valentín y luego pasaba la noche en alguno de
los hoteles para regresar al día siguiente a Córdoba. Por supuesto que en cada
viaje te recordaba aunque las circunstancias ya no eran las mismas. En tanto yo
permanecía por misión y convicción, en mi radio de estabilidad, vos ibas y
venías de un país a otro cumpliendo con tus tareas profesionales mientras
hacías contactos con algunos de nuestros “amados conspiradores” que pertenecen
a culturas tan diversas y con quienes nos une la predestinación de una tarea
común.
En el
último viaje que hicimos antes de que partieras hacia Europa escribí lo que
inicialmente había titulado ¿Dónde
estaremos a partir de hoy?, un texto que parecía anticipar la nostalgia que
nos iría ganando con los años. No recuerdo si te envié copia. Aun así te pido
que vuelvas a leer estas líneas que resumen aquellos momentos que espero
reanimen en vos idénticas emociones.
¿Dónde estaremos en los años que vienen?
Este estar juntos y saber que pronto partirás hacia un país distante sin que
ninguno de los dos sepa si volveremos a encontrarnos. Ascendemos en auto desde
Villa General Belgrano hacia las alturas de La Cumbrecita , una soleada
mañana de marzo del 91. Detrás del aire fresco como un cristal aparecen, a
izquierda y derecha, las ondulaciones de las serranías y los bosques de pino
demarcados en rectángulos, las majadas de ovejas que trepan lentamente las
laderas verdosas, algunas vacas y caballos y la forma de las nubes que se van
agrupando en un escenario silencioso, inocente y arisco. Me agrada ese peinado
con una sola trenza, tus rústicas sandalias y tu boca roja de morder zarzamoras, sigo tus pasos
rápidos hacia la cascada y te contemplo nadando sin temor de una punta a la
otra de la enorme hoya, joven y desnuda esperando que vaya a cubrirte con un
toallón anaranjado, después de acariciar suavemente tus pezones, en este pueblo
extraño donde viven las viudas del Führer según cuentan antiguas leyendas. ¿Dónde estaremos a partir
de hoy? ¿Qué nos quedará de este viaje cuando pase el tiempo y apenas tengamos el testimonio de unas pocas
fotografías? Vendrán las horas inevitables del desasimiento en que empezarán a
funcionar los mecanismos que sellan y compactan los huecos de la memoria.
Habrá, entonces, que derramar fertilidad sobre lo que nos queda por recorrer en
orillas distantes del océano conservando en cada uno de nosotros los deseos de
amarnos que no fueron plenamente satisfechos, y así cumplir con mansedumbre uno
de los mandamientos de la vida: eliminar la continuidad de los cuerpos para que
sea posible la continuidad del mundo. Estaremos
a prueba hasta descubrir cuánto de efímero o de permanente hubo en nuestra
relación. Volvemos de noche intercalando bloques de silencio y breves diálogos
que no han quedado registrados. Hemos sido y somos buenos amigos, nos hemos
amado.No hay nada que reclamar.
JUAN: En
estos momentos la vida se deja vivir dulcemente y hasta percibo la muerte como
un algo más que la vida incorpora y trasciende.
Amanecemos
tan pacíficos e iluminados los vivientes que incluso las guerras del día se
suspenden.
Coincidimos
en sentirnos tan humanos e imperfectos que hasta mi perro se mira como
extraviándose de su condición de perro.
La vida
permanece intacta y atenta, desplegada en la superficie de mi ventana por la
que entra todo el universo que no conozco, que está allí, inmutable, múltiple y
al mismo tiempo indivisible.
Yo,
diminuta partícula, portentoso átomo de carne, sonrío. Me has convencido. La
vida siempre tiene sentido.
Vos y no
nos conocemos desde hace incontables siglos. Somos iguales, con una diferencia:
en estos tiempos a vos te toca ser el maestro.
No sé por
qué te escribo estas cosas, una fría mañana de julio, en el día de tu
cumpleaños. Te beso, dulcemente. SARA
RUTH
LEIBOVITZ: He recibido tu última carta y
dos tarjetas postales desde la India. Lo más importante que rescato es tu
meditación cuando decís que podías percibir con mayor claridad recuerdos e
imágenes de tu pasado como si ya fueras una anciana. Yo creo que sí, que en ese
lugar, con una atmósfera espiritual cargada con las oraciones de millones de
personas, tu conciencia no es la de una hermosa y joven mujer que cumplió sus primeros
35 años, sino la de un ser humano que tiene tras de sí el peso y los mandatos
de incontables generaciones.
Una mayor
plenitud interior, la percepción lúcida de vos misma y el abandono a una
conciencia trascendente no te hace más vieja, por el contrario te rejuvenece y
te potencializa. Nada es azar y no por mero azar has tenido la oportunidad de
viajar tan lejos y, según alguien me lo ha adelantado, no será éste tu último
viaje a la tierra de Tagore, de Vivekananda, de Sri Aurobindo y de tantos otros
grandes maestros que nos han ido señalando inesperados caminos.
Todo
sucede porque tiene que suceder, más cuando detrás de la rutina de la
experiencia médica se ocultan otras motivaciones. Ese es tu signo fundamental;
más que en una terapeuta del cuerpo te irás convirtiendo en una sanadora del
alma, si aceptamos (estoy seguro que sí) que la humanidad actual tiene su
cuerpo y su alma enfermos en estado terminal. Hoy los hombres y mujeres
reclaman al sanador de presencia, que con su hálito, su tacto y su palabra
ofrecerán un alimento sustancial que pocos conocen o que no están dispuestos a
dar, si lo poseen.
Vas
comprendiendo que cualquiera puede obtener su título de médico pero, para
realizar la tarea que te ha sido encomendada, hace falta un aprendizaje que no
se enseña en la universidad. La práctica sostenida de la meditación nos dice que
es urgente encontrar paz en uno mismo, contemplar, orar, buscar los manantiales
ocultos en nuestra propia naturaleza y beber de ellos. Todas las sustancias
físico-químicas de la Tierra están en nuestro cuerpo y el verdadero
psicotropismo no lo dan las drogas que hoy están diezmando a la humanidad sino
la capacidad de renunciar a las fantasías de la vida, a toda esa tontería que
impregna la cultura, a toda esa basura que nos tapa y no nos deja respirar.
Respirar (el hálito del alma) sólo es posible cuando estamos refugiados en la
intimidad del silencio, en la perfecta vacuidad, en el alma estática, en el
proceso de búsqueda de la beatitud, la última etapa del verdadero amor.
No es
nuevo lo que voy a decirte, aunque lo repito: creo que el modo correcto es
permanecer aquí, en el ahora, no por ataduras o perversa posesión sino porque
en esta mismidad se conserva sólo lo que tiene vida. Recuerdo haberte dicho: no
es bueno andar cavando tumbas en nuestro pasado porque las tumbas apenas
conservan cenizas de lo que ya pasó. Sin embargo, en el ahora
inextinguible permanecen todos y cada
uno de los que hemos amado de tal modo que mientras tengamos un hálito de vida la Muerte no se atreverá a tocarlos.
Lo que
acabo de escribirte tiene relación con la necesidad de frenar el exceso de
impulsos emocionales y sensoriales acoplados a la personalidad corriente que
por ahí te sacuden en oleadas, dañándote. En la medida en que vayas serenándote
y aceptando que tenés asuntos más valiosos que hacer tanto en la construcción
de vos misma como en lo que significa ser partícipe de una silenciosa
revolución, irás comprendiendo lo esencial, el sentido oculto de tu misión.
En otra de
mis cartas te escribía sobre los graves errores que cometemos cuando no
seguimos el sendero que nos traza nuestra Conciencia Superior a la que podemos
llamar Dios, la Realidad, el Sí-Mismo, Brama, Alá, Buda, Jehová. Aunque parezca
una idea simplificada, no es fácil tomar decisiones, hacernos cargo, no
depender en lo económico, lo afectivo, lo ideológico de nadie. Para algunos
esto supone un acto difícil y doloroso pues es más fácil ser mantenido y
cobijado por algo o alguien que nos ofrezca seguridad, aunque sea aparente. Has
crecido lo suficiente para hacerte cargo de vos misma después de que has pagado
con creces algunos sucesivos “derechos de piso”.
Hay que
decir basta, no seguir sacrificando nada a nadie y tampoco esperando nada de
nadie. Así, todo lo que somos y hacemos, irá armonizándose progresivamente.
Además, ¿qué tenemos que hacer? ¿A quién tenemos que ayudar? ¿A quién salvar?
Esos son falsos mandatos de falsas religiones y filosofías populistas que
lamentablemente siguen predominando en nuestra cultura.
Un bello
pensamiento budista resume en pocas palabras lo que intento decirte: Cuando la lámpara se enciende, al mismo
tiempo que ilumina el entorno se ilumina a sí misma. Todo el trabajo, la Gran Obra , es el que
hacemos en nosotros mismos, con nosotros mismos, en ese lugar en que no se
mueve un ápice, que jamás se desplaza: el punto indivisible de nuestro
verdadero Ser. Sólo podríamos ser (si es verdad que en algún momento podremos
ser útil a otro) cuando estemos de vuelta, cuando ya no nos importe ni la redención
del mundo, ni las supuestas tareas sagradas de la salvación que han sido por
siglos el punto de partida de guerras y revoluciones, de fanatismos crueles e
insanables fundamentalismos.
En
realidad no sé, Ruth, si Dios está en los Cielos y nosotros aquí, muy lejos
abandonados en la lejana Tierra. Por mi parte estoy en una etapa de plenas
revisiones y trabajos entre los cuales incluyo el propósito de completar este
libro que llevará por título FRAGMENTOS
y con el cual espero provocar sorpresas y controversias. No me agradaría
aparecer como un provocador sino como un innovador en la estética de la novela.
Ya tendrás oportunidad de contemplar por fuera y por dentro este edificio que
voy construyendo ladrillo a ladrillo. Espero tu pronta respuesta. JUAN
JUAN: A
veces me sorprenden las dudas acerca del modo de relación que entre vos y yo
intentamos sostener. Noto que últimamente me repetís tu idea o tu porfía, no lo
sé, de que no querés ni soportás pensar vivir en un “mundo de dos”. No sé a qué
se debe tu necesidad de repetir lo mismo una y otra vez. Con sinceridad te pregunto, ¿vos pensás que puedo
ser una mujer atada a los pantalones de alguien, sin proyecto propio, sin saber
defender sus espacios personales? ¿A mi edad? Recordarás que el primer planteo
(no quiero llamarlo cuestionamiento) que te hice hace ya varios años fue,
precisamente, el de no encontrarle sentido a nuestra relación.
En nuestro
último encuentro vos volviste a hacer referencia, precisamente, a ese tema.
Decías que tanto en la amistad como en el amor, para enriquecer el vínculo es
necesario, casi imprescindible, un hacer en común. En ese momento me sorprendió
y me agradó escuchártelo decir. Yo no sabría vivir sin ciertos requisitos
mínimos de privacidad, de soledad porque sé que podría saturarme…hasta de Juan.
Pero cuando pienso de ese modo sospecho con dolor que tu ausencia sería como un
sacrilegio, o una fatalidad para mí. Doy vueltas y me pregunto una y otra vez
qué podría hacer yo para evitar o modificar esas circunstancias.
No deseo
de ningún modo que te moleste lo que acabo de escribir. Quiero que sepas que no
estoy enojada, sino confundida. No sé por qué pero presiento que mi vida se
está complicando.
Voy a
cambiar de tema porque quiero contarte una novedad. En varias ocasiones, cuando
comentabas tus años de juventud, mencionaste a una persona, a un amigo de
entonces que recordabas con afecto y admiración. Aunque no lo creas, la semana
pasada conocí en casa de Betty a Pablo Bevilacqua, a quien le comenté sobre
vos, sobre nuestra relación y la extraña coincidencia de que él sea también un
íntimo amigo de mi mejor amiga, valga la redundancia. Según nos contó, Pablo ha
estado viviendo en México por más de veinte años y ha regresado a Mendoza con la decisión de
quedarse aquí definitivamente. Me sorprendió su inteligencia, su buen carácter
y, lo que parece sobresalir en él, una especial disciplina emocional.
Pablo me
dijo que quiere verte la próxima vez que viajes. Supongo que para ambos será
motivo de alegría verse después de tantos años y de saber dónde estuvo y qué
hizo cada uno.
Me despido
con un besito dulce. SARA
RUTH:
¿Sabés lo que significa la palabra “canibalismo” en literatura? Es un término
creado en la época del nacimiento de la
novela negra. Consiste en tomar como base, como impulso creativo, una noticia
policial y convertirla en un cuento, en una novela o guion cinematográfico.
Estarás suponiendo con mucha razón que aprovecho algunas de las consignas que
doy a mis alumnos. Por supuesto, según dicen, hay que predicar con el ejemplo.
Uno de mis últimos cuentos se titula “El niño en el espejo” que vendría a ser
la versión literaria de un suceso real ocurrido recientemente en Buenos Aires y
del que dieron cuenta los principales diarios de nuestro país. No te adelanto una
palabra más. Lo que sigue es la trascripción del primer borrador:
EL NIÑO EN EL ESPEJO
No siempre los perversos escapan al castigo. A la antigua
presunción que habita en la conciencia popular de que no todos los crímenes son
descubiertos y sus responsables castigados, le cabe la excepción que justifica
la regla.
Es difícil
saber si al contar esta historia nos impulsa un sentido de la justicia natural,
el odio o la justificación de la revancha para desear el peor de los males a
los culpables, hijos de Caín. Lo cierto es que estos hechos no han surgido de
la imaginación de un escritor sino de una simple noticia policial.
Por
mandatos del azar o de una ley que todavía no conocemos, en pleno centro de Buenos
Aires, Carlos Romera reconoce al oficial de Prefectura Alcides Antonio Nazar,
el mismo que lo había torturado cuando estuvo detenido en la Escuela de
Mecánica de la Armada, en los años de plomo.
Alarmado
por el encuentro pero sin dudar un minuto, Romera hace la denuncia a la policía
y de inmediato, ante el Fiscal del fuero
penal, cuenta que en 1977, él y su esposa Martha Mercado y el pequeño Rubén,
hijo de ambos y de apenas pocos meses de vida, fueron detenidos y remitidos a la ESMA. Romera dice: “A
mi mujer no volví a verla nunca más y esa misma noche, esa bestia, el oficial
Nazar, empezó a torturarme. Ese era el procedimiento para tratar de ubicar a
los supuestos cómplices antes de que tuvieran tiempo para huir. Me ató a una
cama metálica y comenzó a meterme la picana mientras me insultaba. Como no obtuvo información alguna, el animal tomó a
mi bebé y lo puso sobre mi cuerpo desnudo, diciéndome: “hablá, hijo de puta, si
no lo hacés te juro que le destrozaré la cara a tu hijo contra el piso”. No sé
si a mi Rubencito le pasó corriente eléctrica. Sí recuerdo que llegaron otros
oficiales y le ordenaron al degenerado que parara, que yo no tenía nada que
ver. A pesar de que era realmente
inocente, estuve detenido durante casi dos años”.
El mismo
día de la presentación de la víctima, avisado por sus superiores de que sería
detenido, Alcides Antonio Nazar, en uno de los baños de su unidad militar
intentó suicidarse disparándose en la boca con una pistola de 9 milímetros. No
murió pero su rostro quedó irreversiblemente desfigurado.
Según el
parte médico oficial, el diagnóstico del frustrado suicida es: fractura del
maxilar inferior, pérdidas dentarias, graves heridas en la lengua y en el piso
de la boca, sección del labio superior, pérdida del ala derecha de la nariz y
lesiones profundas en el paladar.
Aunque no
aceptemos la creencia popular de que no siempre los malos pierden, leer una
noticia como ésta en el diario de la mañana mientras tomamos el desayuno, nos
confirma que una parte muy íntima y escondida de nuestra conciencia, también
sabe del odio y del resentimiento. Por un momento, la venganza ejecutada en sí
mismo por el propio represor, nos trae un hálito de inexpresable bienestar,
como si por este solo y único hecho, el orden del mundo se hubiera
restablecido.
Podríamos
agregar, entrando ya en los dominios de la literatura fantástica, que cuando el
torturador contempló horrorizado lo que quedaba de su rostro en un espejo le
pareció ver, fugazmente a sus espaldas,
el rostro de un niño que le sonreía.
¿Somos una
secta? ¿Practicamos la búsqueda y captación de aspirantes, de devotos, de
sumisos seguidores? ¿Poseemos cuantiosos bienes materiales? ¿Somos los
fundadores de una nueva confesión? ¿Creemos en el nacimiento de una religión
planetaria? Estas y otras preguntas debemos formularnos para no equivocar el
rumbo en dirección a nuestro único propósito. Nadie en particular y ninguna
institución en general están libres de caer en pasiones histéricas, en
patéticos mesianismos o en una de las tantas corporaciones multinacionales
aliadas con el poder político y económico que obedecen los mandatos del
imperialismo occidental y cristiano que en estos comienzos del siglo XXI
controla la mayor parte de las naciones.
