Algún día saldremos a la calle
con alpargatas nuevas
a cantar nuestro himno,
hermano labrador.
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN
Si
el Poema, como el buen vino tinto, se añeja y perfecciona en el tiempo de la
espera silenciosa, si sobrevive a los intereses ideológicos y a las guerras de
las estéticas, si trasciende su origen (el más humilde de todos los espacios
poéticos posibles), si en lugar de tinta por su cuerpo, pleno de energía, corre
el vino consagrado a la familia labriega, y si en el esplendor de sus imágenes
permanece vital la sangre del joven que lo escribió, entonces tendremos derecho
a formular un brindis.
El
20 de octubre de 1955, por generosidad de don Gildo D’Accurzzio, el mítico
mecenas y editor de Mendoza, se realizó la primera impresión de este libro y, por perfecta sincronía, no
por simple casualidad, un 20 de octubre de 1989, mi buen padre don
Victoriano se fue a dormir bajo las raíces de las viñas y los álamos que tanto me enseñó a amar. Mi mamá, doña
Fuensanta, salió a buscarlo unos años después, tan hija de la tierra era ella,
mi única heredad.
Desde
Córdoba, lugar de soledades, de amores y trabajos, vuelvo una y otra vez a
Mendoza al encuentro de su sol, de los olores de la infancia, de mis raíces
campesinas, de las altas montañas maternales, tan impecables en su altura y en
su luz, tan sólidas como el sello de fidelidad a mi origen que conservo en el corazón.
Este
Canto es el testigo simple de mí mismo, mi testimonio de permanencia en un paisaje que apenas ha cambiado, mi
respeto a los que fueron, a los que son y aquellos que vendrán, hombres y
mujeres y niños que van y vienen entre los viñedos y las chacras, perpetuamente
sintonizados a mi alma y a quienes rindo, nuevamente, mi homenaje.
Por
último, y ya que el Poema permanece con el sabor invicto de la tierra, saquemos
el espiche a la bordalesa y brindemos, para gustar el vino convertido en canto,
para gozar del canto convertido en vino.
1
Te
contemplo en silencio y te saludo
Canto por el
camino,
sombra soy de la
sombra,
y la herramienta del canto.
Con la camisa
abierta sobre el pecho,
te prodigo un
saludo y un abrazo,
labriego compañero,
elemento esencial
de mi provincia,
a quien nadie cantó
como yo quiero.
Vengo a desenterrar
contigo
la canción de las
viñas y las chacras;
la tierra
mendocina, viejo vino,
aún te adeuda la
historia del trabajo,
la historia del
dolor
y del racimo.
Para tu heroica
lucha,
incomprendido
esfuerzo,
voy a amasar mi
canto,
hecho con la
esperanza de acercarme
a tu humilde
silencio y contemplarte
con la alegría
limpia de los niños,
y cantarte.
2
Sabor
a tierra y sal tienen tus manos
Me vine con el
canto de los labriegos,
lleno mi corazón de
sus guitarras,
maduro de sus
risas,
y alegre como el
trino de los chingolos.
La mañana ritual
ofrece al campo
su lánguido
sahumerio de eucaliptos.
La víbora del agua
se escabulle en la acequia.
En el potrero verde
relinchan los caballos.
Arriba, los
chimangos,
tejen la melodía
del vigía incansable.
Voy con mi canto,
hecho de mis
raíces,
hasta el aliento
mismo de la mañana;
me embriago desde
el viento,
entre añosos
nogales, higueras funerales
y maduras granadas:
dientes de sangre al sol.
Junto a la tierra
mía, soy feliz, compañero,
en esta tierra que
venimos labrando
desde la noche
genital de nuestros padres.
Desde entonces a
hoy somos hermanos;
desde entonces a
hoy,
hasta la última
vendimia,
llevamos el sabor,
el gusto a tierra y
sol entre las manos.
Andar por la mañana
es alegría,
mojado de rocío en
las chipicas;
caminar sobre el
trébol de la acequia
y llenarse de verde
en sus colores.
Cortar alfalfa para
los caballos,
lengua de buey,
cebada, hinojos y cerrajas
para los conejos
blancos: ojos rosados.
