JUAN COLETTI
A mis hijos
María
Soledad y León
brujitos de la luz,
encantados y traviesos,
que han hechizado mi vida
con la magia de su
amor.
Córdoba, Marzo de 1979.
EL AUTOR
Capítulo 1
CASAMIENTO DE CATINGA Y CABALANGO
Sandunga,
la Bruja Suprema de las Sierras Grandes,
sentada sobre un trono tallado en la piedra, esperó que los novios se
tomaran de la mano para decirles con una potente voz que resonó en la oscuridad
de la noche:
-Catinga
em Cabalango, ¿manga tengue pinti?
Ellos
respondieron en medio de estridentes carcajadas:
-Melen
kili tungu amamba Sandunga.
La
ceremonia nupcial se celebraba, bajo la
luz opaca de la Luna, para unir en matrimonio a dos jóvenes brujos de las
sierras. Hablaban en puncum, el
idioma secreto de los magos, para que ningún ser humano pudiera comprender el significado de lo que decían.
Lo que
Sandunga había preguntado quiere decir: “Catinga y Cabalango, ¿se aceptan
mutuamente como esposos?”, a lo que los novios habían respondido: “Deseamos,
bruja Sandunga, estar unidos para toda la vida”.
La novia, flaca y alta, estaba vestida de
rojo, con un flor de cacto prendida en sus despeinados y largos cabellos. El
novio, igualmente feo, era gordo y bajo, semejante a un sapo por sus enormes
ojos saltones y una abultada barriga. Parecían felices y se miraban tontamente,
intercambiando guiñadas y bruscos empujones que la concurrencia festejaba con
grandes carcajadas y gritos.
Para
completar el curioso rito, Sandunga descendió lentamente del sitial con un
cuerno en su mano derecha, lleno de cuncuncolo,
la bebida que los magos toman una sola vez en la vida, después de un juramento
de amor.
La Bruja
Suprema se aproximó a los novios y les dijo:
-Tibi
longo curcum Cabalango em Catinga. Bamba leben pili. (Les deseo larga
vida, Cabalango y Catinga. Sean buenos brujos).
Sandunga
empinó el cuerno y bebió unas gotas de la mágica poción, luego hizo lo mismo
Catinga, después Cabalango y de inmediato cada uno de los numerosos invitados.
A una señal dada por la más poderosa de las brujas, comenzaron a salir de la
cueva donde se había efectuado la boda, hacia un amplio corredor de piedras
lajas que terminaba abruptamente en un profundo abismo.
Tendieron
unos largos y rústicos manteles sobre los que sirvieron los sabrosos manjares
que comen los seres encantados: carne de quirquincho asado, huevos de víbora,
refrescos de tuna, leche de higuera, cola de iguana con salsa de miel de la
abeja camoatí, ranas fritas en grasa de caballo, truchas del diablo cocidas al
limón, jugo de carqueja amarga y muchas otras exquisiteces.
Vinieron
después los músicos portando rústicos instrumentos y armaron, sobre una especie
de escenario de mármol gris, una improvisada orquesta que tocó el conocido Vals
de la Maldad, la Polca de los Duendes y, a pedido del público, la Zamba de la Noche Tenebrosa, para que bailaran los
novios y los padrinos.
Sonaba por
el ancho Valle del Silencio, que estaba al pie de las altas montañas, el
desordenado ruido de la música y la agorera voz de los cantores, cuando un
grito prolongado, semejante al aullido de un perro salvaje, llenó el aire de la
noche paralizando el corazón de los asistentes. Aunque la comunidad estaba
acostumbrada a una vida perversa y cruel, aquellos alaridos parecieron
desconcertarlos. Repentinamente, todos hicieron un temeroso silencio.
Levantaron
la vista y vieron descolgarse del cielo la negra silueta de Catanga, la Bruja
Solitaria, que llegaba montada en su
veloz escoba voladora. Se detuvo defensivamente a unos pocos metros de la
reunión y gritó:
-¡Brujos
malditos! ¿Por qué no me invitaron? ¿Qué significa esta ofensa?
-No
mereces estar aquí – le contestó
Catinga, la joven desposada-, porque eres una bruja huraña, sin familia ni
amigos. Vete, aquí nadie te quiere. ¡Fuera de mi fiesta!
-Es verdad
–agregó Cabalango con gestos de amenaza -, no te queremos. Tu presencia nos hace daño. ¡Fuera!
Sandunga,
la Bruja Suprema, se mantenía en silencio, como si se negara a participar en la
discusión.
-No
podemos confiar en ti, Catanga –dijo Urutango, un mago tucumano que tenía el
aspecto de un lobisón-, hay quienes podrían jurar que hablas con los humanos
que viven en la luz.
-¡Y los
ayudas! ¡Proteges sus majadas! –agregó la adivina Pomona, que tenía el aspecto
de una diminuta ranita verde.
-Tienes
misericordia en tu corazón y eso está mal en una bruja.
-Eres
orgullosa y sabes demasiado – vociferó Copina-, eres un peligro para nuestras
familias.
-Desobedeces
a nuestra Soberana. ¿Quién te crees que eres, maldita?
-Te
odiamos y deseamos tu muerte. Ojalá nuestros hijitos, aquí presentes,
jamás hubieran conocido tu imagen despreciable.
La Bruja
Solitaria los escuchaba con una sonrisa burlona. Cuando terminaron de
insultarla y amenazarla, se aproximó al grupo y con gesto desafiante le dijo:
-Me tienen
sin cuidado sus provocaciones, gentuza del infierno. No es a ustedes a quienes
debo dirigirme sino a esta ridícula pareja de recién casados.
-¿Qué?
-Sí, a
ustedes dos. Escucha bien, presta mucha atención a lo que voy a decirte,
horrible bruja Catinga, y tú también, asqueroso Cabalango. Jamás se olvidarán
de mí mientras vivan.
Un
siniestro silencio cubrió repentinamente el lugar. Nadie se atrevió a decir una
palabra ni moverse. Docenas de espíritus de la noche parecieron quedar
congelados, con sus bocas abiertas, mientras la Bruja Solitaria, apuntando con
su largo dedo índice a los novios, les dijo:
-Yo,
Catanga, el espíritu viviente más antiguo de estas altas montañas, los condeno
a vivir, durante siete años, completamente solos.
-¿Qué
estás diciendo? – dijo Cabalango.
-Vivirán
solos pero, al cabo de siete años, tendrán una hija.
-¡Oh!
–, exclamó Catinga, emocionada, cruzando
sus brazos sobre el pecho-. ¡Una hija!
-Espera –
le advirtió Catanga-, aún falta lo mejor.
-¿Qué
quieres decirme?
-Tu hija
no tendrá una nariz larga y huesuda como tú, Catinga, ni tus ojos saltones,
Cabalango. Su piel no será rugosa y gris
como la tuya, apestosa novia, y tampoco esos dientes rotos y torcidos de ese
cerdo que has tomado por esposo.
-Por
favor, no sigas hablando.
-La niña
tendrá – continuó la Bruja Solitaria- un cuerpo delicado, tibio y perfumado. Su
boca será fresca y rosada, sus dientes perfectos y alineados como un collar de
perlas. Nada será comparable a su belleza y dignidad. Tendrá una cabellera
castaña, larga y sedosa, y un par de ojos verdes y luminosos.
-¡Basta!
¡Basta! –, gritó Catinga, desesperada, tirándose de los pelos-. Díganle que no
siga hablando. Oblíguenla a callar.
-¿Como
sabes, Catanga, lo que estás diciendo? –, intervino la Bruja Suprema con su voz
grave y áspera-. ¿Cómo te atreves a predecir con tanta seguridad?
-Todo
cuanto he dicho sucederá y nada ni nadie podrá modificarlo –respondió Catanga-.
He mirado el futuro de estos esposos en el
Espejo de Oro de Taninga, la Niña Encantada que vive en la laguna
profunda, allí donde ninguno de ustedes podría entrar sin perder su miserable
vida.
Un coro de
voces asombradas y temerosas surgió en la noche y se expandió haciendo eco en
las profundidades montañesas.
-Eres mi
gran enemiga – gritó Sandunga,
aproximándose en actitud amenazadora-, y te advierto que no permitiré que
sofoques a mi gente. Alguna vez cometerás un error y te sorprenderemos. Cuando
llegue ese momento no tendré piedad de ti, te destrozaré el corazón, te borraré
para siempre de nuestra presencia.
-No me
digas, bruja de este pueblo de bestias – respondió Catanga riendo-, lo que sólo
yo sé. Vendrán días terribles para todos ustedes y entonces lamentarán haberme
despreciado.
-Por
favor, vete de aquí –suplicó Cabalango-. Apártate de nosotros, espíritu de la soledad.
-Me iré,
pero antes voy a decirte, egoísta Catinga, algo que te hará doler el corazón el
resto de tu vida.
-¿Qué?
¿Qué podría hacerme más desdichada?
-Tu hija
renegará de las tinieblas, amará la luz y se negará a ser una bruja de la noche
como tú.
-¡Oh! –
dijo Catinga, y pegando un doloroso gritó cayó desmayada.
Catanga
hizo un chasquido con los dedos y al momento su larga escoba voladora, que
estaba recostada sobre una piedra, se aproximó a su dueña, rozando levemente el
ras del suelo. La Bruja Solitaria se cubrió con un chal negro, montó en su
máquina y soltando una burlona carcajada
desapareció en la penumbra de la noche, en dirección al Cañadón de las
Ánimas, donde estaba su oculta morada.
Así, con
este grave incidente, concluyó el casamiento de Catinga y Cabalango, aquella noche,
iluminada por la luz amarillenta de la Luna. Uno a uno, las brujas y magos
arroparon a sus hijos para protegerlos del frío de la madrugada y se
dispersaron rumbo a sus ocultas madrigueras.
La última
en partir fue Sandunga, que cubría sus brazos y cuello con víboras venenosas a
modo de joyas, y era servida por una corte de pequeños duendes, esos
relampagueantes hombrecillos que viven en las entrañas de la tierra. Montó en
su escoba y alzando una mano, dijo a los recién casados:
-Olviden
lo que dijo esa vieja loca. Juntos somos más poderosos que ella y pronto la
cazaremos como a una rata. Todos los que nacen en nuestra comunidad se
convierten en brujos orgullosos y terribles. Durante siglos nada ha cambiado.
Así somos y así continuaremos siendo por siempre jamás.
Catinga y
Cabalango permanecían de pie, tomados de la mano, esperando el saludo de despedida de la Bruja Suprema.
-Lobú
anda trenke. (Adiós, hijos míos).
-Lobú,
Sandunga – repitieron los jóvenes desposados viendo como la imagen temible de
Sandunga se fundía en las tinieblas del oeste montañés.
Capítulo 2
SÚPLICAS A CATANGA
Pasaron
varios años, calurosos veranos y fríos inviernos en las Sierras Grandes. Catinga
y Cabalango permanecían en completa soledad pues la vida se negaba a darles
descendencia. Ellos, como los otros brujos, querían tener muchos hijos para
enseñarles las artes de la magia, volar en silenciosas escobas, robar y mentir,
y odiar a los seres que viven en la luz.
No podían
olvidar los insultos y maldiciones que Catanga les había echado por no haberla
invitado a su casamiento. Al principio se consolaban pensando que la Bruja
Solitaria era una vieja loca y enferma que se complacía en inventar cuestiones
sobre el futuro de los seres vivientes.
Pero, con
el correr del tiempo, a medida que pasaban los años, la falta de hijos aumentó
la tristeza de la pareja y la certidumbre de que aquélla tenía en realidad
verdaderos y ocultos poderes que ni la misma
Sandunga se atrevería a controlar.
Cierta
noche, mientras ambos se encontraban tomando mate a la entrada de su cueva,
mantuvieron este diálogo:
-Catinga,
durante mucho tiempo he pensado que tal vez sería conveniente visitar a la
bruja Catanga y conversar con ella.
-Yo
también he tenido los mismos pensamientos, Cabalango, pero no creo que esa
vieja maldita nos escuche. Sólo atinará a lanzarnos nuevos insultos y amenazas.
¿Qué ganaríamos con ello?
-Eso es
normal, esposa mía. Ella es una bruja malvada y vengativa, tanto como nosotros
lo somos. Si nos maldice, haremos lo mismo; si nos amenaza, la provocaremos; si
vemos que está arrepentida, la humillaremos.
-¿Crees
que resultará fácil convencerla?
-No
perdemos nada con intentarlo. Primero le vamos a decir que estamos afligidos
por no haberla invitado a nuestra boda, que el remordimiento por haberla
ignorado nos está destrozando.
-¿Qué
haremos si no se conmueve ante esos argumentos?
-Nos
pondremos a llorar.
-¿A
llorar? ¿Estás loco? Jamás lloramos. ¿Puedes decirme de dónde sacaremos las
lágrimas?
-No me has
entendido, Catinga. Simularemos el llanto para ablandar su corazón.
-¡Ah!
Ahora entiendo. Nunca imaginé que fueras tan inteligente, Cabalango.
-Cuando
nos vea lamentándonos, su corazón se hará dulce y comprensivo. Le suplicaremos
que retire su maldición hablándole así: “Bruja Catanga, no deseamos tener una
hija hermosa como tú aseguraste que sería, sino fea y horrible como nosotros.
Somos brujos y deseamos tener descendientes deformes y malvados como
corresponde a una digna familia de hechiceros”.
-Me gusta
lo que has dicho, Cabalango. Así se habla. No vamos a permitir que una vieja
chillona arruine nuestras vidas.
La noche
era tersa y cálida y apenas se distinguía en el cielo una delgada Luna en
menguante. Pensaron que tenían tiempo suficiente para hacer el viaje a pie, en
lugar de hacerlo por aire, y llegar al Cañadón de las Ánimas al filo de la
medianoche.
Descendieron
por la inclinada ladera del Cerro de las Brujas, cruzaron el Valle del Silencio
y en pocas horas estuvieron en las
proximidades de la cueva de Catanga.
La Bruja
Solitaria estaba sentada en compañía del viejo vidente Agugango, que tenía el
aspecto de araña pollito, y de la curandera santiagueña Ashpa Puca, que podía
tomar el aspecto de un águila o de un cerdo pecarí, según le conviniera, tejía
un poncho con dos agujas de plata. Conversaban animadamente y de tanto en tanto
se escuchaba alguna risa cuando divisaron a los dos viajeros que se iban
aproximando. Catanga de inmediato se puso de pie y les gritó, enfurecida:
-¿Se puede
saber qué diantre hacen en este lugar? ¿No saben que este territorio es mío?
¿Nadie les dijo sobre los peligros que corren por haber traspasado los límites
sin mi permiso?
-No te
enojes, querida Sandunga – respondió Cabalango
haciendo un gran esfuerzo por
parecer amable.
-Venimos a
verte, amiga y compañera – añadió Catinga con una forzada sonrisa-, para
decirte cuánto te admiramos por todo lo que sabes. Eres una bruja perfecta e
invencible. Siempre lo decimos, ¿verdad, Cabalango?
-Sí, sí,
es la pura verdad.
-Quiero
que sepan, pareja de idiotas, que soy una bruja difícil de convencer. Además
estoy ocupada con mis compadres Agugango y Ashpa Puca conversando sobre asuntos mucho más importantes, de modo
que pueden volver por donde vinieron. No tengo nada que agregar a lo que hace
varios años les dije a ambos. ¿O acaso
se han olvidado?
-Por favor
– dijo Cabalango echándose a llorar-, escucha nuestras súplicas, poderosa
hechicera. Te rogamos que nos perdones por haberte humillado delante de nuestro
pueblo. Ya han pasado cinco años desde la noche de nuestro matrimonio y aún no
hemos podido tener hijos a causa de tu maldición. ¿Lo has olvidado?
-Es verdad
– intervino Catinga con sus ojos llenos de lágrimas-, queremos tener hijos
repugnantes y grotescos, malcarados y perversos como nosotros, que sientan el
orgullo de ser auténticos brujos. No deseamos tener una hija hermosa que se
avergüence de su familia.