Quien
piense que es suficientemente fuerte y virtuoso para eludir las tentaciones del
poder, no debiera permanecer con nosotros. Esa persona es un peligro para sí
misma y para nuestra Comunidad. Un breve repaso de la historia pasada y
presente relacionada con el nacimiento, auge y poder de las sectas, resultará
en un sano ejercicio que nos revelará los graves peligros a los que estamos
expuestos en la medida en que nuestros grupos de trabajo sigan expandiéndose.
Hace más
de veinte años, el escritor y pensador francés André Malraux había señalado que
El siglo XXI será religioso o no será. ¿Qué
quiso decir con “no será”? Pienso que el fracaso de las religiones monoteístas,
la aparición de toda clase de sectas y grupos ideológicos, continuarán
fragmentado tanto la conciencia social como la de cada individuo. Si esta
tendencia no se revierte significará que estamos frente a un grave peligro.
Trataremos de explicar el porqué.
Las
grandes sectas son señales rojas, alerta máximo, núcleos de perturbación en los
círculos de nuestra civilización materialista, cuyo propósito fundamental es
propagar su contenido ideológico para compartirlo con el mayor número posible
de adeptos. Los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión,
nos muestran a diario la intensa actividad de estas logias pseudo religiosas
que dedican su tiempo y sus vidas a la difusión de sus doctrinas y al
reclutamiento de aspirantes.
Algunos
movimientos parecen apartarse de los
intereses y problemas del mundo, no participan en lo que ellos consideran como
actividad sospechosa: la política, conducida por corruptos y pecadores, seres
indignos de lo puramente espiritual. Generalmente se encierran en un mundo
utópico, idealista, inalcanzable y así permanecen en reducidos círculos más
bien contemplativos.
Pero
existen otros tipos de sectas que están en continua expansión. Bajo la
apariencia de ser movimientos religiosos o místicos, tienen otras ambiciones
menos confesables. Algunos de estos grupos
ofrecen una equívoca mezcla de idealismo y materialismo, de hermosas
palabras que son acompañadas por la musicalidad del tintinear de las monedas.
Son impulsados por tres poderosos elementos: el poder, el dinero y la política.
Son los que ofrecen poco a cambio de lo
mucho que piden, enloquecidos por un orgullo desmedido que los convierte en
satánicos tentadores que parecen decir: Todo
lo que desees te lo daré a cambio de que me adores incondicionalmente.
Los primeros en caer bajo esta tentación son los
fundadores de sectas que progresivamente van dejándose divinizar por sus discípulos los que a su vez, por simple mimetismo, van
preparando el terreno para lograr
idénticos propósitos, forjando un círculo vicioso irrefrenable. Algunos son
verdaderos desequilibrados mentales, víctimas de la insanable locura de
considerarse la reencarnación de Cristo o anunciar que son el Maitreya, nada
menos que el último Mesías o quinto gran Buda, cuya llegada parece haberse
demorado varios miles de años.
Los
movimientos más sospechados son aquellos en que se exalta, a descomunal
magnitud, la figura del Jefe con el fin de intensificar la obediencia y la
consecuente sumisión de sus seguidores. Es el caso de Burton Spencer, un
canadiense radicado en Los Ángeles, cuyos mensajes dirigidos a los Esclavos del
Señor, pretenden ser superiores a los evangelios bíblicos. Es un auténtico
déspota que ejerce un poder omnímodo sobre los miles de hombres y mujeres de su
secta diseminados por el mundo.
Un
capítulo especial merece la
Cienciología , fundada por Lafayette Ronald Hubbard. Su
doctrina es una extraña conjunción de ideas tomadas del budismo, el hinduismo y
la cábala, orientadas a la práctica de técnicas del tipo psicoanalítico para
aliviar los sufrimientos, aprovechar al máximo esta reencarnación (la de cada
adepto), saber dominarse a sí mismo y aprender a manipular a las personas para
construir un mundo mejor. Su libro base, traducido a docenas de lenguas, es La
Dianética o Ciencia
moderna de la salud mental. No se sabe mucho sobre Hubbard, salvo que es
uno de los más importantes escritores de literatura fantástica y
ciencia-ficción de mediados del siglo XX. Se afirma que un lujoso barco de su
propiedad navega continuamente por los mares del mundo guardando en una caja
fuerte un libro misterioso y maldito, Excalibur,
cuya lectura vuelve irremediablemente loco a quien se atreva a recorrer sus
páginas. A esta altura del discurso, qué sano nos parece el pensamiento del
genial G.K.Chesterton: El loco no es
aquel que ha perdido la razón, el loco es aquel que lo ha perdido todo, menos
la razón.
El ejemplo mayor que podemos presentar tal vez sea el de
la secta fundada por Sun Myung Moon, un coreano nacido en 1920, quien para sus
fanáticos seguidores es el Profeta, el Nuevo Mesías, Tercer Adán, reencarnación
de Cristo y otras apropiaciones. El líder ha dicho: Soy el pensador, por lo tanto soy vuestro cerebro. Llegará la hora, de
manera irrefutable, en que mis palabras servirán prácticamente de ley.
Cualquier cosa que yo desee, se cumplirá. Y agrega: Dios ha decidido desembarazarse del cristianismo para establecer una nueva
religión: la Iglesia de la Unificación. Refiriéndose a él mismo en tercera
persona, anuncia a todas las naciones: El
Maestro, aquí presente entre ustedes, es el más grande de todos los antiguos
santos y profetas y es tan grande como Jesús.
Moon afirma
que viene a completar la misión de Jesús quien, según él, fracasó por haber
tenido una muerte indigna en la cruz. Inaugurará (profetiza) el reino de Dios
sobre la Tierra, inmediatamente después que el comunismo, cuyo poder emanó de
Satanás, sea vencido. Después de la caída del Muro de Berlín y del fracaso del
comunismo en la antigua Unión Soviética, ¿estará llegando la hora del Mesías
coreano?
El modo
del perfecto matrimonio es Moon y su mujer que debe ser imitado por sus
acólitos. De ahí los casamientos en
estadios de fútbol con miles de parejas que contraen matrimonio en una
ceremonia colectiva, aunque el Padre Fundador se haya casado cuatro veces.
Como dijo
Lord Acton: “Todo poder corrompe; el poder absoluto corrompe de manera
absoluta”. Algunos jefes de sectas se aprovechan del poder y el prestigio para
disfrutar del encanto de sus jóvenes discípulas. Por supuesto que lo hacen “en nombre de Dios”, imitando a aquellos
señores feudales de la Edad Media que ejercían el “derecho de pernada” con la
convicción de que así, por su divina intervención, los primogénitos de sus
siervos serían la fértil levadura genética que mantendría en constante
regeneración a la plebe campesina
Uno de estos profetas delirantes, autodenominado y
consagrado “papa Celestino”, decía que hablaba directamente con Dios, sin
intermediarios, y dictaba órdenes a cada uno de sus adeptos con mensajes como
este: Si no haces lo que te ordeno serás
borrado del libro de la vida y no sólo sucumbirá tu cuerpo sino que también tu
alma se convertirá en polvo en el desierto de mi ira. Este virtual teléfono
rojo que comunica directo con Dios le permitió al falso papa emitir decretos en
los que menciona el nombre de las jóvenes vírgenes que tendrán con el una
“divina unión” con la que concebirán hijos
e hijas que serán los regidores de la nueva humanidad. Celestino afirma que el
Señor le ha dicho: Le dirás (por
ejemplo) a Ginamaría que se entregue
totalmente a vos como víctima sagrada del amor. Si lo hace recibirá mis
bendiciones y los dones de la vida. Dile en mi nombre que apenas ella sienta en
su cuerpo las vibraciones del deseo,
que se abra y te reciba mansa y obedientemente.
Practicar el perverso juego de revestir los
poderes de la divinidad ha sido una treta sucia practicada por numerosos dirigentes,
religiosos y laicos, no solamente con mujeres sino también con niños inocentes
y jóvenes tal como a diario nos informan los noticieros.
Así como con el paso del tiempo las iglesias se
enriquecen, también lo hacen las sectas a las que acuden espíritus
supersticiosos, gente enferma y aspirantes a la salvación eterna, dispuestos a
pagar cualquier precio a cambio de semejantes bendiciones. Por esa práctica se
van acumulando en las oficinas centrales de los jefes, propiedades, dinero en
efectivo, acciones y títulos que no tienen otro propósito que el lucro
inescrupuloso de los mediadores entre Dios y el hombre.
El mayor caudal de estos ingresos procede en
general de los nuevos discípulos. Algunos de ellos trabajan asiduamente
haciendo colectas mientras que los más ricos son predispuestos a abandonar sus
propiedades acicateados por el mandato de los falsos apóstoles: Si querías conservar todos tus bienes no
tienes por qué venir con nosotros, reprochan los cínicos dirigentes.
Están los que regresan a sus casas en busca de sus
chequeras, sus libretas de ahorro y sus títulos de propiedad para donarlos a su
fraternidad ante el temor al castigo divino y al fracaso.
Las dóciles ovejas aprenden a escribir cartas a
sus padres y parientes ricos con toda clase de peticiones. La ausencia de toda
contabilidad en las sedes matrices de las sectas, más el velo del secreto que
cubren las donaciones, más la ausencia de un riguroso control impositivo por
parte del Estado, hace que una de las tareas principales, del cada vez mayor
número de adeptos, sea el de aportar para el beneficio personal de los
jefes, los que a su vez intensifican la misión de reclutar
nuevos conversos que engrosarán el ejército de recaudadores.
Algunos grupos comienzan cobrando los cursos
iniciales, la asistencia a las conferencias de sus líderes, compra de revistas
y libros, íconos, reliquias, elixires. Un método hábil consiste en presentar al
postulante un “test de personalidad espiritual” de 100 preguntas que luego
permite conocer sus gustos, temores, debilidades emocionales y psíquicas para
saber por dónde atacar más fácilmente.
El dinero recogido en diversos puntos de América y Europa llega sistemáticamente a
lugares prefijados (especialmente en los llamados paraísos fiscales) donde se
centralizan las operaciones inmobiliarias, bursátiles y financieras. “Todas las
mañanas – confiesa un buscador desilusionado- nos inclinábamos ante la
fotografía de nuestro Amado Mesías para decirle: Vamos a traerte la mayor
cantidad de dinero que podamos reunir, mendigando en tu nombre, para que con él
puedas salvar nuestras almas y el mundo”.
El mayor cinismo se revela en esta propuesta
escrita por los jefes a sus seguidores: “Cuando el dinero está en manos de
hombres sin espíritu, ¿para qué les sirve? ¿Podrían ser dichosos los ricos que
ya están condenados por el solo hecho de ser ricos? Otros exponen el siguiente sofisma: “Cristo
fracasó porque fue pobre. Nuestro Mesías no vino al mundo para repetir el mismo
fracaso. Por eso él deberá ser el más rico de todos los hombres”. También
amenazan a sus secuaces diciéndoles: “¿Acaso ustedes pueden ser felices
guardando y ocultando su dinero? Sólo nuestro Padre sabrá disponer de vuestros
bienes. Tu ofrenda es una expresión de fe para que Dios te dé su bendición por
mi intermedio”.
Basado en ese postulado, el reverendo Moon afirma
que la riqueza es una prueba de la bendición divina: “Los Estados Unidos son la
muestra perfecta del plan de Dios al conceder a esta gran nación oleadas de
riquezas sin fin. El porvenir del mundo moderno depende sólo de las naciones
más ricas del Primer Mundo”. El Mesías coreano se confesó con cínica humildad
repitiendo una y otra vez: “Dios ha sido muy bueno conmigo. Yo no soy un hombre
de negocios millonario sino un líder religioso. He sido colmado de bendiciones
porque Dios sabe que nada me pertenece, ni siquiera un centavo de mis ahorros. Si yo me
aprovechara de mis adeptos, ninguno de ellos me seguiría”.
A pesar del discurso público jurando que no hacen
política, muchas iglesias sí lo hacen aunque continúan predicando la sumisión y
el respeto por la ley civil y el sostenimiento del sistema conservador que
gobierna el mundo.
Tal vez el primero en poner en práctica esta
militancia religiosa-política fue un militar convertido al cristianismo, Ignacio
de Loyola, quien fundó la poderosa Compañía de Jesús sobre tres premisas
fundamentales: disponibilidad, movilidad y obediencia absoluta de sus miembros,
logrando a través de los siglos tanto la adhesión como el rechazo de reyes,
gobernantes y poderosos banqueros que en ocasiones no dudaron en perseguirlos y
arruinarlos.
Para un jesuita no existe distinción entre lo
temporal y lo espiritual y, como los antiguos caballeros templarios, disponen
de abnegación, obediencia y voluntad inclaudicables para obtener sus fines. De
ese celo por la perfección que no se privó del fanatismo, surgió la leyenda que
nos habla de un jesuita intrigante, astuto y maquiavélico dispuesto a practicar
toda clase de ardides con tal de
ingresar a los círculos cerrados del poder y ejercer allí su influencia.
Hoy los jesuitas gozan en general de una mejor
reputación que en el pasado aunque no puede afirmarse lo mismo de otro
movimiento nacido en pleno siglo XX por iniciativa de un español, el sacerdote
José María Escrivá de Balaguer, fundador en los años 30 de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei,
hoy abreviada como Opus Dei (Obra de
Dios), orden reconocida por la Santa
Sede como primer instituto secular,
veinte años después.
Escrivá de Balaguer partió de la necesidad de
reactivar el espíritu cristiano en una España que se encontraba, según él, bajo
el dominio de una masonería poderosa y el influjo de un marxismo en plena
expansión.
¿Cuál fue el método empleado? Infiltrarse secreta
y silenciosamente en los centros políticos y empresariales para practicar desde
ahí una toma de poder oculta. A partir de entonces nada ha sido ajeno a la
influencia del Opus Dei: la banca, la industria, la administración pública, la
universidad, los medios masivos de comunicación, la publicidad, el cine, la
literatura conquistando para Dios la élite intelectual de España, tarea que se
expandió a todos los países donde la iglesia católica es mayoría.
Se atribuye a Escrivá de Balaguer esta expresión:
“Los judíos han dominado el mundo por la banca. A nosotros nos toca hacer lo
mismo, o más todavía”. Entre muchos otros reproches se habla con frecuencia del
espíritu sectario y la consecuente afición al secreto que predomina entre sus
principales dirigentes. La Constitución o Regla de la Obra, escrita en latín y
no divulgada ni traducida a otras lenguas, establece en uno de sus apartados:
“Su objeto específico es trabajar con perseverancia para que la clase que
llaman intelectual, así como la que constituye la clase dirigente de la sociedad
civil, sigan los preceptos de nuestro Señor Jesucristo”.
Otra Constitución se refiere a su humildad como
congregación: “Para lograr más fácilmente su finalidad propia, el Instituto
trata de vivir oculto como Instituto, por lo cual se abstiene de acciones colectivas
y no posee nombre ni denominación común que pudiera aplicarse a sus miembros”.
Para no extendernos, resumiremos algunos otros fundamentos ideológicos como los
que dicen que en virtud de la humildad colectiva nada de lo realizado por sus
miembros se les atribuye, sino únicamente a Dios. No deberán manifestarse
externamente sino disimular ante los extraños el número de integrantes, ni
abordar con ellos los temas propios que conducen a llevar una vida consagrada a
Dios con una discreción al más alto grado que exige el apostolado. Deberán
guardar, tanto los titulares o numerarios que viven en la perfección evangélica
y el celibato, como los oblatos o adherentes que no necesariamente viven en
comunidad o como los supernumerarios que pueden ser casados, un prudente
silencio en cuanto a los nombres, obras y acciones de los demás miembros y
jamás, por ningún motivo, revelarán que pertenecen al Opus Dei.
Los críticos de la Obra afirman que su Reglamento
es digno de los jesuitas más conservadores; sacan el mayor provecho del secreto
por el cual muchos de sus más notorios dirigentes eluden sus reales vínculos
con el poder de turno. “No existe ningún secreto en el Opus Dei ni nadie se
oculta. Es fácil informarse. Sus fines están claramente expresados. Están impresos.
Se difunden. Sus dirigentes son conocidos”. Esto que dicen es verdad en la
medida en que la actividad del Opus Dei va haciéndose más poderosa y dueña de
vastos sectores de la política y la economía mundial, circunstancias que los
van obligando a mostrarse en público, sea en cargos ejecutivos, como fundadores
de universidades, periodistas y escritores al servicio de sus ideas e
intereses.
