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CANTO LABRIEGO




Algún día saldremos a la calle
con alpargatas nuevas
a cantar nuestro himno,
hermano labrador.





PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN


         Si el Poema, como el buen vino tinto, se añeja y perfecciona en el tiempo de la espera silenciosa, si sobrevive a los intereses ideológicos y a las guerras de las estéticas, si trasciende su origen (el más humilde de todos los espacios poéticos posibles), si en lugar de tinta por su cuerpo, pleno de energía, corre el vino consagrado a la familia labriega, y si en el esplendor de sus imágenes permanece vital la sangre del joven que lo escribió, entonces tendremos derecho a formular un brindis.
         El 20 de octubre de 1955, por generosidad de don Gildo D’Accurzzio, el mítico mecenas y editor de Mendoza, se realizó la primera impresión  de este libro y, por perfecta sincronía, no por  simple casualidad,  un 20 de octubre de 1989, mi buen padre don Victoriano se fue a dormir bajo las raíces de las viñas y los álamos  que tanto me enseñó a amar. Mi mamá, doña Fuensanta, salió a buscarlo unos años después, tan hija de la tierra era ella, mi única heredad.
         Desde Córdoba, lugar de soledades, de amores y trabajos, vuelvo una y otra vez a Mendoza al encuentro de su sol, de los olores de la infancia, de mis raíces campesinas, de las altas montañas maternales, tan impecables en su altura y en su luz, tan sólidas como el sello de fidelidad a mi origen  que conservo en el corazón.
         Este Canto es el testigo simple de mí mismo, mi testimonio de permanencia  en un paisaje que apenas ha cambiado, mi respeto a los que fueron, a los que son y aquellos que vendrán, hombres y mujeres y niños que van y vienen entre los viñedos y las chacras, perpetuamente sintonizados a mi alma y a quienes rindo, nuevamente, mi homenaje.
         Por último, y ya que el Poema permanece con el sabor invicto de la tierra, saquemos el espiche a la bordalesa y brindemos, para gustar el vino convertido en canto, para gozar del canto convertido en vino.

                                              

1

Te contemplo en silencio y te saludo



Canto por el camino,
sombra soy de la sombra,
 y la herramienta del canto.

Con la camisa abierta sobre el pecho,
te prodigo un saludo y un abrazo,
labriego compañero,
elemento esencial de mi provincia,
a quien nadie cantó como yo quiero.

Vengo a desenterrar contigo
la canción de las viñas y las chacras;
la tierra mendocina, viejo vino,
aún te adeuda la historia del trabajo,
la historia del dolor
y del racimo.

Para tu heroica lucha,
incomprendido esfuerzo,
voy a amasar mi canto,
hecho con la esperanza de acercarme
a tu humilde silencio y contemplarte
con la alegría limpia de los niños,
y cantarte.

























2

Sabor a tierra y sal tienen tus manos


Me vine con el canto de los labriegos,
lleno mi corazón de sus guitarras,
maduro de sus risas,
y alegre como el trino de los chingolos.

La mañana ritual ofrece al campo
su lánguido sahumerio de eucaliptos.
La víbora del agua se escabulle en la acequia.
En el potrero verde relinchan los caballos.
Arriba, los chimangos,
tejen la melodía del vigía incansable.

Voy con mi canto,
hecho de mis raíces,
hasta el aliento mismo de la mañana;
me embriago desde el viento,
entre añosos nogales, higueras funerales
y maduras granadas: dientes de sangre al sol.

Junto a la tierra mía, soy feliz, compañero,
en esta tierra que venimos labrando
desde la noche genital de nuestros padres.
Desde entonces a hoy somos hermanos;
desde entonces a hoy,
hasta la última vendimia,
llevamos el sabor,
el gusto a tierra y sol entre las manos.

Andar por la mañana es alegría,
mojado de rocío en las chipicas;
caminar sobre el trébol de la acequia
y llenarse de verde en sus colores.
Cortar alfalfa para los caballos,
lengua de buey, cebada, hinojos y cerrajas
para los conejos blancos: ojos rosados.