-¿Por qué
piensan de ese modo? ¿No tienen alguna otra idea en sus estúpidas cabezas? -.
Preguntó Catanga mirándolos burlonamente.
-¿Serías
feliz si tuvieras una hija bella y dulce?
-Tengo más
de doscientos años de edad –respondió Catanga-. Ya no puedo tener hijos pero,
si fuera joven como tú, lo pensaría.
-¿Cómo
puede decir semejante barbaridad una bruja poderosa como tú? ¿Acaso reniegas de
tu raza o estás loca?
-Lo digo
para hacerte sufrir, mala hierba. Sólo deseo que sigas llorando y suplicando
porque no cambiaré una palabra de lo que
te dije en tu noche de bodas. Ahora que estás nuevamente en mi presencia,
aprovecharé para volver a decirte que
tendrás una hija cuya belleza y bondad serán únicas en estas elevadas
montañas. Será tan hermosa que a su lado ustedes parecerán una pareja de
monstruos torpes y ridículos. ¿Escucharon?
-Sí, bruja
Catanga, hemos oído tus palabras y entendemos que te niegas a atender nuestras
súplicas. ¿Verdad? – dijo Cabalango poniéndose rojo de furia.
-Estás en
lo cierto, gordo ignorante. Nada cambiará, aunque te mueras de odio.
-Entonces
nosotros también te maldecimos, bruja dañina y fea. Deseamos que tu escoba
voladora se haga mil pedazos cuando estés en lo más alto del cielo y caigas
sobre el fuego de un volcán. Todas las
noches nos acordaremos de ti y te enviaremos malos pensamientos hasta que te
mueras de dolor.
-Ja, ja,
ja. Miren lo que hago, brujos ordinarios. Jamás en sus miserables vidas ustedes
podrán provocar un fuego semejante – dijo la Bruja Solitaria echando un puñado
de polvos mágicos sobre el fuego que estaba frente a su cueva.
Las
bruscas llamaradas iluminaron las altas
montañas y llenaron de espanto a Catinga y Cabalango que huyeron despavoridos
como si los persiguiera el mismo diablo.
Catanga
hizo un ademán y en un instante el fuego se apagó. Tomó al vidente
Agugango entre sus manos y le dijo:
-Sin
proponértelo, acabas de ser testigo de mis ocultos poderes. Aunque siempre te
he considerado un buen amigo, te
transformaré para que jamás me traiciones ante Sandunga.
La Bruja
Suprema sopló sobre la araña y ésta, al
momento, se transformó en una inquieta mariposa nocturna.
-Vamos
adentro, comadre Ashpa Puca. Está refrescando y es hora de irnos a dormir.
Capítulo 3
EL NACIMIENTO DE ANA LUZ
Pasaron
siete años desde la noche en que la Bruja Catinga y el mago Cabalango habían
contraído matrimonio. La Bruja Solitaria les había anunciado que tendrían una hija
muy especial, pero ellos se mantenían confiados y felices con la idea de que la
maldición no se cumpliría.
Habían
ensanchado la cueva y fabricado una pequeña cuna de madera de caldén para el
futuro bebé. Les parecía un negro sueño que la familia aumentara después de
haber perdido toda esperanza. Estaban seguros de que las profecías de Catanga
ya no se cumplirían.
-Ojalá que
sea un niño tan feo como tú – dijo Cabalango riendo a carcajadas y mostrando
sus negros dientes.
-Yo deseo
con todo mi corazón que sea una niña horrible como yo y tan canalla como su
padre – contestó Catinga. Sus gritos y risas resonaron por el amplio valle.
Estaban
sentados tomando el aire fresco de la noche y desde allí podían contemplar las
lucecitas que empezaban a encenderse por todos los rincones de las sierras.
-Nuestros
amigos se están preparando para esta noche – dijo el mago gordinflón-. Todos
han sido invitados para que nos acompañen en este momento maravilloso de
nuestras vidas. ¿Te sirvo otro mate?
-Gracias,
ya he tomado lo suficiente. Espero que las visitas no demoren en llegar porque
creo que nuestro hijo estará con nosotros en cualquier momento – dijo
Catinga acariciando su panza.
Apenas las
estrellas formaron en el cielo el signo mágico de la medianoche, se escuchó el
canto del Gallo del Diablo, y un momento después voces que venían de lejos y el
bisbisear de las escobas de los brujos y hechiceros que lentamente iban trepando las laderas del
Cerro de las Brujas.
El ancho
patio de piedras lajas se fue colmando de invitados que venían de las Sierras
Grandes y también de muchos otros territorios encantados, desde el lejano y
frío sur al cálido norte, desde las planicies del Cuyum en el
oeste a las tierras húmedas del litoral
surcadas por ríos caudalosos.
La bruja
Chuchucuarana y el mago Tatón venían de
los cerros de El Portezuelo trayendo sabrosas tortas con chicharrones y ponchos
de vistosos colores. Posadas sobre un árbol
esquelético se veía a Samuhu y Quitilipi, dos brujas que habitan en las
selvas chaqueñas y que adquieren, cuando viajan, la forma de coloridos
papagayos. Sobre las llamas de un brasero de bronce podían verse las ondulantes
apariencias de Quipán y Talamuyuna, las rojas salamandras que viven en Mina
Delina, en los cerros riojanos, conversando con Cululú y Caraguatá, espíritus
malignos del río Paraná que en el agua tienen aspecto de sirenas y cuando
viajan toman la forma de esbeltos patos siribí. Apartados en un rincón,
haciéndose arrumacos, estaban dos agresivos brujos sanjuaninos, Calilehua,
joven y rubia, y Malimán, su esposo, que venían desde la región del Zonda
portando sus infaltables odres de vino tinto.
El paso
lento de dos cuadrúpedos que se acercaban resoplando por el esfuerzo de la
trepada, detuvo por un momento las ruidosas conversaciones. Eran Huchula y Huiñaj, hermanas mellizas que viven en los espinosos bosques santiagueños y que
siempre van y vienen a lomo de burro.
-Hay
muchos accidentes aéreos – dijeron hablando al mismo tiempo, como era su mala
costumbre-, por eso preferimos viajar por tierra.
Copina y
Quilino, los mejores amigos de los dueños de casa (que, además, habían sido los
padrinos de casamiento), también estaban presentes, acompañados por su hijo
Bombo, un brujito malvado y mentiroso que estaba continuamente rompiendo cosas
y gritando por cualquier motivo.
Tulumba,
la bruja partera, entraba y salía de la cueva
pronunciando extrañas palabras a media voz. Ella era la única autorizada
por Sandunga para acompañar la llegada
de los recién nacidos al mundo de los brujos y por ese motivo recibía continuas muestras de respeto y
admiración.
Cabalango
servía refrescos de tuna y mates con tomillo, procurando mantener el tono
festivo de la reunión, diciendo a cada rato palabrotas y chistes de mal gusto que todos festejaban con estúpidas
risotadas.
Esta era
una de las viejas costumbres del pueblo brujo de las Sierras Grandes. Cada vez
que alguien hacía una broma, los demás vigilaban para que nadie dejara de reír
y festejar del modo más grosero posible.
Justo en
el momento en que Cabalango acababa de decir uno de sus peores chistes,
apareció Tulumba en el marco de entrada a la caverna y dijo con voz pausada:
-Comunidad
de brujos, hechiceros, hadas malignas y adivinos, clarividentes, magos y
encantadores de nuestra gran nación, amigos invitados, aprendices de la escuela
secreta, niños y niñas. Como bruja partera, debo informar que Catinga acaba de
tener una hija.
En ese mismo
instante se escuchó el llanto de un recién nacido.
-¡Oh! ¡Oh!
– dijeron todos a coro mostrando la O redonda de sus bocas asombradas.
-¡Una
hija! ¡Es una niña! ¡Ha nacido una bruja!
-Felicitaciones.
Comencemos a brindar – dijo Malimán.
-Bien
dicho, amigo, aquí tengo aguardiente de
piquillín para todos –gritó Quilino que ya estaba bastante borracho.
La
hechicera tucumana Yacuchina y su esposo Yonosongo, que tenían la apariencia de
ancianos bondadosos y eran en realidad dos sombras del mal, se pusieron de pie.
El viejo dijo:
-Deseamos
que sea fea y malformada como su madre. Que tenga ojos saltones y redondos como
su padre.
-Sí,
hermana comadrona – agregó Calilehua, mostrando su boca sin dientes-, muéstranos a ese repugnante bicho
de las tinieblas que acaba de nacer.
Tulumba
hizo una señal con su mano para que hicieran silencio. Una pausa cargada de
malos presagios imprevistamente cubrió a la asombrada concurrencia.
-Lamento
decirles – dijo la vieja curandera- que están completamente equivocados. De
ninguna manera es como ustedes lo desean. Acaba de llegar a estas altas y siniestras montañas,
una niña hermosa, dulce y perfecta como jamás he visto en mi larga vida. Su cuerpo es suave y
aromático como la piel del durazno silvestre, sus ojitos verdes como las hojas
del cedrón, sus delgados cabellos parecen un trigal que brota bajo la luz de
las estrellas.
-¡Maldición!
– gritó Cabalango, haciendo pedazos una
silla-. ¡No puede ser verdad! ¿Qué está pasando?
-He
consultado el Pirka Taragoto (Libro
de los Signos) – continuó Tulumba-, y no tengo dudas acerca del nombre. Nuestra
recién nacida se llamará Ana Luz, un nombre extraño para nosotros. Sin embargo.
El oscuro destino quiere que sea así y no de otro modo. Nada ni nadie podrá
modificarlo. Les pido que tengan comprensión. Lo que ha sucedido está más allá
de nuestro entendimiento.
La concurrencia
se inquietó con la insólita noticia y
después de un momento en que parecían no saber qué decir, cada invitado empezó
a insultar a Catinga y Cabalango con las palabras más inmundas que se pueda
imaginar.
-Son
ustedes un par de brujos imbéciles, indignos de vivir en nuestra comunidad.
-Me siento
avergonzado de ser amigo de esta familia.
-¡Tantos
kilómetros recorridos en vano por culpa de estos miserables!
-Se lo
contaremos a Sandunga. Ya mismo volaré hacia su caverna.
-Sí, le
pediremos a la Bruja Suprema que los castigue, que reciban el escarmiento que
se merecen por esta intolerable humillación.
-Ojalá que
eduquen a esa niña para que llegue a ser una auténtica bruja porque, si no es
así, los echaremos a patadas de estas montañas.
-¡Qué
descarados! ¡Miren ustedes en que terminó la fiesta!
-¡Qué
tiempos vivimos! Antes, se acuerda usted, comadre adivina, la gente era más
perversa, dañina e inmoral. Estamos en plena decadencia.
-Es
verdad, lo que usted dice es la pura
verdad. ¡Qué futuro incierto espera a nuestros hijos!
-Vamos,
niñitos. Regresemos de inmediato, no vaya a ser que la luz del sol nos
sorprenda por el camino.
-Esa sí
que sería una desgracia.
Era casi
el amanecer. Como una estampida de violencia, el cielo se llenó de espectros
voladores que procuraban esconderse en las oscuras grutas de las montañas.
Sobre el patio de lajas quedaban restos de comida, recipientes de terracota,
algunos trapos y otras suciedades que los enfurecidos invitados habían
abandonado.
Cabalango
tapó cuidadosamente la entrada de la cueva. Se abrazó a Catinga y lloró
amargamente su desdicha. Ajena a lo que sucedía a su alrededor, la pequeña Ana
Luz dormía plácidamente en su cunita.
Capítulo 4
LA PRIMERA ESCOBITA VOLADORA
Apenas
cumplió un año de vida, Ana Luz aprendió a caminar y a decir sus primeras
palabras. Catinga y Cabalango, a pesar de que la niña era cada día más hermosa,
empezaron a quererla pensando que, en compensación, harían de ella una brujita
fuerte y pendenciera y con la firme y permanente esperanza de que con el correr
del tiempo se volvería tan fea como ellos.
Ana Luz
recorría la cueva y los alrededores en medio de la más impenetrable oscuridad
nocturna, logrando el hábito de distinguir
personas y objetos a gran distancia. Semejantes a los
animales que permanecen despiertos durante la noche, los brujos desarrollaban
una extraordinaria capacidad tanto para ver como para oír y de esa manera mantenerse a la defensiva ante
cualquier ataque sorpresivo.
La noche
del primer cumpleaños de la niña, el mago Cabalango invitó únicamente a sus
amigos y vecinos Copina y Quilino y al pequeño Bombo, ya que los demás brujos
seguían enojados con ellos desde la noche del nacimiento de su hija.
-Ven –
dijo Copina, desarmando un paquete-, mira lo que te hemos traído como regalo de
cumpleaños.
-¿Qué es
eso, mamá?
-Una
escobita voladora. A partir de hoy podrás usarla cuando quieras.
La niña se
aproximó dando cortos pasitos y cuando vio la máquina mágica de volar, se
detuvo y se puso a llorar.
-¡Oh! ¿Por
qué lloras de ese modo? Todas las niñas buenas aprenden a volar cuando cumplen
su primer año. Ven, súbete a ella. Anímate, no tengas miedo.
-No, no y
no –dijo Ana Luz, ocultándose en un rincón de la profunda caverna.
Catinga la
tomó de un brazo y le dijo severamente, mientras la arrastraba hasta el patio
de lajas:
-No seas
tonta, Ana Luz. Sube a tu escobita y vuela un poco. No muy alto por hoy, para
que no te marees. Mira, ve hasta aquella roca y vuelve hacia nosotros, lenta, muy lentamente.
-No,
mamita. Tengo miedo, no subiré.
Cabalango
se puso furioso porque su hija lo estaba avergonzando delante de su compadre.
Tal como era su costumbre, primero trató de ser persuasivo:
-Si
vuelas, aunque apenas sean unos pocos metros, te daremos arrope de jarilla.
-No me
gusta. No voy a volar.
-Si no me
obedeces te daré unos chirlos en la cola. ¿Qué prefieres?
-No me
gusta volar. No me gusta el arrope de jarilla. No y no.
-¿Qué
estás diciendo? ¿Dónde se ha visto a una brujita que no desee volar? Eso es
maravilloso. Subir y bajar por el aire como los pájaros nocturnos, ir en un
instante a un lado y otro de las montañas. Es verdaderamente mágico, ya lo
verás.
-Yo no
quiero ser una bruja.
-¿Escuchaste
lo que dijo tu hija, Catinga? Dice que no quiere ser bruja. ¿Qué te parece?
-Es muy
pequeña todavía y no sabe lo que dice. Tengamos un poco de paciencia,
Cabalango.
-No estoy
de acuerdo contigo. A partir de hoy tendremos que ser más severos con nuestra
hija. Es muy pequeña pero siempre hace lo que quiere. Es una criatura muy
caprichosa.
-Eso es
verdad – intervino la horrible bruja Copina, que estaba escuchando la
conversación mientras engullía una pata de rana-, a veces una buena paliza no
les viene mal. Mire a Bombo, lo mal que se porta. Es un ejemplo para todas las
familias de nuestra comunidad. Nadie tiene como hijo a un brujito tan idiota y
malo como él.
-Cuando yo
era un niño –dijo el adivino y cruel Quilino-,
mi padre me daba tantos golpes que la cabeza se me aflojó y aprendí todo
lo que un perfecto estúpido debe saber.
Mi padre sí que sabía educar a sus hijos.
-¡Ja, ja,
ja! ¡Eso me parece una gran historia! – gritó Cabalango.
-¡Oh!,
mamita, por favor, no me peguen – dijo Ana Luz envuelta en lágrimas-. Seré una
buena niña, pero no me gusta que me peguen en la cola.
-Entonces,
si no quieres que te castigue, sube de inmediato a esa escoba – la amenazó su
padre.
-Andaré un
poquito y nada más - dijo la niña.