Otras de las sectas más notorias y prácticamente
dedicada a la política y al mundo empresarial es la originalmente llamada
Sociedad Creadora de Valores, conocida como Soka Gakkai, fundada por
Tsunesaburo Makiguchi en 1928, contemporánea del Opus Dei, de la que fue
Presidente o Gran Maestre el famoso filósofo Daisaku Ikeda. Esta orden nació
bajo la inspiración del monje Nichiren, quien en el siglo XIII predicó una
enseñanza nacionalista e intolerante del budismo.
Este movimiento pretende no ser una religión ni
una secta sino una entidad laica que promueve la enseñanza de su Maestro.
Muchos de sus iniciadores fueron encarcelados antes de la Segunda Guerra
Mundial por haberse negado a participar en los ritos del Shinto que es la
religión oficial del Japón. Desde su comienzo adaptó drásticas técnicas de
evangelización y sumisión que le permitió extenderse rápidamente con la promesa
de que sus conversos obtendrían una vida prolongada y dichosa.
Desde 1965 es un partido político que tiene
cientos de representantes y consejeros en el gobierno. Posee sus propias
universidades, diarios y editoriales comprometidos a trabajar por el mayor
bienestar de la población y una jurada lucha contra el fascismo que llevó a
Japón, aliado de la Alemania de Hitler, a su derrota militar y política más
humillante en 1945.
Llámense Opus Dei, Reverendo Moon o Soka Gakkai,
estos poderosos movimientos manejan hoy cientos de miles de millones de dólares
en fábricas de alimentos, productos electrónicos, automóviles, en
multinacionales financieras y en emprendimientos industriales y agropecuarios a
lo largo y ancho de Europa, Asia y América. Es verdad que existen evidencias
del accionar directo de estos grupos pero también hay que admitir que han
surgido leyendas orquestadas por organizaciones que dicen luchar contra las
sectas, bien para controlarlas o eliminarlas o (lo más probable) para ocupar su
lugar, tan poderoso es el imán de la codicia.
El problema es que no existen muchos medios
legales para combatir a estos movimientos que generalmente operan en la
clandestinidad, protegidos por reglas y secretos que hacen imposible el acceso
a sus santuarios y oficinas contables por más sagaces que sean los
investigadores y espías.
Captación de adeptos, abandono del hogar por parte
de jóvenes, reclutamientos forzosos, lavados de cerebro y violaciones
psíquicas, fracasos, depresiones y suicidios, parecen indicar la necesidad de
una profilaxis tan indispensable como eliminar el hambre, las guerras, las injusticias y desigualdades
sociales que hasta hoy parecen no tener solución.
Para finalizar nos preguntamos: ¿Qué lugar ocupa
el Bien y cuál el Mal? ¿Cómo se armonizan las infinitas combinaciones del Yin y
el Yang? ¿Cómo tomar partido por las sectas o por sus enemigos sin conocer el
verdadero propósito y el sentido último que cualquier movimiento (incluido el
nuestro) puede llegar a tener en el destino humano? Cuánta razón tenía Albert
Einstein cuando dijo: Los sistemas
autocráticos y opresivos degeneran muy pronto, pues la violencia atrae a
individuos de escasa moral, y es ley de vida el que a tiranos geniales suceden
verdaderos canallas. De este pensamiento brota un saludable escepticismo que nos dice que es
muy difícil que los mejores de hoy no sean mañana los peores que a su tiempo
deban ser reemplazados por otros hasta completar un círculo vicioso que al
final, como todo sistema cerrado, deberá estallar. Sí, ¿pero cuándo? Les dejo
varios temas para que mediten y sigan ampliando sus preferencias y
posibilidades.
Viajar por primera vez a este hermoso país,
invitado por mi querido amigo Valentín, ha sido una de las experiencias más
conmovedoras de mi vida. Muchas gracias.
Conferencia del profesor
Umberto Della Chiesa, filósofo italiano, en la ciudad de Tanti, Sierras de
Córdoba, otoño del 2004.
JUAN: Han
pasado varios días desde que recibí tu última carta, pero no he vuelto a
leerla. En varias oportunidades estuve tentada de responderte pero no puedo
superar el tono de reproche que contiene desde la primera palabra a la última.
Peor aún, te digo que tus quejas podrían parecer infantiles al lado de las que
a mí me brotan renglón tras renglón mientras te escribo. Y no quiero hacerlo,
no voy a ahondar en mi fastidio, simplemente porque me parece que hacerlo es
estéril y sin sentido. Tal vez más adelante logre elaborar una respuesta que
sea justa para ambos, o quizás es posible que sea mejor una extensa charla a partir
de la cual podamos poner en claro lo que hemos compartido hasta ahora y qué
necesita cada uno para enfrentar su futuro.
Te quejás
porque no voy muy seguido a Córdoba. Creo que tenés razón pero olvidás que
tengo obligaciones de trabajo y en especial cuestiones familiares que no puedo
ni abandonar ni postergar. Tal vez nuestro próximo encuentro sea en tu
departamento. Ya veremos.
Te comenté
que inicié una terapia con una psicóloga con la que simpatizo. Es el
interlocutor que necesito para que me ayude a desenredar este barullo que va
debilitando lo que hasta hace poco me parecía que era el centro y el sentido de
mi vida.
Sigo,
además, con el tratamiento por los problemas que ya conocías. Me han dado
nuevos remedios que me hacen sentir mejor. Han disminuido mis dolores de cabeza
y esa extraña y molesta sensación como de estar mareada. Espero que tus cosas
estén bien. SARA
RUTH LEIBOVITZ: Esta mañana, mientras una fina y gris
llovizna de primavera cubría la ciudad de Córdoba, retiré del correo el sobre
con tu carta y los recuerdos de Israel, piedras y arenas del Mar Muerto y unas
hojas del pino que crece en Masada. Te imaginarás cuanto me emocioné pues como
te había contado en alguna oportunidad, esa región del mundo sigue siendo para
mí atractiva de un modo que no sabría explicar. No creo (he dejado de creer) en
la reencarnación que tanto me entusiasmaba en mi juventud para intentar ahora
fundamentar mi teoría sobre la “reencarnación genética”, es decir la memoria de
la vida de nuestros antepasados que se transmite a través de los códigos
genéticos y que encontrarás someramente explicada en el momento en que leas
este libro, sin saltearte una página.
Hay una
evidente e íntima relación entre nuestros sueños, nuestras predilecciones y los
posibles contactos anteriores, cuando éramos parte del cuerpo de nuestros
ancestros. De ahí debe surgir, pienso, la certeza que tenemos cuando viajamos o
vemos una película y decimos: ya estuve en ese lugar, lo conozco. Gracias por
tus regalos que conservaré de manera especial.
Como te
dije en otra carta, tus continuos viajes con el contingente de médicos sin
fronteras me permiten ver por medio de tus ojos y sentir con tus sentidos. En
el momento en que toco estas piedras, la arena fina y la ramita de pino de
Masada, lo que te estoy diciendo adquiere un sentido difícil de explicar. JUAN
SÁNCHEZ.
JUAN: Hace
aproximadamente dos años, tomé la decisión de desanudar mis sentimientos
respecto de vos. Tomé la firme decisión de poder vivir en paz conmigo misma.
Desde entonces, terapia mediante, pasaron muchas cosas, reflexiones y
sentimientos en mi cabeza y en mi espíritu. Algunas las conocés, otras no. Hubo
un profundo, oculto y doloroso calvario del cual nadie podría salvarme. Por
alguna razón no he querido hablar con vos sobre estos temas a pesar de que te
involucran, para bien o para mal, por un motivo u otro.
Parte de
mis propósitos, de acomodar ideas y
sentimientos, se pospusieron cuando aquella mañana de febrero llegaste con tu
enfermedad a mi departamento, en esos meses tan diferentes en nuestras vidas.
Durante
estos dos últimos años fueron más los momentos de desencuentro que aquellos
otros en los que la armonía en nuestra relación parecía inalterable. Esto sigue
siendo así porque no me siento bien, necesito otro modo de relación. No sé cuál
o cómo, pero no esta manera. Deseo como nunca vivir una experiencia que me
conecte por igual con el cielo y con el fuego. Sí, ya sé, no es muy racional lo
que escribo.
Por
momentos me parece que estoy volviendo a enfermarme. De ninguna manera deseo
volver a la terapia porque me parece que este sentimiento contradictorio que
siento hacia vos se acentúa. Juan, cómo deseo estar nuevamente en paz con vos.
Te pido que me comprendas, que me ayudes a salir de este laberinto.
No dudo de
que entre nosotros todavía haya algo que nos sintoniza. En tu reciente viaje me
pareció tener la intuición de que estábamos en una nueva etapa, progresando,
que había mucho y bueno entre nosotros que debíamos preservar. No sé qué
decirte, cómo continuar. Hay un modo de
ser en tu ser que me genera un apacible y reconfortante estado de conciencia.
Pero todo lo demás, lo que nos diferencia y separa, es hojarasca que me retrae
y me aleja, en el mejor de los casos; en el peor, me descentra, me aliena, me
perturba. No puedo compartir tu visión de la vida como un “juego”, según me
dijiste ayer por teléfono La ausencia de amor me esclaviza. SARA
Recuerdo que hace varios años, poco tiempo después
de que yo ingresara a la Comunidad, ante mi pregunta sobre la posibilidad de
enfrentarme a fenómenos paranormales, el señor Valentín me dijo que jamás
creyera ni aceptara nada que yo no pudiera experimentar y hacer evidente. Esa
premisa me ha acompañado a lo largo de mi entrenamiento y aunque en algunas
ocasiones estuve tentado a dejarme llevar por el entusiasmo mental, la
disciplina emocional me alejaba de caer en fantasías y delirios propios en
aquellos que frecuentan ciertos límites entre la razón y la desmesura. También me había advertido mi preceptor que
otros riesgos que acechan a aquellos que se atreven a deslizarse por el Tao es
encontrarse frente a frente con la locura o caer en la indiferencia moral o en
la deshumanización.
Ahora, en
el comienzo de la primavera del año 2004 iba yo a ser nada menos que testigo
del nacimiento de los primeros hombres y mujeres de una nueva raza por decisión
y obra de individuos que no se creen ni dioses ni embajadores de los dioses.
Eso es, justamente, aunque para algunos parezca un sacrilegio. ¿Cómo podríamos
practicar actos sacrílegos si somos solo y simplemente células del mismo
cuerpo? En una de sus conferencias, el Maestro Desconocido destacó un
pensamiento del chamán peruano Antonio Morales, a quien había conocido en uno
de sus viajes a Machu Pichu. Aquel
hombre, que tenía la apariencia de un humilde campesino, les había dicho al
grupo de viajeros que llegó hasta su humilde vivienda: ¿Comprenden cuál es el secreto? ¿El secreto que guardamos, incluso para
nosotros mismos? El secreto que guardamos es que nos estamos convirtiendo en
dioses
Algunas Enseñanzas hablan de los intentos que
hicieron los hombres de culturas remotas, posiblemente en la borrosa historia
de la Atlántida. Intentos de tomar el timón de la Nave Espacial Tierra y
participar en comunión con el Espíritu que la anima, de un destino diferente,
de un destino que no sea permanecer atados a la noria de sucesos causales que
en miles de años no hemos podido interrumpir. Continuamos siendo peregrinos,
viajeros del espacio, prisioneros de un programa que evidentemente está
llegando a su término.
Mientras el ómnibus que trasladaba a nuestro grupo se deslizaba por los sinuosos caminos de
las Sierras de Córdoba rumbo al secreto lugar que por fin yo conocería, mis
pensamientos iban y venían con la amabilidad propia de lo que por ser familiar
tiene el carácter de una pertenencia que nada ni nadie podría arrebatar,
incluida la muerte. Aunque no soy un
científico, participo de este evento con la consigna de ser una especie de
divulgador autorizado y promotor de la Obra. Por ahí me sonrío pensando que soy
cómplice de una aventura cuyos alcances revolucionarios ni siquiera me atrevo a
imaginar. Cientos (¿o miles?)
de personas trabajan en el proyecto pero no tenemos autorización para
comunicarnos entre nosotros. No estamos organizados en soviets como lo hacían
los miembros del Partido Comunista ni en células como los grupos subversivos o
terroristas; nuestro vínculo es individual, personalizado por medio de un solo
contacto que es, a su vez, el nexo con el Maestro Desconocido. Por esa razón
los pasajeros del ómnibus viajamos en silencio, sin posibilidad de establecer
un diálogo en público. Sólo podemos hacerlo cuando finaliza un encuentro, una
conferencia o durante los paseos de rutina en los retiros espirituales.
Nos han informado
que llegaremos a la hora del almuerzo. En mi reloj es casi el mediodía, de
manera que la meta no debe estar muy lejos. Mientras llega ese momento
continuaré practicando el repaso de unos apuntes que me permiten realizar una
suerte de meditación. Me refiero a notas de mi banco de datos que me ayudarán a
fijar con precisión los fragmentos de este libro que estoy escribiendo. Tal vez
sea por el presentimiento de lo que voy a ver hoy o porque me estoy colmando
con el gozo de la escritura, desde que partió el ómnibus no he dejado de pensar
en una frase que Jostein Gaarder, el noruego que escribió la fascinante novela
de iniciación en la filosofía para adolescentes, La Historia de Sofía. Me alegraría saber que este notable autor
también fuera compañero de ruta de la aventura en la que he comprometido lo
mejor de mi vida. Lo que Gaarder escribió, tal vez con otra intención, podría
suscribirlo yo como parte de mis alegorías. Si estuviéramos en una conferencia
podríamos decir: Hablemos del Gran
Misterio de la Vida. Para experimentar el misterio tenemos que eliminar todos
nuestros hábitos mundanos y ser como niños de nuevo. Ser como niños es dar un
paso atrás y, tal vez por ello, descubrir que hay un mundo delante de nosotros.
Porque es ahora cuando somos testigos del acto de la creación. A plena luz del
día. ¡Es inaudito! Un mundo surge de la nada…
Me parece
una inexplicable coincidencia que mis pensamientos estén agitando imágenes en
las que veo niños al resplandor del mediodía, en el verdor de estas Sierras que
esconden los cimientos de un mundo que está surgiendo en reemplazo del que está
agonizando. Soy miembro de la cultura humana en plena desarticulación y al
mismo tiempo un posible renuevo, una copia potencial de lo que está por venir.
El ómnibus
se ha detenido en una estación de servicio para cargar combustible. En silencio
y apenas intercambiando miradas y sonrisas, aprovechamos para ir al baño y
tomar un café en el pequeño bar, compartiendo esos diálogos de circunstancia
como cuando uno viaja en ascensor, sobre cómo está el día, qué espléndido es el
colorido de las montañas y otras menudencias afables y circunstanciales.
El Maestro
había prometido darnos una sorpresa. ¿A todos? Creo que se dirigía a mí cuando
lo dijo. Estoy acostumbrado a que mi Director Espiritual me sorprenda con sus
conocimientos y con esa inimitable capacidad que hace posible que yo pueda
proyectarme hacia el pasado o hacia lo que está gestándose.
¿Asombrarme?
¿Acaso no he sido preparado para sostener un continuo asombro frente a los
hechos más increíbles tanto como a los que son extremadamente simples?
Conservamos la virtud del asombro
mientras somos niños para después entrar en la vorágine del mundo, enredados en
miles de ideas, de ruidos, de valores tan volátiles como la moral predominante.
Volver a ser curiosos e inquisitivos como es posible que sean los científicos,
los poetas y los místicos para repetir con Krishnamurti: Sobre una roca oscura, el suave destello de una luciérnaga contenía la
luz del mundo.
Cada vez
que me descubro como un cómplice consciente y responsable del programa que
intenta regenerar la especie animal-hombre a la que pertenezco, recuerdo la
idea de Marilyn Ferguson a propósito de los conspiradores de la Era de Acuario, que
inicialmente deben haber sido apenas unos cientos y ahora son millones. La gran
pensadora norteamericana dice que no hay motivos para asombrarse de que estos
cambios de conciencia sean experimentados por un creciente número de individuos
como un súbito despertar, como liberación, como una auténtica transformación
unificadora, holística.
Semejante
al imperceptible paso de la luz a la oscuridad, millones de personas se han ido
incorporando inicialmente a las nuevas técnicas como la oración, la meditación,
la visualización terapéutica para desembocar en el descubrimiento de Sí-Mismo y
del Otro, en el encuentro con estados de conciencia que les han revelado que no
necesitan esperar a que cambie el mundo allí, fuera, para que puedan aspirar a una transformación
personal. A medida que unos pocos comenzaron a transformarse sustancialmente,
esa energía puso en movimiento una reacción en cadena que transforma sus mentes
y sus vidas porque están alterando el entorno, ampliando sus radios de
estabilidad.
Cuánta
verdad hay en lo que dice el Maestro, cuando afirma que nadie puede salvar por
amor el mal de nadie sino su propio mal. No hay tarea más grande que encender
la propia lámpara. Qué distintas y distantes son estas enseñanzas de los
proclamados y viejos valores expuestos desde las religiones y los predicadores
que siguen y prosiguen con sus inútiles discursos. Dentro de pocas horas habré
confirmado que mi entrega y sacrificio, mi soledad y mi silencio quedarán
justificados y colmados por la existencia de almas similares que no conozco,
que ni siquiera sabré sus nombres ni el lugar en donde viven pero que las amo
porque las he buscado desde siempre.