Todo esto y también alegrar las gallinas
con  puñados de maíz dorado;
afrechillo a los chanchos,
pasto para las cabras
y soltar a los patos en la acequia.
Y después tu comida,
tu sencillo café del desayuno,
pan tostado con grasa,
un trozo de jamón o un huevo frito.

Eres tan humilde y tan callado como las uvas.
Eres alegre y triste, labriego, compañero.
Eres la vida misma sin mentiras,
franco origen de hombre metido hasta las células,
para venir ahora germinada en los siglos,
en la hora solemne de los pueblos,
a levantar la voz, gritando fuerte:
¡Aquí estamos, hermanos, compañeros!
Y el eco se remonta
hasta la noche misma de los volcanes
y vuelve en terremotos de verdades,
trayendo afirmaciones
Y voluntades.

Labriego amigo,
hoy te veo en la tierra,
entre parvas de pasto, entre los surcos,
columna vertebral en las auroras,
puente de dura arena entre los ojos,
un silbo de zorzl gira en el viento
tu canto inmensamente grande,
inmensamente abierto.









3

Chacra de las acequias silenciosas


Tierra de los labriegos,
agua con gusto a chilca y a pichana,
espejo de salitre en las mañanas,
donde el sol se levanta
con una cara roja de sandía madura.

Tierra de los canales rumorosos
donde viajan las truchas y los bagres
en busca de lagunas.
Y la inocente mojarrita
se entretiene en las noches
contando las estrellas que reflejan
su rígido fulgor en las acequias.

Huella del agua clara
de las vertientes incoloras,
donde duermen en lentas cabeceadas,
sobre la blanca almohada del silencio,
escuálidos espárragos,
y el hinojo lujoso de perfumes
saluda con sus ramas
la ruda presencia
de la chilca salvaje
y de los jumes.

Tierra de las acelgas,
amante de los labriegos,
mujer de los campesinos
que te preñan de surcos y de hoyos,
te lavan con agua las heridas
y te esperan alegres
en el parto de la cosecha nueva
con un grito de vida.













4

Pequeño hermano mío, labrador


Yo les canto a los niños de mi tierra,
a los niños del campo, de la siembra.
a ti, compañerito,
largas canillas flacas
metidas en la hilera, surco adentro,
con un mechón salvaje que se mece
al compás de los pámpanos y el viento.

Vengo desde tu aurora,
pequeño hermano mío,
desde la cuna vieja de tu origen,
a traerte mi canto de labriego.

A ti, mi gran muchacho,
a quien vieron temprano las mañanas
en arco sobre el surco, con la azada,
el arado y la pala, la ichuna y las tijeras.

Hombre desde tus años,
maduro de la tierra,
tu piel es seca en sol y en las estrellas.
Nadie te vio llorar,
nunca temblor de miedo,
siempre sudor y polvo,
masticando los brotes y silbando.

Te presento a mi verso,
cara sonriente y pura,
ingenioso y amigo.
Los años, lento paso,
van bebiendo tus aguas y tu sangre.

Y te veo llegar, después de todo,
seco como los álamos de otoño,
cansado en juventud,
viejo de joven,
con una queja triste en la mirada.

Adolescente en años,
hombre desde tu origen,
un hálito de macho te semeja a la tierra,
tosca pero fecunda.

Un aire a verdolagas y cerrajas
va cuajando en el viento tu sonrisa
y te tiemblan las manos, cuando lejos,
palpitas la mujer entre la brisa.


5

En noche sin estrellas,
cambiando las tapadas



Del tiempo inmemorial de los viñedos,
del pastor y la flauta,
y del dolor clavado en las arterias,
vienes cavando azadas en la tierra,
labriego, compañero.

Vienes con tus rodillas
lentas de andar sembrando
sobre la arcilla arisca
que te dejó el color y la alegría,
tonada del dolor, fiesta de hijos.

