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FRAGMENTOS

¿Qué es la imaginación sino la memoria de lo que aún no se ha producido?

                                                                   JULIEN GREEN

          Parafraseando al poeta francés Paul Eluard, hay muchos mundos pero están en éste, podríamos deducir que hay muchas civilizaciones pero están en ésta, en la que nosotros permanecemos y de la que vendríamos a ser sus legítimos herederos, en el caso de que exista una heredad digna de sobrevivir al exterminio de la degeneración biológica.
          Mis primeras sospechas de que en nuestro planeta Tierra cohabitan diversas razas con otras civilizaciones inteligentes, tal vez hayan nacido con las impresiones que quedaron grabadas en mi memoria cuando por primera vez escuché cuentos de hadas en los que conviven extraños seres: gnomos, duendes, hadas, sátiros, faunos  cuya posible existencia puede rastrearse en la noche de la mitología  y en las tradiciones esotéricas que podemos conocer en los libros escritos por teósofos y rosacruces.
          Debieron pasar muchos años después de esa infancia mágica que me tocó vivir para que empezara a interesarme en los llamados fenómenos paranormales que incluyen la telekinesia, clarividencia, lectura del pensamiento y tantos otros que en su momento fueron una indispensable base de datos para la elaboración de mis cuentos fantásticos, incluidos aquellos que destiné a la literatura para niños.
          Quienquiera sea la persona que en algún momento decida asomarse a estos mundos debe saber que no es fácil salir de ellos, desprenderse del poder (podríamos llamarlo hipnótico) que esos misteriosos seres o espíritus ejercen sobre sus ocasionales visitantes. Eso es lo que me ha sucedido desde aquel tiempo fascinante en el que a cada momento me parecía sentir la presencia ominosa de criaturas de otros mundos, especialmente de los que a mí me parecían seres diminutos, a veces visibles y a veces translúcidos.
          Sería extenso contar la serie de datos (para muchos poco creíbles) que fui acumulando en relación a los curiosos elementales, seres que según la tradición han evolucionado en el mundo físico en oleadas de vida hacia las dimensiones invisibles, y a los que sólo pueden percibir algunos pocos privilegiados.
          Según la tradición de las grandes escuelas místicas que se remonta a docenas de miles de años, estos seres  pertenecen a distintas categorías según predomine en ellos uno cualquiera de los elementos físicos básicos. En los Gnomos prevalece el elemento tierra: en los Silfos, el aire; en las Salamandras, el fuego; y en las Ondinas y Sirenas, el agua.
          El masón Sir Edward Bulwer Lytton, autor de la célebre  obra de iniciación Zanoni, escribió entre otras novelas históricas y de carácter ocultista, The Coming  Race,  traducida a nuestro idioma con el título de La Raza Futura que recuerdo haber leído en mi juventud.
          La síntesis del libro del escritor inglés sería la siguiente: en los cálidos mundos huecos de la Tierra vive desde hace docenas de miles de años una antiquísima civilización que en su tiempo ocupó una gran parte de la superficie terrestre y que sobrevivió a terribles cataclismos en inmensas cavidades a las que intrépidos espeleólogos dicen haber llegado tomando las mayores precauciones, pues bien saben estos aventureros que quien sea descubierto no podrá contarlo, tal debe ser el celo y el temor que esta civilización (de hombres y mujeres de escasa estatura) siente hacia nosotros.
          Dejemos en su lugar los cuentos de hadas y repasemos los datos que continuamente llegan sobre esporádicos contactos con extraños seres que de tanto en tanto, con idéntica velocidad, aparecen y desaparecen de nuestra vista, aunque pueden ser captados mediante la fotografía. Siempre se dijo y así lo creíamos hasta hace poco, que estos enanitos elementales vivían sólo en minas y socavones en las montañas, al extremo de creer que son los guardianes del oro y las piedras preciosas. Pero no es así. ¿Por qué? Porque en los últimos veinte años, esos duendes, pigmeos, kobolds o como se llamen, se hacen visibles en pueblos y ciudades, en  las extensas llanuras o a orillas del mar. ¿De qué espacios físicos brotan  y cómo desaparecen sin dejar rastros? Creo haber encontrado algunas respuestas que por ahora necesariamente debo reservar. Muy pronto, nuestra patética cultura humana va a colisionar con una realidad que pocos han imaginado, salvo los escritores de literatura fantástica y ciencia ficción, entre los cuales pretendo incluirme.
          En estos primeros años del siglo XXI, las apariciones de hombres pequeñitos son casi frecuentes. En Santiago de Chile, en el diario Las últimas noticias, se publicó la fotografía de un supuesto alienígena o extraterrestre como gusta en llamarlos el periodismo, en la que se observa, detrás de dos policías a caballo en el céntrico Parque Forestal de la capital  chilena, a un ser de no más de treinta centímetros de altura que avanza lenta y distraídamente como si el entorno no existiera para él, como si supiera que nadie podría captarlo. El autor de la fotografía, el médico Ismael Mercado Santillán, contó a la televisión  que a pesar de que se considera un escéptico respeto de alienígenas y OVNIS, tanto lo que vio con sus ojos como lo que registra la fotografía, lo dejó muy impresionado y aseguró que no se trata de uno de los clásicos montajes con los que a veces se defrauda a  la opinión pública mediante testigos que juran haber sido protagonistas en el avistamiento de platos voladores, escalofriantes presencias de seres míticos como el chupacabras que ha estado sembrando el pánico en zonas rurales de Argentina y Chile y otras rarezas mediáticas.
          Técnicos consultados afirmaron que la fotografía del hombrecillo no es un truco pero que, sin embargo, no podrían afirmar que se trate de un extraterrestre, a pesar de sus rasgos humanoides y de su cabeza desproporcionada.
          En la última semana en que tuve la oportunidad de conocer lo relatado en el párrafo anterior, un suceso similar tuvo lugar en un olivar en la localidad de Al-Naiisia, en Siria, según noticias de la Agencia EFE desde Damasco. Dos humildes campesinos, los hermanos Jalil y Alí Chaalán, debieron ser asistidos por médicos psiquiatras después de que narraran la odisea vivida en mayo de 2004.
          El periodista Lyad Jafayi del diario estatal Teshreen, autor de la nota, cuenta que siete trabajadores que aquella mañana se dirigían a su trabajo en los olivares, vieron a una rara criatura (extraterrestre de color rojo, publica el diario) que permanecía sentada, indiferente a las presencias humanas que se aproximaban, hasta que de pronto dio enormes saltos y subió al más alto de los árboles en el que permaneció unos instantes. Luego, juraron los atónitos testigos, el extraño individuo trepó rápidamente hacia el cielo y desapareció.
          Sabemos que sucesos similares han ocurrido en otros distantes lugares. En Tailandia, según informó la Agencia FP, de Londres, el ingeniero Sidhi Sirojaya fue encontrado semidesvanecido en un pequeño valle en los Montes Phi Pan Am. Relató a los miembros del ejército que lo transportaron en helicóptero a una unidad de terapia intensiva en un hospital de la capital, Bangkok, que había sido atacado por un grupo de hombres muy pequeños que lo sorprendió cuando se detuvo a cambiar una cubierta de su automóvil en una ruta solitaria. Lamentablemente, el ingeniero falleció días después, no como consecuencia de los golpes recibidos sino por una infección virósica que en pocos días le provocó una rápida degeneración en su sistema respiratorio.
          El siguiente dato me lo proporcionó mi amiga Alicia Parcero que lo bajó de un sitio en Internet dedicado a fenómenos paranormales. Aquí la historia es muy distinta  a la anterior, tanto que parece ser uno de los cuentos de hadas de la remota región de las montañas más altas del mundo.
          Cuenta que la niña Nyan Chitsong, que vivía con sus padres en una pequeña aldea en plena Cordillera de Kunlun, que linda con la cadena de Transhimalaya, tuvo un encuentro fortuito con una niña mayor que ella en edad pero muchísimo más pequeña, con la que estableció una secreta amistad que su familia ignoró hasta que descubrieron los poderes de sanación que Nyan había adquirido por mediación del diminuto espíritu de las montañas.
          La amistad y el amor de las dos niñas fueron creciendo con los meses. La gente de Lingson, así se llama el pueblo de nuestra historia, no podía creer en los cambios que todos comenzaron a experimentar. Se venían más sanos y hermosos, desaparecieron las enfermedades y el hambre y hasta la muerte de los más viejos parecía demorarse. Cuando descubrieron que la causa de su bien eran los poderes de la pequeña Nyan  Chitsong, comenzaron a llegar peregrinos de toda la región. Al principio eran docenas y luego cientos, miles que acampaban en los alrededores del pueblo, pidiendo y exigiendo ser sanados y salvados de todos los males de este mundo.
          Es posible que la historia original haya sido un cuento fantástico escrito por un autor desaforado puesto que al final nos dice que Wu Li, la niña duende, fue sorprendida en el momento en que regresaba a su hogar, oculto en los profundos socavones de las montañas cubiertas de nieve perpetua. La locura espiritual, la peor de todas las enfermedades, impulsó a un grupo de pastores a matar a la pequeñísima  kobolds para luego exhibirla en el pueblo como un trofeo.
          Aterrada ante la imagen de su amiguita asesinada, Nyan abandonó  ese mismo día el hogar de sus padres sin que pudiera saberse dónde se había  ocultado. Lo que sí registraron los sismógrafos de Lhassa fue un terremoto que arrasó la aldea de los milagros sin que nadie lograra sobrevivir.
          ¿Qué habrá sido de la vida de Nyan? No sé si será ésta otra de las historias que pudiera ser incluida en las apariciones de gnomos, pero sí que en manos de un buen escritor podría transformarse en un excelente y original libro para los más pequeños.
          ¿Y qué podría decirnos acerca de los Poltergeist?, es posible que a esta altura alguien esté preguntándose. Si es verdad que los pequeños seres que parecen habitar tanto en el mundo de la mitología como en nuestros campos, minas y ciudades, pueden hacerse invisibles, ¿qué significan esos fenómenos insólitos que vienen sucediéndose desde hace cientos de años? ¿Por qué vuelan objetos de la casa y caen piedras que atraviesan techos y paredes sin dejar marcas?
          No es necesario que vayamos a ver una película de Spielberg para conocer cómo es el asunto de los duendes invisibles que atacan las viviendas y a veces a las personas. En nuestro país, recuerdo haber leído sobre dos casos similares, uno en Río Segundo, del que no conservé el recorte del diario y otro, ocurrido hace dos meses en la ciudad turística de Villa General Belgrano, en las Sierras  de Córdoba.
          En la casa de madera, estilo Munich, de la familia Finchelmann  no ha quedado un solo vidrio sano después de los fulminantes impactos que dañaron puertas, muebles, paredes y hasta un moderno televisor que quedó hecho añicos.
          Cierto día, según las crónicas, los habitantes de la casa escucharon el ruido de una piedra contra una ventana. Después el ritmo de pedradas aumentó sacudiendo la casa como si fuera un vendaval. Una de las piedras, que fue fotografiada por periodistas de distintos medios, pesaba más de un kilogramo.
          Avisada la policía, sólo atinó a decir que jamás habían visto algo parecido. No podían explicarse de dónde venían ni quién arrojaba semejantes proyectiles con tanta violencia.
          La familia Finchelmann acudió a sacerdotes exorcistas, chamanes y brujos autóctonos que dirigieron su mirada hacia el menor de la familia, Rafael, un adolescente de 18 años que padece algunos trastornos psíquicos, aunque no graves.
          Nadie puede asegurar que sea Rafael el que ha provocado el fenómeno Poltergeist que los investigadores también denominan como telekinesis o sea la capacidad de mover objetos con el poder de la mente. Lo cierto es que cuando Rafael no está en la casa, cesa la caída de piedras. Es difícil afirmar que el joven es el responsable y  tampoco lo contrario. ¿Quién sabría explicarlo científicamente?
          Rafael venía siendo atendido por neurólogos y psicólogos que han demostrado interés por lo sucedido aunque no se atreven a formular sus opiniones en público. Un psiquiatra, cuyo nombre omitimos, formuló este insólito diagnóstico: “Rafael sufre una psicopatología de base con una epilepsia fotosensible refractaria por lo que podría tratarse de una canalización agresiva inconsciente”.
          Cuando los periodistas de Canal 12 subieron al automóvil para regresar a Córdoba, encontraron en el asiento trasero una piedra de gran  tamaño. ¿Más Poltergeist o la broma de un estúpido?
          Si continúan leyendo, más adelante podrán empezar a sospechar por qué el caso de la casa vapuleada con piedras estaba en Villa General Belgrano. En esta región viven ufólogos, tarotistas, estudiantes de la Qábala, rosacruces, templarios y buscadores del Cuarto Camino de Gurdjieff. Pertenecen a distintas napas de un universo cultural que ya no es más esotérico. No quedan muchos que sean omitidos de ciertos exclusivos y reservados conocimientos que fueron de propiedad absoluta de antiguos iniciados. Todo lo que usted desearía saber está escrito  en los libros que puede conseguir en cualquier librería de la ciudad. Lo que no podrá encontrarse es una sola pista sobre lo que estamos investigando, al menos que prosiga leyendo, página por página, hasta el párrafo final.
          No he descansado desde hace más de veinte años cuando leí en el diario Clarín que en la cumbre del Cerro Uritorco, en Capilla del Monte, habían encontrado el esqueleto de un feto, aunque la consistencia de los huesos y el tamaño de la cabeza no parecían haber pertenecido a un nonato. Entonces  ¿a quién?



          No puedo precisar durante cuántos años procuré unir retazos de pensamientos que fueron apareciendo en el transcurso de la lectura de libros a los que vuelvo una y otra vez con una obstinación tal que a veces me parece obsesiva.
          Las páginas iniciales de un borrador que he conservado por años, habían sido tituladas como Elogio de la Palabra, y llevaban un epígrafe del monje budista vietnamita Thich Nhat Hanh que dice: Cuando la lámpara se enciende, al mismo tiempo que ilumina el entorno se ilumina a ella misma. En la medida en que iba descubriendo la arquitectura y el sentido de la palabra escrita, fui siendo conducido por las oscilaciones del pensamiento al encuentro de una enseñanza fabulosa que originariamente fue un canto: el canto de sirena de la reencarnación.
          Mi Ego, atrapado por la lujuria espiritual, permaneció narcotizado durante años víctima de la infantil seducción que me provocaba la idea de la inmortalidad. Aquello fue el colmo de los gozos de mi superflua adaptación a lo desconocido, la más grandiosa combinación (ahora lo entiendo así) de la fabulación y el egoísmo.
          Continué, no obstante, apoyado por la irracionalidad de mi fe y el acoso de la incertidumbre, buscándome por los espacios y situaciones más disímiles hasta que al fin, por mérito de una brutal inmersión en el sacrificio del dolor y en una forzosa soledad, supe que el Aquí-Ahora es el único punto de contacto real conmigo mismo por más que la mitad de mi entendimiento diga que todo eso es apenas una falaz lucubración y  la otra mitad se muestre como un espejismo de la imaginación, un sueño.
          No siempre me resultó fácil practicar un montaje correcto de lo que iba aprendiendo e incorporando tanto en las prácticas de la meditación como en todo aquello que yo vagamente identificaba como despertares e intuiciones, la primera de las cuales surgió cuando apenas tenía seis años;  de pronto, sin que jamás pudiera  encontrar la causa, pensé: ¿Qué habría si no hubiese nada? Así fueron pasando los años y mis ciclos  a los que me complace considerar como “mis vidas anteriores”, para resaltar secuencias de mi propia teoría acerca de la “reencarnación genética” a la que más adelante volveré.
          Sometido por el vértigo de las contradicciones y paradojas y ante la sospecha de que las señales del Camino habían sido cambiadas, me detuve cautelosamente y desde entonces permanezco en los alrededores de un estado que he denominado “el punto indivisible de mí mismo”. Sigo ejercitándome cada instante de cada día,  procurando permanecer  despierto  a la espera del encuentro con el Aleph  que contiene todas las palabras y con lo  que está  oculto, plegado, en los significados de cada una de ellas.
          Debo confesar que no hace mucho aprendí que las palabras sólo re-presentan algo y que ese “algo” no son cosas reales sino símbolos y por más que extreme mis elogios al lenguaje humano sé que la realidad de los símbolos es también ilusoria. Eso, tan intangible y elusivo, es la realidad en la que vivo, esa verdad que me obliga a comprender que todo nace, permanece y se disipa: las rocas y las plantas, mi cuerpo, los sonidos, los diseños, las cambiantes formas que la tenue luz de una vela proyecta sobre el escenario del mundo, incluida la irreverente búsqueda de la perduración individual, esa fastidiosa necedad inventada por las mezquinas religiones entronizadas en el poder para la perpetuación de sus dogmas.
          Ahora pienso que mientras dure el Sol lo único perenne en la Tierra será la palabra escrita, las voces registradas, los testimonios, lo que durante un millón de años ha sobrevivido al surgimiento, permanencia y declinación de las civilizaciones, a las variaciones del clima, a la inclinación periódica del eje del planeta, a las manipulaciones y a las transgresiones transformadoras que han hecho del Hombre un  animal mutante.
          Sin prisa ni ansiedad, entre la intención original de la escritura y el instante fortuito en el que quedará completada por la predestinación de la lectura, festejo la deseada y necesaria abolición de mi Ego para escapar de la morbosa resurrección de la carne y diluirme en el presente perpetuo de Ser.
          Ser en la Palabra.



          -Está bien, pero entonces ¿qué es el amor?
          -¿Vas a tomarme un examen? ¿Acaso una mujer como vos no se conforma con vivir el amor? ¿Necesitás explicártelo o que te lo expliquen?
          -Sabés bien que gozo con mi cuerpo y con el tuyo, con tus caricias y con tus palabras que es otra  manera muy especial de tocarme. Pero tengo deseos de escucharte. Siempre lo hacemos y me hace bien.
          -No voy a decir un discurso. Me sentiría ridículo haciendo un monólogo mientras estoy sintiendo tu proximidad.
          -Entonces conversemos. Dale, Juan, decime que sí, que me amás.
          -No te hagas la pícara. Un paso en falso y ya estaríamos diciendo que Dios nos habla, que viviremos en la Eternidad, que todo es amor, y de esa manera no nos quedaría mucho más por decir.
          -A veces pienso que no me querés.
          -Lidia, ¿cómo podés decir que no te quiero? Te quiero, te admiro, te respeto, me consagro a nuestra relación. ¿Tenés dudas?
          -No tengo tantas dudas. Siento que por momentos sos un egoísta. En un instante te siento en mí, dentro de mí, me borro en vos, desaparezco, es como si me muriera y volviera para sentir algo así como un dolor, como que algo me separa de la vida y de vos.
          -Yo no lo veo así. Además de mi cariño, hasta podría decir de mi pasión por vos, de mi interés por todo, por todas las cosas, pienso que el amor hacia uno mismo es todo lo contrario al egoísmo. El egoísta es avaro, se separa, vive encerrado en la cárcel de su ego. No puedo creer que no lo hayas experimentado y que te confundas. En cada acto de entrega de mí mismo, en el instante de penetrar en vos, en tu cuerpo, en tu mente, en tu corazón, realmente me encuentro a mí mismo, algo se revela y me descubro como alguien que está un poco más allá del  egoísmo.
          -Eso me gusta más. Merecerías un premio por tan brillante alegato.
          -No es broma, mi amor, te estoy hablando en serio. ¿Cuántas parejas conocés que realmente se aman, se respetan? Apenas encontrás un hueco en ellos te das cuenta de que a muchos, como dijo Borges, no los une el amor sino el espanto.
          -¿Será por eso que te quiero tanto?
          -Me encanta tu sentido del humor. Con vos jamás podría enojarme. Ojalá que con el paso de los años no descubramos, tardíamente, que estuvimos unidos por el espanto. Bien dicen que morir es amargo, que es la peor humillación a la que seremos sometidos, pero morir sin haber vivido plenamente, más que insoportable, me parece estúpido.
          -Ustedes, los hombres, tienen una gran disposición para filosofar. ¿Viste que hay pocas filósofas?
          -Un buen dato para que los hombres nos pongamos a pensar en para qué sirve la filosofía, especialmente la académica. Es posible que coincida con el planteo de que para qué sirven hoy las religiones.
          -Tampoco las mujeres somos fundadoras de religiones. Parece que desde siempre ese asunto fue una cuestión de los machos. Podrías hacer una larga lista de los santos nombres de varón que se han repartido el botín del poder religioso y del poder filosófico. Pero no sigamos con este tema. Sencillamente me da asco tanto paternalismo. Sigamos con lo nuestro, ¿me querés, Juan?
          -He aprendido a sentirte de muchas maneras. Desde la más primitiva y bestial, el deseo de los sexos, las aproximaciones, el instintivo juego de las seducciones, de las dominaciones, la voracidad caníbal de poseer, de comerse al otro,  le penetración y el viaje a la pequeña muerte del orgasmo, hasta otras sensaciones que no tiene mucho que ver con la genitalidad.
          -¿Descartarías el sexo como parte del amor?
          -Pienso que el sexo es parte del amor a la vida y ese amor es el eje, el núcleo de todas las expresiones de la emocionalidad, desde el amor a las plantas, a los animales, a la gente, a Dios, esa última instancia inapreciable. Pero de ninguna manera lo pondría como núcleo del amor. Mirá vos todas las brutalidades, violaciones y locuras que se producen cada día, desde los crímenes más aberrantes al despojo emocional que significa padecer la desilusión cuando fracasa una pareja.
          -¿Cómo harías para no fracasar?
          -Si llegáramos a ser, como dicen unos versos de Khalil Gibrán, un jardín sin muros, un viñedo sin guardián, una casa llena de alimentos y abierta a los necesitados, entonces vos y yo no  nos despojaríamos mutuamente de lo que hemos ido construyendo hasta hoy.
          -Eso también acaba de gustarme. Voy a darte un beso.
          -Un beso, una caricia, un gesto de simple cortesía, la mutua admiración, la lealtad a toda prueba, la generosidad son también aspectos del amor que nacen con la amistad. ¿Sabías que amistad es una de mis palabras preferidas?
          -Sí, lo sé, pero no acepto ser solamente una amiga tuya. Quisiera ser algo más.
          -Algo más, ¿cómo algo más?
          -Ser tu mujer, tu esposa.
          -Aunque te cueste comprenderlo, lo mejor que una mujer pueden representar para un hombre se incluye en la amistad. No es un juego de palabras sino el producto de una experiencia que me ha ayudado a emanciparme de los clichés y de las vulgaridades.
          -¿Ser una esposa no es suficiente?
          -No  para  mí si al mismo tiempo no sos una verdadera amiga. Esa amiga será mi mujer, mi amante, mi novia, mi hembra, mi confidente, mi asistente, mi consuelo, mi sostén para vivir.
          -Juan, si eso fuera posible sería maravilloso, pero no estoy segura de que puedas ir tan lejos con tus pretensiones amatorias. ¿Podés?
          -Podría, si tengo con quién. Vos sabés que como en el ajedrez, en el tango o el tenis, para practicarlo hacen falta dos. ¿Querés jugar?
          -No me agrada la palabra jugar. Si pienso que el amor es un juego me siento disminuida, como una cosa, un objeto, una partida para ganar o perder.
          -Me refiero al juego como búsqueda, como ejercitación, como una trama inteligente que nos permite desplazarnos por sobre territorios hostiles. Para avanzar debemos ir unidos pero no enlazados. El amor debiera ser una casa abierta, como dice el poeta, no una cárcel.
          -No te discuto eso aunque pienso que para permanecer en el amor, el hombre y la mujer deben establecer una base, tejer una alianza personal y familiar, tener proyectos comunes, fijar prioridades. Necesito una seguridad mínima, Juan, no vivir oscilando según las circunstancias como esposa, amante o amiga. No me puedo soltar hacia la nada. Para mí no tiene sentido.
          -Se piensa así cuando estás proyectándote en el otro. ¿Si perdés lo que tenés, serás menos? ¿Medís tu seguridad con lo poseído, con tu nombre, tus objetos, tus pertenencias emocionales? Si pensás  que eso te dará seguridad, la vida te vencerá, te hará pedazos.
          -¿Por qué habría de ser así?
          -Porque todo es efímero. Yo estoy aquí pero mañana no puedo estar, porque me he muerto o porque me fui. Tu casa podría consumirse en el fuego, disminuir la salud de tu cuerpo, perder tu equilibrio mental. ¿Hasta qué punto podrías sostener y rescatar lo que en este momento considerás tuyo?
          -Sí, está bien, ya te he escuchado otras veces decir lo mismo, mi querido filósofo. Si soy yo y no lo que tengo, ¿entonces qué podría perder? Nadie podría quitarme, ni robarme, ni amenazarme, porque sólo me tendría a mí misma. Entiendo claramente, no creas que soy una tonta, pero soy mujer y necesito un mínimo de seguridad. ¿Podrías vos dármela?
          -Ojalá pudiera, pero yo también tengo mis limitaciones. Sabés que no las acepto y que pretendo ir un poco más allá. Si tengo que someterme a una vida en la que sólo disponga de carencias, valga el juego de palabras, entonces no me gustaría seguir andando por aquí. ¿Qué sentido tendría?
          -Sos un dulce. Te amo.  Voy a la cocina a preparar un poco de café.



          -¿Cómo fue el viaje? ¿Todo bien? Te ves cansado.
          -¿Cómo está, señor? No  tuve ningún inconveniente, por suerte. Estoy cansado, es verdad, pero feliz de volver a estar con usted. Durante el viaje y por  supuesto durante todo este tiempo, desde nuestro último encuentro, he meditado sobre varios temas, tal como usted me sugirió.
          -Tomá asiento, Juan. Aquí tengo un termo con café para ir animando nuestra conversación.
          -Qué buena idea, muchas gracias.
          -Tal como te había prometido, hoy vamos a poner sobre la mesa un tema de los tantos que tienen relación con la posición que cada uno de nosotros tiene en el movimiento religioso, místico y social al que pertenece. ¿De acuerdo?
          -Si existe algo que a veces me perturba es saber si estoy en lo cierto respecto del punto de equilibrio del cual usted nos ha hablado tantas veces. ¿Cómo saber si mi posición es correcta? Por momentos siento que pienso una cosa y después oscilo a lo opuesto, como si viviera en una continua contradicción.
          -Ya es significativo saber que uno es un ser contradictorio. Por algo se empieza.
          -Estoy de acuerdo, señor, pero no me siento cómodo oscilando de un lado para el otro. En la historia de las grandes órdenes místicas y religiosas, esa inicial contradicción en cada uno de los componentes se va sumando a otras hasta producir gravísimos cismas que incluyeron no sólo una ruptura de  opiniones filosóficas o teológicas sino terribles guerras y persecuciones, desde Pablo de Tarso que tomó el camino que dio origen al cristianismo, a Tomás, Felipe y Valentín y otros discípulos disidentes que conformaron la iglesia subterránea, el llamado gnosticismo. ¿Fue así?
          -Si aceptamos el contenido de los llamados evangelios apócrifos encontrados en Israel y en  Egipto, a mediados del siglo pasado, podríamos seguir en esa dirección. Tal como has pensado, en la historia de la mayoría  de las organizaciones, incluyendo las de índole política, se descubre una tendencia a desarrollar dos alas, dos posiciones extremas: por un lado la individualista, personal, mística, creativa, y por el otro la que siempre resulta en mayoría, la comunitaria, la que fija el canon, la ley, el dogma, la regla corporativa. Podríamos mencionar docenas de ejemplos. Hasta podríamos identificar los mecanismos que hacen posible la partición de la idea original, el divisionismo que muchas veces conduce a la catástrofe a los más grandes movimientos.  Atón y Amón en el antiguo Egipto, católicos y protestantes, chiítas y sunitas, estalinistas y trostkistas, y  sigue la larga lista.
          -Usted incluye al comunismo soviético.
          -¿Por qué excluirlo? El sueño utópico de Lenin apoyándose en Marx y en el socialismo histórico, desembocó nada menos que en el feroz Stalin. El sueño milenarista de un demente como Hitler culminó en el Holocausto y en la vocación fascista de Mussolini que se expandió por docenas de naciones y  culminó en las dictaduras, revoluciones y contrarrevoluciones que tan bien conocemos.
          -¿Por qué, entonces, sobreviven algunas religiones como el cristianismo, el budismo, el islamismo? Todas las grandes religiones han permanecido activas a pesar de que son el producto de gravísimos cismas.
          -Vos sabés, Juan, los cientos de libros que se han escrito desde hace siglos sin que nos pongamos de acuerdo no solo sobre el porqué no se autodestruyen algunos movimientos religiosos sino sobre si, en los comienzos del siglo XXI, se justifica la existencia de esas gigantescas corporaciones.
          -Usted nos ha dicho repetidas veces que se siente algo así como un enemigo de esas instituciones dogmáticas. ¿Por qué es tan grande su enojo?
          -No es solo enojo, sino también desprecio, porque toda la historia de la humanidad está marcada por una cadena de sufrimientos y humillaciones que nace con los disensos ideológicos que desembocan donde todos sabemos. Vos mismo me diste tu opinión.
          -Podríamos convenir en que aceptamos esas conclusiones, pero ¿cómo se originan? ¿Podrían integrarse los extremismos y desaparecer en una realidad que los trascienda?
          -Sí, pienso que eso es posible pero no todavía a nivel de las masas. Podríamos describir una parábola, partiendo desde el momento en que nace una idea a la que podríamos denominar revolucionaria. Durante un tiempo no muy extenso, los seguidores permanecen virtualmente unidos y cooperan, adheridos, absorbidos por la mística del Fundador. Sin embargo, podríamos decir que de manera inevitable, la mayoría pierde u olvida la experiencia religiosa, mística o política inicial y comienza a consolidar la Religión, el Camino o el Partido, como un sólido conjunto de hábitos, conductas, relaciones, formalidades y ritos que progresivamente se van materializando, fosilizando al extremo de conformar una entidad burocrática, clerical, partidista, convencional, vacía de contenido, sostenida por grandes intereses económicos, políticos y fundamentalistas.
          -¿Qué sucede con los que se oponen a esa tendencia, los que se mueven en sentido contrario?
          -Ya vamos a llegar a ese punto. Lo que quiero decirte es que tanto el despertar inicial, la iluminación, la utopía política, la fuerza mística, la visión poderosa, carismática del  Iniciado, se va perdiendo, olvidando, tergiversando hasta el extremo de convertirse en una versión opuesta, diferente, que ya nada tiene que ver con el embrión original. De esta manera, como fácilmente podemos observar por los resultados finales, por el tipo de frutos que da el árbol, como dijo uno de los Fundadores, las religiones organizadas, las escuelas místicas, los grandes movimientos políticos se convierten en los enemigos principales del hombre, de la muchedumbre a la que se priva de la mínima esperanza. ¿Te resulta claro?
          -Completamente, señor, pero bien sabemos que otros no nadan en el mismo sentido. Son los que van contra la corriente, según se repite cada vez que se menciona la actitud individualista de algunos pocos, actitud por supuesto condenada y hasta perseguida por el Cerebro del Mundo, como a usted le gusta decir.
          -La otra tendencia no siempre es el camino a la perfección. La actitud personal, individualista también puede caer en trampas y bloqueos al quedar prisionera o reducida a lo meramente vivencial, al aislamiento. No te estoy hablando del pobre tipo egoísta, ni del desmesurado intelectual ególatra o del avaro que hace de su yo una tumba repleta de monedas de oro, sino de quien ha encontrado las regiones del gozo, sus experiencias cumbre, sus amplios círculos de libertad. Ese individuo casi siempre cae en la tentación de repetir y valorar su experiencia como algo exclusivo, único,  como el máximo bien aceptable. Renunciando a  otras alternativas corre el grave riesgo de separarse de los otros, de dar su espalda al mundo. Pudiendo permanecer absorto en la beatitud interior, enriqueciendo su vida y expandiendo desde su retiro y su silencio sus estados de conciencia, puede quedar reducido a un solitario egoísta que sólo busca lo que con soberbia considera su propia salvación.
          -Eso significaría quedar esclavo de la peor mezquindad, perder la compasión hacia los demás, negar el sentido de pertenencia. ¿Es así, señor Valentín?
          -Significaría caer en una completa oscuridad de conciencia, en la separatividad que es también una forma de muerte anticipada, como ocurre con ciertos artistas, intelectuales, incluso científicos que tanto se aíslan que después no encuentran las vías de comunicación, las puertas que acceden a la vida en común.
          -Este sería, entonces, el otro extremo en el que puede caer cualquiera de nosotros. Vaya fatalidad de la cual no entiendo cómo podría uno zafarse. Usted  dijo que superar la naturaleza binaria del mundo aún no es posible para la humanidad en su conjunto pero que algunos seres sí podrían intentarlo.  ¿Cómo? ¿Usted cree que yo podría considerar la posibilidad de unir mis polos, reducir la amplitud de las oscilaciones de mis pensamientos y emociones?  ¿Se puede alcanzar una dimensión desde la cual observar críticamente las manifestaciones extremas?
          -La gran mayoría tiende, Juan, como vos mismo lo has dicho, a ser binaria, disyuntiva.
          -No entiendo el concepto. ¿Qué es ser disyuntivo?
          -Vendría a ser la alternativa entre dos cosas o posiciones por una de las cuales necesariamente habría que optar. Sería también la separación de dos realidades, tal como hemos ido analizando, cada una de las cuales está íntima, intrínsicamente referida a la otra, como la mayoría de los pares de opuestos. ¿Está claro?      
          -Completamente. Tenemos así dos campos opuestos, pero ¿cómo hago para estar en ambos sin quedar prisionero de uno de ellos? ¿Sería algo así como lo que usted dijo en la última reunión sobre estar en el mundo pero no pertenecer a él?
          -Algo parecido, aunque necesariamente deberíamos practicar algunos ajustes. Ya analizamos el fenómeno de la bipolaridad, el mundo del hombre masa. Ahora procuremos identificar a aquellos que representan una absoluta minoría en nuestra sociedad. Los que integran esa minoría son personas que tienen una sostenida tendencia hacia la unidad, son inclusivos, integradores, holistas, participativos. Son los que pueden ir y venir de una posición a otra mediante ciertos juegos dialécticos.
          -¿Por ejemplo?
          -Una de las técnicas   consistiría en sacralizar, desacralizar y resacralizar. Realizar un triple movimiento alternativo, no quedarnos en una posición ni  rígida ni estática, ni dogmática. De ese modo se podrían integrar las tendencias extremas en un procedimiento que podríamos llamar automático. Las originales ideas, formas, rituales, ceremonias, discursos y preceptos en los que fueron educados siguen permaneciendo en estos individuos. Son simbólicamente significativas,  reales, arquetípicas, perennes. Así sería fácil reproducir ciertos gestos, conductas y comportamientos  de compañeros de religión, de camino místico o camaradas políticos, pero jamás se verían reducidos a ser integrantes reales de la comunidad hija del Hermano Mayor ni al aislamiento en una individualidad porfiada, incompatible con lo que en el principio fue la gran idea del Maestro, del Fundador o del Líder.
          -Ahora no podré pensar, señor, en que no tengo suficiente materia prima para mis meditaciones, para continuar trabajando en lo que usted denomina la construcción inteligente del Ser.
          -Así es, Juan,  Ser (con mayúscula) sería aquel que está por encima de los antagonismos, de las divisiones, de las oposiciones.          
          -¿Lejos de los opuestos?
          -Lejos de los extremos. Ni lejos ni cerca, lo más próximo posible al corazón de la interioridad. Lo que para el hombre común ni siquiera es una posibilidad,  lo que parece un sueño inalcanzable para el buscador, puede llegar a ser un estado de conciencia permanente en aquel que liga todos sus fragmentos en una unidad indisoluble. Lograría la perfección del Tai Chi, la armonía de Yin y Yang, un punto indivisible que podrá sostenerte y contenerte mientras vivas, más allá del Bien y del Mal, más allá de cualquier contradicción que te pueda hacer gozar o sufrir. Sería como transformarse en un soldado de los ejércitos cósmicos  descriptos en el Bhagavad Gita cuyo destino es participar en la última batalla en la que lo único que tiene que morir es la Muerte. 
          -No creo, señor, que yo pueda llegar tan lejos. Aun así, lo único que puedo prometerle es que seré fiel a mí mismo, trabajaré en silencio y al mismo tiempo me comunicaré y participaré, moviéndome a uno y otro lado de la Realidad, tal como usted me ha enseñado.
          -Muy bien. Ya es hora de partir. ¿Tenés listo tu auto?
          -Ya cargué nafta, revisé el agua, el aceite y la presión de los neumáticos. Sólo me falta comprar un par de sánguches y una botella de gaseosa para regresar a casa escuchando mi música preferida. ¿Qué más puedo pedir?
          -Que tengas buen viaje.



         
Es unánime la creencia de que el Universo nació de un estallido, que está en plena expansión y que finalmente se extinguirá. Pero  ¿qué había antes del Primer Estallido y que habrá después del Día de la Disolución? Es una pregunta que nos formulamos en Occidente, en la región que ocupa el hemisferio izquierdo del cerebro planetario. Suponer que el Universo nació, que vive y que morirá es sólo expresarse en los conceptos de la lengua en la que hemos sido educados y adiestrados. Sujeto, Verbo y Predicado =  Dios hizo el  Universo. Un niño de ocho años, en una escuela de Córdoba, en una clase de taller de filosofía, escribió textualmente: Si es verdad que Dios es nuestro padre, ¿quién es el padre de Dios? Ante semejantes dudas expresadas por sabios, filósofos, científicos, teólogos y niños, convendría preguntarse: ¿hay otra sintaxis? Si Dios es eterno porque jamás nació ni morirá, tan eterno como el presente absoluto que no comienza ni finaliza nunca, ¿por qué habría de destruirse si Él mismo es el Universo?          



          -Escuchame, mi querido y amoroso Juancito Sánchez, tengo que preguntarte algo que hace tiempo anda dando vueltas en mi cabeza.
          -Primero decime de qué se trata.
          -¿Estás susceptible hoy?
          -No estoy susceptible. Vos sabés que hay temas de los que no me gusta hablar.
          -Aunque no voy a mencionarlos, conozco algunos de esos temas. Lo que quiero saber es por qué te gusta apoyarte en lo que dijeron otros,  mencionar citas, dar ejemplos, mencionar nombres.
          -Es un hábito que tengo tanto cuando escribo como cuando estoy dialogando, en especial de algunos temas que puedo dominar.
          -¿Te gusta mostrarte como un intelectual brillante?
          -No sé ni tampoco me importa saber si soy o no un intelectual. Sí estoy seguro de que soy un tipo que lee mucho y que piensa y que recuerda todo aquello que resume lo que podríamos llamar el camino a la sabiduría. Me siento más seguro cuando digo algo y puedo respaldarlo con lo que dijo un gran poeta, un filósofo o lo que sea. Amo el saber y disfruto al expresarme. ¿Acaso vos misma no decís que te encanta charlar sobre estos temas
          -Por supuesto que sí, pero a veces también me agrada provocarte. Es como cuando decido seducirte, para lo que dispongo de varias  estrategias muy femeninas. Tengo diversos métodos para excitarte y uno de esos es movilizar parte de lo que está  en tus depósitos privados, donde seguramente guardarás lo que no siempre estás ni dispuesto a revelar ni tampoco a compartir.
          -A vos no te cuesta mucho pasar de un tono a otro. Recién me lanzabas algunas espinitas irónicas y ahora ¿qué me dicen tus ojos, esos gestos en los que se mezcla la sensualidad y la picardía?
          -Tengo ganas de ponerte a prueba. Esta vez me toca ser la encuestadora y no voy a descansar  hasta quedarme satisfecha. Completamente satisfecha, ¿entendiste? Ya me conocés así que no pongas esa cara de sorpresa.
          -Acepto la invitación, pero antes tomemos una taza de café.
          -Me estoy haciendo viciosa del café por tu culpa.
          -Te haré adicta a otras cosas, además del café.
          -¿Por ejemplo?
          -A los diálogos, a la meditación, al silencio.
          -¿Tanto? ¿No te parece demasiado solemne y pretencioso?
          -Nada es suficientemente pretencioso para los que buscan, como yo que pasé años buscándote sin saber que estabas tan próxima. Si yo no pensara de esta manera, no estaríamos aquí, juntos, unidos pero no amontonados.
          -Unidos, a mi entender, sería unidos por el amor. Pero no siempre estoy segura de lo que para vos es el amor. Cada vez que tocamos el tema me quedan más dudas que certezas. Dale, Juan, tratá de convencerme. ¿Es posible tener amor?
          -Voy a intentar decirte lo que pienso mezclando lo que yo considero que es el amor con lo que dice, por ejemplo, Erich Fromm, en ese libro leído por millones, El Arte de Amar.
          -También Ovidio escribió un libro con igual título.
          -Sí, hace dos mil años. Pero no mezclemos los tantos. Si el psiquiatra alemán estuviera aquí, te lo explicaría mejor que yo. A tu pregunta  sobre si es posible tener amor, Fromm diría que para que eso fuera posible, el amor tendría que ser una cosa, un objeto, algo tangible, que se puede tener, ver poseer. Jamás, nadie, nunca pudo demostrar la existencia de una cosa concreta llamada amor.
          -Entonces vuelvo a mi pregunta, ¿el amor existe?
          -No, no existe como una cosa. Sólo existe el  acto de amar. ¿Entendés? El acto de amar significa querer, cuidar  conocer, gozar de una persona, de un árbol, de la música, de las formas. Implica complacerse con las grandes ideas, con los descubrimientos, con todo lo que significa crear, procrear. ¿No te parece genial?
-No sé si es genial, pero me está ayudando a entender. No pienses que soy difícil ni poco inteligente. Es que no tengo, como vos, la suficiente fe en las ideas.
          -De lo que se trata es ir descubriendo, paso a paso, el sentido del amor. Una definición no sería suficiente, como que Dios es amor o cosas por el estilo. No tener fe en las ideas sería como no tener idea de lo que es la fe. ¿Me seguís?
          -No seas pedante. ¿Por qué debería seguirte?
          -Me refiero a los razonamientos.
          -Está bien, Juan, pero no te quedés a mitad de camino. No te detengas y hacé justa tu fama de especulador.
          -No voy a tener en cuenta tu sonrisa  irónica.  Tengo otros argumentos con los que pretendo continuar deslumbrándote.
          -¿Deslumbrándome? ¡Vaya!
          -Un monje benedictino norteamericano, siguiendo el camino trazado por Thomas Merton, dijo que su definición más pura y simple del amor es decir sí a la pertenencia. Cualquier cosa que llamemos amor está relacionada a esta afirmación. El elemento que une a las más diversas formas del amor, desde el amor sexual al amor por los amigos, el amor a nuestra nación y al mundo, el amor a una mascota, a nuestra vocación, a los libros, a la naturaleza sucede cuando decimos sí a la pertenencia, cuando tomamos conciencia de pertenecer al Universo.
          -Siempre que no sea una simple afirmación intelectual.
          -Exactamente, Lidia. Con palabras similares a las tuyas es lo que sostiene el monje de la Orden del Cister que te mencioné.
          -Pero no me has dicho cómo se llama. ¿Te acordás?         
          -Siempre lo menciono desde que encontré algunos de sus pensamientos en un librito, El Camino de la Sabiduría, que compré el año pasado en una librería de saldos en la calle Deán Funes. Su nombre es David Steindl-Rast, filósofo y teólogo ecuménico, amigo de Fritjof Capra, el que escribió  El Tao de la Física. ¿Recordás que hace un tiempo estuvimos tratando de saber un poco sobre física cuántica?
          -Por supuesto que me acuerdo. ¿Y?
          -¿Y qué?
          -No te detengas que me estoy entusiasmando. Supongo que en tu archivo mental tendrás más argumentos. Todavía no estoy satisfecha pero ni pienses en que voy a desistir de mis propósitos. Supongamos que soy una periodista que está haciéndote una nota. Me estás diciendo sí con tu sonrisa, de manera que te sigo acosando. Señor Juan Sánchez, dígame lo que usted piensa sobre el amor incluyendo,  si lo desea,  algunos ejemplos, tal como usted dijo que es su hábito cuando habla o escribe.
          -Siguiendo  la línea de que el amor es decir sí a la pertenencia, podríamos llegar al concepto de amor como responsabilidad y participación, como sacrificio.
          -¿Podrías definirlo mejor o ampliar lo que estás diciendo?
          -Existe una categoría del amor que se ofrece, que no pide nada para sí, que para darlo no requiere de ningún esfuerzo; podríamos decir que estamos en las proximidades del centro inamovible del Amor, con mayúscula.
          -Eso vendría a ser la conciencia estática del amor, según recuerdo haberte escuchado  decir.
          -Podemos tomar estas ideas como nociones básicas y al mismo tiempo irreductibles, definir al amor por lo que no es. Por ejemplo: el amor que comienza y termina,  que se divide,  que por momentos es muy pequeño y luego más grande, que va y viene, que se reparte y se recibe como dádiva, no es el verdadero amor.
          -Si vos y yo, Juan, dejamos de querernos y cortamos el lazo que nos une, ¿significaría que nunca nos hemos amado?
          -Si eso sucediera se demostraría que no vivimos el amor sino un aspecto ilusorio del amor. Debemos tener siempre el mismo punto de referencia que nos dice que el auténtico amor no es amar y ser amado, no es sufrir y gozar mutuamente, no es encontrarte y luego perderte. Si es verdadero, entonces no empezó ni terminará nunca.
          -Pretender alcanzar lo que estás diciendo sería como intentar escalar una montaña a cuya cima nadie ha llegado. Lo que has dicho me parece tan lejano, tan inalcanzable que me da vértigo.
          -Algo tiene que sucederme con tan solo pensar. No podemos decir que ya hemos tenido algunas de estas experiencias cumbre, pero el presentimiento de que podríamos intentar ir un poco más allá, nos hace temblar. ¿Sentís  que eso puede ser posible?
          -De solo imaginar que podría llegar el día en que no estaremos juntos, vos y yo, me da una enorme tristeza.
          -Yo tampoco podría evitar esa tristeza. Henry Miller, que buscaba a Dios en el budismo y en sus provocaciones como escritor, se refirió en algunos de sus libros y en sus cartas a Anaís Nin, al amor que no tiene límites ni cadenas. El autor de Trópico de Cáncer decía que los seres humanos, el común de ellos, sienten pánico, verdadero horror ante la idea de un amor absoluto porque eso significaría la muerte de sus egos. El amor corriente, sigue Miller, no incluye el sacrificio por los otros, ni el servicio a la sociedad porque sólo pretende la comodidad, la seguridad, la plena satisfacción de sus deseos. Los que así viven son incapaces de renunciar a su condición porque no tienen la suficiente fe, que es lo que le da sentido al amor.
          -¡Bravo! Fue un discurso conmovedor.
          -No aplaudas, que todavía falta lo mejor.
          -¿Lo mejor? ¿Acaso lo mejor tuyo es más que lo mejor mío?
          -Dentro de un rato vamos a comparar. Ahora voy a decirte lo que pienso sobre el sacrificio.
          -¿Más sufrimiento?
          -No necesariamente pues el sacrificio por amor no es un dolor. No sé si leíste  Por quien doblas las campanas de Hemingway. ¿Sabés de dónde sacó el título de su novela?    
          -No.
          -De unos versos del poeta inglés John Donne que dicen: La muerte de un ser humano me disminuye, porque soy parte de la Humanidad. Por ello, no preguntes por quién doblan las campanas. Doblan por vos
-¿Cuál sería  la relación?
          -Con la participación, que permite sentir el dolor de cualquier ser viviente como un dolor propio, pues todo lo que significa separatividad es tristeza y soledad. Esto es posible cuando has aflojado las máscaras de tu ego para ver qué hay un poco más allá de una vida aislada de los otros.
          -Interesante, pero no me parece tan fácil. ¿Lo has intentado?
          -Muchas veces te he dicho que para  mí la literatura es un  pretexto. Es sólo una escalera para subir al techo de mi casa. Cuando suba ya no desearé bajar. Aunque sea a una mínima escala pienso, vivo y participo de ese amor trascendente, que cuando se expresa elimina las diferencias, los prejuicios, los condicionamientos de la conciencia colectiva de  la que pretendo zafar. Es un esfuerzo continuado que procura anular toda forma de separatividad.
          -¿Incluido lo que pueda separarnos a vos y a mí?
          -Bueno, no todo. No apartaría las diferencias de género, por ejemplo.
          -Eso me gusta. Pero estaría faltando la cereza de la torta. Una recompensa por la paciencia de escucharte, aunque no podría jurar que me disgusta.
          -Vos sos para mí, Lidia, como una caja de resonancia que me ayuda a expresar mis ideas y sentimientos,  aunque a veces te parezca que soy elusivo, que me ausento sin aviso cuando estamos juntos. Y como estoy más que seguro de que en pocos minutos yo también seré recompensado como un guerrero al que una bella valkiria ofrece su cuerpo como reposo, voy a recitarte unos versos de Francisco Luis Bernárdez que anoté al poco tiempo de conocerte. Dicen así: Dulce tarea es contemplarte / noche que ahora como ayer estás conmigo / Y mucho más desde que siento / que en otro ser he descubierto mi destino.
          -Sos malo, me estás haciendo llorar.
          -Pero no acaba aquí mi homenaje a la mujer que se reparte, que comparte los mejores días de mi vida, que me asiste con su sola presencia y me ayuda a resistir. Si puedo sostenerme es porque siempre estás ahí, próxima, como si pudieras hacer posible lo imposible, otras de las definiciones del amor perfecto.
          -No quiero ni pensar que algún día no estaremos juntos.
          -Ahora estamos juntos. Somos los únicos habitantes del universo.
          -Está bien, no creas que estoy llorando por vos. ¿Vamos a la cocina?
          -Antes escuchá lo que voy a leerte. Ojalá lo hubiera escrito yo, pero es de Neruda, la estrofa final de su  “Oda a tu aroma”. ¿Preparada?
          -Lista.
          -Desde tu corazón sube tu aroma como desde la tierra la luz hasta la cima del cerezo. En tu piel yo detengo tu latido y huelo la  ola de luz que sube, la fruta sumergida en su fragancia, la noche que respiras, la sangre que recorre tu hermosura, hasta llegar al beso que me espera en tu boca.
          -¿Igual a éste?