Ana Luz
tomó la escobita voladora, abrió sus piernas y montó. Aguardó un momento con
sus ojos cerrados mientras se aferraba
con todas sus fuerzas al palo de la escoba de pichanilla. Lentamente, el
juguete volador comenzó a elevarse por el aire hacia uno de los extremos del
patio, llegó hasta una saliente en la roca que marcaba la caída al abismo y
volvió apresuradamente. Descendió junto a su madre y abrazándose a sus faldas
se puso a llorar.
-No me
gusta volar, mamita. Me da mucho miedo.
-Aprenderás
a ser una verdadera brujita o de lo contrario te las verás conmigo – la amenazó
Cabalango-. No me conmueven tus lágrimas pero hoy te perdono por ser tu
cumpleaños. Basta de discusiones, vayamos a comer.
Se
sentaron a cenar a la luz de una vela amarillenta. Comieron carne de lagarto
con huevos de carancho, salsa picante y miel de avispas, haciendo ruido con
la boca y resoplando en medio de gritos y risotadas.
-Qué cosa
buena es comer y beber, Don Quilino. No existe un placer igual a éste.
-Tiene
razón, compadre Cabalango, no hay nada mejor en la vida que comer y dormir.
-No
trabajar jamás.
-¿Qué está
diciendo? ¿Qué significa la palabra trabajar? No digamos malas palabras en
presencia de nuestros hijos.
-Robar
también es divertido. ¿No le parece?
-Estoy
completamente de acuerdo con usted. Hurtar y destruir los bienes ajenos es
sumamente placentero.
-Yo
prefiero, como buena bruja que soy, hablar mal de mis amigas y parientes –
gritó Copina-. Conozco sus vidas y secretos más íntimos, por eso me temen.
-En cuanto
a mí –dijo Catinga-, nada me causa más satisfacción que transformarme en una
víbora lampalagua y asustar a los niños del valle.
-¡Qué
felicidad, amiga mía!
Así
continuaron toda la noche, comiendo y bebiendo sin parar, conversando cosas sin
sentido y hablando pestes de sus
conocidos.
Cuando se
dieron cuenta de que ya estaba por salir el sol, cada familia se escondió
rápidamente en su madriguera porque, según dice un antiguo refrán que todos
repiten en las mágicas montañas, “gudaluga pamba chigasta” (la luz
del día transforma y destruye).
Capítulo 5
EL BRUJITO LOCO
La falta
de vocación de Ana Luz por la cultura de los brujos hizo que toda la comunidad
que habitaba las Altas Cumbres, Pampa de
Achala y Sierras de Pocho, se burlara despiadadamente de Catinga y Cabalango.
Eran el motivo de las peores habladurías y chismes, el más grandioso hazmerreír
jamás conocido.
Todas las
noches había, en algún lugar, una reunión informativa para conocer las últimas
novedades acerca del extraño comportamiento de la hermosa niña que no quería ser bruja. No se trataba de un
problema menor ya que tener entre ellos a un espíritu subversivo significaba un
auténtico peligro que de algún modo tenían que solucionar.
Pero si
aquella gente no visitaba más a los padres de Ana Luz, ¿cómo era posible que
tuvieran noticias de ellos? Sin duda alguna, el informante era Bombo, quien se
llamaba a sí mismo el Brujito Loco. Tenía en
aquel tiempo unos trece años y ya
había adquirido un gran conocimiento sobre las artes mágicas y la adivinación
del pensamiento, que había aprendido en la escuela secreta de Sandunga a la que asistían únicamente sus
preferidos, es decir aquellos que eran verdaderos genios del mal y la
violencia. Bombo era, además, cobarde, traicionero y de malos hábitos, razón
por la cual los niños del pueblo de la noche temblaban ante su sola presencia.
Quilino y
Copina, que también habían aportado lo suyo, iban a todos lados con su hijo y
no cesaban de hacer ponderaciones de las pésimas cualidades del temerario
brujito, famoso por sus fechorías.
Ana Luz no
quería, jamás, jugar con él, y cada vez que aquella familia venía de visita, se
escondía en algún lugar que sólo ella conocía
sin responder a los llamados y amenazas para que compartiera las comidas
y las conversaciones.
En cierta
oportunidad, Bombo la descubrió y le dijo en un tono muy parecido a la amenaza:
-Hace
tiempo que estoy esperando conversar contigo. ¿Qué te parece si salimos a dar
una vuelta?
-¡No me
digas! Yo sólo quiero que desaparezcas de mi vista. Jamás seré tu amiga, no lo
sigas intentando.
-Vamos a
volar un rato, tengo algo importante que decirte.
-¿Qué
harás si me niego? ¿Irás a contárselo a
Sandunga?
-Le
revelaré a tus padres un secreto tuyo. Se morirán de vergüenza cuando lo sepan.
-¿Qué
sabes de mí, pedazo de puerco? – le
gritó Ana Luz, indignada.
-Soy el
único que sabe lo que haces. Ni siquiera nuestra Soberana ha podido
descubrirte.
-No te
creo, Bombo. Estás inventando otra de tus famosas mentiras.
-¡Ah! ¿No
me crees? Te diré lo que he descubierto a través de mi mente.
-No me
vengas ahora con que eres adivino.
-Lo soy, y
te lo demostraré. Tú, Ana Luz, cometes una grave falta que Sandunga castiga
severamente. Si supieras lo que voy a decirte ya estarías temblando.
-¿Qué
estás diciendo?
-He
logrado saber que sales de la cueva de tus padres durante el día y eso, bien lo
tendrías que saber, está completamente prohibido.
-¿Cómo lo
sabes?
-Porque
adivino el pensamiento, niña estúpida, sólo por eso. ¿Te parece poco?
-No me
hagas reír, pedazo de zapallo podrido.
-¿Quieres
que te diga lo que hiciste ayer?
-Sí, dime
lo que hice, demuéstrame tus poderes, no te temo.
-Tú lo has
querido. Ayer saliste de tu cueva, muy temprano, descendiste por la ladera de
la montaña y estuviste contemplando un rebaño de cabras que pasta en el Valle del
Silencio. Estabas sentada a la sombra de unos árboles junto al Arroyo de
las Murmuraciones. ¿Es suficiente o debo agregar otros detalles?
Ana Luz se
estremeció. Por primera vez estaba en presencia de alguien que poseía
auténticos poderes mentales. Sólo atinó a decir:
-Es
verdad, pero no se lo digas a nadie. Te lo prohíbo, Bombo.
-No estás
en condiciones de prohibirme nada, pero te prometo que guardaré el secreto a cambio de ciertas condiciones.
-¿Qué
clase de condiciones?
-Harás lo
que yo te ordene. Te enseñaré algunos trucos para que vayas aprendiendo a ser menos ingenua.
-Si
pretendes enseñarme a decir malas palabras, no las repetiré, grandísimo tonto.
-Te
enseñaré a matar pájaros durante la noche. Sé dónde tienen sus escondites,
dónde se recogen a dormir sin saber que nosotros iremos a destruirlos.
-Jamás
mataré un pájaro, jamás lo haría aunque quieran obligarme.
-¡Ah! ¿No?
Entonces les diré a todo el mundo lo que sé de ti, para que recibas la
penitencia que te corresponde.
-Espera un
momento, no digas nada, por favor. Voy a pensarlo.
-Está
bien. Esperaré un par de noches antes de hablar con Sandunga, para contarle
sobre tus salidas durante el día y sobre otros asuntos que también sé.
-¿Por qué
no me dejas en paz? ¿Qué más puedes saber sobre mí?
-Estás
cometiendo muchas faltas, Ana Luz. Sé que estás aproximándote a Tanti, la niña
pastora que cuida sus cabras en el valle. ¿Acaso pretendes tener una amiga humana?
-Quiero
conocer un poco más allá de mis narices, niño idiota. Por eso salgo de mi cueva
durante el día. No tengo por qué rendirte cuentas.
-Recuerda
bien, Ana Luz; si hablo te encerrarán y jamás volverás a ver la luz del sol.
Estarás tanto tiempo en la oscuridad que al fin te convertirás en un fantasma
gris. Ni siquiera te dejarán ver la luz de las estrellas, hasta que te
arrepientas y pidas perdón por lo que estás haciendo. Parece que no tienes idea
de los crueles escarmientos de nuestra Bruja Suprema.
Ana Luz se
estremeció de solo pensar que pudieran prohibirle vivir aunque sólo fueran unas
pocas horas a la luz del día. Desde muy pequeña había descubierto que, fuera de
la caverna donde vivía con sus padres,
aparecía una atractiva luminosidad que la llenaba de alegría. Supo
después que la luz era lo contrario de
la oscuridad, que el Sol al que tanto temían los brujos, daba vida a las
plantas y animales y a los humanos que vivían en los campos y ciudades.
Posteriormente
descubrió un arroyo de aguas frescas y cristalinas donde se bañaba, ciertos
animales de cuerpo ágil y cuernos retorcidos, y también la figura de una niña
de su misma edad que tenía un perro ovejero que se llamaba Sultán.
Al término
del vuelo durante el cual habían mantenido el brusco diálogo, Ana Luz y Bombo
descendieron, montados en sus escobas, en el amplio patio de lajas, justo en el
momento en que Cabalango le decía a Quilino:
-Parece
que nuestros hijos han empezado a hacerse amigos. Cuando sean mayores los
casaremos y tendremos nietos. ¿No es una buena idea?
-Falta
mucho para entonces, compadre, no nos hagamos tempranas ilusiones. Además, tu
hijita recién tiene diez años.
Ana Luz se
dirigió directamente a su rincón sin saludar a nadie, pensando en el grave
problema que tenía que resolver.
-Bombo es
un malvado – se decía a sí misma-, y sé que me traicionará en cualquier
momento. No quiero que me obligue a hacer cosas feas, pero si me denuncia,
estaré perdida. ¿Qué deberé hacer?
Capítulo 6
TANTI
Ana Luz
descendió por la ladera del Cerro de las Brujas hacia el verde y luminoso Valle del Silencio. Eran aquellos
los momentos más dichosos de su vida. Se sentía libre y apartada de los juegos
violentos y la ferocidad de Bombo y los
otros niños. Sin embargo, por momentos sentía que una gran tristeza se adueñaba de su corazón. Le mortificaba
ocultar a Catinga y Cabalango sus
alegres paseos pero temía que, confesándolos, se los prohibiesen.
-Las
brujas odian vivir en la luz –pensaba la niña-, porque han sido educadas
durante siglos en esa idea. Yo sé, por
experiencia, que la luz representa un modo diferente de vida y no descansaré
hasta lograr que mis padres lo comprendan.
Estaba
sentada sobre una roca, con sus pies sumergidos en el agua del arroyo mientras
tristes pensamientos entraban y salían de su mente, cuando el ladrido de un
perro la sobresaltó.
-Quieto,
Sultán – dijo la niña que se aproximaba
caminando descalza y apoyándose en uno de esos cayados que usan los
pastores.
-¿Quién
eres? – preguntó Ana Luz, incorporándose.
-Me llamo
Tanti y como ves soy pastora de cabras. Vivo por allá, donde se divisa aquella
columna de humo, en el otro extremo del valle, junto a mi madre y mis hermanos
más pequeños.
Se produjo
una pausa. El perro volvió a ladrar, mirando fijamente a Ana Luz.
-No temas,
Sultán no te hará daño. Y tú, ¿cómo te llamas?
-Mi nombre
es Ana Luz y vivo en la cumbre de aquel cerro.
La pequeña
pastora se quedó sin habla. Cuando se recuperó del susto, preguntó:
-¿Acaso
vives en el Cerro de las Brujas?
-Sí, en
ese lugar he nacido y allí tengo mi hogar, junto a mis padres.
-Entonces,
¿eres una niña bruja? – preguntó Tanti retrocediendo unos pasos.
-Te ruego,
por favor, que te tranquilices. Es
verdad, soy hija de brujos y tal vez yo misma sea algún día uno de ellos. No te
alejes, no te haré daño. Sólo quiero compartir tu amistad y jugar contigo.
-¿Por qué
no juegas con los niños de las montañas mágicas? – preguntó Tanti, todavía inquieta.
-Son boca
sucias, malos y peleadores. No me agrada jugar con ellos. Prefiero estar sola
antes que soportarlos.
-¿Es
verdad lo que dices? ¿No estás mintiéndome?
-Te estoy
diciendo lo que siento porque no sé mentir. Quiero ser tu amiga pero si me
rechazas no volveré a molestarte. Me conformaré viéndote todos los días desde
lejos, como lo vine haciendo hasta hoy.
-¡Oh, no!
–, dijo Tanti, aproximándose unos pasos-. Pensarás que soy una niña malvada,
pero no es así. Las gentes del valle recelamos de los brujos de las montañas.
Nos asustan con sus gritos durante las noches y roban nuestros alimentos, ponen
trampas para cazar a nuestros animales y se ocultan, transformados en piedras o en extraños animales.
-Si
aceptas mi amistad –dio Ana Luz-, seremos compañeras inseparables. Yo te
enseñaré a vencer el horror a las tinieblas y tú me explicarás cómo cuidar
cabras y ordeñarlas. ¿Estás de acuerdo?
-Está
bien, Ana Luz, desde hoy nos veremos todos los días a la misma hora en este
lugar.
-Gracias,
Tanti. Haré lo posible por no faltar un solo día.
-¿Quieres
comer?
-Por
supuesto. ¿Qué tienes en esa alforja?
-Traigo
pan y queso de cabra. Es muy sabroso. Espero que te guste.
Así
comenzó una nueva vida para aquellas niñas que vivían en mundos tan diferentes.
Ansiaban la hora del encuentro matinal para
animar los juegos de la amistad y el diálogo.
Mientras
Sultán vigilaba la majada desde lo alto de una loma, Tanti y Ana Luz se bañaban
en el arroyo. Correteaban detrás de las mariposas multicolores de la pradera y
tomaban los alimentos que traía la pequeña pastora.
Cierto
día, después de bañarse, mientras Tanti peinaba el largo cabello de Ana Luz,
ésta se puso triste y dijo.
-Temo que
alguna vez descubran mis salidas. Entonces no podré venir a verte. Jamás
volveremos a vernos.
-¿Por qué
dices eso? ¿Acaso no me has dicho que los brujos duermen durante el día?
-Permanecen
ocultos en sus cuevas, tal como te
expliqué, pero algunos tienen poderes para adivinar lo que hacen otros.
-¿Qué
clase de poderes? Explícame.
-Hay un
niño grande, repugnante y salvaje que se llama Bombo. Es odioso y vengativo y
quiere obligarme a realizar actos perversos.
-No
entiendo, ¿por qué quiere obligarte a que lo obedezcas?
-Ha
descubierto en uno de sus sueños que salgo de mi cueva durante el día. Ya te he
dicho que eso nos está completamente prohibido. Entonces me ha jurado que si no
lo acompaño a matar pájaros me acusará ante la Bruja Suprema.
-¿Quién es
la Bruja Suprema?
-Es una
hechicera poderosa que gobierna a nuestro pueblo con mano de hierro. Ella dicta
sus propias leyes y castiga sin miramientos a quienes las violan. Si la
contemplaras tan sólo por un instante te morirías de terror.
-Cuánto lo
siento, Ana Luz. Si puedo hacer algo por ti, dímelo. Haré con gusto aquello que
me pidas y que sea para tu bien.
-Gracias,
Tanti, eres en verdad generosa. Mejor olvidemos el asunto y vayamos a divertirnos.
Las niñas
jugueteaban alegres y confiadas sobre la verde llanura, mientras Sultán, con el
instinto de los perros ovejeros,
vigilaba el rebaño de cabras y las cercanías del arroyo, siempre listo para
defenderlas ante cualquier ataque.
Sin
embargo, ni su agudo olfato ni su fino oído pudieron percibir la sigilosa
presencia de Catanga que, oculta tras unos matorrales, estudiaba
atentamente cada uno de los movimientos de Ana Luz.
Capítulo 7
FIESTA DE CUMPLEAÑOS
La noche
en que Ana Luz cumplió su undécimo año de vida, sus padres hicieron una gran
fiesta a la que invitaron a todos los
hijos de las brujas y magos de las Sierras Grandes.