El invierno te dio con la escarchilla
un ponchazo de heladas en el pecho,
cuando en noches de julio,
solo con tu farol entre las viñas,
regabas y decías tu silbo silencioso,
pensando,
caminando,
en los hijos dormidos en la casa.

Con la azada tendida sobre el hombro,
pensando,
caminando,
que mañana serán tierra del mundo,
y serán tu dolor,
lo que has perdido,
y nacerán de nuevo por sus hijos,
para seguir sembrando,
luchando,
caminando.

Yo, que estoy en tu sangre,
te comprendo,
 y mi amor te acompaña,
labriego mendocino.

Andaremos de noche sin estrellas
a cambiar las tapadas,
a mojarnos las manos,
hasta que un frío duro de cristal en la escarcha
entumezca la carne, ya cansada.






6

Tu casa de adobes, perfume de geranios


Canto a tu casa humilde
donde el malvón le guiña
su rojo a los claveles.

A tu casa de adobes
de ventanas sin vidrios
que guarda por las noches
tu sueño silencioso.

Allí donde ha nacido,
de tu sangre, la sangre de tus hijos.

Tu casa sin cortinas
donde el humo le pinta
paisajes de carbón
a la pared blanqueada.

A tu lenta cocina
que en las mañanas sabe
de tu rara tristeza
al comenzar el día.

A tu galpón amigo
donde guardas el vino,
vino de jugo puro,
molido por tus pies
en las alegres risas de la vendimia.

Allí donde se duermen colgados los jamones,
esperando el invierno,
 y la uva sin sangre de las pasas comulga
sus sueños otoñales con el blanco tocino;
el arnés del caballo colgado en la pared
habla con el arado
al lado de las trenzas del ajo y la cebolla;
y las rojas granadas, con el cráneo partido,
esperan enlazadas la boca de los niños.

A tu casa, labriego,
pobre, pero decente,
dueña de su pobreza.
A tu casa de adobes y al parral confidente,
que en verano te ofrece sus ubres de colores,
sensuales y maduras, almibarado azúcar.

A tu jardín alegre
de las vírgenes calas
y los juncos enfermos
que han florecido
junto al canto de amor
de tu fiel compañera
y el aire de los cerros.

Canto a tu casa humilde,
morada sin cerrojos para el dolor que pide,
donde el agua y el vino,
el pan y la ternura
no tienen patrimonio.

A tu casa privada de baldosas
que guarda desde siglos
el perfume maduro de un amor sin medida;
donde en las madrugadas,
rendida de fatiga,
canta tu compañera
su canción de ternura
al hijo que tus manos,
duras de la madera,
mecen en pobre cuna.






7

Huerta jardín, lechugas y azucenas


Canto a la huerta
de las lechugas vaporosas,
donde toda la tierra tiene
las viejas digitales de tus manos,
exhausto labrador, hermano.

Donde las dormideras
proliferan su gracia de colores
junto con los tomates,
y el carmín juguetón
de los picantes rabanitos.

Al perejil pueril,
y a la nariz de bruja de la zanahoria,
el cedrón y la ruda
y el coliflor que muestra
la cabeza desnuda
con los sesos afuera.

Canto a tu huerta breve
que tiene hasta claveles
mezclados con repollos
y dalias y porotos;
berenjenas en negro,
frailes de las verduras;
y las varas de nardo y la azucena
alegrando la huerta,
y la madura boca de las fresas
tiradas entre los brazos de los zapallos.





















8

Muchacha campesina, florcita de corrihuela, te amo


Canto a tu ingenuidad, muchacha,
a tu risa de acequia,
y a tu perfil de luna sin estrellas
en tu boca de albas mensajeras.

Canto a tus años nuevos
y al camino de nardos que te anida
los pechos vaporosos que maduran
cuando afirmas tu vida por la vida.

A tu pañuelo blanco y a tus medias,
y a tu vestido viejo de maderas
con que vistes de flores las hileras.

A ti, más que a ninguna,
escama de la acequia y del olivo,
enredadera de madreselva pura.