          -Lidia, ¿sacaste el pasaje?
          -Salgo mañana a las  11 de la noche, en el directo de Chevallier, el mismo que tomás vos cuando vas a Mendoza. Qué extraña es nuestra relación, Juan, años y años viajando miles de kilómetros para poder estar un par de días juntos. Muchas veces, al despedirme o al despedirte cuando sos vos el que regresa, me siento vacía, como si el espacio que nos va a separar durante algunas semanas se dilatara, alejándonos.
          -Ya hemos hablado sobre ese tema docenas de veces. ¿Por qué otra vez? Tenemos una especie de convenio con códigos que hemos prometido respetar, una manera especial de compartir nuestras vidas. Es lo que tenemos.
          -No estoy quejándome, solo que quisiera que decidiéramos formar un hogar, una familia, aunque te parezca una idea pequeña y burguesa.
          -No es una idea burguesa o revolucionaria la que nos impide vivir juntos cada día  y cada noche. No es una alternativa entre tantas sino la única que nos podemos permitir. ¿Para qué ensombrecernos? Cuando en algún momento fui yo quien te propuso lo de vivir juntos, fuiste vos la reticente, la que puso un muro de amables ambigüedades  entre los dos.
          -Somos muy diferentes en muchas cosas, Juan, especialmente en que pertenecemos a géneros opuestos. Jamás sabrás lo que es pensar y sentir como mujer. Lo que sucede es que cuando estamos juntos me vuelvo obsesiva.
          -Y posesiva.
          -Es posible, mi amor. Después, cuando estoy sola, frente a mis preocupaciones e imposibilidades, frente a algunos compromisos personales de los que no deseo hablar, no sé qué haría si fueras vos el que nuevamente me pidiera vivir juntos.
          -Sabés cuánto y cómo he respetado tu privacidad. No toquemos algunos asuntos que siguen siendo como llagas que no terminan de sanarse. A esta altura ambos tendríamos que aceptar una realidad que nos supera. A mí también me produce una buena dosis de tristeza cada vez que debemos separarnos. Pero no creas que es una tristeza absoluta porque apenas empezamos a distanciarnos estoy contando los días que faltan para volver a estar juntos, como hoy.
          -Siempre tenés la frase exacta para justificarte.
          -No es justificación. Es aceptar lo inevitable al mismo tiempo que agradezco a la vida por esta oportunidad.
          -¿La oportunidad de amarme?
          -Eso mismo. Me sucede como a los protagonistas de una película que he visto hace mucho tiempo, tanto que apenas recuerdo el argumento y el título. Creo, si no estoy equivocado, que se llamaba Hasta el próximo año a la misma hora.
          -¿Cuál sería la relación con nosotros?
          -El amor de uno por el otro, la certeza de que nada podrá separarnos mientras vivamos.
          -Está bien, pero contame esa historia cinematográfica que tanto te ha conmovido.
          -Antes te pregunto lo siguiente: Si tuvieras que elegir, por alguna razón ajena a tu voluntad, entre dejar de vernos o encontrarnos una sola vez al año, ¿qué  elegirías?
          -No lo sé, Juan, en este momento no sabría qué decirte.
          -En cambio, yo elegiría verte una sola vez al año. Como  el preso en la cárcel,  haría una marca en mi celda por cada día que me aproximara a mi encuentro con vos. No viajaría ni en ómnibus ni en avión a Mendoza, volaría directamente para hacer de ese encuentro el próximo mejor encuentro de mi vida.
          -Muy romántico, pero contame la película.       
          -No recuerdo detalles sino la trama principal. Un hombre y una mujer, jóvenes, se encuentran circunstancialmente en una villa turística. No sé por qué estaban allí, pero se conocen, se descubren y se aman. Pero deben separarse pues cada uno de ellos tiene su familia, son casados, con trabajos y profesiones distintos en distintas ciudades.
          -Algo parecido a nosotros. ¿O no?
          -No tan igual ni parecido, Lidia, no toquemos ese tema. Dejame que te siga contando. Los amantes juran verse una vez al año,  en el mismo lugar, a la misma hora. Va pasando el tiempo y así ambas vidas tan diferentes siguen su destino, mejor dicho la rutina de sus respectivos compromisos. Tienen hijos, enfermedades, los problemas que todos podemos tener. Él se divorcia de su mujer y ella permanece junto a su esposo, al que por supuesto también ama hasta el momento en que se convierte en viuda. Ya ancianos, el amante muere y ella se encuentra en la villa turística contando su secreta  historia de amor a una de sus nietas adolescentes. También recuerdo que a la salida del cine todo el mundo tenía lágrimas en los ojos.
          -¿Vos también?
          -Por supuesto que estaba emocionado porque, por alguna razón que desconozco, me identifiqué con el personaje. Yo también preferiría morir antes, para que vos pudieras contar por qué y  cómo y cuándo nos amamos. Libre de prejuicios, ya anciana, revelarías que fuiste mi amante. ¿Lo harías?
          -En estos momentos no tengo la menor idea de cómo lo haría. Para empezar no podría mencionar nuestros verdaderos nombres, me refiero a los que figuran en el documento de identidad. Yo no me llamo Lidia Gutiérrez.
          -Tampoco yo me llamo Juan Sánchez. No es necesario ni prudente escribir ciertas autobiografías. ¿Para qué sirven si no las diferentes estrategias del narrador? ¿Acaso somos exhibicionistas para mostrarnos desnudos ante los lectores? ¿Qué derecho tienen ellos para saber quiénes somos en realidad?
          -De acuerdo. No es necesario que me sigas explicando tus técnicas escriturales. ¿Cómo lo harías vos?
          -Escribiría una novela-ensayo en la que, aprovechando las relaciones amorosas de los personajes, incluiría fragmentos de lo que nosotros dos hemos vivido. Por supuesto que mi proyecto es mucho más complicado y original.
          -Buena idea, podríamos trabajar juntos.
          -Hace años que guardo apuntes basados en la creencia de que junto a cada gran hombre hay una gran mujer.
          -Y viceversa. ¿O no?
          -Por supuesto. Ahora voy a adelantarte  algunos de los protagonistas que estoy investigando. ¿Tenés ganas de escuchar o estás cansada?     
          -Me interesa.
          -En primer lugar agruparía a algunas parejas emblemáticas universalmente conocidas.
          -¿Emblemáticas? Qué palabra más tonta, Juan.
          -No importa esa palabra. Digamos simbólicas y representativas. Empezaría por la relación afectiva que unió a Juan Perón con Eva Duarte.
          -¿Fuiste peronista?
          -No, Lidia, sabés que no lo fui. Después de tantos años sigo amando a Evita, algo que nunca me pasó con el general. Sobre ellos se han escrito cientos de libros y docenas de películas, de manera que rápidamente voy a mencionar a otros dúos amorosos, algunos realmente trágicos. Me refiero a Benito Mussolini y Clara Petacci, su amante, ajusticiados por los partisanos apenas los capturaron al final del imperio fascista. Parecido destino tuvieron Adolf Hitler y Eva Braun, suicidados con veneno en el bunker que los ocultaba también al final de la Segunda Guerra. Tengo que pensar en lo original que puedo ser si pienso en la infinidad de biografías y ensayos que circulan sobre estos arquetípicos personajes.
          -Estos últimos no fueron nunca santos de mi devoción.
          -Tampoco para mí. Ahora paso, gozando de tu paciencia, a lo que considero un gran amor, no el de un dictador y su dama sino el del revolucionario y una mujer singular. ¿Sabés quién fue Tamara Bunke Bider?
          -Ni idea, decime vos que sos el recopilador.
          -No me doy por aludido y continúo con el repaso de mis borradores, por ahora mentales. Tamara Bunke Bider era el nombre civil de Tania. ¿Te suena?
          -No me digas que así se llamaba la compañera del Che.
          -La historia de Tania todavía está esperando su novela y su película. Era argentina, hija de alemanes y trabajó, parece, para los servicios secretos de Rusia, como traductora en Alemania Oriental. En algún lugar conoció a Ernesto Guevara y desde el primer momento se hicieron cómplices en el proyecto revolucionario del Che. Como es lógico suponer, Tania ocultó sus desplazamientos para  no ser detectada por los agentes de inteligencia rusos, chinos y cubanos que andaban tras ella para ubicar a nuestro compatriota, entonces oculto, disfrazado y con diversos documentos de identidad apócrifos, viviendo en Praga. En esa ciudad  se encontraron en algunas oportunidades y juntos trazaron la utópica incursión en Bolivia con apenas un puñado de guerrilleros.
          -¿De dónde sacaste esa información?
          -De la única novela publicada hasta hoy sobre la vida del Che, Los Cuadernos de Praga, de Abel Posse. ¿Sabías que estuve con este gran novelista?
          -¿En serio? ¿Dónde?
          -En Córdoba, precisamente en octubre pasado. Como yo iba a ser el presentador de su libro, desayunamos en el Hotel Meridian con periodistas y fotógrafos del diario La Voz del Interior. Tengo una fotografía que nos tomaron juntos y un ejemplar autografiado de su libro.
          -Te felicito, pero seguime contando. Sé que a Tania la mataron, pero ignoro cómo sucedió.
          -Tania se había separado del campamento guerrillero para buscar víveres cuando al cruzar un río la ametrallaron a ella y a sus compañeros. Semanas después cayó el Che en una emboscada. El resto lo conocés bien. Muchos años después encontraron los huesos de los que habían sido amantes, amigos, confidentes y soñadores de una revolución latinoamericana que jamás fue. Una historia maravillosa si pudiéramos llamar maravillosa a la tragedia de los héroes populares.
          -¿Por qué no? Aun a pequeña escala todo gran amor tiene algo de trágico. Creo que en alguno de tus cuentos hablás de ese tema.
          -Estoy seguro de que la grandeza de algunos amores proviene del drama, bien por la muerte o por la imposibilidad de realizar ese amor. Algo así sucedió con Franz Kafka y Milena Jesenská. ¿Conocés la  historia?
          -No en detalles, pero esperá un momento que voy a buscar algo de comer en la heladera. ¿Querés?
          -Por supuesto, yo calentaré agua para el café.
          -Por lo que sé, la vida de Kafka es tan apasionante como sus novelas. Contame sobre ese amor.
          -Es uno de los autores sobre el cual más se ha escrito. Todo en su vida vino mal barajado. Era judío en una sociedad antisemita a la que en pocos años Hitler daría su golpe mortal. De origen alemán, escribiría en ese idioma a pesar de haber nacido en la entonces Checoslovaquia. En su Carta al padre revela la dolorosa relación que mantuvo con éste a lo largo de su vida. Tuvo una serie de amores traumáticos que lo llenaron de complejos y de culpas. Padeció la soledad y una enfermedad  que entonces no tenía cura, la tuberculosis. En La metamorfosis y en El proceso expone simbólicamente su tragedia, encarnándose en personajes que fueron y siguen siendo pasto para psiquiatras, sociólogos e historiadores.
          -Una de las lecturas que pueden hacerse es que de algún modo profetizó la llegada del nazismo. ¿Lo ves así?
          -Y también del estalinismo que enlutaría Rusia y numerosos países de Europa central, aunque algunos de mis queridos amigos marxistas no estén de acuerdo con lo que digo.
          -Contame sobre su relación con Milena.
          -Kafka conoció a Milena Jesenská cuando ella comenzó a traducir sus novelas del alemán al checo. Era una mujer joven, casada, atractiva y muy inteligente que llegó a tocar los abismos más profundos del gran escritor. Según sus biógrafos, Milena fue entre todas las mujeres que se vincularon con Kafka, su más grande amor aunque ella jamás quiso separarse de su marido. En una carta a su amigo Max Brod, Franz dice: Ella es puro fuego, algo que jamás he visto, un fuego, por cierto, que a pesar de todo sólo arde para su marido.
          -Al final me estás convenciendo, Juan, sobre que sería mejor vernos una vez al año antes que nunca. Nuestro amor es distinto y distante pero no tiene el sabor de la tragedia. ¿Ves lo que me pasa? En este momento me gustaría quedarme a vivir con vos o que vos te vayas a vivir conmigo a Mendoza. ¿Te parece que soy obsesiva?
          -Mientras seas  obsesiva por mí, estás perdonada. Termino con Kafka y vamos a dormir. En una de sus cartas a Milena, el genio que en uno de sus libros despierta convertido en  un insecto repugnante, le dice a su amor: Los besos por escrito no bastan, se los beben por el camino los fantasmas. Qué distinto a lo que me sucede con vos, Lidia, que bebo tus besos directamente de tu boca. ¿No tenés sueño? Yo, sí.
          -Juan, no seas egoísta. Dejame que te cuente algo así como una leyenda de amor que me da vueltas en la cabeza desde hace años. Tiene que ver con las historias que me estás contando. Te autorizo a que la incluyas en tu ensayo. Empiezo diciéndote que no me importa ni voy a preguntarte si la conocés porque necesito volver a recrearla, esta vez únicamente para vos.
          -¿De quién estás hablando?
          -De Simón Bolívar y Manuela Sáenz.
          -Por solo escuchar tu voz voy a postergar por un rato el sueño y mis deseos de amarte. Cierro los ojos y te escucho.
          -No es la historia completa sino apenas una síntesis, algo así como la médula de un amor histórico, trágico y apasionado. Vos sabés que aunque a los argentinos nos  molesta reconocerlo, el gran libertador de América fue Bolívar. Extendió su poder en una región que es cinco veces más grande que Europa. A pesar de que era un hombre más bien bajo y poco atractivo, tuvo docenas de mujeres, todas las que deseaba por su poder pero también por su capacidad para enamorar.
          -Si hubieras vivido en aquel tiempo, ¿hubieras sido una de sus amantes?
          -Por supuesto, Juan, aunque la historia no lo hubiera registrado habría sido aunque solo por una noche, su mujer. ¿Sentís celos?
          -Por ahora me divierto. Te admiro y te deseo.
          -Manuela Sáenz era hija de una familia de la alta sociedad, que la envió a estudiar a un colegio de monjas de donde la jovencita, a los 17 años, huyó a caballo con un joven oficial español. La familia ocultó la vergüenza social casándola con un hombre mayor que ella, mister James Thorne, que oficiaba de médico entre los militares que entonces conspiraban contra España en casi todos los países de América. ¿Me seguís? ¿No estás durmiéndote?
          -Soy todo oídos.
          -Desde el momento en que se conocen y se descubren en una fiesta, Manuela sigue a Bolívar de un punto a otro de ese ancho mundo colmado de guerras, revoluciones y traiciones. La lucha por la independencia y sus obligaciones personales los unen y los separan pero siguen viéndose, amándose, hasta que cansado, enfermo, traicionado y humillado, Bolívar muere en octubre de  1830. Meses antes se habían visto obligados a separarse para no verse nunca más. Ella fue expulsada de Colombia por el gobierno enemigo de su amante y  parte hacia Jamaica en donde también la consideran persona no grata y debe regresar. Se instala en Paita, al norte de Perú, en una aldea de pescadores donde sobrevive con sus negras que la seguían fielmente, vendiendo pasteles. Sólo tiene entonces 38 años pero está envejecida. Sola, pobre y olvidada permanece en el mismo lugar durante décadas hasta que una epidemia de difteria arrasa con todos los pobladores de Paita, incluyéndola a ella y sus queridas sirvientas, amigas y protectoras negras. Tenía a su muerte 50 años. Sus restos, arrojados a una fosa común, jamás fueron encontrados. Para entonces, en Caracas, su amado Simón yacía en un mausoleo de bronce, venerado por su pueblo. Fin de la historia.
          -¿Qué pasa, Lidia? ¿Estás llorando?
          -Qué espantoso y que injusto sería, Juan, que si yo muriera no pudieras llegar a tiempo para despedirme.
          - No hablemos de muertes. Con lo de hoy ya es suficiente. Vení, vamos a la cama.



          Es difícil que exista una persona que no haya experimentado el fenómeno conocido como coincidencia y al que los científicos modernos denominan sincronicidad, sucesos de la vida ordinaria que parecen superar a la más fértil imaginación. Caos, azar, sincronía son palabras que pueden conducirnos a cientos de libros y revistas especializadas cuya lectura resultará tan atractiva como el más sabroso libro  de ciencia ficción.
          Lo que también es verdad es que no todos los días nos encontramos experimentando alguno de esos (por ahora, para nuestra ignorancia)  inexplicables fenómenos. Uno de estos apareció en la edición del sábado 20 de enero del 2001 del diario “La Voz del Interior”. En la página 5 C se publicó el cuento  Idilio de Guy de Maupassant, y el mismo día, en la página 4 A una noticia sobre inmigrantes dominicanos que permanecieron once días a la deriva hasta que fueron rescatados y obligados a regresar.
          ¿Por qué extraña coincidencia, azar o casualidad en ambos textos, uno literario y otro periodístico, lo que allí se narra pareciera ser la misma y antigua historia de supervivencia relacionada con el primero y más amoroso de todos los alimentos?
          Después de que leas las páginas que siguen podrás sacar tus personales conclusiones. No es necesario creer o no creer para que cualquiera de nosotros se encuentre, de repente, frente a lo desconocido maravilloso. Si no alcanzamos a comprenderlos o justificarlos, podemos al menos gozar los sucesos como pura literatura, y continuar viviendo en paz.



          Versión libre y resumida del cuento “Idilio” de Guy de Maupassant.

          En el tren que acababa de salir de Génova rumbo a Marsella, una mujer robusta y un hombre joven viajaban frente a frente en el último vagón, mirándose por momentos pero sin hablarse. La mujer, de aproximadamente 25 años, iba sentada junto a la ventanilla, observando el paisaje. Era una campesina piamontesa de ojos negros, pechos abultados y rostro carnoso y rosado. Había metido debajo de su asiento algunos paquetes y sostenía sobre sus rodillas una cesta.
          El joven no tendría más de 20 años, era flaco, alto y curtido, con el típico color en la piel de las personas que cultivan la tierra a pleno sol. A su lado llevaba su única fortuna, un par de zapatos, una camisa, unos pantalones y una chaqueta. También él había ocultado algo debajo del banco de madera donde esta sentado: una pala y un azadón, atados con una cuerda. Viajaba a Francia en busca de trabajo.
          El sol ascendía lentamente en el cielo derramando su luz sobre la costa, en esos días de mayo en que se esparcían por el aire los deliciosos aromas de naranjos y limoneros en flor. Sus perfumes dulzones, fuertes e inquietantes se mezclaban con el hálito de las rosas que brotaban por todas partes como hierbas silvestres a lo largo de las vías. El aire, una golosina sabrosa como el vino que embriaga, penetraba en los vagones por las ventanillas.
          El tren se desplazaba lentamente, se detenía en estaciones pequeñas rodeadas por unas pocas casas blancas y enseguida echaba a andar haciendo sonar su silbato. Nadie subía en esas paradas, como si el mundo entero estuviese dormitando en aquella cálida mañana de primavera.
          La mujer, por momentos dormitaba pero abría rápidamente los ojos apenas sentía que la cesta comenzaba a deslizarse sobre sus rodillas. El sudor cubría su rostro y respiraba con dificultad, como si la afectara una opresión dolorosa. El joven, como buen campesino, dormía plácidamente.
          Súbitamente, al arrancar el tren de una solitaria estación, la mujer salió de su entresueño, abrió la cesta y sacó un pedazo de pan, huevos duros, ciruelas y una botella de vino, y se puso a comer.
          También el joven se había despertado bruscamente. Miraba a la mujer siguiendo con la vista el movimiento de cada bocado, desde la cesta a la boca voraz. Fijos sus ojos, cruzado de brazos, hundidas las mejillas, cerrados los labios.
          Ella comía con gula, bebiendo a cada instante un sorbo de vino para ayudar a pasar los huevos, y de cuando en cuando suspendía la masticación para dejar escapar un suspiro de alivio.
          Se comió todo: el pan, las ciruelas, los huevos, el vino. Apenas ella terminó de comer, el joven cerró los ojos por un instante pero, súbitamente, volvió a mirar en el preciso momento en que la joven, sintiéndose apretada, se aflojó el corpiño.
          Sin preocuparse por los ojos que la estaba observando, la mujer siguió desabrochándose el vestido. La fuerte presión de sus senos apartaba la tela dejando ver, por la abertura creciente, algo de la ropa interior y una porción amplia de su escote. Dijo:
          -Hace tanto calor que no se puede respirar.
          El joven le contestó con el mismo acento piamontés:
          -Es un  hermoso día para viajar.
          Ella le preguntó:
          -¿Es usted del Piamonte?
          -Soy de Asti.
          -Y yo de Casale.
          Entonces eran vecinos, de lugares cercanos y esta circunstancia los animó para iniciar una conversación. Hablaron de sus pueblos, de sus vecinos, citaron nombres que revelaban a personas conocidas por los dos y también algunos enemigos comunes. La amistad y la confianza iban creciendo; hasta decidieron hablar de sí mismos.
          Ella estaba casada y había dejado a tres de sus hijos al cuidado de una hermana porque había encontrado una colocación como nodriza en casa de una buena señora en Marsella.
          Él iba en busca de trabajo a la misma ciudad. Le habían dicho que por allí lo encontraría pues se edificaba mucho.
          Hubo un momento de silencio. El sol que caía a torrentes sobre  el vagón hacía que el calor se tornara insoportable. Volvieron a dormirse pero se despertaron casi al mismo tiempo en el preciso momento en que el sol descendía hacia la superficie del mar azul iluminándolo con infinitos destellos de luz. Había comenzado a refrescar.
          La nodriza, con el corpiño abierto, las mejillas húmedas y rosadas, exclamó con voz cansada:
          -Desde hace mucho no he dado el pecho y me siento mareada, como si fuera a desmayarme.
          El joven continuó mirándola, sin saber qué decir. Ella prosiguió:
          -Con la cantidad de leche que yo tengo es suficiente para dar de mamar más de seis veces al día. Me siento molesta, como si llevase un peso sobre el corazón que me impide respirar. Es una desgracia que mi leche sea tan abundante.
          El muchacho murmuró:
          -Sí, es una desgracia. Debe molestarle mucho.
          Daba la clara impresión de que la mujer estaba enferma, cansada y como a punto de desfallecer. Dijo con voz suave:
          -Con solo apretar un poco, la leche sale como de una fuente. Es un espectáculo curioso. Aunque le parezca increíble, todos los habitantes de Casale venían a verlo.
          -¿Ah, sí? –exclamó el joven. No sabía cómo continuar la conversación.
          -Tal como le digo. Podría demostrárselo pero con eso no conseguiría mucho. De esa forma no sale la cantidad de leche que necesitaría para aliviarme.
          El tren se detuvo en una de las estaciones. Junto a la barrera estaba una mujer con un niño  pequeño que lloraba en sus brazos. Dijo la nodriza:
          -Mire a esa pobre mujer. Cuánto podría yo ayudarla si su hijo pudiera beber de mis pechos. El niño calmaría su hambre y su llanto y para mí sería como darme una nueva vida.
          Hizo silencio mientras limpiaba el sudor de su frente con un rústico pañuelo. Empezó  a quejarse lastimosamente:
          -Creo que me voy a morir. No aguanto más.
          Con un rápido  manotazo abrió completamente el corpiño. Surgió el pecho derecho, enorme, tenso, con su pezón moreno.
          -¡Ay, Dios mío! ¿Qué voy a hacer?
          El tren se había puesto otra vez en marcha siguiendo su camino por entre las flores que expandían su aroma en el tibio atardecer. Un barco de pescadores permanecía como dormido sobre el mar azul, con sus blancas velas inmóviles reflejadas en el agua.
          De pronto, el joven, completamente confundido y avergonzado, dijo:
          -Señora…si usted me lo permite…perdóneme, yo podría aliviarla.
          Ella dudó un instante y le contestó, con su voz entrecortada por la emoción:
          -Desde luego. Si es usted tan amable podría hacer un gran favor. ¡Dios mío!, no puedo resistir más.
          De inmediato el joven se arrodilló delante de ella. La mujer se inclinó, acercándole con gesto de nodriza su pezón moreno. Al tomarlo entre sus manos para ponerlo en la  boca del hombre, apareció en la punta una gota de leche. Se la bebió con avidez y como si fuera un niño recién nacido comenzó a succionar la pesada y abundante teta.  Abrazaba a la mujer con sus brazos por la cintura, apretándola para aproximarla más. Bebía a tragos, lenta, regularmente, con movimientos acompasados de su cuello, como hacen las criaturas.
          Ella lo interrumpió para decirle:
          -Está  bien, ya me he aliviado bastante de ésta. Tome la otra.
          El joven obedeció, tomando del otro pezón. La nodriza había puesto sus manos sobre la espalda del ávido glotón y respiraba profundamente, con visible felicidad, saboreando el aroma de las flores del campo que traía el aire por las ventanillas.
          -Me siento aliviada, gracias a la Virgen.
          El hombre continuaba bebiendo de aquel manantial de carne con sus ojos cerrados, como para saborear mejor. Ella lo apartó con suavidad:
          -Basta, por favor, ya estoy bien.
          Se incorporó el muchacho, limpiándose la boca con el revés de su mano.
          Al mismo tiempo que volvía a guardar dentro de su corpiño sus generosos senos, ella dijo:
          -Se lo agradezco mucho, señor. Me ha hecho usted un gran favor.
          El joven campesino de Asti le contestó:
          -Soy yo quien debe darle las gracias, señora.  Llevaba tres días sin probar bocado.
          De los ojos de la mujer brotaron lágrimas:
          -Yo hace siete días que perdí a mi hijo.



          Una mujer amamantó a 16 náufragos.
         
          “Una mujer dominicana de 33 años, miembro de una expedición de inmigrantes a Puerto Rico y que había dado a luz semanas atrás, amamantó a las siete mujeres y nueve hombres con quienes estuvo once días a la deriva.
          Según el periódico dominicano “Listín Diario”, Maribel Taveras –quien en el viaje iba acompañada de su esposo- animó a los ocupantes de la embarcación a tomar leche de sus pechos cuando habían perdido toda esperanza de ser rescatados.
          “No tengan vergüenza, no nos vamos a dejar morir”, dijo la mujer a sus compañeros, quienes se reponen de las quemaduras solares, los problemas gastrointestinales y la deshidratación sufrida durante la travesía.
          Las provisiones de agua y alimentos se acabaron al tercer día, aunque en jornadas posteriores consiguieron recoger algo del líquido elemento, en unas bolsas de plástico, procedente de los aguaceros que cayeron,  mientras que otros probaron beber del mar.
          Para mitigar la ansiedad provocada por el hambre y la sed, Maribel Taveras aseguró que se prestó a que sus 16 compañeros de aventura mamaran de sus pechos.
          La “yola” (embarcación rudimentaria usada por los emigrantes clandestinos) con los l7 extenuados náufragos fue hallada el pasado 13 de enero por  los equipos de rescate de la Marina de Guerra en las costas de Nisibón, 11 días después de que zarparon.
          Más de la mitad de los tripulantes tuvieron que ser hospitalizados, mientras que los restantes fueron trasladados al Palacio Nacional de la Policía, en Santo Domingo, para ser interrogados.
          Los familiares de los rescatados pidieron a las autoridades que les concedan la libertad porque su único delito era tratar de buscar una vida mejor para los suyos.
          El miedo a ser descubiertos por una avioneta de la Guardia Costera puertorriqueña y las fallas en la brújula –a las pocas horas de zarpar- fueron las causas por las cuales la embarcación perdió el rumbo en el Océano Atlántico”.



          -Le agradeceré si en esta reunión usted puede ampliar algunos conceptos sobre el Tiempo y el Caos, dos temas que me resultan muy interesantes en la misma medida en que algo voy aprendiendo sobre ellos.
          -La cuestión es que no vayamos a meternos en un laberinto sin salida. No es fácil abordar asuntos que escapan rápidamente al menor intento de aprehensión.
          -Eso no significa que no podremos  intentar un ensayo de aproximación.   
          -En todos los casos, Juan, en todos los temas y situaciones, hay que hacer el esfuerzo y no darse por vencido antes de tiempo. La intención nos predispone para abrir nuevos estados de conciencia que posibilitan el discernimiento. Esta es la palabra que está más allá de toda lógica. ¿Qué otro sentido han tenido tus idas y vueltas desde hace años para entrevistarte conmigo y con otros preceptores de la Comunidad?
          -Es verdad. Desde largo tiempo  tengo el privilegio de conocerlo a usted. He recibido enseñanzas que cualquier hombre o mujer desearía recibir. Soy testigo de algunas de sus revelaciones que  guardo con mis votos de silencio, aunque también sigo esperando que llegue el momento en que se cumpla la promesa que usted me hizo hace tiempo.
          -Ese compromiso de viajar juntos a conocer un determinado lugar para que conozcas en directo algunos de los frutos de la Obra que estamos construyendo, no ha sido olvidado. Por ahora y quién sabe hasta cuándo, tu obligación es continuar recibiendo un entrenamiento de tal envergadura que te hará destinatario de una tarea que justificará tus mejores pretensiones como escritor. O tal vez no sea así. Dependerá de vos.
          -No desearía hablar sobre mi fidelidad, aunque la practico hasta los límites razonables, como usted nos ha enseñado.
          -Está bien eso de que uno jamás debe referirse a sus votos, a sus compromisos de vida consigo mismo y con la Divina Madre. De manera que aclarado el punto, digamos algo sobre el Tiempo. ¿Está bien?
          -Está bien, señor, lo escucho.
          -Una secuencia de Tiempo, mi querido Juan Sánchez, es un concepto relativo de la mente humana.
          -¿Por qué dice relativo?
          -Porque el Tiempo es uno, es indivisible y sólo puede percibirse como un eterno ahora. Procurá pensar en los minutos que pasaron y de ahí a las horas, semanas, meses y años y comprobarás que tu percepción del tiempo se ha diluido y apenas quedan residuos en tu memoria. Esas secuencias brevísimas o extensas de lo que creemos es el Tiempo, es un concepto relativo, fácilmente comprensible.
          -Y sobre el tiempo futuro, ¿qué podría decirme?
          -En el futuro sólo hay incertidumbre. Nuestra mente se proyecta por sus hábitos de aprendizaje hacia el devenir pero carece de una real percepción porque, vuelvo a decirte, el Tiempo es indivisible.
          -¿Usted quiere decirme, entonces, que el Tiempo no es otra cosa que una ilusión producida por sucesivos estados de conciencia?
          -Así es. Percibimos el Tiempo como una línea progresiva de infinitas causalidades. De este modo presente, pasado y futuro son medidas de tiempo relacionadas con el plano de lo manifestado.
          -Entiendo lo que usted dice, pero no tengo en claro cómo podríamos penetrar y permanecer en el Tiempo real.
          -Parece que ese logro no es tan fácil. Te imaginarás qué lejos está el hombre común de semejante posibilidad. Es necesario adquirir la conciencia de Sí-Mismo para descubrir la conciencia del Tiempo como Eternidad.
          -Cuya misteriosa puerta es el  eterno presente.  Usted me lo ha dicho en otras oportunidades.
          -Así  es, Juan. Como bien definió Tomás de Aquino en su libro Sobre la Eternidad del Mundo: Nada hay en el tiempo sino el ahora. No es una simple definición ni un mero concepto para repetir  mecánicamente. En ese instante sin instante, en el ahora que no empieza ni termina nunca, está el punto indivisible donde los místicos se encuentran a sí mismos, colisionan con la divinidad y se hacen Uno con Ella. En diferentes lenguas este estado de gracia se llama satori en japonés, samadhi en sánscrito, arrobamiento en nuestro idioma.
          -Lo que usted dice se refiere a lo que está del otro lado de todo fenómeno.
          -Por supuesto. En  el noúmeno, en la esencia del Ser, más allá de las percepciones ilusorias de Maya, el concepto de Tiempo carece de identidad.
          -Sin embargo, señor Valentín, el tiempo es mensurable.
          -¿Quién lo niega? De este lado tenemos los relojes, los calendarios, los giros de la Tierra sobre su eje y alrededor del Sol, la inclinación del eje del planeta que produce las estaciones, las variaciones del clima. Tenemos también la vida, del nacimiento a la muerte, la cultura, la memoria, la historia.
          -Pero eso no tiene nada que ver con el Tiempo real. ¿Verdad? 
          -Nada que ver. Son medidas, magnitudes, fragmentos, secuencias del tiempo fenoménico, este mismo,  en el que hasta este momento permanecemos.
          -He leído que los hindúes formulan ideas sobre el tiempo cósmico que son asombrosas. ¿Qué dirá la ciencia académica a propósito de esas magnitudes?
          -Existen conocimientos que son anteriores a nuestra época en cientos de miles de años. Algunas cifras parecen desmesuradas, como el denominado Día de Brahma,  un período de 2.100 millones de años, que corresponde a uno de los ciclos de la manifestación que es reemplazado por una Noche de Brahma de igual duración y que corresponde a un período de reposo y disolución. Al despertar de ese primer día y esa primera noche, se inicia nuevamente el proceso que dura 100 días y 100 noches cósmicas que los maestros de la India identifican como una Edad de Brahma.
          -Es increíble. Qué infinitamente mínima parece la vida de un ser humano frente a semejantes cifras.
          -No olvidés lo que dijimos hace un momento, que toda secuencia de tiempo es un concepto relativo de la mente humana. A esos números podemos oponer otros de tal modo que la vida de un hombre no parezca ni tan breve ni tan limitada. ¿Recordás nuestras aproximaciones a la física cuántica?
          -Por supuesto.
          -En el microuniverso, el tiempo de vida de una partícula subatómica puede llegar a ser una fracción de miles y millones de veces de un segundo. Es posible que el hombre sea un punto intermedio entre una  Edad de Brahma de 2.100  millones de años y la duración de una micropartícula cuya existencia es absolutamente incomprensible para nuestra razón. ¿Qué te parece?
          -Increíble. Parecen datos sacados de una novela de ciencia ficción.
          -Tenés razón, aunque yo creo que los datos de la ciencia objetiva van a veces más allá de cualquier especulación, fantástica o científica. Esto no le quita méritos a los visionarios del nivel de Arthur Clark, Isaac Asimos, Philip Dick, y otros.
          -¿Usted está de acuerdo, señor Valentín, en que algunos de estos grandes escritores son los profetas de nuestra Era, así como  lo fueron otros en los tiempos bíblicos?
          -Completamente de acuerdo. Los escritores anuncian, van despejando el camino de la indagación científica que hará su aporte en el momento  apropiado.
          -A propósito, señor, usted en algún momento ha sugerido que yo podría llegar a ser el transmisor de algo así como una profecía,  una revelación. ¿Cuándo sabré que habrá llegado el momento de conocerla y hacerla pública?
          -Ese momento no es ahora. Si te parece bien, cambiando de tema, y como tenemos todavía unos minutos disponibles, hablaremos  sobre lo cual has estado leyendo últimamente. Pero antes vamos a servirnos otra taza de café.
          -Muchas gracias. Sí, he leído varios libros y por supuesto que también he practicado algunas meditaciones sobre el famoso Caos, aunque siempre me resulta más claro y comprensible cuando usted me lo explica  y me hace una síntesis,  de la cual tomo nota, con su autorización.         
          -Así es, Juan. Es necesario contar con apuntes breves, claros y concisos sin los cuales, precisamente, el conocimiento se agrupa  desordenadamente en nuestra base de datos. Es lo que les sucede a los verdaderos ignorantes.
          -¿Quiénes son? ¿No seré yo uno de ellos?
          -Son los que saben poco y porque saben poco creen que saben mucho. No es tu caso, Juan, pero siempre es bueno tomar precauciones y permanecer alerta.
          -Tiene razón, señor. A veces me siento algo así como el dueño de numerosos saberes y en otros momentos creo ser el más ignorante de todos sus discípulos. No es orgullo ni falsa modestia, créame.
          -Te creo.
          -Entonces explíqueme que entiende usted por Caos.
          -Contrariamente a lo que el común de la gente cree, el caos no existe.
          -¿Cómo que no existe?
          -El Caos  (con mayúscula) es una forma sutil, delicada y elusiva del orden. El caos, tal como es percibido por la mente común, no existe. Sólo podemos comprenderlo desde una dimensión superior. En este universo existen diferentes dimensiones, distintos niveles de orden que permanecen entrelazados y plegados sobre sí mismos. Pero ese universo jamás está quieto. Es un mundo dinámico al que sólo le basta un pequeño cambio, un  hecho incidental, para hacer que cualquier sistema se torne caótico o convertir ese caos en un mundo ordenado. ¿Está claro?
          -No tanto como yo quisiera, aunque voy siguiendo atentamente sus explicaciones. En este punto, ¿qué relación existe entre la creatividad y el caos?
          -Buena pregunta, Juan. Justamente, la creatividad en todos los órdenes, científicos, artísticos, literarios significa extraer fragmentos del caos y convertirlos en un nuevo orden. Por eso no es correcto pensar que el creativo saca algo de la nada. El caos no es la nada ni algo  semejante. Es una actitud soberbia creer que uno puede sacar algo de la nada, como si fuera un dios.
          -¿Nada sale de la nada?
          -Exactamente. Todos los seres y las cosas están interconectados. El universo entero es una red de fenómenos interdependientes, una trama vasta y dinámica de sucesos que se conectan unos con otros. Y no olvides, Juan, que ninguno de esos sucesos es una entidad fundamental. Es lo que se desprende de la teoría del caos que distintos científicos explican a su manera desde la óptica de sus especialidades.
          -Eso significaría que la creatividad no es algo que aparece por primera vez.  ¿Lo que ahora descubrimos estuvo antes guardado, plegado, aguardando otras  conexiones?
          -La creatividad  en un primer momento, se conecta con lo que había antes del intento; en el segundo movimiento se interna en lo desconocido (podríamos llamarlo el caos), toma una parte de lo que allí descubre y, en el tercer movimiento, vuelve a su dimensión original  para conectarla con lo conocido.
          -Me parece complicado para quien pretenda convertirse en un espíritu creativo, en un descubridor, en un transgresor.
          -No es tan complicado si en el instante del acto creativo dejás fuera los bloqueos de tu mente racional y te impulsás con todas la fuerza de tu imaginación, con el poder del más puro instinto renovador.
          -El pensamiento es enemigo de la creatividad, dijo Ray Bradbury.
          -Esa es una formidable definición. Me agrada. No es por una disposición lógica que se genera la creatividad sino mediante la pura contemplación. Por eso algunos científicos, hombres de negocio y artistas practican la meditación, tal cual  nosotros mismos lo hacemos. ¿De acuerdo? Estas son ideas simples y fundamentales sin las cuales la cultura no tendría posibilidades de renovación. Seguiríamos siendo hombres de las cavernas.
          -Lo tendré en cuenta, señor Valentín. Gracias.
          -¿Dónde estás parando?
          -En el Hotel Las Cascadas.
          -¿Qué tal las comidas y postres de la señora Aída?
          -Tanto ella como su hija Liz son buenas cocineras y afectuosas anfitrionas.
          -¿Viajarás esta noche? El camino hasta Villa General Belgrano no está en buenas condiciones.
          -Por eso mismo viajaré mañana, muy temprano. Lo veré el mes próximo, pero antes lo llamaré por teléfono para convenir la hora y lugar. Además, hablaré con usted por un asunto que ha quedado pendiente.



          Querida Lidia: Después de tu llamada telefónica, te imaginarás que no pude dormir. Solo pude hacerlo en plena madrugada, una hora antes de tener que levantarme para ir a trabajar. Ya habíamos hablado sobre tus problemas de salud, pero jamás imaginé que sucediera lo que me has contado. Supongo que estarás en manos de buenos médicos y que tendrás el apoyo de tu familia. Ahora no nos resultará fácil comunicarnos, en parte por las razones estúpidas que ambos conocemos. Te enviaré mis cartas al lugar habitual y si tuvieras algo urgente para comunicarme, no dejes de pedirle a Mirta que lo haga por vos.
          Anoche me pediste, me obligaste a prometer, que por ninguna razón dejara de seguir trabajando en el ensayo sobre la relación de hombres y mujeres en algo así (lo habíamos definido con una pizca de ironía) como un Tratado sobre los Doce Rayos del Amor. No pienses que voy a ponerle ese título al que mis amigos incluirían, sin titubear, en la sospechada corriente New Age. De lo que sí estoy seguro es que no avanzaré una página hasta que no estés restablecida y pueda leerte mi trabajo página a página como lo hice tantas veces.
          Después de que hablamos por teléfono, en mi largo insomnio, repasé  lo que sería nuestra biografía  secreta, la que sólo podrá ser conocida si yo usara los mejores trucos de la literatura. ¿Cómo lo haría? La vaga idea, que está dándome vueltas por la cabeza, es armar una especie de colage con fragmentos de mi vida, mis relaciones y escritos, mi familia y amigos, curiosidades y argumentos de cuentos todavía en borrador, un extracto de cartas enviadas y recibidas y todo lo que en conjunto sugiera la idea de un caos desplegado y puesto en orden.
          En medio de esas páginas iré intercalando lo que he recordado, especialmente cuando estoy solo, sobre algunos de los momentos que vos y yo hemos compartido. Por ahora es un simple proyecto que necesito madurar aunque desde ya sé que esta carta será uno de los capítulos de mi libro, mejor dicho: uno de los fragmentos. 
          Anoche, como ocurre muchas veces con las ideas que súbitamente nos llegan vaya a saber desde dónde, recordé la frase final de una carta que le envió Gustave Flaubert a su discípula y amante Louise Colet, en la que le dice: Me humillas con la grandeza de tu amor. No he podido apartar de mí la certeza de que yo también me siento así respecto de vos. Tal vez esté en este momento descubriéndote en aspectos que antes, por necio o por egoísta, no supe ver en nuestra relación. Has tenido más valor, osadía y fidelidad que yo para sostener nuestro vínculo más allá, incluso, de la prudencia. Espero tener la oportunidad de decírtelo personalmente para que me mires con esa expresión mezcla de asombro y simpatía picaresca cuando te lo confiese. Ya me parece escucharte cuando me digas, pero qué te ha sucedido, mi querido Juan Sánchez, para que hayas superado tus temores y escrúpulos, tus virajes por la tangente para decirme que sí, que ahora me amás.
          Como acostumbro a hacerlo en mis escritos literarios, es posible que lo mejor de mí haya fluido hacia vos enmascarado, más en actos que en babosidades sentimentales. Sé que no te gusta esa expresión pero todavía no encontré otra que sea un poco más delicada. Si leés atentamente esta carta, vas a descubrir implícita en algunas líneas, mis actos de amor hacia vos, muy específicamente en los apuntes que voy a transcribirte  y que tienen que ver con lo que decíamos la última vez que estuvimos juntos, hace más de tres meses, en mi departamento. Habíamos quedado en las parejas públicas y notorias que ya están configuradas en cientos de libros. Nos faltaba echar una mirada a hombres y mujeres que llegaron a la cima del amor humano mientras compartían la búsqueda de lo sagrado.
          De algunas de esas parejas tengo mayores datos que sobre otras. Pensemos, por ejemplo, en Jesús  y María de Magdala, a quien la iglesia católica le atribuye el rol de puta pública mientras que las escuelas gnósticas y la teosofía le asignan dones tales como belleza, inteligencia, clarividencia, suprema feminidad mística. ¿Sabías que hasta el Concilio de Micenas en el siglo VI recién la Iglesia admitió la existencia sagrada de María, la madre del revolucionario judío? Debieron pasar otros mil quinientos años para que, paralela a la emancipación de la mujer, apareciera el culto Mariano. Tengo mis sospechas sobre el grado de amor que mantuvieron María de Magdala y Jesús. En uno de los evangelios  gnósticos atribuido a Tomás, se comenta esta escena: estando reunidos, como era habitual con su grupo, uno de los discípulos le dijo al Maestro: ¿por qué siempre la besas en la boca? Con la condescendencia, tolerancia y paciencia con la que imagino que el joven galileo trataba a sus seguidores, Jesús le respondió: Ustedes jamás me van a comprender.
          ¿Quién podría afirmar o negar que Jesús y María Magdalena hicieran el amor como era costumbre consagrada entre los judíos de aquel tiempo?  A la mayoría de los católicos y protestantes les molesta que se hable de este asunto que hoy podemos abordar sin el temor de que nos torturen y quemen en la hoguera. Pero si es verdad que se amaron en cuerpo y alma  no hay escena más bella que la descripta por José Saramago en El Evangelio según Jesucristo. Si vos, Lidia, o cualquier otro me preguntara si yo seguiría a ese Jesús, le diría que sí. No porque ame a una mujer sexualmente sino porque sería camarada de un líder de carne y huesos, un hombre revolucionario, sanguíneo, sumido en crisis íntimas y en descubrimientos, en percepciones del cielo y del infierno, con una brutal carga de humanidad que lo hace más auténtico que el fetiche que nos estuvieron vendiendo durante dos mil años.
          Hace tiempo, alguien, no recuerdo en este momento quién, me contó una anécdota referida a Francisco de Sales y  Juana de Chantal, ambos canonizados por la iglesia católica. Ella fue su discípula y él su maestro y confesor, el mismo que le tomó los votos de  renuncia perpetuos para que la joven se convirtiera en monja de clausura de por vida. Pienso que no sería fácil despedirse así de la mujer que uno ama, admira y siente como lo visible femenino de uno mismo, la parte que nos falta para ser un hombre completo. Frente a esa escala del amor, uno no puede dejar de contemplarse como un simple mortal, avaro de la carne y posesivo como cualquier animal. Aquí pondré la frase que vos pronunciarías en este momento. Dirías: Juan, yo me siento feliz siendo una mujer más hija de la Tierra que del Cielo, como había dicho tu admirado Teilhard de Chardin.
          Esta es una carta y no un diálogo entre vos y yo pero, aún así, no podré evitar que se cuelen algunas de tus graciosas respuestas. Nunca te pregunté si habías visto la película de Franco Zefirelli, Hermano Sol, Hermana Luna  que retrata parte de la vida de San Francisco de Asís y Clara, que en su juventud fueron novios. Francisco tuvo un grave desencuentro con su padre, un rico comerciante que preparaba a su hijo para que continuara con sus negocios. Pero el hijo encontró su Camino, tan drásticamente como cuando ante la ira y sorpresa de su padre, se despojó de sus ropas y las arrojó al suelo, en señal de renuncia y abandono completo  a la voluntad de su Dios. Como la utopía de Gandhi, la obstinación de Henry David Thoreau en instalar su libertad y no la violencia social, como la desesperación de León Tolstoi abandonando sus títulos de nobleza y sus campos para seguir los impulsos que lo guiaban a la divinidad, sabemos que el pobrecillo de Asís vivió hasta su muerte procurando imitar a Jesús en su extrema pobreza. Clara renunció, al igual que su amor de juventud, al esplendor del mundo y se convirtió en monja, nada menos que en la iniciadora de la orden franciscana para mujeres.
          Cualquiera puede tener a su lado a un hombre o a una mujer, pero son pocos los que logran convertirse en lo que fueron Francisco y Clara o Francisco de Sales y Juana de Chantal. Por supuesto que nos estamos refiriendo a un orden supremo de establecer una relación en el arte de amar. ¿O no?
          Quisiera tener el poder mágico suficiente para estar  junto a vos, mientras estés leyendo esta carta. ¿Con cuál de esos personajes creerás que estoy identificándome? Pues con ninguno porque vos y yo somos, en otra dimensión, en otro tiempo y lugar, una pareja poco común. ¿A quién seguimos? Pues a nadie más que a nosotros mismos  si no fuera que esta expresión es demasiado ambigua y limitada. Sin embargo, sobre la simple base de carne y sangre, sudor y sexo, amistad y constancia en una mutua admiración, hemos agregado trozos de experiencias que otros desconocen o desprecian. Tal vez nos esté ocurriendo algo parecido al seguidor de utopías, aquel que fija como meta lo imposible. Aunque no alcance jamás el horizonte que corre delante de él llegará, sin dudas, más lejos que el común. ¿Hasta dónde llegaremos nosotros, Lidia?


          Ayer interrumpí esta carta casi a la medianoche. Vi el último noticiero en la televisión  y me dormí profundamente. En este momento estoy agregando otros apuntes que tenía preparados sobre dos personajes de la espiritualidad de la India de los que vos y yo hemos hablado en varias oportunidades. Hace varios años, cuando yo tenía 22 y vos ni siquiera eras un proyecto de vida para venir a este mundo aunque estabas señalada por la predestinación para amarme (sos un soberbio insoportable, Juan, me dirías sonriendo) una amiga que jamás volví a ver, una compañera del secundario, me prestó Peregrinación a las Fuentes, de Lanza del Vasto, un siciliano que viajó por el Ganges en busca de Vinoba, entonces un conocido gurú de muchos occidentales. Ya ni recuerdo lo que decía el libro, pero jamás podré olvidar que fue mi primera puerta hacia la filosofía de Oriente. Poco tiempo después tuve en mis manos el Evangelio de Ramakrishna que por años leí con devoción, la misma que no ha disminuido con el paso de los años.
          Según las viejas tradiciones hindúes, Ramakrishna fue prometido en matrimonio, cuando todavía era un niño, con Sarada Devi, de su misma edad. Llegada la adolescencia fueron oficialmente consagrados como esposos. El joven Ramakrishna le dijo entonces a su flamante  cónyuge que si ella así lo deseaba, él sería su carnal marido y cumpliría con los mandatos que se han mantenido intactos durante miles de años en la India. La adolescente Sarada, por mandatos de su conciencia o porque adivinaba ya el destino de grandeza de su esposo, prometió consagrarse como esposa-monja sin pedir nada a cambio.
          La vida y obra de este gran Maestro son conocidas por millones de personas, entre las cuales humildemente me cuento, sostenido por una admiración que permanece hasta hoy, como dije antes. Leyendo el Evangelio descubrí los rudimentos de la renuncia, de la libertad primera y última, como diría Krishnamurti en uno de sus libros, el amor a Dios expresado en la adoración de su aspecto femenino, invocando desde entonces a la Divina Madre del Universo, como leíste en los siete apuntes sobre la meditación que puse en tus manos muy poco tiempo después de que nos conociéramos.
          Para Sri Ramakrishna, su esposa-discípula Sarada Devi era la encarnación de la Santa Madre, la Divina Shakti. Cuando en 1886, el maestro muere de un cáncer a la garganta, ella le sobrevive por más de treinta años. Se cuenta en los Evangelios que después de la cremación del cuerpo de su esposo, Sarada Devi se quitó los adornos, como hacen las viudas en la India, según la tradición. En ese momento tuvo una visión de su esposo quien le dijo: ¿Qué estás haciendo? Yo no me he ido, solamente he pasado de una habitación a otra.
          Los numerosos discípulos  que vivían no sólo en Asia sino también  en Europa y América, la consagraron  como guía de la Ramakrishna Mission. Aquella diminuta mujer que se dedicó con devoción y en permanente silencio al servicio de su esposo-maestro, se transformó en la firme guía espiritual de cientos de miles de discípulos que continuaron multiplicándose hasta hoy.
          Para alcanzar semejante estadio frente al cual uno se sentiría como un simple pastor de cabras contemplando los Himalayas, vienen a mi mente las palabras del Maestro desconocido (te prometo referirme a él en otro momento) que dicen: Los vínculos de sangre, las ligaduras  familiares, el ansia de revivir la carne, deben ser superados; todo lazo que una a otros seres y a las cosas deberá ser quebrado. Terrible frase para el hombre y la mujer que ni siquiera imaginan que podrían alcanzar otros vínculos mucho más profundos e inalterables.
          ¿Qué estás pensando? No me llegan los sonidos del silencio de tu mensaje. ¿Estás ahí, Lidia?  
          La lista de las parejas mujer-varón que han superado los imanes del  Abismo son muchas, aunque por hoy nos daremos por  satisfechos, agregando un último ejemplo, el del Swami Vivekananda y Sister Nivedita. Narendranath Dutt, que con su consagración pasaría a llamarse Vivekananda, conoció a Ramakrishna cuando era un atlético y joven estudiante universitario. Frecuentó a quien poco tiempo después sería su Maestro, con  curiosidad  y desconfianza, manteniendo algunos encuentros iniciales en los que el joven intelectual se mostraría arisco y agresivo frente a la calma y a la amorosa paciencia de aquel gran entrenador de almas.                         
          Es increíble la historia de este Swami que a finales del siglo XIX y por mandatos de su guía espiritual viajó a Estados Unidos a un Congreso Mundial de Religiones, donde depositó las primeras semillas de la filosofía y la religión de la India. Quien había conmovido las religiones y la espiritualidad de Occidente con sus largos cabellos, el extraño color de su piel, su túnica anaranjada de monje y su notable sabiduría, tenía menos de 40 años cuando fue depositado en la hoguera para su cremación.
          Si te interesa, mi querida y también paciente Lidia, puedo luego prestarte algunos de los libros de los que he obtenido estos datos. Lo que es parte de mi tesis se fundamenta en la necesidad que todo hombre o mujer tiene del otro, desde los simples androides a los Maestros cuyas vidas y enseñanzas gobiernan el mundo. No es para asustarse pero sí para asombrarse pensar que los muertos gobiernan el mundo. Así de simple y de grandioso.            
Voy a concluir esta larga misiva hablándote de la mujer que amó a Vivekananda de una manera muy especial. Tal como ocurrió con otras increíbles mujeres europeas que no sólo viajaron por Asia sino que fueron depositarias de grandes enseñanzas y revelaciones como Elena Petrona Blavatsky, Alejandra David-Neel, Teresa de Calcuta y tantas otras, en el apogeo de la vida y enseñanzas de Ramakrishna, llegó a la comunidad una joven inglesa, Margaret Noble, quien fue amiga, discípula y confidente de Vivekananda.
          Consagrada años después como monja en la Orden, su nombre espiritual, como sigue siendo conocida en el mundo de la mística, es Sister Nivedita, la “hermana consagrada” que, por una curiosa coincidencia, también sobrevivió (como Sarada Devi al Maestro) a la temprana muerte de su querido amigo y preceptor espiritual.
          Espero no haberte aburrido con tantos datos y personajes. Aunque sé que el tema te interesa tanto como a mí, nunca me has confesado de dónde proviene esa especial curiosidad tuya.
          Iba a agregar otra pareja admirable, la de Pierre Teilhard de Chardin y su prima Margarita Teilhard-Chambon, pero me parece que lo dejaré para una próxima carta  o un deseado encuentro personal aquí o en Mendoza, según se den las circunstancias. De todos modos te prometo que volveré a escribirte la semana que viene mientras espero la llegada de tus noticias. Te quiero mucho y te extraño. Todavía no estoy preparado para decirte que te amo. JUAN.