Todo esto y también
alegrar las gallinas
con puñados de maíz dorado;
afrechillo a los
chanchos,
pasto para las
cabras
y soltar a los
patos en la acequia.
Y después tu
comida,
tu sencillo café
del desayuno,
pan tostado con
grasa,
un trozo de jamón o
un huevo frito.
Eres tan humilde y
tan callado como las uvas.
Eres alegre y
triste, labriego, compañero.
Eres la vida misma
sin mentiras,
franco origen de
hombre metido hasta las células,
para venir ahora
germinada en los siglos,
en la hora solemne
de los pueblos,
a levantar la voz,
gritando fuerte:
¡Aquí estamos,
hermanos, compañeros!
Y el eco se remonta
hasta la noche
misma de los volcanes
y vuelve en
terremotos de verdades,
trayendo
afirmaciones
Y voluntades.
Labriego amigo,
hoy te veo en la
tierra,
entre parvas de
pasto, entre los surcos,
columna vertebral
en las auroras,
puente de dura
arena entre los ojos,
un silbo de zorzl
gira en el viento
tu canto
inmensamente grande,
inmensamente
abierto.
3
Chacra
de las acequias silenciosas
Tierra de los
labriegos,
agua con gusto a
chilca y a pichana,
espejo de salitre
en las mañanas,
donde el sol se
levanta
con una cara roja
de sandía madura.
Tierra de los
canales rumorosos
donde viajan las
truchas y los bagres
en busca de
lagunas.
Y la inocente
mojarrita
se entretiene en
las noches
contando las
estrellas que reflejan
su rígido fulgor en
las acequias.
Huella del agua
clara
de las vertientes
incoloras,
donde duermen en
lentas cabeceadas,
sobre la blanca
almohada del silencio,
escuálidos
espárragos,
y el hinojo lujoso
de perfumes
saluda con sus
ramas
la ruda presencia
de la chilca
salvaje
y de los jumes.
Tierra de las
acelgas,
amante de los
labriegos,
mujer de los
campesinos
que te preñan de
surcos y de hoyos,
te lavan con agua
las heridas
y te esperan
alegres
en el parto de la
cosecha nueva
con un grito de
vida.
4
Pequeño
hermano mío, labrador
Yo les canto a los
niños de mi tierra,
a los niños del
campo, de la siembra.
a ti, compañerito,
largas canillas
flacas
metidas en la
hilera, surco adentro,
con un mechón
salvaje que se mece
al compás de los
pámpanos y el viento.
Vengo desde tu
aurora,
pequeño hermano
mío,
desde la cuna vieja
de tu origen,
a traerte mi canto
de labriego.
A ti, mi gran muchacho,
a quien vieron
temprano las mañanas
en arco sobre el
surco, con la azada,
el arado y la pala,
la ichuna y las tijeras.
Hombre desde tus
años,
maduro de la
tierra,
tu piel es seca en
sol y en las estrellas.
Nadie te vio
llorar,
nunca temblor de miedo,
siempre sudor y
polvo,
masticando los
brotes y silbando.
Te presento a mi
verso,
cara sonriente y
pura,
ingenioso y amigo.
Los años, lento
paso,
van bebiendo tus
aguas y tu sangre.
Y te veo llegar,
después de todo,
seco como los
álamos de otoño,
cansado en
juventud,
viejo de joven,
con una queja
triste en la mirada.
Adolescente en
años,
hombre desde tu
origen,
un hálito de macho
te semeja a la tierra,
tosca pero fecunda.
Un aire a
verdolagas y cerrajas
va cuajando en el
viento tu sonrisa
y te tiemblan las
manos, cuando lejos,
palpitas la mujer
entre la brisa.
5
En
noche sin estrellas,
cambiando
las tapadas
Del tiempo
inmemorial de los viñedos,
del pastor y la
flauta,
y del dolor clavado
en las arterias,
vienes cavando
azadas en la tierra,
labriego,
compañero.
Vienes con tus
rodillas
lentas de andar
sembrando
sobre la arcilla
arisca
que te dejó el
color y la alegría,
tonada del dolor,
fiesta de hijos.