Catinga y
Cabalango procuraban reconciliarse con sus vecinos, que aún después de tantos
años, no les perdonaban que hubiesen
traído al mundo a una niña tan encantadora e inteligente, tan distinta a
sus analfabetos e iracundos hijos.
Aunque no
fueron muchos los que llegaron al lugar de reunión, Catinga y su esposo se
sentían felices de contarlos nuevamente entre sus amistades.
-Rompan
todo y peleen continuamente – decía una de las madres a sus diablillos.
-Pórtense
mal para que los demás sepan lo bien educados que están – dijo otra,
depositando a sus monstruitos chillones
en el patio.
Los dueños
de casa sirvieron a los niños invitados
refrescos de mora, dulce de zapallo y tortillas de grasa, y en la mesa de los
adultos pusieron huevos de trucha, cangrejos del Río de las Penas, anguilas y
ranas fritas y té de peperina y ruda.
Terminaron
de comer y recién, de acuerdo a la costumbre, comenzaron la entrega de los
regalos de cumpleaños.
-Mira lo
que te traje – dijo un brujito, mostrándole un sapo escuerzo encerrado en una
jaula de mimbre.
-Mi regalo es una víbora yarará venenosa – dijo otro extrayendo el
ofidio de entre sus ropas.
-Mi hermanita y yo te fabricamos esta escoba de
pichanilla con la cual podrás volar más alto que nadie – dijeron los mellizos de
la familia Carrilobo.
-Mi presente es una araña amaestrada –dijo Bombo.
Mostrándole un bicho de patas largas y peludas.
Ana Luz recibía cada regalo con una expresión de
repulsión que no podía ocultar, a pesar del esfuerzo que hacía para comportarse
como querían sus padres. Le parecía que aquella fiesta era un momento cruel y
fastidioso que no terminaba nunca.
Se escuchaba el estridente coro de las brujas que
cantaban en el patio de lajas a la luz de la Luna, y en la cueva, rodeando la
mesa de piedra, los mayores profiriendo blasfemias y maldiciones sin dejar por un instante de libar el
ardiente trinki que los dejaba
completamente borrachos.
-Ahora, niños, salgan un momento –dijo Catinga-, que los
mayores tenemos que bailar. Tomen sus escobas y vuelen alrededor de nuestro
cerro hasta que yo los llame con un silbido.
-Un momento, bruja Catinga – dijo Bombo-. Quiero
aprovechar este momento para decir algo sobre Ana Luz que espero la haga
desdichada por mucho tiempo.
Ana Luz sintió que su corazón empezaba a latir
aceleradamente y se puso pálida por lo que acababa de escuchar. Tuvo el claro
presentimiento de que el Brujito Loco estaba a punto de traicionarla.
-Niñito mío, ¿qué tienes para decirnos? –
preguntó Copina.
Los brujos, clarividentes, agoreros y predicadores
del mal dejaron abandonadas sus bebidas y se acercaron, formando una oscura
aureola alrededor de los niños que tampoco podían salir de su asombro.
-Quiero que todos sepan – dijo Bombo, levantando
el tono de su voz y riendo malignamente-, que soy un niño fiel a su comunidad y
que, por lo tanto, seré el Brujo Mayor
de estas montañas. Aprenderé cada uno de los secretos y artificios para
provocar el mal y nadie podrá vencerme en cuestiones de magia negra. Soy supersticioso,
cruel, injusto y despiadado, ¿qué más se atreven a exigirme?
-Lo que acabas de decir es absoluta verdad, hijo
mío – intervino Quilino, hinchado de orgullo-. Dinos ahora, sin pérdida de
tiempo, cuál es el secreto que
prometiste revelarnos.
Bombo se puso morado de odio mirando fijamente con
sus enormes ojos a Ana Luz. Señalándola con su mano extendida como si fuera una
espada, dijo:
-¡Esta niña sale de su cueva durante el día!
Fue tan grande el alboroto que se produjo que la mayoría de las brujas se desmayó,
después de emitir estruendosos alaridos.
-Ana Luz, di que no es verdad – gritó Catinga,
tirándose de los pelos-. No te quedes callada. Dinos que lo que dice Bombo es
mentira.
-Por favor, hija mía – suplicó Cabalango-,
consuélanos afirmando tu inocencia.
-¡Oh, mamá! Lo siento mucho – dijo Ana Luz
llorando-. Bombo dice la verdad. Lamento haberles ocultado lo que hacía. No
imaginaba yo que alguna vez sería descubierta. Lo lamento, mamá, perdóname.
-Nosotros te hemos enseñado y repetido
un millón de veces – dijo Catinga sollozando-, que la luz es mala para los
brujos.
-¿Ignoras
– preguntó Cabalango-, que la luz del día convierte en polvo al más poderoso de
los brujos y lo mata para siempre?
-Ya ven,
sin embargo, que nada malo me ha sucedido –respondió Ana Luz, reponiéndose y
tomando coraje para hacer frente a la situación-. Cuando yo era una bebita,
cierto día descubrí un rayo de luz que se había filtrado por una grieta de la
cueva. Lo toqué y sentí que era cálido y suave, no me hacía daño alguno. Desde
entonces, todas las mañanas, gozo de la alegría que me produce la luz del sol.
-¿Cómo es
posible que eso suceda? No puedes vivir en ambos mundos – dijo Quilino-. Los
humanos habitan el día y los brujos la noche. Nuestros libros de magia dicen
que así fue desde el principio de todas las cosas. Sin embargo, veo que la luz
no te ha hecho daño, al contrario, te ha favorecido, haciéndote más fuerte y
alta que nuestros hijos.
-Eso no es
verdad, padre – intervino Bombo, enfurecido por lo que acababa de escuchar-. Yo
soy el más fuerte de todos los niños de nuestra comunidad. ¿Cuál de ellos se
atrevería a desafiarme?
-¡Cállate!
– le gritó su madre.
-Si amas
el mundo de la luz, deberías irte –continuó Quilino, cuyo malvado corazón
parecía haberse transformado por un
momento-. Tal vez encuentres del otro
lado de las montañas un lugar donde vivir y ser feliz.
-Jamás me
iré del lado de mis padres – respondió Ana Luz con gesto desafiante-. Aunque
somos diferentes, los amo y por nada del mundo me apartaría de ellos.
Había
transcurrido la mayor parte de la noche y ya se insinuaba, en el horizonte, la
peligrosa franja anaranjada del alba. Los seres de la oscuridad regresaron con
sus familias a sus respectivos escondites
más temerosos que nunca de encontrarse con la luz resplandeciente del
día.
Capítulo 8
CATINGA RECIBE SU PRIMER BESO
A la noche
siguiente, Caleufú, el siniestro mensajero de Sandunga, trajo la orden de
encerrar a Ana Luz durante el día.
-Nuestra
Bruja Suprema – dijo mirando fijamente a los ojos de Catinga y Cabalango-
ordena que mantengan oculta a todo signo de luz a quien ha tenido el
atrevimiento de violar las leyes de nuestro pueblo. Se le prohíbe
expresamente salir desde el alba a la entrada del Sol para que
aprenda a respetar la oscuridad de la noche y todo cuanto de bueno ella
representa para todos nosotros. ¿Han comprendido?
-Sí,
respetable Caleufú – dijo Cabalango, temblando de miedo-. Dile a nuestra
soberana que confíe en nosotros. Le daremos una lección a nuestra hija para que
nos honre con su obediencia y pueda de ese modo ser digna del destino que le
tenemos reservado: que sea una verdadera bruja.
-Espero
que sea así – respondió el mensajero, antes de alejarse a grandes saltos-,
porque de lo contrario te arrepentirás de haber nacido. ¿Oíste, batracio?
-Sí,
poderoso hechicero. Vete tranquilo y saluda a Sandunga en nuestro nombre.
Ana Luz
permanecía al lado de su madre, con los ojos llenos de lágrimas,
avergonzada por la humillación que
estaban padeciendo sus padres y por la desesperación que le producía ser privada de su libertad.
-¡Oh! ¿Qué
será de mí a partir de hoy?
-¡Cállate,
mala hija! – gritó Cabalango, amenazando con pegarle-. No digas una sola
palabra más si no quieres que te dé una soberbia paliza. Desde este mismo
momento permanecerás encerrada en el
transcurso del día, durmiendo junto a nosotros. Tendrás suficiente tiempo para
retozar durante las maravillosas horas de la oscuridad. No culpes a nadie sino
a ti misma por lo que ha sucedido. Esto es la consecuencia de tu desobediencia.
Ana Luz
dejó de comer y tampoco quería volar durante las noches en su escoba de
pichanilla. Permanecía callada, de pie sobre una alta roca que estaba en la
cima de la caverna y desde allí observaba a lo lejos el ancho Valle del Silencio que se distinguía claramente bajo la luz
transparente de la Luna.
La bruja
Catinga sentía una enorme pena por su hija al verla encerrada y llorando
durante las horas del día. Las hechiceras, aunque dañinas y perversas, aman a
sus hijos y quieren lo mejor para ellos aunque nunca sepan realmente qué es lo
mejor que podrían ofrecerles. Quería ayudar a Ana Luz pero no encontraba el
modo adecuado de hacerlo. Lo más difícil para ella era comprender por qué su
hija no había recibido daño alguno cuando se expuso a la luz del poderoso
Sol. Recordaba que, siendo ella una niña, vio una noche cómo un grupo de
pastores capturaba a tres brujas a las que maniataron en un bosquecillo de
caldenes en la falda de la montaña. Allí, aquellas desdichadas sufrieron los
tormentos de la luz durante una jornada completa, y cuando algunos miembros de
la comunidad tuvieron el valor de
acercarse, a la noche siguiente, sólo encontraron tres montones de cenizas, aún
tibias.
-Gudaluga
barabadán kittin buruguba (la luz mata a los hijos de las tinieblas) –
recordaba Catinga y seguía preguntándose
una y otra vez: - ¿Por qué nuestra hija es tan distinta? ¿Cómo es posible
que el poder del Sol no la destruya?
Pasaron
así varias semanas durante las cuales los colores de la vida de Ana Luz
empezaron a cambiar. Su piel se tornó gris y sus cabellos oscuros, los ojos
empequeñecieron y se tiñeron con la
sombra del encierro. Caminaba torpemente y permanecía todo el tiempo en silencio,
como si el deseo de vivir hubiera empezado a abandonarla.
-Déjala –
le decía Cabalango a su mujer-, ya se acostumbrará. Nosotros y nuestros padres
y nuestros antepasados hemos vivido así
durante siglos y no nos quejamos de nuestro destino.
-Deja de
fastidiar con tu estúpido discurso – respondía Catinga-, tienes el corazón de
una bestia. ¿No sientes compasión por tu hija?
La madre
de la niña que no quería ser bruja empezó a darse cuenta de que su atormentado
corazón, acostumbrado únicamente a los
malos sentimientos y a las
injusticias, se partía en pedazos.
Una de aquellas noches no pudo más. Salió en su
escoba voladora y regresó varias horas después. Llamó a su hija y mientras la
abrazaba fuertemente, le dijo:
-A partir de hoy podrás salir durante el día. ¿Qué
me dices?
-Mamá, eso
no será posible. Bien sabes que Sandunga no lo permitirá.
-No te
asustes, hijita. Acabo de hablar con nuestra Bruja Suprema y hemos hecho un
trato: tendrás permiso, por ahora, para permanecer en las horas del día fuera
de nuestro hogar, si cumples con una condición.
-¿Una
condición? ¿A qué estaré obligada?
-La
próxima luna deberás empezar tu noviciado para que aprendas todo lo que una
buena hija de brujos debe saber. ¿Estás de acuerdo? Si no aceptas esta
condición no podrás salir a la luz del día.
-Sí, mamá.
Haré lo que me digas para que no sigas sufriendo por mi culpa – dijo Ana Luz,
abrazando a su madre y dándole un sonoro beso en la mejilla.
Fue en ese
preciso momento que Catinga sintió aquella extraña sensación que, con el paso
del tiempo, la ayudaría a transformar su existencia. Era esta la primera
vez en su vida que alguien la besaba.
Jamás su madre, la hechicera Ucacha, ni su abuela, la detestable vieja Sacanta,
le habían proporcionado semejante caricia. Nunca en su vida había visto a alguien hacer eso
entre la gente de su pueblo y en cuanto
a Cabalango, era incapaz de la mínima ternura.
-¡Qué
delicia, hija mía! ¡Cómo es posible que exista algo tan suave, tan delicado!
¿Qué me has dado que estoy tan feliz y emocionada?
-Te he
besado, mamá. Simplemente eso: te he besado.
-¿Me has
besado? ¿Quién te enseñó a hacerlo?
-Mi amiga
Tanti, la pastora que cuida sus cabras en el valle. Ella dice que los seres que
se aman se dan besos entre sí.
-¡Oh, Ana
Luz! ¡Qué difícil eres de entender! Al menos intento hacerte feliz. Ahora,
vete, puedes ir a jugar con tu amiga – dijo Catinga limpiándose las lágrimas
que mojaban su feo rostro-, pero regresa antes del anochecer.
-¿Qué le
diremos a papá? – preguntó Ana Luz -. Se pondrá furioso.
-Por ahora
le ocultaremos la verdad. El pobre Cabalango está enfermo de la cabeza y si
descubre que faltas durante el día empezará a emborracharse nuevamente.
-Haré lo
que me digas, mamá –dijo Ana Luz-. Te prometo
que iré a la escuela de Sandunga y no haré nada que te ponga triste.
-Cuando
salgas –le advirtió Catinga, acomodando el cabello de Ana Luz-, que sea el
momento en que tu padre y yo nos encontremos dormidos. Cierra bien la entrada y
cuídate.
Capítulo 9
LA CAVERNA DE LAS MALAS ENSEÑANZAS
Sandunga
salió de la profunda caverna oculta en las entrañas de las Sierras Grandes, y
respiró el aire fresco de la noche recién nacida. Miraba hacia el noreste,
rumiando secretos pensamientos y oscuros propósitos que solo ella conocía.
-Haré de
esta niña la bruja más poderosa y cruel como jamás se conoció en los anales de
estas montañas – dijo para sí, mientras veía acercarse velozmente en el aire la
pequeña figura de Ana Luz montada en su escoba voladora.
Apenas la
niña descendió, la Bruja suprema se le aproximó
diciendo en voz áspera y grave:
-Por fin
has llegado, mi querida rebelde. No sabes por cuánto tiempo he aguardado este
encuentro. ¡Bienvenida a la Escuela de las Brujas Novicias!
-Vengo a
cumplir la promesa hecha a mis padres – respondió Ana Luz, fríamente-. Tú fuiste
la que impuso las condiciones, no yo.
-En
efecto. He hablado con tu madre de ciertos asuntos privados y confidenciales y
ella está de acuerdo conmigo respecto de la educación que necesitas, educación
que deberías haber comenzado hace años, si no hubiera sido por tus raras ideas
y caprichos. Algunas cosas no están claras en tu cabecita, ¿eh? A partir de
este momento nada será igual en tu vida, ya podrás comprobarlo.
-Reconozco
que tengo algunos problemas, Sandunga, pero estoy segura de lo que quiero para
mí. Soy todavía una niña pero no soy una niña estúpida.
-Cuando
descubras el significado oculto de nuestra vida serás feliz convirtiéndote en
una auténtica bruja. Por ahora eres un simple aprendiz, por no decir que eres
una completa ignorante respecto de los poderes de la magia.
-Tal vez
lo que dices sea cierto para brujitos malvados como Bombo, pero no para mí. No
te conozco bien, Sandunga, pero tampoco tú me conoces, así que no veo dónde
está tu ventaja.
-Eso lo
veremos, niñita. Me gusta ese carácter duro que tienes, tu modo de decir las
cosas. Esa es una señal de que un día no muy lejano serás un espíritu poderoso,
una bruja invencible como yo. Pero te advierto, Ana Luz, que no me subestimes,
jamás te atrevas a desafiar mi ira,
porque te arrepentirás.