          -Ustedes se encuentran reunidos conmigo por propia voluntad. Han sido entrenados durante largos años como precursores de los hombres y mujeres que irán reemplazando a los miembros de una civilización que ha entrado en su etapa de desintegración. Así como el proceso filogenético de los dinosaurios y otras especies culminó con su desaparición, del mismo modo el programa humano estaría aproximándose a sus etapas finales. Nada podrá hacerse, nada deberá intentarse para salvar lo que ya no puede ser salvado. 
          Nos preguntamos: ¿hubiera sido posible desarrollar y mantener el control del crecimiento de la agricultura en la era  en que cientos de millones de dinosaurios competían por sobrevivir? Evidentemente que nuestros más antiguos padres no podrían haber progresado si en su tiempo hubieran existido aquellos gigantescos animales que necesitaban toneladas de pasto por día para alimentarse mientras que sus enemigos, los carnívoros, necesitaban otro tanto para no ser desplazados. La extinción de los reptiles prehistóricos fue debido a una radical mutación. Algo o Alguien estaba continuamente operando con suprema inteligencia en el destino de este Planeta. Tal vez sea la Divina Madre Gaia la que ha ido elaborando sustancias bioquímicas y movimientos telúricos acordes a un plan que periódicamente es retocado para modificar la deriva de la nave espacial Tierra.
          Estamos en emergencia. No hablaremos de los estigmas de las guerras, de las asimetrías económicas, del despilfarro de los principales recursos no renovables, como el agua dulce;  tampoco del  desvanecimiento de la moral colectiva, de la creciente incapacidad para sostener el arte de vivir en relación con uno mismo y con los otros, con la naturaleza y el Universo entero.
          Nada de eso ya nos incumbe pues hemos dado los pasos necesarios  para establecer una auténtica conmutación biológica por la que organismos similares pero mucho más pequeños se harán cargo de establecer una nueva cultura. Dejemos que otros continúen repitiendo que estamos al final de los tiempos en los que se nos muestran las evidencias de los más crueles evangelios apocalípticos. No tenemos nada que ver con los hipócritas discursos de los dirigentes de las naciones, incluidos sin excepción sus vicarios y clérigos. Descartamos  toda clase de  contactos  o convenios con cualquiera de los decadentes líderes que nada tienen que ofrecer más que su incompetencia vanidosa.
          Somos los pioneros y por lo tanto no tendremos el privilegio de ver culminada la Obra. Si somos los cimientos significa que seremos las tierras basales en las que crecerán las raíces del renovado Árbol de la Vida. Nadie conocerá nuestros nombres, ni los planes, ni las guías sobre los que hasta hoy se mantiene apoyada nuestra acción. Como han dicho numerosos filósofos y anticipadores en el pasado,  se comprenderá  que  el tantas veces proclamado “fin del mundo”, con el hombre incluido, no habrá sido otra cosa que una gran purificación.  Estas son algunas de las consignas: eliminar la basura, descartar lo superfluo, ampliar el espacio para que sea posible el nacimiento de una nueve especie. Ustedes saben de qué estoy hablando. Saben también desde su ingreso que no habrá retorno puesto que son dadores de nuevas formas de vida que estarán multiplicándose pocas horas después de que ustedes terminen sus mandatos.
          No somos los iniciadores de una nueva religión y mucho menos los que trabajan por una única religión planetaria. Ya es suficiente el daño que las ideologías y las diversas doctrinas han causado a la criatura humana. No más promesas ni discursos fastuosos. No queda mucho tiempo para poder contrarrestar la fuerza destructiva acumulada en lo más íntimo de la conciencia individual y social. No voy a pedirles que se rebelen pues ya lo han hecho. No voy a pedirles que borren su pasado cuando ustedes son semejantes a seres que recién hubieran arribado a la Tierra, a este lugar donde ya no queda, para los que están mutando, ni un vestigio de la historia. Moriremos para el pasado y renaceremos cada día en las secuencias del futuro inmediato, tal como han aprendido mediante la ascética mística, el trabajo de las manos, la oración participativa y, principalmente, por el ejercicio sistemático de la meditación.
          Eliminaremos toda presencia de la basura ideológica que nos habla de futuros increíbles, de ridículas inmortalidades, de gloriosos mundos, de majestuosos nuevos Mesías, de semillas de razas que gozarán de una perpetua espiritualidad en una sociedad en la que no existirá el hambre, la injusticia, la separatividad, la enfermedad, la muerte.  ¿No sienten que todo ese palabrerío es pura obscenidad? No están ustedes destinados a predicar porque no existe filosofía o religión alguna para predicar. Vuestra unicidad, el despertar a una nueva conciencia, y en especial la entrega de parte de  sus vidas   a cambio de nada, es algo que está más allá de la comprensión y de los esquemas de esta civilización que está suicidándose, como la rata que en su laberinto no encuentra la salida.
          Podríamos citar, en apoyo de nuestros argumentos, a cientos de filósofos, científicos y escritores que desde hace siglos vienen anunciando algunos de los cambios que en nosotros no es teoría sino experiencia pura. Tengo presente parte de lo que escribió en los finales del siglo XIX la señora Elena Petrona Blavatsky, referido a la inminente aparición, según ella, de una nueva raza (aunque para nosotros no sea ése el concepto correcto). La autora de la Doctrina Secreta predijo que la nueva raza, integrada por seres mutantes, nacería silenciosamente y en secreto tal como ha sido y es nuestro trabajo. Con su particular clarividencia anticipó que estos hombres y mujeres tendrían características físicas y mentales notables a tal punto que serían vistos como ejemplares anormales, tal vez como durante milenios nos pareció que los diminutos seres apropiados por la mitología, las fábulas y la superstición eran raros, deformes, una especie de subproductos de una humanidad que se  consideró y sigue creyendo que es el centro inamovible de las proyecciones de la Divinidad.
          Quien todavía para algunos, especialmente en los ámbitos académicos,  fue una rara y extravagante mujer, predijo que con el paso del tiempo y en la medida en que el número de los nuevos seres aumentara, existiría una especie de cohabitación (no siempre pacífica) hasta que súbitamente y por efectos del proceso degenerativo que todos conocemos, esa gente vieja descubriría que ya no era mayoría, que no le quedaba posibilidad alguna para prolongarse, por lo que se irían extinguiendo, especialmente en los llamados países civilizados del Primer Mundo. 
          Si alguien, que no estuviera preparado como ustedes, escuchara lo que estoy diciendo, tendría razón en pensar que somos una comunidad delirante, los ingenuos expositores de una de las tantas utopías que de tanto en tanto se echan a rodar. Esto en el caso de un testigo que fuera tolerante y amable, pero ¿qué ocurriría si los que gobiernan el sistema que controla el tejido social, la política, la economía y los discursos religiosos supieran de nuestra existencia? Seríamos sencillamente eliminados como sistemáticamente  se va eliminando todo aquello que sea o parezca ajeno al modelo, todo lo que pueda modificarlo, alterarlo o reemplazarlo. ¿Comprenden lo que significa conservar nuestro secreto? Por mucho menos algunas personas desaparecen y otras callan como si sus estados de conciencia hubieran sido bloqueados o devastados. Aquellos de entre ustedes que tengan a su cargo las cuestiones relacionadas con los procedimientos genéticos, deben permanecer alertas no sólo a las advertencias de la ley actual que prohíbe  estos experimentos; también deben tomar las necesarias precauciones para no alertar a sus colegas sobre las metas alcanzadas y evitar que sean sorprendidos cuando se dirijan a nuestros laboratorios y maternidades. La tarea de supervisión que ejecutan los oficiales a cargo de la seguridad debe ser perfeccionada para que no quede una señal de los desplazamientos físicos, en especial de los Hijos que vienen de otros países.
          Entre ustedes también están los que han sido destinados y autorizados a la difusión de nuestra Gran Obra. ¿Es una contradicción lo que estoy diciendo? Sí, es una contradicción intencional a la que deberán ajustar sus tareas como escritores y en los medios masivos de comunicación con los que mantienen enlaces. Debemos conservar el máximo secreto y al mismo tiempo difundir lo que estamos realizando, del modo más perfecto. ¿Cómo? Mediante el simple recurso de la fantasía y la ficción científica, modificando nombres y lugares, hibridando los géneros hasta disponer de una especie de masa crítica que para los neófitos sea semejante a un caos, a una mezcolanza no inteligible pero que significa, para aquellos que son adiestrados por nosotros y poseen los instrumentos para decodificar,  una fuente inagotable de pistas que los conduzcan al descubrimiento de lo que cada uno aspira saber y aportar.
          Gente como ustedes, en todos los países, en cualquier medio social o cultural, podría con el material proporcionado por los divulgadores, tener los primeros contactos. Es lo que denominamos el despertar de la conciencia, la movilización de los mecanismos de la percepción intuitiva que, como dijo cierto filósofo, tiene razones que la razón no tiene. Después de los primeros despertares vendrá la etapa del toque. ¿Qué es el toque? Nada menos que el primer contacto de ustedes con alguien que ha empezado a despertar y todavía está en la etapa de la búsqueda. No existe otro medio más eficaz para poner en movimiento una rápida reacción en cadena.
          El contacto es siempre un camino de ida y vuelta y sólo puede producirse si ustedes permanecen en la máxima vigilia posible. Vibrando de manera sostenida serán activas presencias en el radio en el que desarrollan su vida cotidiana y sus actividades sociales. De ninguna manera debemos aceptar errores o justificaciones que pongan en peligro tanto el  trabajo de ustedes como el de los superiores responsables de cada misión, aunque ésta  no es la palabra adecuada.
          Muy de vez en cuando pero de modo progresivo, los responsables de los medios de comunicación irán infiltrando noticias sobre la aparición de supuestos extraterrestres, duendes, pequeños hombrecillos que aparecerán y desaparecerán sin dejar rastros físicos, aunque se imprimirán en el cerebro de quienes reciban las noticias de manera indeleble.
          Los que han sido autorizados a publicar libros, que servirán a nuestros propósitos a una escala mayor, tienen como objetivo principal producir lo que antiguamente se denominaba  encantamientos. Sus obras deberán contener un lenguaje con las virtudes propias de la magia que deberán sacudir la somnolencia de los lectores. Este efecto intencional en algunos producirá irritación y rechazo y en otros (aquellos que nos interesa captar) los primeros temblores del despertar. Les anticipo que en estos momentos se encuentra en pleno desarrollo la escritura de algunos libros cuyos borradores he tenido oportunidad de leer, aunque en esta primera etapa no tengo demasiadas expectativas, pues del mismo modo en que reaccionarían los lectores lo harán los editores. ¿Cuál de ellos llegará a descubrir lo que está plegado, oculto en la maraña de las frases de los disímiles temas que configuran una propuesta semejante?
          Repito lo que les dije al comienzo: no queda mucho tiempo y tampoco margen para apartarse, salvo por una especial dispensa que yo podría otorgar por motivos que considere aceptables. Prepárense durante los próximos treinta días. No se aparten de la dieta alimenticia recomendada, eviten viajes prolongados, acentúen sus ejercicios de contemplación, meditación y visualización que los predisponga para integrar el primer grupo que tendrá acceso a las instalaciones donde tendrán el privilegio de contemplar a los seres clonados a imagen y semejanza de hombres y mujeres como ustedes, pequeños seres que están conformando la primera familia transpersonal, la depositaria de los cambios que entre todos, en menor o mayor grado, estamos forjando.
          Tengan en cuenta que esos duplicados son todavía niños, podríamos  llamarlos con justicia Hijos de la Divina Madre, que en pocos años más procrearán a otros individuos del mismo tamaño, con idénticas cualidades físicas, mentales y emocionales y cuya naturaleza sólo ellos podrán conocer en la medida en que se desarrollen.
          De ninguna manera podrán tener ustedes contacto físico con esas bellas criaturas que son el fruto del amor y de la más revolucionaria ciencia genética. Apenas tendrán unos pocos minutos para observar, ocultos tras vidrios polarizados, a ese grupo de pequeños seres que están todavía en la edad de la inocencia. Cuando ustedes contemplen esas réplicas y las comparen con el tamaño de un hombre adulto, comprenderán por qué los dinosaurios tuvieron que extinguirse, inevitablemente.
          Saben cuánto los amo en conjunto y de modo especial a cada uno. Tengo para algunos de ustedes reservada una sorpresa que los maravillará,  pues aunque posean la más espléndida imaginación, no podrían en este momento sospechar de qué se trata. Para no dejarlos con la mente en blanco, diré  lo que podría considerarse como una pista, aunque no lo es en un sentido absoluto. Les dejo este pensamiento para que mediten: Por cuanto mucho has sufrido, mucho te será concedido.
          Vayan en paz.
Conferencia del Maestro Desconocido. Ciudad de Buenos Aires, al inicio de la primavera del año 2004.



          Querida Lidia: Nuestra querida y confiable amiga Mirta me llamó ayer por teléfono a la oficina. Supe que habías recibido mi última carta y que por ahora no podías escribirme como era tu deseo. Me parece bien que hayas consultado al doctor Zavalía, él posiblemente sea el mejor cardiólogo del Hospital Central. Quise conocer algunos pormenores, pero me pareció que Mirta estaba algo reticente y como apurada por terminar la conversación, algo sospechoso en alguien que hace del hablar un arte a veces ilimitado.    
          Como te había prometido, aunque no tengo muchas ganas y tampoco sé de dónde voy a sacar energías para completar estas páginas que estás esperando, te adelanto que estuve investigando sobre la vida y obra de Pierre Teilhard de Chardin, el autor de El Fenómeno Humano  y El Medio Divino, dos de sus libros que recuerdo haber  adquirido en la época en que sus obras empezaron a circular por el mundo aunque sin la aprobación de la Compañía de Jesús ni de la Iglesia.
          Antes de empezar a bosquejar la estructura de esta novela, en la que incluiré la relación varón-mujer de algunos singulares amadores y amadas, había yo decidido poner como epígrafe uno de los pensamientos del jesuita francés que vendría a ser algo así como el resumen perfecto y anticipado de mi propuesta estética, una especie de canon que había surgido en mí hace años pero que no pude estructurar hábilmente en dos de mis libros anteriores. El gran humanista, teólogo, antropólogo, escritor y filósofo escribió: Impulsados por la fuerza del Amor los fragmentos del mundo buscan unirse para que el mundo pueda hacerse realidad.  Perfecta definición de la más pura mística que los lectores irán encontrando a lo largo de estas páginas. Aunque no pienso exponer algo parecido a una tesis, sencillamente digo que partimos del desorden inicial, de la multiplicación de los mundos, las cosas y los seres hasta concluir en la unidad última, tal como fue mi propósito en la redacción de los siete pasos de la meditación que estuvimos repasando en aquel fin de semana único que pasamos en la Estancia Las Margaritas, al sur den Río Cuarto, el verano pasado. ¿Acaso podré olvidar tu majestuoso porte mientras cabalgabas de día y el resplandor de tu cuerpo desnudo mientras nos amábamos sobre el pasto húmedo de rocío? De todos los personajes que pueblan mi teoría sobre la presencia del amor, el de Teilhard es el más acabado modelo que puedas imaginar. Las imposiciones eclesiales, las costumbres y hábitos de una sociedad que identificó como tabú la mínima posibilidad de que un cura pudiera tener sexo con una mujer, se deslizaron a través de siglos en desórdenes morales que han culminado en nuestra época de manera vergonzosa y alarmante. Algunas pinturas y textos del tiempo en que se vivía y consagraba la degeneración sexual fueron contemporáneos de los horrores de la Inquisición con sus Torquemadas y Savonarolas y los obispos obesos alrededor de  las mesas colmadas de manjares y vinos rodeando la cintura de los bellos efebos, algunos todavía niños, como los famosos “castrato cantabile” que dieron origen a la vulgar expresión que aún se repite en nuestros días: los “bocados de cardenal”. Cambiemos de tema, por favor.
          Me estoy apartando aunque pienso que lo que digo en el párrafo anterior nada atiene que ver con el sacerdote de quien voy a hablarte, mejor dicho voy a escribirte, empezando por su nombre y el de la mujer que amó. Pierre Teilhard de Chardin y Margarita Teilhard-Chambon, eran primos en segundo grado y pertenecían a la aristocracia rural de Auvergne. Desde muy pequeños compartieron los inviernos de su infancia en la casa común que la familia  tenía en la ciudad de Clermont-Ferrand,
          A los once años Pierre ingresó en el internado de los jesuitas y a los dieciocho se agregó a la Compañía como seminarista. Habiendo sido expulsados de Francia en aquella época, la Orden recaló en Inglaterra en donde Pierre se ordenó como sacerdote. De inmediato sus superiores lo destinaron a la investigación científica. Obtuvo un diploma en París y comenzó numerosos viajes  a diferentes y lejanos países. En 1914, la Gran Guerra en la que participó como enfermero, lo obligó a abandonar un retiro de un año de oración y meditación que tenía programado.
          Para la misma época, Margarita se dio a la tarea de organizar instituciones para la educación de laicos, con mayor alcance en colegios religiosos de índole privada. Ella era una de aquellas mujeres progresistas, animadas por los primeros impulsos del feminismo. Finalizó su carrera universitaria y con solo 24 años ya era directora de un gran instituto educacional en París.
          La relación que habían mantenido Pierre y Margarita desde que tuvieron conciencia uno del otro había mermado por la larga separación que impusieron los conflictos de la guerra. No obstante, a pesar de las carnicerías en los frentes de batalla y los desórdenes en las comunicaciones, se las ingeniaron para intercambiar  algunas cartas. Lo que se conserva de entonces nos dice que las misivas se relacionaban solo con los parientes movilizados, la nómina de los amigos que morían o desaparecían, agradecimientos por el envío de alimentos y libros, y cosas así.
          Entenderás, mi querida y paciente Lidia, que estoy apenas haciendo una síntesis. Necesariamente debo llegar a lo esencial de mi tesis,  al núcleo de esa relación que fue profundizándose. Ella lo hace confidente de sus problemas personales y espirituales. Él le responde desde su forzado aprendizaje en medio de heridos y moribundos como consejero y director espiritual.
          Van pasando los años y los primos rara vez se encuentran personalmente y si lo hacen es en el ámbito de la familia, pero no cesan de escribirse. Pierre va transformándose en un experimentado antropólogo, escritor y teólogo aunque sus libros son sistemáticamente rechazados por la autoridad de la iglesia que le niega una y otra vez el “imprimatur”, es decir la autorización para que sus libros fueran editados sin obstáculo. Fiel a sus votos de obediencia acata las decisiones de sus superiores pero sigue investigando, viajando por extraños, lejanos y exóticos países. Participa con otros científicos en el descubrimiento de uno de los eslabones perdidos en la cadena evolutiva de nuestra especie, “el hombre de Pekín”,  que revoluciona la ciencia antropológica de su época. 
Estando en el Tibet, en 1923, oficia desde el lugar más alto de la Tierra La Misa sobre el Mundo, experiencia que luego trasladará a un breve escrito. Va descubriendo el punto Omega que ubica en algún lugar del Universo como eje y centro de la divinidad.  Te transcribo de su misa sobre el mundo, el párrafo final que es un retrato vivo de las ideas y de la personalidad del escritor que ya estaba conmocionando tanto al mundo de la ciencia como el de la teología, a pesar de que sus detractores que, un par de siglos atrás, con gusto, lo hubieran calcinado en la hoguera: Porque a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, Tú me has dado, Dios mío, la simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la materia  oscura –porque reconozco en mí más que a un hijo del Cielo a un hijo de la Tierra-, subiré esta mañana, con mi pensamiento, a los lugares altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre, y allí, fuerte, con un sacerdocio que sólo Tú has podido darme, estoy seguro, invocaré al Fuego sobre todo lo que, en la Carne Humana, está a punto para nacer o para perecer bajo el Sol que asciende.
          Las cartas que Margarita envió a su primo jamás fueron encontradas, porque se extraviaron o porque el sacerdote las ocultó o porque la censura (adhiero a esta alternativa) las hizo desaparecer. De las cientos que escribió Pierre se conservan algunas de las que he extraído partes que por sí mismas confirman mi teoría sobre el amor del hombre y la mujer más allá del deseo y del sexo. Podríamos pensar en sublimación, renuncia, sacrificio, ofrenda que justifica la consagración perpetua a Dios.
          Conozco las visiones de aquellos que están en la vereda opuesta. Dejaremos esas objeciones que incluyen mordaces ridiculizaciones y epítetos para otra ocasión. Lo que transcribo, Lidia, compañera en el misterio del viaje de la carne y del alma en esta vida, es parte de lo que escribió Pierre Teilhard de Chardin:

          De las cosas asibles la más vital es la carne. Y para el hombre, la carne es la mujer. Dado que desde la infancia salí a descubrir el corazón de la materia, debía – inevitablemente – encontrarme un día cara a cara con lo femenino. Lo raro del caso es que el acontecimiento esperó mi año trigésimo para producirse. Tanto era mi fascinación por lo impersonal y universal.
          Desde aquel instante crítico en que comenzó a despertar y a arrojar lejos viejas formas prefabricadas recibidas de la familia y de la religión tradicional, ya nada realmente conforme a mi naturaleza se desarrolló en mí sino bajo la mirada y el influjo de una mujer.

          En ninguno de sus escritos ni en sus cartas aparece el nombre de Margarita ni el de ningún otro nombre de mujer, aunque las palabras de por sí están reconociendo una presencia femenina implícita. Veamos otras frases que suenan como a ejercicios de gratitud insoslayables:

          Por ello no hay en mí sino un amplio reconocimiento de íntima veneración (casi adoración) que se eleva desde lo más hondo, hacia aquella cuya calidez y encanto se   transformó gota a gota en la sangre de mis más apreciadas ideas.

          Estos son los fragmentos de lo que escribió Teilhard de Chardin después de haber padecido su primer infarto cardíaco. ¿Cómo no pensar en que la destinataria de esos pensamientos no era otra que su prima Margarita?
          Volviendo al tema antes comentado de que las cartas de ella jamás fueron encontradas, podría afirmarse que lo que Margarita escribió puede verse reflejado en las fieles y minuciosas respuestas de Pierre a ella. Se nos transparenta su imagen como la de una mujer prudente, inteligente, apasionada y al mismo tiempo insegura, presionada por sus sueños postergados de mujer y por las rutinarias y sofocantes obligaciones como profesora y directora del Instituto  en el que ejerció por largos años.
          Margarita acepta con simpatía y callada emoción la frase de Pierre, bajo la mirada y el influjo de una mujer pues sabe o presiente que ella es el espejo y el eco amoroso de su primo sacerdote, confidente y amigo.
          Hubo una época en la que prácticamente se escribían a diario. Destacamos algunas frases:

          Bien sabes de mi profundo sentimiento para contigo en el Señor.
          Adiós, tú sabes lo que eres para mí.
          Nunca rezo sin pensar en ti.
          Tú y yo jamás cesamos de ver cada vez una mayor claridad…uno en el otro.
          Si existe en la tierra una confianza, que contradice experimentalmente la doctrina del aislamiento del alma, es ciertamente la tuya.
          Debo confesar cuánto tu imagen me está y estará constantemente presente, en todas  las circunstancias, como una fuerza y una defensa.
          Esta es, realmente, una seria privación que juntos y gustosamente queremos ofrendar a nuestro Señor,  ¿no es cierto?  Y agrega:
          Algo me pasa cada vez que veo un tren dirigirse a París.

          ¿Cuál fue el centro de sus vidas? Podríamos pensar que fue la dación plena a una vocación que con seguridad está muchos pasos más allá de la simple comprensión del hombre común.
          El 26 de mayo de 1918 Teilhard de Chardin hizo sus votos perpetuos. Cuatro meses después Margarita, también por voto ante Dios,  consagró su vida a la enseñanza de los niños y los jóvenes. Lejos de separarlos, su consagración es otro paso que los une en intimidad, fecundidad y belleza, como escribió Pierre.
          María de Magdala, Clara de Asís, Juana de Chantal, Sarada Devi, Sister Nivedita, Margarita Teilhard-Chambon sobrevivieron a los hombres en cuyas obras encontraron el sentido de sus vidas, tanto como esos hombres encontraron en esas mujeres inigualables el sostén, la compañía, el amor y la gracia de lo eterno femenino, la presencia de la Divina Madre del Universo.  
          ¿Moriré yo, Lidia, para que puedas ser la testimoniante del secreto amor que estamos compartiendo en la humilde escala a la que pertenecemos? Cuántas barreras, lazos, compromisos, prejuicios deberían ser superados para que no seamos ni negados, ni olvidados, ni escarnecidos.
          ¿Es demasiado larga esta carta? Confío en tu paciencia y  prosigamos ahora en otro nivel de sintonía, con la historia de dos seres que se amaron íntima y dolorosamente en la carne y en espíritu, si aceptamos las versiones que provienen de la Edad Media. Esta es la conmovedora historia del místico y poeta Jacopone Da Todi, uno de los precursores del idioma italiano. En pleno siglo XIII, Jacopone, que pertenece a la nobleza más rancia, está casado con una mujer bella, a la que adora más que a su vida. Cierta tarde, en un torneo de caballeros, el palco donde está Nonna Vanna, se desploma súbitamente. La mujer es rescatada con sus regios vestidos manchados de sangre y horas después, muere.  Cuando van a limpiar el cuerpo para vestirla con las ropas funerarias, su esposo descubre que ella tiene silicios que la habían atormentado en secreto durante sus años de matrimonio.
          Con la muerte de su esposa, Jacopone muere para el mundo. De rico se convirtió en pobre, de docto en ignorante, de sabio en loco, de noble en mendigo. Durante 38 años  había creído ser el más feliz y poderoso caballero de su época; durante otros 38 años, acosado por un sentimiento de culpa decidió ser desgraciado, se anuló voluntariamente. Cuentan sus biógrafos que unos días después de la muerte de su esposa, estando Jacopone en sus aposentos, el cuerpo astral, el alma de Nonna Vanna se le apareció envuelto en llamas, en el fuego de la concupiscencia que él había encendido con sus pasiones. Santo, loco, amante, poeta, lingüista, vivió atormentado hasta su muerte, martirizándose, orando y suplicando por la salvación de su Dama. En uno de sus poemas escribió:
          Amor más allá de todo lenguaje, bondad inimaginada, luz ilimitada resplandecen en mi corazón.
          ¿Qué te pareció, Lidia, esta historia? ¿Terrible? ¿Inadmisible? ¿Poética? ¿Te volverías loca de amor por mí? Voy a anticiparme a tu respuesta, la que no podría ser otra que una que diga más o menos así: “Esa ha sido una pregunta cursi, Juan. ¿Cómo podría volverme loca de amor por un hombre si apenas puedo sostenerme lúcida en un mínimo espacio de salud mental en este mundo desquiciado?
          Con semejante respuesta no volvería a preguntarte algo parecido, aunque muy en secreto pensaría que no muchas mujeres podrían responderme como vos. ¿Ves cómo te conozco?
          A estas horas de la noche, un poco cansado y algo saturado de tanta teoría sobre el amor, me queda para contarte algo que me sucedió cuando yo era apenas un niño campesino. Aunque posiblemente ya te haya contado esa anécdota, vuelvo a hacerlo para unirla al motivo principal y última parte de esta carta.
          Los domingos, muy temprano, salía yo en dirección a Tres Esquinas, caminando al encuentro de don Eduardo, el diariero, que daba una vuelta de varios kilómetros con un destartalado sulqui tirado por una yegua tan vieja como él. Iba yo al encuentro de mi ejemplar de El Tony, la revista de historietas que mi papá me compraba haciendo sacrificios que sólo pude descubrir muchos años después.
          He contado numerosas veces  lo que esa revista significó para mi incipiente y por momentos desesperada búsqueda de conocimientos. Entre los que considero mis tesoros de entonces fue el  descubrimiento de una historieta dibujada por el genial José Luis Salinas. Era una versión de Ella y su continuación, Ayesha,  dos de los libros de H. Ridder Haggard, autor también de la célebre novela  Las Minas del rey Salomón que leí en mi juventud.
          El autor, posiblemente teósofo y masón, escribió sus libros de iniciación a mediados del siglo XIX, como un  modo directo de universalizar lo que hasta entonces había pertenecido al más puro  esoterismo. Cómo habrá cambiado la cultura relacionada con el misterio que esos libros hoy se venden en ediciones populares orientadas a niños y adolescentes. Posiblemente (quisiera que  así fuera) otros muchos habrán ido encontrando lo que se me reveló a mí muy precozmente: la idea de que el hombre puede ser llamado y conquistado por esa poderosa fuerza,  por ese imán que sostiene los átomos, por eso que vos y yo, Lidia, hemos procurado vivir y a lo que llamamos Amor.
          Ella y Ayesha representan los dos aspectos de la divinidad femenina, lo potencial y lo manifestado, lo invisible y lo visible. La médula de la historia es la odisea del joven Leo Vincey quien recibe, en Londres, un extraño mensaje. Acompañado por su tutor, Horacio Holly, viaja en el primero de los libros a un lugar en África donde tiene el primer encuentro con la Amada después de  sucesivas aventuras que están señaladas y ligadas con la simbología arcaica de la que en Occidente nos hemos nutrido, especialmente para estructurar los siete pasos de la Meditación Trascendental, desde Ignacio de Loyola a Maharishi  Mahesh Yogui.
          ¿Qué ha descubierto Leo Vincey? Pues nada menos que la encarnación de la Divina Madre como mujer, el más elevado estadio del amor que pueda ser concebido. No importa mucho el nombre o el género al que pertenezca la divinidad absoluta, pero por algún motivo  el joven buscador ha sido llamado por Ella, la Bella Durmiente de los cuentos de hadas, el Espíritu Divino  dormido, que yace en la Piedra Negra, para que la despierte con un beso, el único, el más perfecto, el que los unirá para siempre en una dimensión que está en los confines (dicen los Maestros) donde puede leerse esta advertencia: NO PASARÁS.          Podríamos decir que esa unión sustancial es el fin del Camino, la última contemplación antes de Ser, el punto extremo de una escala que se origina en la brutalidad oscura de la materia en formación hasta la inmersión de la gota de agua en el Gran Océano. Ignoro, mi querida Lidia, hasta dónde uno podría llegar si la meta fuera ir trascendiendo los innumerables círculos sobre los que giramos sin saber para qué ni hacia dónde nos dirigimos. De lo único que tengo certezas es que en mis acoplamientos perfectos con vos, en mis momentos de inmersión en la “pequeña muerte” del orgasmo, toqué los bordes de lo sagrado, tantas veces que me hice adicto. A tu cuerpo, a la mirada de tus ojos, a lo que está un paso más allá  de nuestros roles y representaciones.
          En este instante siento algo así como la súbita llegada de un pensamiento que me hace estremecer mientras te escribo: Mucho te ha sido dado y mucho te será quitado.
          Estoy ansioso por recibir  tus noticias.  No me dejes esperándote. JUAN




Han pasado muchos años, Lidia. ¿Cuántos? ¿Acaso importa? Desde abril de este 2004, estoy tratando de armar una novela en la que serás evocada, retratada con los retazos que mi memoria salvó de las miserias del tiempo, las mudanzas, el olvido al que todos seremos sometidos.
          Similar a la desolada sensación que se experimenta cuando recorremos los pasillos de los viejos cementerios, con sus lápidas borrosas, las flores de plástico y el polvo, es la oleada de incertidumbre  que por momentos me parece que entra por la ventana cuando me detengo  a pensar en lo que fuimos y en lo que nos convertiremos. No es bueno ensombrecerse, pienso, y menos si estoy nombrándote mientras trabajo como un condenado con las palabras que van a retenerte no sólo junto a mí sino con todos aquellos que desearán saber un poco más acerca de nosotros.
          Por supuesto que no estoy dialogando con vos. Hablo en voz alta mientras escribo, dejando que las ideas vayan fluyendo plácidamente, del mismo modo en que pasábamos horas amándonos y trasvasándonos por las palabras que entonces tenían un sonido preciso. Había pausas y silencios prolongados, algunas risas, el gozo estático de contemplar los ojos del otro, comunicándonos apenas por los casi imperceptibles gestos que habitan en los rostros, los códigos que saben y pueden expresarnos con mayor rapidez y perfección.
          Hace pocos años, mientras en los momentos libres y en mis paseos procuraba cazar algunos haikus  para  el libro  El Callejón de los Cerezos, uno de ellos llegó súbitamente, nítido, exacto, sin necesidad de medir sus sílabas. Escribí sobre un papel borrador: Florece un lirio. / También es primavera / sobre tu tumba. Este brevísimo poema preside los momentos en que te recuerdo después de tu muerte repentina. Por lo menos así fue para mí, viviendo tan lejos, apenas comunicado por vos por intermedio de Mirta. La maldita muerte finalmente te había vencido mientras yo, que en un poema digo que prometo ser el feroz combatiente que en su última batalla dará muerte a lo único que tiene que morir: la Muerte, no supe qué hacer ni qué decir, porque habíamos prometido, vos y yo, que no lloraríamos si el otro se ausentaba. ¿Por qué empleo el verbo ausentar? Jamás me agradó pensar en los  seres amados que no están como fallecidos, desaparecidos, lejanos, perdidos. Por mi parte siempre he deseado morir del todo, que no quede ni polvo, apenas un puñado de cenizas que mis hijos deberán depositar donde les he pedido que lo hagan. Alguien, recuerdo, en una reunión me preguntó cuál era el mayor de mis miedos y sin dudar le respondí: que algo de mí sobreviva a la muerte. No deseo ser ni un fantasma ni un cuerpo astral que ande perdido  por donde yo creo que no existe nada.
          Desprenderme de enfermizas ideas sobre la transmigración de las almas, sobre la reencarnación, las posesiones divinas o diabólicas, la inexplicable resurrección de la carne y otras necedades, me fue dando un campo más amplio para habitar, una capacidad para “aceptar” que no es lo mismo que “resignar”. Sin embargo, en momentos como éste, en el que estoy desempolvando imágenes y emociones de momentos compartidos, quisiera ser más que un mago, un hierofante que tenga el poder y la fe necesarios para creer en la vida después de la muerte, en imaginar (como algunos creen) que  vos podrías estar escuchándome y que, aún más, que podríamos tener la oportunidad de encontrarnos para que vos me dijeras lo mismo que Ayesha, la Divina Madre, le dice a Leo Vincey: Aproxímate, pero no me toques. Fuera del cuerpo sólo existe la muerte, la disolución, la bruma del olvido, la maravillosa y purificante Nada que hace posible el devenir de nuevos hijos e hijas de la Tierra, la renovación de los mundos y de la cultura a la que estoy dando, por vos, otras páginas surgidas de mis ensoñaciones, tal como  te había prometido.
          No te he llorado, Lidia, y creo que jamás lo haré. No sé en cuál cementerio están tus huesos porque jamás iré a visitar ese lugar. Fue un acuerdo que hicimos medio en broma y medio muy solemnemente. La consigna  era  que nos enfrentaríamos a todas las alternativas posibles con la mayor dignidad, esa era la palabra que tanto te agradaba  porque eras digna, más allá de los prejuicios de esta sociedad cínica y enferma, más allá de las necesarias transgresiones que practicamos con decisión, sin sentimientos de culpa, con un coraje que estaba por encima del mínimo deleite que produce la soberbia del que rompe ciertas reglas. No fue entusiasmo ni una vulgar excitación, no fue un terremoto pasional del que siempre se sale herido y avergonzado, no nos unió algo que  debiera  ser explicado o por lo menos justificado. Es lo que es, dirían los sabios, es lo que está escrito en el libro del Karma, dirían los rishis de la India, o porque como cierta vez me confesaste, apenas  fuimos presentados,  en tu mente apareció  este firme pensamiento: No dejaré que pase esta vida sin amarlo. No podría negar que cumpliste tu promesa, escribo mientras recuerdo la frase de Flaubert que hago mía: Me humillas con la grandeza de tu amor.  
          Todo lo que tenía que suceder, sucedió. En poco tiempo, en cortos años, fuimos y vinimos en las escasas oportunidades que tuvimos para estar juntos, donde se podía y como se podía, sin protestar, sin quejarnos, fieles a nosotros mismos, sin pedir explicaciones, sin jurar ni prometer, sin pedir nada a cambio. Tal vez haya sido así  porque en la conducta de ambos estaba implícita cierta sentencia que parece estar escrita en lo profundo del corazón humano: Mucho se te ha dado y mucho te será quitado. No sé si ésta es la idea exacta, pero es algo que tiene que ver con el precio de las cosas, la tasación que alguien (Dios, la Vida, los Maestros, las Leyes)  imponen  como tarifa.  Mucho has recibido en el intercambio de los dones que están más allá de las miserias y debilidades de aquellos  que se han alimentado con los frutos del árbol del bien y del mal, para usar un símbolo muy antiguo; por lo tanto, mucho te será arrebatado por la simple ley de la compensación.
          Mi única certeza es que tu vida permanecerá en mí mientras yo respire. Hasta el último aliento, el hálito final que será como si yo nunca hubiera nacido, vos estarás en algunos de mis aposentos, junto a las imágenes y recuerdos de otros seres que también me amaron y a los que amé: amigos, maestros del alma, discípulos que conforman mi familia transpersonal, la que logré reunir en este estar aquí y luego partir, apenas erguido, tartamudeando. ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué nos dieron la oportunidad de andar tan breve tiempo por el mismo Camino y que ese lapso haya sido tan único para vos y para mí?
          Si yo hubiera desarrollado la creencia de que las almas de los muertos pueden acceder por algún don o gracia inexplicables a la conciencia de este mundo, te invitaría a leer cada una de las hojas que estoy escribiendo para después poder escuchar en sueños tus graciosas opiniones, a veces aduladoras, otros indulgentes y por momentos con esa ironía crítica que me dejaba pensando. Pero carezco de esa fe que en algunos es sublime. A pesar de que a lo largo de mis años tuve en algunas ocasiones la certeza de que viví hechos extraordinarios (podríamos llamarlos “paranormales” si no fuera porque esa palabra me da escalofríos), también he padecido frustraciones y decepciones que socavaron la ingenuidad en la que permaneció mi adolescencia espiritual.
          Nuestra experiencia fue en alguna medida un modelo de lo relativo. Sabíamos y aceptábamos los límites y aunque no descartamos alcanzar lo máximo que la vida nos ofrecía, no por eso caímos en la fantasía de la perduración.
          Ya hemos repetido varias veces que tu nombre no es Lidia Gutiérrez  ni el mío Juan Sánchez. No debiéramos explicar esto a nadie, salvo a los lectores de este libro. Pero, ¿acaso en una obra de ficción  tiene valor decir que algo es real o imaginado o virtual? Dejemos que las líneas de las palabras floten como por encima de un sueño, recordándonos lo que escribió Robert Schopenhauer: Todo en el Universo es un sueño soñado por un solo soñador y donde todos los demás personajes también sueñan. Buen uso hizo Borges del pensamiento de uno de sus filósofos preferidos. Yo, modestamente, ya ni siquiera estoy seguro sobre si vos y yo somos o fuimos seres de carne y hueso o simplemente protagonistas de historias inventadas. Haré lo posible por encarnar y ser todos y cada uno de mis personajes como lo fui de vos, como vos procuraste ser en mí, en ese juego único que practicábamos hablando sobre el amor. No voy a preguntarte porque sé que nadie me responderá. No sé explicar lo que es el amor para mí, aunque leo libros, escucho conferencias, estudio, tomo notas, medito y saco mis propias y limitadas conclusiones.
          Una mujer de carne y huesos. Eso es lo que representás para mí. Cuando estábamos juntos nunca pensé en tus huesos, en tu esqueleto. Los amantes no piensan en la muerte ni piensan a lo amado como algo que no tenga la piel que recorremos con la avidez del peregrino que viaja por el desierto en busca de su Dios. El que es apartado de la Muerte y sigue en este único lado de la realidad que es la Vida, no puede apartar los ojos de su imaginación en lo que queda del ser que amó: Polvo serás mas polvo enamorado como dice Quevedo, es lo que imagino que quedó de tu hermosura. Maldita sea la muerte que es separación, distancia, límite, olvido. No sé que haría, Lidia, si yo estuviera frente a  tus huesos.  Me haría fuerte para contemplarlos, para no llorar, ni abjurar, ni renegar, ni rescindir el contrato de amor que fue escrito y sellado con la carne, sangre sobre sangre.
          Podría extenderme en este monólogo durante cientos de páginas si supiera que podrías leer lo que estoy escribiendo. Vos me dirías: “Juan, hubo, hay y existirán otras mujeres no sólo en tu vida, también en tu escritura. Ya me habías hablado con un tono que por ahí me daba como una cosquillita de celos, de Ruth Leibovitz, tu amiga judía que viaja a un lado y otro del mundo como médico sin fronteras, y de Sara Gattari, la escritora con la que te carteabas durante años. ¿Me hablaste de ellas o las habré soñado? Juan, no me mientas, ¿fueron mujeres tanto como lo fui  yo para vos?”
          Eso y mucho más me hubieras preguntado, procurando sonsacarme respuestas con ese gesto entre mordaz y sensual que tenías cuando te volvías inquisitiva. ¿Cómo explicar al que ni siquiera sospecha la existencia de un vínculo como el tuyo y el mío? ¿Cómo contar que teníamos un espacio ilimitado para nosotros cuando estábamos solos y un sólido límite cuando volvíamos a nuestros personales mundos familiares, sobre los que tan poco y tan renuentemente hablábamos?
          A veces pienso que lo real de una vida no es todo el tiempo biológico, solar, astronómico que nos es concedido sino la suma de minutos y segundos que al final resumen lo perdurable, lo que no cederíamos a cambio de nada. Nos sucede periódicamente cuando de pronto se nos presenta una cierta y oscura necesidad de practicar un balance. Dios mío, ¿qué pasó en estos últimos cinco, diez, veinte años? ¿Dónde estuve? ¿Habré permanecido en la semivigilia de la conciencia, medio dormido, medio despierto, durante miles de horas superfluas, banales, descartables?
          Mi amor por vos, Lidia, me enseñó a descubrir el tiempo esencial que a veces nos recorre cuando estamos en completa soledad y a  veces en mutua compañía. ¿La voz del Maestro? ¿Las voces de tus hijos pequeños? ¿Las miradas de unos ojos? ¿El hundirse y morir en quien se ama apenas por segundos para resucitar después del samadhi, del satori, de la beatitud de un orgasmo perfecto?
          Algo parecido me sucede con este libro. Utilizo un pretexto tras otro, un argumento que luego es reemplazado por otro, no una línea que marca el desarrollo de una historia sino varias líneas, numerosos relatos, juegos intelectuales y otros no tan intelectuales, la armazón de un edificio que parece frágil y liviano y que tiene, sin embargo, cimientos y puntales de acero. Como fueron, mi querida y ausente, mi amada amiga Lidia, los inasibles lazos que nos unieron de por vida.
          ¿Sería  inapropiado para vos si yo dijera: los lazos  que nos unen más allá de esta vida?
          Me despido de mi invisible interlocutora, transcribiéndote un haiku que escribí pensando en que vos serías la que lo pronunciara si yo hubiera muerto antes que vos: Sellos de amor / calcando mis cenizas / serán tus besos.
          Así concluirá mi breve ensayo sobre los doce rayos del amor que jamás escribiré  con ese título.



          Escuchen bien, no saldrán de aquí con vida. No me estoy refiriendo a salir de este salón del cual todos nos retiraremos en paz dentro de una hora, sino a la imposibilidad de que cualquiera de nosotros pueda escaparle a la muerte. Esa misma frase la escuché hace muchos años cuando yo era tan joven como ustedes  en una de las conferencias de mi Maestro. Me asombró y me disgustó escuchar ese pensamiento que más parece una advertencia o una amenaza que el principio de una lección. Pero, aunque se hayan sobresaltado, deberán saber que mi único propósito es predisponerlos para que hoy reciban una serie de enseñanzas, precisamente, sobre la muerte.
          Desde niños recibimos conocimientos, saberes y noticias por medio de la escuela y la familia y por todos los recursos  de que dispone el aparato cultural en cada uno de los países de donde ustedes provienen. Somos así instruidos a lo largo de un tedioso proceso educativo que para muchos culmina en la peor de las estaciones, esa donde habitan los auténticos ignorantes, es decir no los que no saben nada sino los que saben poco. Son un puñado los que tienen el privilegio de ir un poco más allá, los que reciben una suficiente preparación para enfrentar los límites de la vida. Vivimos y no sabemos por qué ni para qué ni tampoco cómo hacerlo armoniosamente. A pesar de esas insuficiencias, se puede afirmar que cada ser humano en condiciones sociales y culturales dignas, tiene a su disposición libros, instituciones y gente predispuesta y suficientemente preparada para mejorar su humana condición. Estoy repitiendo algo que es obvio, pero lo hago para contrastarlo con una carencia infinitamente mayor: me refiero a la preparación para la muerte que es, también, obviamente, el reverso de la vida.
          Cada vez que se menciona la palabra muerte, doblamos la página, cambiamos de postura, miramos para otro lado y disimuladamente nos apartamos de cualquier discusión. Es comprensible que esa sea la actitud de la mayoría, incluidos aquellos que ni siquiera saben que han nacido, pero de ningún modo sería aceptable en hombres y mujeres como ustedes que están preparándose para la aventura jamás soñada por miembro alguno de nuestra comunidad humana. Nadie podrá salir vivo de este planeta y es posible que tampoco del  Sistema Solar.
          No plantearemos hoy las teorías divergentes sobre si el alma sobrevive a la muerte o si la memoria acumulada en el cerebro se destruye con la desaparición del cuerpo que son materia de debates, investigaciones científicas, posturas religiosas y el resto de esa parafernalia de argumentos intelectuales que sólo conducen a mayores confusiones.
          Antes de retirarse les entregaremos a cada uno de ustedes un cuadernillo que contiene resúmenes del Libro Tibetano de los Muertos, los 78 ideogramas del  Libro de Thot y apuntes sobre el antiquísimo documento egipcio conocido como Libro de los Muertos que nos ha legado conocimientos, cánticos e imágenes que ninguna otra cultura, hasta hoy, ha podido superar, como se comprueba al consultar la profusa bibliografía disponible en todos los idiomas.
          Nuestra tarea es la de procurar que ustedes se contacten con un compendio de conocimientos que, por su naturaleza simbólica, se acoplará al hemisferio derecho del cerebro para que la verdadera y última iluminación se logre en la intimidad de la conciencia superior.
          Las Enseñanzas de los Santos Maestros nos dicen que en el ventrículo izquierdo  del corazón existe un punto luminoso, una especie de gota, también llamado átomo simiente, que no desaparece ni se desintegra tras la muerte física. Sobre la existencia previa al nacimiento y posterior a la muerte de ese átomo seminal, no vamos a extendernos para no complicarnos con las discusiones bizantinas a las que me referí hace un momento. Ese  punto luminoso está ahí, en el corazón que está dejando de latir, en el proceso de la muerte que  todos a su tiempo vamos a experimentar.
          Ese proceso atraviesa, como vamos a ver,  distintos estadios, cada uno de los cuales es identificado por fenómenos muy diferentes. En su etapa inicial el cuerpo empieza disolviéndose  en la mente, la que a su vez se disuelve en el alma y ésta en el espíritu cósmico. Es lo que los antiguos denominaron la disolución de la cadena de la vida del ser. La dilución del cuerpo en la mente es el proceso que determina la muerte física mientras que la disolución de la mente en el alma se experimenta como un ejercicio retrospectivo, un examen de conciencia también llamado “juicio final”.
La última etapa, la disolución del alma en el espíritu universal, significa la trascendencia absoluta, estar un paso más allá del bien y del mal, es haber alcanzado la ansiada liberación.  
A falta de una palabra más precisa, continuaremos empleando el término “disolución”, referido a la separación  de los diferentes eslabones de la gran cadena cuyos principales fenómenos pasan por la materia densa, las diferentes sensaciones, las percepciones, los impulsos vitales, el psiquismo, el cuerpo sutil y finalmente lo no manifestado y el espíritu cósmico.
Si ustedes no se cansan y permanecen atentos, sabrán que el primer estadio del proceso de la muerte se produce cuando se disuelve el nivel primario de la cadena del ser: materia, forma, sustancia inferior. En esa etapa el cuerpo disminuye su volumen, la vista del moribundo se nubla y oscurece, se siente como si el cuerpo fuera muy pesado y estuviera hundiéndose. El brillo de los ojos, que ha sido la representación de la salud y la vitalidad, empieza a desaparecer junto con todo atisbo de energía corporal. El signo o visión interna aparece como un espejismo, un resplandor débil y difuso, semejante a las imágenes acuosas que aparecen en el desierto caluroso. Luego comienzan a desaparecer las sensaciones, cuyos signos externos son la ausencia de placer o displacer al mismo tiempo que se interrumpen las sensaciones mentales, la lengua se reseca, dejan de percibirse los sonidos externos incluido el zumbido de los oídos que no ha sido otra cosa que la percepción auditiva del paso del río de la sangre por el cuerpo. Aquí el signo interno es similar a la presencia de vapor acuoso, una cortina de humo evanescente.
Observo en algunos rostros la sorpresa, en otros cierto temor,  en algunos pocos de ustedes una manifiesta dificultad para aceptar lo que estamos exponiendo. Es necesario que sea así, que cada cual  sopese estas enseñanzas mediante el mecanismo de aceptación-negación que facilita la incorporación de un conocimiento auténtico.
El siguiente eslabón en la cadena disolutiva es la pérdida de la percepción y del discernimiento mediante el cual se va perdiendo el reconocimiento de los objetos, la presencia de los familiares y amigos. La respiración del aire se debilita, ya no se perciben los olores y el cuerpo se va enfriando. Aparecen visiones interiores semejantes a luciérnagas en una noche profundamente oscura, o chispas de carbones encendidos.
Posteriormente se cortan los impulsos, todo tipo de intención es anulado y la voluntad no ejerce su poder. El moribundo permanece inmóvil, van desapareciendo los recuerdos de la presente vida, se borra todo vestigio de memoria, la respiración se detiene, la lengua se hincha y se vuelve azul. Por más esfuerzos que se hagan es imposible emitir una sola palabra. Interiormente queda solo una luz intensa, brillante, similar a la que describen  aquellos que han tenido experiencias cercanas a la muerte, los que por un instante han permanecido en esos límites y han vuelto a la vida.
Como vamos analizando, aunque en ciertos casos la muerte en algunos seres es súbita y en otros es lenta y dolorosa, las etapas de la extinción final son similares en todos, aunque no con la misma intensidad ni idéntica percepción del tiempo.
El próximo paso consiste en la disolución de la conciencia, lo cognitivo. Como la conciencia posee tres niveles: mente ordinaria, mente sutil y mente superior, cada una de ellas se disuelve en un momento determinado. En primer lugar desaparece la conceptualización  común,  la mente ordinaria, dando lugar a la aparición interna de una luz blanca y brillante, semejante (como dicen los antiguos lamas tibetanos) a una noche clara de otoño iluminada por la luna llena.
Ustedes, que practican diariamente la meditación, deben recordar que este ejercicio proporciona evidencias de la realidad de las experiencias que acontecen durante el proceso de la muerte, tal como he ido narrándoles. Es el fenómeno del cual les hablaba al comienzo sobre la yuxtaposición de las funciones de los dos hemisferios cerebrales que hacen posible una percepción dinámica, totalitaria, holística. Las razas orientales, perfeccionadas por una cultura anterior en muchos miles de años a la nuestra, poseen una visión sofisticada de las dimensiones espirituales, una fuente de conocimientos y sabiduría sobre el proceso real de la muerte y su relación con el desenvolvimiento espiritual, con la predestinación individual. Docenas de siglos después de que los atlantes fueron vencidos por los arios en una guerra de mil años, los hindúes, por citar un  ejemplo, escribieron el Mahabharata  y el Ramayana mientras nuestros antepasados occidentales vivían en cavernas y bosques de la actual Europa. Saquen ustedes las conclusiones sobre el origen  de los saberes sobre el cuerpo y el alma y su relación con los temas de los que tan poco sabemos en realidad, como el que es motivo de esta conferencia.
Estamos llegando a los eslabones finales de la disolución de la cadena del ser, apenas con este breve resumen que nos aproxima a lo desconocido pero que al mismo tiempo nos deja la certeza de todo lo que aún ignoramos, la parte que falta y que con seguridad completaremos en el momento de nuestra muerte.
En el siguiente estadio se disuelve la mente sutil como una  resplandeciente luz similar a la de una mañana fresca y clara de la naciente primavera. Es el instante en que cesa toda manifestación de conciencia ordinaria y desaparece definitivamente la vida. En las representaciones gráficas más antiguas se ilustra este estadio como una noche profundamente oscura, sin luz, sin estrellas ni luna.
En el último paso de la vida a la muerte definitiva, se produce un instante de intensa claridad de conciencia que se experimenta como un cielo puro, luminoso: la luz clara y divina a la que no  sólo tienen acceso los moribundos en su instante final sino también los místicos en estados de contemplación y unión substancial con la Divina Madre del Universo.
Recuerden, finalmente, que para afirmar que se ha producido la muerte, es cuando aparece una gota de sangre en las fosas nasales. Deshacerse del cuerpo mediante el entierro o la cremación, antes de haber alcanzado el punto final, nos hace responsables kármicamente y culpables de asesinato, ya que el cuerpo todavía está vivo.
Si tienen ustedes la paciencia de aguardarme unos minutos, volveré para saludar a cada uno y despedirme antes de que vuelvan a sus respectivos radios de estabilidad. Comeremos algo que nos han preparado y brindaremos por nuestros propósitos, que guardamos en la fidelidad y el secreto depositados en nuestro corazón. Me siento muy feliz de estar con ustedes.
Extracto de la conferencia que el señor Valentín ofreció a sus discípulos en algún lugar de las Sierras de Córdoba, según las anotaciones de Juan Sánchez.



Yo y el Universo, esto y aquello, a la luz de la lógica cuántica no son entidades separadas: son formas diferentes de una misma cosa,  son expresiones de lo manifestado, el vestido de la Divina Madre, la sagrada Ilusión o Maya, definida por los Maestros  de la India como La magia cósmica que hace una sombra de la sustancia y una sustancia de la sombra. Yo y el Universo son partes de las infinitas e inconmensurables formas del mismo fenómeno: Causa, Principio y Uno  de Todo lo que Es. ¿Será así? Es necesario para mí, por lo menos para mí mientras intento escribir un libro que sea diverso, calidoscópico, entretenido y significativo para otros buscadores. Es un intento que me obliga a repetir cada mañana la misma consigna: Soy lo que Es, aunque sé que todavía mi ego no se disuelve en la tan ansiada Única Realidad, promesa hecha a mí mismo que tal vez jamás sea cumplida. Simplemente lo intuyo, lo acepto por lo que aprendí de los Rishis, pero continúo preguntando: ¿Qué es esa  cosa, ese algo? ¿Qué es lo que se manifiesta? Como respuesta aparece un muro infranqueable a todo esfuerzo, a todo impulso, a todo deseo. Ese que  está más allá de todo lo visible, de todas las formas conocidas o imaginadas, más allá de las palabras que supe elogiar, más allá del espacio y del tiempo comprensible.  Sólo me queda al fin una certeza: soy una manifestación de lo que Es. Todo deberá desembocar en la más pura filosofía de la no-dualidad. La Totalidad es la manifestación de lo que Es, más allá del Bien y del Mal. Esta es la Única y Perfecta Realidad. Por lo tanto todo es perfecto. Yo, cada partícula, cada grano de arena, planta y animal, ángel y demonio, la vida y la muerte, lo sensible y lo aparente, lo que fue, lo que ahora es y lo que vendrá, lo maravilloso y lo terrible, todo lo pronunciable es lo que Es. Todo lo que tiene un nombre, existe, dice el Corán. No existe nada que no sea lo que Es.