Ellas han estado desplazándose en el mismo sentido en el que yo me muevo
para encontrarnos y formar juntos la levadura de la sociedad planetaria del
futuro.
Ya no
estoy solo y nunca más lo estaré. Ciencia y filosofía mutuamente se trasvasan
en un universo que es una fina red de fenómenos independientes pero
entrelazados, que se conforman por la coordinación de todos los demás, ninguno
de los cuales es una entidad fundamental pero sí necesaria, tanto como lo soy
yo en estos momentos en que me aproximo al instante crucial de mi vida. Ahora
comprendo uno de los axiomas de la física cuántica que dice que aquello que
llamamos partículas no son sino relaciones mutuas entre las partículas, lo que
puedo traducir como que lo que llamamos individuos no son sino relaciones mutuas entre los individuos.
Sólo existimos en relación al Otro. Fuera de nosotros sólo existe la Nada.
El ómnibus
va disminuyendo su velocidad y se aparta de la ruta pavimentada por un camino
de tierra en muy mal estado. Avanzamos lentamente esquivando piedras y pozos en
la huella. Por las ventanillas entra el aire fresco y perfumado de las Sierras
Grandes.
Vamos
descendiendo hacia un pequeño valle
cruzado por los meandros marrones y plateados de un río. Un edificio blanco de
tejas rojas sobresale de lo que parece ser un bosque de algarrobos.
Permanecemos expectantes, cada uno de los pasajeros, hombres y mujeres que
vienen de diferentes lugares con un mismo propósito, con la sencilla apariencia
de ser turistas en viaje de placer. Siento por similitud de presencia, que nada
nos separa ni diferencia, salvo la ropa, el sexo, la edad, el color de la piel
y los ojos.
Un
fragmento de cada uno de nosotros está celosamente guardado en alguno de los
pabellones herméticamente cerrados y custodiados en ese edificio. Estamos hoy
aquí juntos y tal vez lo estaremos en un mañana no muy lejano, aunque entonces jamás
sabremos que hoy viajábamos en el mismo ómnibus, en el mismo día, a idéntico
lugar.
El
transporte se detiene bajo la sombra de unos altos árboles. Cada uno busca su
bolso de viaje y desciende hacia el edificio. El señor Valentín junto a un
grupo de personas que no conocemos, nos da la bienvenida.
JUAN
SÁNCHEZ: He releído unos borradores de
una carta que empecé a escribirte hace un par de semanas. Es difícil creer que
en tan pocos días mi vida haya cambiado tanto. Mis asuntos familiares siguen su
rutina así como las cuestiones laborales.
Mi mundo
afectivo es el centro de hechos por demás insólitos. Pablo apareció una tarde a
tomar un café y se quedó charlando conmigo hasta tarde. Después de un
paréntesis de casi dos meses, reapareció una noche y desde entonces no hemos
podido ni querido separarnos. Apenas mis padres regresen de Europa, Pablo y yo
hemos planeado irnos a vivir juntos.
El domingo
almorcé en casa de Betty. Como te dije, ella y Pablo se conocen desde la
infancia. Me dijo una frase que me conmovió hasta las lágrimas: “Sara, ¿te das
cuenta? Has llegado a Pablo a través de dos personas que tanto te queremos, el
Juan Sánchez y yo”. Es seguro que Betty nunca sabrá hasta qué punto es verdad
lo que me dijo. Yo no hubiera podido entender a Pablo si primero no te hubiera
conocido a vos. Por favor, por nada del mundo deseo causarte dolor con esta
carta. Me cuesta escribirla, me parece increíble lo que estoy contando, pero sé que debo
hacerlo. Es parte del compromiso que fijamos desde el primero momento en que
vos y yo nos conocimos: no mentirnos nunca, por nada.
Me
tranquiliza la certeza de que estás apoyándome, tal como me lo habías
prometido, cualquiera fuera el rumbo que tomaran nuestras vidas. Tal vez sea
verdad que los humanos algo hemos avanzado. Salvando las distancias, por un hecho
el que nos toca vivir, siglos atrás se generó la guerra de Troya.
Juan, mi
relación respecto de vos en lo esencial en nada se ha modificado. Pero es
comprensible que a partir de ahora nada será igual entre nosotros. ¿Cómo hacer
para no perdernos el uno del otro? ¿Cómo hacer para no generar trampas? ¿Cómo
descubrirlas antes de que nos dañen o hagan sufrir a los seres que amamos?
Hemos
hablado sinceramente con Pablo sobre todo esto y mucho más. Él tiene una visión
clara pero soy yo quien debe decidir. Y mi decisión es que lo amo con todo mi
ser y por ese amor necesito relacionarme de la manera más justa con todo y
todas las personas, especialmente con vos. Aparecen en mi mente cientos de
cosas para contarte. Pero debo poner el punto final. Te abrazo. SARA GATTARI
Desde muy
pequeños nos arrulla una bella palabra: amor. Alrededor de ese vocablo
construimos nuestras vidas, nuestras actividades y especialmente el arte de vivir en relación
con los demás. Sin embargo, cuando lo que creíamos era amor y deja de serlo o
se transforma en su opuesto, descubrimos que no sabemos cómo explicar lo que ha
sucedido. No debiéramos mencionar esa palabra sin conocer de dónde proviene y
cómo afecta nuestra humana condición. Según las Enseñanzas que nos han legado
los antiguos Maestros del Fuego, el amor de la Divina Madre es el que mueve
todos nuestros actos, el único sentimiento que podrá renovar nuestras vidas.
El alma
del ser se determina por el Amor. Nada existe fuera de Él. Lo que ofrecemos no
necesita esfuerzo alguno pues es el amor en sí. No es fácil comprender esta
premisa pues hemos sido educados en una cultura en la que predominan numerosas
emociones que confundimos con el amor. Todo aquello que va y viene, que se
divide, que empieza y termina, no es amor.
El
verdadero amor es un acto que emana de sí y se centra en sí. Pienso, vivo y
participo en el amor, un amor que al expresarse elimina los prejuicios, borra
las diferencias y anula todo intento de separatividad.
El amor en
sí es el amor de la Divina Madre. No hay problemas de amor de uno a otro. Salir
de uno mismo para salvar lo que está perdido, pretender ayudar a otro,
solucionar los sufrimientos y males de la humanidad, eliminar los conflictos
que genera la diferenciación, es vano, es un abuso del amor.
El amor
que diferencia amado y amador es inútil, no es otra cosa que una fuente de
dolores y tristezas infinitos. El amor-en-sí
es el que borra las penas, las aflicciones y amarguras, las diferencias,
las distancias, las barreras entre la vida y la muerte; es el amor simple, sin
compuestos, sin dualidad ni separatividad.
Vuelvan
siempre, en todos sus actos, a la Causa y Principio, al Amor de la Divina Madre
que no es dos, no es amar y ser amado, no es sufrir y gozar del placer y del
dolor propio y ajeno, no es dividir, no es ir y venir, no es empezar y
terminar.
Repitan
como consigna cada mañana:”Mi amor no ha de solucionar por amor el mal de
nadie, sino mi propio mal”. La intensidad de ese grande y único amor no puede
darse a otros: se revela, simplemente. Cada uno de nosotros es un amor pequeño
que se va reconociendo en la medida que se expande en otro ser, en todos los
seres, como un sentimiento único, absoluto, sin principio ni fin.
Conserven
el secreto del amor perfecto, de la fidelidad inmutable y lograrán así
iluminarse para iluminar, ofrendarse para Ser.
Sólo el amor que se da, que no pide nada para sí, que es entrega y
sacrificio continuado, puede redimir y rescatar a las almas si aceptan que el
dolor de todo ser viviente será también
su dolor, que toda pena y separatividad será para ustedes amargura y
soledad.
Cultiven
con este amor divino el alma de los niños y los jóvenes buscadores de la
Verdad. Que ninguno se pierda o extravíe en los oscuros senderos del Abismo. Si
es necesario entreguen sus vidas para orientarlos por los caminos de la fe en
lo sagrado, de la belleza, de la excelencia y la alegría simple de vivir.
Para
nosotros existe una meta única, un único fin que es el de conducir a los seres
a la cima de la perfección para hacer evidente la ciencia del espíritu que nos
anuncia que en esta vida, aquí y ahora, los más altos propósitos pueden ser
logrados. No olviden que el poder de la fe es hacer real lo irreal, es hacer
posible lo imposible. Si ustedes dejan incumplidos sus anhelos jamás sabrán si
tenían posibilidad de lograrlos y guardarán para siempre la amargura del fracaso.
Sean
consecuentes con los mandatos de su vocación. Practiquen metódicamente los
ejercicios de la oración y la meditación pero sólo de un modo técnico, mecánico,
automático. Los adiestramientos ascéticos han de ser simples ejercicios
verbales, musculares, fonéticos, sugestivos. Las maniobras orientadas a
agudizar los sentidos, obtener poderes mentales, aumentar los niveles de la
emotividad, fortalecer la voluntad, acentuar la sensibilidad o tener dominio
sobre el cuerpo, han de ser descartados.
No cometan
ustedes el error de algunos místicos y buscadores que postergan el
entrenamiento ascético sin logro pues después les resultará imposible eliminar
lo que desde el inicio se ha ido transformando en un logro permanente. Los
ejercicios ascéticos sin logro despejan el camino que conduce místicamente a
nuestro santuario interior, vaciándonos del poder de la gravedad,
transformándonos en un espejo donde se refleje, por analogía, por similitud de
presencia, el cuerpo místico de los seres consagrados.
Sé que
desde su iniciación, ustedes han aprendido a formular simples y esenciales
preguntas. Como no será fácil obtener respuestas, continúen preguntándose:
¿Quién soy? ¿Qué siento verdaderamente? ¿Qué es lo que creo que siento? Hasta
que no puedan escuchar las respuestas, sepan que no tendrán conciencia de sí.
Tomar
conciencia de sí, siendo partícipes conscientes del Mensaje de la Renuncia, es
provocar en las almas una poderosa reacción en cadena que no podrá ser
controlada por nada ni por nadie.
Durante
miles de años, las creencias religiosas, las experiencias conocidas como
sobrenaturales sumadas a altos niveles de ignorancia y superstición, pusieron a
la humanidad en conflicto con lo desconocido, divorciando a la ciencia de la
teología. En los comienzos de este siglo XXI, es imprescindible que ustedes
revisen sin temor todas las creencias, dogmas y conocimientos no evidenciados
para que la fe simple y la experiencia científica puedan alcanzar una dimensión
imprevisible.
Mensaje del Maestro Desconocido, leído por el señor
Valentín en Villa General Belgrano, Sierras de Córdoba, en el esplendor de una
nueva primavera.
El
edificio estaba dividido en dos amplios cuerpos, unidos por una estrecha
galería o pasadizo a cuyo final se podía observar una puerta blindada. Supuse
que en ese sector se encontrarían los laboratorios y las salas de maternidad si
es que ese es el nombre que podría identificar el lugar. Esto es lo que yo iba
pensando mientras nos fuimos acomodando en un amplio comedor por un simple
orden de llegada que nos permitía estar en presencia de hombres y mujeres cuya
procedencia, nombres y tareas asignadas jamás podríamos saber unos de los
otros. Sin embargo, ese saludable anonimato no nos impedía practicar un
afectuoso reconocimiento, que incluía secretas curiosidades y la mayor
admiración, por quienes eran el testimonio de una común vocación puesta al
servicio de una causa cuya naturaleza pertenece a un plano en el que se
combinan la intuición, la imaginación y la ingenuidad más pura que nacen con la
renuncia al logro de cualquier acción.
El
almuerzo fue tan frugal como yo lo había supuesto: arroz blanco, ensaladas,
frutas de la estación y jarras de agua mineral que según supe luego, surgía de
un manantial en las rocas que daban al sector oeste de la edificación. Comimos
como es habitual, intercambiando apenas frases de circunstancia en las que
sonaban acentos en español, en inglés, francés
y portugués y por ahí algunos intentos por decir algo en nuestro idioma
que seguramente provenía de otras lenguas, no importa de dónde.
La comida
y el largo viaje fueron una virtual invitación a un descanso en los dormitorios
colectivos, uno para las mujeres y otro para nosotros, en los que había un
lugar para cada uno en las literas triples, y sanitarios con lo suficiente para
la higiene personal. Me dije que aprovecharía esas dos horas de recreo para
meditar sobre algunos de los asuntos que habitualmente fueron el motivo de mis
encuentros con el señor Valentín. Había sido yo entrenado para evitar falsas
proyecciones dominando la ansiedad y el control mental que reduce al mínimo las
lucubraciones inútiles, pero aún así me dominaba una especie de sensualidad
mística, un estado de gozo que había descubierto mediante las prácticas de la
meditación. Acomodé el bolso y apenas tuve tiempo para sacarme los zapatos. Caí
en un sueño profundo del que desperté con el sonido de una campanilla que
alguien hacía repiquetear con la suficiente insistencia para que nadie se
demorara en estar presente, media hora después, en el salón de conferencias.
Aproveché
para darme una rápida ducha y vestirme, todavía medio dormido y volviendo a
sentir la proximidad de lo inesperado aunque había aguardado este momento durante
varios años. No es necesario que ponga sobre un papel los pormenores de mi
iniciación que, más allá de algunas precisiones de tiempo y lugar, no fue tan
diferente a las que podemos conocer leyendo las historias de las órdenes
monásticas y de caballería que durante
siglos fueron secretos guardados bajo pena de muerte y que ahora pueden
adquirirse en una buena librería por lo que cuesta un libro cualquiera.
En total
no seríamos más que unas treinta personas, la mayoría mujeres. El salón no era
muy grande aunque suficiente para los que estábamos acomodándonos en silencio,
en el lugar asignado a cada participante. Por un amplio ventanal sentíamos la
cercanía de la luz de aquella tarde de primavera única en mi vida. Sobre unas
tarimas, no muy altas, había una mesa con dos sillas, una jarra con agua, dos
vasos y un jarrón con rosas amarillas.
Puntualmente
aparecieron por una puerta que daba a los aposentos reservados, el señor
Valentín y el Maestro Desconocido, dos hombres de los cuales he aprendido lo
suficiente para justificar mis pretensiones como autor de este libro. Llegando
ya a estas páginas, el lector tiene el derecho a preguntar ¿quiénes son en
realidad esos individuos? ¿Cuáles son sus nombres civiles, su profesión, sus actividades? Un lector
adiestrado no haría semejantes preguntas por la simple razón de que yo (o
cualquiera de mis compañeros de la Comunidad) jamás respondería por eso que,
cualquier lector culto, sabe que los líderes espirituales tienen un nombre que
sustituye al que dejaron atrás, en el tiempo y en el espacio, cuando
renunciaron a su personalidad corriente, a la identidad convencional y, por
encima de todo, al ego escandaloso que se considera el amo de una personalidad
que para nosotros no es otra cosa que una cáscara vacía.
Mi soliloquio
terminó apenas nuestros guías tomaron
asiento. El señor Valentín, sentado a la derecha de quien iba a dar su mensaje, permaneció en silencio,
observándonos con la misma simpatía y sencillez con las que nos había dado la
bienvenida, uno por uno, en momentos y lugares distintos. Escuchamos la voz
suave y precisa del Maestro Desconocido:
En este
lugar podrían vivir cómodamente unas 50 personas. Imaginemos que este complejo
de edificios es una esfera de tierra y agua que gira alrededor del Sol. A pesar
de todos los esfuerzos no hemos podido todavía habitar ni en la Luna ni en
Marte y tampoco en las ciudades metálicas que en plena construcción giran
alrededor de nuestro planeta, pequeños habitáculos en los que por ahora puede
vivir apenas una docena de personas.
Estamos
haciendo cálculos para justificar nuestro proyecto, así que sigamos imaginando
qué ocurriría si aquí tuvieran forzosamente que vivir 200 personas. Comenzarían
los problemas, aunque si el número llegara a 1.000 la cuestión sería muy grave
pero menos que si en este pequeño espacio el número de habitantes llegara la
hipotética suma de 10.000. La falta de agua y alimentos, el hacinamiento y el
nivel de desechos y tóxicos conducirían a tal violencia que incluiría los crímenes
más atroces, la ausencia de reproductividad, el desorden moral, las
enfermedades y degeneraciones propias de una superpoblación.