-Vuelvo a
repetirte lo que dije hace un momento: asistiré a la escuela hasta que cumpla
doce años. Entonces decidiré cuál será mi verdadera vocación.
-Está
bien, Ana Luz, dejemos de discutir y vayamos a clase. Sígueme. Al principio
algunas cosas te parecerán extrañas pero luego, en la medida en que vayas
aprendiendo, te acostumbrarás. No olvides el honor de haber sido elegida entre
cientos de niños como mi discípula directa. No creas que cualquiera podría
entrar a este recinto secreto sin volverse loco.
Entraron
por un estrecho pasadizo y penetraron a la caverna, oscura y profunda, apenas
iluminada por unas velas raquíticas colocadas a intervalos sobre rocas
salientes que tenían forma de calaveras humanas y de animales. Siguieron por
otra entrada en cuyo techo docenas de murciélagos chillones las saludaron al
pasar. Eran docenas de espíritus de la noche que adoptaban esas figuras y allí
permanecían atentos, vigilando el
ingreso de posibles enemigos.
-Bamba
ananda – repetían-. Bamba ananda.
-Bamba
ananda – contestó Sandunga.
-¿Qué
dicen? – preguntó Ana Luz, impresionada por el extraño idioma que habían
utilizado.
-Simplemente
dijeron “buenas noches” y yo les contesté el saludo – respondió la Bruja
Suprema.
Ingresaron
a un amplio recinto ubicado en uno de los rincones de la cueva del mal donde
funcionaba la Escuela de las Brujas Novicias. Ana Luz vio algo así como una mesa rectangular de
piedra a cuyo alrededor unas rocas labradas hacían de bancos. Sobre la mesa,
iluminada por una lámpara de aceite, estaba apoyado un enorme libro forrado en
cuero negro que tenía unas raras inscripciones en la tapa.
-Siéntate
en aquel extremo – ordenó Sandunga.
La maestra
en malas enseñanzas hizo lo propio, acomodándose frente a la niña que temblaba
de emoción, y le señaló que abriese el libro en la primera página.
-Ese es el
Manual de Primer Grado de la Bruja
Novicia. Fíjate atentamente y luego comienza a leer, pausadamente, en voz
alta y clara. Como ves, está escrito en puncum, el dialecto de los brujos de
las montañas, para que nadie conozca el significado de nuestros conocimientos.
Desdichado sea aquel que osara tener este libro entre sus manos sin mi
consentimiento. Moriría de espanto o se convertiría en un vampiro a mi
servicio.
Ana Luz se
estremeció. Era ella la que en ese momento tenía entre sus manos el libro
maldito, pero nada dijo y ni siquiera movió un músculo de su rostro. La
profesora en ciencias ocultas continuó:
-Lee las
palabras de la primera página, una a una, y cada vez que lo hagas, levanta la
cabeza y mírame a los ojos. ¿Has entendido? No vayas a equivocarte porque si lo
haces… - No concluyó a propósito esperando ver la reacción de su nueva alumna.
-Sí, pero…
-Comienza
a leer de inmediato. Es una orden. ¿Me has escuchado?
-Jamás
asistí a la escuela. ¿Cómo podré leer si no sé hacerlo?
-¿No
comprendes, niña ignorante, que ese es un libro mágico? Míralo atenta y profundamente, penetra con tu mente en esos
signos y comprenderás lo que te digo. No hagas que pierda mi paciencia.
Ana Luz
titubeó un momento. Pensó en lo que sucedería con ella si se equivocaba y
comenzó a leer:
Aminga sanga tau em
omonga pamba tanca mao bamba.
Ananga pinga
men tanca em mondú bomba batú mandingo.
Sandunga
pamba tatanga vudú tau mulubú.
Apenas
leyó la primera palabra y levantó la vista para mirar en los ojos a
Sandunga, Ana Luz comprendió al instante
que aquél era un libro verdaderamente mágico, extraño y terrible por los
poderes que escondía. Al pronunciar el primer sonido, observó que Sandunga
tenía, sobre su hombro derecho, una lechuza de ojos amarillos.
Leyó la
palabra siguiente y al levantar la vista, en lugar de la lechuza había un gato
montés blanco que le mostró sus afilados dientes.
Pronunció
la tercera palabra y el gato montés había desaparecido para dejar en su lugar
un lagarto verde de lengua llameante.
Vio de ese
modo innumerables imágenes y aprendió en el acto el significado de cada
palabra, de cada frase, de cada símbolo.
La bruja
más temible de todas las brujas de las
Sierras Grandes permanecía en silencio, escuchando la delicada y preciosa voz
de aquella niña singular que estaba tomando como su discípula predilecta a
pesar de que era tan diferente, por su hermosura, a los otros niños de la
comunidad.
Sin
embargo, tuvo de pronto en su malvado corazón un sentimiento de rechazo por Ana
Luz, sufrió un ataque de celos porque presintió que la niña podría transformarse en pocos años en
una bruja rápida y poderosa como ella. Decidió en el acto enseñarle algunas
cosas y ocultarle otras para que tuviera
solamente una parte limitada de los conocimientos de la ciencia del mal.
Al
completar la lectura del texto indicado, la niña cerró el libro cuidadosamente
y se quedó esperando que Sandunga le ordenase lo que tenía que hacer a
continuación, pero ésta permaneció rígida y en silencio, mirándola fijamente
con sus enormes y temibles ojos y luego, golpeando sus manos con fuerza,
exclamó:
-La clase
de hoy ha terminado. Veo que aprendes fácilmente todo lo que te enseño. Vendrás
una noche por semana, sin faltar jamás, haga frío o calor, siempre a la misma
hora. Deberás repasar continuamente lo
que vayas aprendiendo, pero no se lo
revelarás a nadie, ni siquiera a tus padres, esos pobres brujos
ignorantes.
-Sí,
bruja, haré lo que me ordenas. Lo prometo.
-¿Estás
segura de que no irás a traicionarme?
-Sí,
bruja.
-Si faltas
a tu promesa no te castigaré solo a ti, también Catinga y Cabalango tendrán su
merecido. ¿Está claro o debo repetírtelo?
-No será
necesario, bruja. Guardaré en completo secreto los conocimientos que me
proporcionas.
-Así me
gusta. Ahora tomaremos la comida de la medianoche. La cena que compartirás
conmigo forma parte de tu entrenamiento. Deberás comer lo que te sea servido
sin hacer un mínimo gesto de desagrado.
En ese
momento entró por los huecos de la caverna el estridente canto del Gallo del
Diablo anunciando la hora en que los hijos de las tinieblas salen a divertirse,
a comer y beber y realizar sus fechorías.
La Bruja
Suprema hizo sonar una campanilla que estaba en el piso, junto a su asiento
forrado con cuero de ovejas, y en el instante aparecieron varios hombrecillos
del tamaño de un vaso de arcilla, que se arrodillaron ante Sandunga:
-Te
presento a mis fieles servidores, ellos son los gnomos, los pequeños espíritus
de la montaña.
-Bamba
ananda – dijo Ana Luz.
-Bamba
ananda – repitieron los diminutos duendes y de inmediato, con una
agilidad increíble, treparon de un salto a la mesa donde dispusieron platos y recipientes para
beber. Luego se introdujeron en una grieta de la cual salían olores variados y
apetitosos.
Regresaron
con un caldero negro que sostenían entre todos y sirvieron ranas
estofadas, chipacas, arrope de piquillín
y refresco de tuna.
Ana Luz
comió con apetito a pesar de la desconfianza que sentía tanto por Sandunga como
por aquellos extraños seres que jamás
antes había visto ni de noche ni de día. Temió perder su voluntad, dejar de ser
ella misma, aunque sorpresivamente percibió, muy en lo profundo de su corazón,
un sentimiento que jamás había experimentado.
-Será que
estoy empezando a volverme bruja – pensó entre divertida y asustada en el
momento en que su maestra en ciencias ocultas se ponía de pie y le decía:
-Ya es
hora de regresar junto a tus padres. Vuela directamente y no te entretengas por
ningún motivo. Hay algunos brujitos muy desobedientes que a esta hora deben
andar por ahí, haciendo de las suyas. Ten cuidado.
Descorrieron
la entrada, pasaron por la caverna que era la habitación de Sandunga, y por el
estrecho pasadizo salieron al aire fresco de la noche.
Oculta
detrás de una roca que cubría la entrada a la Escuela de las Brujas Novicias, estaba Calabalumba, la
brujita ciega, escuchando, sin que nadie hubiera detectado su presencia, ni
Caleufú, el brujo carnicero ni Chimbalanga, la bruja espía que en estos
momentos estaban comiendo en sus respectivos escondrijos.
-Bamba
ananda, Sandunga.
-Lobú
anda trenke.
Capítulo l0
LA LAGUNA DE LA NIÑA ENCANTADA
Asistir
una vez por semana a las clases de Sandunga le permitía a Ana Luz volver a
encontrarse con Tanti, la pastora de cabras, cuya amistad la ayudaba a soportar
las confusas enseñanzas que le daba a propósito la soberana de los espíritus de
la noche.
Sin
embargo, la bruja novicia jamás le dijo a su amiguita que asistía a las clases
de magia y hechicería, tal como había
prometido, pero no jurado. No podía revelar lo que estaba aprendiendo
por el temor de asustar a su compañera de juegos. ¿Cómo podría justificar lo que hacía a la medianoche, una vez por
semana?
-Soy tan
feliz viviendo bajo la luz del sol – pensaba-, que no hay nada comparable a
estos paseos por el valle, jugar con Tanti, bañarnos en el agua cristalina del
arroyo, confiarnos nuestros pensamientos y buenos deseos. ¡Ah!, si mis padres
pudieran verme, comprenderían por qué yo lloraba cuando me mantenían encerrada
en la oscuridad de la caverna.
Así iban
transcurriendo las semanas y los meses. Cierto día, Tanti le propuso a Ana Luz,
una nueva aventura.
-¿Te
gustaría recorrer el arroyo y llegar a
la cascada? Dicen que allí se forma una laguna de aguas profundas donde
podríamos bañarnos y nadar. ¿Sabes nadar?
-No, pero
podríamos aprender.
-Vamos,
antes de que se haga tarde.
-Ese lugar
debe estar muy lejos y puede ser peligroso alejarse demasiado.
-Sultán
nos acompañará y si algo nos sucediera, él avisará a mi madre.
-Me has
convencido, Tanti, vayamos a ese lugar.
Me gusta la aventura.
Remontaron
descalzas la corriente de agua sorteando peñascos y árboles silvestres que
bordeaban el arroyo. Recién a media tarde llegaron a un lugar verdaderamente
increíble. Desde lo alto de unas enormes rocas descendía la rumorosa cascada y
caía sobre una pequeña laguna, casi oculta
entre el verde follaje y los paredones rocosos
Las niñas
estaban tan cansadas que sólo atinaron a refrescarse y descansar al borde del
agua mientras comían un pedazo de torta con chicharrones y queso de cabra.
-¡Qué
hermoso! – dijo Ana Luz-. Jamás imaginé que existiera un lugar tan bello como éste.
-Aquí es
donde aparece ella.
-¿Quién es
ella?
-La Niña
Encantada. Desde el tiempo de los abuelos de nuestros abuelos se cuenta que
vive en lo profundo de este pozo de agua – explicó Tanti-. Yo no la he visto
pero dicen que es una joven muy hermosa, pero terrible. La mitad inferior de su
cuerpo tiene forma de pez y la otra, de mujer. Sus cabellos son rubios, su piel
blanca como la nieve y sus inmensos ojos son verdes y brillan, aún en la
oscuridad.
-¿Por qué
no me lo dijiste antes? ¿Por qué guardaste el secreto? Eso no me agrada.
-Perdóname,
Ana Luz, temía que si lo hacía no hubieses querido acompañarme. Desde muy
pequeña siempre quise conocer este lugar a pesar de que me lo tienen prohibido.
-Está
bien, es tarde para discutir. Quiero saber si es un espíritu del agua o qué
otra cosa, animal o monstruo el que
habita en esta laguna.
-Es un
espíritu maligno. Mi finada abuelita
decía que existe una antigua leyenda sobre este lugar. Aquellos que contemplan
los ojos de la Niña Encantada se vuelven locos y se sumergen detrás de ella
hacia el fondo de esta laguna que es tan profunda, como si no tuviera fin, donde
mueren ahogados.
-Vámonos de aquí – dijo Ana Luz-. Es peligroso. ¿Para
qué arriesgarnos? Es una tontería lo que estamos haciendo.
-¡Oh, no!,
de ninguna manera. Esta es la primera vez que me encuentro en este lugar
maravilloso. Tengo curiosidad y no me iré hasta el atardecer. Sigamos aquí y
esperemos.
-¿Qué
vamos a hacer si aparece la Niña Encantada?
-En primer
lugar, no deberemos mirarla a los ojos, para evitar que nos hipnotice.
-¿Qué le
responderemos si nos habla? ¿Lo has pensado?
-Nos
quedaremos calladas. No tenemos que decir una sola palabra, nada.
Las dos
amigas estaban tan entretenidas con su conversación que no advirtieron la
presencia de Catanga, la Bruja
Solitaria, oculta detrás de unas piedras. Era tan silenciosa y astuta que ni
Sultán, que estaba echado junto a las niñas, pudo advertir su presencia.
Fue en ese
momento que vieron surgir, brotando lentamente hacia la superficie del agua, a
la Niña Encantada. Primero apareció su abundante cabellera, que repartió sobre
sus delicados hombros, luego se vio el rostro angelical, perfecto y sonriente y
aquellos ojos, verdes, transparentes y de mirar inquietante.
Tenía
pendiente de su cuello un collar de pequeñas conchillas de mar, en una mano
sostenía el peine de oro con que arreglaba sus cabellos y en la otra el
resplandeciente espejo que reflejaba su hermosura. Se sostenía en el agua
agitando la mitad inferior de su cuerpo, recubierto de escamas, como si fuera
un pez de plata brillante.
-¡Hola! –
dijo la deidad del agua.
Tanti y
Ana Luz, sorprendidas por la extraña aparición, permanecían petrificadas por el
terror, con sus bocas y sus ojos
desmesuradamente abiertos.
-¡Hola! –
volvió a repetir la sirena.
Las niñas
no contestaron. Cerraron sus bocas y apretaron los labios.
-Soy
Taninga, ninfa de las aguas profundas. Hace mil años que vivo en este lugar y
jamás he visto niñas tan hermosas como ustedes. ¿Cómo se llaman?
Las niñas
continuaban paralizadas por una fuerza superior a sus deseos de huir y de
gritar. A su lado, Sultán gemía, también dominado por el susto, mientras que la
diosa del agua iba y venía de una punta a otra chapoteando y riendo
alegremente.
-Por
favor, no teman, no crean lo que dicen sobre mí. Solamente deseo que me digan
cómo se llaman. Después me zambulliré en las profundidades y ustedes regresarán a sus casas. ¿Son hermanas? ¿Amigas?
Tanti y
Ana Luz se miraron tratando de decirse algo. Estaban saliendo del trance
inicial y una sensación de alivio recorrió sus cuerpos. Sentían que no eran
ellas las que pensaban. El miedo iba disipándose al tiempo que la increíble
imagen de Taninga comenzaba a parecerles familiar y afectuosa.
-“Es tan
solo una joven del agua, maravillosa y buena” –alguien parecía decirles
interiormente-. “¿Qué mal puede hacerles? Hablen con ella, miren sus ojos
hermosos”.
-Seremos
amigas y compartiremos hermosos regalos – insistió la joven mitad mujer, mitad
pez-. Vamos, díganme sus nombres.
La
resistencia había sido vencida. Tanto Ana Luz como Tanti habían perdido su
voluntad y ya no tenían fuerzas para defenderse. Estaban a merced del espíritu
del agua.
-Mi nombre
es Ana Luz y vivo con mis padres en el Cerro de las Brujas.
-Soy
Tanti, cuido mi majada de cabras y vivo al otro lado del Valle del Silencio.