El invierno te dio
con la escarchilla
un ponchazo de
heladas en el pecho,
cuando en noches de
julio,
solo con tu farol
entre las viñas,
regabas y decías tu
silbo silencioso,
pensando,
caminando,
en los hijos
dormidos en la casa.
Con la azada
tendida sobre el hombro,
pensando,
caminando,
que mañana serán
tierra del mundo,
y serán tu dolor,
lo que has perdido,
y nacerán de nuevo
por sus hijos,
para seguir
sembrando,
luchando,
caminando.
Yo, que estoy en tu
sangre,
te comprendo,
y mi amor te acompaña,
labriego mendocino.
Andaremos de noche
sin estrellas
a cambiar las
tapadas,
a mojarnos las
manos,
hasta que un frío
duro de cristal en la escarcha
entumezca la carne,
ya cansada.
6
Tu
casa de adobes, perfume de geranios
Canto a tu casa
humilde
donde el malvón le
guiña
su rojo a los
claveles.
A tu casa de adobes
de ventanas sin
vidrios
que guarda por las
noches
tu sueño
silencioso.
Allí donde ha
nacido,
de tu sangre, la
sangre de tus hijos.
Tu casa sin
cortinas
donde el humo le
pinta
paisajes de carbón
a la pared
blanqueada.
A tu lenta cocina
que en las mañanas
sabe
de tu rara tristeza
al comenzar el día.
A tu galpón amigo
donde guardas el
vino,
vino de jugo puro,
molido por tus pies
en las alegres
risas de la vendimia.
Allí donde se
duermen colgados los jamones,
esperando el
invierno,
y la uva sin sangre de las pasas comulga
sus sueños otoñales
con el blanco tocino;
el arnés del
caballo colgado en la pared
habla con el arado
al lado de las
trenzas del ajo y la cebolla;
y las rojas
granadas, con el cráneo partido,
esperan enlazadas
la boca de los niños.
A tu casa,
labriego,
pobre, pero
decente,
dueña de su
pobreza.
A tu casa de adobes
y al parral confidente,
que en verano te
ofrece sus ubres de colores,
sensuales y
maduras, almibarado azúcar.
A tu jardín alegre
de las vírgenes
calas
y los juncos
enfermos
que han florecido
junto al canto de
amor
de tu fiel
compañera
y el aire de los
cerros.
Canto a tu casa
humilde,
morada sin cerrojos
para el dolor que pide,
donde el agua y el
vino,
el pan y la ternura
no tienen
patrimonio.
A tu casa privada
de baldosas
que guarda desde
siglos
el perfume maduro
de un amor sin medida;
donde en las
madrugadas,
rendida de fatiga,
canta tu compañera
su canción de
ternura
al hijo que tus
manos,
duras de la madera,
mecen en pobre
cuna.
7
Huerta
jardín, lechugas y azucenas
Canto a la huerta
de las lechugas
vaporosas,
donde toda la
tierra tiene
las viejas
digitales de tus manos,
exhausto labrador,
hermano.
Donde las
dormideras
proliferan su
gracia de colores
junto con los
tomates,
y el carmín
juguetón
de los picantes
rabanitos.
Al perejil pueril,
y a la nariz de
bruja de la zanahoria,
el cedrón y la ruda
y el coliflor que
muestra
la cabeza desnuda
con los sesos
afuera.
Canto a tu huerta
breve
que tiene hasta
claveles
mezclados con
repollos
y dalias y porotos;
berenjenas en
negro,
frailes de las
verduras;
y las varas de
nardo y la azucena
alegrando la
huerta,
y la madura boca de
las fresas
tiradas entre los
brazos de los zapallos.
8
Muchacha
campesina, florcita de corrihuela, te amo
Canto a tu
ingenuidad, muchacha,
a tu risa de
acequia,
y a tu perfil de
luna sin estrellas
en tu boca de albas
mensajeras.
Canto a tus años
nuevos
y al camino de
nardos que te anida
los pechos
vaporosos que maduran
cuando afirmas tu
vida por la vida.
A tu pañuelo blanco
y a tus medias,
y a tu vestido
viejo de maderas
con que vistes de
flores las hileras.
A ti, más que a
ninguna,
escama de la
acequia y del olivo,
enredadera de
madreselva pura.