JUAN: ¿Has visto “Las alas del deseo” de Wim Wenders?  Hermosa película. Algunas secuencias me remitieron a nuestra conversación mientras cenábamos antes de anoche. A propósito, para mí fue una suerte ese encuentro porque charlar con vos me hizo mucho bien. Te siento como a alguien a quien he conocido desde siempre. Esta situación me resulta muy agradable pues en general me acobardan los ejercicios propiciatorios de nuevos afectos. ¿Has observado eso que llaman “el cultivo de las amistades? Como soy impaciente y algo haragana prefiero relacionarme con aquellos seres (ángeles, niños, hombres, mujeres, plantas, pájaros, piedras y demás) que me resulten compatibles desde el primer momento.
“Buscar el ojo del huracán de la creación”, una frase tuya que me sorprendió. No nos vayamos a olvidar de conversar sobre ese tema cuando vengas. SARA GATTARI



          ¿Dónde estoy? ¿Qué son esos mundos de brillantes colores que van apareciendo a mi paso a la velocidad del pensamiento? ¿Estaré viviendo la proyección astral más completa de mi vida o estoy soñando que vuelo mientras duermo profundamente? ¿O habré muerto y este es mi  veloz viaje hacia la Nada? Por momentos la velocidad de mi vuelo es tal que apenas puedo registrar las imágenes en los circuitos de mi memoria. Jamás he visto ni en libros ni en películas estos sitios remotos, tal vez aún vírgenes, no pisoteados por el hombre: mares extensos cortados por montañas, islas tropicales, bosques impenetrables en los que no quisiera extraviarme. Aquí deben vivir los innumerables dioses de la Tierra, bestias míticas jamás imaginadas, bibliotecas subterráneas que guardan un ejemplar de cada libro editado en todas las lenguas, animales inteligentes que hablan y meditan en contacto con seres alados como yo. Estoy seguro de que podré pasar por laberintos que nadie podría recorrer sin volverse loco: escaleras que llevan a todas y a ninguna parte, castillos medievales en donde se alistan ejércitos de caballeros templarios, asistidos por sílfides y doncellas que prometen sus gracias a los que regresen de la batalla. Me ha asombrado contemplar en cada isla una aldea donde habitan los seres diminutos que según los Santos Maestros será la raza predominante en la futura humanidad. Entre una montaña de cristal y otra construida con los sutiles sueños de los recién nacidos, contemplé monstruosos cíclopes carnívoros que deambulan casi ciegos por desiertos donde abunda el metal dorado, el pan de la avaricia; y en los mares, sin señales de barcas ni rastros de ominosos androides, brincan los delfines y las sirenas voluptuosas con sus pezones  erectos por el deseo insaciable. Las enciclopedias que he consultado y los pesados libros ilustrados no son suficientes para que yo pueda señalar el nombre de los exóticos lugares que me ha sido dado conocer. Así, entonces, en mi función de nombrador, diré que esas ruinas apenas visibles sobre la costa del mar es la Ciudad de las Puertas de Oro, como era llamada la capital de la sumergida Atlántida. ¿Fue aquí o en la antigua Bagdad donde existió el Jardín de las Delicias, el Edén de nuestros primeros padres?  Si me atreviera a buscar entre las ruinas, impulsado por esta meteórica intuición, ¿encontraría el cráneo de Abel y la piedra con la que Caín le dio muerte? Pero no excavaré entre las tumbas pues ya estoy recorriendo los jardines poblados de árboles en cuyas ramas las manzanas de oro esperan la codicia de mi boca. Si pudiera morderlas sería yo un perfecto inmortal y aún podría llevar barbechos para plantarlos  en los huertos terrestres  y así vencer a la estúpida Muerte. Pero si apenas estoy viviendo en un sueño o en una visión extracorpórea o en una pesadilla y nada puedo tocar, ni morder, ni sentir, ni oler. Voy  a salir de inmediato de este lugar pues un mensaje interior me dice que próxima a la inmortalidad yace también la muerte absoluta, la región donde la luz ha sido hecha prisionera y plegada en rizomas caóticos, impenetrables. Apenas he terminado de pensar y ya estoy en uno de los islotes al que de inmediato designo como La  Isla de los Sueños, porque estoy soñando y porque todo lo que aquí existe es elusivo, cambiante, no tiene consistencia y sin embargo emana un poder irresistible. Presiento (no tengo otra palabra) que aquí, por mitades, sus habitantes son bellos, delicados y sensuales, y otros horribles, perversos, alucinatorios. Se mezclan, combinan y confunden entre ellos y se niegan a ser identificados. Carecen de sexo y de nombre, no tienen edad ni destino alguno que cumplir. Danzan ahora en grupos que separan la belleza más espléndida de la más inmunda fealdad y luego vuelven a arremolinarse, jadeando, gritando, fundiéndose y volviendo a separarse de tal modo que súbitamente  recuerdo un sueño espantoso que tuve hace un par de años cuando me desperté envuelto en sudor creyendo que escapaba de mi pesadilla pero, ya de pie al lado de mi cama, las figuras continuaban revolcándose aún después de haberme mojado la cara con agua fría. Como en este momento tengo la potestad del viaje relámpago huyo de la isla de los sueños hasta un valle verdísimo rodeado por montañas nevadas. No puedo comprender cómo puedo continuar soñando o viajando por las entrañas de un calidoscopio que no tiene ni principio ni fin como tampoco tiene ni principio ni fin esta novela que estoy escribiendo en la vigilia de la ensoñación en un lugar preciso de Córdoba. ¿Regresaré a mi casa o continuaré gozando de estas visiones sí imaginadas pero jamás recorridas por humano alguno? Ahora mi desplazamiento vuelve a ser lento y  puedo caminar sobre la hierba que imagino fresca en mis pies descalzos. Aquí una pareja de centauros, él de color alazán, ella tordilla,  se besan en la boca mientras el macho redondea las tetas de la hembra con manos poderosas. Un poco más allá, indiferentes a otras especies y sin duda ajenos a mi presencia, una tropilla de unicornios de cabezas oscuras y ojos rojos pace junto a sus crías que apenas muestran el nacimiento de un punzante cuerno en su frente. Sin temor a ser descubierto, bajo una encina observo un grupo de mujeres de piel blanca y cabello rojo y abundante  con el que cubren su desnudez. Descansan a la luz de un sol que apenas deslumbra, con sus espadas, arcos y flechas a mano, cada una dulce y femenina y feroz y viril al mismo tiempo, con su seno derecho cercenado mostrando apenas una delicada cicatriz. Son las amazonas que se disponen para una próxima batalla. Algunas, las más viejas, preparan comida en negros calderos, unas pocas niñas juegan en silencio a la sombra y dos o tres muy jóvenes, encintas, conservan en su vientre los hijos conseguidos del coito con jóvenes guerreros a los que luego del servicio dieron muerte. Si estas naciones de mujeres existieron o son el fruto de la enfermiza imaginación de los machos sombríos que gobiernan los mundos, no lo sé. Ahora existen sólo para mí, para el ser invisible que las recorre con ojos ávidos y pasa sus manos por sobre los cuerpos calientes tocando, sin ser percibido, los muslos increíbles, los músculos fuertes moldeados en el gimnasio de las guerras. ¿Quién podría creerme si relato este viaje? No puedo llevar conmigo prueba alguna, ni siquiera un puñado de polvo, la pluma de un pájaro, una gota de miel de la Fuente de la Eterna Juventud, que observo  a pocos pasos del árbol de las guerreras. Ahí está el manantial del cual brotan tres vertientes: una lleva miel, otra leche y la restante vino rojo que nutre a cada uno de los seres que habitan este valle. ¿Pero qué es eso? Es el Árbol del Pan, una planta gigantesca que, molida, ofrece la harina más pura que cualquiera desearía amasar. Cómo quisiera yo tomar apenas  unos sorbos de  la Fuente. Las mujeres y el vino me provocan oleadas de sensualidad, tengo sed y hambre y me alejo para no tentarme más con la lujuria  de mi alma posesiva. Detrás del bosque observo una colina escarpada. Rápidamente me desplazo hacia una de las profundas cavernas. Tengo curiosidad por saber quiénes o qué se esconde allí, sin duda seres superiores u objetos de valor. En la puerta de cada caverna hay un grupo de hombres con cara de perro,  desnudos y armados de lanzas, que observan en redondo haciendo girar sus cabezas de buldog. Sonrío mientras ingreso pensando en el raro privilegio de ser invisible y me deslizo por túneles iluminados por toneladas de piedras preciosas. Pienso en cuánta maravilla,  cuánta riqueza, cuánto poder abunda en este valle fértil. Un nuevo impulso me dice que debo seguir, hasta el final  del laberinto. Los hombres-perro son soldados que custodian el ingreso, apenas son sirvientes armados. En algún lugar deben estar los amos de tanta riqueza. Me desplazo a la velocidad del pensamiento por esta cueva serpenteante hasta que una luz que me enceguece me advierte que estoy al otro lado del valle. Frente a mí, se yergue,  inmenso, imponente, el Monte de las Ánimas donde según leyendas esotéricas de la Antigua Persia, pueden encontrarse las semillas del mítico Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal que pueden ser plantadas en cualquier lugar de la Tierra,  con la condición de que sean regadas con las lágrimas de los seres inocentes condenados por pecados que jamás cometieron. Qué diablos hago aquí, pienso ante la imposibilidad de transportar  aunque más no fuese que una semilla, cuando sin pensarlo  ni desearlo me encuentro frente a las ruinas de un castillo. ¿Habrá sido porque pensé en la palabra “diablos” que estoy nada menos que frente a un portal que apenas me aproximo se abre como invitándome a pasar? Esta es la casa de los diablos, mientras leo sobre una de las puertas cerradas con triple llave, la palabra Lucifer. Recuerdo que Lucifer significa “portador de la luz”, en griego. Pero en ese lugar apenas hay destellos de una luz que proviene del exterior. La galería es extensa y conduce en círculos concéntricos hacia el interior del castillo abandonado. ¿Abandonado?  En cada puerta hay un nombre, sinónimo del primero según la creencia popular estimulada por ciertos teólogos. Voy avanzando y leyendo en bajorrelieves de oro: Demonio, Luzbel, Belcebú, Satanás, Príncipe de las Tinieblas, Señor de las Moscas, Mefistófeles, Vieja Serpiente y finalmente, Azael. A pesar de la impunidad que me da el ser  traslúcido, no me confío de los habitantes de esta casa. ¿Qué haría cualquiera de ellos con un intruso como yo, un viajero astral o un muerto que  proviene de la muchedumbre humana? Al final de la última puerta me encuentro en un espacioso salón en el que hay una mesa y trece sillas de enormes dimensiones. Aquí deben realizarse los cónclaves del Mal, imagino, y de inmediato salgo con un estremeciendo de pánico no sin antes leer un cartel sobre la mesa que dice: Habito en tu humano corazón. Si deseas encontrarme sólo tienes que pronunciar siete veces mi nombre en voz alta. Yo te enseñaré los misterios que otros te han negado en nombre del Bien. ¿Leí o imaginé lo que acabo de escribir? Algo cansado de tantas aventuras salí del castillo tenebroso y volé muy alto, en un cielo de un azul jamás pintado por genio alguno. Fui sorprendido por una visión que significa que adquiriré sabiduría y paz espiritual si soy capaz de guardar el secreto de lo que me ha sido dado conocer. Vi nada menos que el Caballo Alado que se hace visible en algunos segundos previos al ocaso y en las serenas horas del amanecer. ¿Adónde irá?, pensé. ¿Existirá o será la proyección de otro soñador? Ya no me importaba continuar pensando en nada que fuera real, ilusorio o virtual. ¿Cuál sería la diferencia? El paso del Caballo Alado significa  que se aproximaba  la mañana. Si yo estuviera durmiendo, despertaría y apenas me quedarían residuos de lo soñado. Apresuré mis intentos por ver un poco más y viajé por sobre montañas y ríos, por otras selvas y lagos, hasta que supe que había arribado al Walhalla, la región donde habitan los espíritus de los guerreros escandinavos que mueren en el campo de batalla. Se aceleró mi corazón ante lo que estaba contemplando. Se encontraban allí cientos de caballeros con sus heridas sangrantes y signos de la reciente contienda. Y a su lado, por orden del dios Odín, las bellísimas y poderosas Valkirias, con sus trenzas doradas, la tersura de su piel y el color de sus ojos, sus ropas de combate y las espadas a la cintura. Piadosas hijas de los dioses que habían elegido, en medio del fragor de la lucha, a los jóvenes héroes que debían morir para conducirlos a la región de la luz, al Walhalla, para que no muriesen definitivamente sino que siguieran soñando con la vida, con la hermosura de sus cuerpos, su coraje, la sensualidad de las  interminables batallas. Me aproximé, pero supe de inmediato que no debía arriesgarme. No soy guerrero, ni joven pero aún así podría ser tentado como todo mortal por alguna de aquellas rubias del norte del mundo. Me fui deseando saber un poco más sobre lo que vendría después del consuelo que las mujeres prodigarían a los guerreros, hijos de Thor. Me quedó una lógica frustración pero me alejé discretamente y volé  sin saber por dónde ni hacia dónde iría. En cierto momento me pareció haber escuchado el despertador pero enseguida volví a lo profundo del sueño y continué viajando hasta que desde la altura supe que estaba sobre la Isla de los Seres Celestiales, ubicada en pleno Océano Pacífico, en ese inmenso mar que se ubica entre África y Oceanía, allí mismo, sobre el archipiélago donde asoman los peñascos de lo que fue la gran Lemuria, el continente perdido que se sumergió como la Atlántida en vaya a saber en cuál milenio antes del actual. Sentí tal emoción que me puse a llorar, aunque sé que en sueños uno no derrama lágrimas, pero lloré con mi corazón por tanta belleza oculta a toda visión humana. Qué  privilegio, pensé, poder contemplar lo que está vedado a todo hombre nacido de mujer. Toda la isla es una sola ciudad, con sus elevados edificios de oro y murallas de esmeraldas, los caminos pavimentados con el más puro marfil. Sus arroyos y ríos transportan vino, aguas perfumadas y abundantes peces de todo tamaño y color. Deambulé por entre los altos rascacielos, entre gente de indescriptible belleza, seres traslúcidos, vestidos con túnicas rojas y amarillas hechas con telas de arañas gigantes que crían en aposentos blindados. La voz interior, que siempre me acompaña en momentos cruciales, me dijo que cuando pasan por el lugar los grandes y lujosos trasatlánticos, la gente puede observar islas y atolones únicos en la Tierra pero que sólo los niños, hasta la edad de la inocencia, pueden ver la Isla de los Seres Espirituales. Me elevé cuanto pude y me quedé gozando del prodigio de mi contemplación. Súbitamente cambié de dirección y descendí. Me pareció que el reloj despertador que siempre dejo a mano sobre la mesa de luz seguía sonando. Pero también me pareció escuchar a gente que lloraba alrededor de mi cama. 



          JUAN: Esta mañana retiré tu carta de mi casilla en el correo. Llegó muy rápidamente según el sello de emisión. Me parece que vamos “sincronizando”, aunque me gusta más eso que escribiste sobre “conciencias que merodean con cierto instinto de amor”. Está bien, es bueno sentirse inexplicablemente comunicante.
          En otro párrafo que he subrayado, decís: “No tenemos muchas cosas valiosas que hacer en esta vida salvo identificar lo impostergable”. Es cierto. Lo impostergable, a veces tan  postergado u omitido por lo urgente, lo inmediato. ¿Qué es impostergable para vos? Yo no lo sé, exactamente. A veces, cuando percibo con la plenitud de mi conciencia, como me ocurre en este momento, el infinito amor que siento por mis alumnos y el que ellos sienten o manifiestan por mí, creo que vivo, que toco lo esencial. Pero otras veces quiero diluirme, extranjerizarme. De ahí surge  mi propósito de emplear un pseudónimo para mis libros. Tenés razón en lo que me decís al respecto, pero será tema para una larga charla. Lástima que vivamos en lugares tan distantes. Te abrazo fuerte, dulcemente, hasta la próxima carta. SARA.



          Debemos a Konrad Lorenz, Premio Nobel de medicina y fisiología, las más serias advertencias acerca de la posible degeneración del programa humano. Como todos sabemos, a mediados del siglo XX, Lorenz realizó en la Universidad de Viena, singulares experimentos en el campo de la etología que le valieron prestigio internacional, en especial después de la publicación de numerosos libros que fueron la delicia de millones de lectores, en diversas lenguas del mundo aunque hoy, lamentablemente, son pocos los que siguen advirtiendo la vigencia de tantos síntomas alarmantes que en esta ocasión  vamos a repasar. Me estoy refiriendo a una serie de fundamentos científicos sobre los que se apoya la Gran Obra en la que tanto ustedes como yo estamos implicados y comprometidos.
          Imagino que estarán preguntándose, ¿cuáles son las relaciones del comportamiento animal y humano que puedan haber sido la causa de semejante preocupación para el biólogo austriaco? Precisamente, de los aspectos innatos y adquiridos de ambas especies, surgieron diversas teorías sobre el comportamiento biológico del orden social que a juicio de Lorenz significan no solamente una inminente amenaza para nuestra civilización  (la que estaría en los inicios de su ocaso), sino también en el colapso de la humanidad como especie.
          Ustedes han sido testigos, hace poco, en el nacimiento de este tercer milenio, de la difusión promiscua de antiguas y nuevas profecías, de cálculos científicos y proyecciones económicas que  señalan los senderos resbaladizos que estamos recorriendo, o, lisa y llanamente  del fin de la civilización y del hombre. Si consultamos algunos de los cientos de miles de libros publicados, comprobaremos que cualquiera sea el punto de partida y el género literario, científico o filosófico que trate la cuestión, nadie ha planteado como lo hace Humberto Eco, que el principal déficit de hoy no es la polución, la guerra, la inequidad en la distribución de la riqueza, el progreso de las enfermedades mentales y otro sinnúmero de males, si  no la falta de filosofía: el hombre está perdiendo la facultad de pensar o, como escribió Lorenz: La prisa temerosa y el miedo apremiante del hombre se confabulan para arrebatarle sus principales cualidades. Una de éstas es la reflexión. Es muy probable que ésta haya representado un papel determinante en los enigmáticos comienzos de la raza humana, y que un buen día, aquellos seres curiosos, dedicados a la exploración de su medio ambiente, se descubrieron a sí mismos en el campo visual de su investigación.
          Lejos estamos de esa curiosidad innata y más lejos todavía del sentido de pertenencia a la Tierra y la consecuente correspondencia y responsabilidad para el sostenimiento del hábitat planetario que haría posible nuestra supervivencia. Hoy nos parecen lejanas (y para muchos anacrónicas), las recomendaciones de Thomas Robert Malthus, el célebre economista británico  que en su “Ensayo sobre la población” advertía en 1798 sobre el peligro de una superpoblación que carecería de los medios indispensables si continuaba expandiéndose. Aunque tarde, sus recomendaciones sobre la limitación demográfica ya empezaron en diversos países del autodenominado Primer Mundo, con su tasa de natalidad negativa que provocará que el número de sus habitantes vaya decreciendo; habrá pocos  niños y jóvenes y una mayoría de hombres y mujeres que superarán los 100 años de vida.
          Es posible que Malthus tampoco previera entonces la naturaleza catastrófica en la que nos estamos sumergiendo. Konrad Lorenz, por su parte, se refirió a otro tipo de superpoblación, la que se produce mediante la oferta excesiva de contactos sociales, las colisiones culturales producto de las incesantes inmigraciones. Esto está produciendo el confinamiento de multitudes en espacios reducidos con la consecuente agresividad que esto provoca en las grandes metrópolis.
          Ustedes, que provienen de diversos ámbitos y países y que, para llegar a este lugar, han tenido que atravesar cambiantes paisajes, han comprobado la devastación del espacio vital, especialmente en los países altamente industrializados. Nos sentiríamos agobiados si tuviéramos que mencionar el número de especies en continua extinción, la desertificación, los incendios de bosques, las talas irracionales de las selvas de la Amazonia, los pulmones de la Tierra. Mares y ríos contaminados por el abandono de deshechos industriales, incluidos residuos radioactivos que entre otros males aceleran la producción del cáncer, la acumulación de basura no degradable en pueblos y ciudades, los enterramientos de productos químicos  que están contaminando las napas de agua  con las que millones de seres deben subsistir. ¿Han advertido  ustedes que no nos encontramos con sapos ni en las ciudades ni en los campos? ¿Qué está pasando con ranas y peces en arroyos y lagunas? Sencillamente que sus huevas no se reproducen a causa de substancias que provienen de los pesticidas.
          La humanidad ha entrado en competencia con ella misma, es lo que afirma el zoólogo austriaco. Como la rata que recorre el laberinto y si no puede alcanzar el alimento que visualiza se vuelve loca, genera en pocos días un cáncer fulminante o sencillamente se suicida, así parecería que es la conducta social de quienes habitamos este planeta que, al decir de los astronautas, brilla en la negritud del espacio cósmico como  una gema azul.
          Ya no se trata, como en tiempos recientes, sólo de la confrontación entre pobres y ricos, del sur contra el norte, por la apropiación del caucho, el oro, el petróleo, el carbón industrial. Es la androfobia que anda suelta por el mundo, el odio del hombre contra el hombre, las guerras tribales entre adolescentes que se identifican por sus jergas y tatuajes, por sus incontrolables impulsos destructivos. Son bloques de países que solapadamente se enfrentan a otros bloques en una sorda y sórdida batalla por el apropiamiento de bienes y recursos. Discúlpenme si estoy hablando de noticias que todos ustedes conocen, pero es necesario que una estos puntos con otros para que, una vez más, ratifiquen en sus conciencias los presupuestos que justifican la revolución que está en movimiento.
          Semejantes a las tribus africanas que aún no pueden concebir el orden republicano y la democracia, así se nos representan los atrofiados sentimientos humanos que sin fuerza, enervados, en un lento proceso de debilitamiento, van sumiendo a las multitudes en la parodia de los valores universales, en ridículas caricaturas que simbolizan la más pura mediocridad.
          Como veremos en una próxima conferencia, los hombres emplean palabras cuyos significados reales ignoran: Dios y Amor, mientras practican las más obscenas idolatrías a líderes políticos y militares, a actores y deportistas y a pícaros famosos que no son otra cosa que pequeños ídolos en sus pequeñas tribus.
          Presten atención al fragmento que voy a leerles, escrito por Konrad Lorenz a propósito de sus sospechas sobre la decadencia del hombre: Numerosos adolescentes muestran hostilidad al actual orden social y, por ende, a sus padres. El hecho de que, a pesar de semejante actitud,   consideren  natural que los mantengan la sociedad y sus familias, demuestra un carácter infantil irreflexivo.
          Y agrega: Si el progresivo infantilismo y la creciente criminalidad juvenil  (e infantil, agrego yo) de esta civilización obedece, como mucho me temo, a síntomas de decadencia genética, no es exagerado decir que corremos un grave peligro.
          Es casi imposible ponerse de acuerdo sobre los motivos que impulsan a millones de jóvenes, en todas las culturas, a actuar como violentos salvajes, desprovistos del mínimo discernimiento, dotados de una inagotable energía para desplazarse, correr, golpear, violar, robar, asesinar sin remordimiento alguno. No es la lucha de clases sino el combate de pobres contra pobres, de jóvenes contra otros jóvenes y de todos ellos contra la sociedad y sus mayores.
          ¿Podría reducirse esa violencia aplicando castigos mayores que incluyan la pena de muerte? ¿Llegará a ser válido el concepto de “penas mayores para delitos mayores” aunque el delincuente sea un niño? ¿Estaremos frente a antiguas visiones apocalípticas que mencionaban como etapa final del hombre aquella en la que los padres matarían a sus hijos y éstos a sus padres? Seguimos preguntándonos: la creciente  e irracional violencia contra la mujer y el niño, tanto en los niveles más empobrecidos como en las sociedades opulentas, ¿es un grave problema cultural o signo de la decadencia genética? El campo de batalla del hombre contra el hombre es también el ámbito de la familia donde un alto porcentaje de mujeres y niños son humillados, golpeados, violados y asesinados por sus padres, tíos, abuelos. ¿Qué es esto? ¿Un cuento de terror? No, estamos hablando de lo que por siglos fue llamado el “núcleo de la sociedad”: la familia. Si el núcleo se pudre, ¿qué será de la semilla?
Frente a ese panorama desolador, es necesario que encontremos respuestas válidas, no simples justificaciones. A propósito, he anotado un pensamiento de Carl Rogers que sería en este momento como el punto de apoyo que nos impulse a salir del basurero moral en que parece estar sumida nuestra humana sociedad. Dice Rogers: Las enormes perturbaciones de la sociedad contemporánea forzarán una transformación hacia un sistema nuevo, más coherente. Un renovado amor por la naturaleza y por cada persona, una comprensión de la unidad espiritual del universo parecen emerger con esta nueva visión del mundo.    
El fin de la humanidad, el final del hombre es también el final de la prepotencia del canon, de las estéticas competitivas que han predominado durante siglos. Es de alguna manera el final  de la razón, la culminación del poder del macho sobre la hembra, la agonía de los dogmas, la disolución de las iglesias y la desaparición de los cleros que han pretendido ser los intermediarios entre el Hombre y Dios, con los resultados que son públicos.
Existe un indoctrinamiento creciente en nuestra sociedad,  producto del fracaso de tantos vicarios, dogmáticos y predicadores asociados a gigantescas corporaciones económicas y financieras que vienen  acomodándose en los huecos que dejan la ignorancia, la estupidez y la superstición. Otros falsos maestros, endiosados por fanáticos de carácter débil pero conspicuos  aspirantes a la inmortalidad, son  contemporáneos, tienen más o menos nuestra edad y vendrían a ser los patéticos sustitutos de los antiguos señores de la fe religiosa. ¿Encontraremos la salida?
Piensen, internalicen estas enseñanzas , practiquen rigurosamente los ejercicios de la meditación cada mañana, predisponiéndose para ser protagonistas de una mutación jamás soñada ni por los más osados visionarios, ni por los ingeniosos escritores de fantasías, ni por los sabios que no tienen  otro camino para exponer sus teorías que en la ficción científica. Reflexionen, discutan en el silencio de sus monólogos  internos o con sus compañeros sobre cada uno de los temas que iremos abordando en sucesivos encuentros.
Especialmente les pido alejen de ustedes las ideas sobre la conveniencia  de logros inmediatos. Estamos trabajando en un proyecto que nos llevará la vida  sin estar seguros de que lograremos alcanzar las metas prefijadas. Uno, tal vez el mayor de los peligros que deberemos afrontar, es el crecimiento internacional del poder económico, militar y cultural que proviene de la poderosa nación anglosajona de la que soy ciudadana pero también una crítica implacable.
Para concluir, volvamos por un momento a las preguntas iniciales. ¿Qué tienen que ver las relaciones del comportamiento humano y animal con el fin del mundo viejo? Existen tantas razones que apenas faltaría mencionar una: ¿imaginan ustedes la belleza, esplendor, orden y limpieza que habría en la Tierra sin la presencia de la sociedad humana? Para un viajero de los mundos exteriores, qué delicia sería llegar a este pedazo de tierra rodeado por inmensos océanos y descubrir la innumerable variedad de sus especies vegetales y animales. Lo sé, no parecen cuestionamientos dignos de un ser humano, pero lo son, justificadamente.
Sean ustedes activos y al mismo tiempo contemplativos. Piensen, disciernan, emociónense, gocen de la vida y renuncien a la vida para que ella sea dueña y señora de ustedes. Intenten desplazarse con pausas y pautas armoniosas que amplifiquen sus habituales estados de conciencia y pueden percibir un poco de lo mucho que está ahí, a su alcance, aunque muy lejos para quien no se obedece a sí mismo. La voz interior no es  una metáfora. Recuerden esta sentencia bíblica que pertenece al Eclesiastés: No seas precipitado y que tu corazón no se apresure a proferir una palabra inútil delante de Dios. De la muchedumbre de las ocupaciones nacen los sueños y de la muchedumbre de las palabras nacen los despropósitos.
Que los Hijos que estamos proyectando con nuestro sacrificio, reciban los dones que a nuestra generación le fueron negados. Seamos criaturas agradecidas por la gracia de haber nacido y por haber sido seleccionados para tan grande misión.
Conferencia de la doctora Clara Bachmann, resumida por Juan Sánchez. Una tarde de otoño en San Marcos Sierras.



JUAN: La ventana de mi cuarto abierta me acerca gamas verdes y un aire apenas tibio con olor a retamas y jazmín de lluvia. Hay un hondo silencio que quiebra mi máquina de escribir. Vivaldi domina y expande el esplendor de la primavera.  Estoy  sola. Mis padres salieron muy temprano a visitar a unos parientes. Tengo todo el tiempo para mí, para pensar. Desde el pasado viernes a hoy he vivido en horas muchos años, pero no he envejecido, al contrario. Me siento segura, serena. Es extraño que sea así pues cada vez que rondó el amor me puse descontrolada, enferma. Siempre me he enfermado cuando han ocurrido esos pequeños actos, los escarceos buscando la comunicación con un hombre.
Te transcribo lo que ha sido una especie de meditación, un monólogo en el cual he procurado visualizarte, comprenderte, tomando la distancia necesaria para ser justa con vos y conmigo misma:
“Cada vez que he sentido próximo a  un hombre, cierto temor parece haberme dominado, aun con aquellos a quienes consideraba inofensivos. Sin embargo, a Juan no le temo. Tengo la certeza de que no va a limitarme, a hacerme claudicar. No sé si llegaré a amarlo. Nunca me resultó sencillo entender la diferencia entre la amistad y el amor, sobre todo cuando no predomina el deseo del otro. Ayer percibí nítidamente que puedo o que pude prescindir del sexo de Juan. No de su boca. Él no  me excita, me calma, me expande. Sí, me enciendo cuando su boca busca mis pezones. Él es suave, aéreo, con sus labios. Cuánto desearía que Juan estuviera aquí, ahora. Pero está bien así. Entre él y yo todo está bien.
          Lo conocí hace 18 años, una noche de primavera. Recuerdo que me empezó a contar que era escritor, y de pronto ya no estaba, se había ido. Recuerdo vagamente que de aquel efímero encuentro me quedó una sensación de fracaso, de pena como cuando se nos corta el tallo de una flor y no sabemos qué hacer con ese cáliz. También recuerdo que me pareció algo petulante o soberbio. Qué contraste. Ahora Juan me resulta por momentos una especie de místico y al mismo tiempo un ser desamparado en medio del caos, aunque por ahí sospecho que es una especie de Don Juan con ciertos prejuicios. También me agrada Juan porque sabe ver, a la vez, el lado exterior y el lado interior del laberinto humano. No sé si me avendría a su presencia constantemente, pero me conmueve sentirlo en mi proximidad, oírlo.
          Percibo a Juan como en una dimensión diferente. Para mí el amor es todavía una emoción, un sentimiento; en cambio, para él, es un estado de conciencia. ¿Viviremos en planos distintos? Mientras está físicamente próximo, percibo que de su cuerpo descienden hacia mí una especie de conductos, unas arterias que me transmiten una gran mansedumbre. Me inunda una placidez profunda, un complaciente deseo de no moverme, no hablar, sólo oír su voz o estar en silencio a su lado. Después, cuando se va, toda esa carga que él ha depositado en mí empieza a surgir, sale de mí, se prolonga en innumerables venitas que lo buscan dondequiera se encuentre.
          ¿Qué pensará Juan de mí? Me gustaría llegar a conocerlo más. Aunque no confío demasiado en mi intuición, lo percibo como una buena persona. Yo lo soy, lo seré con él. Me voy a dormir pero antes le dedico este poema:
          lo divergente   lo accesorio   lo circunstancial   buscar la palabra para la idea de lo intuido que se resbala   que se escapa   apresar levemente la calma   la tenue   la inefable paz   los noticieros dicen   cien mil personas han muerto en un terremoto en Argelia   lo convergente   lo profundo   lo esencial   cómo manifestar mi gratitud a la vida que me regala   el jazmín del día   y la carta que esta mañana    recibí de Juan     y la brisa   que mece las cortinas   tal vez sea necesario   cumplir con los dones que los ritos milenarios  por alguna razón   marcan   la vida de los hombres   hasta la próxima, Juan”.  SARA



SARA GATTARI: Espero que aceptes este poema en prosa que integrará la última parte de mi próximo libro. Fiel a mi promesa, irá especialmente dedicado a tu nombre. Lo he completado en un par de sesiones, con el mismo impulso incontenible que aparece siempre en momentos inesperados, no cuando yo lo espero. Encontrarás imágenes, sensaciones y visiones que han rondado nuestras largas, amables y amorosas conversaciones.

                                   SINFONÍA DE LA PEREGRINACIÓN

¡Oh, miel de la vida, venturosa paloma, sonidos de un concierto a media tarde sobre viñedos dorados en otoño, las reverberaciones de los besos, cuerpos que se abrazan y despiden, los adioses, un camino asfaltado que se desliza entre los álamos, el tenue maquillaje de la mañana, este oscilar del corazón como un péndulo rojo y este venir y estar, este estar y partir, a toda hora y fuera de las horas, mi mano en alto, la sonrisa de mis ojos, ¡oh! rosas perfumadas de tu huerto, amigos, residentes de este pueblo fantasma, ¿cómo se llama este lugar?

¿Desde cuándo venimos esculpiendo con el rumor y el roce de nuestras voces esa muralla de murmullos maravillosos? ¿Es el Universo el sonido de una quena en las altas montañas, un concierto atroz o apenas el silbido de las alas de un pájaro? Los gritos de los niños que acaban de nacer, el ay del moribundo en el geriátrico, su suspiro patético, la insoportable vergüenza de morir, el fluir de otros goces y los arcos de las sensualidades inasibles, el espasmo de las formas de la geometría visible y la invisible, las confabulaciones de dioses pequeños en pequeños mundos, la subversión de las tonalidades, el ordenamiento y el desorden, la pura aquiescencia que hace posible  despertar los sonidos envueltos en capas de silencio, un estremecimiento del ojo aletargado que confunde la vigilia y el sueño, los intentos y el impulso de saltar hacia algún lado, el caer en la hondonada del vacío, la reflexión tardía, la elección repetida en los cruces del camino, las premoniciones de un nuevo amor que se aproxima y  ese estar de nuevo aquí, al final de la parábola, colmado de opiniones y sentimientos, de ideas efímeras y de emociones inconsistentes, por momentos dúctil y eficiente, con la sincronía perfeccionadora de un ser carismático, altivo y espirituoso, sensual, carnívoro, de manos amplias y significadoras y en el otro extremo de mis pasos apenas un mendigo, espejo de penas y fracasos, de pérdidas y de brevísimas traiciones, portador de libros en blanco, de saldos bancarios en cero, el balbuceo del imbécil, el no saber qué hacer ni decir, ni justificar, una costra de pus sobre la piel regenerada y vuelta a marchitar.

¿Dónde están mis semillas, los carozos y brotes, las raíces y frutos de mi sangre, lo que podría darle un  sentido a mi holocausto? ¿Dónde estarán hoy los hijos perfeccionados por los ejercicios de la meditación y el trabajo de las manos, por la fidelidad irrevocable tantas veces prometida que es signo de inclinación por lo divino? ¿Dónde se fueron aquellos que habían entrelazado sus destinos y cuyas lágrimas anticiparon la hora de la diáspora, la ruptura del círculo, el camino del áspero suplicio del destierro, mi nostalgia de Dios?  

Esta es, señores del tribunal, la confesión de quien ha conspirado en secreto y en público contra la Muerte, la eterna peste que derrama como lluvia la Gran Enemiga. Soy un auténtico provocador, un profesional de la guerra, insolente y astuto, un comandante de invisibles escaramuzas, anotadas ceremoniosamente en el libro de ejercicios de la oración cotidiana, un subversivo que eligió ser hostil y al mismo tiempo servir con la obediencia de un esclavo a la Señora de las Manos de Seda, para obtener a cambio de la entrega de su vida, la recompensa del amor indivisible, la gracia de su misericordia por todos los seres que ama.

¿Qué nos ha pasado? ¿Esta es la grandiosa evolución de las especies o la regresión como síntoma del final del programa humano? ¿Alguien ha visto un delfín ciego? ¿Adónde nos conduce esta vorágine que trastorna la naturaleza? ¿Qué había más allá de los mandatos que impulsaba a los censores quemar libros de ciencia? ¿Será la ciencia, como decían los verdugos de la Inquisición,  obra del Señor de las Moscas? ¿Alguien conserva una iguana inválida, una calandria tartamuda? ¿Hay leprosarios para elefantes, hay campos de concentración para gorilas, hay patos salvajes asesinos, hay asilos para leones dementes? Quisiéramos echar una mirada a los Libros Malditos que guardan las respuestas a las preguntas que formulan al mismo tiempo los sabios, los filósofos, los teólogos y  los niños. Los adelantados del progreso dicen con ironía que ningún conejo ha pisado todavía la Luna, que los cerdos desconocen el uso de la computadora, que las especies animales (salvo la del hombre) ignoran que ya hemos enviado mensajes a las estrellas, que hemos puesto Hijos en el Espacio y máquinas que miran, se mueven y analizan en Marte, husmeando entre las rocas.

¿Quién podrá controlar el destino de esta espaciosa esfera, este amado planeta llamado Tierra que conserva bajo su piel un metro de polvo de la sangre derramada, el esqueleto de las víctimas y en el aire el eco de la risa asquerosa de los verdugos, el estruendo de los fusilamientos, el repentino y suave deslizamiento de la soga, la picana humillante, la cámara de gas, la ampolla de veneno que suplanta a la guillotina, el hacha del asesino encapuchado?
Como los antílopes que en una tarde de verano huían veloces cuando intentábamos cazarlos en una estancia en Guatimozín, como las truchas arco iris robustas y espléndidas de los ríos de altura en proximidades de la Cordillera de las Lágrimas, como el amable y suave deslizarse de mis manos sobre tus pechos perfectos, la mente oscila sometida al principio de incertidumbre, las contradicciones colisionan, las verdades mutuamente se despedazan y sobre territorios de la Historia consagrada, sobre los límites y mapas que parecían de acero se yergue ahora la amenaza de nuevos transgresores, algunos poderosos y otros apenas malvivientes, tránsfugas de inapreciable sonrisa, jóvenes potentes, iconoclastas, asqueados de las superfluas y ridículas descripciones del mal llamado “mundo real”, las vagas teorías de las pseudo ciencias y el palabrerío de intelectuales y académicos, ese parloteo confuso de los pontificadotes y fundamentalistas, la perorata de los salvadores del hombre, la mezcolanza de panegíricos y críticas, las profanaciones de la lengua, el logos atrapado en la ciénaga de los comunicadores; el agua de la mente se derrama en las cañerías y queda ciega, estéril, paralizada, se olvida de sí misma como el recién anestesiado, como quien acaba de morir en un accidente, como el recorrido de una vida inútil, sin propósito ni voluntad.

Semejante a hilos de araña que separan bolsones de aire tibio que flotan sobre la luz de los viñedos, parecido al puñal que corta a trozos los aromas del pan recién horneado y  la carne asada con el presentimiento  de la noche y de todo lo que la noche esconde en su espesura, vamos de un lugar a otro, erráticos, confundidos por las desigualdades, por las asimetrías, para quedar de pronto prisioneros de nuestras propias ofrendas, sin saber por qué ni para quién hemos realizado tantos sacrificios. Acosados por ese no saber por qué, hemos vuelto nuestra mirada, hemos desplegado nuestros estados de conciencia, hemos recorrido un sendero desconocido hasta encontrar la casa rodeada de olivares en Colonia Caroya, donde vive don Juan, un campesino vidente y curandero, un bello anciano de ojos azules y transparentes, que entra y sale a voluntad de un mundo a otro, recibiendo con la paciencia de los santos, a ingenuos, supersticiosos y enfermos auténticos, a citadinos de sonrisa estúpida, a políticos venales y especulares financieros que fueron y volvieron una y otra vez por el mismo camino de tierra entre los altos álamos, sin descubrir que todo es un juego malabar, una multiplicación de globos de colores virtuales, ignorando que si el futuro es descubierto se trueca de inmediato en su contrario y vuelve a ser el de antes, lo posible desconocido, el malestar que a cada generación sorprende y excita, esa estación de trenes en la que nunca descendemos porque nadie sabe su nombre ni donde queda.

¡Oh!, miel de la vida, venturosa paloma, sonidos de un concierto a media tarde sobre los viñedos ocres y violetas del otoño, las reverberaciones de los besos, cuerpos que se abrazan y despiden, los adioses, un camino asfaltado que se desplaza entre los altos álamos, el tenue maquillaje de la mañana, las vacilaciones, este oscilar del corazón como un péndulo púrpura, y este venir y estar, este estar y partir que apenas nos concede la certeza de que hemos nacido sin saber todavía para qué; mi mano en alto, la sonrisa de mis ojos, ¡oh! rosas perfumadas del camino, amigos, ¿qué dicen los mensajes de los Maestros? Dicen que el tiempo de espera debe ser suprimido, no más ayer ni mañana sino ahora, nada más que el instante que no empieza ni termina nunca; dicen que los falsos intermediarios entre Dios y el Hombre deben ser eliminados, ¿no es así, bondadosa enseñanza, dignísimo trino, lengua felicísima que pronuncia las claves del Misterio?

Quiero apartar de mí el cáliz de la noche, las voces agrias, los insultos y quedarme en la vasta, ilimitada y silenciosa armonía de la soledad, en la excitante propuesta del desvelo, lo que ya estoy por descubrir bajo los pliegues de tu blusa, ¡oh! rosas perfumadas del camino, amigos, ¿qué son esos sonidos, esas voces exaltadas, esas risas que provienen de una alegría sencilla, los ladridos de un perro que anuncian la llegada de un desconocido. ¿Cómo se llama este lugar?

Esta es la región del Universo llamado Mundo, en el rico esplendor de un Nuevo Medioevo cargado con la antigua obscenidad del hambre, las guerras religiosas, los fundamentalismos económicos, el  Imperio militar, financiero, cultural e idiomático que genera en su expansión el nacimiento de grandes y pequeños sátrapas y alcahuetes. Es el lugar donde todavía aguardamos el cumplimiento de las promesas que hicieron los Santos Maestros: la resurrección del cuerpo y del alma, es decir la muerte de la Muerte, y el amor que me has jurado despierta y en tus sueños, un vino blanco, fresco, en la tarde de un verano en Mendoza, el olor de la salvia y el romero, el tiempo breve que aún nos queda para gozar, para regocijarnos en la reciprocidad de nuestra desesperada búsqueda. ¡Oh!, vida maravillosa, dichosos los que lean la historia de estos tiempos en el recambio de los siglos, y comprendan la complejidad de nuestras maquinaciones, lo difícil que ha sido desprendernos de nuestra voluntad de vivir para que ellos, ustedes, los que están por llegar, beban el vino voluptuoso y disfruten el júbilo salvaje que precede al descubrimiento de la predestinación.

Completo mi círculo y me admiro de mi obstinación y de mi canto, del modo que tenemos de observarnos con curiosidad, con vaga opalescencia, el ingenioso ardid de las mutuas seducciones. El instrumento del silencio como virtud, como secreto de una rigurosa disciplina, es armadura que guarda y protege los dones, el poder que patrocina a los aspirantes, a los recién llegados y el desenvuelto discurso de los mayores, los guías, los constructores, los oradores tutelares que tienen el carisma y la gracia que otorga  la renuncia; y las mujeres de majestuoso porte, calladas y de mirada espléndida, con ojos semejantes a los de la gacela preñada, hembras consagradas, hieráticas y de boca dulce, eficientes y caudalosas. Ellos, hombres y mujeres, son los anunciadores de lo que está por suceder, y todavía más: son los precursores y portadores de nuevas semillas genéticas, los únicos que podrían explicar esta genial conspiración contra el Hombre Viejo y elevar la vibración de las rapsodias del nuevo Bhagavad Gita, porque ya no hay nada más que hacer, nada que pueda superar al instrumento impecable de quienes, asistidos por una obediencia irresistible, no tienen otra tarea que hacer sobre esta Tierra que participar en la última batalla en la cual lo único que tendrá que morir será la Muerte.

Bondadosa enseñanza, dignísimo trino, lengua felicísima que pronuncia y expone las claves del Misterio, Anunciación, Estrella  de la Mañana, un gran Sol Amarillo alumbra mis pies, mis llagas de un millón de años, mi puño en alto, la sonrisa de mis ojos, este venir y estar, este estar y partir, este oscilar del corazón como un péndulo rojo, colmado, donante, plenipotente y sin embargo el último de todos, el conspirador, el espía, el recién llegado, el desafiante, el que cubre con su hálito a las muchedumbres para despejar con su palabra la melancolía, el portador de ofrendas y recompensas, el peregrino solitario y arisco que vuelve de su exilio transformado en espejo donde los otros puedan contemplar lo mejor de sí mismos, el que protege con su juramente la Puerta que conduce al Manantial, el que sostiene el estandarte del León, el Hijo del Fuego.



            Recuerden  y enseñen que la única realización posible y verdadera es aquella que se plasma en la intimidad silenciosa de nuestro ser. Somos almas libres de amar y de pensar: fuera de nosotros no somos nada. Más allá, fuera de nuestra intimidad, corremos el peligro de ser convertidos en sirvientes de las ideologías que alternativamente se disputan el gobierno del mundo.
          Sólo a través del silencio podrán estar en contacto con la Conciencia Cósmica. Sólo por la Ascética Mística pueden lograr el silencio perfecto que logre identificarlos con la Divina Madre.
          Permanezcan en la quietud del Silencio para que la realización íntima del amor se transforme en el vacío perfecto. En el completo silencio que concede el vacío perfecto surgirá la nueva palabra, un lenguaje renovado y orientador. En el Silencio Absoluto  podrán realizar todos los senderos que conducen al Camino, alcanzarán las metas que se hayan propuesto y aprenderán la verdad única de la participación,  con la consecuente expansión de sus almas. No habrá verdad evidente sin el conocimiento esencial de uno-mismo, del sujeto en el camino de la búsqueda.
          Es necesario aprender a callar, hundirse y permanecer en el silencio interior. Nuestra palabra no es la palabra de este mundo. Somos, y así debemos ser percibidos, como almas sencillas que viven en un mundo distinto. En medio de una cultura frenética, destructiva y cruel, podremos sobrevivir al exterminio de los enemigos del hombre.
          Nadie conoce nuestros nombres civiles. Carecemos de personalidad social, no deseamos ni buscamos la fama ni el renombre ni valor alguno que se asocie a la ilusión del ego. Cuando estamos frente a los otros desgarramos el velo que nos separa, el velo de la separatividad social, mundana, económica. Sólo aspiramos a ser almas que brillan en presencia de otras almas.
          Permanecemos en el misterio sin pronunciar una palabra. Envueltos en el resplandor invisible del Silencio, nos apartamos del torbellino de los mundos abismales y nos hacemos uno con nuestros Hijos, aquellos seres que la predestinación nos ha encomendado para que sean ofrecidos a la gran misión que está por despuntar. 
          Sin embargo, no confundan ustedes el silencio y la paz interior con la inacción y la desidia  en la suelen caer los que no están sujetos a la disciplina espiritual. Ante el inabarcable volumen producido por el saber humano, científico, artístico y filosófico que ningún individuo puede conocer en su totalidad, debemos organizar un sistema conciso, programado científicamente que nos permita utilizar un lenguaje preciso, apropiado a nuestros propósitos.
          Es indispensable eliminar el papelerío, la verborragia intelectual, el exceso de metáforas, las repeticiones y la falta de coherencia. Cada estado de conciencia, cada idea, sensación y emoción deben ser transmitidos con la palabra correcta y si ésta no existe, hay que crearla, diseñar una nueva filosofía del lenguaje.
          Deben ustedes aprender a distinguir entre conocimientos posibles y evidentes y los que aún están en vías de ser irrefutables. Algunos sistemas mezclan y confunden saberes culturales con los llamados metabiológicos y divinos: no saben distinguir con claridad sobre aquello que es posible y lo verdadero, o exponen especulaciones intelectuales y fantásticas ideas teológicas como verdades evidentes y lo único que logran es provocar desengaños y sembrar más incertidumbre.
          Es necesario no confundir, y enseñar a no confundir, la naturaleza de fenómenos mentales, psíquicos y físicos como pertenecientes a cierto orden sobrenatural cuando se sabe que inmediatamente pueden ser refutados por la psiquiatría o la medicina química  que logran alterar a voluntad los diversos estados de conciencia, las emociones y la sensibilidad corporal.
Tengan presente, en cada instante de sus vidas, la Ley de la Reversibilidad  que nos dice que dando, recibiremos, que perdiendo, encontraremos, y ofrendándonos viviremos plenamente pues la Renuncia es la única fuente de vida con la que podemos calmar nuestra sed de realización. 
          Un poeta, que vive entre ustedes, escribió este brevísimo poema: El Superior / no es otro que uno mismo  /  obedeciéndose.  Consecuentes con ese pensamiento sometan ustedes su voluntad a la obediencia que les exija su vocación y  abandonen las cargas mentales para tener un solo punto, una idea y un propósito únicos. Así podrán colaborar con nuestro proyecto de fundación de una sociedad planetaria compuesta por una nueva y Única Familia.
          Mensaje enviado por el Maestro Desconocido a los miembros de la Comunidad.