-¡Qué
bellos nombres para niñas tan hermosas! Miren lo que tengo en mis manos. Son
para ustedes: pececitos de colores, conchas de mar, pequeños cangrejos,
caracoles, flores petrificadas. Vengan conmigo, acérquense a la laguna.
Las dos
jovencitas aventureras habían perdido en ese momento toda desconfianza y
rebosantes de alegría comenzaron a desvestirse para lanzarse de cabeza a
la profunda hoya, cuando una tremenda voz que venía desde
lo alto de una roca les advirtió:
-¡Deténganse!
No se muevan, no den un solo paso.
Las niñas
se quedaron inmóviles mientras Catanga se aproximaba con paso rápido y
enérgico.
-No se
muevan. Esta maldita Taninga es una mala bruja de las aguas y sólo quería que
ustedes penetraran en la laguna para ahogarlas. Es una miserable asesina.
Tomó con
ambas manos una enorme piedra y la arrojó contra la ninfa acuática, pero ésta,
dando un rápido salto en el aire, se sumergió de cabeza en las profundidades. Cuando se recuperaron de las
emociones y volvieron a ser ellas mismas, Tanti y Ana Luz se aproximaron a la
anciana.
-¿Quién
eres? – preguntó Tanti.
-Mi nombre
es Catanga.
-“¡Catanga!”
Ana Luz
quedó por un momento desconcertada. Aquel nombre sonó en lo profundo de su
mente y recordó vagamente lo que madre le había dicho infinidad de veces: “El
nombre de Catanga es un símbolo de crueldad y malos sentimientos para nuestra
familia. Cuando estén en su presencia huyan de inmediato, sálvense como
puedan”.
Sin
embargo, esa mujer temible en apariencia que estaba frente a ellas les había
salvado de una horrible muerte. “Si en realidad fuera una bruja como Sandunga
no andaría por estos parajes y mucho menos a plena luz del sol” – pensó antes
de decir:
-Mi nombre
es Ana Luz y ella es mi amiga Tanti. Ese
perro ovejero es Sultán, cuida el
rebaño de cabras y también nos protege.
-Nunca
olvidaremos lo que ha hecho por nosotras – dijo a su vez la pequeña pastora,
tratando de parecer tranquila ante aquella inquietante presencia.
-Soy una
vieja muy especial que conoce estas montañas palmo a palmo. Sé lo que ocurre de
día y también durante la noche. Las conozco a ambas y sé de dónde proviene cada
una. Conozco sus destinos, por eso añadiré algo más: conserven su amistad y
tengan fe en ella. Aunque algún día deban separarse no desesperen porque,
nuevamente, se volverán a reunir.
-¿Cómo es
posible que hables de nuestro futuro? ¿Acaso eres adivina? – preguntó Ana Luz,
muy seria.
-No, mi
pequeña brujita. No soy lo que estás imaginando. A veces, cansada de las tonterías de este mundo me entretengo leyendo
en el Gran Libro de las Horas, que guardo como herencia de mis antepasados que
también vivieron durante miles de años en estas montañas. En ese libro está
escrito el pasado, el presente y el futuro de todas las cosas y de todos los
seres.
-¿Podrías,
entonces, predecir mi futuro? – volvió a preguntar Ana Luz, con manifiesto
entusiasmo.
-Sí –
respondió Catanga, esbozando una extraña sonrisa-, pero jamás te lo diré pues
eres tú misma quien debe descubrirlo. Ahora vuelvan con sus familiares, que se
hace tarde.
Capítulo 11
EL FANTASMA DE LAS NIEVES
Ana Luz
ocultó a Sandunga su encuentro con
Catanga. Sabía que ambas eran brujas poderosas y enemigas irreconciliables.
Durante sus clases llegó a saber que la Bruja Solitaria era rechazada por la
comunidad de hechiceros y magos de las montañas porque, en algunas
oportunidades, había auxiliado a pastores y arrieros extraviados y que,
además recolectaba hierbas aromáticas,
yuyos curativos y miel silvestre que vendía en una lejana ciudad que se encontraba mucho más allá del Valle
del Silencio, transformada en una anciana de agradable aspecto y amable trato
con los humanos.
-Somos brujas de las tinieblas – dijo Sandunga en una reunión – que llevamos
en nuestra sangre los peores pensamientos. Somos capaces de realizar los actos
más perversos y terribles, felices cuando practicamos la venganza, astutas para
robar, mentirosas y sanguinarias.
Aterrorizamos a la gente que vive en el
valle con nuestros gritos y maldiciones, mortificamos a los animales
silvestres, comemos bazofias y sancochos, festejamos a todos aquellos que son
miserables y serviles. Un villano es para nosotras un héroe, un joven
repugnante y deforme nos parece la criatura más perfecta. Sepan y recuerden que
quien ayuda a un humano es un traidor
que merece nuestro escarnio y el peor de los castigos.
Ana Luz se
estremeció cuando escuchó aquellas palabras, pronunciadas por la Bruja Suprema
en medio de gesticulaciones y terribles gritos. Era feliz con la amistad de
Tanti y estaba dispuesta a realizar cualquier sacrificio para conservarla.
Venir una vez por semana a la escuela de Sandunga era insoportable, pero lo
hacía para no lastimar a sus padres y para poder continuar gozando de su libertad bajo la luz del Sol.
Aquella
noche, la pequeña novicia no podía concentrarse en el estudio, anhelando la
hora de regresar a la cueva de sus padres para esperar la mañana y con ella
realizar sus habituales escapadas.
Después de
las doce, como era habitual, tomó su cena, saludó a Sandunga y a los pequeños y
serviciales gnomos y salió de la caverna hacia la profunda oscuridad de la
noche. Había comenzado a nevar copiosamente sobre las serranías y un viento
frío y ululante hacía desplazar peligrosamente su escoba voladora que parecía
negarse a que la montara.
Se cubrió
con un poncho rojo y se calzó los
delicados guantes de lana que le había tejido Catinga.
-No te
preocupes – le dijo la Bruja Suprema al despedirla-, nosotras sabemos movernos
en la oscuridad y no nos asustan las tormentas de nieve. Vuela en dirección a
aquella luz que brilla en el noreste de las montañas; allí está tu refugio
familiar.
Ana Luz se
elevó en el aire y comenzó a viajar tratando de mantener el rumbo fijo, pero
apenas había recorrido un corto trayecto, vio dos pequeñas figuras que se
aproximaban hacia ella volando raudamente. Cuando estuvieron cerca de ella su
corazón se estremeció: eran Bombo y su amigo Congo, armados de cuchillos y
hondas.
-Déjenme
pasar – gritó Ana Luz, procurando esquivarlos-. Apártense de mi camino.
-Queremos
hablar contigo – le gritaron para que
pudiera oírlos.
-No hablo
con chicos sucios y pendencieros – les advirtió la aprendiza de bruja.
-Si no
vienes a jugar con nosotros te haremos caer. Somos dos brujitos fuertes y
mayores que tú, niña tonta y orgullosa. No seas porfiada, no podrás escapar.
Ven, síguenos, vamos a un lugar muy especial. Ya lo verás.
-Váyanse
al mismísimo diablo, estúpidos.
-Esta vez
no escaparás.
Ana Luz
seguía avanzando por el aire helado con su cuerpo cubierto de nieve. Hacía toda
clase de piruetas para huir de la emboscada pero las escobas de los otros niños
eran más veloces que la suya.
-Ven con
nosotros a destruir un nido de águila que hemos descubierto.
-Te dije
muchas veces que jamás haré esas cosas, Bombo. ¿Acaso no lo recuerdas? Además
eres un delator, un sucio cobarde. Te odio.
-Ven con nosotros –insistía el deforme Congo- te
divertirás como loca.
-Si no me
dejan en paz pronunciaré una palabra mágica – dijo Ana Luz, tratando de que se
impresionaran y se fueran. Pero la verdad era que ella no conocía ninguna
palabra que pudiera vencer a aquellos dos demonios, y ellos lo sabían.
-¡Vendrás
con nosotros? Decídete.
-¡Muéranse!
-Entonces
mira lo que vamos a hacer contigo, niña traidora.
Se
aproximaron uno a cada costado y tomándola de ambos brazos la obligaron a descender sobre una pequeña
planicie cubierta por una gruesa capa de nieve, un lugar conocido como Pampa
del Infierno donde los brujos acostumbraban enterrar a sus muertos.
Ana Luz
comenzó a dar gritos pidiendo auxilio, pero en aquel sitio desamparado nadie
podría oírla y mucho menos en una noche tormentosa. Los malvados salteadores hicieron pedazos su escoba
voladora y la dejaron abandonada mientras escapaban gritándole:
-Te lo
advertimos, Ana Luz. Ahora ya sabes quién es el más fuerte. Te arrepentirás por habernos despreciado.
-Morirás, morirás. ¡Ja, ja, ja!
-Estoy
perdida – exclamó Ana Luz, poniéndose a llorar-. ¿Qué será de mí en esta
tormenta? He perdido el rumbo, jamás encontraré el camino de regreso. Moriré de
frío si no encuentro ya mismo un refugio.
La tormenta
de nieve le impedía guiarse por las estrellas, de modo que empezó a caminar
tratando de descender de aquellos escarpados cerros, resbalando una y otra vez
a causa del agua y la nieve que caía sin cesar. El viento comenzó a soplar con
mayor fuerza y por momentos sus ráfagas le hacían perder el equilibrio.
Empezó a
sentir que sus pies y manos empezaban a enfriarse, y un gran dolor en sus ojos
enrojecidos por la irritación. La impulsaba la voluntad de vivir, el deseo de
ver a sus padres, de encontrarse con Tanti y todas las cosas y lugares que
amaba.
Tratando
de hallar un amparo entre las rocas para protegerse y esperar la llegada de la
aurora, al fin pudo ubicar un pequeño hueco que la nieve todavía no había
cubierto donde acomodó su cuerpo aterido.
En ese
momento la nieve y el viento se enfurecieron aún más y azotaron con violencia
el lugar donde se refugiaba como si pretendieran desalojarla.
-Debo
mantenerme despierta – pensó la niña-. Si me quedo dormida no despertaré jamás.
Moriré de frío y la nieve cubrirá mi cuerpo. Aunque me busquen por todos lados
no podrán encontrarme.
Se refregó
el rostro con el dorso de su mano derecha y abrió bien los ojos. Empezó a
frotarse los brazos y las piernas para
no entumecerse, cuando vio a Pichango, el Fantasma de las Nieves, que se
aproximaba lentamente hacia donde ella se encontraba. Era una figura altísima,
un descomunal muñeco de nieve que tenía dos huecos oscuros y profundos en el
lugar de los ojos. Su voz era lenta y áspera como el raspar del viento sobre los peñascos.
Ana Luz
había escuchado decir que nadie podía escapar si se encontraba con Pichango.
Quien se enfrentara con el monstruo y escuchara susurrar sus palabras que incitaban al sueño profundo, quedaría
dormido para siempre. Tendría una muerte suave y silenciosa, sin dolor alguno.
-Cierra
tus ojos y descansa – dijo el espíritu de la nieve-. Relaja tu cuerpo y cierra
los ojos. Tienes un intenso deseo de dormir…cierra tus ojos…descansa…duérmete…
La alumna
de la escuela de brujos sentía que sus fuerzas empezaban a abandonarla. No
podía resistir la llegada del sueño, un extraño cansancio se iba apoderando de
toda ella. El susurro incesante de Pichango estaba dominándola. Aquella voz
melodiosa era como una canción de cuna, monótona y persistente. Empezó a cerrar
sus ojos y a entregarse mansamente. Sentía que ya no podía seguir despierta un
momento más cuando la sorprendió el balido de una cabra y el tañido de una vibrante campanilla.
Abrió sus
ojos y vio que Pichango aún permanecía
próximo a ella. Los profundos huecos de sus ojos brillaban en la oscuridad.
-Duerme,
mi pequeña niña, cierra tus ojos y
descansa – continuaba diciendo el fantasma-, entrégate al más delicioso de los sueños…duerme…duerme…
Ana Luz,
atontada por la hipnotizante voz, empezó a dormirse nuevamente. Desde lo
profundo de sí misma, el irresistible imán del sueño borraba su voluntad y el
deseo de vivir.
Por
segunda vez, el balido y el repiqueteo de la campanilla volvieron a despertarla. Abrió los ojos pero
no vio nada aunque continuaba escuchando los sonidos.
-¿Dónde
estará esa cabra? – pensaba la niña, temblando de frío y de miedo-. La siento muy cerca de mí pero no
la veo ni escucho sus pasos.
Así permaneció durante horas, luchando
contra el sueño y agotamiento, hasta que aparecieron las primeras luces del
alba. La nieve había dejado de caer y el viento amainaba. No quedaban sombras
de Pichango ni rastros de la cabra salvadora. Las nubes empezaban a borrarse en
el cielo cada vez más claro de la mañana.
Miró en
derredor tratando de ubicar el camino más corto para llegar a la caverna de sus
padres. A pocos metros desde donde se encontraba se ubicaba el Cañadón de las
Ánimas y más allá alcanzó a divisar el
serpenteante hilo de plata del Río de las Penas que corría atravesando el Valle
del Silencio y desembocada en el lejano Lago de los Esperpentos que brillaba
bajo la intensa luz del Sol.
Caminó
durante varias horas, por un lugar y otro, por momentos extraviándose y en
otros encontrando señales que la iban guiando. No dejaba de meditar en los
extraños acontecimientos que le tocaba vivir, tan diferentes unos de otros. Los
más ancianos del pueblo de la noche decían que los seres nacen con un signo de
fatalidad que no pueden modificar. “Eres lo que eres, no pretendas cambiar, el
destino siempre ganará la batalla”, repetían. Sin embargo, la brujita novicia
estaba segura, completamente convencida de que ella transformaría su destino
porque tenía voluntad para luchar y un
gran amor por el mundo de la luz.
Cuando
llegó a la guarida de sus padres los encontró durmiendo plácidamente, ajenos a las peripecias y peligros que había
vivido su hija. Buscó su rinconcito y se acostó sin hacer ruido y de inmediato
se hundió en el apacible y tan deseado sueño. Su último pensamiento fue: “Perdóname,
Tanti, hoy no podré ir a jugar contigo. Mañana te contaré lo que anoche me ha
sucedido. No vas a creerme”.
Capítulo 12
ENCUENTRO CON EL ESPÍRITU ERRANTE
Nada le
hizo sospechar aquella mañana a Ana Luz que los sucesos de ese día la
obligarían a tomar imprevistas decisiones.
Apenas se
encontró con Tanti observó que la niña pastora venía caminando triste y
cabizbaja, reflejando una enorme tristeza en su rostro.
-¿Qué te
pasa? ¿Por qué traes esa cara de preocupación? Por favor, cuéntame, ¿qué te ha
sucedido?
Por toda
respuesta Tanti se puso a llorar desconsoladamente.
-Te lo
ruego, no me asustes, deja de llorar y dime lo que te sucede.
-Ana Luz,
hoy será la última vez que estaremos juntas. Lo siento, pero no depende mí, no
es mi culpa.
-¿Qué dices,
Tanti? ¿Ha ocurrido algo malo? ¿A ti? ¿A tu familia?
-Nos vamos
a vivir a otro lado, lejos de aquí.
-¡Te vas
del valle!
-Sí. Aquí
estamos muy solos desde la muerte de mi padre. Además, tengo que ir a la
escuela. Todavía no sé leer ni escribir.
-Dime en
dónde vivirás para ir a visitarte. No
podemos separarnos así, de un día para el otro.
-No, Ana
Luz. No creo que volvamos a vernos. Lo siento.
-¿Por qué
dices eso? ¿Acaso ya no me quieres como antes?
-Siempre
te querré porque eres mi mejor amiga. Pero sé que los hijos de los brujos viven
eternamente en las montañas de las que jamás podrán alejarse. Cuando crezcas te gustará vivir en la oscuridad y
entonces empezarás a olvidarme.