A tu breve frescura
de corrihuela
y a tu alegre
canción de tamarindos,
al aliento de
gráciles limones
y al beso de tu
boca, flor de guindo.
Te canto esta
canción porque te amo,
tanto,
que te llevo en mi
verso
seguro como el sol
lleva la vida.
Te canto porque te
quiero,
lo mismo que a tu
madre y a tu padre,
lo mismo que a mi
tierra, que venero.
Si nadie te cantó,
oye mi canto,
mi dulce compañera,
oye mi canto que es
tan pobre y tan rico
como la misma
ofrenda de tu destino herido.
Labriega mía,
cuántas veces te he
visto,
cuántas veces
sembrando,
atando las hileras
y surqueando,
llena de tierra y sol,
firmes tus manos
manteniendo el
arado sobre el surco,
jadeante, maltrecha
de luchar,
sangre en las manos
de la azada;
cuántas veces te he
visto silenciosa,
cuántos años,
dejando en el
trabajo lo mejor de tu vida,
lo mejor de tus
sueños,
ilusión que te
hacías cada hora
de superar la
tierra y ser maestra;
cuántas veces
soñaste tener libros,
y vestirte de
fiesta.
Cuántas veces,
humilde compañera,
soñaste mil futuros
alegres en las viñas;
hasta que al fin
los años te fueron lastimando,
sin una sola queja,
sin un amargo llanto.
Totalmente y sin
pausa
te alcanzó lo de
siempre: resignarte.
Y de niña a mujer,
de virgen, madre,
va para ti mi
canto,
en tu noche de
bodas,
en los racimos
maduros de tu origen
y al dolor riguroso
del parto primerizo
con que llegas de
adentro,
de las raíces rojas
de tu simple
crisálida de hembra,
a entregarnos con
gozo,
un hijo del amor
para la siembras.
9
Mates
con sopaipillas mientras llueve
La lluvia musical
te sorprendió temprano
Tarareando sus
coplas de jarilla.
El día de la
lluvia,
hermano labrador,
te descansa las
manos de la azada
y te encierra en la
casa con los hijos.
Afuera, la lluvia
helada
se desune en la música del viento;
el paisaje es
pesado,
las nubes
cenicientas,
el agua
transparente y lenta;
ríen los carolinos,
y a lo lejos,
el olivar callado
se parece
al pueblo de los
hongos
que florecen
en un bosque
sombrío.
El agua de la
lluvia
amasa con la
tierra,
con la tierra del
mundo,
un pan enorme y
blando
que ha de cocer el
sol
al mediodía.
La lluvia del
invierno
siempre fue igual,
hermano.
Siempre vino
callada,
como el dolor, como
la muerte;
llega como un
recuerdo,
nos moja
lentamente,
se viene con la
niebla,
con el agua,
y nos hace pensar y
estar callados,
como un hermano
grande y respetado.
Tú lo sabes muy
bien,
labriego de mi
tierra,
que las lluvias de
invierno
son alegres o
tristes;
si hay pan o si te
falta:
la cuestión es muy
simple.
Pero hoy
descansarás.
Llueve,
y la tierra está
húmeda
de nubes
naufragadas.
¿Tarareas y cantas?
¡Ah, ya me lo
imaginaba, compañero!
Ese olor a
pasteles,
propio de nuestro
invierno,
te reduce las
fuerzas y te embriaga.
Mate con
sopaipillas
al lado del
bracero,
pasteles al
almuerzo,
vino blanco,
alegría.
Tocarás la
guitarra, tal vez,
o en la vieja
mandolina recordarás canciones
hasta que muera el
canto de la lluvia
y bajen los
gorriones a bailar en el patio
sus alegres
cuequitas entre las migas.
En la vieja cocina,
negra de hollín y
humo,
hay risas de tus
hijos,
protesta tu mujer,
no hay obediencia;
pero nadie se enoja
cuando llueve
y la fiesta casera
prosigue su camino.
Los niños fríen
maíz en el brasero,
cantan y gritan,
recortan figuritas,
y sus risas son
sueltas de palomas
que viajan con la
lluvia
y se tienden
dormidas en la brisa.