Recuerden
ustedes o vuelvan a leer la conferencia de nuestra querida doctora Bachmann que
está aquí entre nosotros, cuando se
refirió a las proyecciones demográficas de Malthus, a las preocupaciones de
eminentes biólogos y zoólogos como Konrad Lorenz, a los gravísimos problemas
producidos por la contaminación tanto en la atmósfera como sobre la Tierra , los bosques y
mares. Después de la
Segunda Guerra mundial empezamos a darnos cuenta de la
gravedad de los problemas hoy por todos conocidos. Demos por aceptada la
cuestión de la imposibilidad de sobrevivir en las condiciones actuales,
condiciones agravadas por la negativa de los llamados países del Primer Mundo a
controlar la calidad de los productos industriales sin que nadie pueda impedir
(y esto es lo más grave) los niveles de contaminación producidos por el
enterramiento de desechos de usinas nucleares arrojados clandestinamente en
huecos de la tierra y en la profundidad de los mares.
Regresemos
a nuestro ejemplo inicial: ¿Qué sería de los habitantes de este complejo si
tuvieran que permanecer en condiciones infrahumanas? No es difícil imaginar que
(a menos que algunos practicaran el antiguo remedio de las guerras de
exterminio) todo este espacio sucumbiría. No quedaría al cabo de poco tiempo ni
gente, ni edificios, ni plantas, ni vestigio de vida alguna.
6.000
millones de personas ya es un problema pero 12.000 millones a finales de este
siglo XXI será un problema mucho mayor. Incluso, como afirman los demógrafos,
si el ritmo reproductivo de la raza humana se desacelerara, el resultado sería
una pirámide monstruosa en la que prácticamente no habría niños. Sería éste, en
consecuencia, un patético planeta poblado por miles de millones de ancianos:
punto final del programa de la especie humana. Tal vez lo que estamos diciendo
sea finalmente una realidad a menos que se produzcan cambios radicales. ¿Cuáles
podrían ser algunos de esos cambios? ¿Construir ciudades en el espacio, en el
mar, bajo la superficie de la
Tierra ? ¿Cómo obtener alimentos y agua dulce suficientes?
¿Dónde depositar las excretas sin continuar intoxicando este lugar que parece
tan bello contemplado a la distancia?
Uno de los
epígrafes del libro del biólogo Jacques Monod, El azar y la necesidad, pertenece a Demócrito, el filósofo
griego que escribió, hace
aproximadamente 2.400 años: Todo lo que
existe en el universo es fruto del azar y la necesidad. El mismo sabio
había dicho que cada uno de nosotros debe procurar que los átomos de su alma
sean estables para que no sufran perturbaciones. Agregaba que cada uno es
responsable de sí mismo pues el hombre posee una libertad que no está presente
en todos los ámbitos de la naturaleza. ¿Qué significa esto para nosotros?
Conocemos ampliamente la necesidad pero ¿qué hay del azar? Azar, caos, misterio
son palabras que identifican lo desconocido, pero no lo posible desconocido.
Durante miles de años, nuestros más antiguos ancestros fueron resolviendo
cuestiones que surgían de sus necesidades. Por ejemplo: ¿cómo cruzar un río
caudaloso sin ser arrastrado por las aguas? Durante miles de años mantuvieron
el deseo de cruzar hasta que alguien se le ocurrió hacer un puente. Durante otros
miles de años pensaron cómo hacer una conexión con la otra orilla hasta que alguien hizo un plano. Del plano a
la construcción quién sabe cuánto tiempo pasó, pero sin dudas mucho menos que
al inicio. De ese modo nosotros hemos descubierto la necesidad de sobrevivir
como especie. No es fácil eliminar el poder de la vida que se encarna en cada
uno de nosotros buscando la salida. Regresemos varios millones de años hasta la
época en la que desaparecieron los gigantescos dinosaurios. No sabemos
exactamente por qué se extinguieron aunque sí estamos de acuerdo en que los
pájaros de hoy no son otra cosa que el producto de la mutación de aquel
programa que la naturaleza suprimió para que el resto de las especies pudiera
progresar.
¿Qué hacer
entonces con el hombre? Pues, sencillamente, reducir su tamaño, drásticamente,
mediante operaciones genéticas que no fueron ni siquiera imaginadas hace sólo
un cuarto de siglo. Ustedes lo saben porque han sido no solamente preparados
para comprender la necesidad de estos cambios sino porque son parte del nuevo
programa humano. ¿Suena a sacrilegio? Yo les respondo diciendo: ¿No sería mayor
el sacrilegio de abandonar el destino del hombre no en la Tierra únicamente, sino
como futuros viajeros y exploradores del espacio exterior, para ocupar otros planetas, crear atmósferas,
generar la multiplicación de microorganismos y la implantación de hijos e hijas
que serían los padres fundadores de otras culturas?
Lo que
estamos realizando no hubiera sido posible sin tener a nuestro alcance el mapa
completo del genoma humano. Más allá de
las controversias políticas y religiosas, de los intereses contrapuestos y de
las necesarias discusiones bioéticas que son apenas el ruido externo de lo que
en realidad está ocurriendo en los principales centros de investigación,
estamos gestando una revolución que ya nada ni nadie podrá evitar. Un ser
humano diez veces más pequeño significa que con ese procedimiento multiplicamos
el tamaño de la Tierra, aumentamos de
manera gigantesca los recursos naturales, especialmente las reservas de agua
dulce, reducimos el volumen de la basura y los tóxicos. El resto será tarea
para nuestros ingenieros que ya están adaptando a pequeña escala la totalidad
del parque tecnológico empleando, como es obvio, una mínima cantidad de materia
prima y optimizando al mismo tiempo la productividad.
No
pensemos que el futuro será fácil para nuestras amadas réplicas, algunas de las
cuales ustedes tendrán el privilegio de
observar mañana. Digo observar porque de ninguna manera es posible
todavía establecer un contacto directo. Piensen en seres que no tendrán más de
treinta centímetros de altura en su etapa adulta. Todo en ellos es frágil: su
tamaño, su capacidad de defensa y en especial su vulnerabilidad frente a una
sociedad que los vería como pequeños monstruos a los que no lamentaría
sacrificar. Hasta que no constituyamos un número suficiente para habitar y
reproducirnos en todos los continentes
no tenemos mayor arma que el secreto y la devoción suficiente para
proteger a estas magníficas criaturas de las que ustedes ya son, en potencia y
en esencia, la familia. Sé que ustedes están inquietos, formulándose preguntas
que yo iré contestando anticipadamente sólo hasta donde lo señale la prudencia.
¿Quiénes
son estos clones pequeñísimos? ¿De dónde provienen? Pues de gente idéntica a
ustedes, de compañeros de la Comunidad que en su momento, tal como ustedes lo
han hecho, ofrecieron algunas células de su cuerpo para la reproducción. ¿Dónde
están los originales, los dadores de estas nuevas vidas? Sencillamente, han fallecido por diversos
motivos. Cada uno de ustedes está latente en un embrión criogenizado que
conservamos en nuestros laboratorios, no solamente en este lugar sino en otros
sitios en diversos países. ¿Son portadores de un alma similar a la de sus
progenitores? No vamos a ingresar en la peligrosa discusión sobre si tenemos o
no un alma individual que sobrevive a la muerte o que transmigra a otro cuerpo.
Ese dilema subsistirá hasta que alguien encuentre las respuestas. Sí sabemos,
científicamente, que cada uno de nosotros es un ente que recibe y emite
señales, códigos, ideas a la velocidad del pensamiento. Ya hemos tocado esos
temas a lo largo del entrenamiento que ustedes han recibido por medio de sus
maestros y preceptores. Apenas ustedes culminen su ciclo vital, por el motivo
que sea, daremos vida a la copia que no sabrá su procedencia ni tendrá vínculo
alguno con sus ancestros. Estos diminutos hijos e hijas tendrán la ventaja de
crecer y formarse lejos de los mandatos conservadores de esta cultura
decadente. Esa es la premisa fundamental para que nuestro proyecto no fracase.
¿Vivirán
en una sociedad más perfecta que la nuestra? ¿Pertenecen a una raza superior?
Nada de eso tiene sentido en nuestro programa. Únicamente estamos aumentado el
espacio para que ellos puedan multiplicarse con menos riesgos que nosotros. Ni
siquiera asoma el mínimo delirio sobre una supuesta raza superior ya que
nuestras criaturas son réplicas de hombres y mujeres provenientes de todas las
razas. Al crecer juntos y diferenciados por su tamaño, es posible que ellos
logren una mayor armonía en sus múltiples y complejas relaciones.
Es seguro que tendrán dificultades para sobrevivir a
pesar de los conocimientos y de la alta tecnología de los que dispondrán. Un
simple gato, una araña, cualquier pequeño animal podría hacerles daño, incluso
alimentarse con ellos. Tampoco serán ni más buenos ni peores que nosotros. Si
ustedes repasan lo que dijeron Albert Einstein, Krishnamurti y David Bohm, para
citar sólo algunos nombres, el bien y el mal están inscriptos en la naturaleza
misma de los átomos. Dejemos de imaginar absurdas fantasías que hablan de
mundos donde sólo existe el bien, el amor, la justicia, la inmortalidad y toda
esa basura pseudo religiosa que apesta. Esos pequeños humanos que pronto
conocerán tendrán que aprender a defenderse de toda clase de enemigos, el
principal de los cuales es el hombre
actual que jamás habrá de tolerar lo diferente (como ha sido durante toda la
existencia de la especie) y mucho menos a quienes vendrán a reemplazarlo. No soy vidente y tampoco creo en las profecías que la aceleración de
los tiempos físicos y mentales aborta rápidamente. Nuestra única tarea es la
producción de hombres y mujeres reducidos
de tal forma que podríamos asegurar, ahora así con fundamento, que lo
pequeño es hermoso.
El Maestro
Desconocido se puso de pie y se retiró mientras también nosotros nos
levantábamos de nuestros asientos. El señor Valentín se quedó unos minutos más
para decirnos que después de la cena podríamos encontrarnos en los jardines
para relajarnos y conversar sobre los
temas de la conferencia que acabábamos de escuchar.
Al salir
del salón, sobre las mesas del comedor estaban dispuestas jarras con café
humeante, gaseosas y algunas golosinas. Por un momento me pareció estar en un
lugar perfecto, no conocido antes pero sí deseado por mí.
He leído
varios libros sobre el fin del hombre y de nuestra civilización aunque no había
pensado que estábamos en los umbrales del fin de las profecías.
RUTH:
Revisando mis carpetas compruebo que tengo varias tareas pendientes: tres
libros inéditos (uno en trámite de edición) y apuntes para escribir una novela.
Procuro vivir al día, no abandonar proyectos en vías de realización ni edificar
castillos en el aire que se esfumarían dejándome amargos sabores. Espero con
impaciencia la sorpresa de cada día, lo inesperado, los encuentros y hallazgos
que se producen sin haberlos deseado.
Leyendo
cierto libro me llamó la atención el concepto relacionado con el
“trastrocamiento del tiempo” en las relaciones. A veces aparecen coincidencias,
sincronías que permiten lograr de manera simple y eficaz determinados vínculos
con una persona, con un libro, con uno mismo. En otros momentos todo gira, se
mezcla, las personas circulan a nuestro lado como sombras que no se proyectan
sobre nosotros sin que tampoco podamos introyectarnos en ellas.
Aguardo
siempre la llegada de tus cartas y tus llamadas telefónicas. A pesar de los
años transcurridos todavía estás por aquí, por lo menos una parte tuya camina
por la Cañada o está tomando café en La Tasca o comiendo zarzamoras en Villa
General Belgrano. Imagino verte con tu trenza al costado o el rodete en la nuca
y la mochila a cuestas yendo y viniendo con paso rápido dispuesta a permanecer,
a compartir, a amar.
Ayer leí
un graffiti estampado en una pared descascarada en Alto Alberdi que dice: La sabiduría nos persigue pero nosotros
somos más rápidos. Debe ser más cómodo vivir como estúpidos que intentar
dar un paso hacia lo desconocido. Es bueno tener esa frase (me refiero al
graffiti) como consigna porque nunca
sabemos si en el momento más inesperado nos detenemos más de la cuenta y
quedamos fuera del Camino. ¿No te parece?
Cambiando
de tema, te confieso que tus sueños siguen siendo inesperadas contribuciones
para mis libros. Lo que me resulta inexplicable es que cada vez que recibo la
trascripción de alguna de tus aventuras oníricas, el tema es como la pieza de
un rompecabezas que encaja, justo, en alguna parte del libro que estoy
escribiendo.
Aunque
algo te adelanté en nuestra última conversación telefónica, no puedo
adelantarte mucho a propósito de la novela que estoy escribiendo porque mi
mayor deseo es que la leas completa. La advertencia que haré en la contratapa será
no saltear ni una sola frase pues en cualquiera de ellas puede estar oculta
alguna de las pistas sin las cuales no resultará fácil al lector completar el
puzzle que estoy estructurando.
Me despertó el ruido de un avión que volaba a baja
altura. Después supe que el Maestro Desconocido había salido muy temprano,
aunque por supuesto nadie supo decirme hacia dónde. Me sentí decepcionado
porque nuestro Superior había prometido
algunas sorpresas para cuando finalizara la visita a los edificios de la Comunidad , en algún lugar
de las Sierras de Córdoba, donde precisamente me encontraba. Calculé, por la
luz que ingresaba por los ventanales, que nos estábamos acercando al momento en
que nos llamarían para iniciar las actividades de ese domingo.
La noche
anterior nos habíamos reunido en los amplios y rústicos jardines (más bien
parecía un bosque depositado sobre una verde pradera), en el que había unos
pocos bancos de piedra. Algunos
sentados, otros recostados sobre el césped, formamos varios grupos animados por
el mate que a los extranjeros les resultaba una curiosidad. No podían comprender
que todos tomáramos en el mismo recipiente y con la misma bombilla a la que
eventualmente se la limpiaba con un repasador. No recuerdo nada que en ese
momento me hubiera parecido digno de anotar en mi cuaderno que, desde hace
largo tiempo, es mi libro de bitácora. Una buena parte de esta novela tiene, en
mi destartalado anotador, las principales ideas, las claves de algunos
argumentos fundamentales y las referencias bibliográficas sin las cuales no
hubiera sido posible completarla.
Sobresalían
dos grupos. Uno tenía a la estadounidense Clara Bachmann como centro de un
agitado cambio de ideas sobre la
conferencia que la bióloga había pronunciado en San Marcos Sierra, en el otoño
pasado, y el otro, en el que yo formaba parte, debatía con Sofía
Houphouet-Levin a propósito de las contrapuestas hipótesis sobre Gaia y el rol
que recientes descubrimientos desempeñan en nuestro proyecto. No se dijo nada
que la joven y talentosa científica francesa no nos hubiera explicado
claramente en la conferencia que nos ofreció en el invierno pasado en una de
las sedes que la Comunidad posee en Tunuyán. No es necesario, entonces,
que repita lo que está resumido en páginas anteriores.
En el orden
y la disciplina con los que se supone debemos actuar, nos higienizamos y
vestimos para tomar el desayuno que nos estaba
esperando en el comedor. Como no se trataba de un retiro de los que
periódicamente acostumbramos realizar, no disponíamos de un cronograma para las actividades del día aunque todos,
sin hacer comentarios, aguardábamos el momento prometido, el instante que
justificaría tantos años de trabajo en secreto y en silencio mientras que cada
uno se ganaba el sustento con su empleo, oficio o profesión, tan diversos como lo
eran nuestras condiciones económicas y sociales. Así es y así deberá seguir
siendo aunque, como lo ha señalado el señor Valentín, es difícil pasar
inadvertidos ante los que no participan en nuestro círculo personal. Ciertas maneras
de ser y proceder, algún comentario que
llama la atención, la mención de algunos libros de filosofía o divulgación
científica, las apenas veladas críticas al sistema que gobierna en la mayoría
de las naciones, ciertas irreverencias y sarcasmos que ciertamente debiéramos
reprimir pero que por ahí afloran en nuestras relaciones como una repentina
descarga de emociones y en especial, el hecho de que en ciertos períodos del
año, desaparecemos sin dejar rastros, con excusas que a nadie satisface, incluyendo
a familiares directos que apenas atinan a expresar respetuosos reproches en
algunos o celos infundados y sospechas en otros que se van atenuando con el
paso de los años.
Cuando
desperté de mi ensoñación, nos estábamos encaminando por el estrecho pasillo
hacia la puerta blindada, que abrieron desde adentro, para hacernos ingresar a
un vasto laboratorio en el que trabajaba un pequeño grupo de hombres y mujeres.
A cada uno de nosotros se le entregó un delantal, un par de guantes, una cofia
y un barbijo, verdes, con los olores típicos de la asepsia. No fue necesario
que nos pidieran guardar silencio porque el silencio de esas dependencias nos
estaba adelantando el clima de las escenas de las que seríamos testigos.