A tu breve frescura de corrihuela
y a tu alegre canción de tamarindos,
al aliento de gráciles limones
y al beso de tu boca, flor de guindo.

Te canto esta canción porque te amo,
tanto,
que te llevo en mi verso
seguro como el sol lleva la vida.

Te canto porque te quiero,
lo mismo que a tu madre y a tu padre,
lo mismo que a mi tierra, que venero.

Si nadie te cantó, oye mi canto,
mi dulce compañera,
oye mi canto que es tan pobre y tan rico
como la misma ofrenda de tu destino herido.

Labriega mía,
cuántas veces te he visto,
cuántas veces sembrando,
atando las hileras y surqueando,
llena de tierra y sol,
firmes tus manos
manteniendo el arado sobre el surco,
jadeante, maltrecha de luchar,
sangre en las manos de la azada;
cuántas veces te he visto silenciosa,
cuántos años,
dejando en el trabajo lo mejor de tu vida,
lo mejor de tus sueños,
ilusión que te hacías cada hora
de superar la tierra y ser maestra;
cuántas veces soñaste tener libros,
y vestirte de fiesta.

Cuántas veces, humilde compañera,
soñaste mil futuros alegres en las viñas;
hasta que al fin los años te fueron lastimando,
sin una sola queja, sin un amargo llanto.

Totalmente y sin pausa
te alcanzó lo de siempre: resignarte.
Y de niña a mujer, de virgen, madre,
va para ti mi canto,
en tu noche de bodas,
en los racimos maduros de tu origen
y al dolor riguroso del parto primerizo
con que llegas de adentro,
de las raíces rojas
de tu simple crisálida de hembra,
a entregarnos con gozo,
un hijo del amor para la siembras.



9

Mates con sopaipillas mientras llueve


La lluvia musical te sorprendió temprano
Tarareando sus coplas de jarilla.

El día de la lluvia,
 hermano labrador,
te descansa las manos de la azada
y te encierra en la casa con los hijos.

Afuera, la lluvia helada
 se desune en la música del viento;
el paisaje es pesado,
las nubes cenicientas,
el agua transparente y lenta;
ríen los carolinos,
y a lo lejos,
el olivar callado se parece
al pueblo de los hongos
que florecen
en un bosque sombrío.

El agua de la lluvia
amasa con la tierra,
con la tierra del mundo,
un pan enorme y blando
que ha de cocer el sol
al mediodía.

La lluvia del invierno
siempre fue igual,
hermano.
Siempre vino callada,
como el dolor, como la muerte;
llega como un recuerdo,
nos moja lentamente,
se viene con la niebla,
con el agua,
y nos hace pensar y estar callados,
como un hermano grande y respetado.

Tú lo sabes muy bien,
labriego de mi tierra,
que las lluvias de invierno
son alegres o tristes;
si hay pan o si te falta:
la cuestión es muy simple.

Pero hoy descansarás.
Llueve,
y la tierra está húmeda
de nubes naufragadas.

¿Tarareas y cantas?
¡Ah, ya me lo imaginaba, compañero!
Ese olor a pasteles,
propio de nuestro invierno,
te reduce las fuerzas y te embriaga.


Mate con sopaipillas
al lado del bracero,
pasteles al almuerzo,
vino blanco,
alegría.

Tocarás la guitarra, tal vez,
o en la vieja mandolina recordarás canciones
hasta que muera el canto de la lluvia
y bajen los gorriones a bailar en el patio
sus alegres cuequitas entre las migas.

En la vieja cocina,
negra de hollín y humo,
hay risas de tus hijos,
protesta tu mujer,
no hay obediencia;
pero nadie se enoja cuando llueve
y la fiesta casera prosigue su camino.

Los niños fríen maíz en el brasero,
cantan y gritan, recortan figuritas,
y sus risas son sueltas de palomas
que viajan con la lluvia
y se tienden dormidas en la brisa.



