-No hables
así, Tanti, jamás te olvidaré. No sabes cuánto estoy luchando para no separarme de ti.
-Será
mejor que sea de este modo, Ana Luz. Mañana me iré muy temprano a la ciudad de
Covadonga. Sus habitantes la llaman “La Ciudad de la Luz”.
-¿Qué es
una ciudad? ¿Has estado en alguna?
-Sí, en
varias oportunidades, cuando vamos de visita a lo de mi abuela. Covadonga
es un pueblo grande, con edificios altos, plazas y jardines, escuelas y museos
donde vive mucha gente, lugares donde las personas se reúnen para conocerse,
para hacer amigos.
Ana Luz
tenía sus ojos llenos de lágrimas. Se abrazó fuertemente con Tanti y así
permanecieron largo rato sin decir palabra. Al lado de ellas, Sultán, el perro
ovejero, las contemplaba con tristeza,
como si él también compartiera el dolor que las niñas sentían. -Adiós – dijo Tanti, limpiándose las
lágrimas-. Ojalá que en algún día no muy lejano volvamos a encontrarnos.
-Te
prometo – respondió Ana Luz-, que iré a
buscarte. Mientras tanto, no me olvides, por favor.
-Adiós, te
estaré esperando.
-Hasta
siempre, Tanti. Adiós, Sultán. Sigue protegiendo a mi amiga.
Apoyándose
en su cayado, seguida por el perro, la niña pastora arreó la majada hacia los
corrales de su casa que estaba en los confines del Valle. Ana Luz emprendió el
camino de regreso hacia el Cerro de las Brujas, caminando lentamente, agobiada
por la tristeza. De vez en cuando volvía su rostro hasta que la imagen de la pastorcita se borró en la lejanía.
Estaba
culminando la tarde. Los últimos rayos del Sol se hundían al otro lado de las
montañas formando una aureola roja y amarilla que lentamente se iba apagando.
Ana Luz no tenía deseos de regresar junto a los suyos. La vida le parecía en
esos momentos hueca y sin sentido. ¿Qué haría a partir de mañana en sus horas
libres?
Se había
sentado sobre una piedra, pensando y dando vueltas alrededor de sus problemas,
cuando la alertó el sonido de unos pasos que se
aproximaban.
-¿Quién
anda por ahí? – preguntó, asustada.
-Soy yo –
dijo la débil voz de alguien que se había detenido a pocos pasos de la piedra
donde continuaba sentada.
-¿Quién
eres? ¿Qué deseas de mí? ¿Qué estás
haciendo a estas horas?
-Mi nombre
es Candonga. Lo único que te pido es que me permitas permanecer junto a ti
aunque sea un instante. No te vayas, por favor. No puedo hacerte daño alguno y
a cambio de tu presencia le entregaré
las bendiciones de mi corazón.
Ana Luz
observó detenidamente la aparición. Era una joven de unos diecisiete años, ni
fea ni hermosa, vestida con una túnica
gris que la cubría hasta los pies. Su piel era intensamente pálida y los ojos,
pequeños y ausentes, parecían estar envueltos en una enorme
tristeza. Se expresaba con voz pausada, apenas audible y a cada momento leves
sollozos convulsionaban su raquítico cuerpo.
-¿Qué
haces en este lugar? ¿No tienes, acaso familia o un lugar donde vivir? –
preguntó Ana Luz.
-Soy un
Espíritu Errante – respondió la joven -
que sólo tiene vida en el breve
momento en que el día se transforma en noche y la noche en día.
-¿Quién te
obliga a padecer una vida tan triste? ¿Por qué no te quedas del lado de la luz
o eliges, por lo menos, la noche?
-¡Ay!
Nadie me obliga, yo soy la única culpable de mi propia desdicha.
-¿Qué te
ha sucedido?
-Hace
mucho tiempo, un siglo o tal vez dos (ya he perdido la cuenta), vivía en el
mundo de las tinieblas.
-¿Eras una
bruja?
-Sí. Era
una joven bruja, inteligente y astuta a la que nadie podía superar. En uno de
mis viajes extravié el rumbo y me sorprendió la llegada de la luz. No encontré
un mísero lugar donde ocultarme. Tuve, al principio, un miedo terrible, pero
pronto advertí que la luz del sol era buena y perfecta y que podía habitarla
sin riesgo ni dolor. Viví de ese modo en ambos lados sin que nadie lo supiera.
De noche era una bruja fea y arrogante; de día me convertía en una joven cuya
belleza deslumbraba a los pastores y arrieros que cruzaban por este lugar, en
este camino que conduce al Valle del Silencio.
-¿Qué
sucedió entonces? Cuéntame.
-Con el
paso del tiempo me cansé y comprendí que no podía seguir viviendo en dos
mundos, tan diferentes, a la vez. Quise
tomar una decisión, pero no pude. Estaba indecisa y confusa. De un lado o de
otro la vida me resultaba igual. Nada me causaba mayores alegrías ni tampoco
tristezas. Me era indiferente tanto volar
durante la noche convertida en una infame bruja como vivir el delicado
amor de los humanos. Demasiado tarde comprendí que me estaba transformando en
un ser vacío e inútil, en una cosa sin valor alguno.
-¿Cómo es
posible que eso sucediera? ¿Nadie te ayudó?
-Poco a
poco me fui volviendo invisible para los demás y también para mí misma, hasta
que solamente me quedó este trozo de existencia que dura unos pocos minutos
durante el alba y otros en el crepúsculo. Dentro de un instante ya no podrás
verme porque seré invisible.
Ana Luz se
había quedado sin habla, escuchando asombrada el relato de Candonga mientras la
imagen de la joven empezaba a disolverse. Escuchó, apenas musitadas, las
siguientes palabras:
-Ignoro si
eres una niña bruja o una persona humana. Seas lo que fueres no me olvides
nunca. Búscame apenas nace la luz del Sol o cuando llegan las primeras sombras
de la noche. Allí estaré aguardando el consuelo de tu presencia. Nadie en el
mundo puede comprenderme mejor que tú.
El
Espíritu Errante dejó de brillar apenas la oscuridad se hizo más intensa, y
desapareció.
Ana Luz,
sin salir de su asombro, repitió mentalmente las últimas palabras que la
fantasmal aparición había pronunciado: Nadie
en el mundo podrá comprenderme mejor que tú.
-¿Qué me
habrá querido decir? ¿Será porque yo…? ¡Oh, no!
Capítulo 13
LA CABRA INVISIBLE
Habían
transcurrido dos largos meses desde el último encuentro de Ana Luz y Tanti. La
pequeña pastora vivía desde entonces con su familia en la lejana ciudad de
Covadonga mientras la solitaria habitante del Cerro de las Brujas no
encontraba consuelo para su tristeza.
Caminaba
descalza por el arroyo y correteaba detrás de las vivaces y coloridas mariposas
que abundaban en el valle para llenar las horas vacías. Por momentos le parecía
escuchar los ladridos de Sultán o la risa
juguetona de su amiga. Miraba hacia todos lados y sólo contemplaba los verdes
pastos y las altas montañas, áridas, silenciosas e imponentes.
Cuatro
clases faltaban para completar su noviciado de bruja , y Sandunga ya le había anticipado que debía tomar una decisión.
Si se negaba a ser una Bruja Mayor sería expulsada junto a sus padres de la
comunidad de hechiceros de las Sierras Grandes. Este asunto a Ana Luz no le
importaba en absoluto, pero sabía que vivir lejos de su pequeña patria sería
para Catinga y Cabalango un deshonor insoportable. Además, ¿adónde podría ir un
par de feos e inútiles brujos?
-No sé qué
hacer – pensaba-. Irme significaría abandonar a mis padres y eso no lo haré
jamás. Si me quedo, deberé ingresar al pueblo mágico como Bruja Mayor y
abandonar para siempre el mundo de la luz. Si debo hacer un juramento deberé
cumplirlo. No tengo otra salida.
Apenas
había completado este último pensamiento escuchó el tañido del cencerro de una
cabra madrina. Se sobresaltó porque a su alrededor no había la presencia de
ningún animal. Permaneció atenta, conteniendo la respiración, y nuevamente
escuchó el sonido, ahora más próximo.
-Es sonido
de la campanilla que me salvó de quedarme dormida y morir en las garras de Pichango, el Fantasma de las Nieves
– pensó Ana Luz.
De
inmediato escuchó los pasos de un animal que se aproximaba y un melodioso
balido.
Su corazón
comenzó a latir apresuradamente. No era temor lo que sentía en ese momento sino
una viva curiosidad por lo que estaba sucediendo. Tuvo el claro presentimiento
de que algo sorprendente iba a suceder en los instantes que venían. Se irguió
cuanto más pudo y observó en derredor. ¿Cómo podía ser? No había nadie. Sólo el
gran silencio que imponen las montañas al mediodía y la vibrante luz del Sol la
rodeaban.
Repentinamente,
como si surgiera de la nada, dijo una voz femenina, suave y delicada:
-“Quien se alimente con la leche de mis ubres
tendrá el privilegio de ver lo que otros no ven, escuchar los sonidos que nadie
escucha y comprender lo que pocos comprenden”.
-¿Quién
habla? – preguntó Ana Luz levantando el tono de su voz.
-“Soy Cabana, la Cabra Invisible que pasta
en las praderas del silencio que están al Otro Lado de la Luz y cuya leche
sagrada alimenta el deseo de ser un espíritu libre y luminoso”.
-¿Eres,
acaso, quien me salvó de morir congelada en la nieve?
-“Sí, fui yo quien con el sonido de su
cencerro de plata te mantuvo despierta durante la noche y evitó que te quedaras
dormida para siempre”.
-¿Por qué
lo hiciste? ¿No sabes que soy una pequeña bruja de las montañas mágicas,
indigna de vivir para siempre en la luz?
-“¿Por qué te expresas de ese modo?
¿Te avergüenzas de vivir en la región resplandeciente del mundo?”
-Estoy
confundida y tengo miedo.
-“¿Miedo a qué?”
-A quedarme atrapada para siempre en la oscuridad donde he nacido. La
indecisión está destruyendo mi voluntad. No sé qué hacer.
-“Escucha atentamente, Ana Luz. Si puedes
vivir fuera de las tinieblas y soportar y amar la luz del Sol es porque
nunca podrás ser una auténtica bruja.
Todo depende de tu verdadera vocación. Tienes que decidirte pronto, porque si
no lo haces te convertirás en una sombra, en un espíritu errante”.
-No, no
quiero ser como Candonga y vivir penando por el resto de mi vida. Deseo ser libre
pero ignoro el modo de lograrlo. Lo único que encuentro son problemas, toda
clase de dificultades. ¿Qué debo hacer? ¿Podrías ayudarme?
-“Nadie te podrá ayudar si primero no te
ayudas a ti misma. Sé fuerte, decidida y no temas hacer tu elección”.
-¿Cómo
puedo saber que no estoy equivocada?
-“Aprendiendo a no mentirte a ti misma.
Seguir los pasos de la propia verdad proporciona una dulce beatitud”.
-No
entiendo lo que acabas de decirme. Por favor, explícamelo con otras palabras.
-“Querida Ana Luz, una decisión justa produce felicidad,
una decisión equivocada sólo provoca
dolor y sufrimiento. ¿Comprendes ahora?”
-Sí, ahora te entiendo mejor.
-“Entonces,
¿estás dispuesta a realizar una prueba? ¿Serás capaz de arriesgarte?”
-Estoy
decidida. Ya nada me importa. No daré un solo paso atrás.
-“Date vuelta y mira lo que hay detrás de
ti”.
Ana Luz
giró rápidamente sobre sí misma y vio, sobre una pequeña piedra cuadrada, un
vaso de arcilla lleno de leche.
-“Toma el vaso y bebe” – dijo la voz de la Cabra Invisible-.” Esa es mi leche y quien la ingiere recibe el
poder de la visión que hace posible descubrir los ocultos enemigos y las
acechanzas del mal”.
-Si
salvaste mi vida y ahora guías el camino de mi vocación, debe ser porque eres
un espíritu protector –dijo Ana Luz, tomando el pesado vaso con sus dos manos.
-“Espera” - dijo la voz de Cabana-, “no bebas todavía. Piensa un momento en lo
que voy a decirte. ¿No has sospechado que pueda
yo ser Sandunga y que sólo esté jugando contigo para mortificarte y
darte una verdadera lección de brujería?”
-Tengo la esperanza de no equivocarme – dijo Ana Luz, acercando sus labios
al vaso, dispuesta a beber.
-“¿Cómo sabes que cuando tomes esa leche no
te transformarás en una araña repulsiva o en una víbora de coral? ¿Eres imprudente o valerosa?”
Ana Luz
tomó un primer sorbo de leche. Hizo una pausa y luego dijo:
-Sólo
puedo decirte que ya no tengo temor y también que no eres Sandunga, porque en
este preciso momento te estoy viendo.
Sobre la
hierba resplandeciente apareció el cuerpo
blanquísimo de una pequeña cabra cuyos grandes ojos transmitían una
intensa paz espiritual.
La niña
que no quería ser bruja sonrió, luego empinó el recipiente de barro cocido y
bebió hasta la última gota la leche. Tuvo de inmediato la seguridad de que
jamás había probado algo tan exquisito al tiempo que sus piernas se le
aflojaban y todo su cuerpo se entregaba a un profundo sueño.
Cuando
despertó, el Sol se iba inclinando
pesadamente hacia el oeste, proyectando las alargadas sombras de los cerros
sobre el verdor del valle.
Estaba
recostada sobre una manta roja al pie de unos árboles y a su lado, Catanga, la
Bruja Solitaria procuraba aliviarle, con paños de agua fría, la fiebre que
quemaba su frente.
Capítulo 14
EL SECRETO DE CATANGA
Ana Luz
permaneció enferma durante tres días en la cueva de Catanga. El lugar era
amplio y confortable y extremadamente limpio en todos sus detalles. Las paredes
de rocas estaban tapizadas con vistosos tejidos. El piso, también de piedra,
estaba cubierto por una espesa alfombra
de lana. En el centro de la caverna había un gran caldero negro sujeto por tres
patas de hierro en el cual la Bruja Solitaria preparaba sus pociones mágicas.
La niña
permanecía acostada sobre un pequeño catre de madera de tamarindo, cubierta con
una manta roja y dorada que tenía bordada en su contorno una extraña guarda con
la figura de animales y aves desconocidos por ella, y en el centro, algo así
como un signo geométrico de seis puntas cuyo significado no pudo descifrar.
La fiebre
había disminuido y empezaba a recuperar sus fuerzas. No podía olvidar con
cuanta paciencia la había tratado durante esos días aquella vieja mujer que se
movía, sin embargo, con la agilidad de una persona mucho más joven.
Pensaba en
la preocupación que tendrían sus padres por su prolongada ausencia y en el
furor de la Bruja Suprema por haber dejado de concurrir a una de las últimas
clases del noviciado mágico.
Miró a su
alrededor, tratando de comprender algo que le daba vueltas por su cabecita.
Catanga era, evidentemente, otro tipo de bruja, muy distinto a las que ella
conocía. Su rostro se veía suavizado por una actitud de permanente simpatía y
embellecido por unos ojos grandes e inteligentes que parecían saber y decirlo
todo en cada mirada. Además, era limpia y cuidadosa, hablaba con tonos suaves y
jamás pronunciaba aquellas terribles palabras que estaba acostumbrada a
escuchar entre los brujos de su comunidad.
De Catanga
se decían cosas terribles y repugnantes. Sólo bastaba pronunciar su nombre para
que las hechiceras y magos comenzaran a chillar como enloquecidos y a golpear
todo lo que tenían a mano. ¿Cuál sería la verdad? ¿Estaría la niña bajo los
poderes de la Bruja Solitaria? ¿Estaba despierta o sufriendo los efectos de la
fiebre?
Cerró un
momento los ojos y procuró descansar, tratando de serenar sus confusos
pensamientos. Estaba en eso cuando la interrumpió la voz de Catanga:
-Buenos
días. Parece que nuestra enferma se
siente mejor hoy.