Descubrimos
que la persona que venía con los mismos atuendos era el señor Valentín, por su
voz y porte. No era aquel el lugar apropiado para discursos, salvo las breves
explicaciones que nos iba dando nuestro preceptor. Nos pidió que lo siguiéramos
hacia el contrafrente del laboratorio, un grupo de salas contiguas a las que de
ninguna manera podríamos ingresar aunque en una de ellas observamos una especie
de ventanal, más bien era un grueso vidrio a través del cual veríamos lo que
pocos seres imaginan que podrían ver. Lo que se presentó a nuestros ojos
asombrados era una especie de jardín de
infantes con los clásicos juegos, almohadones, mesas y sillas diminutas,
dibujos en las paredes, pequeñísimas computadoras ordenadas en fila. ¿Qué
estábamos contemplando? Nada menos que los primeros hombres y mujeres de una
naciente humanidad. No tuve la idea de contarlos aunque sospecho que serían
alrededor de quince criaturas de no más de doce centímetros de altura, vestidos
como lo haría cualquier niño de nuestro mundo. ¿Quiénes serán esas criaturas? ¿Cuáles han
sido las matrices originales de las que se obtuvieron esos clones? Cuando me
llegue el momento de morir ¿aquí nacerá (poco tiempo después) mi copia, la
réplica a escala diminuta de lo que ahora soy? Si un censor hubiera detectado
el ritmo de nuestros corazones, habría sonado como un martilleo tumultuoso. Nos
quedamos perplejos frente a la presencia de esos pequeños duendes, los primeros frutos de
una revolución biológica inusitada. Podíamos verlos claramente pero no ser
observados por ellos gracias al vidrio que nos separaba. Para los (¿cómo
llamarlos?) era un espejo que reproducía sus imágenes, movimientos y juegos,
sus gestos y brincos; para nosotros una ventana al génesis de un nuevo mundo,
no idealizado sino real, evidente. Pensé en antiquísimos textos que revelaban
que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Habrá sucedido algo
similar en la Tierra
hace cientos de miles o millones de años? La ciencia materialista se burló de
la idea de un Dios-Padre-Hombre como se burlaría hoy si supiera que a imagen y
semejanza de simples individuos de todas las razas terrestres está
surgiendo la renovación de la especie
humana, más pequeña y sana, sabiamente educada desde el momento de nacer para lanzarse a la aventura de su propia supervivencia.
Un grupo
de mujeres irrumpió en la sala. Algunas vestían uniformes blancos y otras eran nada
más y nada menos que las madres humanas que habían incubado en sus úteros
los óvulos fertilizados. Se veían
enormes al lado de aquellos pequeños seres que se mostraban activos y vivaces
apenas vieron ingresar a las mujeres. Era la hora de tomar el desayuno que iban
distribuyendo sobre las mesitas. Como en cualquier hogar o en cualquier
escuela, todos corrieron a sentarse y de inmediato empezaron a comer. Un pésimo
autor de literatura de ciencia ficción escribiría, “en este momento estoy
despertando de una extraña pesadilla”. Me divirtió pensar que yo no sería ese
pésimo autor pues estaba despierto, en una excitante vigilia que ampliaba mis
estados de conciencia, marcándome, grabando esas imágenes que veía por primera vez en mi vida.
El señor
Valentín, acompañado por uno de los que supuse sería el científico jefe, nos
indicó que lo acompañáramos hacia otro sector al que se ingresaba por una
puerta blindada semejante a la caja fuerte de un banco. Apenas se abrió, el
intercambio de distintos niveles de temperatura provocó oleadas de vapor, una
especie de humo frío que se esparció por el pasillo. Estábamos en el banco de
reserva genético, perfectamente criogenizado, que conservaba en cada probeta un
óvulo fertilizado con los que se inseminarían las madres voluntarias que están
siendo preparadas para esta misión. Lo que parecían ser grandes heladeras de
puertas transparentes, mostraban, bajo una débil luz azulada, el fruto de
muchos años de secretas investigaciones, de selección y preparación de los
adeptos, hombres y mujeres de distantes y distintos países, pocos todavía en
números pero juradamente fieles al servicio que cumplen.
La
estancia en el lugar duró apenas unos minutos. Regresamos en dirección al otro
pabellón no sin antes dar una rápida mirada a la habitación donde continuaban
tomando el desayuno aquellos que bien podríamos llamar Hijos en un sentido
estrictamente espiritual.
El señor
Valentín me hizo una seña para que demorara mi salida. Cuando los demás habían
traspasado la puerta principal, mi preceptor me puso una mano sobre mi hombro
al tiempo que me decía:
-El
Maestro me ha pedido especialmente que te muestre algo que él deseaba hacer,
como lo había prometido, pero un asunto urgente lo ha obligado a viajar a la
madrugada. Si la vida no fuera una continuada serie de peligros, aventuras y
descubrimientos, sería muy aburrida. ¿No te parece, Juan?
-Por
supuesto, señor. Usted sabe que mi vida es un muestrario de hechos y
circunstancias tan diversos que contarlos parecería una novela. Podría afirmar
que he tocado los extremos de la dicha y el sufrimiento, más de una vez.
-¿Estás
pensando en las consecuencias de haber amado?
-Sí, y
también en lo mucho que he sufrido, como la muerte de algunos seres que han
sido muy especiales para mí.
-Y a tu
peor enfermedad, el otro extremo, tal vez no deseado pero inevitable.
-A la
depresión nerviosa que casi terminó con mi vida.
-El
reverso que fue necesario, pienso, para que hoy te encuentres aquí. En este
lugar, a esta hora.
-Ya que
usted lo dice, es posible que así sea.
-En algún
momento, Juan, estoy seguro que habrás pensado en una frase que dice: Por cuanto mucho he recibido en esta vida,
mucho me será arrebatado. ¿Estoy en lo cierto?
-Es un
pensamiento que escribí hace algunos años y que aparece en algunas de las
páginas del libro que estoy escribiendo.
-¿Podrías
recordar cuándo tuviste por primera vez ese pensamiento?
-En el
momento en que supe que la mujer que más he amado, había fallecido.
-¿Lidia?
-¿Cómo lo
sabe, señor? Nunca mencioné ese nombre en
su presencia.
-Pero ella
sí me habló de vos, numerosas veces.
-No
entiendo una palabra. ¿Quiere usted decirme que Lidia perteneció a nuestra
Comunidad?
-No sólo
perteneció sino que fue una líder destacada. El hecho de que jamás hubieras
descubierto sus actividades es una muestra más de la discreción y fidelidad que
la caracterizaban. Fue una mujer extraordinaria.
-Más de
una vez estuve tentado de confesarle a usted esa relación. No sé por qué no lo
hice ni por qué la mayoría de mis encuentros con Lidia fueron clandestinos.
Aunque ella jamás lo admitió, a pesar de mi celosa insistencia, siempre pensé
que era una mujer casada.
-Lidia
jamás estuvo casada, con nadie. Su único enlace fue con nuestro proyecto, con
nuestra Obra. Si te veía poco era porque no estaba autorizada a hacerlo. No
existió ningún otro motivo.
-No
entiendo mucho pero me hace feliz lo que usted me está diciendo. Es como si
volviera a descubrirla.
¿Cuántos
años hace que Lidia falleció?
-Algo más
de diez años. Supongo que usted también lo sabe.
-Sí, pero
quería que vos me lo dijeras. ¿Podés acompañarme?
Nos
detuvimos frente al vidrio espejado y allí nos quedamos un momento en silencio.
Ahora los niños estaban operando frente
a sus diminutas computadoras.
-Juan,
¿ves a esa niñita del jardinerito anaranjado?
-Sí, ya la
había observado antes. Algo en ella me llamó la atención.
-Es Lidia.
Ahora tiene casi 10 años de edad.
Me pareció
que mis piernas me fallaban y no podían sostenerme. El señor Valentín me tomó
de un brazo y luego me abrazó.
-Esta es
la sorpresa que tenía reservada para vos nuestro querido Maestro.
RUTH
LEIBOVITZ: Estoy completando los fragmentos finales de mi libro. Me encuentro
seleccionando las últimas hojas del borrador original para cerrar el círculo en
el que la Serpiente Ouroboro se muerde
la cola.
Repasando
algunas de las últimas cartas que te había enviado a diferentes direcciones
postales en tan distintos lugares de nuestro desquiciado planeta, destaco
algunas sorpresas y novedades sucedidas en tan poco tiempo que vienen a
confirmarnos el viejo refrán que nos dice que nada es para siempre y que la
vida es más espléndida y atractiva cuando se muestra incierta, caprichosa,
impredecible.
Me alegra
la noticia de que vas a ser mamá. Imagino la sorpresa de David que, según me
habías contado, no se sentía preparado para
asumirse como padre. Pero de pronto, en un par de segundos, el hombre
deposita sus millones de semillas para que la hembra haga su labor, no sólo
durante nueve meses sino por el resto de su vida, imprimiendo sus sellos para
bien o para mal sobre la criatura. Vos, que has tenido una difícil experiencia
como hija, hora tendrás que salir al ruedo a jugar en un nuevo e inesperado rol
y comprobar qué clase de madre llegarás a ser.
¿Cómo
educar a un niño del reciente siglo XXI?
¿Cómo hacer para liberarlo, desde el momento en que nace de los mandatos conservadores de la sociedad y la familia?
¿Llegará ese niño o niña a ser una
auténtica persona o un simple molde que repetirá hasta la náusea la
misma vida de sus ancestros?
Estoy
seguro de que ya estarás preparándote para tu nueva responsabilidad. Espero que
estés bien, que te cuides para que puedas ir conectándote con el nuevo ser a
través de tu sangre pero también con las vibraciones de los sonidos de la
música, del lenguaje, de las diarias bendiciones.
En el
divino azar debemos encontrar el sentido de lo que todavía está disperso y no
sabemos comprender. Lo digo en este haiku que te dedico especialmente:
¿Qué es el azar / sino revelación / de
Con ese breve poema había yo cerrado una carta que
te envié hace poco más de un año. El hábito de comunicarnos por teléfono fue
espaciando el envío de misivas que hoy son el testimonio de nuestra relación
durante más de veinte años.
Te
confieso que en este momento no me resulta fácil empezar a escribirte.
Durante ese largo tiempo hemos
reemplazado el estar próximos por diversos artificios de la comunicación para
decirnos y contarnos todo lo que ha estado relacionado con la amistad y el amor
que vos y yo nos tenemos.
Me has
llamado por teléfono desde los lugares más apartados del planeta para contarme
alguna novedad, sobre una nueva aventura,
para escucharte reír o llorar a causa de distintos sucesos. Mediante tus
cartas y especialmente con las tarjetas postales que me has ido enviando podría
yo armar tu hoja de ruta, fijar sobre un mapamundi tus desplazamientos, los
progresos en tu profesión, tu fidelidad y devoción hacia nuestra Comunidad para
la que has trabajado con una especial eficiencia y devoción.
Tu vínculo
con David, tu casi caprichosa búsqueda de un hijo, la nueva vida de mujer
embarazada y alejada de los viajes, tus planes para instalar el consultorio, el
nacimiento de Michel, la fiesta de tu boda tardía con tu bebé en brazos, la construcción de la
nueva casa en Yungas y después tu inesperada comunicación telefónica desde el
aeropuerto de San Pablo para contarme que viajabas a Suiza para asistir al
sepelio de tu esposo muerto en un accidente, tu última llamada desde una cabaña
en las montañas cubiertas de nieve, todo ha sido repentino, fulminante, como me
decías sin quebrar tu voz: que has sido estudiante, médica, viajera, luego novia,
madre, esposa y ahora viuda en tan pocos años.
Había
prometido escribirte, pero ¿qué decir? En momentos cruciales como éste, habrás
recibido toda clase de saludos, de consuelos, consejos y advertencias,
propuestas, ideas sensatas o descabelladas sobre qué hacer con tu vida, con los bienes heredados,
con el futuro de tu bebé. Sabés bien que no soy muy propenso a dar consejos,
pero me pediste una opinión. Tu vida jamás volverá a ser la que era hace apenas
dos meses. Podés quedarte mucho tiempo con ese dolor, detenerte, extender tu
duelo, negarte a vos misma. También podrías aceptarlo como un signo de tu
predestinación, esa marca o estigma que ha perfilado tu vida desde que naciste.
Podés barajar muy distintas posibilidades. Siempre he creído más en tus intuiciones
que en tus juicios, aunque seas una científica.
Cómo deseo
en estos momentos estar junto a vos. La tarde de hoy es intensamente luminosa,
una tarde de otoño cordobés mansa y prometedora, ideal para compartirla con un
ser amado y dejar que el tiempo se diluya sin prisa. A lo largo de la vida la
muerte hace su periódica aparición destruyendo a los seres que amamos o
haciéndose casi visible con sus amenazas fantasmales, acosándonos, enseñándonos
que la vida verdadera es breve, tan efímera que tal vez dure en total solo
algunas pocas horas; el resto es simple relleno, hojarasca, soporte, residuos
despreciables.
Algunas
pocas veces recuerdo haberte hablado de Lidia, esa hermosa y especial mujer que
murió un poco antes de que yo te conociera. Con ella compartí un tiempo único
en mi vida, como podrás saber cuando
leas este libro. La muerte de nuestros
padres, cuando son ancianos, es previsible y aceptable si pensamos en el sufrimiento
y la humillación que significa perdurar por el solo deseo de que la carne
sobreviva. La muerte de un amigo te deja sus marcas pero la muerte de la mujer
que amabas puede socavarte y dejarte en el vacío. La muerte de Lidia más la
suma de algunos otros problemas fue la causa de que yo me despeñara en una
maldita depresión.
En un
verano que quiero olvidar, me encontraba en Mendoza, en el departamento de Sara
Gattari, depresivo, agotado, sin consuelo. Jamás olvidaré aquel casete que me
enviaste, grabado con tu voz, con un mensaje que me animaba, me daba fuerzas
para no soltarme hacia la nada. Ese
mensaje tuyo ha sido una lección moral para mí. Cuando sin desearlo recuerdo
aquellos meses siniestros, siempre vuelven tus palabras de aliento, el sonido
de tu voz, esa dulzura femenina que fluye
generosamente con la fuerza típica
de las mujeres de Escorpio.
No hay
nada frágil en vos, has sobrevivido a muchas batallas en la perpetua guerra por la vida, la incansable lucha en
busca de sentido, de lo que sea digno y justificable. Filósofos, teólogos,
científicos discurren sobre qué es la vida. ¿Acaso alguien lo sabe? Dice tu
poeta amigo: La levedad / de un beso y
una lágrima / Eso es la vida.
No pierdas
tus contactos con la gente amiga de la Comunidad. Besos para vos y el pequeño
Michel. El próximo lugar de encuentro será en las páginas de mi novela. JUAN
SÁNCHEZ
¿Cómo
está, señora Matilde? Bien, gracias a Dios. Por favor, pasen y tomen asiento.
Perdonen mi pobreza. No diga eso, para mí es una enorme alegría conocerla. Le
agradezco sus palabras, señorita, pero dígame a qué debo el honor de su visita.
La persona que hace una semana vino a pedirle permiso para que le hiciéramos
una entrevista, tal vez le haya anticipado que venimos de Córdoba para
conversar con usted y pedirle que nos cuente todo lo que recuerde sobre su
sobrino. ¿Cuál de ellos? Tengo muchos sobrinos. Juan Sánchez. Ah, mi Juancito,
el escritor. Le envía un gran abrazo y
la promesa de que pronto vendrá a visitarla. Ojalá que así sea. Soy una persona
muy anciana y solo la Virgen
de la Fuensanta
sabe cuánto llegará mi hora. Pero qué es lo que dice, Matilde. La veo saludable. No lo crea. Como ve, apenas puedo
caminar y paso la mayor parte del día sentada en este sillón que tiene roturas por todos lados. Pero no
voy a continuar quejándome, eso es de mal gusto, ¿no le parece? Es verdad.
Además tiene usted una sonrisa preciosa. Muy generoso de su parte, señorita,
pero todavía no me ha dicho su nombre. Soy Griselda Gómez y el joven que me acompaña es Gerardo Torres,
fotógrafo del diario. No me diga que va a tomarme fotografías. Si a usted no le
molesta. Sólo deseo que tomen algunas pero no sentada aquí, sino en el patio,
bajo alguno de esos árboles. No quiero que algunos de mis parientes ricos se
sientan más miserables todavía si me ven rodeada de tanta pobreza. Déjelos que
se revuelvan en sus riquezas, tal vez tengan otros problemas. Para qué le voy a
contar. Créame que conozco la vida, las grandezas y miserias de toda mi
familia. Más bien debo decir de una
parte porque ahora somos varios cientos. ¿Lo sabía? Sí, Juan me ha contado algo
de la historia de su familia. Aunque no los visite muy seguido, su sobrino es
muy familiero. Usted lo sabe porque él sigue siendo su sobrino favorito. Es
verdad, señorita Griselda, aunque tengo varias docenas de sobrinos, como le
dije hace un momento, el Juancito es alguien especial para mí. Juan me ha dicho
que la suya fue una familia de buen pasar económico. Sí, eso fue hace años,
tantos que no sabría decirle cuántos. Teníamos una finca con frutales y
verduras en la que todos trabajábamos. Mi Lucas… ¿Su esposo? Sí, yo estuve
casada con el menor de los Sánchez, con Lucas. Su hermano mayor Abelardo, el
padre de Juan vivía en Chachingo. Conozco el lugar porque además de lo que su
sobrino me ha contado, leí uno de sus libros donde recuerda su infancia y
adolescencia. Por supuesto que tengo un ejemplar de su novela pero ya no podré
volver a leerla. Mis ojos… Cuénteme lo que recuerde, Matilde, por ejemplo del
abuelo de Juan, don Matías y sobre la abuela Encarnación. De toda la familia de
aquellos tiempos, la única que sigue con vida es esta pobre vieja. Los demás ya
se han ido. Tampoco viven los padres de Juan. ¿Su mamá, la de Juan, se llamaba
Valentina Santini? Sí, era una gringa hermosa, rubia, de ojos azules que murió
cuando Juancito tendría un poco menos de veinte años. Qué lástima. Es verdad,
porque era una mujer encantadora que murió por tener azúcar en la sangre.