10

La chupalla en la mano y en los hombros un hijo


Hoy te veo en la tarde de noviembre,
crepusculario alegre de amapolas,
regreso del trabajo,
llenando el callejón con tu alegría;
 un atado de alfalfa bajo el brazo,
la chupalla en la mano
y en los hombros un hijo.

Golondrina en el cuello es tu pañuelo,
golondrina en el cielo de tu blusa de brines;
y tus manos son médanos,
son todo lo que el mundo te ha dado,
compañero,
para estar con la vida apretada en los brazos,
como un ruego.

Vienes, hilo de esfuerzo,
tierra en las alpargatas,
y el grito de la sed perdido en tu boca.

La tarde se humedece de tordos
y escurre  su perfume de geranio y albahaca;
y con el gusto a brotes de andar despampanando,
te llega con el aire, desde el horno redondo,
olor a pan caliente y blando.

Un asado en el patio,
patio de fuego y luna,
carcajada en la mesa y alegría,
vasos de vino azul.


Tal es la tarde de verano
en que yo te imagino,
avidoso de cama,
un temblor en los brazos te dejó la mancera,
y te tiemblan las manos
cuando sientas al hijo en tus rodillas,
párpado dormido en tu fatiga.

Tienes los dedos verdes,
verdes y lastimados.
Verde y roja es tu mano
de andar por las hileras desbrotando.

Sentado en soledad
te descubre la Luna, dormitando
debajo del parral,
pensando en la cosecha,
en los verdes racimos de noviembre,
adolescentes granos,
fruto de tu sudor
y de tus manos.






















11

Dulce mosto de la vendimia


Despierto a la mañana
con el canto del gallo,
escucho los comentarios
y las risas de las muchachas
en la galería de la casa.

Preparamos la botella de vino
y el canasto,
carne para el asado,
los tomates,
la sal y el pan casero,
y nos marchamos con la primera luz
A recoger el fruto de la viña,
esa frescura de racimos
aterciopelados y carnosos,
dóciles y amables
como el primer amor de la mujer.

Casi al trote llevamos
sobre el hombro cansado
los tachos con la uva,
recogemos la ficha
y regresamos al momento,
nos ponemos en fila,
subimos por el banco de madera
y arrojamos sobre el camión
los prietos y maduros racimos.

En un breve descanso
comparto al mediodía
el asado y el pan,
un trago de tu vino y unos mates,
y mientras esperamos que el sol
comience a declinar hacia la tarde,
entre bromas y alegres carcajadas,
jugamos a pulsear y a la clavada.

Estoy contigo, compañero,
hermano,
en el regocijo vital de la vendimia,
en esta festividad del pan y del trabajo.

Te contemplo serenamente
cuando tomas el tacho entre tus manos
y eliges otra hilera
para empezar de nuevo la faena
de recoger el zumo perfumado
que saciará la sed de las bodegas.

Unos tras otros parten los camiones
hacia el lagar goloso de racimos
y vuelven con sus carpas
humedecidas por el dulce mosto,
hasta este inquieto callejón
donde esperamos
con los tachos en fila
para apurar el día
y agotar el cansancio de la tarde.

Volvemos a la hora
en que un sol amarillo
deposita su luz en las montañas,
a lavarnos las manos y la cara
y tomar un café con pan
y dulce de membrillo.

Encendemos el tiznado farol
y ponemos la mesa junto al patio.
Como con avidez el guiso
de conejo con papas,
me sirvo vino de la jarra de vidrio
y brindo
Por tu mujer y por tus hijos,
por el precioso don de la amistad
y por el signo
de sacrificio y humildad
con que la vida te bendijo.

Observo que tus niños se han dormido
junto a la vacilante llama de un candil
y sólo queda, en la noche silenciosa,
la serenata de los grillos
y tu perfil,
cansado y armonioso,
como un héroe del campo
bajo la luz opaca de la Luna.
