JUAN: Amor mansedumbre, amor libertad. En lugar de esta carta me gustaría enviarte una canción, una alegre melodía. Tu venida ha sido para mí una experiencia riquísima. Es como si todo en mi vida hubiera tomado un absoluto sentido de novedad. La sensación de percibir el amor en forma tan honda y a la vez tan libre, sin complicaciones, prejuicios, obligaciones, culpas, ataduras, me parece milagrosa. Creo que esa percepción ha sido lo que he aspirado siempre aunque no me atrevía ni siquiera a imaginarla.
          Cuando por momentos te quedás mirándome como con cierta nostalgia, con tristeza o con algo de perplejidad, quisiera revelarte que nada hay en mí que te pueda preocupar, nada que pueda significar dolor. No sé cuáles serán los pares de opuestos que mi existencia y nuestra relación puedan depararte. Lo ideal sería que entre los dos formáramos holísticamente el par que le otorgue sentido a esta etapa en nuestras vidas.     
          Me siento bien, tranquila. Me estoy organizando mejor con el tiempo y conmigo. No te extraño, quiero decir que no percibo todavía tu ausencia. Todo a mi alrededor está impregnado de tus tonos, tus gestos, tus ideas. Es muy bello lo que me sucede, es inmensa la gratitud que siento hacia vos por aproximarme tan amorosamente a tu intimidad y por respetar la mía tan sabiamente. No me impacienta sentir tu autoridad. Te acepto porque te descubro profundamente lógico. Quisiera que sientas algo semejante respecto de mí.
          Aunque estamos en enero, los días aquí han refrescado mucho. Tengo la ventana  del escritorio abierta por la que entra un aire agradable, con el olor de la tierra recién arada. Estoy haciendo dulce de damasco. Si me sale rico te guardaré un frasco para cuando vengas.
          Te abrazo así, dulce, íntegramente. SARA



JUAN: Gracias por O’Henry. Fui a buscarlo en mi biblioteca  y recordé tener una selección de sus cuentos en mis manos. Cuando yo cursaba el tercer año en la facultad debí leer Pasajeros de la Arcadia para elaborar un trabajo de cotejo con Le Père Goriot. Me entusiasmó y leí varios cuentos más. Aunque te parezca increíble, lo había olvidado por completo. Cuando lo nombraste me pareció que afloraba un recuerdo amado.
          Hoy recordaba que hace 18 años vos y yo nos encontramos para perdernos rápidamente. Tal vez haya sido así porque yo debía primero transitar un largo camino, con el obligado descenso a los ciertos infiernos, para poder acceder a la gloria de este cielo que es tu amistad para mí.
          Nuestra visita a la Casa del Diablo, estupenda tu definición sobre lo que vendría a ser una casa de citas, un hotel alojamiento o como le dicen en Córdoba, ¿amueblado?, no me ha traído mayores perturbaciones porque: 1º fue una asistencia libremente elegida por ambos, 2º estuve allí con la única persona que en ese momento deseaba estar, y 3º cuando mis amigas comenten sus visitas a ese lugar, seguramente callaré como lo hago siempre, pero esta vez no será por ignorancia. Tengo otras razones, pero me las reservo.  
          Las horas de esta mañana las dediqué a mis plantas. Si bien no me agradan las linduras inglesas en los jardines, y estoy en desacuerdo con el conductismo, decidí ponerle ciertos límites a la anarquía, especialmente de enredaderas y yuyitos. La tarea me produjo un momento muy gratificante: trepar a las columnas del parral significó recuperar la visión aérea de los viñedos y olivares y la montaña, tal como la descubrí cuando era una niña.
          Espero que hayas recibido la carta que te envié el jueves pasado. En cuanto a lo que me decís que te resultó sumamente excitante hacer el amor con una escritora, ¿qué puedo decirte? Te beso. SARA


         
          -Antes de que llegaras, estuve repasando mi carpeta de apuntes sobre la plegaria.
          -Recuerdo que usted me había prometido que en alguno de nuestros encuentros ése sería el tema de conversación.
          -El tema merece algo más que ser el centro de un diálogo. Debemos aprender a orar correctamente y difundir las técnicas entre todos aquellos que, por diversas razones, recibirán la influencia de nuestros pensamientos y acciones. Como dijo Gandhi, orar es un intento para comunicarnos con el Alma del mundo.
          -Hace algunos meses, señor Valentín, estuve leyendo algunos libros y anotaciones que fui conservando a lo largo de estos años de preparación.
          -¿Por ejemplo?
          -La incógnita del hombre, de Alexis Carrell
          -Es un libro extraordinario. Tenía un ejemplar en mi biblioteca pero desapareció. Espero que quien lo tenga, y no lo devolvió, lo haya aprovechado.
          -También volví a leer un pequeño libro de Carrell del cual se han realizado traducciones a docenas de idiomas.
          -¿El poder de la plegaria?
          -Sí, señor. Puedo decir que es uno de mis libros de cabecera.
          -Me alegro de que así sea. Voy a hacerte una pregunta que estoy seguro no sabrás responderme.
          -Dígame.
          -¿Sabías que Alexis Carrell visitaba con frecuencia este lugar?
          -¿La Cumbrecita?
          -Exactamente. Se cuenta que aquí pasó varias temporadas, descansando en compañía de su esposa.
          -No conocía ese dato.
          -Entonces tampoco sabrás que la esposa de ese gran científico está sepultada en el cementerio de esta villa.
          -Tampoco lo sabía. Qué increíbles coincidencias.
          -Carrell, además de médico, fue cirujano, fisiólogo y un incansable investigador de laboratorio en el campo de la regeneración de los tejidos y la cicatrización de las heridas.
          -Algo sabía.
          -A pesar de que jamás se consideró ni teólogo ni filósofo, escribió ese librito fundamental sobre la plegaria que recién mencionaste, basado en el ejercicio de su profesión como médico y en especial en sus testimonios de curación por la fe de la que fue testigo en el Santuario de Lourdes y que le valió nada menos que ser expulsado del colegio médico de Francia.
          -Si eso hubiera ocurrido en tiempos de la Santa Inquisición, su destino habría sido la hoguera.
          -Es verdad, Juan. Pero tal vez haya sido la predestinación la que lo hizo  dejar Europa y trasladarse a los Estados Unidos en donde años después recibiría  el Premio Nobel.
          -La venganza de los dioses.
          -No sé si habrá sido así. Lo que sabemos es su contribución a la medicina y su aporte a la ascética mística sin que él fuera ni un asceta ni un místico.
          -Aunque lo que Carrell escribió sobre la oración lo aproxima a la mística contemplativa.
          -Es verdad, como lo iremos viendo. Mucho de lo que hoy se conoce, es herencia del pensamiento de un gran científico que fue a la vez testigo de milagros de sanación no aceptados por la ciencia ortodoxa.
          -Pero sí por la fe.
          -Así es. El Verbo, que emana de Dios, se fue transformando en palabra, en un lenguaje sustancial que llegó a convertirse en vehículo al servicio de la comunicación entre los hombres. A pesar de la degeneración a la que la cultura contemporánea ha sometido al lenguaje, nos es posible rescatar el logos espermático, la esencia multiplicadora y expansiva de la mente divina.
          -Vendría a ser lo que dijo Gandhi.
          -Lo que dijo Gandhi y lo que afirmaron a través de los siglos, en diferentes religiones e idiomas, místicos como San Juan de la Cruz, Ramakrishna, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila y tantos otros que sería largo mencionar. 
          -Quien ora, entonces, ¿estaría compartiendo el poder inconmensurable de Dios?
          -Exactamente, es así aunque para algunos suene a blasfemia. La sintonización perfecta del individuo consigo mismo lo pone en armonía con las leyes universales. Quien medita descubre que está religándose, que no tiene una existencia separada sino que es parte del Uno indivisible, del que emana la multiplicidad fenoménica, lo manifestado, lo visible, el vestido de Maya.
          -Como usted sabe, en estos últimos tiempos he leído numerosos libros de divulgación científica. Por ellos supe que eruditos de diferentes campos sugieren que todas las cosas del Universo, Todo y Todas las Cosas, están interconectadas. Y ahora espero ser yo quien lo sorprenda, señor Valentín. ¿Conoce este proverbio? Si cortas una brizna de hierba, el universo entero vibra.
          -Magnífico pensamiento, Juan, que viene en apoyo de nuestros argumentos. Quienes practican la sanación mediante la oración están convencidos de que ésta no disminuye su poder con la distancia. Las plegarias tienen la misma eficacia tanto si vienen de la habitación contigua como de alguna distante región del cosmos.
          -¿Podría ser esa la causa de que a veces sentimos un súbito bienestar sin saber de dónde proviene?
          -Personalmente estoy seguro de que es así. El legendario físico persa Avicena escribió a mediados del año 1000 que la imaginación de un hombre puede actuar no sólo sobre el propio cuerpo, sino sobre otros cuerpos distantes.
          -Esto es Eso y Eso es Esto. ¿Sería esta expresión el resumen de la totalidad absoluta?
          -Al comienzo es como un juego de palabras que se va revelando con la práctica de las enseñanzas, los ejercicios de la meditación y la automatización de la oración. El monje zen  vietnamita, Thich Nhat Hanh escribió: La mayoría de las personas se ven a sí mismas como olas olvidando que también son agua. Habituados a vivir en un marco de nacimiento-muerte, todo lo olvidan acerca de aquello que no tiene nacimiento ni muerte. Como la ola vive la vida del agua, nosotros vivimos la vida que no nace ni muere. Lo único que necesitamos es saber que vivimos esa vida.
          -Los antiguos rishis de la India creían que la oración era la forma de energía más poderosa que el hombre puede generar. ¿Usted considera, señor Valentín, que ese pensamiento tiene vigencia?
          -Por supuesto. La oración es la emanación del amor que surge de la más pura conciencia del ser, aunque él no sea consciente. La plegaria encuentra su más alta expresión en la extensión del amor humano hacia la noche oscura de la razón.
          -Desearía que usted me ampliara los conceptos sobre la oración. Por ejemplo: rezar por hábito, por miedo, por superstición ¿también es orar en el sentido que le estamos dando?
          -Con diferentes matices, la predisposición tiene semejanzas. Orar es también un discurso, una plegaria, un monólogo, un pedido de auxilio, una meditación trascendental a la que todos podemos acceder. No es imaginable pensar que una persona, cualquiera fuera su condición, pudiera quedar al margen de este recurso espiritual del que todos somos merecedores.
          -En algunos círculos, señor, se considera a la oración como una  especie de privilegio al que sólo deberían tener acceso las personas que se supone son cultas.
          -Grave error, Juan. Tal como dije hace un momento, aunque sea practicada como un humilde rezo, como ejercicio de una inteligente meditación o como una simple verbalización, la oración se vuelve inmediata e inevitablemente efectiva. Es con el corazón como vemos correctamente. ¿Sabés quién lo dijo?
          -Es una de mis frases favoritas. Ahora, volviendo al tema de para qué orar, en estos inicios del siglo XXI para muchos es una simple pérdida de tiempo, un anacronismo del que no vale la pena hablar.
          -Así nos va y así les fue a las grandes civilizaciones que perdieron el sentido de lo trascendente. La pérdida del sentido moral, de lo bello y en especial el desprecio por lo sagrado, ha hecho del hombre actual un ser espiritualmente nulo. Este ha sido y continúa siendo el comienzo del derrumbe de nuestra cultura.
          -En la Edad Media, los monjes descubrieron que si aumenta el número de seres entregados al ejercicio de la meditación y la plegaria, el  mecanismo opresivo de los pares de opuestos, las leyes del mundo manifestado en el cual se produce nuestra vida, irán perdiendo su potencialidad dominante, al mismo tiempo que sería más amplio el libre albedrío. Ésta parece haber sido la justificación de la construcción de monasterios para la práctica de la vida contemplativa y de capillas y lugares sagrados para el ejercicio de la oración.
          -Eso sucedió hace mucho tiempo, Juan. Hoy  vemos las iglesias vacías y a nadie se le ocurriría construir capillas ni oratorios. Sri Aurobindo nos ha enseñado que el hombre de hoy puede y debe practicar la ascética mística en la sociedad, tal como él lo ha hecho, tal como lo hacemos nosotros. Podemos casarnos, tener hijos, estudiar, ser un activista social o político, un artista, un hombre de negocios, sin necesidad de someternos a los rigores de la vida monástica, ni hacer votos de castidad que sólo conseguirían aumentar el número de seres histéricos y sexualmente confundidos.
          -Es lo que usted  nos ha enseñado desde el comienzo. Esa es mi experiencia de la que estoy más que conforme. No deja de ser una formal invitación para que miles de hombres y mujeres descubran el sentido y el poder de la oración.
          -Es lo que hemos aprendido y lo que debemos enseñar y divulgar. Se puede orar en cualquier sitio: en nuestra casa, en la calle, en el tren, en el ómnibus, en el automóvil, en la escuela, en la fábrica  o en la oficina. Si se dispone de medios y de tiempo, lo ideal sería ir de vez en cuando al campo, a las montañas, a un bosque o a orillas del mar y allí poner en movimiento todo el caudal del que somos portadores. 
          -Tengo algunas ideas y aprovecharé esta reunión con usted, señor Valentín, para ampliarlas. ¿Cuáles son los efectos de la oración? ¿Por qué el sentido de lo sagrado es tan importante?
          -Por lo que hasta hoy sabemos, por lo que escribió Alexis Carrell y por la posterior experimentación de científicos y meditadores, es que aunque la práctica de la plegaria sea un simple recitado de fórmulas, siempre produce efectos sobre el comportamiento propio, enriqueciendo el sentido de lo moral y lo sagrado. La evidencia es comparable a la secreción de una glándula interna que produce determinadas transformaciones orgánicas, mentales y emocionales.
          -¿Se refiere usted a la medicina psicosomática?
          -Exactamente. La medicina psicosomática, antiguamente conocida como medicina del cuerpo y la mente, demuestra que las percepciones, emociones, creencias,  pensamientos y actitudes afectan notoriamente al cuerpo. Las principales enfermedades de los tiempos actuales,  el cáncer, cardiopatías, soriasis, diabetes y otros males degenerativos, están de alguna manera influenciados por la mente. Algunas modernas terapias incluyen la meditación, los retiros espirituales, la biorretroalimentación, música apropiada y ejercicios de visualización.
          -Acabo de leer un artículo referido a lo que usted menciona, escrito por el Dr. Kirsham Chopra, que me pareció muy interesante. Pero tengo una duda que tal vez usted me aclare.
          -Si tengo la respuesta, te la daré, de lo contrario ambos quedaremos endeudados. ¿De qué se trata?
          -Cuando hablamos de enfermedades susceptibles de ser eliminadas por medicamentos o por una natural y probable remisión, es difícil saber cómo puede haber actuado la oración como agente de sanación.
          -Esto sucede a menudo. Lo justo sería creer que el paciente se curó tanto por efectos de la medicación como de la oración. ¿Cuál  era el propósito? Que el  enfermo sanara. No vale la pena discutir.
          -Los efectos de la plegaria ¿son lentos, progresivos, acumulativos?
          -En algunos casos la plegaria tiene efectos explosivos en  personas que han sanado súbitamente Casi siempre el fenómeno consiste en un gran dolor inicial y en minutos (a veces en pocas horas) se produce la desaparición de los síntomas y el restablecimiento del paciente, incluyendo lesiones anatómicas.
          -Para que esto, que parece un milagro, suceda, ¿es necesario que el enfermo tenga una profunda fe?
          -No siempre es así. Para que estos fenómenos se produzcan no siempre es necesario que el doliente tenga fe y tampoco que sea él quien ore. Niños pequeños, ignorantes, retardados, seres mal dotados, no creyentes han sanado. ¿Por qué? Porque próximos a ellos alguien oraba. La plegaria formulada por otro es siempre más efectiva y fecunda que la que hace uno para sí.
          -No es fácil explicar estos sucesos desde el punto de vista científico, ¿verdad?
          -Seguro que no. Por esa razón expulsaron a Alexis Carrell del colegio médico de Francia. ¿Nos queda algo pendiente? El reloj nos está marcando el final de esta reunión.
          -La oración no es solamente un instrumento de sanación. ¿Existen otros aspectos que justifiquen el acto de orar? ¿Cuáles?
          -Cualquier persona que ora adquiere una mayor resistencia en relación a la pobreza, el desprecio social, a la discriminación, a las dificultades materiales, a la pérdida de seres queridos, a la ausencia de aquellos que más amamos porque ya no están o porque se fueron a vivir muy lejos. También oramos por amor, por cuidado y protección, por el simple gozo de sentir que de nosotros fluye el más puro y generoso sentimiento.
          -Usted, señor Valentín, tiene la facultad de señalar a aquellos que practican asiduamente la meditación y la oración. ¿Cómo los identifica?
          -Los ejercicios espirituales ponen en quien los practica un sello especial que se percibe en la fuerza de la mirada, la presencia, la serena expresión, la integridad moral. Podría agregar que revelan una belleza transparente, adicional, poco común.
          -Muchas gracias.
          -Antes de irte, voy a pedirte un favor. Que lleves  este sobre a la persona que está esperándolo. Vos sabés quién es y en donde vive.



JUAN: Cariño, a pesar de lo breve que fue el tiempo compartido esta vez, sentí que estabas más abierto hacia mí, menos defensivo, más confiado, aunque dijiste algunas cosas como abriendo el paraguas antes de que lleguen las lluvias, creo que la comunicación entre vos y yo es muy buena. Nos vamos encontrando y reconociendo en un camino apacible, generoso y sincero.
          Qué gratificante es poseer el don de la memoria. En estos días en los que he estado medio tristona, me he refugiado en esos bellos instantes compartidos con vos.
          Esta mañana, mientras iba a dar clases, se me ocurrió lo que ahora te transcribo, escrito en mi agenda con letras despatarradas.

          Yo digo Juan     y es como dijera         tierra          agua        sal          Yo digo Juan    y es como si recibiera sol  aire  pan La vida se abre      y se expande   y llena de luz todo lo demás      He vivido tantos dorados años         algunos de adioses  otros de distancias y muchos de soledad        Es otoño otra vez       vuelan las hojas rojas    se instalan las horas dulces         hay moscas lentas          y olor a mosto en las cepas vacías    las últimas flores del verano      el pasto amarillento   una nube lechosa en el azul perfecto   y el sol del otoño        Juan          ¿por qué me duele quererte?           Antes en el verano  no te extrañaba Culpables son los marzos dorados      Ellos abren las puertas indebidas       Juan,         enseñame también a amar en otoño        SARA        



          Creo que fue Stalin quien dijo que la muerte de un hombre es un crimen pero que la muerte de millones es sólo estadística. Esto y los demás argumentos expuestos en este libro sobre la anomia que caracteriza a nuestra decadente civilización, la desintegración progresiva de las leyes y reglas que podrían asegurar su supervivencia, nos lleva al hecho real del genocida, el asesino serial, el violador, el torturador que ejecutan sus crímenes impulsados por las malditas ideologías, por la insanable locura que le sigue y por la aterradora presencia de la anestesia moral que nos recuerda nuevamente a Konrad Lorenz y su preocupación por el destino del género humano.  
          Frente a la perpetua disyuntiva de perdonar o castigar, pienso que una extrema indulgencia, de cualquier signo, no es otra cosa que una cobarde absolución a uno mismo, una amnistía anticipada a las miserias emocionales y debilidades mentales que todos portamos, en menor o mayor grado.
          La Ley del Talión, la cólera de los antiguos dioses han ido siendo reemplazadas por los actuales ordenamientos jurídicos que castigan severamente a un asaltante de bancos y dejan impune a gobernantes, banqueros, militares, economistas y políticos venales por cuya responsabilidad esta civilización va camino a su propio funeral.
          Observando por televisión las fosas comunes en el Cementerio de San Vicente, en Córdoba, donde se arrumban los huesos de cientos de hombres y mujeres ejecutados, fuera de la ley, por la dictadura militar que asoló a nuestro país, leyendo noticias sobre desaparecidos, siguiendo a las abuelas que buscan a sus nietos apropiados por los represores mientras ellas mismas  van desapareciendo por la edad, el cansancio o las enfermedades, conversando con docenas de amigos que jamás volvieron a ver sus hijos, sabiendo de hechos atroces cometidos por individuos que en su momento fueron identificados, juzgados y luego perdonados, uno no puedo ni debe sentirse cómplice de la condonación de tantos crímenes de lesa humanidad.
          El microcuento que voy a transcribirte se inspiró en un poema que Antonio Requeni dedicó a su amigo, el poeta Roberto Santoro, víctima de las balas de los represores. Marqué únicamente los últimos versos que dicen:
Ahora tu nombre / es solo un nombre en una lista   pero yo creo en la venganza del poema / no haya paz en la tumba del verdugo.  
          Estoy de acuerdo con la idea de que la verdadera historia no está en los manuales académicos sino en la literatura. Basado en hechos reales, en juegos de la imaginación y en el incontestable deseo de hacer justicia, escribí estas pocas líneas que espero te conmuevan tanto como a mí al escribirlas.
                                                
  EJECUCIÓN

          Apenas despertó de la anestesia, el torturador recordó que la joven doctora, antes de operarlo, le había preguntado: ¿No me recuerda? Por supuesto que entonces no la recordaba pero ahora, que regresaba convaleciente a su casa de campo en Ascochinga, una imagen repentina lo trasladó, veinte años atrás, al Centro de Detención de La Perla. En ese momento sonó el teléfono celular. ¿Sí? Una pausa. ¿Quién habla? Del otro lado de la línea la voz de la mujer lo hundió en el  pánico. Detuvo el automóvil a la orilla de la solitaria ruta. Iba a decir algo cuando escuchó: ¿Cómo se encuentra? No me diga que todavía no me recuerda. Otra pausa. ¿Qué hora es?, preguntó la cirujana. Las once y veinte, respondió tartamudeando mientras abría la puerta del coche y trataba de huir. Ahora sabés quién soy, ¿verdad?, maldito violador, asesino. No te coloqué un marcapasos. ¿Qué esperabas? Lo que está latiendo en tu pecho es una bomba. Te quedan diez minutos de vida. Última pausa. Que Dios me perdone.



Querida Sara: de nuestro diálogo sobre la oración quedó pendiente mi promesa de enviarte copia de un antiguo relato que me ha impresionado de tal modo que por momentos imagino que ha sido un sueño que yo mismo he experimentado, no recuerdo cuándo, pero sí que está relacionado con ciertas pesadillas que tuve en aquellos difíciles meses en los que padecí mi depresión nerviosa de la que fuiste testigo y  dulce samaritana. El texto pertenece al libro Los Padres Eremitas del Desierto, traducido del árabe al español por mi querido amigo palestino, Juan Yaser, a quien tantas veces he mencionado. Te prometo que en otra ocasión voy a enviarte el resumen de una conferencia sobre la plegaria que dio una persona que vos no conocés pero que es muy importante en mi vida. Por ahora me limitaré a transcribirte la historia del Obispo Zenobio, que comienza así:


                                            LAS VOCES DEL DESIERTO

          El Obispo Zenobio pernoctó en la antigua ciudad Djabal al-Tinef, apenas cruzando el límite con el reino de Jordania de donde provenía con una reducida caravana de peregrinos que lo acompañaban en su regreso a Beirut, con la devoción que se debe a un auténtico Maestro.
          Muy temprano cargaron agua y alimentos suficientes para atravesar el inmenso Desierto de Siria en el que por siglos sucumbieron miles de viajeros azotados por la arena, el viento y el sol abrasador.
          A la tercera noche, el guía los condujo a un pequeño oasis en el que recargaron sus vasijas con agua y dieron de comer a los camellos antes de entregarse a un profundo sueño. Zenobio, que apenas necesitaba dormir un par de horas, se alejó hasta una duna desde la que podía ver el resplandor de las fogatas. La Luna llena que iluminaba las ondulaciones arenosas era una invitación a meditar.
          Así permaneció el obispo durante algo más de una hora. Impulsado por un repentino presentimiento comenzó a remover la tierra con su báculo hasta que dio con una calavera. Luego  con otros huesos y otras calaveras que parecieron molestarse por haber sido despertadas de un largo sueño. Eran cientos de huesos sobre los que sobresalían cuatro blanquísimas calaveras que comenzaron a castañear sus dientes.
          El Obispo Zenobio al principio se alarmó pero luego, movido por su templanza y caridad, les preguntó quiénes habían sido en el tiempo en que aquellas osamentas habían estado cubiertas de carne y de vida. Las calaveras guardaron silencio, como esperando que quien parecía ser el espíritu jefe, comenzara a hablar: “Yo fui en vida Mayid al-Zahrani, dueño y señor de un pequeño ejército de bandidos  que asaltaban las caravanas. En ese oasis donde ahora duermen los tuyos, teníamos nuestra secreta guarida. Allí ocultábamos comida y armas y parte de los tesoros que iban acumulándose. Ya era inmensamente rico pero, por desgracia, no pude poner límites a mi codicia”. Hizo silencio la calavera que había hablado, como dando lugar a la que estaba a su lado. Ésta dijo: “Fui, tal vez todavía sigo siendo, Muqtada Musab al-Zarqawi, mago, alquimista y sacerdote idólatra que también habitaba  este hermoso lugar junto con otros camaradas de las tinieblas. Conocí los secretos de las ciencias que elaboran los elixires de la vida y de la muerte con los cuales traficaba, vendiéndolos a asesinos de dignatarios y reyes, hasta que caí en desgracia”.  De inmediato habló la tercera calavera. Su voz no era doliente ni áspera ni agresiva sino dulce como una flauta: “En otros tiempos, en los que mi alma habitaba un río de sangre, en un hermoso y joven cuerpo, mi nombre era Faris Alí Hussein. No fui ni bandido ni sacerdote ni tampoco-Alá me bendiga- una mujer. Mi oficio era el de hacer reír a la gente. Cantaba, bailaba, tocaba los más delicados instrumentos musicales y narraba, durante horas, las historias que inventó la princesa Scheherazada en las largas noches que dedicó a salvar su vida”.
          Bajo la intensa luz de la Luna, todavía sorprendido por el prodigio del que era testigo, el Obispo Zenobio creyó haber escuchado a alguien que lloraba. Por un momento se hizo un prolongado silencio. En el oasis, las fogatas estaban apagándose y apenas se distinguían las últimas y lánguidas brasas. Lo que sonó en el desierto,  era ahora la voz firme de una mujer, la cuarta calavera: “Fui en vida nada menos que Amira Abdulkarin, hija del jefe Falah al-Nakib, el hombre más rico y poderoso de estos desiertos. He sido la mujer más bella y codiciada a la que cantaron  los poetas y a la que procuraron tener como esposa príncipes y dignatarios. Pero mi más agradable oficio fue el de ramera, por lo que fui repudiada por mi familia y expulsada de palacio. En estas arenas tal vez estén sepultados los huesos de los innumerables amantes que me gozaron. ¿No es así, Muqtada”. La calavera que parecía ser el jefe, rió burlonamente y dijo: “Es verdad, aunque ya eras vieja cuando te uniste a mí. Fuiste mi esposa y la señora de mi harén. Perdoné tu pasado porque te amé como a ninguna otra mujer”.
          El anciano obispo continuaba maravillado escuchando las voces del desierto. Estaba convencido de que todo lo que estaba sucediendo era un sueño que se disiparía al despertar. Pero no estaba durmiendo sino esperando lo que se le anticipaba como una revelación. “¿Por qué están juntos? Me refiero a sus cuerpos”. Hussein, el comediante, se apresuró a contestar: “Fuimos asesinados por Omar  al-Mahdi, por orden del rey de Jordania”. “Sí”, agregó Mayid, el asesino, “fuimos condenados a muerte por nuestro rey”. La voz de Amira sonó en la noche:”El rey de Jordania era entonces Falah al-Nakib, mi padre”. Ahora Zenobio supo que el llanto provenía de la calavera femenina.
Más allá del desierto, hacia el este, los primores de la luz del  Sol anunciaban la proximidad del alba. La gente que estaba en el oasis había despertado y preparaba la continuidad del viaje. Desde allí llamaban al obispo con grandes voces.”Estaré en un momento con ustedes”, les dijo en el instante en que Amira le reveló: “Ahora que escucho claramente su voz, sé que es usted el Obispo Zenobio”. El viajero hizo apenas una señal de asentimiento con su cabeza.”Este es el más grande de los milagros”, prosiguió la voz de la ramera, “pues estamos en presencia de quien nos consuela con sus oraciones. Cada vez que usted, santo varón, ruega por las almas de los que padecen en el infierno, nosotros, los cuatro aquí presentes, recibíamos la inefable dicha de resucitar por unos instantes. El soplo sagrado, el hálito que surgía de su boca, nos volvía a revestir con nuestra carne. Surgíamos del  barro inmundo de la muerte y tornábamos, por su piedad, a la vida. Después volvíamos a ser un puñado de huesos”. Dijo el obispo: “Mis oraciones y mi piedad y amor por los que han muerto, ha sido la única obra verdadera  de mi vida. Jamás imaginé que pudieran hacer posible el milagro de la breve resurrección de la carne”. “¿No podrías?”, era la voz dulce de Faris la que sonaba. ¿Qué dices?, preguntó Zenobio. “¿No podrías orar un instante por nosotros? “Sí, Maestro”, continuó Amira, “lo rogamos con todas las fuerzas del polvo de nuestros corazones”. “A cambio”, dijo la voz tronante de Mayid al-Zaharani, “pedimos que nos sea concedida la muerte definitiva. Ya hemos pagado con creces nuestras culpas”. “Reza por nosotros, Señor”, dijo la calavera del idólatra, “luego ordena una pira con nuestros huesos y préndelos fuego”. El anciano se arrodilló ante la antigua tumba y comenzó a orar, apenas en un murmullo aunque el poder de su alma era tal que volvía a ser posible el prodigio de la resurrección de la carne.
          Al unísono de las vibraciones que producían las palabras, los huesos comenzaron a ordenarse formando al principio horribles imágenes cadavéricas que iban armonizándose, cubriéndose de músculos, tendones y arterias, en carne palpitante, en piel tibia cubierta por los más bellos ropajes. Al abrir sus ojos y ponerse de pie, el Obispo Zenobio tenía ante sí a cuatro espléndidos seres que le sonreían. “Oh, Señor”, meditaba, “haz que esto no sea un sueño. Permíteme gozar de uno de tus milagros y a cambio te ofrezco, ahora mismo, el último aliento de mi vida”.
          Apenas culminó su pensamiento, las cuatro figuras volvieron a transformarse en una pila de huesos. Fiel a su promesa, el obispo juntó unas hierbas secas con las que encendió un fuego. Como si hubieran estado esperando por siglos ese instante, los restos de aquellos desdichados penitentes, en una sola y voluptuosa llamarada, se convirtieron en cenizas. El anciano sacerdote impartió su bendición y descendió hacia el oasis. Su gente estaba lista para partir, esperándolo.
          Mustafá Aref, el guía, le preguntó: “Señor Obispo, ¿quiénes eran esas personas que dialogaban con usted? ¿Qué es lo que estuvo ardiendo en su presencia?” El hombre santo miró uno por uno a sus compañeros de viaje pero nada respondió. En su semblante resplandecían los signos del milagro. Todo lo que podía decir, estaba dicho.



          SARA: cuando me escribas, me gustaría conocer tu opinión sobre este relato que será parte de un libro que algún día escribiré. Como bien sabemos, una buena parte de la literatura de Medio Oriente oscila entre lo ingenuo, lo fantástico y lo sentencioso. Historias de derviches, parábolas, metáforas y breves enseñanzas sufíes han sido elaboradas mediante registros que pueden ser engañosos. Una segunda o tercera mirada nos dice que hay mucho más detrás de las palabras.
          Con el amor de cada día. JUAN SÁNCHEZ



          ¿Cuáles son los motivos que nos impulsan a volver una y otra vez sobre el tema de las criaturas inteligentes que desde hace miles de años, con diferentes nombres, viven en los lugares más ocultos y apartados del mundo? Son numerosas las razones. Algunas tienen un carácter puramente informativo,  para que tengan ustedes un conocimiento ordenado respecto del origen  de ciertos descubrimientos y maniobras biológicas de las que somos legítimos herederos. En cierto sentido, aunque de manera relativa, podríamos decir y aceptar el conocido refrán  que dice: “no hay nada nuevo bajo el sol”.
          Ustedes son miembros permanentes de nuestra Comunidad desde hace muchos años, durante los cuales han sido adiestrados convenientemente para ser los futuros padres y madres de Hijos que serán diseñados a  vuestra imagen y semejante. Qué enunciación más simple y sin embargo qué grave revelación encierra. ¿Por qué?, podríamos preguntarnos. Porque estamos convirtiendo en realidad no sólo las visiones y profecías que vienen desde la noche de los tiempos sino completando el trabajo de cabalistas y alquimistas y científicos cruelmente perseguidos y denostados por sus colegas universitarios y en especial por las iglesias que aún ahora, en el inicio del siglo XXI, se niegan a aceptar una realidad incontrastable, un fenómeno científico que podrá ser impugnado pero no detenido: la capacidad para hacer copias de plantas, animales y seres humanos mediante la revolución genética que, para bien o para mal, ya está entre nosotros, produciendo cambios y mutaciones que marcan el fin de una época y el comienzo de otra en la que nosotros tenemos activa participación y responsabilidad.
          La historia antigua se confunde con mitos y leyendas que no podemos probar o negar, aunque los datos que esas fuentes nos ofrecen nos hace sospechar que fabricar entes, fuera del sistema reproductivo habitual, no es una idea reciente nacida de la mente febril de algún biólogo o de las especulaciones que los escritores de literatura fantástica y ciencia-ficción han producido en abundancia. En consecuencia, algunos informes que voy a ofrecerles se enmarcan en la dimensión de lo posible y lo increíble, como sucede con las revelaciones que provienen de un libro del médico checo Rolf Czapek,  escrito a mediados del siglo pasado, en el que menciona a Simón el Mago, contemporáneo de Jesús y amigo y compañero de Paulo de Tarso, posteriormente conocido como el Apóstol San Pablo, quien vendría a ser (Simón) algo así como el padre de la alquimia gnóstica y, por lo tanto, el padre fundador de nuestro proyecto. Mito o realidad, lo cierto es que la leyenda le atribuye a Simón el Mago haber creado un ejército de pequeñas criaturas (llamados golem por los alquimistas) que lucharon del modo más ingenioso y devastador contra los ejércitos de Roma hasta la caída del Templo de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, fecha que marcó el final de la resistencia judía. 
          Si no fuera porque podríamos estar ingresando al territorio de las historias más fantásticas y delirantes (pero que tienen una estrecha relación con el tema de hoy), lo que voy a relatarles está más allá de lo increíble. Gustav Meyrink, el famoso escritor universalmente conocido como el autor de Der golem (El golem), contó que en uno de sus viajes por la región del Tirol que entonces pertenecía al imperio austro-húngaro, conoció a un tal Ludovico Springuettti, un esperpéntico boticario, durante una cena en el  hotel en el que se hospedaba el autor alemán. El italiano, de largos y gruesos bigotes, tal vez con algunas copas de más, lo invitó a visitar su farmacia en la que le mostró, después de algunos cabildeos, una redoma en la que conservaba en formol una criatura de no más de treinta centímetros de largo que, por los conocimientos médicos que tenía Meyrink, no se trataba de un nonato humano, circunstancia que alarmó al viajero pues la extraña coincidencia tenía, de algún modo, relación con sus estudios sobre los homúnculos de los que hablan las ciencias ocultas y que años después  fue el tema central de su libro. 
          No conocemos  todos los eslabones de la larga cadena genética, una serie de experimentos que vienen practicándose desde muchos miles años antes de Simón el Mago, tarea que estoy seguro se verá concretada en el futuro inmediato  con el auxilio del mapa del genoma humano, recientemente completado. Como confirmación de mi teoría sobre que numerosos genios han sido y siguen siendo portadores de saberes que están más allá de todo entendimiento, voy a referirme a dos grandes iniciados del siglo XV: el Maestro Agrippa y Paracelso
Agrippa, cuyo nombre completo era Heinrich Cornelius Agrippa van Nettesheim, fue un extraordinario filósofo, médico, cabalista y erudito alemán, un genio precoz que a sus 20 años de vida había estudiado todos los libros de medicina y ciencias ocultas existentes entonces en bibliotecas a las que sólo podían acceder los protegidos por la nobleza gobernante, como fue su caso.
Agrippa practicaba la alquimia (las ciencias químicas de hoy) y en 1507 organizó en París una sociedad secreta para el estudio de las ciencias. Les pido que presten atención a este dato: la sociedad secreta fue llamada Sodalitum, palabra latina que traducida a nuestro idioma significa Comunidad. ¿Qué piensan ustedes? ¿Se trata de una simple coincidencia o seremos nosotros los legítimos continuadores de las ideas y obras del sabio alemán?
Sucedió que los experimentos que hacía Agrippa en su tiempo fueron considerados por sus colegas como magia, motivo por el cual fue expulsado de universidades y centros académicos que lo llevaron a viajar por Inglaterra, Francia y otros países donde siempre encontró amigos y discípulos dispuestos a escuchar y seguir sus enseñanzas.
Se cuenta que era un hombre sensible, amable, amigo de los niños y los animales pero también un intrépido aventurero pues participó en grandes batallas, en una de las cuales, después de vencer a los venecianos, fue armado caballero en el mismo escenario del combate.
Comentó, dando muestras de sus amplios conocimientos, las enseñanzas de Hermes Trismegisto del cual era sin dudas su epígono, por lo que nuevamente estuvo en la mirada de la Inquisición no sólo por sus conocimientos esotéricos sino porque atacó sin piedad al clero por su completo desacuerdo con el horrible tratamiento a que sometían a miles de hombres y mujeres satanizados y acusados de herejía. Murió, casi como sería de esperar en un auténtico iniciado, pobre, enfermo y perseguido, aunque pudo salvar numerosos escritos que fueron publicados años después de su muerte, entre ellos el universalmente libro conocido como De Oculta Philosophia.
Agrippa concibió a la Tierra como un conjunto activado por un espíritu universal. Fue uno de los primeros en afirmar que el hombre podría ser capaz de tener amplios poderes sobre la naturaleza, operar sobre ella y producir transformaciones (aunque en su tiempo jamás se atrevió a revelarlo) en el hombre e influir en su destino como animal biológico.
          Agrippa y Paracelso son dos de los principales humanistas de su época que influyeron en las siguientes generaciones de médicos, biólogos, físicos, químicos, filósofos y teólogos, como podríamos dar fe nosotros mismos.    
          A fines del siglo XV nació en Suiza el que todavía es considerado como uno de los grandes médicos de la historia, Phillipus van Hohenheim, conocido universalmente como Paracelso. Se supone que este eminente científico perteneció a la Fraternidad Rosacruz y a otras instituciones secretas y que fue dilecto discípulo del mítico abate alemán Joham Trithemius a quien se considera como teólogo y ocultista, maestro de maestros.
          Paracelso, como médico y cirujano, graduado en la Universidad de Basilea, sirvió en diversos ejércitos y recorrió la mayor parte del mundo entonces conocido, Europa, Asia y África en donde recogió tradiciones, supersticiones y medicamentos naturales.
          En Constantinopla fue iniciado por maestros árabes expertos en artes y ciencias herméticas y parece que fue en Medio Oriente donde tuvo sus primeros contactos con una desconocida comunidad de hombres extremadamente pequeños y a quienes la tradición sigue llamando gnomos a falta de una palabra más precisa.
          Paracelso, biólogo, químico y notable observador, era también un intuitivo, facultad que despertó en él como consecuencia de su revolución espiritual, don que le permitió descubrir la causa de numerosas enfermedades. Se cree que fue él quien dijo que los gnomos tenían existencia real pero que pertenecían a otro rango de tal modo que podían atravesar la materia, aparecer y desaparecer súbitamente, fenómeno que hoy cientos de avistadores y periodistas mencionan como la aparición de extraterrestres.
          Aunque Paracelso supo abarcar prácticamente la totalidad de los conocimientos de su tiempo, se lo recuerda como el progenitor científico de seres artificiales llamados homúnculos, criaturas pequeñas con forma humana, que describe con precisión en su famoso tratado denominado, precisamente Homunculos, palabra en idioma latín que podría traducirse como “hombrecillos”. Para la moderna genética, estos humanoides fueron intentos fallidos, perdidos eslabones en la cadena que viene quién sabe desde dónde y desde cuándo, que pasó hace dos mil años por Simón el Mago y sigue tras los pasos que dieron Jehuda Löw ben Bezabel, conocido como el Rabino de Praga, por Agrippa, Paracelso, Giovanni Battista della Porta y todos aquellos que les siguen de siglo en siglo en una interminable lista.
          Fácil es comprender que Paracelso fue calumniado y perseguido por sus colegas, debiendo abandonar la cátedra de medicina para convertirse en un espíritu errante de ciudad en ciudad, dedicado a practicar notables reformas científicas. Su filosofía tenía sus bases principalmente en el neoplatonismo y en la cábala. Fue un auténtico iniciado, un innovador a quien se debe la progresiva evolución de la alquimia de entonces a la portentosa ciencia experimental que perdura hasta hoy.
          Ahora vamos a dar una rápida mirada a los mitos y leyendas que han sido contadas por navegantes, exploradores y  escritores y que también han sido fuente de inspiración de famosos compositores. En el folklore germano y escandinavo aparecen espíritus diminutos con forma humana, volátiles y traviesos llamados elfos. Joham Wolfgang Goethe escribió un extenso poema titulado El Elfo, la historia de un espíritu maligno que recorre la Selva Negra hasta que llega a una aldea donde un padre y su hijo mueren de terror al contemplarlo. Posteriormente, Sir Walter Scott, escritor inglés, transformó este relato en una novela y Franz Schubert escribió  una maravillosa obra musical.
          Nos preguntamos, ¿por qué ese interés por parte de eminentes escritores y músicos hacia los llamados “espíritus de la naturaleza”? ¿Por qué esas figuras míticas se hacen cada vez más verosímiles en la conciencia del público?
          Volvamos nuevamente a la posible existencia de gnomos o enanos, de los que se dicen que viven en repliegues, túneles y cavernas inaccesibles. Es unánime la creencia de que no fueron ni son amistosos con los extraños y que son capaces, incluso, de actos malignos, aunque no todos tengan parecido comportamiento. En uno de los viajes de Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano, el cronista de a bordo dijo haber visto en la isla de Timor, próxima a Indonesia, seres humanos muy pequeños, de grandes cabezas y orejas puntiagudas y que a pesar de las diferencias de tamaño y la posesión de armas de fuego, los capitanes dieron orden de no desembarcar, más que maravillados, espantados ante aquellas presencias ominosas.
          Algunos cuentos sobre enanos que obligaban a los niños a trabajar como esclavos en las minas no fueron otra cosa que una mentira fabulosa, un disfraz para ocultar el brutal tratamiento que ejercían las clases poderosas en Inglaterra e Irlanda en el siglo XVII. Precisamente, de Jonathan Swift, quien escribió la sátira Los viajes de Gulliver, se recuerda un polémico escrito en el cual sugirió que los pobres debían vender  a los ricos sus hijos como alimento. Ante la furia de la nobleza,  les dijo que ellos se horrorizaban ante su idea pero no ante la realidad de emplear a miles de niños en trabajos en las minas de las cuales pocos salían con vida. Fue una sugerencia agria y despiadada, la hiriente ironía de un creador universal leído por millones durante siglos.
          Me he apartado con este último comentario, pero regreso al tema central. Desde Homero, la palabra pigmeo se emplea para referirse a una raza que antiguamente vivió en partes de África y la India. Se cuenta que sus peores enemigos eran los gigantescos emús, avestruces de gran tamaño que se ensañaban con ellos. En una de las famosas tareas de Hércules o Heracles se dice que fue sorprendido por un ejército de hombrecillos que ataron sus pies y manos, aunque no lograron atraparlo dada la fuerza descomunal que el gigante poseía. Se supone que Swift se inspiró en esta historia para escribir sus viajes de Gulliver, lo que nos mueve a decir a pesar lo que dijimos al comienzo,  que aunque de manera relativa, no hay nada nuevo bajo el sol.
          No voy a dejar de mencionar la leyenda de Oberón que según un poema medieval francés era el rey de los enanos de una mítica civilización desaparecida, un ser que poseía el don de conocer el pensamiento de los humanos y el poder de transportarse en el acto a cualquier parte.
          Oberón, contrariamente a Elfo, vivía oculto en un bosque y su labor consistía en ayudar a todo aquel que emprendía una difícil aventura. Auxiliaba a viajeros perdidos a los que daba agua y alimentos y los guiaba hasta llegar al lugar hacia donde se dirigían. El genial William Shakespeare que sabía tal vez mucho más de lo que se supone sobre el tema de las pequeñas criaturas, incluyó a Oberón como personaje en Sueño de una noche de verano, como esposo de Titania, la reina de las hadas, a los que miles de espectadores les dieron el carácter de hijos de la fantasía sin conocer cuáles podrían ser sus reales vínculos con nuestra especie.
          Para terminar, voy a contarles algo que va a sorprenderlos. ¿Saben ustedes de dónde proviene el mito de que a los bebés los traen las cigüeñas? Pues nada menos que de una leyenda de la tribu Towa de Gabón, en el corazón de África. Según la tradición que aún se mantiene viva, las cigüeñas desarrollaron un intenso amor por aquellas pequeñas criaturas de piel oscura. Como en general los hombres salían a guerrear, eran las mujeres las que trabajaban en los campos. Dejaban en sus chozas a sus bebés al cuidado de las cigüeñas y eran éstas las que llevaban a los críos en sus picos para que las mujeres les dieran de mamar y con ellos, cuidadosa y amorosamente, volvían a las chozas, a continuar cuidándolos. Mito o realidad, qué importa. Es una hermosa historia.
          Nos veremos esta noche en la cena. Gracias por estar aquí.
Disertación del señor Valentín. La Cumbrecita, Sierras de Córdoba, una fría tarde de invierno del año 2002.



          JUAN: Respondo el primer párrafo de tu carta. “Sentirnos queridos y recordados sin saber con certeza por qué”. ¿Creés que debe haber un porqué para  querer? Seguramente sí. Entonces, ¿por qué te quiero, Juan? No sabría decírtelo, amor, no lo sé racionalmente. Es pura intuición. Sólo pensar que estás ahí, en algún lugar, en que seas simplemente Juan, me entibia el alma. ¿Qué te aproxima a mí? ¿Cómo justificarías nuestra relación  Yo te respondo: tal vez por nuestra común infancia campesina entre chacras y viñedos recorridos por calles de tierra con sus altos álamos. Tal vez haya sido porque en distintos tiempos una escuela rural o por nuestra vocación de poetas sencillos o por la magia de algunas creencias o un punto de vista compartido sobre cómo abordar este quehacer de continuar viviendo. Entre algunas dudas, algo sé con certeza, Juan: amo tu inteligencia tanto como tu bondad, tu generosa amistad.
          Ahora doy vuelta la página para mostrarte otra faceta de tu Sara. Estoy sosteniendo en mí una difícil batalla. Mi cerebro pelea con mi corazón. Mi corazón te ama infinitamente. Sólo quiere estar con vos. No le importa dónde, cuándo, cómo. Te busca, te nombra, te llama, te siente. 
          Mi cerebro le responde al corazón con terribles argumentos: lo llama egoísta, posesivo, descontrolado, primitivo, irracional. Le repite lo que te ha oído decir a vos, tu proyecto de vivir en soledad y no en pareja, de no volver a repetir fracasos afectivos. También mi razón le hace notar a mi atribulado corazón los caminos diferentes y distantes por los que transitamos vos y yo. Le pregunta si estaría dispuesto a renunciar a las libertades tan arduamente conseguidas.
          Al corazón se le llenan los ojos de lágrimas, se abraza a tu nombre, insiste obstinadamente que el suyo es un gran amor. El cerebro se irrita, dice que si la situación empeora, si la guerra se hace más agresiva, no consentirá ni un poema ni una carta más. El corazón estalla de indignación. Lo llama cruel y le dice que prefiere entenderse con tu cerebro, sin pasar por el mío, porque lo presiente más inteligente y sobre todo, más sensible.
          Así están las cosas. La casa dividida. Es imprescindible saber quién ganará o cómo se arreglará este conflicto. Te saludaré neutralmente. Hasta pronto.
          NOTA: Mi corazón le ha pedido estos bellos versos a Gabriela Mistral  para vos:
          Soy fea sin ti      como las cosas desarraigadas de su sitio             como las raíces abandonadas sobre el suelo       ¿Por qué no soy pequeña como la almendra          en el hueso cerrado?
          Te extraño. SARA



          JUAN: Te escribo porque acabo de pensar: si Juan viera esto, cómo disfrutaría del esplendor de esta mañana. ¿Cómo describiría Juan esta luz de mayo? Es excesivo para mí sola, necesito compartir este instante con alguien que pudiera gozarlo como yo, aunque ahora está lejos de mí, a cientos de kilómetros de distancia. ¿Quién podría ser ese destinatario? Nadie mejor que Juan.
          Ayer llovió mucho pero suavemente. Quiero decir que el paisaje está intacto. Húmedamente sereno. Imaginá, recordá  el tiempo de tu vida entre las viñas. El sol proyecta una luz intensa, reveladora. Todavía flotan infinitos cristales de agua sobre las plantas. Quedan algunos álamos muy verdes y otros totalmente amarillos, excepto sus troncos, plateados. Las copas oscuras de los olivos sobre el cobrizo brillante de las viñas que esperan la poda. Los camellones entre las hileras partidos por el medio. El agua fría se desliza lentamente en las acequias. Blanca, deslumbrante, la montaña. Un cielo cada instante más azul. El aire es como a vos te gusta, frío, seco pero impregnado del olor a tierra y plantas mojadas. El paisaje se completa con el humo que sale de la chimenea de la casa vecina y el incitante olor de las sopaipillas que está friendo mi mamá.
          Mi perro permanece quieto. El silencio es audible, palpable. Percibo el alma de la naturaleza. Un placer exquisito, orgásmico, que me produce urgencia compartirlo, transferirlo, darlo en heredad.
          Te cuento que en Mendoza, hasta la semana pasada, no había llegado Historia del Tiempo de Stephen W. Hawking que me recomendaste. También busqué por varias librerías  Nostalgia de Dios y La gravedad y la gracia  de Simona Weil. Por supuesto que los conocen pero me dicen que hace tiempo que se agotaron. Los buscaré en Buenos Aires, cuando vaya en julio.
          Cambiando de tema, el último párrafo de tu carta me dejó meditando largamente. Me he preguntado si alguna vez experimenté un “amor inmanente, trascendente, que esté más allá de toda separatividad”. No, no creo haber experimentado una emoción semejante. En todo caso tengo un conocimiento que podríamos llamar intelectual. ¿Qué más podrías agregar? Tu maestro me pediría que renunciara a la fascinación perversa del mundo. Linda frase, pero ¿por dónde empezar? Por ahora estoy intentando disciplinar un poco más mi materia. He descubierto que soy como algunos textos narrativos actuales, polisémicos. Nunca se sabe todo totalmente, ¿no?
          Lo que me pareció excelente y me agradó es el párrafo de tu carta que dice: “Que mi relación con vos no sea una línea sino una delicada complejidad, como un juego cinético de Julio Le Parc”. Exacto, estoy totalmente de acuerdo con esa definición. Te llamaré la  próxima semana. Te amo. SARA



          Mi padre, Henry Houphouet-Chandon, nació en 1922 en Toulouse pero creció en Burdeos, entre las viñas y árboles frutales de mis abuelos. Era un excelente agricultor y dueño de un carácter afable y bondadoso. Lo recuerdo salvando a los pichones abandonados en algún nido a los que alimentaba  poniendo maíz majado en su boca en la que comían las pequeñas aves. Las guardaba  en unas grandes jaulas hasta que adquirían el don de volar. Entonces las soltaba.
          Mi padre fue la primera persona que me explicó que todo tenía un sentido, que si algo estaba ahí era para que perfeccionáramos nuestro trabajo y para el ejercicio de la responsabilidad ecológica. Aunque nunca supe si tenía creencias formales, no perteneció a ninguna iglesia aunque siempre parecía moverse en un sistema moral que podríamos llamar natural. Me decía que también los animales y las plantas pertenecían a una familia más numerosa a la que también nosotros, los humanos, pertenecemos. Se enojaba si alguien maltrataba a un animal y le dolía ver una rama de ciruelos rota o las plantas del jardín pisoteadas.
          Posiblemente, la comunión de mi padre con la naturaleza haya sido uno de los estímulos que me impulsaron a convertirme en bióloga. Me gradué en París y de inmediato partí hacia Londres, donde en la Universidad de Oxford tuve el privilegio de completar mi doctorado nada menos que con James E. Lovelock, el eminente científico autor de un libro de culto, GAIA, una nueva visión de la vida sobre la Tierra  que ha inspirado algunas de las ideas que hoy voy a comunicarles.
          Si hablamos de la interrelación del hombre con la tierra, estamos hablando del sentido de la belleza, de los sentimientos de placer, asombro, excitación que nos colman cuando miramos, olemos, gustamos, palpamos o escuchamos algo que potencializa nuestra conciencia perceptiva. Estas sensaciones placenteras, incluidas las del amor erótico, valga la redundancia, son también explicables en términos de nuestros vínculos con Gaia.
          ¿Qué es Gaia? ¿Quién es Gaia? El concepto se remonta a ocho siglos antes de nuestra era, cuando el poeta Hesíodo denominó a nuestro planeta como GAIA, la Madre de pechos abundantes, hija de Caos, entidad que ha tenido una enorme importancia a lo largo de toda la historia de la humanidad, como sustento de una creencia que aún subsiste en numerosas religiones y en la mitología.
          La acumulación de datos sobre el entorno natural y el desarrollo vertiginoso de la ecología a fines del siglo XX ha generado diversas especulaciones sobre la posibilidad de que la biosfera sea algo más que la totalidad, es decir más que la suma de todos los seres vivos.
          La palabra Gaia sintetiza la hipótesis que presenta a la biosfera como una entidad que se autorregula con el suficiente poder para mantener su salud mediante el control del entorno físico-químico.
          La búsqueda de Gaia ha sido durante milenios el intento de encontrar la mayor de las criaturas vivientes, es decir: ella misma. Si esto es así sabremos, al fin, que tanto la especie humana como el resto de los seres vivos son partes que en conjunto resultan una poderosa entidad plena que es, mejor dicho debería ser, autosuficiente para mantener las condiciones que hacen de la Tierra un lugar adecuado para la vida.
          La Ecología es una rama de la Biología que se ocupa de las relaciones recíprocas entre los diversos organismos y su entorno y la interacción de las personas en el medio. Existen hoy dos visiones contrapuestas: una, ingenua, esperanzada que ve al hombre como un elemento simbiótico y buen administrador del  planeta; y la opuesta en la que el hombre es un protagonista trágico que no solamente está produciendo su autodestrucción sino también la totalidad de la vida en nuestro mundo.
          Cuando hablamos de la vida debemos considerar en primer término a los microorganismos. Aunque el hombre y el resto de las especies se extinguieran, la vida podría volver a organizarse partiendo nuevamente de estas partículas vegetales y animales. Nos preguntamos: ¿cómo hemos de vivir insertos en el medio de Gaia? Sin ser fatalistas sí podemos ser pesimistas cuando consideramos el hecho de vivir en un universo progresivamente desquiciado por la acción del hombre tecnológico y sus ciencias.
          Hace décadas, fue Rachel Carlson la primera que advirtió sobre los peligros inminentes que supone la utilización masiva e indiscriminada de químicos venenosos sin que hasta hoy  las llamadas naciones industrializadas del Primer Mundo hayan consentido en firmar los protocolos multinacionales que podrían disminuir los efectos catastróficos por todos conocidos.
          ¿Qué hacer, entonces, para continuar creciendo y desarrollándonos? Es imposible escapar a las leyes que rigen nuestro universo y este hecho de por sí constituye una tragedia. El uso del poder nuclear y otros productos tecnológicos letales por parte de antagonistas tribales que pretenden justificarse en nombre de Dios, de la justicia y la liberación de los pueblos, no es otra cosa que una obscena exhibición de codicia, poder y perversidad  sin límites.
          La primera impresión que hemos recibido es que las leyes de la termodinámica aparecen como incontrolables, duras e inexorables aunque hemos empezado a suponer que estamos en condiciones de suavizar sus efectos. Por ejemplo: la segunda ley establece que la entropía de un sistema cerrado aumentará hasta la explosión final y, en consecuencia, como todos nosotros somos sistemas cerrados, estamos condenados a morir. Esta realidad, ignorada o sencillamente negada, sobre la incesante aniquilación de los seres vivos (de la que no está librada la especie humana) es el principal fundamento de la constante renovación de la vida.
          La sentencia de muerte contenida en la segunda ley es aplicable únicamente a sistemas cerrados al que pertenecen los seres vivos, como dijimos hace un momento. El primer paso consistiría en empezar aceptando que la mortalidad es el precio que debemos pagar a cambio de la identidad. Sabemos que la familia vive más tiempo que cualquiera de sus miembros, así como las tribus viven más que las familias mientras que la especie humana, que ha existido durante varios millones de años, perdura más que las naciones, las tribus y las familias.
          Volvemos a preguntarnos, ¿qué sentido tiene culpar al universo y a sus leyes de las dificultades y taras de la condición humana? Si para algunos resulta ofensivo haber nacido en esta Casa ordenada por reglas inflexibles sin la menor posibilidad de escapar, para otros resulta increíble haber sobrevivido como especie a todos los cataclismos imaginables para tener ahora, en los inicios del siglo XXI, la posibilidad de planificar una estrategia jamás imaginada. Es verdad, la entropía nos asegura que todo está destinado  a morir, aunque, mientras eso va sucediendo, pueden aparecer fenómenos inesperados, productos, como dijo Demócrito, del azar y la necesidad.
          La hipótesis Gaia nació en el mismo momento en que los astronautas, cuyo iniciado es el ruso Yuri Gagarin, contemplaron la Tierra desde el espacio exterior, lo cual significó una visión única, espléndida, una apreciación del conjunto (pero no de los elementos que la constituyen).
          Se cree que, desde su aparición, el conjunto de las especies, incluida la última, la humana, ha participado no de manera racional sino inconscientemente del proceso de homeostasis planetario, es decir en el conjunto de los fenómenos de autorregulación, orientados al mantenimiento de una constancia relativa en las composiciones y las propiedades del medio interno del organismo y, por extensión, a la autorregulación de la constancia de las propiedades de otros sistemas.
          Lyn Margulis, una eminente bióloga que ha trabajado por años  junto a Lovelock, ha esclarecido algunas de estas difíciles cuestiones, señalando que toda especie modifica su entorno para optimizar su tasa de producción. Al ser el resultado de la suma de todas estas modificaciones individuales, Gaia no es una excepción a esta regla en lo que se refiere a la producción de gases, nutrientes y remoción de residuos y excretas. Todas las especies están conectadas entre sí y entrelazadas con el proceso regulador de Gaia.
          Es comprensible que algunos de ustedes estén pensando en este momento que mi  conferencia tiene la morosidad y el lenguaje propios del mundo académico por lo que puede resultarles de no muy fácil comprensión. Hemos previsto esta situación confeccionando un folleto que podrán retirar aquellos que lo deseen. La intención es que ustedes tomen conciencia sobre la necesidad de dar ciertos pasos en dirección a una ecología en la que las partes y el todo estén comprometidos. En la medida en que se acrecienta la parte de la biomasa terrestre ocupada por la especie humana, las cosechas y los rebaños de los que obtiene sus nutrientes, más nos afectará la transferencia de energía solar. Seamos o no conscientes, nuestra responsabilidad respecto de la homeostasis planetaria irá en continuo crecimiento.
          Si llegáramos a alcanzar una insoportable densidad demográfica, la actividad humana neutralizará los poderes de Gaia obligándonos a practicar continuas reparaciones a costos imprevisibles. Nadie sabe cuál debería ser el nivel óptimo de la población aunque ya sabemos que por debajo de los 10.000 millones continuaríamos siendo una colonia huésped de Gaia pero más allá de esa cifra, si el consumo de energía aumenta, nos aguardaría una terrible tragedia a menos que algunos tripulantes de la Nave Tierra se animen a introducir cambios revolucionarios a cargo de nuevos capitanes de tormenta  que tomen el timón.
          El hombre no se diferencia por el tamaño de su cerebro, ni por su organización social y cultural, ni siquiera por ser el autor de una elevada tecnología, y tampoco por la facultad de hablar y de pensar. El hombre es un ser especial porque de todos los elementos a su disposición ha creado una entidad propia, un talento suficiente para buscar, obtener, manipular y conservar información de manera deliberada.
          Las predicciones sobre el futuro es mejor no considerarlas. La polarización política y económica y la colisión de intereses de las tribus rivales dificultarán, por no decir que harán imposible, cualquier exploración científica aunque tenga el apoyo de la sociedad mundial. Crecemos impunemente y sin restricciones a expensas de la salud de la biosfera contaminando la tierra, el agua y el espacio con desechos industriales tóxicos y agentes antibióticos químicos que están envenenando a las pocas criaturas que parecían haberse salvado de su extinción como está sucediendo en la región austral de Argentina, incluyendo la Antártica.
          Trabajamos en el seno de nuestra Comunidad ocupando diferentes roles a favor de la supervivencia que está irrevocablemente ligada a la adecuación física y las proporciones que estamos transfiriendo a los primeros hombres y mujeres diseñados a una escala biotipológicamente mucho menor. Nuestros cuerpos están formados por células que cooperan entre ellas, es decir que cada soma celular provisto de núcleo, es la asociación simbiótica de entidades más pequeñas. Un nuevo ser humano correctamente ensamblado resultará hermoso y perfecto de modo que si nos guiamos por este instinto deberíamos reconocer por similitud, la belleza de nuestro entorno, el conjunto de plantas, animales y hombres. Este impulso de asociar la belleza y la supervivencia podría ser un camino para reducir la entropía, de la que hablamos al comienzo, lo que significaría, en términos de la teoría de la información, disminuir la incertidumbre de la vida.
          Como consecuencia de estos pasos en dirección a una ecología universal, las iglesias de las religiones expansionistas y los ideólogos del falso humanismo y del marxismo se encontrarán en breve con una desagradable verdad. No habrán acumulado la inteligencia suficiente para resolver conceptos difíciles relacionados con la supervivencia del sistema y descubrirán, demasiado tarde para ellos, que sus sistemas cerrados están a punto de destruirse.
          Estamos en emergencia, en los límites de la alerta roja, y nos preguntamos cómo y dónde podríamos implicarnos aún más en la percepción y participación en la red inteligente, cada día más compleja, entre el Hombre y la Madre Tierra. Sin embargo, esta relación ideal y recíproca es probable en criaturas individuales pero de ninguna manera con la especie considerada colectivamente. Es posible que de la acción de algunos cientos de miles de individuos, auténticos precursores que podrían ser considerados hasta como conspiradores, subversivos y transgresores, surjan las transformaciones necesarias para poder controlar y detener la ferocidad, la androfobia y la estupidez contenidas en los círculos cerrados del tribalismo, el nacionalismo y el imperialismo dominantes. 
          No seamos fatalistas pero sí astutos y escépticos que se encaminan a su meta con una mente zen, con la natural actitud del principiante, como esos niños inteligentes y curiosos que estamos diseñando para reemplazar a la vieja y agónica humanidad.
          Finalmente voy a formular un deseo personal. Me gustaría regresar en alguna próxima primavera para contemplar el prodigio de la floración de los bosques de manzanos en este incomparable oasis de Mendoza. Agradezco los afectos y atenciones recibidos en estos  días en los que he tenido la oportunidad de conocer a gente tan especial. Muchas gracias.
Conferencia de la doctora Sofía Houphouet-Levin, en Tunuyán, Mendoza, invierno del 2003.