¿Diabetes? Eso dicen. Le cuento, señorita Griselda, que los Santini siguen
viviendo en Chachingo, mejor dicho, allí viven varios y otros andan por otros
lados. Se multiplicaron como conejos. Usted no tuvo mucha simpatía por aquellos
gringos, ¿verdad, Matilde? No acostumbrábamos a visitarlos. El abuelo Salvatore
Santini era un viejo cascarrabias, inválido, de mal carácter, que siempre le
contaba a todo el mundo sus historias de la Primera Guerra
Mundial. Se creía un héroe ese viejo. Pero no era una mala persona, ¿es así? Sí, fue un buen esposo, un buen padre y un
abuelo cariñoso. De quien siempre me acuerdo es de la nona Costanza, la otra
abuela de mi Juancito. Era una mujer increíble. A pesar de los años siempre iba
de aquí para allá, cuidando a su marido, haciendo la comida, lavando la ropa,
cuidando su hermoso jardín. Juan también me ha dicho que quiso mucho a su
abuela gringa. Mire, señorita, el Juan
siempre ha sido muy querendón con su familia. Y también con las mujeres. Usted
lo sabe mejor que yo. Sí, ha tenido varios amores pero no en todos le fue bien.
Por lo que sé, él no debería quejarse. Debe ser la herencia del abuelo Salvatore
que en su juventud fue un picaflor, pero no de don Matías, mi suegro. El único
amor que tuvo ese hombre fue doña Encarnación. Sé por Juan que vivieron
enamorados hasta la muerte y que ése ha sido para él el matrimonio más perfecto
que ha conocido. Bueno, señorita, el Juancito por ahí es un poco exagerado. Lo
que pasa es que iba a la casa de sus abuelos españoles cada vez que podía.
Ayudaba en algunas tareas en la finca y varias veces acompañó a su abuelo a
llevar las verduras a la Feria
de Guaymallén. Aunque usted, señora Matilde, no iba muy seguido a Chachingo,
supongo que sabrá qué pasó con algunas de las personas que Juan nombra en su
libro. ¿Por ejemplo? El mayor de sus tíos, por parte de madre, Salvador
Santini, vivía en Rosario. Parece, dicen, que tenía una empresa de transporte.
¿Transporte? Está mal informada, señorita. El Turi, como le decía la pobre de
doña Costanza, era un delincuente, un ladrón y cafiso, perdone la palabra. Pero
su madre lo amaba y parecía perdonarlo. Todas las madres sabemos perdonar y
sobre todo si se trata de nuestro primer hijo. Por suerte doña Costanza
falleció antes de que a su Turi lo mataran como a un perro. Los que lo
conocieron dicen que era un mal tipo, odioso, prepotente, siempre bien vestido
y perfumado. Pobre gente. ¿Sabía usted que se odiaba con su padre? Por supuesto
que lo sé, señorita, pero nadie conoce el motivo. Por más que usted le pregunte
a cualquiera que haya conocido a la familia o leído el libro que escribió mi
sobrino, no sabrían decirle por qué se odiaban tanto padre e hijo. Yo sí
conozco los motivos. Es algo que he guardado en secreto toda mi vida. Pero no
pienso llevarme ese secreto a la tumba y se lo diré, voy a desahogarme. ¿Qué es
ese aparatito? Es un grabador, para
guardar las palabras. Por favor, sígame contando. En el libro que usted ya
sabe, está muy claro lo que voy a contarle, pero deben ser pocos los que se han
dado cuenta de algo que está más claro que el agua. ¿Se refiere al motivo del
odio del padre al hijo? A eso quiero llegar. Todo empezó en la Guerra del 14, cuando don
Salvatore peleaba a las órdenes de un capitán llamado Vittorio Manganelli.
Imagínese el orgullo del cabo Santini cuando volvió a su casa, apoyado en una
muleta y mostrando a su mujer la medalla al valor que le habían entregado en el
campo de batalla. ¿Entonces fue un héroe? Si le dieron esa medalla, supongo que
así habrá sido. El asunto es que muchos años después, cierto día aparece el
Turi, con un automóvil nuevo y le cuenta a sus padres que en Rosario trabajaba
para un hombre rico y poderoso, nada menos que el mismo Vittorio Manganelli,
ahora convertido en una especie de padrino, jefe de la mafia. Aunque yo no lo
quise mucho a ese viejo inválido, me duele pensar en la vergüenza que debe
haber sentido. Su valeroso capitán en la batalla del Piave ahora era un temido
capo de la mafia siciliana y su hijo, un pobre alcahuete. Pero Dios se encarga
de repartir justicia. ¿Qué le pasó? Le secuestraron a su única hija, una
hermosa muchacha piamontesa y aunque
dicen que pagó el rescate, Eleonora Manganelli, así figuraba en todos los
diarios, apareció muerta. Al poco tiempo, y esto también me lo contó Juancito,
el padrino del Turi murió de un ataque al corazón. Ojalá que la Virgen le haya perdonado
sus pecados. Qué increíble, señora Matilde, que un dato esté en un libro y que
pocos lo descubran. Pero si usted no está cansada, quiero hacerle otras
preguntas. Para eso estuve esperándola, señorita. Fíjese que me he puesto mi
mejor vestido. Sí, ya veo que sigue siendo una abuela coqueta. Bueno, soy como
usted dice, pero no tanto como la Rita Zamora. ¿La mujer que Juan Sánchez hace
aparecer en varios capítulos de su novela? La misma, aunque estoy enterada por
mi sobrino que ellos eran solo buenos
amigos. Además, ella tenía como diez años más que él. Pero en el libro dice que
ella lo inició en el amor, hay una bellísima escena donde… No lo creo así. Esa
parte debe haber nacido de la imaginación de mi sobrino. Usted sabe que él es
capaz de inventar las cosas más increíbles. Sí, lo sé, pero cuénteme qué pasó
con la Rita. Es
una historia muy triste, algo de lo que no quisiera hablar en presencia de
Juan. ¿Qué pasó? La Rita
vivía en Chachingo con sus padres y viajaba todas las semanas a Mendoza.
Trabajaba como enfermera, ¿no es así? Por favor, Griselda. ¿Puedo llamarla así?
Por supuesto. Mejor sería no hablar mal de los muertos, porque las malas
lenguas decían entonces que la
Rita era una loca. ¿Se prostituía? Eso mismo, era una de esas locas que andan ofreciéndose por
las calles. Pero era realmente hermosa y caritativa. Si hasta comentan que el
mismo Luis Tonelli, el curita que andaba siempre en una motocicleta roja, la
tuvo como amante. Según lo que Juan me ha contado, la historia no terminó de
esa manera. Puede ser, usted sabe, jovencita, que los humanos tenemos lengua de
víbora. ¿Qué fue del cura? Ahora ignoro si vive o si murió pero bien recuerdo
que fue obispo en San Rafael. ¿Obispo? Lo que oye, aunque parece que le daba a
la bebida. Pobre tipo. El Juan dice que el padre Luis era un hombrecito
pusilánime. ¿Qué quiere decir? Que era un hombre débil de carácter, buen tipo
pero muy fantasioso en asuntos de religión. Era un cura salesiano, de la Iglesia que está muy cerca
de aquí, de mi casa. ¿En Rodeo del Medio? Allí mismo. Donde ahora nos encontramos
se llama Colonia Bombal, famoso lugar por las cebollas, tomates, ajos y
alcachofas que se envían a Córdoba y Buenos Aires. Eso también lo sabía aunque
prefiero que me siga contando lo que recuerda de aquel tiempo lejano, cuando
Juan Sánchez era un adolescente. ¿Qué fue de Narciso Gauna? A pesar de ser tan
distintos, Juan y Narciso fueron grandes amigos. Lo fueron desde niños, cuando
la abuela Rosa les contaba historias y leyendas a los niños que iban a
escucharla. Juan dice que de ella aprendió a contar cuentos. Era una viejita
comadrona, flaca, alta y muy enérgica. Apenas dos o tres años después de que
ella muriera, falleció su nieto Narciso, de tuberculosis. Aquí debo contarle,
Griselda, algo que pocos conocen. Dígame. ¿Sabe quién lo asistió al pobre
disminuido mental? ¿Sabe usted, señorita, quién se pasó meses cuidándolo y
trayendo remedios de Mendoza? ¿Quién podría ser? Pues nada menos que la Rita Zamora. Tal como
decía Juan de ella, era una samaritana, una persona generosa, lástima que el destino le jugó tan sucio. ¿Le
parece? A esta altura de la vida creo que el destino nos juega sucio a todos.
¿A usted también? Mire, señorita, esta casa prácticamente en ruinas. ¿Qué ha
quedado de todo lo que Lucas y yo plantamos? Mire esa tierra seca y esos árboles frutales envejecidos, tanto como yo. Cuénteme
de sus hijos, por favor. Lucas y yo
tuvimos sólo dos hijas. Ellas pudieron terminar el colegio secundario, aquí,
justamente en el colegio de los curas salesianos. Jóvenes todavía se casaron y
se fueron. Pura, la mayor, vive en Estaña. Tiene tres hijos que nacieron allá y
que apenas conozco por fotografías. La otra, Adelaida, se casó con un infeliz
que la maltrataba. Se divorció y volvió a casarse, ahora con un poco más de
suerte. ¿La visitan sus hijas? Pura vino en dos oportunidades con su esposo.
Adelaida viene siempre para la
Navidad. Como verá, vivo sola pero no crea que eso me
preocupa. Con dificultades voy y vengo por la casa, cocino, hago un poco de
limpieza y por la tarde veo televisión. ¿Quién la ayuda? ¿Económicamente,
quiere decir? Tengo una pensión de mi finado esposo y aunque no es mucho, sigo
adelante. Es usted una mujer muy especial, Matilde, con razón su Juancito, como
usted le dice, la quiere tanto. Tanto como yo a él. Fíjese, señorita Griselda,
que cuando mi sobrino era todavía un niño, le gustaba venir a visitarnos.
Después, cuando creció, siguió haciéndolo, aunque en estos últimos años estoy
enterada de que tiene obligaciones que no le permiten andar por aquí como
antes. ¿Usted conoció a Clara? Sí,
conocí a la que fue su primera esposa. Era una jovencita de una familia judía,
muy rica, de Mendoza. Formaban una pareja que llamaba la atención, aunque
algunos años después se separaron para no volverse a ver nunca más. Qué lástima
que a veces el amor terminé así, ¿no le
parece, Matilde? Con la apariencia que tengo, ¿qué edad me da? No más de
ochenta. Se equivoca, ya cumplí noventa. ¿Es usted una mujer escéptica? ¿Qué
quiere decir? Si tiene poca fe. La suficiente, aunque soy muy realista. Eso me
gusta. No se enoje si sigo preguntándole. No vaya a pensar que soy una
periodista chismosa, pero me interesa saber un poco más sobre los afectos de
Juan. ¿Le ha contado mi sobrino sobre su relación con Lidia Gutiérrez?
No, me encantaría saber algo de esa relación. Un par de años después que se divorciara de Clara, un día apareció el
Juancito con una mujer, bastante más joven que él. Era una mujer alta, más que
hermosa, con un cuerpo que muchas
envidiarían. Siempre sonreía y no paraba un minuto en estar colaborando,
ayudándome a hacer la comida, a regar el patio y las flores. Se notaba a la
legua que Juan y Lidia se querían
bastante. ¿Por qué cree usted que se amaban? Porque eran amigos,
compinches, nada se ocultaban. Cada vez que venían me traían ropas, regalos,
alguna vajilla nueva y hasta ese televisor que usted ve ahí. Juan me dijo que
ese aparato era parte de lo que había quedado de los bienes de su matrimonio.
Pero, usted también debe saberlo, joven Griselda, que nada es para siempre, ni
lo bueno ni lo malo, como le gusta repetir a mi sobrino preferido. ¿Qué pasó? Lidia, con toda su belleza y lo
fuerte que parecía, era enferma del corazón. Lo ocultaba bien para que Juan no
se diera cuenta. Si es verdad que algunas personas tienen luz, le puedo jurar
que Lidia ha dejado parte de su claridad en esta pobre casa. Fueron felices
como amigos y como enamorados
durante algunos años, no muchos,
hasta que Lidia falleció. Imagínese cuando lo supe. Entonces Juan vivía en la
ciudad de Córdoba y apareció por aquí una semana después, pálido, sin afeitarse,
con una tristeza que jamás había visto en su rostro. Como nunca antes lo había
hecho, se quedó en esta casa durante tres días. Juan se pasaba las horas
leyendo y haciendo algunas anotaciones, vaya uno a saber sobre qué. Nunca me lo
dijo. Después regresó al departamento en donde vivía y por varios meses no me
escribió, hasta que un día apareció alguien por aquí, ¿a que no sabe
quién? ¿Alguno de los hermanos de Juan?
Se equivoca, vino a visitarme la Felisa Santini , una de las bisnietas de los gringos
de quienes le conté hace un rato, los abuelos de mi sobrino. ¿La sorprendió la
visita? Imagínese, ellos que siempre han sido tan rubios, tan orgullosos, tan
alejados de esta parte de la familia. Supongo que para usted fue una sorpresa y
una alegría. Solo sorpresa. ¿Por qué? Porque la Felisa vino a avisarme que
mi querido Juancito estaba muy enfermo. Jamás supe que Juan hubiera estado tan enfermo como usted
dice, señora Matilde. Al borde de la
muerte. Mejor dicho al borde de la locura. ¿Tan grave? ¿Le parece a usted,
Griselda, que padecer depresión nerviosa no es grave? No supe qué hacer.
Después vino a verme una de las hermanas
de Juan, María Elena, que vive en Coquimbito, y ella también me dijo que mi
adorado sobrino estaba en Mendoza. Había viajado para hacerse un tratamiento
psicológico. Es una sorpresa lo que me está contando. Le confieso que no me lo
imagino a Juan Sánchez padeciendo una depresión mental. Pero él también, como
cualquiera, puede caer en un pozo en el momento menos pensado. Por supuesto.
Perdóneme, joven Gerardo, usted que sigue ahí sentado, calladito, escuchando lo
que estas dos mujeres están chusmeando, ¿podría hacerme un favor? Lo que usted
me pida. Encienda la cocina y ponga una pava con agua. Apenas terminemos de
charlar, prepararemos un poco de café, acompañado por un bizcochuelo de
naranja, el mismo que preparo cuando mi sobrino viene a visitarme. Así que
nuestro amigo y escritor iba de mal en peor. Usted lo ha dicho. ¿Cuál habrá
sido la causa de su enfermedad? Estoy segura que fue por la muerte de Lidia y
por otros motivos que jamás supe. Usted sabe que tiene un carácter muy
reservado y no es fácil saber ni lo que piensa ni lo que hace. De manera que
usted no pudo verlo en ese tiempo. Nadie pudo verlo en persona por largo
tiempo. Se había recluido en el departamento de una persona que él conocía
desde su juventud. ¿Sabe quién era esa persona y la relación que mantuvo con su
sobrino? No tengo muchos datos, porque solo en una oportunidad vinieron a
visitarme en un auto que era de ella. Sé que se llama Sara Gattari y es
profesora de literatura. ¿No me diga? Mírelo usted a su Juancito. ¿Cuánto
tiempo estuvo en Mendoza? Por lo que
supe después, unos seis meses. A fines de aquella primavera, para mi
cumpleaños, el 5 de noviembre. ¿Es usted de Escorpio? ¿No se nota? Me gusta el
tono con que lo dice. ¿Vino su Juancito a visitarla cuando ya se encontraba
recuperado? Sí, me contó sobre los problemas que había tenido, de lo excelente
que fue la doctora que lo atendió y el
cariño y la comprensión que recibió de parte de Sara. Una buena combinación
para sanar de cualquier mal, ¿no le parece, Matilde? Lo vi recuperado, casi tan
bien como en sus mejores épocas. Había publicado un par de libros y estaba preparando
otro para niños. Conozco sus obras, yo misma hice reseñas de algunas en el diario en que trabajo
y para el cual estoy elaborando este reportaje que esperamos publicar pronto en
el suplemento cultural. Usted habla con mucha admiración, Griselda. No me vaya
a decir que está enamorada de Juan. No estamos enamorados pero sí somos amigos,
amigos que se admiran mutuamente. Mire usted, jovencita, que por ahí nace a
veces el amor. El agua está hirviendo. ¿Se anima, Gerardo, a preparar café? Sobre la mesada de la cocina tiene todos los
elementos. En un instante les aseguro a las dos que estaremos saboreando el más
sabroso café. Ya vamos llegando al final de nuestra charla, señora Matilde.