10
La
chupalla en la mano y en los hombros un hijo
Hoy te veo en la
tarde de noviembre,
crepusculario
alegre de amapolas,
regreso del
trabajo,
llenando el
callejón con tu alegría;
un atado de alfalfa bajo el brazo,
la chupalla en la mano
y en los hombros un
hijo.
Golondrina en el
cuello es tu pañuelo,
golondrina en el
cielo de tu blusa de brines;
y tus manos son
médanos,
son todo lo que el
mundo te ha dado,
compañero,
para estar con la
vida apretada en los brazos,
como un ruego.
Vienes, hilo de
esfuerzo,
tierra en las
alpargatas,
y el grito de la
sed perdido en tu boca.
La tarde se
humedece de tordos
y escurre su perfume de geranio y albahaca;
y con el gusto a
brotes de andar despampanando,
te llega con el
aire, desde el horno redondo,
olor a pan caliente
y blando.
Un asado en el
patio,
patio de fuego y
luna,
carcajada en la
mesa y alegría,
vasos de vino azul.
Tal es la tarde de
verano
en que yo te
imagino,
avidoso de cama,
un temblor en los
brazos te dejó la mancera,
y te tiemblan las
manos
cuando sientas al
hijo en tus rodillas,
párpado dormido en
tu fatiga.
Tienes los dedos
verdes,
verdes y
lastimados.
Verde y roja es tu
mano
de andar por las
hileras desbrotando.
Sentado en soledad
te descubre la Luna , dormitando
debajo del parral,
pensando en la
cosecha,
en los verdes
racimos de noviembre,
adolescentes
granos,
fruto de tu sudor
y de tus manos.
11
Dulce
mosto de la vendimia
Despierto a la
mañana
con el canto del
gallo,
escucho los
comentarios
y las risas de las
muchachas
en la galería de la
casa.
Preparamos la
botella de vino
y el canasto,
carne para el
asado,
los tomates,
la sal y el pan
casero,
y nos marchamos con
la primera luz
A recoger el fruto
de la viña,
esa frescura de
racimos
aterciopelados y
carnosos,
dóciles y amables
como el primer amor
de la mujer.
Casi al trote
llevamos
sobre el hombro
cansado
los tachos con la
uva,
recogemos la ficha
y regresamos al
momento,
nos ponemos en
fila,
subimos por el
banco de madera
y arrojamos sobre
el camión
los prietos y
maduros racimos.
En un breve
descanso
comparto al
mediodía
el asado y el pan,
un trago de tu vino
y unos mates,
y mientras
esperamos que el sol
comience a declinar
hacia la tarde,
entre bromas y
alegres carcajadas,
jugamos a pulsear y
a la clavada.
Estoy contigo,
compañero,
hermano,
en el regocijo
vital de la vendimia,
en esta festividad
del pan y del trabajo.
Te contemplo
serenamente
cuando tomas el
tacho entre tus manos
y eliges otra
hilera
para empezar de
nuevo la faena
de recoger el zumo
perfumado
que saciará la sed
de las bodegas.
Unos tras otros
parten los camiones
hacia el lagar
goloso de racimos
y vuelven con sus
carpas
humedecidas por el
dulce mosto,
hasta este inquieto
callejón
donde esperamos
con los tachos en
fila
para apurar el día
y agotar el
cansancio de la tarde.
Volvemos a la hora
en que un sol
amarillo
deposita su luz en
las montañas,
a lavarnos las
manos y la cara
y tomar un café con
pan
y dulce de
membrillo.
Encendemos el
tiznado farol
y ponemos la mesa
junto al patio.
Como con avidez el
guiso
de conejo con
papas,
me sirvo vino de la
jarra de vidrio
y brindo
Por tu mujer y por
tus hijos,
por el precioso don
de la amistad
y por el signo
de sacrificio y
humildad
con que la vida te
bendijo.
Observo que tus
niños se han dormido
junto a la
vacilante llama de un candil
y sólo queda, en la
noche silenciosa,
la serenata de los
grillos
y tu perfil,
cansado y
armonioso,
como un héroe del
campo
bajo la luz opaca
de la Luna.