          JUAN: Estoy intentando hacer una fogata. Ha sido muy doloroso para mí releer algunas cartas. Te confesaré algo que deseo compartir con vos, no sé por qué, tal vez porque necesito liberarme de una parte de mi pasado. Las últimas cartas de A. son terribles, llenas de reproches por supuestos abandonos, exigencias alienantes. Pobrecito, cuánto debe de haber alucinado por lo que padeció, primero en las cárceles de los militares, y después en su exilio en España.
          Estoy de acuerdo con vos sobre que hay juegos que ya jugamos y experiencias que no necesitamos ni debiéramos repetir.
          Juan, leo y releo tu última carta. ¿Alguna vez te dijeron que tenés un talento especial para escribir cartas “desencarnadas”? No conmueven, iluminan. No es una apreciación únicamente mía porque las comparto con algunas de mis más queridas amigas. Vos las conocés. No todas las cartas, por supuesto. Algunas son estrictamente íntimas, sólo para mí. Una de esas amigas, Betty, me dijo que son cartas para coleccionar. Bueno, no es para tanto, estarás pensando. Yo prefiero creer que son cartas para vivir, para ayudarnos a destrabar tristes nudos con mi ayer. Tus cartas me llegan como parte de un misterioso designio, como la contraparte de algo que seguramente hice mal en nombre del amor. Pero ese tiempo ya se fue, está borrándose en mi memoria.
          Juan, ojalá nunca se crucen entre vos y yo o entre nosotros y otras personas a las que creemos amar, cartas corrosivas, cartas para morir.
          PD: Me decís que sos apenas un instructor, un detector del amor, un cazador de almas. ¿Has pensado en cómo te percibo yo? Imaginate que en una cerrada noche alguien, repentinamente, surge con una lámpara de luz intensa y decide tomar por un sendero determinado. Una lo sigue y a poco de andar empieza a comprender que va encontrando algo íntimo, algo que le pertenece pero que no sabía de su existencia.
          Hay mucho más, Juan, pero no acierto a ponerlo en palabras. Todo esto pertenece a tramos de una nebulosa preconsciente, a los movimientos detectados en mi alma cuando estuve en tu casa. ¿Con qué clase de combustible alimentás tu lámpara?
          Como Venus brillando en el amanecer es tu neologismo: Erosfera, sustancia de Amor que cubre la Tierra. Tuya. SARA



         
          JUAN: No contesté tu carta anterior porque pensaba hablarte por teléfono. Lo hice varias veces pero no logré ubicarte. Imagino que estarás muy ocupado.
          Por ahora no viajaré a Buenos Aires, a menos que resulte necesario. Lo decidiré después de la entrevista que tendré con mi médico dentro de dos días. Mi hermana me aconseja que vea allá a un especialista si es que los estudios que me están haciendo no resultan favorables. De todos modos iré el mes próximo porque estamos organizando con algunas amigas un viaje por el país del Norte en las vacaciones de verano.
          Juan, deseo comentarte algo que me ha dejado preocupada. Creo que sin darme cuenta te estoy haciendo daño con mis cartas. En tu última me decís: “(…) cada vez que recibo una carta tuya me siento apabullado como un niño (…) siento que estás vibrando con una energía explosiva, una fuerza contaminante”. Tal vez tengas razón, no lo sé. Voy a continuar pensando sobre el tema. Tal vez sea mejor limitar la frecuencia de nuestros intercambios, o analizar cuál o cómo es la sustancia que pueda estar oculta detrás de lo que te escribo, después de conectarme con la “dimensión erosférica”.
          Te confieso que hoy me he sentido triste. No sé qué me pasa. De pronto todo parece volverse complejo en todos los sentidos. Cuesta en estos días entrever el camino correcto.
          Me resulta muy interesante el asunto sobre “filosofía para niños” que estás aplicando en tu taller de escritura para chicos que tienen talento y vocación por la literatura. Me gustaría que me ampliaras lo que estás haciendo. El abrazo de siempre. SARA



          La Renuncia es la Ley que regirá el mundo futuro y son ustedes, por obediencia y fidelidad a su propio destino, los precursores que viven esta Regla que será el modo de vivir de los hombres y mujeres que vienen del mañana.
          Lleven su Mensaje de Renuncia a todas las almas, en todos los países, en todas las lenguas como mística,  como fe, como ciencia, como técnica, como moral, como sabiduría.
          Vislumbren ese mundo futuro y conviértanse en anunciadores de los estados de conciencia que emanan de ustedes como luz, comprensión y vida.
          Viviendo la Renuncia discernirán los valores de esta sociedad que está caducando y tendrán la perfecta clarividencia para vislumbrar ese nuevo despertar de la familia humana, el nuevo contrato social en el que los sabios serán los guías y hacedores de las leyes, los científicos y expertos que moderan y orientan las corrientes productivas, económicas y financieras del pueblo serán sus gobernantes; los productores y trabajadores serán considerados como los auténticos benefactores de la humanidad. En esta nueva sociedad desaparecerán los intermediarios entre Dios y el Hombre, entre el conocimiento y el que aprende, entre el productor y el consumidor.
          Por su participación en la Renuncia serán ustedes estudiantes entre los estudiantes, pobres entre los pobres, obreros entre los obreros, capaces entre los capaces, sabios entre los sabios. La Renuncia enseña que lo que separa a los hombres y es la verdadera causa de su miseria material y espiritual, es el ansia de posesión, el ilusorio dominio sobre los bienes y la vida, el poder  sobre los seres y las cosas.
          Yo les pregunto: si la Renuncia es Vida, ¿por qué entonces ser sometidos al dolor y a la muerte que es la Ley de Renuncia Consecuente, cuando la  Renuncia, al eliminar la posesión sobre los seres y las cosas nos ofrece la participación y el disfrute permanente de la Vida?
          Sepan ustedes que su Mensaje de renuncia, su mensaje de Vida es para todos los seres, sin distinción alguna. Así participarán de las nuevas ideas, los nuevos paradigmas y distintas filosofías políticas, sociales y culturales que fermentan en los lugares más diversos y apartados del mundo.
          Viviendo el Mensaje de la Renuncia ustedes darán testimonio y enseñarán que el bien de los pueblos de la Tierra no es el resultado de la competencia salvaje, las revoluciones sangrientas y las guerras. El bien de los pueblos es el fruto  de la individualidad participativa y expansiva de cada uno de nosotros, del esfuerzo y la responsabilidad, del trabajo de todos, de las migraciones de un continente a otro, el abandono de la acción improductiva y el desprecio por lo superfluo.
          La renuncia a todo lo que ustedes consideran real, la abstención de lo efímero y transitorio, los involucrarán,  por participación, en el ordenamiento de sus propias vidas y, por lógica extensión,  de la sociedad a la que pertenecen y se deben.
          Es un único acto el que deben realizar, un esfuerzo sostenido, inclaudicable, que será suficiente para que logren la totalidad de la fuerza creadora. Solamente quien pueda poseer esa fuerza creadora podrá renunciar a ella para alcanzar la divina beatitud.
          Renuncien a todos los conocimientos y saberes enciclopédicos para lograr la sabiduría. Leer, estudiar, razonar conducen por los caminos de la investigación a sorprendentes descubrimientos pero también al  grave y perturbador riesgo de la deshumanización, tal como nos enseña la filosofía de la historia de la ciencia de los últimos cinco siglos.
          Renuncien al placer intelectual de los estudios filosóficos y teológicos para aproximarse y ser admitidos en los círculos de la suprema sabiduría que continuamente fluye hacia ustedes, permanece en ustedes y se expande hacia todos los seres pues somos, por participar en la Ley de la Renuncia, receptores y emisores de la Enseñanza de los Santos Maestros.
          Renunciar a los conocimientos múltiples y fragmentados por el saber en sí, dejar atrás los saberes para alcanzar la Sabiduría, no significa logro ni descubrimiento alguno. Significa simplemente la identificación, el contacto pleno del ser con la Enseñanza misma.
          El sendero de la Renuncia es el Camino. Permanecer por fidelidad y amor en el Camino, los convertirá en expresión viviente del Alma del Universo.
          Contemplen ese vasto escenario, el valle del mundo, el Abismo de sus meditaciones donde miles de millones de seres reclaman por pan, por protección, por justicia y solo reciben la indiferencia de sus gobernantes, los mensajes desesperanzados  de los intelectuales, los rugidos de los profetas de la destrucción que se suceden a través de los siglos, y los sermones y homilías de los cleros, esos auténticos intermediarios de la separatividad.
          Abandonen todo vestigio del pasado personal que sólo existe en los registros de la memoria; no se proyecten al futuro ilusorio, permanezcan en la perfecta quietud interior y así se expandirán  sobre el mundo y en todos los seres como oleadas de amor y renovación sustancial. Si permanecen despiertos y activos en el Camino de la Renuncia, se expresarán en el ámbito de sus respectivos radios de estabilidad como presencia, como dadores de vida, como auténticos responsables de su destino y del destino común.
          Vivan en el mundo como si no pertenecieran al mundo. El idioma de los hombres comunes no es nuestro idioma; sus gustos, sus preferencias, sus ideas, sus aspiraciones y creencias,  sus propósitos no son los nuestros. Caminen descalzos sobre la tibia arena del infinito mar, verdaderamente pobres de todo bien, desligados de los impulsos posesivos, de los afectos y cadenas carnales que sujetan a la materialidad corrupta del Abismo.
          Vivan el Mensaje de la Renuncia plenamente pero no más allá de lo evidenciable para comprobar lo que realmente pueden y lo que aún les falta para salir de los círculos cerrados, de las tradiciones esquemáticas y cristalizadas. Sólo así podrán ustedes distinguir cuáles son las conquistas que puedan sostenerse frente al análisis científico, cuáles son simples hipótesis no evidentes ni demostrables y cuáles las que estarían prontas para evidenciarse. Jamás olviden que lo desconocido, el supremo misterio, es Dios mismo.
          Permanezcan en contacto con el alma de los hombres de manera íntima, desapasionadamente. El contacto de ustedes con los aspirantes debe haberles enseñado que los seres están hambrientos del verdadero conocimiento y de la presencia de quien proclama con su vida el Mensaje de la Renuncia como un espejo frente al cual ellos puedan contemplar lo mejor de sí mismos.
          El creciente escepticismo al que hemos sido conducidos por los mensajes hipócritas de los intermediarios, nos confirma que las almas ya no podrán ser seducidas por la retórica de las palabras, tampoco por el ingenioso juego de prometer lo imposible ni con la invención de nuevas doctrinas y polémicas ideologías, sino con la verdad plasmada en vida de quien enseña con su presencia, del que se hace cargo del otro con su responsabilidad y comprensión.
          Este mensaje presencial nos dice que el problema humano no es tener o no tener, creer o no creer, estar con lo correcto o con lo injusto, pertenecer a un rango, a una clase social u otra. El verdadero problema es no contar con las posibilidades suficientes para realizarse pura y simplemente como seres humanos. El problema es no contar con la capacidad para distinguir la diferencia entre un logro cualitativo y una conquista cuantitativa. El problema es no tener la capacidad de discernir para encontrar la diferencia entre la libertad animal y la espiritual.
          La libertad de los instintos crea la ilusión de que el ser está haciendo lo que desea cuando en realidad es su animalidad la que está decidiendo por él, mientras que la libertad espiritual otorga a quien la ha conquistado la capacidad para estar y desenvolverse con precisión en el seno de la comunidad humana. 
          El Mensaje de la Renuncia va un paso más allá de los programas políticos y los dogmas religiosos. Es solo y silenciosamente una voz espiritual que comprende y comparte las necesidades y urgencias del hombre, cualquiera sea su nivel social, en todas las culturas, en todas las razas que hagan posible alcanzar una nueva  dimensión de vida.
          El Mensaje de la Renuncia es una clara exhortación a todos los hombres para que acepten las realidades, sacrificios y responsabilidades de su tiempo y comprendan que lo que pueden perder en un plano siempre es compensado en otro: a un reajuste económico, un alza de los valores morales; a una pérdida de cómodas seguridades ideológicas y dogmáticas, un mayor desenvolvimiento espiritual.
          Recuerden que a la luz del Mensaje de la Renuncia, el trabajo como labor, industria, investigación, estudio, servicio, producción, creatividad se hace mística viva, una auténtica misión en el mundo que contribuirá a la formación de una nueva sociedad civil y espiritual. Únicamente con el trabajo sostenido y responsable podrá la humanidad salir de sus viejas estructuras y ser la base de un nuevo contrato social que ordenará la vida de los hombres y mujeres que estamos gestando con el sacrificio de la Renuncia.
Mensaje del Maestro Desconocido, leído ante los miembros de la Comunidad, en Potrerillos, Mendoza, en el mes de julio del año 2003, mientras las altas montañas se cubren de nieve.



          JUAN: Recién esta mañana  recibí el sobre  que me enviaste hace ocho días. He llegado a la conclusión de que no soy la misma persona cinco minutos después de leer una carta tuya. Tus reflexiones abren cientos de puertas en mis laberintos interiores. El aire, la luz, todo empieza a vivificarse. Es muy difícil explicarte con coherencia lo que me sucede a partir de la intuición de tu mundo y de tu ser. Se me ocurren metáforas y asociaciones metafísicas que en esta oportunidad obviaré porque sé que vos las calificarías como exageraciones mías.
          Cada vez más siento que vas entendiéndome, que me aceptás tal como soy, que permitís que entre más confiadamente en tus mundos. Voy a reiterar algo que recuerdo haberte  escrito en una de mis primeras cartas: no hay nada en mí que pueda dañarte o perjudicarte. Por lo menos así lo creo, así lo deseo. Quiero merecerte.
          Es verdad, Juan, siempre “estoy aquí, tan próxima, tan accesible a las emanaciones de tu corazón”. Sería feliz si supiera que lo que te digo te reconfortará porque es absolutamente mi verdadero sentimiento.
          La semana pasada empecé una carta para vos en la que te contaba con detalles algo que me sucede desde que era una niñita. Es una especie de necesidad o urgencia que he dado en llamar desmaterialización o descarnamiento. No estoy triste, no quiero morir, no me siento deprimida. Sí, quiero vivir pero no a través o en lo profundo de la materia, en esta dimensión. Me pesa el cuerpo y todo lo que con él se relaciona. ¿Estaré volviéndome loca?
          ¿Sabés, Juan?  Me gustaría transformar la esencia de mi ser en un pequeño punto de energía o de luz y alojarme si me lo permitieras (¿por cuánto tiempo?) en la región más transparente de tu espíritu. Después de esa instalación, no sé. Permanecer, ser hasta que haya sol.
          Amor, espero que podamos encontrarnos pronto. Salgo el sábado para Buenos Aires. Como mi bendito problema no se soluciona, mi médico decidió operarme. Si después de consultar con especialistas de la Capital debo permanecer en manos de un cirujano, lo haré allá, en el Hospital donde trabaja mi hermana.
          Te necesito. Es una suerte que seas mi amigo, especialmente en esta etapa de mi existencia. Te abrazo y te beso. SARA



          ¿Tiene sentido la insensatez? ¿Es posible encontrar una nueva comprensión sobre lo que no resulta inteligible ni aceptable? La ciencia no se ocupa de lo insensato puesto que es el reverso de su naturaleza operativa, canonizada por siglos y siglos mediante normas de pensamiento aceptadas en los límites mismos del dogma.
          Un científico, un filósofo, un artista, un escritor insensato vendría a ser aquel que acepta la aventura de ingresar en las regiones del pensamiento desconocido. Si existe una mente creadora es ésa, la que se caracteriza por la resistencia a lo conocido y aceptado, la que rompe reglas y moldes impulsada por la confianza en que lo insensato no es en absoluto algo insensato.
          En el arte, en la ciencia, en cualquier disciplina, los que han  experimentado el gozo del proceso creativo son los que han podido traspasar los límites a riesgo de internarse en las regiones de la desesperación y la locura. ¿Cómo identificar a esta clase de individuos?  Poseen lo que el budismo zen denomina “una mente de principiante”, son como niños que aún no han perdido la destreza para contemplar el mundo tal como es y no como lo contemplan los adultos. Habitan la conciencia del Niño Divino, simple e inocente que deberíamos conservar durante todo el proceso vital para escapar de la esclerosis espiritual en la que tempranamente sucumbe la mayoría de los seres humanos.
          Cualesquiera sean las dificultades, debemos mantener viva nuestra mente de principiante pues, como dijo Suzuki Roshi, si pretendemos estar continuamente frente a múltiples y renovadas posibilidades, no debemos caer en la conciencia del que ya cree que lo sabe todo. ¿Por qué sería así? Porque la mente del principiante está libre de los saberes del que ya cree que sabe, está vacía, abierta a todas las posibilidades a indagar, a aceptar, a negar.
          El verdadero artista y el verdadero científico, poseen una firme confianza, una fuerza interna que los lleva a concluir que cuando el mundo entero esté en su contra, en realidad es el mundo el que está equivocado. Esta certeza en sí-mismo no es porfía ni necedad sino la seguridad de aquel que sabe algo diferente, una nueva y reluciente mirada que decide compartir con los demás.



          JUAN: Ordenando papeles, encontré una hoja en la que yo había descripto  uno de mis encuentros con la totalidad de tu ser, uno de los tantos que me han transformado en una mujer completa y agradecida. Pero la sorpresa no termina allí sino que vos, de puño y letra dejaste el testimonio sobre mi íntima confesión. Deseo que tengas y retengas la brevísima descripción de mi gozo, que también fue tuyo para siempre. ¿Habrá sido la nuestra una experiencia cumbre tal como la definen Abraham Maslow y Stanislav Grof en sus tratados sobre la conciencia transpersonal? ¿Cuánto del tiempo inconmensurable habremos permanecido vos y yo más allá de nuestros respectivos egos? Te transcribo la hoja completa, sin hacer más comentarios.

          Anoche experimenté que dejaba de ser un yo circunstancial y me diluía en un ser infinito. Profundamente poseída por tu cuerpo, tu delicioso sexo, en el centro de mi vitalidad generaba haces ascendentes y expansivos. Al principio, carnales,  dolorosos y ardientes; luego como una brisa ondulante que crecía desde mi interior no localizable, no razonable. El extravío de lo consciente, un mágico estado de pérdida de la identidad  física. Algo de mí ha transpuesto una puerta en clausura.

          Me quedo en silencio, quieta, recordándonos. Te amo, SARA



          RUTH LEIBOVITZ: Bien se dice que lo que no está escrito, no existe. Vale para la historia del mundo y para la relación entre individuos, ¿Qué nos ha quedado de nuestras largas charlas telefónicas? Una frase o un pensamiento o un mensaje afectuoso que en algún momento hemos intercambiado ¿dónde están? Lo hemos perdido. Pero no sucede lo mismo con los cientos de cartas que nos mantuvieron en contacto, desde tu graduación al tan deseado por vos ingreso a los grupos de los Médicos sin Fronteras que te permitió conocer docenas de países y contactarte con hombres y mujeres (¿predestinados?) que hoy son parte de nuestra amorosa Comunidad.
          Hace un par de semanas decidí ordenar la correspondencia, agrupando las cartas en paquetes que corresponden a las personas con las que me escribo habitualmente, en especial las tuyas y las de Sara Gattari, una amiga íntima de la cual te he hablado en algunas  oportunidades. Como en algún momento creo haberte anticipado, estoy escribiendo una novela en la que serás una de las protagonistas. Sé que te halagará descubrirte cuando recibas un ejemplar de mi libro.
          Volver  a leer algunas cartas me produjo la certeza de que la literatura puesta sobre un papel no podrá ser sofocada, ni reemplazada, ni eliminada. Cualquier otra forma de comunicación se dispersa, se disuelve y apenas nos quedan imágenes o sensaciones difusas. En la palabra escrita queda parte del poder que nos anima, esa plenipotencia que aún conservan los muros de las cavernas, las tabletas cuneiformes, los papiros, los libros manuscritos, las  cartas que intercambiamos. Estimulado por esta revalorización que para algunos resultará obvia, decidí seleccionar algunos fragmentos de las cartas que te envié a lo largo de estos últimos quince años.
          Recuerdo que cuando estabas realizando un curso de perfeccionamiento en Munich, en el Action Sonensheim, me enviaste tu ahora famoso sueño sobre Cristo, los monjes del desierto y los leones que incluí en el cuento en el que también sos uno de los personajes clave: El Misterio de la Fosa de los Leones.  También recibí un dibujo que habías confeccionado para un grupo de psicólogos sobre el cual hice, a tu pedido, una interpretación de los elementos simbólicos que allí se incluyen. Aunque no soy psiquiatra ni nada parecido, me atreví a darte mi opinión con las salvedades suficientes  para no aparecer como un entrometido en ese campo que fue al que mayores aportes hizo mi admirado doctor Carl G. Jung.
          Tal vez yo esté equivocado pero pienso que tanto ir y venir por nuestro desquiciado planeta no te habrán permitido conservar todas las cartas que te he enviado y de las que conservo copia.
          Si te transcribo aquella atrevida e intuitiva interpretación es porque me pareció encontrar una especie de premonición sobre lo que te sucedería veinte años después. No te marco el concepto y tampoco haré mayores comentarios para que seas vos quien descubra esa anticipación, oculta en el texto que sigue:

          EL SOL, muy próximo, ilumina generosamente las Aguas Primordiales y la Tierra, asiento de la Vida. El Sol, manantial incesante de la luz, sustenta y conserva a todos los seres y es al mismo tiempo la manifestación visible de Dios. Es también el símbolo del Padre, del Maestro, del Protector, bajo cuyo manto de energía Ruth recibe el Pan material, intelectual y espiritual que necesita. El Sol es también, como Unidad Absoluta, el Ser Real Interno de Ruth, su microcosmos.
          EL ÁRBOL es el esquema de relaciones, potencias y reflejos de la Mente, la Razón, la materia prima de la conciencia.
          EL CÁNTARO es el Cuerpo, la Matriz, el Útero de la Mujer. En él vibran los colores de la vitalidad, de la energía de la juventud de Ruth, firmemente asentado sobre la Tierra. El punto rojo, el Chakra Fundamental o Sexual, muestra su potencialidad presente.
          LA SERPIENTE, símbolo de la Sabiduría, del Logos, es también el Kundalini, la fuerza que emana del Sol, llave de la conciencia que hace posible la unión con Dios.  
          EL CÁNTARO permanece junto al Árbol, disociado, y el esfuerzo de la Serpiente, firmemente enroscada, parece intentar atraerlo. Es el esfuerzo que Ruth debe realizar para unir en una Totalidad los elementos que componen su Ser verdadero. Si lo logra, el Árbol y el  Cántaro darán los frutos que ella sueña, subconscientemente. Procreación, conocimiento y sabiduría son posibles en la medida del esfuerzo, del trabajo y el sacrificio que Ruth debe aportar desde lo más profundo de sí misma con  capacidad y responsabilidad.

          Vos sabés que siempre trato de sorprenderte, aunque en muchos casos seas vos la que me sacude con alguna noticia inesperada o con el relato de algunos de tus sueños en colores (astrales, dirían los teósofos). De aquel tiempo en el que permanecías en Alemania, guardo el relato de un sueño que tuve en una calurosa siesta cordobesa de la que me despertó el timbre del teléfono. En el momento en que vos estarías discando, yo soñaba que estaba salvando tu vida del ataque de un sátiro que, bajo la apariencia de un joven bello, había intentado destruirte. Seguramente lo recordarás o tendrás el detalle completo en alguna de las cartas que te envié.
          Cambiando de tema, no olvidarás, espero, que mientras estudiabas aquí, fuimos algunos fines de semana a La Cumbrecita, un lugar que años después volví a visitar asiduamente aunque por motivos diferentes. Fue en el tiempo en que yo estaba dando mis primeros pasos de ingreso a la Comunidad. Tenía allí mis reuniones con el señor Valentín y luego pasaba la noche en alguno de los hoteles para regresar al día siguiente a Córdoba. Por supuesto que en cada viaje te recordaba aunque las circunstancias ya no eran las mismas. En tanto yo permanecía por misión y convicción, en mi radio de estabilidad, vos ibas y venías de un país a otro cumpliendo con tus tareas profesionales mientras hacías contactos con algunos de nuestros “amados conspiradores” que pertenecen a culturas tan diversas y con quienes nos une la predestinación de una tarea común.
          En el último viaje que hicimos antes de que partieras hacia Europa escribí lo que inicialmente había titulado ¿Dónde estaremos a partir de hoy?, un texto que parecía anticipar la nostalgia que nos iría ganando con los años. No recuerdo si te envié copia. Aun así te pido que vuelvas a leer estas líneas que resumen aquellos momentos que espero reanimen en vos idénticas emociones.

          ¿Dónde estaremos en los años que vienen? Este estar juntos y saber que pronto partirás hacia un país distante sin que ninguno de los dos sepa si volveremos a encontrarnos. Ascendemos en auto desde Villa General Belgrano hacia las alturas de La Cumbrecita, una soleada mañana de marzo del 91. Detrás del aire fresco como un cristal aparecen, a izquierda y derecha, las ondulaciones de las serranías y los bosques de pino demarcados en rectángulos, las majadas de ovejas que trepan lentamente las laderas verdosas, algunas vacas y caballos y la forma de las nubes que se van agrupando en un escenario silencioso, inocente y arisco. Me agrada ese peinado con una sola trenza, tus rústicas sandalias y tu  boca roja de morder zarzamoras, sigo tus pasos rápidos hacia la cascada y te contemplo nadando sin temor de una punta a la otra de la enorme hoya, joven y desnuda esperando que vaya a cubrirte con un toallón anaranjado, después de acariciar suavemente tus pezones, en este pueblo extraño donde viven las viudas del Führer según cuentan  antiguas leyendas. ¿Dónde estaremos a partir de hoy? ¿Qué nos quedará de este viaje cuando pase el tiempo  y apenas tengamos el testimonio de unas pocas fotografías? Vendrán las horas inevitables del desasimiento en que empezarán a funcionar los mecanismos que sellan y compactan los huecos de la memoria. Habrá, entonces, que derramar fertilidad sobre lo que nos queda por recorrer en orillas distantes del océano conservando en cada uno de nosotros los deseos de amarnos que no fueron plenamente satisfechos, y así cumplir con mansedumbre uno de los mandamientos de la vida: eliminar la continuidad de los cuerpos para que sea posible la continuidad del mundo. Estaremos a prueba hasta descubrir cuánto de efímero o de permanente hubo en nuestra relación. Volvemos de noche intercalando bloques de silencio y breves diálogos que no han quedado registrados. Hemos sido y somos buenos amigos, nos hemos amado.No hay nada que reclamar.



          JUAN: En estos momentos la vida se deja vivir dulcemente y hasta percibo la muerte como un algo más que la vida incorpora y trasciende.
          Amanecemos tan pacíficos e iluminados los vivientes que incluso las guerras del día se suspenden.
          Coincidimos en sentirnos tan humanos e imperfectos que hasta mi perro se mira como extraviándose de su condición de perro.
          La vida permanece intacta y atenta, desplegada en la superficie de mi ventana por la que entra todo el universo que no conozco, que está allí, inmutable, múltiple y al mismo tiempo indivisible.
          Yo, diminuta partícula, portentoso átomo de carne, sonrío. Me has convencido. La vida siempre tiene sentido.
          Vos y no nos conocemos desde hace incontables siglos. Somos iguales, con una diferencia: en estos tiempos a vos te toca ser el maestro.
          No sé por qué te escribo estas cosas, una fría mañana de julio, en el día de tu cumpleaños. Te beso, dulcemente. SARA



          RUTH LEIBOVITZ: He recibido  tu última carta y dos tarjetas postales desde la India. Lo más importante que rescato es tu meditación cuando decís que podías percibir con mayor claridad recuerdos e imágenes de tu pasado como si ya fueras una anciana. Yo creo que sí, que en ese lugar, con una atmósfera espiritual cargada con las oraciones de millones de personas, tu conciencia no es la de una hermosa y joven mujer que cumplió sus primeros 35 años, sino la de un ser humano que tiene tras de sí el peso y los mandatos de incontables generaciones.
          Una mayor plenitud interior, la percepción lúcida de vos misma y el abandono a una conciencia trascendente no te hace más vieja, por el contrario te rejuvenece y te potencializa. Nada es azar y no por mero azar has tenido la oportunidad de viajar tan lejos y, según alguien me lo ha adelantado, no será éste tu último viaje a la tierra de Tagore, de Vivekananda, de Sri Aurobindo y de tantos otros grandes maestros que nos han ido señalando inesperados caminos. 
          Todo sucede porque tiene que suceder, más cuando detrás de la rutina de la experiencia médica se ocultan otras motivaciones. Ese es tu signo fundamental; más que en una terapeuta del cuerpo te irás convirtiendo en una sanadora del alma, si aceptamos (estoy seguro que sí) que la humanidad actual tiene su cuerpo y su alma enfermos en estado terminal. Hoy los hombres y mujeres reclaman al sanador de presencia, que con su hálito, su tacto y su palabra ofrecerán un alimento sustancial que pocos conocen o que no están dispuestos a dar, si lo poseen.
          Vas comprendiendo que cualquiera puede obtener su título de médico pero, para realizar la tarea que te ha sido encomendada, hace falta un aprendizaje que no se enseña en la universidad. La práctica sostenida de la meditación nos dice que es urgente encontrar paz en uno mismo, contemplar, orar, buscar los manantiales ocultos en nuestra propia naturaleza y beber de ellos. Todas las sustancias físico-químicas de la Tierra están en nuestro cuerpo y el verdadero psicotropismo no lo dan las drogas que hoy están diezmando a la humanidad sino la capacidad de renunciar a las fantasías de la vida, a toda esa tontería que impregna la cultura, a toda esa basura que nos tapa y no nos deja respirar. Respirar (el hálito del alma) sólo es posible cuando estamos refugiados en la intimidad del silencio, en la perfecta vacuidad, en el alma estática, en el proceso de búsqueda de la beatitud, la última etapa del verdadero amor.
          No es nuevo lo que voy a decirte, aunque lo repito: creo que el modo correcto es permanecer aquí, en el ahora, no por ataduras o perversa posesión sino porque en esta mismidad se conserva sólo lo que tiene vida. Recuerdo haberte dicho: no es bueno andar cavando tumbas en nuestro pasado porque las tumbas apenas conservan cenizas de lo que ya pasó. Sin embargo, en el ahora inextinguible  permanecen todos y cada uno de los que hemos amado de tal modo que mientras tengamos un hálito de  vida la Muerte no se atreverá a tocarlos.
          Lo que acabo de escribirte tiene relación con la necesidad de frenar el exceso de impulsos emocionales y sensoriales acoplados a la personalidad corriente que por ahí te sacuden en oleadas, dañándote. En la medida en que vayas serenándote y aceptando que tenés asuntos más valiosos que hacer tanto en la construcción de vos misma como en lo que significa ser partícipe de una silenciosa revolución, irás comprendiendo lo esencial, el sentido oculto de tu misión.
          En otra de mis cartas te escribía sobre los graves errores que cometemos cuando no seguimos el sendero que nos traza nuestra Conciencia Superior a la que podemos llamar Dios, la Realidad, el Sí-Mismo, Brama, Alá, Buda, Jehová. Aunque parezca una idea simplificada, no es fácil tomar decisiones, hacernos cargo, no depender en lo económico, lo afectivo, lo ideológico de nadie. Para algunos esto supone un acto difícil y doloroso pues es más fácil ser mantenido y cobijado por algo o alguien que nos ofrezca seguridad, aunque sea aparente. Has crecido lo suficiente para hacerte cargo de vos misma después de que has pagado con creces algunos sucesivos “derechos de piso”.
          Hay que decir basta, no seguir sacrificando nada a nadie y tampoco esperando nada de nadie. Así, todo lo que somos y hacemos, irá armonizándose progresivamente. Además, ¿qué tenemos que hacer? ¿A quién tenemos que ayudar? ¿A quién salvar? Esos son falsos mandatos de falsas religiones y filosofías populistas que lamentablemente siguen predominando en nuestra cultura.
          Un bello pensamiento budista resume en pocas palabras lo que intento decirte: Cuando la lámpara se enciende, al mismo tiempo que ilumina el entorno se ilumina a sí misma. Todo el trabajo, la Gran Obra, es el que hacemos en nosotros mismos, con nosotros mismos, en ese lugar en que no se mueve un ápice, que jamás se desplaza: el punto indivisible de nuestro verdadero Ser. Sólo podríamos ser (si es verdad que en algún momento podremos ser útil a otro) cuando estemos de vuelta, cuando ya no nos importe ni la redención del mundo, ni las supuestas tareas sagradas de la salvación que han sido por siglos el punto de partida de guerras y revoluciones, de fanatismos crueles e insanables fundamentalismos.
          En realidad no sé, Ruth, si Dios está en los Cielos y nosotros aquí, muy lejos abandonados en la lejana Tierra. Por mi parte estoy en una etapa de plenas revisiones y trabajos entre los cuales incluyo el propósito de completar este libro que llevará  por título FRAGMENTOS y con el cual espero provocar sorpresas y controversias. No me agradaría aparecer como un provocador sino como un innovador en la estética de la novela. Ya tendrás oportunidad de contemplar por fuera y por dentro este edificio que voy construyendo ladrillo a ladrillo. Espero tu pronta respuesta. JUAN



          JUAN: A veces me sorprenden las dudas acerca del modo de relación que entre vos y yo intentamos sostener. Noto que últimamente me repetís tu idea o tu porfía, no lo sé, de que no querés ni soportás pensar vivir en un “mundo de dos”. No sé a qué se debe tu necesidad de repetir lo mismo una y otra vez. Con  sinceridad te pregunto, ¿vos pensás que puedo ser una mujer atada a los pantalones de alguien, sin proyecto propio, sin saber defender sus espacios personales? ¿A mi edad? Recordarás que el primer planteo (no quiero llamarlo cuestionamiento) que te hice hace ya varios años fue, precisamente, el de no encontrarle sentido a nuestra relación.
          En nuestro último encuentro vos volviste a hacer referencia, precisamente, a ese tema. Decías que tanto en la amistad como en el amor, para enriquecer el vínculo es necesario, casi imprescindible, un hacer en común. En ese momento me sorprendió y me agradó escuchártelo decir. Yo no sabría vivir sin ciertos requisitos mínimos de privacidad, de soledad porque sé que podría saturarme…hasta de Juan. Pero cuando pienso de ese modo sospecho con dolor que tu ausencia sería como un sacrilegio, o una fatalidad para mí. Doy vueltas y me pregunto una y otra vez qué podría hacer yo para evitar o modificar esas circunstancias.
          No deseo de ningún modo que te moleste lo que acabo de escribir. Quiero que sepas que no estoy enojada, sino confundida. No sé por qué pero presiento que mi vida se está complicando.
          Voy a cambiar de tema porque quiero contarte una novedad. En varias ocasiones, cuando comentabas tus años de juventud, mencionaste a una persona, a un amigo de entonces que recordabas con afecto y admiración. Aunque no lo creas, la semana pasada conocí en casa de Betty a Pablo Bevilacqua, a quien le comenté sobre vos, sobre nuestra relación y la extraña coincidencia de que él sea también un íntimo amigo de mi mejor amiga, valga la redundancia. Según nos contó, Pablo ha estado viviendo en México por más de veinte años y  ha regresado a Mendoza con la decisión de quedarse aquí definitivamente. Me sorprendió su inteligencia, su buen carácter y, lo que parece sobresalir en él, una especial disciplina emocional.
          Pablo me dijo que quiere verte la próxima vez que viajes. Supongo que para ambos será motivo de alegría verse después de tantos años y de saber dónde estuvo y qué hizo cada uno.
          Me despido con un besito dulce. SARA



          RUTH: ¿Sabés lo que significa la palabra “canibalismo” en literatura? Es un término creado en la época del  nacimiento de la novela negra. Consiste en tomar como base, como impulso creativo, una noticia policial y convertirla en un cuento, en una novela o guion cinematográfico. Estarás suponiendo con mucha razón que aprovecho algunas de las consignas que doy a mis alumnos. Por supuesto, según dicen, hay que predicar con el ejemplo. Uno de mis últimos cuentos se titula “El niño en el espejo” que vendría a ser la versión literaria de un suceso real ocurrido recientemente en Buenos Aires y del que dieron cuenta los principales diarios de nuestro país. No te adelanto una palabra más. Lo que sigue es la trascripción del primer borrador:

                                               EL NIÑO EN EL ESPEJO

          No siempre los perversos escapan al castigo. A la antigua presunción que habita en la conciencia popular de que no todos los crímenes son descubiertos y sus responsables castigados, le cabe la excepción que justifica la regla.
          Es difícil saber si al contar esta historia nos impulsa un sentido de la justicia natural, el odio o la justificación de la revancha para desear el peor de los males a los culpables, hijos de Caín. Lo cierto es que estos hechos no han surgido de la imaginación de un escritor sino de una simple noticia policial.
          Por mandatos del azar o de una ley que todavía no conocemos, en pleno centro de Buenos Aires, Carlos Romera reconoce al oficial de Prefectura Alcides Antonio Nazar, el mismo que lo había torturado cuando estuvo detenido en la Escuela de Mecánica de la Armada, en los años de plomo.
          Alarmado por el encuentro pero sin dudar un minuto, Romera hace la denuncia a la policía y de inmediato,  ante el Fiscal del fuero penal, cuenta que en 1977, él y su esposa Martha Mercado y el pequeño Rubén, hijo de ambos y de apenas pocos meses de vida, fueron detenidos y remitidos a la ESMA. Romera dice: “A mi mujer no volví a verla nunca más y esa misma noche, esa bestia, el oficial Nazar, empezó a torturarme. Ese era el procedimiento para tratar de ubicar a los supuestos cómplices antes de que tuvieran tiempo para huir. Me ató a una cama metálica y comenzó a meterme la picana mientras me insultaba. Como no  obtuvo información alguna, el animal tomó a mi bebé y lo puso sobre mi cuerpo desnudo, diciéndome: “hablá, hijo de puta, si no lo hacés te juro que le destrozaré la cara a tu hijo contra el piso”. No sé si a mi Rubencito le pasó corriente eléctrica. Sí recuerdo que llegaron otros oficiales y le ordenaron al degenerado que parara, que yo no tenía nada que ver. A pesar de que  era realmente inocente, estuve detenido durante casi dos años”.  
          El mismo día de la presentación de la víctima, avisado por sus superiores de que sería detenido, Alcides Antonio Nazar, en uno de los baños de su unidad militar intentó suicidarse disparándose en la boca con una pistola de 9 milímetros. No murió pero su rostro quedó irreversiblemente desfigurado.
          Según el parte médico oficial, el diagnóstico del frustrado suicida es: fractura del maxilar inferior, pérdidas dentarias, graves heridas en la lengua y en el piso de la boca, sección del labio superior, pérdida del ala derecha de la nariz y lesiones profundas en el paladar.
          Aunque no aceptemos la creencia popular de que no siempre los malos pierden, leer una noticia como ésta en el diario de la mañana mientras tomamos el desayuno, nos confirma que una parte muy íntima y escondida de nuestra conciencia, también sabe del odio y del resentimiento. Por un momento, la venganza ejecutada en sí mismo por el propio represor, nos trae un hálito de inexpresable bienestar, como si por este solo y único hecho, el orden del mundo se hubiera restablecido.
          Podríamos agregar, entrando ya en los dominios de la literatura fantástica, que cuando el torturador contempló horrorizado lo que quedaba de su rostro en un espejo le pareció ver,  fugazmente a sus espaldas, el rostro de un niño que le sonreía.