12

Arrope otoñal de la melesca

Canto a la melesca
que practican los niños de mi tierra
en tardes silenciosas
del otoño dorado
cuando las hojas de las cepas tienen
amarillos y ocres estampados
sobre pálidos verdes
y naranjas tostados.

Con canastos de mimbre,
como un juego,
 recorren los cuarteles,
hilera por hilera,
y arrancan con deleite
por aquí un cencerro,
un trozo de racimo más allá,
compitiendo,
con ingenua inocencia,
y exagerando
tamaño y calidad de la melesca
que cada uno ha conseguido.

Toda esa dulce,
almibaraba savia
que dejó la vendimia,
se convertirá en arrope
que en frías tardes
comeremos con pan
o con camote asado.
Será un trozo de sol
que hará suave el cansancio
y ahuyentará la escarcha
que entumece las piernas
cuando aramos.

Como una madre generosa,
la viña multiplica
su regalo frutal,
su dulce cáliz,
 amamantando al hombre
y al cachorro del hombre,
con uva y vino de la vendimia,
con jalea y arrope de la melesca,
hasta quedar vacía,
silenciosa,
esperando la poda,
la caricia del hombre
sobre el pequeño vientre
de sus yema

13

Tonada del vino transformado en canto


Como el cogollo
que corona la tonada,
detengo aquí mi canto.

Lleno mi copa
con abundante vino
y me pongo de pie.

Brindo por la familia campesina,
por los abuelos fundadores,
por nuestros padres,
por los que son y fueron
semilla y alegría de la vida.

Brindo
por las altas montañas maternales,
por este inmenso sol
y por el aire,
por las nieves fecundas y perpetuas
que descienden plateadas
de luces por la acequia.

Quiero por fin,
depositar mi canto
en toneles del tiempo
para aguardar que,
como el vino,
de tanta soledad y de silencio,
se vuelva añejo.

Pasando así los meses de prudencia
haremos el espiche

de donde brote,
a borbollones,
la roja y brava sangre de la viña,

para gustar el vino
convertido en canto;


para gozar del canto
transformado en vino.







14

Abrazo y despedida bajo la sombra de los álamos


Ven a beber conmigo,
compañero.
Deja la zapa debajo de la hilera
y encima la chupalla amarillenta.
Ven a beber conmigo
este vaso de vino.

Tienes la barba larga
y una ausencia de soles en los ojos.
Endereza la espalda hasta el orgullo
y sécate el sudor con mi pañuelo
que estoy por entregarte el homenaje
De mi canto labriego.

Vengo aquí a reafirmar
que tú sembraste la tierra prometida,
que cada germinar tuvo tu origen,
que cada cepa y cada olivo,
desde el tiempo del campo sin acequias,
del salitre y la sed de las pichanas,
del retortuño duro
y el trabajo del sol quemando carne,
todo se gestó en las entrañas
de tu coraje visionario.

¿Ves esos verdes álamos
desparramados bajo el cielo?
¿Ves las grandes bodegas y las viñas
y los campos labrados donde pace el ganado,
inmensos olivares
y frutales,
todo lo que fue
por tus manos sembrado,
toda la tierra, hermano,
toda la tierra?

La muestra que al turista
de la ciudad asombra,
la exhibición agrícola y vinícola
con que muchos se jactan de este suelo
sin pronunciar tu nombre,
sin mencionar tus manos,
tiene hasta el aroma,
hermano,
de tu sombra.
Y todo cuanto brota,
todo este verdor acumulado
se originó en tu esfuerzo,
en el valor
de tu trabajo solitario.

Que vengan a negarlo los perdidos,
los hombres sin motivo.
Que vengan a negarlo y les daremos
un arado y un silbo
y una azada sin filo para cavar su miedo.

Que vengan con sus títulos robados a la tierra
y arderemos con ellos la fogata de invierno.

Esta será tu tierra y no tu amo;
 que nadie es más que tú,
ni los obispos,
ni el anillo de oro,
ni el titulo enviciado,
ni la sangre en color de cielo aguado
con que alimenta su sueño de grandeza
la mente de los genios marchitados.