Dígame algo referido a su sobrino Juan que a usted la haya conmovido muy
especialmente. Tengo varias anécdotas, pero hay una que él me contó hace años,
en una oportunidad en que vino a visitarme después de que recibiera un premio
nacional de literatura. Conozco el libro. Voy a contárselo con las mismas
palabras como si fuera el Juancito quien estuviera hablando. Soy medio
analfabeta pero Dios me ha dado una memoria extraordinaria. Escuche
atentamente: Era yo muy niño, no tendría
más de seis años. Un domingo, muy temprano, mi papá Abelardo estaba atando al
sulqui a nuestra yegua Noble, un animal bayo, muy manso, con el que aprendí a
montar. Tuve el impulso de pedirle a mi
viejo que me permitiera ir hasta el fondo de la viña. Me montó en pelo sobre el
animal y avancé al paso, sin prisa, observando desde arriba las hileras de la
viña, los olivos, los álamos, los cerros de Lunlunta. En un instante tuve una
inesperada y desconocida sensación. Sentí que era un príncipe, un niño poderoso
que contemplaba parte de su reino. Todavía conservo esa imagen, como si yo
pudiera haberla contemplado un poco más arriba del caballo y su pequeño jinete.
Cada vez que la vida intentó derribarme, recordé aquella escena, para tomar de
ella otro aliento, nuevas energías. Con este hermoso broche, terminamos la
entrevista. Apago el grabador, tomamos el café con bizcochuelo de naranja y
luego iremos al patio a tomar varias hermosas fotografías de Matilde. También
yo desearía tomarme una con usted, Griselda, para ponerla como recuerdo junto a
otras que tengo en mi cómoda. Será un honor para mí estar con usted y con sus
seres queridos. Mío ha sido el honor de haberla conocido, jovencita. Dígale a
mi sobrino y amigo suyo, el Juan Sánchez, que apenas edite su próximo libro deberá traerme un ejemplar. No
por correo sino personalmente. Lo estaré esperando con un plato de arroz con
pollo que a él tanto le gusta. Le prometo que se lo diré apenas regresemos a
Córdoba. Tampoco olvidaré decirle que le traiga un ejemplar del diario con el
reportaje que acabamos de hacerle a
usted.
Tomé el
almuerzo, más bien por disciplina que por hambre, intercambiando apenas
palabras de cortesía con mis amigos que también parecían tan conmovidos como yo
después de nuestra fugaz visita a la maternidad y los laboratorios. Ignoro lo
que había afectado a cada uno de los allí presentes y ni siquiera me detuve un
momento a pensar en lo que no me incumbía como tampoco a ellos les estaría
permitido saber el motivo por el que mis ojos permanecían húmedos.
Toda la
disciplina para el control mental y emocional, las mejores técnicas de relajación
muscular, ni todos los años de meditación trascendental me fueron suficientes
para controlar la vorágine en la que durante varias horas permanecí asombrado,
aturdido, conmovido, justamente yo, que me jactaba de ser un asiduo
frecuentador de los universos de la fantasía.
Lo que
aconteció después de haber observado a la pequeña criatura vestida con el
jardinerito anaranjado, no he podido registrarlo ni anotarlo en mi cuaderno
como era mi costumbre y mi obligación. Apenas me ha quedado la imagen del señor
Valentín que, apenas terminado el almuerzo, me acompañó hasta la biblioteca de
la Comunidad para que me alejara por unas horas del grupo y me quedara a solas,
en silencio, rebobinando algunos años que han sido para mí algo semejante a una
vida pasada en esta misma vida.
Capítulos
que considero esenciales forman parte de este libro. El mundo de mis afectos
más íntimos, otros que me llevaron al almacén de la memoria de mi familia, mis
divertidos encuentros con los amigos que me han dado la literatura, cuentos y
poemas, fragmentos de libros inconclusos, alegorías y visiones de las
dimensiones reales y virtuales que he recorrido durante décadas. Cuántas
lecciones recibidas. Así como la depresión mental y emocional me mostró el revés de la trama de mi vida,
ahora estaba sujetando mis extremos como la serpiente mítica, Ouroboro, que se
muerde la cola uniendo el comienzo y el final y el final y el principio de todo
y de todas las cosas.
¿Cuántas
veces defendí mi teoría sobre la reencarnación genética? Escribí, hablé,
discutí sobre la idea de que lo único posible y comprensible es la herencia que deviene, inalterablemente,
desde nuestros padres a por lo menos los desconocidos atavos, los padres de
nuestros tatarabuelos, a lo largo de cinco generaciones, alrededor de un ciclo
de doscientos años. Nacemos y por arte
de la lotería genética o vaya a saber por cuáles otros procedimientos poseemos
un sexo, un biotipo, una mente, un corazón y una máquina sensorial para desplazarnos,
pensar, amar, odiar, gustar, rechazar, gozar, sufrir y toda la gama de
percepciones, conexiones y contactos que nos conducen a ser lo que somos.
Cuántas
limitaciones, pienso, tiene la inteligencia emocional. Podemos poseer una
poderosa racionalidad y al mismo tiempo ser unos patéticos individuos
perturbados por una ráfaga de simples emociones. Heridos por determinados
acontecimientos sólo acertamos a culpar a Dios, a los otros, al destino, hasta
que súbitamente se nos concede la gracia de tener una visión más completa o,
mejor expresado, una visión perfeccionadora. Recién, hace unas horas, logré
saber que yo podría decir, podría gritar una frase que jamás había imaginado: Por cuanto mucho has sufrido mucho te ha
sido concedido.
Pasé el
resto de la tarde en la biblioteca. Supuse que los demás habían salido a
recorrer las serranías próximas mientras yo procuraba escribir las últimas
páginas de mi libro. Los apuntes que había traído para trabajar en mis horas
libres se referían a la filosofía de la historia, reflexiones y conjeturas que
vienen del remoto pasado hasta nuestros singulares días para que podamos
justificar la revolución genética que
trastrocará el orden del mundo en el que he nacido.
Regina,
conocida como la “Casandra alemana”, en las primeras décadas del siglo XX
advirtió sobre la inminencia de las dos grandes guerras mundiales y la llegada
de Hitler al poder. También se refirió a un desastre ecológico que diezmaría a
la humanidad dejando sólo a unos pocos que serían los constructores de un nuevo
mundo. Regina escribió: Existe ahora
sobre la Tierra una generación particular que no tiene prisa para alcanzar el
desarrollo. Cuando el sol vuelva a salir sobre las tumbas en su gloria dorada,
una nueva generación surgirá con el andar del tiempo, así como una nueva
humanidad. Pensé en el clon de Lidia y en los otros niños diminutos que
había visto yo esa misma mañana y me estremeció saber que era testigo de un
acontecimiento predicho mucho tiempo antes.
Como si
alguien me lo hubiese seleccionado en ese mismo momento, tenía ante mí estas
otras anotaciones que copié del Tomo III de la Doctrina Secreta de Madame Blavatsky, escrita en la última década
del siglo XIX: Incluso ahora, ante
nuestros propios ojos, las nuevas razas se preparan para tomar forma, y es en
América donde va a tener lugar la transformación. La misión del género humano
del Nuevo Mundo es sembrar las semillas para una futura y mucha más gloriosa
raza que las que hemos conocido hasta el presente. Los ciclos de la materia
serán sustituidos por los ciclos de la espiritualidad y una mente plenamente
desarrollada. ¿Será así?, pensé.
¿Estaremos realizando una verdadera transformación o asistiendo al capítulo
final de la humana civilización?
He buscado
argumentos a favor de mi tesis en el pensamiento de los más conocidos historiadores,
entre los cuales no puedo eludir mencionar al famoso Conde de Saint-Simon,
padre intelectual de dos revoluciones universales: la que fracasó en Francia a
fines del siglo XVIII y la que triunfó unos años antes en el Norte de América
por obra, gracia e inspiración de la masonería internacional.
Fue Oswald
Spengler quien habló sobre las divisiones críticas que terminarían asolando a
la humanidad que caería en un caos de individualismo, escepticismo y
aberraciones colectivas, proyecciones o profecías que se están cumpliendo.
Arnold
Toynbee, el conocido historiador británico, se hizo famoso mundialmente cuando
escribió el libro Una Paz Duradera en colaboración con quien
había sido Presidente o Gran Maestre de la Orden conocida como Soka Gakkai, el
filósofo japonés Daisaku Ikeda. Estos, con Will y Ariel Durant, autores de la Historia de la Civilización, nos han
legado diversas lecciones sobre la filosofía de la historia que acompañan mis
propias meditaciones. Ellos se han preguntado y yo también lo hago: ¿Por qué la
historia registra el ascenso, grandeza y caída de tantas civilizaciones?
¿Podrían detectarse en ese largo proceso algunas constantes que pudieran
permitirnos predecir el futuro de la nuestra?
Virgilio,
el gran poeta latino nacido un siglo antes de nuestra era, fue uno de los
primeros en anunciar que una vez agotadas sus posibilidades de cambio, todo el
universo y en consecuencia la civilización humana volvería a sucumbir como
sucedió con pasadas y desconocidas culturas que, obligadas por una
fatalidad absoluta, repitieron los mismos sucesos que aquellas
que las precedieron.
Se puede
suponer entonces, lógicamente, que agotada una civilización aparecerá otra en
la que las nuevas generaciones se rebelarán contra las viejas en disputas interminables.
En una civilización desarrollada y compleja como la actual, los individuos
están más especializados y diferenciados
que en cualquiera otra anterior y saben que ante las nuevas circunstancias
aparece la exigencia de modificaciones reactivas más drásticas pero también con
resultados menos previsibles. El
principio de incertidumbre y la filosofía de la inseguridad asoman como antídotos frente a la posible repetición
de lo acontecido en las civilizaciones desaparecidas. ¿Tendremos tiempo?
¿Qué determina
que ante la necesidad de cambios estos sean efectivamente afrontados?
Dependerá, sin dudas, de la iniciativa de individuos creativos dotados de una
clara inteligencia y de una voluntad sin desmayos, que sean capaces de tomar
decisiones, cualquiera sea el rumbo que deba tomarse. Se parte de la premisa de
que cada cultura es una especie de organismo dotado con el poder del
nacimiento, desarrollo y muerte, tal como observamos, por similitud, en la
breve vida de una criatura humana.
Sentí que
golpeaban suavemente la puerta de la biblioteca. Al abrir me encontré frente a
uno de los jóvenes del servicio de cocina que me traía una bandeja con una
deliciosa merienda. Agradecí y de inmediato hice una pausa para tomar una taza
de café con tortillas, dulces y quesos de la región que devoré sorprendido por
mi repentino apetito. El lugar silencioso, colmado de libros, la sensualidad
que supone la escritura y un sentimiento de gratitud me acompañaron en ese
momento. Podría agregar que fue un instante de suprema felicidad. Supe que el
tiempo de mi vida junto a Lidia se iría disipando hasta que no quedara el
mínimo vestigio. Recordé la conferencia del Maestro Desconocido sobre el amor y
la fidelidad a la ley de la renuncia que puede conducirnos al contacto directo
con lo sagrado (la presencia de la Divina Madre) y permitirnos encontrar la
única y posible libertad en un mundo de cerrojos y cadenas.
A pesar de
que, necesariamente, soy uno de los protagonistas de este libro (aunque mi nombre verdadero no es Juan Sánchez) no
debo ser excluyente por más que parte de lo que aparece como autobiográfico no
sea sino una simple excusa para armar el árbol de una vida que intenta ir un
poco más allá de su ego.
En mi
reloj son las 17. Dentro de dos horas
deberemos regresar a Córdoba en un ómnibus de la misma compañía que nos trajo
hasta este lugar. Debo completar el borrador sobre los argumentos que merodean
la filosofía de la historia que se me representan como una radiografía de lo
que pomposamente ahora denominan posmodernidad.
La mayoría
de los investigadores del pasado coincide en que las desigualdades aumentan con
la expansión de la economía que divide a la humanidad entre una minoría culta,
inmensamente rica, y una mayoría de seres desventurados, sumergidos, abandonados,
sin posibilidad alguna de alcanzar un mínimo bien, tal como sucede en estos
primeros cuatro años del siglo XXI.
Se habla
de la llegada de los bárbaros como metáfora de la expansión de las mayorías que
emigran hacia las grandes metrópolis. A medida que esta mayoría de marginados
crece, actúa como un freno progresivo a la minoría. Sus modos rudimentarios de
hablar, comer, vestirse, divertirse, incluso pensar el mundo y juzgar los
valores, se extienden hacia arriba, hacia el cada vez más pequeño
vértice de la élite. El nacimiento de esta barbarie es el precio que
debe pagar la minoría gobernante por el obsceno dominio que ha hecho de las
oportunidades para distribuir con justicia los bienes de la economía y la
educación. Sin ningún dato que nos asegure lo contrario, el colapso parece
inminente.
¿Es éste
un pensamiento fatalista? No necesariamente. Sí podríamos aceptar que es
correcto y necesario que decline cualquier civilización, tanto como es correcto
que el anciano sea reemplazado por un niño recién nacido. Sin embargo, nunca se
muere del todo pues las culturas antiguas dejan sus marcas como las que deja el
viejo en los genes que transfirió a sus hijos y estos a sus nietos. Bien se
dice que el mundo está gobernado por los muertos, por los grandes pensadores,
artistas, escritores que han sobrevivido al exterminio del tiempo y las modas.
Sí,
afirmamos, es deseable que la vida adopte nuevas formas, que aparezca una nueva
civilización, nuevos líderes, diferentes centros de poder, aunque el desafío de
la hora no es solamente el de repetir la famosa frase de Giuseppe Tomasi de
Lampedusa, que todo cambie para que nada
cambie, que una cultura reemplace a otra con otro nombre, en otro tiempo,
para repetir detalle por detalle las mismas grandezas y miserias en el mismo,
idéntico y perverso círculo vicioso. De lo que se trata es de trastrocar los
límites, derribar muros, abolir el tamaño actual del hombre, ensanchar los
espacios vitales del mundo, multiplicar el volumen de agua dulce, reducir los
focos infecciosos y el veneno bioquímico, preparar los senderos hacia un futuro
posible y al mismo tiempo imprevisible.
No hablamos
de regresar a la Tierra Prometida, ni de una Nueva Sion, ni tampoco estamos
preparando el éxodo hacia el Paraíso primordial, el retorno a la Casa del Padre
ni nada que nos relacione con el pasado histórico del que estamos procurando
salir definitivamente. Se trata de encontrar el nuevo y exacto tamaño del
hombre en el mismo escenario en el que tuvo su génesis hace millones de años.
Esto y mucho más están diseminados en este libro cuyo montaje es otro modo de
observar la realidad compleja en la que vivimos y de la que no es más que un
simple reflejo.
Estaba por
agregar algunos otros conceptos, algo así como llaves que podrían ayudar a una
correcta lectura de estas páginas, cuando nuevamente golpearon suavemente la
puerta de la biblioteca. El grupo estaba reunido a la salida del comedor,
esperándome. Fui hasta el dormitorio y rápidamente hice mi bolso. Pedí
disculpas por la demora y subí al ómnibus, no sin antes dar un abrazo y
despedirme del señor Valentín, mi preceptor.
Mi
compañera de asiento fue Sofía Houphouet-Levin con quien conversé durante todo
el viaje. Ella no paró de hablar sobre el Burdeos de su infancia y yo de mi
adolescencia trabajando en las viñas de Chachingo, en Mendoza, en aquel tiempo
en que empezaron a asomar mis sueños de escritor y mis presentimientos ingenuos
sobre la construcción de un nuevo mundo.
Al llegar
a la estación de ómnibus en Córdoba, nos despedimos con una emoción que antes
no habíamos sentido. Sofía partió hacia el Aeropuerto de Pajas Blancas para
tomar el avión que la llevaría a Buenos
Aires y desde allí a París. Yo me fui caminando hasta mi departamento. Sobre la
mesa de trabajo estaba una carpeta con el resto de los manuscritos. Ahora
debería enfrentarme a la tarea de hacer el montaje final, hoja por hoja,
fragmento por fragmento.
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