         
          ¿Somos una secta? ¿Practicamos la búsqueda y captación de aspirantes, de devotos, de sumisos seguidores? ¿Poseemos cuantiosos bienes materiales? ¿Somos los fundadores de una nueva confesión? ¿Creemos en el nacimiento de una religión planetaria? Estas y otras preguntas debemos formularnos para no equivocar el rumbo en dirección a nuestro único propósito. Nadie en particular y ninguna institución en general están libres de caer en pasiones histéricas, en patéticos mesianismos o en una de las tantas corporaciones multinacionales aliadas con el poder político y económico que obedecen los mandatos del imperialismo occidental y cristiano que en estos comienzos del siglo XXI controla la mayor parte de las naciones.
          Quien piense que es suficientemente fuerte y virtuoso para eludir las tentaciones del poder, no debiera permanecer con nosotros. Esa persona es un peligro para sí misma y para nuestra Comunidad. Un breve repaso de la historia pasada y presente relacionada con el nacimiento, auge y poder de las sectas, resultará en un sano ejercicio que nos revelará los graves peligros a los que estamos expuestos en la medida en que nuestros grupos de trabajo sigan expandiéndose.
          Hace más de veinte años, el escritor y pensador francés André Malraux había señalado que El siglo XXI será religioso o no será. ¿Qué quiso decir con “no será”? Pienso que el fracaso de las religiones monoteístas, la aparición de toda clase de sectas y grupos ideológicos, continuarán fragmentado tanto la conciencia social como la de cada individuo. Si esta tendencia no se revierte significará que estamos frente a un grave peligro. Trataremos de explicar el porqué.
          Las grandes sectas son señales rojas, alerta máximo, núcleos de perturbación en los círculos de nuestra civilización materialista, cuyo propósito fundamental es propagar su contenido ideológico para compartirlo con el mayor número posible de adeptos. Los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, nos muestran a diario la intensa actividad de estas logias pseudo religiosas que dedican su tiempo y sus vidas a la difusión de sus doctrinas y al reclutamiento de aspirantes.
          Algunos movimientos parecen apartarse  de los intereses y problemas del mundo, no participan en lo que ellos consideran como actividad sospechosa: la política, conducida por corruptos y pecadores, seres indignos de lo puramente espiritual. Generalmente se encierran en un mundo utópico, idealista, inalcanzable y así permanecen en reducidos círculos más bien contemplativos.
          Pero existen otros tipos de sectas que están en continua expansión. Bajo la apariencia de ser movimientos religiosos o místicos, tienen otras ambiciones menos confesables. Algunos de estos grupos  ofrecen una equívoca mezcla de idealismo y materialismo, de hermosas palabras que son acompañadas por la musicalidad del tintinear de las monedas. Son impulsados por tres poderosos elementos: el poder, el dinero y la política. Son  los que ofrecen poco a cambio de lo mucho que piden, enloquecidos por un orgullo desmedido que los convierte en satánicos tentadores que parecen decir: Todo lo que desees te lo daré a cambio de que me adores incondicionalmente.
          Los primeros en caer bajo esta tentación son los fundadores de sectas que progresivamente van dejándose divinizar por  sus discípulos  los que a su vez, por simple mimetismo, van preparando el  terreno para lograr idénticos propósitos, forjando un círculo vicioso irrefrenable. Algunos son verdaderos desequilibrados mentales, víctimas de la insanable locura de considerarse la reencarnación de Cristo o anunciar que son el Maitreya, nada menos que el último Mesías o quinto gran Buda, cuya llegada parece haberse demorado varios miles de años.  
          Los movimientos más sospechados son aquellos en que se exalta, a descomunal magnitud, la figura del Jefe con el fin de intensificar la obediencia y la consecuente sumisión de sus seguidores. Es el caso de Burton Spencer, un canadiense radicado en Los Ángeles, cuyos mensajes dirigidos a los Esclavos del Señor, pretenden ser superiores a los evangelios bíblicos. Es un auténtico déspota que ejerce un poder omnímodo sobre los miles de hombres y mujeres de su secta diseminados por el mundo.
          Un capítulo especial merece la Cienciología, fundada por Lafayette Ronald Hubbard. Su doctrina es una extraña conjunción de ideas tomadas del budismo, el hinduismo y la cábala, orientadas a la práctica de técnicas del tipo psicoanalítico para aliviar los sufrimientos, aprovechar al máximo esta reencarnación (la de cada adepto), saber dominarse a sí mismo y aprender a manipular a las personas para construir un mundo mejor. Su libro base, traducido a docenas de lenguas, es La Dianética  o Ciencia moderna de la salud mental. No se sabe mucho sobre Hubbard, salvo que es uno de los más importantes escritores de literatura fantástica y ciencia-ficción de mediados del siglo XX. Se afirma que un lujoso barco de su propiedad navega continuamente por los mares del mundo guardando en una caja fuerte un libro misterioso y maldito, Excalibur, cuya lectura vuelve irremediablemente loco a quien se atreva a recorrer sus páginas. A esta altura del discurso, qué sano nos parece el pensamiento del genial G.K.Chesterton: El loco no es aquel que ha perdido la razón, el loco es aquel que lo ha perdido todo, menos la razón.
          El ejemplo mayor que podemos presentar tal vez sea el de la secta fundada por Sun Myung Moon, un coreano nacido en 1920, quien para sus fanáticos seguidores es el Profeta, el Nuevo Mesías, Tercer Adán, reencarnación de Cristo y otras apropiaciones. El líder ha dicho: Soy el pensador, por lo tanto soy vuestro cerebro. Llegará la hora, de manera irrefutable, en que mis palabras servirán prácticamente de ley. Cualquier cosa que yo desee, se cumplirá. Y agrega: Dios ha decidido desembarazarse del cristianismo para establecer una nueva religión: la Iglesia de la Unificación. Refiriéndose a él mismo en tercera persona, anuncia a todas las naciones: El Maestro, aquí presente entre ustedes, es el más grande de todos los antiguos santos y profetas y es tan grande como Jesús.
          Moon afirma que viene a completar la misión de Jesús quien, según él, fracasó por haber tenido una muerte indigna en la cruz. Inaugurará (profetiza) el reino de Dios sobre la Tierra, inmediatamente después que el comunismo, cuyo poder emanó de Satanás, sea vencido. Después de la caída del Muro de Berlín y del fracaso del comunismo en la antigua Unión Soviética, ¿estará llegando la hora del Mesías coreano? 
          El modo del perfecto matrimonio es Moon y su mujer que debe ser imitado por sus acólitos. De ahí los casamientos  en estadios de fútbol con miles de parejas que contraen matrimonio en una ceremonia colectiva, aunque el Padre Fundador se haya casado cuatro veces.
          Como dijo Lord Acton: “Todo poder corrompe; el poder absoluto corrompe de manera absoluta”. Algunos jefes de sectas se aprovechan del poder y el prestigio para disfrutar del encanto de sus jóvenes discípulas. Por supuesto que lo hacen  “en nombre de Dios”, imitando a aquellos señores feudales de la Edad Media que ejercían el “derecho de pernada” con la convicción de que así, por su divina intervención, los primogénitos de sus siervos serían la fértil levadura genética que mantendría en constante regeneración a la plebe campesina
Uno de estos profetas delirantes, autodenominado y consagrado “papa Celestino”, decía que hablaba directamente con Dios, sin intermediarios, y dictaba órdenes a cada uno de sus adeptos con mensajes como este: Si no haces lo que te ordeno serás borrado del libro de la vida y no sólo sucumbirá tu cuerpo sino que también tu alma se convertirá en polvo en el desierto de mi ira. Este virtual teléfono rojo que comunica directo con Dios le permitió al falso papa emitir decretos en los que menciona el nombre de las jóvenes vírgenes que tendrán con el una “divina unión” con la que concebirán hijos e hijas que serán los regidores de la nueva humanidad. Celestino afirma que el Señor le ha dicho: Le dirás (por ejemplo) a Ginamaría que se entregue totalmente a vos como víctima sagrada del amor. Si lo hace recibirá mis bendiciones y los dones de la vida. Dile en mi nombre que apenas ella sienta en su cuerpo las vibraciones del deseo, que se abra y te reciba mansa y obedientemente.
Practicar el perverso juego de revestir los poderes de la divinidad ha sido una treta sucia practicada por numerosos dirigentes, religiosos y laicos, no solamente con mujeres sino también con niños inocentes y jóvenes tal como a diario nos informan los noticieros.
Así como con el paso del tiempo las iglesias se enriquecen, también lo hacen las sectas a las que acuden espíritus supersticiosos, gente enferma y aspirantes a la salvación eterna, dispuestos a pagar cualquier precio a cambio de semejantes bendiciones. Por esa práctica se van acumulando en las oficinas centrales de los jefes, propiedades, dinero en efectivo, acciones y títulos que no tienen otro propósito que el lucro inescrupuloso de los mediadores entre Dios y el hombre.
El mayor caudal de estos ingresos procede en general de los nuevos discípulos. Algunos de ellos trabajan asiduamente haciendo colectas mientras que los más ricos son predispuestos a abandonar sus propiedades acicateados por el mandato de los falsos apóstoles: Si querías conservar todos tus bienes no tienes por qué venir con nosotros, reprochan los cínicos dirigentes.
Están los que regresan a sus casas en busca de sus chequeras, sus libretas de ahorro y sus títulos de propiedad para donarlos a su fraternidad ante el temor al castigo divino y al fracaso.
Las dóciles ovejas aprenden a escribir cartas a sus padres y parientes ricos con toda clase de peticiones. La ausencia de toda contabilidad en las sedes matrices de las sectas, más el velo del secreto que cubren las donaciones, más la ausencia de un riguroso control impositivo por parte del Estado, hace que una de las tareas principales, del cada vez mayor número de adeptos, sea el de aportar para el beneficio personal de los jefes,  los que a  su vez intensifican la misión de reclutar nuevos conversos que engrosarán el ejército de recaudadores.
Algunos grupos comienzan cobrando los cursos iniciales, la asistencia a las conferencias de sus líderes, compra de revistas y libros, íconos, reliquias, elixires. Un método hábil consiste en presentar al postulante un “test de personalidad espiritual” de 100 preguntas que luego permite conocer sus gustos, temores, debilidades emocionales y psíquicas para saber por dónde atacar más fácilmente.
El dinero recogido en diversos puntos  de América y Europa llega sistemáticamente a lugares prefijados (especialmente en los llamados paraísos fiscales) donde se centralizan las operaciones inmobiliarias, bursátiles y financieras. “Todas las mañanas – confiesa un buscador desilusionado- nos inclinábamos ante la fotografía de nuestro Amado Mesías para decirle: Vamos a traerte la mayor cantidad de dinero que podamos reunir, mendigando en tu nombre, para que con él puedas salvar nuestras almas y el mundo”.
El mayor cinismo se revela en esta propuesta escrita por los jefes a sus seguidores: “Cuando el dinero está en manos de hombres sin espíritu, ¿para qué les sirve? ¿Podrían ser dichosos los ricos que ya están condenados por el solo hecho de ser ricos?  Otros exponen el siguiente sofisma: “Cristo fracasó porque fue pobre. Nuestro Mesías no vino al mundo para repetir el mismo fracaso. Por eso él deberá ser el más rico de todos los hombres”. También amenazan a sus secuaces diciéndoles: “¿Acaso ustedes pueden ser felices guardando y ocultando su dinero? Sólo nuestro Padre sabrá disponer de vuestros bienes. Tu ofrenda es una expresión de fe para que Dios te dé su bendición por mi intermedio”.
Basado en ese postulado, el reverendo Moon afirma que la riqueza es una prueba de la bendición divina: “Los Estados Unidos son la muestra perfecta del plan de Dios al conceder a esta gran nación oleadas de riquezas sin fin. El porvenir del mundo moderno depende sólo de las naciones más ricas del Primer Mundo”. El Mesías coreano se confesó con cínica humildad repitiendo una y otra vez: “Dios ha sido muy bueno conmigo. Yo no soy un hombre de negocios millonario sino un líder religioso. He sido colmado de bendiciones porque Dios sabe que nada me pertenece, ni siquiera  un centavo de mis ahorros. Si yo me aprovechara de mis adeptos, ninguno de ellos me seguiría”.
A pesar del discurso público jurando que no hacen política, muchas iglesias sí lo hacen aunque continúan predicando la sumisión y el respeto por la ley civil y el sostenimiento del sistema conservador que gobierna el mundo.
Tal vez el primero en poner en práctica esta militancia religiosa-política fue un militar convertido al cristianismo, Ignacio de Loyola, quien fundó la poderosa Compañía de Jesús sobre tres premisas fundamentales: disponibilidad, movilidad y obediencia absoluta de sus miembros, logrando a través de los siglos tanto la adhesión como el rechazo de reyes, gobernantes y poderosos banqueros que en ocasiones no dudaron en perseguirlos y arruinarlos.
Para un jesuita no existe distinción entre lo temporal y lo espiritual y, como los antiguos caballeros templarios, disponen de abnegación, obediencia y voluntad inclaudicables para obtener sus fines. De ese celo por la perfección que no se privó del fanatismo, surgió la leyenda que nos habla de un jesuita intrigante, astuto y maquiavélico dispuesto a practicar toda clase de ardides con tal  de ingresar a los círculos cerrados del poder y ejercer allí su influencia.
Hoy los jesuitas gozan en general de una mejor reputación que en el pasado aunque no puede afirmarse lo mismo de otro movimiento nacido en pleno siglo XX por iniciativa de un español, el sacerdote José María Escrivá de Balaguer, fundador en los años 30 de la Sociedad  Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei, hoy abreviada como Opus Dei  (Obra de Dios),  orden reconocida por la Santa Sede como primer instituto secular,  veinte años después.   
Escrivá de Balaguer partió de la necesidad de reactivar el espíritu cristiano en una España que se encontraba, según él, bajo el dominio de una masonería poderosa y el influjo de un marxismo en plena expansión.
¿Cuál fue el método empleado? Infiltrarse secreta y silenciosamente en los centros políticos y empresariales para practicar desde ahí una toma de poder oculta. A partir de entonces nada ha sido ajeno a la influencia del Opus Dei: la banca, la industria, la administración pública, la universidad, los medios masivos de comunicación, la publicidad, el cine, la literatura conquistando para Dios la élite intelectual de España, tarea que se expandió a todos los países donde la iglesia católica es mayoría.
Se atribuye a Escrivá de Balaguer esta expresión: “Los judíos han dominado el mundo por la banca. A nosotros nos toca hacer lo mismo, o más todavía”. Entre muchos otros reproches se habla con frecuencia del espíritu sectario y la consecuente afición al secreto que predomina entre sus principales dirigentes. La Constitución o Regla de la Obra, escrita en latín y no divulgada ni traducida a otras lenguas, establece en uno de sus apartados: “Su objeto específico es trabajar con perseverancia para que la clase que llaman intelectual, así como la que constituye la clase dirigente de la sociedad civil, sigan los preceptos de nuestro Señor Jesucristo”.
Otra Constitución se refiere a su humildad como congregación: “Para lograr más fácilmente su finalidad propia, el Instituto trata de vivir oculto como Instituto, por lo cual se abstiene de acciones colectivas y no posee nombre ni denominación común que pudiera aplicarse a sus miembros”. Para no extendernos, resumiremos algunos otros fundamentos ideológicos como los que dicen que en virtud de la humildad colectiva nada de lo realizado por sus miembros se les atribuye, sino únicamente a Dios. No deberán manifestarse externamente sino disimular ante los extraños el número de integrantes, ni abordar con ellos los temas propios que conducen a llevar una vida consagrada a Dios con una discreción al más alto grado que exige el apostolado. Deberán guardar, tanto los titulares o numerarios que viven en la perfección evangélica y el celibato, como los oblatos o adherentes que no necesariamente viven en comunidad o como los supernumerarios que pueden ser casados, un prudente silencio en cuanto a los nombres, obras y acciones de los demás miembros y jamás, por ningún motivo, revelarán que pertenecen al Opus Dei.
Los críticos de la Obra afirman que su Reglamento es digno de los jesuitas más conservadores; sacan el mayor provecho del secreto por el cual muchos de sus más notorios dirigentes eluden sus reales vínculos con el poder de turno. “No existe ningún secreto en el Opus Dei ni nadie se oculta. Es fácil informarse. Sus fines están claramente expresados. Están impresos. Se difunden. Sus dirigentes son conocidos”. Esto que dicen es verdad en la medida en que la actividad del Opus Dei va haciéndose más poderosa y dueña de vastos sectores de la política y la economía mundial, circunstancias que los van obligando a mostrarse en público, sea en cargos ejecutivos, como fundadores de universidades, periodistas y escritores al servicio de sus ideas e intereses.
Otras de las sectas más notorias y prácticamente dedicada a la política y al mundo empresarial es la originalmente llamada Sociedad Creadora de Valores, conocida como Soka Gakkai, fundada por Tsunesaburo Makiguchi en 1928, contemporánea del Opus Dei, de la que fue Presidente o Gran Maestre el famoso filósofo Daisaku Ikeda. Esta orden nació bajo la inspiración del monje Nichiren, quien en el siglo XIII predicó una enseñanza nacionalista e intolerante del budismo.
Este movimiento pretende no ser una religión ni una secta sino una entidad laica que promueve la enseñanza de su Maestro. Muchos de sus iniciadores fueron encarcelados antes de la Segunda Guerra Mundial por haberse negado a participar en los ritos del Shinto que es la religión oficial del Japón. Desde su comienzo adaptó drásticas técnicas de evangelización y sumisión que le permitió extenderse rápidamente con la promesa de que sus conversos obtendrían una vida prolongada y dichosa.
Desde 1965 es un partido político que tiene cientos de representantes y consejeros en el gobierno. Posee sus propias universidades, diarios y editoriales comprometidos a trabajar por el mayor bienestar de la población y una jurada lucha contra el fascismo que llevó a Japón, aliado de la Alemania de Hitler, a su derrota militar y política más humillante en 1945. 
Llámense Opus Dei, Reverendo Moon o Soka Gakkai, estos poderosos movimientos manejan hoy cientos de miles de millones de dólares en fábricas de alimentos, productos electrónicos, automóviles, en multinacionales financieras y en emprendimientos industriales y agropecuarios a lo largo y ancho de Europa, Asia y América. Es verdad que existen evidencias del accionar directo de estos grupos pero también hay que admitir que han surgido leyendas orquestadas por organizaciones que dicen luchar contra las sectas, bien para controlarlas o eliminarlas o (lo más probable) para ocupar su lugar, tan poderoso es el imán de la codicia.
El problema es que no existen muchos medios legales para combatir a estos movimientos que generalmente operan en la clandestinidad, protegidos por reglas y secretos que hacen imposible el acceso a sus santuarios y oficinas contables por más sagaces que sean los investigadores y espías.
Captación de adeptos, abandono del hogar por parte de jóvenes, reclutamientos forzosos, lavados de cerebro y violaciones psíquicas, fracasos, depresiones y suicidios, parecen indicar la necesidad de una profilaxis tan indispensable como eliminar el hambre,  las guerras, las injusticias y desigualdades sociales que hasta hoy parecen no tener solución.
Para finalizar nos preguntamos: ¿Qué lugar ocupa el Bien y cuál el Mal? ¿Cómo se armonizan las infinitas combinaciones del Yin y el Yang? ¿Cómo tomar partido por las sectas o por sus enemigos sin conocer el verdadero propósito y el sentido último que cualquier movimiento (incluido el nuestro) puede llegar a tener en el destino humano? Cuánta razón tenía Albert Einstein cuando dijo: Los sistemas autocráticos y opresivos degeneran muy pronto, pues la violencia atrae a individuos de escasa moral, y es ley de vida el que a tiranos geniales suceden verdaderos canallas. De este pensamiento brota  un saludable escepticismo que nos dice que es muy difícil que los mejores de hoy no sean mañana los peores que a su tiempo deban ser reemplazados por otros hasta completar un círculo vicioso que al final, como todo sistema cerrado, deberá estallar. Sí, ¿pero cuándo? Les dejo varios temas para que mediten y sigan ampliando sus preferencias y posibilidades.
Viajar por primera vez a este hermoso país, invitado por mi querido amigo Valentín, ha sido una de las experiencias más conmovedoras de mi vida. Muchas gracias.
Conferencia del profesor Umberto Della Chiesa, filósofo italiano, en la ciudad de Tanti, Sierras de Córdoba, otoño del 2004.



          JUAN: Han pasado varios días desde que recibí tu última carta, pero no he vuelto a leerla. En varias oportunidades estuve tentada de responderte pero no puedo superar el tono de reproche que contiene desde la primera palabra a la última. Peor aún, te digo que tus quejas podrían parecer infantiles al lado de las que a mí me brotan renglón tras renglón mientras te escribo. Y no quiero hacerlo, no voy a ahondar en mi fastidio, simplemente porque me parece que hacerlo es estéril y sin sentido. Tal vez más adelante logre elaborar una respuesta que sea justa para ambos, o quizás es posible que sea mejor una extensa charla a partir de la cual podamos poner en claro lo que hemos compartido hasta ahora y qué necesita cada uno para enfrentar su futuro.
          Te quejás porque no voy muy seguido a Córdoba. Creo que tenés razón pero olvidás que tengo obligaciones de trabajo y en especial cuestiones familiares que no puedo ni abandonar ni postergar. Tal vez nuestro próximo encuentro sea en tu departamento. Ya veremos.
          Te comenté que inicié una terapia con una psicóloga con la que simpatizo. Es el interlocutor que necesito para que me ayude a desenredar este barullo que va debilitando lo que hasta hace poco me parecía que era el centro y el sentido de mi vida.
          Sigo, además, con el tratamiento por los problemas que ya conocías. Me han dado nuevos remedios que me hacen sentir mejor. Han disminuido mis dolores de cabeza y esa extraña y molesta sensación como de estar mareada. Espero que tus cosas estén bien. SARA



RUTH LEIBOVITZ: Esta mañana, mientras una fina y gris llovizna de primavera cubría la ciudad de Córdoba, retiré del correo el sobre con tu carta y los recuerdos de Israel, piedras y arenas del Mar Muerto y unas hojas del pino que crece en Masada. Te imaginarás cuanto me emocioné pues como te había contado en alguna oportunidad, esa región del mundo sigue siendo para mí atractiva de un modo que no sabría explicar. No creo (he dejado de creer) en la reencarnación que tanto me entusiasmaba en mi juventud para intentar ahora fundamentar mi teoría sobre la “reencarnación genética”, es decir la memoria de la vida de nuestros antepasados que se transmite a través de los códigos genéticos y que encontrarás someramente explicada en el momento en que leas este libro, sin saltearte una página.
          Hay una evidente e íntima relación entre nuestros sueños, nuestras predilecciones y los posibles contactos anteriores, cuando éramos parte del cuerpo de nuestros ancestros. De ahí debe surgir, pienso, la certeza que tenemos cuando viajamos o vemos una película y decimos: ya estuve en ese lugar, lo conozco. Gracias por tus regalos que conservaré de manera especial.
          Como te dije en otra carta, tus continuos viajes con el contingente de médicos sin fronteras me permiten ver por medio de tus ojos y sentir con tus sentidos. En el momento en que toco estas piedras, la arena fina y la ramita de pino de Masada, lo que te estoy diciendo adquiere un sentido difícil de explicar. JUAN SÁNCHEZ.



          JUAN: Hace aproximadamente dos años, tomé la decisión de desanudar mis sentimientos respecto de vos. Tomé la firme decisión de poder vivir en paz conmigo misma. Desde entonces, terapia mediante, pasaron muchas cosas, reflexiones y sentimientos en mi cabeza y en mi espíritu. Algunas las conocés, otras no. Hubo un profundo, oculto y doloroso calvario del cual nadie podría salvarme. Por alguna razón no he querido hablar con vos sobre estos temas a pesar de que te involucran, para bien o para mal, por un motivo u otro.
          Parte de mis propósitos,  de acomodar ideas y sentimientos, se pospusieron cuando aquella mañana de febrero llegaste con tu enfermedad a mi departamento, en esos meses tan diferentes en nuestras vidas.
          Durante estos dos últimos años fueron más los momentos de desencuentro que aquellos otros en los que la armonía en nuestra relación parecía inalterable. Esto sigue siendo así porque no me siento bien, necesito otro modo de relación. No sé cuál o cómo, pero no esta manera. Deseo como nunca vivir una experiencia que me conecte por igual con el cielo y con el fuego. Sí, ya sé, no es muy racional lo que escribo.
          Por momentos me parece que estoy volviendo a enfermarme. De ninguna manera deseo volver a la terapia porque me parece que este sentimiento contradictorio que siento hacia vos se acentúa. Juan, cómo deseo estar nuevamente en paz con vos. Te pido que me comprendas, que me ayudes a salir de este laberinto.
          No dudo de que entre nosotros todavía haya algo que nos sintoniza. En tu reciente viaje me pareció tener la intuición de que estábamos en una nueva etapa, progresando, que había mucho y bueno entre nosotros que debíamos preservar. No sé qué decirte, cómo continuar. Hay  un modo de ser en tu ser que me genera un apacible y reconfortante estado de conciencia. Pero todo lo demás, lo que nos diferencia y separa, es hojarasca que me retrae y me aleja, en el mejor de los casos; en el peor, me descentra, me aliena, me perturba. No puedo compartir tu visión de la vida como un “juego”, según me dijiste ayer por teléfono La ausencia de amor me esclaviza. SARA 



         
Recuerdo que hace varios años, poco tiempo después de que yo ingresara a la Comunidad, ante mi pregunta sobre la posibilidad de enfrentarme a fenómenos paranormales, el señor Valentín me dijo que jamás creyera ni aceptara nada que yo no pudiera experimentar y hacer evidente. Esa premisa me ha acompañado a lo largo de mi entrenamiento y aunque en algunas ocasiones estuve tentado a dejarme llevar por el entusiasmo mental, la disciplina emocional me alejaba de caer en fantasías y delirios propios en aquellos que frecuentan ciertos límites entre la razón y la desmesura.  También me había advertido mi preceptor que otros riesgos que acechan a aquellos que se atreven a deslizarse por el Tao es encontrarse frente a frente con la locura o caer en la indiferencia moral o en la deshumanización.
          Ahora, en el comienzo de la primavera del año 2004 iba yo a ser nada menos que testigo del nacimiento de los primeros hombres y mujeres de una nueva raza por decisión y obra de individuos que no se creen ni dioses ni embajadores de los dioses. Eso es, justamente, aunque para algunos parezca un sacrilegio. ¿Cómo podríamos practicar actos sacrílegos si somos solo y simplemente células del mismo cuerpo? En una de sus conferencias, el Maestro Desconocido destacó un pensamiento del chamán peruano Antonio Morales, a quien había conocido en uno de sus viajes a Machu Pichu.  Aquel hombre, que tenía la apariencia de un humilde campesino, les había dicho al grupo de viajeros que llegó hasta su humilde vivienda: ¿Comprenden cuál es el secreto? ¿El secreto que guardamos, incluso para nosotros mismos? El secreto que guardamos es que nos estamos convirtiendo en dioses
Algunas Enseñanzas hablan de los intentos que hicieron los hombres de culturas remotas, posiblemente en la borrosa historia de la Atlántida. Intentos de tomar el timón de la Nave Espacial Tierra y participar en comunión con el Espíritu que la anima, de un destino diferente, de un destino que no sea permanecer atados a la noria de sucesos causales que en miles de años no hemos podido interrumpir. Continuamos siendo peregrinos, viajeros del espacio, prisioneros de un programa que evidentemente está llegando a su término.
Mientras el ómnibus que trasladaba a nuestro  grupo se deslizaba por los sinuosos caminos de las Sierras de Córdoba rumbo al secreto lugar que por fin yo conocería, mis pensamientos iban y venían con la amabilidad propia de lo que por ser familiar tiene el carácter de una pertenencia que nada ni nadie podría arrebatar, incluida la muerte. Aunque no soy  un científico, participo de este evento con la consigna de ser una especie de divulgador autorizado y promotor de la Obra. Por ahí me sonrío pensando que soy cómplice de una aventura cuyos alcances revolucionarios ni siquiera me atrevo a imaginar.  Cientos  (¿o miles?)  de personas trabajan en el proyecto pero no tenemos autorización para comunicarnos entre nosotros. No estamos organizados en soviets como lo hacían los miembros del Partido Comunista ni en células como los grupos subversivos o terroristas; nuestro vínculo es individual, personalizado por medio de un solo contacto que es, a su vez, el nexo con el Maestro Desconocido. Por esa razón los pasajeros del ómnibus viajamos en silencio, sin posibilidad de establecer un diálogo en público. Sólo podemos hacerlo cuando finaliza un encuentro, una conferencia o durante los paseos de rutina en los retiros espirituales.
          Nos han informado que llegaremos a la hora del almuerzo. En mi reloj es casi el mediodía, de manera que la meta no debe estar muy lejos. Mientras llega ese momento continuaré practicando el repaso de unos apuntes que me permiten realizar una suerte de meditación. Me refiero a notas de mi banco de datos que me ayudarán a fijar con precisión los fragmentos de este libro que estoy escribiendo. Tal vez sea por el presentimiento de lo que voy a ver hoy o porque me estoy colmando con el gozo de la escritura, desde que partió el ómnibus no he dejado de pensar en una frase que Jostein Gaarder, el noruego que escribió la fascinante novela de iniciación en la filosofía para adolescentes, La Historia de Sofía. Me alegraría saber que este notable autor también fuera compañero de ruta de la aventura en la que he comprometido lo mejor de mi vida. Lo que Gaarder escribió, tal vez con otra intención, podría suscribirlo yo como parte de mis alegorías. Si estuviéramos en una conferencia podríamos decir: Hablemos del Gran Misterio de la Vida. Para experimentar el misterio tenemos que eliminar todos nuestros hábitos mundanos y ser como niños de nuevo. Ser como niños es dar un paso atrás y, tal vez por ello, descubrir que hay un mundo delante de nosotros. Porque es ahora cuando somos testigos del acto de la creación. A plena luz del día. ¡Es inaudito! Un mundo surge de la nada…
          Me parece una inexplicable coincidencia que mis pensamientos estén agitando imágenes en las que veo niños al resplandor del mediodía, en el verdor de estas Sierras que esconden los cimientos de un mundo que está surgiendo en reemplazo del que está agonizando. Soy miembro de la cultura humana en plena desarticulación y al mismo tiempo un posible renuevo, una copia potencial de lo que está por venir.
          El ómnibus se ha detenido en una estación de servicio para cargar combustible. En silencio y apenas intercambiando miradas y sonrisas, aprovechamos para ir al baño y tomar un café en el pequeño bar, compartiendo esos diálogos de circunstancia como cuando uno viaja en ascensor, sobre cómo está el día, qué espléndido es el colorido de las montañas y otras menudencias afables y circunstanciales.
          El Maestro había prometido darnos una sorpresa. ¿A todos? Creo que se dirigía a mí cuando lo dijo. Estoy acostumbrado a que mi Director Espiritual me sorprenda con sus conocimientos y con esa inimitable capacidad que hace posible que yo pueda proyectarme hacia el pasado o hacia lo que está gestándose.  
          ¿Asombrarme? ¿Acaso no he sido preparado para sostener un continuo asombro frente a los hechos más increíbles tanto como a los que son extremadamente simples? Conservamos la virtud  del asombro mientras somos niños para después entrar en la vorágine del mundo, enredados en miles de ideas, de ruidos, de valores tan volátiles como la moral predominante. Volver a ser curiosos e inquisitivos como es posible que sean los científicos, los poetas y los místicos para repetir con Krishnamurti: Sobre una roca oscura, el suave destello de una luciérnaga contenía la luz del mundo.
          Cada vez que me descubro como un cómplice consciente y responsable del programa que intenta regenerar la especie animal-hombre a la que pertenezco, recuerdo la idea de Marilyn Ferguson a propósito de los conspiradores de la Era de Acuario, que inicialmente deben haber sido apenas unos cientos y ahora son millones. La gran pensadora norteamericana dice que no hay motivos para asombrarse de que estos cambios de conciencia sean experimentados por un creciente número de individuos como un súbito despertar, como liberación, como una auténtica transformación unificadora, holística.
          Semejante al imperceptible paso de la luz a la oscuridad, millones de personas se han ido incorporando inicialmente a las nuevas técnicas como la oración, la meditación, la visualización terapéutica para desembocar en el descubrimiento de Sí-Mismo y del Otro, en el encuentro con estados de conciencia que les han revelado que no necesitan esperar a que cambie el mundo allí, fuera,  para que puedan aspirar a una transformación personal. A medida que unos pocos comenzaron a transformarse sustancialmente, esa energía puso en movimiento una reacción en cadena que transforma sus mentes y sus vidas porque están alterando el entorno, ampliando sus radios de estabilidad.
          Cuánta verdad hay en lo que dice el Maestro, cuando afirma que nadie puede salvar por amor el mal de nadie sino su propio mal. No hay tarea más grande que encender la propia lámpara. Qué distintas y distantes son estas enseñanzas de los proclamados y viejos valores expuestos desde las religiones y los predicadores que siguen y prosiguen con sus inútiles discursos. Dentro de pocas horas habré confirmado que mi entrega y sacrificio, mi soledad y mi silencio quedarán justificados y colmados por la existencia de almas similares que no conozco, que ni siquiera sabré sus nombres ni el lugar en donde viven pero que las amo porque las he buscado desde siempre.  Ellas han estado desplazándose en el mismo sentido en el que yo me muevo para encontrarnos y formar juntos la levadura de la sociedad planetaria del futuro.
          Ya no estoy solo y nunca más lo estaré. Ciencia y filosofía mutuamente se trasvasan en un universo que es una fina red de fenómenos independientes pero entrelazados, que se conforman por la coordinación de todos los demás, ninguno de los cuales es una entidad fundamental pero sí necesaria, tanto como lo soy yo en estos momentos en que me aproximo al instante crucial de mi vida. Ahora comprendo uno de los axiomas de la física cuántica que dice que aquello que llamamos partículas no son sino relaciones mutuas entre las partículas, lo que puedo traducir como que lo que llamamos individuos no son  sino relaciones mutuas entre los individuos. Sólo existimos en relación al Otro. Fuera de nosotros sólo existe la Nada.
          El ómnibus va disminuyendo su velocidad y se aparta de la ruta pavimentada por un camino de tierra en muy mal estado. Avanzamos lentamente esquivando piedras y pozos en la huella. Por las ventanillas entra el aire fresco y perfumado de las Sierras Grandes. 
          Vamos descendiendo hacia  un pequeño valle cruzado por los meandros marrones y plateados de un río. Un edificio blanco de tejas rojas sobresale de lo que parece ser un bosque de algarrobos. Permanecemos expectantes, cada uno de los pasajeros, hombres y mujeres que vienen de diferentes lugares con un mismo propósito, con la sencilla apariencia de ser turistas en viaje de placer. Siento por similitud de presencia, que nada nos separa ni diferencia, salvo la ropa, el sexo, la edad, el color de la piel y los ojos.
          Un fragmento de cada uno de nosotros está celosamente guardado en alguno de los pabellones herméticamente cerrados y custodiados en ese edificio. Estamos hoy aquí juntos y tal vez lo estaremos en un  mañana no muy lejano, aunque entonces jamás sabremos que hoy viajábamos en el mismo ómnibus, en el mismo día, a idéntico lugar.
          El transporte se detiene bajo la sombra de unos altos árboles. Cada uno busca su bolso de viaje y desciende hacia el edificio. El señor Valentín junto a un grupo de personas que no conocemos, nos da la bienvenida.



          JUAN SÁNCHEZ: He releído  unos borradores de una carta que empecé a escribirte hace un par de semanas. Es difícil creer que en tan pocos días mi vida haya cambiado tanto. Mis asuntos familiares siguen su rutina así como las cuestiones laborales.
          Mi mundo afectivo es el centro de hechos por demás insólitos. Pablo apareció una tarde a tomar un café y se quedó charlando conmigo hasta tarde. Después de un paréntesis de casi dos meses, reapareció una noche y desde entonces no hemos podido ni querido separarnos. Apenas mis padres regresen de Europa, Pablo y yo hemos planeado irnos a vivir juntos.
          El domingo almorcé en casa de Betty. Como te dije, ella y Pablo se conocen desde la infancia. Me dijo una frase que me conmovió hasta las lágrimas: “Sara, ¿te das cuenta? Has llegado a Pablo a través de dos personas que tanto te queremos, el Juan Sánchez y yo”. Es seguro que Betty nunca sabrá hasta qué punto es verdad lo que me dijo. Yo no hubiera podido entender a Pablo si primero no te hubiera conocido a vos. Por favor, por nada del mundo deseo causarte dolor con esta carta. Me cuesta escribirla, me parece increíble  lo que estoy contando, pero sé que debo hacerlo. Es parte del compromiso que fijamos desde el primero momento en que vos y yo nos conocimos: no mentirnos nunca, por nada.
          Me tranquiliza la certeza de que estás apoyándome, tal como me lo habías prometido, cualquiera fuera el rumbo que tomaran nuestras vidas. Tal vez sea verdad que los humanos algo hemos avanzado. Salvando las distancias, por un hecho el que nos toca vivir, siglos atrás se generó la guerra de Troya.
          Juan, mi relación respecto de vos en lo esencial en nada se ha modificado. Pero es comprensible que a partir de ahora nada será igual entre nosotros. ¿Cómo hacer para no perdernos el uno del otro? ¿Cómo hacer para no generar trampas? ¿Cómo descubrirlas antes de que nos dañen o hagan sufrir a los seres que amamos?
          Hemos hablado sinceramente con Pablo sobre todo esto y mucho más. Él tiene una visión clara pero soy yo quien debe decidir. Y mi decisión es que lo amo con todo mi ser y por ese amor necesito relacionarme de la manera más justa con todo y todas las personas, especialmente con vos. Aparecen en mi mente cientos de cosas para contarte. Pero debo poner el punto final. Te abrazo. SARA GATTARI 



          Desde muy pequeños nos arrulla una bella palabra: amor. Alrededor de ese vocablo construimos nuestras vidas, nuestras actividades  y especialmente el arte de vivir en relación con los demás. Sin embargo, cuando lo que creíamos era amor y deja de serlo o se transforma en su opuesto, descubrimos que no sabemos cómo explicar lo que ha sucedido. No debiéramos mencionar esa palabra sin conocer de dónde proviene y cómo afecta nuestra humana condición. Según las Enseñanzas que nos han legado los antiguos Maestros del Fuego, el amor de la Divina Madre es el que mueve todos nuestros actos, el único sentimiento que podrá renovar nuestras vidas.
          El alma del ser se determina por el Amor. Nada existe fuera de Él. Lo que ofrecemos no necesita esfuerzo alguno pues es el amor en sí. No es fácil comprender esta premisa pues hemos sido educados en una cultura en la que predominan numerosas emociones que confundimos con el amor. Todo aquello que va y viene, que se divide, que empieza y termina, no es amor.
          El verdadero amor es un acto que emana de sí y se centra en sí. Pienso, vivo y participo en el amor, un amor que al expresarse elimina los prejuicios, borra las diferencias y anula todo intento de separatividad.
          El amor en sí es el amor de la Divina Madre. No hay problemas de amor de uno a otro. Salir de uno mismo para salvar lo que está perdido, pretender ayudar a otro, solucionar los sufrimientos y males de la humanidad, eliminar los conflictos que genera la diferenciación, es vano, es un abuso del amor.
          El amor que diferencia amado y amador es inútil, no es otra cosa que una fuente de dolores y tristezas infinitos. El amor-en-sí  es el que borra las penas, las aflicciones y amarguras, las diferencias, las distancias, las barreras entre la vida y la muerte; es el amor simple, sin compuestos, sin dualidad ni separatividad.
          Vuelvan siempre, en todos sus actos, a la Causa y Principio, al Amor de la Divina Madre que no es dos, no es amar y ser amado, no es sufrir y gozar del placer y del dolor propio y ajeno, no es dividir, no es ir y venir, no es empezar y terminar.
          Repitan como consigna cada mañana:”Mi amor no ha de solucionar por amor el mal de nadie, sino mi propio mal”. La intensidad de ese grande y único amor no puede darse a otros: se revela, simplemente. Cada uno de nosotros es un amor pequeño que se va reconociendo en la medida que se expande en otro ser, en todos los seres, como un sentimiento único, absoluto, sin principio ni fin.
          Conserven el secreto del amor perfecto, de la fidelidad inmutable y lograrán así iluminarse para iluminar, ofrendarse para Ser.  Sólo el amor que se da, que no pide nada para sí, que es entrega y sacrificio continuado, puede redimir y rescatar a las almas si aceptan que el dolor de todo ser viviente será también  su dolor, que toda pena y separatividad será para ustedes amargura y soledad.
          Cultiven con este amor divino el alma de los niños y los jóvenes buscadores de la Verdad. Que ninguno se pierda o extravíe en los oscuros senderos del Abismo. Si es necesario entreguen sus vidas para orientarlos por los caminos de la fe en lo sagrado, de la belleza, de la excelencia y la alegría simple de vivir.
          Para nosotros existe una meta única, un único fin que es el de conducir a los seres a la cima de la perfección para hacer evidente la ciencia del espíritu que nos anuncia que en esta vida, aquí y ahora, los más altos propósitos pueden ser logrados. No olviden que el poder de la fe es hacer real lo irreal, es hacer posible lo imposible. Si ustedes dejan incumplidos sus anhelos jamás sabrán si tenían posibilidad de lograrlos y guardarán para siempre la amargura  del fracaso.
          Sean consecuentes con los mandatos de su vocación. Practiquen metódicamente los ejercicios de la oración y la meditación pero sólo de un modo técnico, mecánico, automático. Los adiestramientos ascéticos han de ser simples ejercicios verbales, musculares, fonéticos, sugestivos. Las maniobras orientadas a agudizar los sentidos, obtener poderes mentales, aumentar los niveles de la emotividad, fortalecer la voluntad, acentuar la sensibilidad o tener dominio sobre el cuerpo, han de ser descartados.
          No cometan ustedes el error de algunos místicos y buscadores que postergan el entrenamiento ascético sin logro pues después les resultará imposible eliminar lo que desde el inicio se ha ido transformando en un logro permanente. Los ejercicios ascéticos sin logro despejan el camino que conduce místicamente a nuestro santuario interior, vaciándonos del poder de la gravedad, transformándonos en un espejo donde se refleje, por analogía, por similitud de presencia, el cuerpo místico de los seres consagrados.
          Sé que desde su iniciación, ustedes han aprendido a formular simples y esenciales preguntas. Como no será fácil obtener respuestas, continúen preguntándose: ¿Quién soy? ¿Qué siento verdaderamente? ¿Qué es lo que creo que siento? Hasta que no puedan escuchar las respuestas, sepan que no tendrán conciencia de sí.
          Tomar conciencia de sí, siendo partícipes conscientes del Mensaje de la Renuncia, es provocar en las almas una poderosa reacción en cadena que no podrá ser controlada por nada ni por nadie.
          Durante miles de años, las creencias religiosas, las experiencias conocidas como sobrenaturales sumadas a altos niveles de ignorancia y superstición, pusieron a la humanidad en conflicto con lo desconocido, divorciando a la ciencia de la teología. En los comienzos de este siglo XXI, es imprescindible que ustedes revisen sin temor todas las creencias, dogmas y conocimientos no evidenciados para que la fe simple y la experiencia científica puedan alcanzar una dimensión imprevisible.
          Mensaje del Maestro Desconocido, leído por el señor Valentín en Villa General Belgrano, Sierras de Córdoba, en el esplendor de una nueva primavera.



          El edificio estaba dividido en dos amplios cuerpos, unidos por una estrecha galería o pasadizo a cuyo final se podía observar una puerta blindada. Supuse que en ese sector se encontrarían los laboratorios y las salas de maternidad si es que ese es el nombre que podría identificar el lugar. Esto es lo que yo iba pensando mientras nos fuimos acomodando en un amplio comedor por un simple orden de llegada que nos permitía estar en presencia de hombres y mujeres cuya procedencia, nombres y tareas asignadas jamás podríamos saber unos de los otros. Sin embargo, ese saludable anonimato no nos impedía practicar un afectuoso reconocimiento, que incluía secretas curiosidades y la mayor admiración, por quienes eran el testimonio de una común vocación puesta al servicio de una causa cuya naturaleza pertenece a un plano en el que se combinan la intuición, la imaginación y la ingenuidad más pura que nacen con la renuncia al logro de cualquier acción.
          El almuerzo fue tan frugal como yo lo había supuesto: arroz blanco, ensaladas, frutas de la estación y jarras de agua mineral que según supe luego, surgía de un manantial en las rocas que daban al sector oeste de la edificación. Comimos como es habitual, intercambiando apenas frases de circunstancia en las que sonaban acentos en español, en inglés, francés  y portugués y por ahí algunos intentos por decir algo en nuestro idioma que seguramente provenía de otras lenguas, no importa de dónde.
          La comida y el largo viaje fueron una virtual invitación a un descanso en los dormitorios colectivos, uno para las mujeres y otro para nosotros, en los que había un lugar para cada uno en las literas triples, y sanitarios con lo suficiente para la higiene personal. Me dije que aprovecharía esas dos horas de recreo para meditar sobre algunos de los asuntos que habitualmente fueron el motivo de mis encuentros con el señor Valentín. Había sido yo entrenado para evitar falsas proyecciones dominando la ansiedad y el control mental que reduce al mínimo las lucubraciones inútiles, pero aún así me dominaba una especie de sensualidad mística, un estado de gozo que había descubierto mediante las prácticas de la meditación. Acomodé el bolso y apenas tuve tiempo para sacarme los zapatos. Caí en un sueño profundo del que desperté con el sonido de una campanilla que alguien hacía repiquetear con la suficiente insistencia para que nadie se demorara en estar presente, media hora después, en el salón de conferencias.
          Aproveché para darme una rápida ducha y vestirme, todavía medio dormido y volviendo a sentir la proximidad de lo inesperado aunque había aguardado este momento durante varios años. No es necesario que ponga sobre un papel los pormenores de mi iniciación que, más allá de algunas precisiones de tiempo y lugar, no fue tan diferente a las que podemos conocer leyendo las historias de las órdenes monásticas  y de caballería que durante siglos fueron secretos guardados bajo pena de muerte y que ahora pueden adquirirse en una buena librería por lo que cuesta un libro cualquiera.
          En total no seríamos más que unas treinta personas, la mayoría mujeres. El salón no era muy grande aunque suficiente para los que estábamos acomodándonos en silencio, en el lugar asignado a cada participante. Por un amplio ventanal sentíamos la cercanía de la luz de aquella tarde de primavera única en mi vida. Sobre unas tarimas, no muy altas, había una mesa con dos sillas, una jarra con agua, dos vasos y un jarrón con rosas amarillas.
          Puntualmente aparecieron por una puerta que daba a los aposentos reservados, el señor Valentín y el Maestro Desconocido, dos hombres de los cuales he aprendido lo suficiente para justificar mis pretensiones como autor de este libro. Llegando ya a estas páginas, el lector tiene el derecho a preguntar ¿quiénes son en realidad esos individuos? ¿Cuáles son sus nombres civiles, su  profesión, sus actividades? Un lector adiestrado no haría semejantes preguntas por la simple razón de que yo (o cualquiera de mis compañeros de la Comunidad) jamás respondería por eso que, cualquier lector culto, sabe que los líderes espirituales tienen un nombre que sustituye al que dejaron atrás, en el tiempo y en el espacio, cuando renunciaron a su personalidad corriente, a la identidad convencional y, por encima de todo, al ego escandaloso que se considera el amo de una personalidad que para nosotros no es otra cosa que una cáscara vacía.
          Mi soliloquio terminó apenas  nuestros guías tomaron asiento. El señor Valentín, sentado a la derecha de quien iba a dar  su mensaje, permaneció en silencio, observándonos con la misma simpatía y sencillez con las que nos había dado la bienvenida, uno por uno, en momentos y lugares distintos. Escuchamos la voz suave y precisa del Maestro Desconocido:

          En este lugar podrían vivir cómodamente unas 50 personas. Imaginemos que este complejo de edificios es una esfera de tierra y agua que gira alrededor del Sol. A pesar de todos los esfuerzos no hemos podido todavía habitar ni en la Luna ni en Marte y tampoco en las ciudades metálicas que en plena construcción giran alrededor de nuestro planeta, pequeños habitáculos en los que por ahora puede vivir apenas una docena de personas.
          Estamos haciendo cálculos para justificar nuestro proyecto, así que sigamos imaginando qué ocurriría si aquí tuvieran forzosamente que vivir 200 personas. Comenzarían los problemas, aunque si el número llegara a 1.000 la cuestión sería muy grave pero menos que si en este pequeño espacio el número de habitantes llegara la hipotética suma de 10.000. La falta de agua y alimentos, el hacinamiento y el nivel de desechos y tóxicos conducirían a tal violencia que incluiría los crímenes más atroces, la ausencia de reproductividad, el desorden moral, las enfermedades y degeneraciones propias de una superpoblación.
          Recuerden ustedes o vuelvan a leer la conferencia de nuestra querida doctora Bachmann que está aquí entre nosotros,  cuando se refirió a las proyecciones demográficas de Malthus, a las preocupaciones de eminentes biólogos y zoólogos como Konrad Lorenz, a los gravísimos problemas producidos por la contaminación tanto en la atmósfera como sobre la Tierra, los bosques y mares. Después de la Segunda Guerra mundial empezamos a darnos cuenta de la gravedad de los problemas hoy por todos conocidos. Demos por aceptada la cuestión de la imposibilidad de sobrevivir en las condiciones actuales, condiciones agravadas por la negativa de los llamados países del Primer Mundo a controlar la calidad de los productos industriales sin que nadie pueda impedir (y esto es lo más grave) los niveles de contaminación producidos por el enterramiento de desechos de usinas nucleares arrojados clandestinamente en huecos de la tierra y en la profundidad de los mares.
          Regresemos a nuestro ejemplo inicial: ¿Qué sería de los habitantes de este complejo si tuvieran que permanecer en condiciones infrahumanas? No es difícil imaginar que (a menos que algunos practicaran el antiguo remedio de las guerras de exterminio) todo este espacio sucumbiría. No quedaría al cabo de poco tiempo ni gente, ni edificios, ni plantas, ni vestigio de vida alguna.
          6.000 millones de personas ya es un problema pero 12.000 millones a finales de este siglo XXI será un problema mucho mayor. Incluso, como afirman los demógrafos, si el ritmo reproductivo de la raza humana se desacelerara, el resultado sería una pirámide monstruosa en la que prácticamente no habría niños. Sería éste, en consecuencia, un patético planeta poblado por miles de millones de ancianos: punto final del programa de la especie humana. Tal vez lo que estamos diciendo sea finalmente una realidad a menos que se produzcan cambios radicales. ¿Cuáles podrían ser algunos de esos cambios? ¿Construir ciudades en el espacio, en el mar, bajo la superficie de la Tierra? ¿Cómo obtener alimentos y agua dulce suficientes? ¿Dónde depositar las excretas sin continuar intoxicando este lugar que parece tan bello contemplado  a la distancia?
          Uno de los epígrafes del libro del biólogo Jacques Monod, El azar y la necesidad, pertenece a Demócrito, el filósofo griego  que escribió, hace aproximadamente 2.400 años: Todo lo que existe en el universo es fruto del azar y la necesidad. El mismo sabio había dicho que cada uno de nosotros debe procurar que los átomos de su alma sean estables para que no sufran perturbaciones. Agregaba que cada uno es responsable de sí mismo pues el hombre posee una libertad que no está presente en todos los ámbitos de la naturaleza. ¿Qué significa esto para nosotros? Conocemos ampliamente la necesidad pero ¿qué hay del azar? Azar, caos, misterio son palabras que identifican lo desconocido, pero no lo posible desconocido. Durante miles de años, nuestros más antiguos ancestros fueron resolviendo cuestiones que surgían de sus necesidades. Por ejemplo: ¿cómo cruzar un río caudaloso sin ser arrastrado por las aguas? Durante miles de años mantuvieron el deseo de cruzar hasta que alguien se le ocurrió hacer un puente. Durante otros miles de años pensaron cómo hacer una conexión con la otra orilla  hasta que alguien hizo un plano. Del plano a la construcción quién sabe cuánto tiempo pasó, pero sin dudas mucho menos que al inicio. De ese modo nosotros hemos descubierto la necesidad de sobrevivir como especie. No es fácil eliminar el poder de la vida que se encarna en cada uno de nosotros buscando la salida. Regresemos varios millones de años hasta la época en la que desaparecieron los gigantescos dinosaurios. No sabemos exactamente por qué se extinguieron aunque sí estamos de acuerdo en que los pájaros de hoy no son otra cosa que el producto de la mutación de aquel programa que la naturaleza suprimió para que el resto de las especies pudiera progresar.
          ¿Qué hacer entonces con el hombre? Pues, sencillamente, reducir su tamaño, drásticamente, mediante operaciones genéticas que no fueron ni siquiera imaginadas hace sólo un cuarto de siglo. Ustedes lo saben porque han sido no solamente preparados para comprender la necesidad de estos cambios sino porque son parte del nuevo programa humano. ¿Suena a sacrilegio? Yo les respondo diciendo: ¿No sería mayor el sacrilegio de abandonar el destino del hombre no en la Tierra únicamente, sino como futuros viajeros y exploradores del espacio exterior, para  ocupar otros planetas, crear atmósferas, generar la multiplicación de microorganismos y la implantación de hijos e hijas que serían los padres fundadores de otras culturas?
          Lo que estamos realizando no hubiera sido posible sin tener a nuestro alcance el mapa completo del genoma humano. Más allá  de las controversias políticas y religiosas, de los intereses contrapuestos y de las necesarias discusiones bioéticas que son apenas el ruido externo de lo que en realidad está ocurriendo en los principales centros de investigación, estamos gestando una revolución que ya nada ni nadie podrá evitar. Un ser humano diez veces más pequeño significa que con ese procedimiento multiplicamos el tamaño de la Tierra,  aumentamos de manera gigantesca los recursos naturales, especialmente las reservas de agua dulce, reducimos el volumen de la basura y los tóxicos. El resto será tarea para nuestros ingenieros que ya están adaptando a pequeña escala la totalidad del parque tecnológico empleando, como es obvio, una mínima cantidad de materia prima y optimizando al mismo tiempo la productividad.
          No pensemos que el futuro será fácil para nuestras amadas réplicas, algunas de las cuales ustedes tendrán el privilegio de  observar mañana. Digo observar porque de ninguna manera es posible todavía establecer un contacto directo. Piensen en seres que no tendrán más de treinta centímetros de altura en su etapa adulta. Todo en ellos es frágil: su tamaño, su capacidad de defensa y en especial su vulnerabilidad frente a una sociedad que los vería como pequeños monstruos a los que no lamentaría sacrificar. Hasta que no constituyamos un número suficiente para habitar y reproducirnos en todos los continentes  no tenemos mayor arma que el secreto y la devoción suficiente para proteger a estas magníficas criaturas de las que ustedes ya son, en potencia y en esencia, la familia. Sé que ustedes están inquietos, formulándose preguntas que yo iré contestando anticipadamente sólo hasta donde lo señale la prudencia.
          ¿Quiénes son estos clones pequeñísimos? ¿De dónde provienen? Pues de gente idéntica a ustedes, de compañeros de la Comunidad que en su momento, tal como ustedes lo han hecho, ofrecieron algunas células de su cuerpo para la reproducción. ¿Dónde están los originales, los dadores de estas nuevas vidas?  Sencillamente, han fallecido por diversos motivos. Cada uno de ustedes está latente en un embrión criogenizado que conservamos en nuestros laboratorios, no solamente en este lugar sino en otros sitios en diversos países. ¿Son portadores de un alma similar a la de sus progenitores? No vamos a ingresar en la peligrosa discusión sobre si tenemos o no un alma individual que sobrevive a la muerte o que transmigra a otro cuerpo. Ese dilema subsistirá hasta que alguien encuentre las respuestas. Sí sabemos, científicamente, que cada uno de nosotros es un ente que recibe y emite señales, códigos, ideas a la velocidad del pensamiento. Ya hemos tocado esos temas a lo largo del entrenamiento que ustedes han recibido por medio de sus maestros y preceptores. Apenas ustedes culminen su ciclo vital, por el motivo que sea, daremos vida a la copia que no sabrá su procedencia ni tendrá vínculo alguno con sus ancestros. Estos diminutos hijos e hijas tendrán la ventaja de crecer y formarse lejos de los mandatos conservadores de esta cultura decadente. Esa es la premisa fundamental para que nuestro proyecto no fracase.
          ¿Vivirán en una sociedad más perfecta que la nuestra? ¿Pertenecen a una raza superior? Nada de eso tiene sentido en nuestro programa. Únicamente estamos aumentado el espacio para que ellos puedan multiplicarse con menos riesgos que nosotros. Ni siquiera asoma el mínimo delirio sobre una supuesta raza superior ya que nuestras criaturas son réplicas de hombres y mujeres provenientes de todas las razas. Al crecer juntos y diferenciados por su tamaño, es posible que ellos logren una mayor armonía en sus múltiples y complejas relaciones.
          Es seguro  que tendrán dificultades para sobrevivir a pesar de los conocimientos y de la alta tecnología de los que dispondrán. Un simple gato, una araña, cualquier pequeño animal podría hacerles daño, incluso alimentarse con ellos. Tampoco serán ni más buenos ni peores que nosotros. Si ustedes repasan lo que dijeron Albert Einstein, Krishnamurti y David Bohm, para citar sólo algunos nombres, el bien y el mal están inscriptos en la naturaleza misma de los átomos. Dejemos de imaginar absurdas fantasías que hablan de mundos donde sólo existe el bien, el amor, la justicia, la inmortalidad y toda esa basura pseudo religiosa que apesta. Esos pequeños humanos que pronto conocerán tendrán que aprender a defenderse de toda clase de enemigos, el principal de los cuales  es el hombre actual que jamás habrá de tolerar lo diferente (como ha sido durante toda la existencia de la especie) y mucho menos a quienes vendrán  a reemplazarlo. No soy vidente y tampoco  creo en las profecías que la aceleración de los tiempos físicos y mentales aborta rápidamente. Nuestra única tarea es la producción de hombres y mujeres reducidos  de tal forma que podríamos asegurar, ahora así con fundamento, que lo pequeño es hermoso.

          El Maestro Desconocido se puso de pie y se retiró mientras también nosotros nos levantábamos de nuestros asientos. El señor Valentín se quedó unos minutos más para decirnos que después de la cena podríamos encontrarnos en los jardines para relajarnos y conversar  sobre los temas de la conferencia que acabábamos de escuchar.
          Al salir del salón, sobre las mesas del comedor estaban dispuestas jarras con café humeante, gaseosas y algunas golosinas. Por un momento me pareció estar en un lugar perfecto, no conocido antes pero sí deseado por mí.
          He leído varios libros sobre el fin del hombre y de nuestra civilización aunque no había pensado que estábamos en los umbrales del fin de las profecías.



          RUTH: Revisando mis carpetas compruebo que tengo varias tareas pendientes: tres libros inéditos (uno en trámite de edición) y apuntes para escribir una novela. Procuro vivir al día, no abandonar proyectos en vías de realización ni edificar castillos en el aire que se esfumarían dejándome amargos sabores. Espero con impaciencia la sorpresa de cada día, lo inesperado, los encuentros y hallazgos que se producen sin haberlos deseado.
          Leyendo cierto libro me llamó la atención el concepto relacionado con el “trastrocamiento del tiempo” en las relaciones. A veces aparecen coincidencias, sincronías que permiten lograr de manera simple y eficaz determinados vínculos con una persona, con un libro, con uno mismo. En otros momentos todo gira, se mezcla, las personas circulan a nuestro lado como sombras que no se proyectan sobre nosotros sin que tampoco podamos introyectarnos en ellas.
          Aguardo siempre la llegada de tus cartas y tus llamadas telefónicas. A pesar de los años transcurridos todavía estás por aquí, por lo menos una parte tuya camina por la Cañada o está tomando café en La Tasca o comiendo zarzamoras en Villa General Belgrano. Imagino verte con tu trenza al costado o el rodete en la nuca y la mochila a cuestas yendo y viniendo con paso rápido dispuesta a permanecer, a compartir, a amar.
          Ayer leí un graffiti estampado en una pared descascarada en Alto Alberdi que dice: La sabiduría nos persigue pero nosotros somos más rápidos. Debe ser más cómodo vivir como estúpidos que intentar dar un paso hacia lo desconocido. Es bueno tener esa frase (me refiero al graffiti)  como consigna porque nunca sabemos si en el momento más inesperado nos detenemos más de la cuenta y quedamos fuera del Camino. ¿No te parece?   
          Cambiando de tema, te confieso que tus sueños siguen siendo inesperadas contribuciones para mis libros. Lo que me resulta inexplicable es que cada vez que recibo la trascripción de alguna de tus aventuras oníricas, el tema es como la pieza de un rompecabezas que encaja, justo, en alguna parte del libro que estoy escribiendo.
          Aunque algo te adelanté en nuestra última conversación telefónica, no puedo adelantarte mucho a propósito de la novela que estoy escribiendo porque mi mayor deseo es que la leas completa. La advertencia que haré en la contratapa será no saltear ni una sola frase pues en cualquiera de ellas puede estar oculta alguna de las pistas sin las cuales no resultará fácil al lector completar el puzzle que estoy estructurando.