Que vengan a engañarte con milagros
Y con cielos prestados.
Que vengan a engañarte como antes
Eunucos embolsados;
Que vengan a engañarte y les diremos
Lo que de siglo en siglo hemos callado.

Desprende tu camisa de sudores,
alza tu limpia frente que hoy te digo
la frase primordial de los dolores:

¡Ámate como a Dios
y desnuda tu vida de temores!

¡La Tierra Universal vive contigo!



*




GLOSARIO


CALLEJÓN – Especie de calle interna, entre dos cuarteles de vid.
CAMOTE – Batata
CARPA – Lona impermeable utilizada para cubrir los vehículos que transportan uva desde los viñedos a la bodega; evita que se derrame el mosto.
CENCERRO – Racimo de uva, pequeño, de formación y maduración tardías, que ocasionalmente forma la vid en la etapa final de su ciclo vegetativo.
CEPA – Planta de la vid.
CERRAJA – Hierba de tallo hueco y hojas jugosas, de flores amarillas en corimbo.
CLAVADA – Juego que consiste en arrojar la tijera de cortar uva a determinada distancia y clavarla de punte sobre el suelo.
COGOLLO – Agregado que se recita al final de las tonadas en forma de alabanza o de carácter picaresco.
CORRIHUELA – Correhuela. Planta de tallos largos y rastreros, flores acampanadas y muy perfumadas.
CUARTEL – Unidad agrícola, separada por callejones, formando en su conjunto los viñedos.
CHILCA – Arbusto bajo, de color verde oscuro, frondoso y balsámico.
CHINGOLO – Pájaro pequeño de canto agradable.
CHIMANGO – Ave de rapiña.
CHIPICA – Gramilla silvestre, muy combatida por los agricultores.
CHUPALLA – Sombrero de paja de alas anchas.
DESBROTAR – Quitar a mano los brotes de vicio que crecen en el tronco de la cepa.
DESPAMPANAR – Cortar con hoz o machete los rebrotes de los pámpanos de la vid previamente envueltos en los alambres que sirven de sostén y guía a las cepas.
DORMIDERA – Adormidera. Amapola.
FICHA – Elemento de metal o cartón que se entrega por cada tacho de uva cosechada y que, al finalizar la vendimia, se cambia por dinero.
JARILLA – Arbusto muy resinoso.
JUNCO –Planta de jardín, de flores amarillas, muy perfumadas.
JUME – Arbusto cuyas cenizas se emplean para producir lejía.
ICHUNA – Hoz.
LAGAR – Sector de la bodega donde se recibe la uva para iniciar la molienda.
LENGUA DE BUEY – Hierba silvestre, comestible, semejante a la acelga.
MELESCA – Labor que suele practicarse una vez terminada la vendimia. Consiste en la recolección de gajos y pequeños racimos de uva  que, involuntariamente, suelen quedar en las cepas.
PASTEL – Comida similar a la empanada criolla que se fríe en grasa.
PÁMPANO – Sarmiento tierno de la vid.
PICHANA – Arbusto  fibroso y resinoso, que suele emplearse en el medio rural para fabricar escobas caseras.
PULSEAR – Juego practicado entre dos personas para probar la fuerza del pulso.
RETORTUÑO – Planta espinosa de la llanura desértica.
RUDA – Planta de flores amarillas, de fuerte olor, empleada en la medicina casera.
SOPAIPILLA – Especie de torta frita, redonda y aplastada, con un hueco en el centro.
TACHO – Recipiente de cinc, de forma rectangular, que se emplea para recoger la uva en la cosecha.
TAMARINDO – Árbol leguminoso de color rojo sepia.
TAPADA – Conjunto de diez o más surcos que se riegan a la vez.
VERDOLAGA – Planta de hojas asentadas y carnosas que se come como verdura.
ZAPA – Azada, herramienta de trabajo.

*
  



CANTO LABRIEGO se terminó de imprimir
En Córdoba, Argentina, en el mes de
Abril de 2012


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