12
Arrope
otoñal de la melesca
Canto a la melesca
que practican los
niños de mi tierra
en tardes
silenciosas
del otoño dorado
cuando las hojas de
las cepas tienen
amarillos y ocres
estampados
sobre pálidos
verdes
y naranjas
tostados.
Con canastos de
mimbre,
como un juego,
recorren los cuarteles,
hilera por hilera,
y arrancan con
deleite
por aquí un
cencerro,
un trozo de racimo
más allá,
compitiendo,
con ingenua
inocencia,
y exagerando
tamaño y calidad de
la melesca
que cada uno ha
conseguido.
Toda esa dulce,
almibaraba savia
que dejó la
vendimia,
se convertirá en
arrope
que en frías tardes
comeremos con pan
o con camote asado.
Será un trozo de
sol
que hará suave el
cansancio
y ahuyentará la
escarcha
que entumece las
piernas
cuando aramos.
Como una madre
generosa,
la viña multiplica
su regalo frutal,
su dulce cáliz,
amamantando al hombre
y al cachorro del
hombre,
con uva y vino de
la vendimia,
con jalea y arrope
de la melesca,
hasta quedar vacía,
silenciosa,
esperando la poda,
la caricia del
hombre
sobre el pequeño
vientre
de sus yema
13
Tonada
del vino transformado en canto
Como el cogollo
que corona la
tonada,
detengo aquí mi
canto.
Lleno mi copa
con abundante vino
y me pongo de pie.
Brindo por la
familia campesina,
por los abuelos
fundadores,
por nuestros
padres,
por los que son y
fueron
semilla y alegría
de la vida.
Brindo
por las altas
montañas maternales,
por este inmenso
sol
y por el aire,
por las nieves
fecundas y perpetuas
que descienden
plateadas
de luces por la
acequia.
Quiero por fin,
depositar mi canto
en toneles del
tiempo
para aguardar que,
como el vino,
de tanta soledad y
de silencio,
se vuelva añejo.
Pasando así los
meses de prudencia
haremos el espiche
de donde brote,
a borbollones,
la roja y brava sangre
de la viña,
para gustar el vino
convertido en
canto;
para gozar del
canto
transformado en
vino.
14
Abrazo
y despedida bajo la sombra de los álamos
Ven a beber
conmigo,
compañero.
Deja la zapa debajo
de la hilera
y encima la
chupalla amarillenta.
Ven a beber conmigo
este vaso de vino.
Tienes la barba
larga
y una ausencia de
soles en los ojos.
Endereza la espalda
hasta el orgullo
y sécate el sudor
con mi pañuelo
que estoy por
entregarte el homenaje
De mi canto
labriego.
Vengo aquí a reafirmar
que tú sembraste la
tierra prometida,
que cada germinar
tuvo tu origen,
que cada cepa y
cada olivo,
desde el tiempo del
campo sin acequias,
del salitre y la
sed de las pichanas,
del retortuño duro
y el trabajo del
sol quemando carne,
todo se gestó en
las entrañas
de tu coraje
visionario.
¿Ves esos verdes
álamos
desparramados bajo
el cielo?
¿Ves las grandes
bodegas y las viñas
y los campos
labrados donde pace el ganado,
inmensos olivares
y frutales,
todo lo que fue
por tus manos
sembrado,
toda la tierra,
hermano,
toda la tierra?
La muestra que al
turista
de la ciudad
asombra,
la exhibición
agrícola y vinícola
con que muchos se
jactan de este suelo
sin pronunciar tu
nombre,
sin mencionar tus
manos,
tiene hasta el
aroma,
hermano,
de tu sombra.
Y todo cuanto
brota,
todo este verdor
acumulado
se originó en tu
esfuerzo,
en el valor
de tu trabajo
solitario.
Que vengan a
negarlo los perdidos,
los hombres sin
motivo.
Que vengan a
negarlo y les daremos
un arado y un silbo
y una azada sin
filo para cavar su miedo.
Que vengan con sus
títulos robados a la tierra
y arderemos con
ellos la fogata de invierno.
Esta será tu tierra
y no tu amo;
que nadie es más que tú,
ni los obispos,
ni el anillo de
oro,
ni el titulo
enviciado,
ni la sangre en color
de cielo aguado
con que alimenta su
sueño de grandeza
la mente de los
genios marchitados.