Me despertó el ruido de un avión que volaba a baja altura. Después supe que el Maestro Desconocido había salido muy temprano, aunque por supuesto nadie supo decirme hacia dónde. Me sentí decepcionado porque nuestro Superior  había prometido algunas sorpresas para cuando finalizara la visita a los edificios de la Comunidad, en algún lugar de las Sierras de Córdoba, donde precisamente me encontraba. Calculé, por la luz que ingresaba por los ventanales, que nos estábamos acercando al momento en que nos llamarían para iniciar las actividades de ese domingo.
          La noche anterior nos habíamos reunido en los amplios y rústicos jardines (más bien parecía un bosque depositado sobre una verde pradera), en el que había unos pocos  bancos de piedra. Algunos sentados, otros recostados sobre el césped, formamos varios grupos animados por el mate que a los extranjeros les resultaba una curiosidad. No podían comprender que todos tomáramos en el mismo recipiente y con la misma bombilla a la que eventualmente se la limpiaba con un repasador. No recuerdo nada que en ese momento me hubiera parecido digno de anotar en mi cuaderno que, desde hace largo tiempo, es mi libro de bitácora. Una buena parte de esta novela tiene, en mi destartalado anotador, las principales ideas, las claves de algunos argumentos fundamentales y las referencias bibliográficas sin las cuales no hubiera sido posible completarla.
          Sobresalían dos grupos. Uno tenía a la estadounidense Clara Bachmann como centro de un agitado  cambio de ideas sobre la conferencia que la bióloga había pronunciado en San Marcos Sierra, en el otoño pasado, y el otro, en el que yo formaba parte, debatía con Sofía Houphouet-Levin a propósito de las contrapuestas hipótesis sobre Gaia y el rol que recientes descubrimientos desempeñan en nuestro proyecto. No se dijo nada que la joven y talentosa científica francesa no nos hubiera explicado claramente en la conferencia que nos ofreció en el invierno pasado en una de las sedes  que  la Comunidad posee en Tunuyán. No es necesario, entonces, que repita lo que está resumido en páginas anteriores.
          En el orden y la disciplina con los que se supone debemos actuar, nos higienizamos y vestimos para tomar el desayuno que nos estaba  esperando en el comedor. Como no se trataba de un retiro de los que periódicamente acostumbramos realizar, no disponíamos de un cronograma  para las actividades del día aunque todos, sin hacer comentarios, aguardábamos el momento prometido, el instante que justificaría tantos años de trabajo en secreto y en silencio mientras que cada uno se ganaba el sustento con su empleo, oficio o profesión, tan diversos como lo eran nuestras condiciones económicas y sociales. Así es y así deberá seguir siendo aunque, como lo ha señalado el señor Valentín, es difícil pasar inadvertidos ante los que no participan en nuestro círculo personal. Ciertas maneras de ser y proceder, algún  comentario que llama la atención, la mención de algunos libros de filosofía o divulgación científica, las apenas veladas críticas al sistema que gobierna en la mayoría de las naciones, ciertas irreverencias y sarcasmos que ciertamente debiéramos reprimir pero que por ahí afloran en nuestras relaciones como una repentina descarga de emociones y en especial, el hecho de que en ciertos períodos del año, desaparecemos sin dejar rastros, con excusas que a nadie satisface, incluyendo a familiares directos que apenas atinan a expresar respetuosos reproches en algunos o celos infundados y sospechas en otros que se van atenuando con el paso de los años.
          Cuando desperté de mi ensoñación, nos estábamos encaminando por el estrecho pasillo hacia la puerta blindada, que abrieron desde adentro, para hacernos ingresar a un vasto laboratorio en el que trabajaba un pequeño grupo de hombres y mujeres. A cada uno de nosotros se le entregó un delantal, un par de guantes, una cofia y un barbijo, verdes, con los olores típicos de la asepsia. No fue necesario que nos pidieran guardar silencio porque el silencio de esas dependencias nos estaba adelantando el clima de las escenas de las que seríamos testigos.
          Descubrimos que la persona que venía con los mismos atuendos era el señor Valentín, por su voz y porte. No era aquel el lugar apropiado para discursos, salvo las breves explicaciones que nos iba dando nuestro preceptor. Nos pidió que lo siguiéramos hacia el contrafrente del laboratorio, un grupo de salas contiguas a las que de ninguna manera podríamos ingresar aunque en una de ellas observamos una especie de ventanal, más bien era un grueso vidrio a través del cual veríamos lo que pocos seres imaginan que podrían ver. Lo que se presentó a nuestros ojos asombrados era una especie  de jardín de infantes con los clásicos juegos, almohadones, mesas y sillas diminutas, dibujos en las paredes, pequeñísimas computadoras ordenadas en fila. ¿Qué estábamos contemplando? Nada menos que los primeros hombres y mujeres de una naciente humanidad. No tuve la idea de contarlos aunque sospecho que serían alrededor de quince criaturas de no más de doce centímetros de altura, vestidos como lo haría cualquier niño de nuestro mundo.  ¿Quiénes serán esas criaturas? ¿Cuáles han sido las matrices originales de las que se obtuvieron esos clones? Cuando me llegue el momento de morir ¿aquí nacerá (poco tiempo después) mi copia, la réplica a escala diminuta de lo que ahora soy? Si un censor hubiera detectado el ritmo de nuestros corazones, habría sonado como un martilleo tumultuoso. Nos quedamos perplejos frente a la presencia de  esos pequeños duendes, los primeros frutos de una revolución biológica inusitada. Podíamos verlos claramente pero no ser observados por ellos gracias al vidrio que nos separaba. Para los (¿cómo llamarlos?) era un espejo que reproducía sus imágenes, movimientos y juegos, sus gestos y brincos; para nosotros una ventana al génesis de un nuevo mundo, no idealizado sino real, evidente. Pensé en antiquísimos textos que revelaban que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Habrá sucedido algo similar en la Tierra hace cientos de miles o millones de años? La ciencia materialista se burló de la idea de un Dios-Padre-Hombre como se burlaría hoy si supiera que a imagen y semejanza de simples individuos de todas las razas terrestres está surgiendo  la renovación de la especie humana, más pequeña y sana, sabiamente educada desde el momento de nacer  para lanzarse a la aventura  de su propia supervivencia.
          Un grupo de mujeres irrumpió en la sala. Algunas vestían uniformes blancos y otras eran nada más y nada menos que las madres humanas que habían incubado en sus úteros los  óvulos fertilizados. Se veían enormes al lado de aquellos pequeños seres que se mostraban activos y vivaces apenas vieron ingresar a las mujeres. Era la hora de tomar el desayuno que iban distribuyendo sobre las mesitas. Como en cualquier hogar o en cualquier escuela, todos corrieron a sentarse y de inmediato empezaron a comer. Un pésimo autor de literatura de ciencia ficción escribiría, “en este momento estoy despertando de una extraña pesadilla”. Me divirtió pensar que yo no sería ese pésimo autor pues estaba despierto, en una excitante vigilia que ampliaba mis estados de conciencia, marcándome, grabando esas imágenes que   veía por primera vez en mi vida.
          El señor Valentín, acompañado por uno de los que supuse sería el científico jefe, nos indicó que lo acompañáramos hacia otro sector al que se ingresaba por una puerta blindada semejante a la caja fuerte de un banco. Apenas se abrió, el intercambio de distintos niveles de temperatura provocó oleadas de vapor, una especie de humo frío que se esparció por el pasillo. Estábamos en el banco de reserva genético, perfectamente criogenizado, que conservaba en cada probeta un óvulo fertilizado con los que se inseminarían las madres voluntarias que están siendo preparadas para esta misión. Lo que parecían ser grandes heladeras de puertas transparentes, mostraban, bajo una débil luz azulada, el fruto de muchos años de secretas investigaciones, de selección y preparación de los adeptos, hombres y mujeres de distantes y distintos países, pocos todavía en números pero juradamente fieles al servicio que cumplen.
          La estancia en el lugar duró apenas unos minutos. Regresamos en dirección al otro pabellón no sin antes dar una rápida mirada a la habitación donde continuaban tomando el desayuno aquellos que bien podríamos llamar Hijos en un sentido estrictamente espiritual.
          El señor Valentín me hizo una seña para que demorara mi salida. Cuando los demás habían traspasado la puerta principal, mi preceptor me puso una mano sobre mi hombro al tiempo que me decía:
          -El Maestro me ha pedido especialmente que te muestre algo que él deseaba hacer, como lo había prometido, pero un asunto urgente lo ha obligado a viajar a la madrugada. Si la vida no fuera una continuada serie de peligros, aventuras y descubrimientos, sería muy aburrida. ¿No te parece, Juan?
          -Por supuesto, señor. Usted sabe que mi vida es un muestrario de hechos y circunstancias tan diversos que contarlos parecería una novela. Podría afirmar que he tocado los extremos de la dicha y el sufrimiento, más de una vez.
          -¿Estás pensando en las consecuencias de haber amado?
          -Sí, y también en lo mucho que he sufrido, como la muerte de algunos seres que han sido muy especiales para mí.
          -Y a tu peor enfermedad, el otro extremo, tal vez no deseado pero inevitable.
          -A la depresión nerviosa que casi terminó con mi vida.
          -El reverso que fue necesario, pienso, para que hoy te encuentres aquí. En este lugar, a esta hora.
          -Ya que usted lo dice, es posible que así sea.
          -En algún momento, Juan, estoy seguro que habrás pensado en una frase que dice: Por cuanto mucho he recibido en esta vida, mucho me será arrebatado. ¿Estoy en lo cierto?
          -Es un pensamiento que escribí hace algunos años y que aparece en algunas de las páginas del libro que estoy escribiendo.
          -¿Podrías recordar cuándo tuviste por primera vez ese pensamiento?
          -En el momento en que supe que la mujer que más he amado, había fallecido.
          -¿Lidia?
          -¿Cómo lo sabe, señor? Nunca  mencioné ese nombre en su presencia.
          -Pero ella sí me habló de vos, numerosas veces.
          -No entiendo una palabra. ¿Quiere usted decirme que Lidia perteneció a nuestra Comunidad?
          -No sólo perteneció sino que fue una líder destacada. El hecho de que jamás hubieras descubierto sus actividades es una muestra más de la discreción y fidelidad que la caracterizaban. Fue una mujer extraordinaria.
          -Más de una vez estuve tentado de confesarle a usted esa relación. No sé por qué no lo hice ni por qué la mayoría de mis encuentros con Lidia fueron clandestinos. Aunque ella jamás lo admitió, a pesar de mi celosa insistencia, siempre pensé que era una mujer casada.
          -Lidia jamás estuvo casada, con nadie. Su único enlace fue con nuestro proyecto, con nuestra Obra. Si te veía poco era porque no estaba autorizada a hacerlo. No existió ningún otro motivo.
          -No entiendo mucho pero me hace feliz lo que usted me está diciendo. Es como si volviera a descubrirla.
          ¿Cuántos años hace que Lidia falleció?
          -Algo más de diez años. Supongo que usted también lo sabe.
          -Sí, pero quería que vos me lo dijeras. ¿Podés acompañarme?
          Nos detuvimos frente al vidrio espejado y allí nos quedamos un momento en silencio. Ahora los niños estaban operando  frente a sus diminutas  computadoras.
          -Juan, ¿ves a esa niñita del jardinerito anaranjado?
          -Sí, ya la había observado antes. Algo en ella me llamó la atención.
          -Es Lidia. Ahora tiene casi 10 años de edad.
          Me pareció que mis piernas me fallaban y no podían sostenerme. El señor Valentín me tomó de un brazo y luego me abrazó.
          -Esta es la sorpresa que tenía reservada para vos nuestro querido Maestro.



          RUTH LEIBOVITZ: Estoy completando los fragmentos finales de mi libro. Me encuentro seleccionando las últimas hojas del borrador original para cerrar el círculo en el que la Serpiente  Ouroboro se muerde la cola.
          Repasando algunas de las últimas cartas que te había enviado a diferentes direcciones postales en tan distintos lugares de nuestro desquiciado planeta, destaco algunas sorpresas y novedades sucedidas en tan poco tiempo que vienen a confirmarnos el viejo refrán que nos dice que nada es para siempre y que la vida es más espléndida y atractiva cuando se muestra incierta, caprichosa, impredecible.
          Me alegra la noticia de que vas a ser mamá. Imagino la sorpresa de David que, según me habías contado, no se sentía preparado para  asumirse como padre. Pero de pronto, en un par de segundos, el hombre deposita sus millones de semillas para que la hembra haga su labor, no sólo durante nueve meses sino por el resto de su vida, imprimiendo sus sellos para bien o para mal sobre la criatura. Vos, que has tenido una difícil experiencia como hija, hora tendrás que salir al ruedo a jugar en un nuevo e inesperado rol y comprobar qué clase de madre llegarás a ser.
          ¿Cómo educar a un niño  del reciente siglo XXI? ¿Cómo hacer para liberarlo, desde el momento en que nace de los mandatos  conservadores de la sociedad y la familia? ¿Llegará ese niño o niña a ser una  auténtica persona o un simple molde que repetirá hasta la náusea la misma vida de sus ancestros?
          Estoy seguro de que ya estarás preparándote para tu nueva responsabilidad. Espero que estés bien, que te cuides para que puedas ir conectándote con el nuevo ser a través de tu sangre pero también con las vibraciones de los sonidos de la música, del lenguaje, de las diarias bendiciones.
          En el divino azar debemos encontrar el sentido de lo que todavía está disperso y no sabemos comprender. Lo digo en este haiku que te dedico especialmente:

¿Qué es el azar / sino revelación / de la Presencia?
         
Con ese breve poema había yo cerrado una carta que te envié hace poco más de un año. El hábito de comunicarnos por teléfono fue espaciando el envío de misivas que hoy son el testimonio de nuestra relación durante más de veinte años.
          Te confieso que en este momento no me resulta fácil empezar a escribirte. Durante  ese largo tiempo hemos reemplazado el estar próximos por diversos artificios de la comunicación para decirnos y contarnos todo lo que ha estado relacionado con la amistad y el amor que vos y yo nos tenemos.
          Me has llamado por teléfono desde los lugares más apartados del planeta para contarme alguna novedad, sobre una nueva aventura,  para escucharte reír o llorar a causa de distintos sucesos. Mediante tus cartas y especialmente con las tarjetas postales que me has ido enviando podría yo armar tu hoja de ruta, fijar sobre un mapamundi tus desplazamientos, los progresos en tu profesión, tu fidelidad y devoción hacia nuestra Comunidad para la que has trabajado con una especial eficiencia y devoción.
          Tu vínculo con David, tu casi caprichosa búsqueda de un hijo, la nueva vida de mujer embarazada y alejada de los viajes, tus planes para instalar el consultorio, el nacimiento de Michel, la fiesta de tu boda tardía  con tu bebé en brazos, la construcción de la nueva casa en Yungas y después tu inesperada comunicación telefónica desde el aeropuerto de San Pablo para contarme que viajabas a Suiza para asistir al sepelio de tu esposo muerto en un accidente, tu última llamada desde una cabaña en las montañas cubiertas de nieve, todo ha sido repentino, fulminante, como me decías sin quebrar tu voz: que has sido estudiante, médica, viajera, luego novia, madre, esposa y ahora viuda en tan pocos años.
          Había prometido escribirte, pero ¿qué decir? En momentos cruciales como éste, habrás recibido toda clase de saludos, de consuelos, consejos y advertencias, propuestas, ideas sensatas o descabelladas sobre qué  hacer con tu vida, con los bienes heredados, con el futuro de tu bebé. Sabés bien que no soy muy propenso a dar consejos, pero me pediste una opinión. Tu vida jamás volverá a ser la que era hace apenas dos meses. Podés quedarte mucho tiempo con ese dolor, detenerte, extender tu duelo, negarte a vos misma. También podrías aceptarlo como un signo de tu predestinación, esa marca o estigma que ha perfilado tu vida desde que naciste. Podés barajar muy distintas posibilidades. Siempre he creído más en tus intuiciones que en tus juicios, aunque seas una científica.
          Cómo deseo en estos momentos estar junto a vos. La tarde de hoy es intensamente luminosa, una tarde de otoño cordobés mansa y prometedora, ideal para compartirla con un ser amado y dejar que el tiempo se diluya sin prisa. A lo largo de la vida la muerte hace su periódica aparición destruyendo a los seres que amamos o haciéndose casi visible con sus amenazas fantasmales, acosándonos, enseñándonos que la vida verdadera es breve, tan efímera que tal vez dure en total solo algunas pocas horas; el resto es simple relleno, hojarasca, soporte, residuos despreciables.
          Algunas pocas veces recuerdo haberte hablado de Lidia, esa hermosa y especial mujer que murió un poco antes de que yo te conociera. Con ella compartí un tiempo único en mi vida, como podrás saber  cuando leas este libro. La muerte de  nuestros padres, cuando son ancianos, es previsible y aceptable si pensamos en el sufrimiento y la humillación que significa perdurar por el solo deseo de que la carne sobreviva. La muerte de un amigo te deja sus marcas pero la muerte de la mujer que amabas puede socavarte y dejarte en el vacío. La muerte de Lidia más la suma de algunos otros problemas fue la causa de que yo me despeñara en una maldita depresión.
          En un verano que quiero olvidar, me encontraba en Mendoza, en el departamento de Sara Gattari, depresivo, agotado, sin consuelo. Jamás olvidaré aquel casete que me enviaste, grabado con tu voz, con un mensaje que me animaba, me daba fuerzas para no soltarme hacia la nada.  Ese mensaje tuyo ha sido una lección moral para mí. Cuando sin desearlo recuerdo aquellos meses siniestros, siempre vuelven tus palabras de aliento, el sonido de tu voz, esa dulzura femenina que fluye  generosamente  con la fuerza típica de las mujeres  de Escorpio.
          No hay nada frágil en vos, has sobrevivido a muchas batallas en la perpetua  guerra por la vida, la incansable lucha en busca de sentido, de lo que sea digno y justificable. Filósofos, teólogos, científicos discurren sobre qué es la vida. ¿Acaso alguien lo sabe? Dice tu poeta amigo: La levedad / de un beso y una lágrima / Eso es la vida.
          No pierdas tus contactos con la gente amiga de la Comunidad. Besos para vos y el pequeño Michel. El próximo lugar de encuentro será en las páginas de mi novela. JUAN SÁNCHEZ



          ¿Cómo está, señora Matilde? Bien, gracias a Dios. Por favor, pasen y tomen asiento. Perdonen mi pobreza. No diga eso, para mí es una enorme alegría conocerla. Le agradezco sus palabras, señorita, pero dígame a qué debo el honor de su visita. La persona que hace una semana vino a pedirle permiso para que le hiciéramos una entrevista, tal vez le haya anticipado que venimos de Córdoba para conversar con usted y pedirle que nos cuente todo lo que recuerde sobre su sobrino. ¿Cuál de ellos? Tengo muchos sobrinos. Juan Sánchez. Ah, mi Juancito, el escritor. Le envía un  gran abrazo y la promesa de que pronto vendrá a visitarla. Ojalá que así sea. Soy una persona muy anciana y solo la Virgen de la Fuensanta sabe cuánto llegará mi hora. Pero qué es lo que dice, Matilde. La veo  saludable. No lo crea. Como ve, apenas puedo caminar y paso la mayor parte del día sentada en este sillón  que tiene roturas por todos lados. Pero no voy a continuar quejándome, eso es de mal gusto, ¿no le parece? Es verdad. Además tiene usted una sonrisa preciosa. Muy generoso de su parte, señorita, pero todavía no me ha dicho su nombre. Soy Griselda Gómez  y el joven que me acompaña es Gerardo Torres, fotógrafo del diario. No me diga que va a tomarme fotografías. Si a usted no le molesta. Sólo deseo que tomen algunas pero no sentada aquí, sino en el patio, bajo alguno de esos árboles. No quiero que algunos de mis parientes ricos se sientan más miserables todavía si me ven rodeada de tanta pobreza. Déjelos que se revuelvan en sus riquezas, tal vez tengan otros problemas. Para qué le voy a contar. Créame que conozco la vida, las grandezas y miserias de toda mi familia. Más bien  debo decir de una parte porque ahora somos varios cientos. ¿Lo sabía? Sí, Juan me ha contado algo de la historia de su familia. Aunque no los visite muy seguido, su sobrino es muy familiero. Usted lo sabe porque él sigue siendo su sobrino favorito. Es verdad, señorita Griselda, aunque tengo varias docenas de sobrinos, como le dije hace un momento, el Juancito es alguien especial para mí. Juan me ha dicho que la suya fue una familia de buen pasar económico. Sí, eso fue hace años, tantos que no sabría decirle cuántos. Teníamos una finca con frutales y verduras en la que todos trabajábamos. Mi Lucas… ¿Su esposo? Sí, yo estuve casada con el menor de los Sánchez, con Lucas. Su hermano mayor Abelardo, el padre de Juan vivía en Chachingo. Conozco el lugar porque además de lo que su sobrino me ha contado, leí  uno de  sus  libros donde recuerda su infancia y adolescencia. Por supuesto que tengo un ejemplar de su novela pero ya no podré volver a leerla. Mis ojos… Cuénteme lo que recuerde, Matilde, por ejemplo del abuelo de Juan, don Matías y sobre la abuela Encarnación. De toda la familia de aquellos tiempos, la única que sigue con vida es esta pobre vieja. Los demás ya se han ido. Tampoco viven los padres de Juan. ¿Su mamá, la de Juan, se llamaba Valentina Santini? Sí, era una gringa hermosa, rubia, de ojos azules que murió cuando Juancito tendría un poco menos de veinte años. Qué lástima. Es verdad, porque era una mujer encantadora que murió por tener azúcar en la sangre. ¿Diabetes? Eso dicen. Le cuento, señorita Griselda, que los Santini siguen viviendo en Chachingo, mejor dicho, allí viven varios y otros andan por otros lados. Se multiplicaron como conejos. Usted no tuvo mucha simpatía por aquellos gringos, ¿verdad, Matilde? No acostumbrábamos a visitarlos. El abuelo Salvatore Santini era un viejo cascarrabias, inválido, de mal carácter, que siempre le contaba a todo el mundo sus historias de la Primera Guerra Mundial. Se creía un héroe ese viejo. Pero no era una mala persona, ¿es así?  Sí, fue un buen esposo, un buen padre y un abuelo cariñoso. De quien siempre me acuerdo es de la nona Costanza, la otra abuela de mi Juancito. Era una mujer increíble. A pesar de los años siempre iba de aquí para allá, cuidando a su marido, haciendo la comida, lavando la ropa, cuidando su hermoso jardín. Juan también me ha dicho que quiso mucho a su abuela gringa.  Mire, señorita, el Juan siempre ha sido muy querendón con su familia. Y también con las mujeres. Usted lo sabe mejor que yo. Sí, ha tenido varios amores pero no en todos le fue bien. Por lo que sé, él no debería quejarse. Debe ser la herencia del abuelo Salvatore que en su juventud fue un picaflor, pero no de don Matías, mi suegro. El único amor que tuvo ese hombre fue doña Encarnación. Sé por Juan que vivieron enamorados hasta la muerte y que ése ha sido para él el matrimonio más perfecto que ha conocido. Bueno, señorita, el Juancito por ahí es un poco exagerado. Lo que pasa es que iba a la casa de sus abuelos españoles cada vez que podía. Ayudaba en algunas tareas en la finca y varias veces acompañó a su abuelo a llevar las verduras a la Feria de Guaymallén. Aunque usted, señora Matilde, no iba muy seguido a Chachingo, supongo que sabrá qué pasó con algunas de las personas que Juan nombra en su libro. ¿Por ejemplo? El mayor de sus tíos, por parte de madre, Salvador Santini, vivía en Rosario. Parece, dicen, que tenía una empresa de transporte. ¿Transporte? Está mal informada, señorita. El Turi, como le decía la pobre de doña Costanza, era un delincuente, un ladrón y cafiso, perdone la palabra. Pero su madre lo amaba y parecía perdonarlo. Todas las madres sabemos perdonar y sobre todo si se trata de nuestro primer hijo. Por suerte doña Costanza falleció antes de que a su Turi lo mataran como a un perro. Los que lo conocieron dicen que era un mal tipo, odioso, prepotente, siempre bien vestido y perfumado. Pobre gente. ¿Sabía usted que se odiaba con su padre? Por supuesto que lo sé, señorita, pero nadie conoce el motivo. Por más que usted le pregunte a cualquiera que haya conocido a la familia o leído el libro que escribió mi sobrino, no sabrían decirle por qué se odiaban tanto padre e hijo. Yo sí conozco los motivos. Es algo que he guardado en secreto toda mi vida. Pero no pienso llevarme ese secreto a la tumba y se lo diré, voy a desahogarme. ¿Qué es ese aparatito?  Es un grabador, para guardar las palabras. Por favor, sígame contando. En el libro que usted ya sabe, está muy claro lo que voy a contarle, pero deben ser pocos los que se han dado cuenta de algo que está más claro que el agua. ¿Se refiere al motivo del odio del padre al hijo? A eso quiero llegar. Todo empezó en la Guerra del 14, cuando don Salvatore peleaba a las órdenes de un capitán llamado Vittorio Manganelli. Imagínese el orgullo del cabo Santini cuando volvió a su casa, apoyado en una muleta y mostrando a su mujer la medalla al valor que le habían entregado en el campo de batalla. ¿Entonces fue un héroe? Si le dieron esa medalla, supongo que así habrá sido. El asunto es que muchos años después, cierto día aparece el Turi, con un automóvil nuevo y le cuenta a sus padres que en Rosario trabajaba para un hombre rico y poderoso, nada menos que el mismo Vittorio Manganelli, ahora convertido en una especie de padrino, jefe de la mafia. Aunque yo no lo quise mucho a ese viejo inválido, me duele pensar en la vergüenza que debe haber sentido. Su valeroso capitán en la batalla del Piave ahora era un temido capo de la mafia siciliana y su hijo, un pobre alcahuete. Pero Dios se encarga de repartir justicia. ¿Qué le pasó? Le secuestraron a su única hija, una hermosa muchacha piamontesa y  aunque dicen que pagó el rescate, Eleonora Manganelli, así figuraba en todos los diarios, apareció muerta. Al poco tiempo, y esto también me lo contó Juancito, el padrino del Turi murió de un ataque al corazón. Ojalá que la Virgen le haya perdonado sus pecados. Qué increíble, señora Matilde, que un dato esté en un libro y que pocos lo descubran. Pero si usted no está cansada, quiero hacerle otras preguntas. Para eso estuve esperándola, señorita. Fíjese que me he puesto mi mejor vestido. Sí, ya veo que sigue siendo una abuela coqueta. Bueno, soy como usted dice, pero no tanto como la Rita Zamora. ¿La mujer que Juan Sánchez hace aparecer en varios capítulos de su novela? La misma, aunque estoy enterada por mi sobrino  que ellos eran solo buenos amigos. Además, ella tenía como diez años más que él. Pero en el libro dice que ella lo inició en el amor, hay una bellísima escena donde… No lo creo así. Esa parte debe haber nacido de la imaginación de mi sobrino. Usted sabe que él es capaz de inventar las cosas más increíbles. Sí, lo sé, pero cuénteme qué pasó con la Rita. Es una historia muy triste, algo de lo que no quisiera hablar en presencia de Juan. ¿Qué pasó? La Rita vivía en Chachingo con sus padres y viajaba todas las semanas a Mendoza. Trabajaba como enfermera, ¿no es así? Por favor, Griselda. ¿Puedo llamarla así? Por supuesto. Mejor sería no hablar mal de los muertos, porque las malas lenguas decían entonces que la Rita era una loca. ¿Se prostituía? Eso mismo, era  una de esas locas que andan ofreciéndose por las calles. Pero era realmente hermosa y caritativa. Si hasta comentan que el mismo Luis Tonelli, el curita que andaba siempre en una motocicleta roja, la tuvo como amante. Según lo que Juan me ha contado, la historia no terminó de esa manera. Puede ser, usted sabe, jovencita, que los humanos tenemos lengua de víbora. ¿Qué fue del cura? Ahora ignoro si vive o si murió pero bien recuerdo que fue obispo en San Rafael. ¿Obispo? Lo que oye, aunque parece que le daba a la bebida. Pobre tipo. El Juan dice que el padre Luis era un hombrecito pusilánime. ¿Qué quiere decir? Que era un hombre débil de carácter, buen tipo pero muy fantasioso en asuntos de religión. Era un cura salesiano, de la Iglesia que está muy cerca de aquí, de mi casa. ¿En Rodeo del Medio? Allí mismo. Donde ahora nos encontramos se llama Colonia Bombal, famoso lugar por las cebollas, tomates, ajos y alcachofas que se envían a Córdoba y Buenos Aires. Eso también lo sabía aunque prefiero que me siga contando lo que recuerda de aquel tiempo lejano, cuando Juan Sánchez era un adolescente. ¿Qué fue de Narciso Gauna? A pesar de ser tan distintos, Juan y Narciso fueron grandes amigos. Lo fueron desde niños, cuando la abuela Rosa les contaba historias y leyendas a los niños que iban a escucharla. Juan dice que de ella aprendió a contar cuentos. Era una viejita comadrona, flaca, alta y muy enérgica. Apenas dos o tres años después de que ella muriera, falleció su nieto Narciso, de tuberculosis. Aquí debo contarle, Griselda, algo que pocos conocen. Dígame. ¿Sabe quién lo asistió al pobre disminuido mental? ¿Sabe usted, señorita, quién se pasó meses cuidándolo y trayendo remedios de Mendoza? ¿Quién podría ser? Pues nada menos que la Rita Zamora. Tal como decía Juan de ella, era una samaritana, una persona generosa,  lástima que el destino le jugó tan sucio. ¿Le parece? A esta altura de la vida creo que el destino nos juega sucio a todos. ¿A usted también? Mire, señorita, esta casa prácticamente en ruinas. ¿Qué ha quedado de todo lo que Lucas y yo plantamos? Mire esa tierra seca y esos árboles  frutales envejecidos, tanto como yo. Cuénteme de sus hijos, por favor.  Lucas y yo tuvimos sólo dos hijas. Ellas pudieron terminar el colegio secundario, aquí, justamente en el colegio de los curas salesianos. Jóvenes todavía se casaron y se fueron. Pura, la mayor, vive en Estaña. Tiene tres hijos que nacieron allá y que apenas conozco por fotografías. La otra, Adelaida, se casó con un infeliz que la maltrataba. Se divorció y volvió a casarse, ahora con un poco más de suerte. ¿La visitan sus hijas? Pura vino en dos oportunidades con su esposo. Adelaida viene siempre para la Navidad. Como verá, vivo sola pero no crea que eso me preocupa. Con dificultades voy y vengo por la casa, cocino, hago un poco de limpieza y por la tarde veo televisión. ¿Quién la ayuda? ¿Económicamente, quiere decir? Tengo una pensión de mi finado esposo y aunque no es mucho, sigo adelante. Es usted una mujer muy especial, Matilde, con razón su Juancito, como usted le dice, la quiere tanto. Tanto como yo a él. Fíjese, señorita Griselda, que cuando mi sobrino era todavía un niño, le gustaba venir a visitarnos. Después, cuando creció, siguió haciéndolo, aunque en estos últimos años estoy enterada de que tiene obligaciones que no le permiten andar por aquí como antes. ¿Usted conoció a Clara?  Sí, conocí a la que fue su primera esposa. Era una jovencita de una familia judía, muy rica, de Mendoza. Formaban una pareja que llamaba la atención, aunque algunos años después se separaron para no volverse a ver nunca más. Qué lástima que  a veces el amor terminé así, ¿no le parece, Matilde? Con la apariencia que tengo, ¿qué edad me da? No más de ochenta. Se equivoca, ya cumplí noventa. ¿Es usted una mujer escéptica? ¿Qué quiere decir? Si tiene poca fe. La suficiente, aunque soy muy realista. Eso me gusta. No se enoje si sigo preguntándole. No vaya a pensar que soy una periodista chismosa, pero me interesa saber un poco más sobre los afectos de Juan. ¿Le ha contado  mi  sobrino sobre su relación con Lidia Gutiérrez? No, me encantaría saber algo de esa relación. Un par de años después  que se divorciara de Clara, un día apareció el Juancito con una mujer, bastante más joven que él. Era una mujer alta, más que hermosa, con un cuerpo que muchas  envidiarían. Siempre sonreía y no paraba un minuto en estar colaborando, ayudándome a hacer la comida, a regar el patio y las flores. Se notaba a la legua que Juan y Lidia se querían  bastante. ¿Por qué cree usted que se amaban? Porque eran amigos, compinches, nada se ocultaban. Cada vez que venían me traían ropas, regalos, alguna vajilla nueva y hasta ese televisor que usted ve ahí. Juan me dijo que ese aparato era parte de lo que había quedado de los bienes de su matrimonio. Pero, usted también debe saberlo, joven Griselda, que nada es para siempre, ni lo bueno ni lo malo, como le gusta repetir a mi sobrino preferido.  ¿Qué pasó? Lidia, con toda su belleza y lo fuerte que parecía, era enferma del corazón. Lo ocultaba bien para que Juan no se diera cuenta. Si es verdad que algunas personas tienen luz, le puedo jurar que Lidia ha dejado parte de su claridad en esta pobre casa. Fueron felices como amigos y como enamorados  durante  algunos años, no muchos, hasta que Lidia falleció. Imagínese cuando lo supe. Entonces Juan vivía en la ciudad de Córdoba y apareció por aquí una semana después, pálido, sin afeitarse, con una tristeza que jamás había visto en su rostro. Como nunca antes lo había hecho, se quedó en esta casa durante tres días. Juan se pasaba las horas leyendo y haciendo algunas anotaciones, vaya uno a saber sobre qué. Nunca me lo dijo. Después regresó al departamento en donde vivía y por varios meses no me escribió, hasta que un día apareció alguien por aquí, ¿a que no sabe quién?  ¿Alguno de los hermanos de Juan? Se equivoca, vino a visitarme la Felisa Santini, una de las bisnietas de los gringos de quienes le conté hace un rato, los abuelos de mi sobrino. ¿La sorprendió la visita? Imagínese, ellos que siempre han sido tan rubios, tan orgullosos, tan alejados de esta parte de la familia. Supongo que para usted fue una sorpresa y una alegría. Solo sorpresa. ¿Por qué? Porque la Felisa vino a avisarme que mi querido Juancito estaba muy enfermo. Jamás supe que Juan  hubiera estado tan enfermo como usted dice,  señora Matilde. Al borde de la muerte. Mejor dicho al borde de la locura. ¿Tan grave? ¿Le parece a usted, Griselda, que padecer depresión nerviosa no es grave? No supe qué hacer. Después  vino a verme una de las hermanas de Juan, María Elena, que vive en Coquimbito, y ella también me dijo que mi adorado sobrino estaba en Mendoza. Había viajado para hacerse un tratamiento psicológico. Es una sorpresa lo que me está contando. Le confieso que no me lo imagino a Juan Sánchez padeciendo una depresión mental. Pero él también, como cualquiera, puede caer en un pozo en el momento menos pensado. Por supuesto. Perdóneme, joven Gerardo, usted que sigue ahí sentado, calladito, escuchando lo que estas dos mujeres están chusmeando, ¿podría hacerme un favor? Lo que usted me pida. Encienda la cocina y ponga una pava con agua. Apenas terminemos de charlar, prepararemos un poco de café, acompañado por un bizcochuelo de naranja, el mismo que preparo cuando mi sobrino viene a visitarme. Así que nuestro amigo y escritor iba de mal en peor. Usted lo ha dicho. ¿Cuál habrá sido la causa de su enfermedad? Estoy segura que fue por la muerte de Lidia y por otros motivos que jamás supe. Usted sabe que tiene un carácter muy reservado y no es fácil saber ni lo que piensa ni lo que hace. De manera que usted no pudo verlo en ese tiempo. Nadie pudo verlo en persona por largo tiempo. Se había recluido en el departamento de una persona que él conocía desde su juventud. ¿Sabe quién era esa persona y la relación que mantuvo con su sobrino? No tengo muchos datos, porque solo en una oportunidad vinieron a visitarme en un auto que era de ella. Sé que se llama Sara Gattari y es profesora de literatura. ¿No me diga? Mírelo usted a su Juancito. ¿Cuánto tiempo estuvo en Mendoza? Por  lo que supe después, unos seis meses. A fines de aquella primavera, para mi cumpleaños, el 5 de noviembre. ¿Es usted de Escorpio? ¿No se nota? Me gusta el tono con que lo dice. ¿Vino su Juancito a visitarla cuando ya se encontraba recuperado? Sí, me contó sobre los problemas que había tenido, de lo excelente que fue la doctora que lo atendió  y el cariño y la comprensión que recibió de parte de Sara. Una buena combinación para sanar de cualquier mal, ¿no le parece, Matilde? Lo vi recuperado, casi tan bien como en sus mejores épocas. Había publicado un par de libros y estaba preparando otro para niños. Conozco sus obras, yo misma hice  reseñas de algunas en el diario en que trabajo y para el cual estoy elaborando este reportaje que esperamos publicar pronto en el suplemento cultural. Usted habla con mucha admiración, Griselda. No me vaya a decir que está enamorada de Juan. No estamos enamorados pero sí somos amigos, amigos que se admiran mutuamente. Mire usted, jovencita, que por ahí nace a veces el amor. El agua está hirviendo. ¿Se anima, Gerardo, a preparar café?  Sobre la mesada de la cocina tiene todos los elementos. En un instante les aseguro a las dos que estaremos saboreando el más sabroso café. Ya vamos llegando al final de nuestra charla, señora Matilde. Dígame algo referido a su sobrino Juan que a usted la haya conmovido muy especialmente. Tengo varias anécdotas, pero hay una que él me contó hace años, en una oportunidad en que vino a visitarme después de que recibiera un premio nacional de literatura. Conozco el libro. Voy a contárselo con las mismas palabras como si fuera el Juancito quien estuviera hablando. Soy medio analfabeta pero Dios me ha dado una memoria extraordinaria. Escuche atentamente: Era yo muy niño, no tendría más de seis años. Un domingo, muy temprano, mi papá Abelardo estaba atando al sulqui a nuestra yegua Noble, un animal bayo, muy manso, con el que aprendí a montar. Tuve el impulso  de pedirle a mi viejo que me permitiera ir hasta el fondo de la viña. Me montó en pelo sobre el animal y avancé al paso, sin prisa, observando desde arriba las hileras de la viña, los olivos, los álamos, los cerros de Lunlunta. En un instante tuve una inesperada y desconocida sensación. Sentí que era un príncipe, un niño poderoso que contemplaba parte de su reino. Todavía conservo esa imagen, como si yo pudiera haberla contemplado un poco más arriba del caballo y su pequeño jinete. Cada vez que la vida intentó derribarme, recordé aquella escena, para tomar de ella otro aliento, nuevas energías. Con este hermoso broche, terminamos la entrevista. Apago el grabador, tomamos el café con bizcochuelo de naranja y luego iremos al patio a tomar varias hermosas fotografías de Matilde. También yo desearía tomarme una con usted, Griselda, para ponerla como recuerdo junto a otras que tengo en mi cómoda. Será un honor para mí estar con usted y con sus seres queridos. Mío ha sido el honor de haberla conocido, jovencita. Dígale a mi sobrino y amigo suyo, el Juan Sánchez, que apenas edite su  próximo libro deberá traerme un ejemplar. No por correo sino personalmente. Lo estaré esperando con un plato de arroz con pollo que a él tanto le gusta. Le prometo que se lo diré apenas regresemos a Córdoba. Tampoco olvidaré decirle que le traiga un ejemplar del diario con el reportaje que acabamos de hacerle  a usted.



          Tomé el almuerzo, más bien por disciplina que por hambre, intercambiando apenas palabras de cortesía con mis amigos que también parecían tan conmovidos como yo después de nuestra fugaz visita a la maternidad y los laboratorios. Ignoro lo que había afectado a cada uno de los allí presentes y ni siquiera me detuve un momento a pensar en lo que no me incumbía como tampoco a ellos les estaría permitido saber el motivo por el que mis ojos permanecían húmedos.  
          Toda la disciplina para el control mental y emocional, las mejores técnicas de relajación muscular, ni todos los años de meditación trascendental me fueron suficientes para controlar la vorágine en la que durante varias horas permanecí asombrado, aturdido, conmovido, justamente yo, que me jactaba de ser un asiduo frecuentador de los universos de la fantasía.
          Lo que aconteció después de haber observado a la pequeña criatura vestida con el jardinerito anaranjado, no he podido registrarlo ni anotarlo en mi cuaderno como era mi costumbre y mi obligación. Apenas me ha quedado la imagen del señor Valentín que, apenas terminado el almuerzo, me acompañó hasta la biblioteca de la Comunidad para que me alejara por unas horas del grupo y me quedara a solas, en silencio, rebobinando algunos años que han sido para mí algo semejante a una vida pasada en esta misma vida.
          Capítulos que considero esenciales forman parte de este libro. El mundo de mis afectos más íntimos, otros que me llevaron al almacén de la memoria de mi familia, mis divertidos encuentros con los amigos que me han dado la literatura, cuentos y poemas, fragmentos de libros inconclusos, alegorías y visiones de las dimensiones reales y virtuales que he recorrido durante décadas. Cuántas lecciones recibidas. Así como la depresión mental y emocional  me mostró el revés de la trama de mi vida, ahora estaba sujetando mis extremos como la serpiente mítica, Ouroboro, que se muerde la cola uniendo el comienzo y el final y el final y el principio de todo y de todas las cosas.
          ¿Cuántas veces defendí mi teoría sobre la reencarnación genética? Escribí, hablé, discutí sobre la idea de que lo único posible y comprensible  es la herencia que deviene, inalterablemente, desde nuestros padres a por lo menos los desconocidos atavos, los padres de nuestros tatarabuelos, a lo largo de cinco generaciones, alrededor de un ciclo de doscientos años.  Nacemos y por arte de la lotería genética o vaya a saber por cuáles otros procedimientos poseemos un sexo, un biotipo, una mente, un corazón y una máquina sensorial para desplazarnos, pensar, amar, odiar, gustar, rechazar, gozar, sufrir y toda la gama de percepciones, conexiones y contactos que nos conducen a ser lo que somos.
          Cuántas limitaciones, pienso, tiene la inteligencia emocional. Podemos poseer una poderosa racionalidad y al mismo tiempo ser unos patéticos individuos perturbados por una ráfaga de simples emociones. Heridos por determinados acontecimientos sólo acertamos a culpar a Dios, a los otros, al destino, hasta que súbitamente se nos concede la gracia de tener una visión más completa o, mejor expresado, una visión perfeccionadora. Recién, hace unas horas, logré saber que yo podría decir, podría gritar una frase que jamás había imaginado: Por cuanto mucho has sufrido mucho te ha sido concedido.    
          Pasé el resto de la tarde en la biblioteca. Supuse que los demás habían salido a recorrer las serranías próximas mientras yo procuraba escribir las últimas páginas de mi libro. Los apuntes que había traído para trabajar en mis horas libres se referían a la filosofía de la historia, reflexiones y conjeturas que vienen del remoto pasado hasta nuestros singulares días para que podamos justificar la revolución genética  que trastrocará el orden del mundo en el que he nacido.
          Regina, conocida como la “Casandra alemana”, en las primeras décadas del siglo XX advirtió sobre la inminencia de las dos grandes guerras mundiales y la llegada de Hitler al poder. También se refirió a un desastre ecológico que diezmaría a la humanidad dejando sólo a unos pocos que serían los constructores de un nuevo mundo. Regina escribió: Existe ahora sobre la Tierra una generación particular que no tiene prisa para alcanzar el desarrollo. Cuando el sol vuelva a salir sobre las tumbas en su gloria dorada, una nueva generación surgirá con el andar del tiempo, así como una nueva humanidad. Pensé en el clon de Lidia y en los otros niños diminutos que había visto yo esa misma mañana y me estremeció saber que era testigo de un acontecimiento predicho mucho tiempo antes.
          Como si alguien me lo hubiese seleccionado en ese mismo momento, tenía ante mí estas otras anotaciones que copié del Tomo III de la Doctrina Secreta de Madame Blavatsky, escrita en la última década del siglo XIX: Incluso ahora, ante nuestros propios ojos, las nuevas razas se preparan para tomar forma, y es en América donde va a tener lugar la transformación. La misión del género humano del Nuevo Mundo es sembrar las semillas para una futura y mucha más gloriosa raza que las que hemos conocido hasta el presente. Los ciclos de la materia serán sustituidos por los ciclos de la espiritualidad y una mente plenamente desarrollada. ¿Será  así?, pensé. ¿Estaremos realizando una verdadera transformación o asistiendo al capítulo final de la humana civilización?
          He buscado argumentos a favor de mi tesis en el pensamiento de los más conocidos historiadores, entre los cuales no puedo eludir mencionar al famoso Conde de Saint-Simon, padre intelectual de dos revoluciones universales: la que fracasó en Francia a fines del siglo XVIII y la que triunfó unos años antes en el Norte de América por obra, gracia e inspiración de la masonería internacional.
          Fue Oswald Spengler quien habló sobre las divisiones críticas que terminarían asolando a la humanidad que caería en un caos de individualismo, escepticismo y aberraciones colectivas, proyecciones o profecías que se están cumpliendo.
          Arnold Toynbee, el conocido historiador británico, se hizo famoso mundialmente cuando escribió el libro  Una Paz Duradera en colaboración con quien había sido Presidente o Gran Maestre de la Orden conocida como Soka Gakkai, el filósofo japonés Daisaku Ikeda. Estos, con Will y Ariel Durant, autores de la Historia de la Civilización, nos han legado diversas lecciones sobre la filosofía de la historia que acompañan mis propias meditaciones. Ellos se han preguntado y yo también lo hago: ¿Por qué la historia registra el ascenso, grandeza y caída de tantas civilizaciones? ¿Podrían detectarse en ese largo proceso algunas constantes que pudieran permitirnos predecir el futuro de la nuestra?
          Virgilio, el gran poeta latino nacido un siglo antes de nuestra era, fue uno de los primeros en anunciar que una vez agotadas sus posibilidades de cambio, todo el universo y en consecuencia la civilización humana volvería a sucumbir como sucedió con pasadas y desconocidas culturas que, obligadas por una fatalidad   absoluta,  repitieron los mismos sucesos que aquellas que las precedieron.
          Se puede suponer entonces, lógicamente, que agotada una civilización aparecerá otra en la que las nuevas generaciones se rebelarán contra las viejas en disputas interminables. En una civilización desarrollada y compleja como la actual, los individuos están más  especializados y diferenciados que en cualquiera otra anterior y saben que ante las nuevas circunstancias aparece la exigencia de modificaciones reactivas más drásticas pero también con resultados  menos previsibles. El principio de incertidumbre y la filosofía de la inseguridad asoman  como antídotos frente a la posible repetición de lo acontecido en las civilizaciones desaparecidas. ¿Tendremos tiempo?
          ¿Qué determina que ante la necesidad de cambios estos sean efectivamente afrontados? Dependerá, sin dudas, de la iniciativa de individuos creativos dotados de una clara inteligencia y de una voluntad sin desmayos, que sean capaces de tomar decisiones, cualquiera sea el rumbo que deba tomarse. Se parte de la premisa de que cada cultura es una especie de organismo dotado con el poder del nacimiento, desarrollo y muerte, tal como observamos, por similitud, en la breve vida de una criatura humana.


          Sentí que golpeaban suavemente la puerta de la biblioteca. Al abrir me encontré frente a uno de los jóvenes del servicio de cocina que me traía una bandeja con una deliciosa merienda. Agradecí y de inmediato hice una pausa para tomar una taza de café con tortillas, dulces y quesos de la región que devoré sorprendido por mi repentino apetito. El lugar silencioso, colmado de libros, la sensualidad que supone la escritura y un sentimiento de gratitud me acompañaron en ese momento. Podría agregar que fue un instante de suprema felicidad. Supe que el tiempo de mi vida junto a Lidia se iría disipando hasta que no quedara el mínimo vestigio. Recordé la conferencia del Maestro Desconocido sobre el amor y la fidelidad a la ley de la renuncia que puede conducirnos al contacto directo con lo sagrado (la presencia de la Divina Madre) y permitirnos encontrar la única y posible libertad en un mundo de cerrojos y cadenas.
          A pesar de que, necesariamente, soy uno de los protagonistas de este libro (aunque  mi nombre verdadero no es Juan Sánchez) no debo ser excluyente por más que parte de lo que aparece como autobiográfico no sea sino una simple excusa para armar el árbol de una vida que intenta ir un poco más allá de su ego.
          En mi reloj son las  17. Dentro de dos horas deberemos regresar a Córdoba en un ómnibus de la misma compañía que nos trajo hasta este lugar. Debo completar el borrador sobre los argumentos que merodean la filosofía de la historia que se me representan como una radiografía de lo que pomposamente ahora denominan posmodernidad.
          La mayoría de los investigadores del pasado coincide en que las desigualdades aumentan con la expansión de la economía que divide a la humanidad entre una minoría culta, inmensamente rica, y una mayoría de seres desventurados, sumergidos, abandonados, sin posibilidad alguna de alcanzar un mínimo bien, tal como sucede en estos primeros cuatro años del siglo XXI.
          Se habla de la llegada de los bárbaros como metáfora de la expansión de las mayorías que emigran hacia las grandes metrópolis. A medida que esta mayoría de marginados crece, actúa como un freno progresivo a la minoría. Sus modos rudimentarios de hablar, comer, vestirse, divertirse, incluso pensar el mundo y juzgar los valores, se extienden hacia arriba, hacia el cada vez  más pequeño  vértice de la élite. El nacimiento de esta barbarie es el precio que debe pagar la minoría gobernante por el obsceno dominio que ha hecho de las oportunidades para distribuir con justicia los bienes de la economía y la educación. Sin ningún dato que nos asegure lo contrario, el colapso parece inminente.
          ¿Es éste un pensamiento fatalista? No necesariamente. Sí podríamos aceptar que es correcto y necesario que decline cualquier civilización, tanto como es correcto que el anciano sea reemplazado por un niño recién nacido. Sin embargo, nunca se muere del todo pues las culturas antiguas dejan sus marcas como las que deja el viejo en los genes que transfirió a sus hijos y estos a sus nietos. Bien se dice que el mundo está gobernado por los muertos, por los grandes pensadores, artistas, escritores que han sobrevivido al exterminio del tiempo y las modas.
          Sí, afirmamos, es deseable que la vida adopte nuevas formas, que aparezca una nueva civilización, nuevos líderes, diferentes centros de poder, aunque el desafío de la hora no es solamente el de repetir la famosa frase de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, que todo cambie para que nada cambie, que una cultura reemplace a otra con otro nombre, en otro tiempo, para repetir detalle por detalle las mismas grandezas y miserias en el mismo, idéntico y perverso círculo vicioso. De lo que se trata es de trastrocar los límites, derribar muros, abolir el tamaño actual del hombre, ensanchar los espacios vitales del mundo, multiplicar el volumen de agua dulce, reducir los focos infecciosos y el veneno bioquímico, preparar los senderos hacia un futuro posible y al mismo tiempo imprevisible.
          No hablamos de regresar a la Tierra Prometida, ni de una Nueva Sion, ni tampoco estamos preparando el éxodo hacia el Paraíso primordial, el retorno a la Casa del Padre ni nada que nos relacione con el pasado histórico del que estamos procurando salir definitivamente. Se trata de encontrar el nuevo y exacto tamaño del hombre en el mismo escenario en el que tuvo su génesis hace millones de años. Esto y mucho más están diseminados en este libro cuyo montaje es otro modo de observar la realidad compleja en la que vivimos y de la que no es más que un simple reflejo.
          Estaba por agregar algunos otros conceptos, algo así como llaves que podrían ayudar a una correcta lectura de estas páginas, cuando nuevamente golpearon suavemente la puerta de la biblioteca. El grupo estaba reunido a la salida del comedor, esperándome. Fui hasta el dormitorio y rápidamente hice mi bolso. Pedí disculpas por la demora y subí al ómnibus, no sin antes dar un abrazo y despedirme del señor Valentín, mi preceptor.
          Mi compañera de asiento fue Sofía Houphouet-Levin con quien conversé durante todo el viaje. Ella no paró de hablar sobre el Burdeos de su infancia y yo de mi adolescencia trabajando en las viñas de Chachingo, en Mendoza, en aquel tiempo en que empezaron a asomar mis sueños de escritor y mis presentimientos ingenuos sobre la construcción de un nuevo mundo.
          Al llegar a la estación de ómnibus en Córdoba, nos despedimos con una emoción que antes no habíamos sentido. Sofía partió hacia el Aeropuerto de Pajas Blancas para tomar el avión que la llevaría a  Buenos Aires y desde allí a París. Yo me fui caminando hasta mi departamento. Sobre la mesa de trabajo estaba una carpeta con el resto de los manuscritos. Ahora debería enfrentarme a la tarea de hacer el montaje final, hoja por hoja, fragmento por fragmento. 


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