Que vengan a
engañarte con milagros
Y con cielos
prestados.
Que vengan a
engañarte como antes
Eunucos embolsados;
Que vengan a
engañarte y les diremos
Lo que de siglo en
siglo hemos callado.
Desprende tu camisa
de sudores,
alza tu limpia
frente que hoy te digo
la frase primordial
de los dolores:
¡Ámate como a Dios
y desnuda tu vida
de temores!
¡La Tierra Universal
vive contigo!
*
GLOSARIO
CALLEJÓN – Especie de calle interna,
entre dos cuarteles de vid.
CAMOTE – Batata
CARPA – Lona impermeable utilizada
para cubrir los vehículos que transportan uva desde los viñedos a la bodega;
evita que se derrame el mosto.
CENCERRO – Racimo de uva, pequeño,
de formación y maduración tardías, que ocasionalmente forma la vid en la etapa
final de su ciclo vegetativo.
CEPA – Planta de la vid.
CERRAJA – Hierba de tallo hueco y
hojas jugosas, de flores amarillas en corimbo.
CLAVADA – Juego que consiste en
arrojar la tijera de cortar uva a determinada distancia y clavarla de punte
sobre el suelo.
COGOLLO – Agregado que se recita al
final de las tonadas en forma de alabanza o de carácter picaresco.
CORRIHUELA – Correhuela. Planta de
tallos largos y rastreros, flores acampanadas y muy perfumadas.
CUARTEL – Unidad agrícola, separada
por callejones, formando en su conjunto los viñedos.
CHILCA – Arbusto bajo, de color
verde oscuro, frondoso y balsámico.
CHINGOLO – Pájaro pequeño de canto
agradable.
CHIMANGO – Ave de rapiña.
CHIPICA – Gramilla silvestre, muy
combatida por los agricultores.
CHUPALLA – Sombrero de paja de alas
anchas.
DESBROTAR – Quitar a mano los brotes
de vicio que crecen en el tronco de la cepa.
DESPAMPANAR – Cortar con hoz o
machete los rebrotes de los pámpanos de la vid previamente envueltos en los
alambres que sirven de sostén y guía a las cepas.
DORMIDERA – Adormidera. Amapola.
FICHA – Elemento de metal o cartón
que se entrega por cada tacho de uva cosechada y que, al finalizar la vendimia,
se cambia por dinero.
JARILLA – Arbusto muy resinoso.
JUNCO –Planta de jardín, de flores
amarillas, muy perfumadas.
JUME – Arbusto cuyas cenizas se
emplean para producir lejía.
ICHUNA – Hoz.
LAGAR – Sector de la bodega donde se
recibe la uva para iniciar la molienda.
LENGUA DE BUEY – Hierba silvestre,
comestible, semejante a la acelga.
MELESCA – Labor que suele
practicarse una vez terminada la vendimia. Consiste en la recolección de gajos
y pequeños racimos de uva que,
involuntariamente, suelen quedar en las cepas.
PASTEL – Comida similar a la
empanada criolla que se fríe en grasa.
PÁMPANO – Sarmiento tierno de la
vid.
PICHANA – Arbusto fibroso y resinoso, que suele emplearse en el
medio rural para fabricar escobas caseras.
PULSEAR – Juego practicado entre dos
personas para probar la fuerza del pulso.
RETORTUÑO – Planta espinosa de la
llanura desértica.
RUDA – Planta de flores amarillas,
de fuerte olor, empleada en la medicina casera.
SOPAIPILLA – Especie de torta frita,
redonda y aplastada, con un hueco en el centro.
TACHO – Recipiente de cinc, de forma
rectangular, que se emplea para recoger la uva en la cosecha.
TAMARINDO – Árbol leguminoso de
color rojo sepia.
TAPADA – Conjunto de diez o más
surcos que se riegan a la vez.
VERDOLAGA – Planta de hojas
asentadas y carnosas que se come como verdura.
ZAPA – Azada, herramienta de
trabajo.
*
CANTO LABRIEGO se
terminó de imprimir
En Córdoba,
Argentina, en el mes de
Abril de 2012
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