-¡Oh!
Buenos días, Catanga. Es verdad, me encuentro de buen ánimo y con un apetito
feroz.
-Te he
preparado un exquisito caldo de tortuga y una tortilla de huevos de perdiz.
-¡Qué
rico! Eso me gusta, aunque jamás he comido esos manjares porque tú sabes que
entre nosotros la comida es diferente.
-Está
bien, basta de charlas y a comer.
Ana Luz
comenzó a alimentarse mientras observaba
los movimientos de Catanga. La anciana salió un momento de la caverna y regresó
con un ramo de flores amarillas de retama que puso en un rústico florero de
arcilla. Luego atizó el fuego que ardía bajo el caldero, revolvió su contenido
con una larga cuchara de madera. Tomó un peine tallado en hueso y ordenó sus
largos cabellos de color plateado mientras canturreaba una antigua canción:
Sólo
la flor que nace en las montañas
Puede
llevar al valle su fragancia.
Cuando
muere la flor queda el perfume
Y
si el aroma perdura la semilla está a salvo.
Ana Luz
terminó su comida, se incorporó del lecho y lavó el plato y los rústicos
cubiertos. Ordenó la cama donde había pasado su convalecencia y se alisó el
pelo con las manos.
-Bien –
dijo con una sonrisa de agradecimiento-, la comida estuvo deliciosa.
-Me alegra
verte recuperada.
-Gracias a
ti, Catanga. ¿Qué hubiera sido de mí sin tu ayuda?
-No, Ana
Luz, no es como tú crees. Todavía no sabes por qué suceden algunas cosas. Ven,
vamos a sentarnos un momento – dijo Catanga, indicando un rincón donde había
dos piedras en forma de banco-, tengo algo importante que decirte.
-¿Por qué
vine a este lugar? – comenzó preguntando Ana Luz-. ¿Qué me pasó? Lo último que recuerdo es que bebí un
vaso de leche y luego me quedé dormida.
-Lo que
realmente ocurrió hace unos días, Ana Luz, es un acontecimiento único y
extraordinario.
-Por lo
que estoy viviendo en este momento, creo que fue como tú dices, aunque por más
que me esfuerzo no puedo saber qué me pasó.
-Por ahora
parecerá que has olvidado esa experiencia, pero llegará el momento en que el
suceso brotará nuevamente dentro de ti, con mayor fuerza y claridad. Entonces
sabrás qué paso, por qué fuiste elegida para realizar semejante experiencia.
-Dime,
Catanga, ¿por qué apareces cada vez que estoy en peligro? Mi familia te maldice
continuamente y Sandunga dice que eres un monstruo. ¿Cuál es la verdad? ¿Por qué me proteges tan
especialmente?
-No existe
un porqué que deba ser explicado. Fue porque así tiene que ser.
-No
entiendo lo que tratas de decirme.
-Muchas
cosas, mi pequeña, te parecen extrañas, incomprensibles, ¿verdad?
-Sí, es
cierto. Están ocurriendo hechos raros a
mi alrededor y por eso me siento confusa, desorientada.
-Recuerda
para siempre, Ana Luz: nada sucede en vano, todo tiene un sentido, un
significado. Algunos acontecimientos son hermosos, otros terribles. A pesar de
todo no puedes detenerte, sientes que debes continuar por tu sendero sin importarte los peligros que te acecharán.
Algo, más fuerte que tu propia vida, te atrae, irresistiblemente. ¿Estoy en lo
cierto?
-Completamente.
Cuanto más amo mi vocación por ser libre más se complica mi vida y aparece un
inconveniente tras otro.
-¿Serías
capaz de dejarte vencer por el cansancio o el temor? ¿Dejarás de luchar por ti
misma?
-No,
Catanga. ¡Jamás! ¡Jamás!
-Eso me
gusta. Quien lucha por su libertad debe hacerlo sin importarle las consecuencias.
Todo o nada, sin términos medios.
-Gracias,
Catanga, gracias por tus buenas enseñanzas. Ahora me siento mejor y más segura
sobre lo que deseo para mí y para mis seres queridos.
-Muy bien,
pequeña guerrera, ya es hora de partir. Vete, que tus padres te están
esperando. Muy pronto volveremos a vernos.
-¿Cómo
haré para regresar? – preguntó Ana Luz-. No tengo ni la menor idea sobre el
lugar en que me encuentro.
-No te
preocupes. Te enseñaré la manera de
recorrer el camino hasta tu hogar sin demora – dijo la Bruja Solitaria,
sonriendo-. Acércate y cierra los ojos.
Puso sus
manos sobre los hombros de Ana Luz que
se mantenía quieta y anhelante. En el mismo instante en que Catanga susurraba Purucutú
mangatunga (que tengas un feliz viaje) se encontró, imprevistamente,
delante de la caverna de sus padres.
Capítulo 15
¡MUERAN LOS BRUJOS TRAIDORES!
Las clases
en la Escuela del las Brujas Novicias terminaron normalmente y Ana Luz quedó
sorprendida por los buenos modales que aparentaba la Bruja Suprema.
Se daba
cuenta, sin embargo, de que la horripilante hechicera actuaba de ese modo
porque estaba esperando la oportunidad para maltratarla públicamente y hacer,
con esa humillación, un escarmiento para los demás brujitos de su edad.
-Bien – le
dijo aquella noche Sandunga -, la etapa inicial ha sido superada. A pesar de
algunos problemas de los que hoy no deseo hablar, has demostrado ser una alumna
aplicada y lista. Ahora, cuando estás por cumplir l2 años de edad, tendrás la
oportunidad para anunciarnos que serás una Bruja Mayor. ¿Has meditado en las
numerosas responsabilidades que deberás asumir?
-Estoy en
eso, bruja.
-Piensa seriamente en el paso que vas a dar. Ser una
verdadera Bruja significa permanecer para siempre de este lado de la realidad.
Te será prohibido, para toda la vida, salir a la luz y comunicarte con los
humanos, nuestros despreciables enemigos.
Ana Luz
palideció cuando escuchó estas últimas frases pero hizo el máximo intento para
ocultar sus pensamientos y emociones.
-No te
hagas la sorprendida – dijo Sandunga elevando el tono de su voz-, sé que estás
pensando en Tanti, tu amiga, la pastora de cabras, que ahora vive en la ciudad de Covadonga y estudia tonterías en
una escuela. En realidad y para que te quede claro, pienso que es una niñita
estúpida y torpe que no vale nada. Si todavía sientes por ella el sucio
sentimiento del amor, deja de hacerlo y no sigas pensando en tu amiga. Bórrala
definitivamente de tu memoria porque siendo una Bruja Mayor te convertirás en
su enemiga.
La brujita
novicia procuró que ni una sola lágrima asomara a sus ojos.
-Si sigues
creyendo que esa maldita amiga tuya es más importante que la comunidad a la que
perteneces y te debes, entonces puede suceder que uno cualquiera de estos días
la pastorcita tenga un accidente, muera envenenada o se ahogue en el Lago de
los Esperpentos. ¿No crees en lo que estoy diciéndote? ¿Quieres comprobar lo
que soy capaz de hacer? ¡No me desafíes!
Ana Luz
contuvo su indignación y su repugnancia por el discurso de su superiora. Tanti representaba para ella
el único contacto con el amado mundo de la luz. Era su única y verdadera amiga
y sólo ansiaba el momento de volver a verla.
La
siniestra amenaza que Sandunga terminaba
de pronunciar le hizo sentir frío en la espalda. Sabía que las
hechiceras eran capaces de cualquier maldad para demostrar su voluntad de
dominio. Apretó los dientes y guardó, prudentemente, las respuestas que le
hubiera gustado expresar.
Estaban
sentadas junto a la enorme mesa de piedra negra. Maestra y alumna se miraban
atentamente procurando descubrir por las ventanillas de los ojos lo que la otra
ocultaba. Se sintieron, de golpe, verdaderamente enemigas y aunque hacían el
máximo esfuerzo por mantener una apariencia amable y discreta, no podían
lograrlo plenamente.
-Hemos terminado – dijo Sandunga-. Salgamos, nos
espera una importante reunión con los
principales cabecillas de nuestro pueblo que han viajado expresamente desde los
rincones más apartados de nuestra mágica nación para asistir a este cónclave.
Tomaron
por una de las galerías laterales de la caverna
y se dirigieron al Salón de las Maldiciones, donde se habían reunido los
brujos y hechiceras, magos y videntes en medio de un escándalo de voces, risas
y gritos. Apenas Sandunga, alta y poderosa, seguida por la pequeña Ana Luz se
hicieron presente, un murmullo
sobrecogedor invadió el recinto.
El Salón
de las Maldiciones era la cavidad más grande de aquella tenebrosa madriguera, apenas iluminada por las
débiles luces de algunas velas malolientes.
La Bruja Suprema, dando un ágil salto en el aire, trepó al centro mismo
de una piedra rectangular de color verde oscuro, que se erigía en la parte más
alta de aquel lóbrego sitio.
-Bamba
ananda – dijo en voz alta, levantando ambos brazos, mostrando sus
largas uñas y sus joyas que no eran otra cosa que víboras, arañas y espantosos
bichos que sólo viven en las galerías internas de la tierra.
-Bamba
ananda – gritaron a coro los monstruos de la noche y empezaron a reírse
y a insultar.
-¡Silencio!
– Gritó Sandunga-. No quiero que nadie abra la boca sin mi permiso.
¿Escucharon?
-Sí, bruja
– contestaron a coro.
-Los he
convocado porque tengo asuntos muy importantes que tratar en esta ocasión. Esta
pequeña brujita que está a mi lado, cuyo extraño nombre es Ana Luz, ha
completado sus estudios básicos y se prepara para ser una Bruja Mayor. Todos
ustedes, viejos magos, pitonisas, adivinos y encantadores saben que nadie debe abandonar nuestra comunidad ni
traicionarnos. Como esta novicia tiene algunas dudas, les pido que pronuncien
esta noche palabras de aliento que estimulen su vocación. Pueden hablar, pero
no todos a la vez. Estoy escuchando.
-¡Ollantaj
pirisqui sumay! – dijeron las mellizas Huchula y Huiñaj, en el dialecto
de las brujas santiagueñas, que quiere decir: “Mueran los brujos traidores”, y
continuaron diciendo: Un perro encadenado junto a las llamas del infierno sería
más feliz que aquél que huya de nuestro mundo de tinieblas.
-Te
conozco desde el día que naciste – intervino Quilino, a cuyo lado se
encontraban su mujer Copina y el
atolondrado brujito Bombo, su malvado hijo-. Eres como una hija para mí
pues te he visto nacer. No te pido otra
cosa sino que seas fiel a tu familia y a la tribu donde has recibido los
primeros dones del poder. -Aprende
de nosotras – dijeron Caraguatá y Cululú-, que somos felices por todo el mal
que hacemos en el río Paraná. Sembramos peste para los peces y hundimos las
barcas de los pescadores durante las tormentas. El dolor de los humanos nos
hace más poderosas e invencibles, es como si nos alimentáramos del sufrimiento
ajeno. Decídete a formar parte de nuestra alianza y olvídate del Sol y de su
maldita luz.
-Siendo
numerosos dominaremos las montañas y las llanuras y luego tomaremos otros
lugares de la Tierra – dijo Carrilobo, el brujo que tenía el aspecto de un
zorro rojo-. La noche en que ataquemos a la ciudad de Covadonga no será igual a
ninguna otra por el dolor y el espanto que sembraremos entre sus habitantes.
-Hijita
mía – exclamó Catinga, secándose las lágrimas-, en ningún otro lugar podrás ser
más feliz que entre nosotros. Todo lo que hay del otro lado es un espejismo,
una ilusión que produce la luz. Al pie de estas montañas están los enemigos de
nuestro pueblo, gente que no sentiría pena de clavar una afilada estaca en el
corazón de tu madre.
Ana Luz
permanecía impasible aunque su corazón latía aceleradamente.
-Mira a
ese pobre diablo, borracho e inútil de tu padre. Ha jurado que dejará de beber
la noche en que prometas solemnemente
ser para siempre una Bruja Mayor. ¿Acaso no sientes compasión por tu
pobre padre?
De un
brasero encendido surgieron, repentinamente, las llamaradas rojas y azules de
las salamandras Talamuyuna, Cuipán y Quichagua, espíritus de la naturaleza que
viven en el fuego. Crecieron hasta
fundirse en una sola figura de descomunal tamaño.
-Si
intentas huir – se escuchó una voz potente que venía del interior de las
llamas-, se abrirán grietas en las montañas, en las serranías y en los valles
de donde brotará fuego y azufre que te seguirán hasta convertirte en cenizas.
Esta es nuestra advertencia.
-Nosotras
somos Malal-Huina y Tulumaya, brujas de la cordillera de Los Andes – dijeron
dos enormes águilas -. Si en algún momento te atrevieras a cruzar el Valle del
Silencio, te alcanzaremos y nada podrás hacer para defender tus ojos de
nuestros picos y garras.
-Por mi
parte – intervino el mago Luán Toro-, sólo deseo agregar que si Ana Luz supiera lo que les ha sucedido
a varias brujitas rebeldes en las llanuras pampeanas, no dudaría un instante en
formular su juramento. ¡No subestimes nuestros consejos!
-¡Basta! Es suficiente – dijo Sandunga levantando una
mano-. Lo que hemos escuchado demuestra que somos inseparables y que no estamos
dispuestos a tolerar la más mínima desobediencia. Llevamos miles de años
luchando de este lado de la vida para conservar nuestros hábitos, nuestro
lenguaje, nuestras costumbres. Si hoy toleramos un capricho, mañana habrá otros
y en poco tiempo nuestro pueblo habrá llegado a su fin-. Hizo una breve pausa y
dirigiéndose a Ana Luz, le preguntó: ¿Tienes algo que decirnos? Estamos ansiosos por escucharte.
Hubo un
prolongado silencio durante el cual aquellas inhumanas criaturas esperaban
contemplar las súplicas de la niña y ver
cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. Pero ella, erguida e inmutable, con una
leve sonrisa en la comisura de sus labios y relámpagos de inteligencia en sus
grandes ojos verdes, contestó:
-No es
justo que me llamen traidora ya que nuestra Bruja Suprema en persona ha dicho
que aún no se ha cumplido el plazo para que yo tome una decisión. Tampoco es
necesario que me amenacen ni que sugieran represalias porque deben saber que no
les temo-. Observó uno por uno a los concurrentes y agregó: -A ninguno de
ustedes, por más astutos y asesinos que sean. Cuando llegue la hora les comunicaré cuál será mi última decisión
y, desde ese preciso momento, por nada ni por nadie en el mundo renunciaré a mi
vocación.
Capítulo 16
AGUARDIENTE DE PIQUILLÍN
Un plazo
de tres lunas concedió Sandunga para que Ana Luz tomara una decisión, plazo que
extrañamente coincidía con el cumpleaños de la niña. A su término magos y
brujas volverían a reunirse para recibir el correspondiente juramento de
lealtad y las maldiciones que acompañan
las ceremonias de los hijos de las sombras.
Mientras
tanto, Ana Luz pasaba los días caminando en soledad por el valle o sentada
junto al arroyo escuchando el armonioso canto del agua, agobiada por los duros
acontecimientos que debía enfrentar. Se sentía cada vez más sola y desamparada,
sin tener a quien recurrir en busca de consuelo y de sanos consejos.
De sus
padres poco y nada podía esperar, Tanti vivía en una ciudad lejana y Catanga no
había vuelto a aparecer. Ana Luz frecuentó cada uno de los lugares conocidos
por ella en toda la región, pero por más que lo intentó le resultó imposible
ubicar el lugar donde tenía su cueva secreta la Bruja Solitaria. Había
permanecido tres días en el refugio de Catanga pero no recordaba cómo había
ingresado allí por más que buscaba un indicio tras otro, una huella, alguna
señal.
Sus padres
habían modificado su relación con ella y apenas le dirigían la palabra, la
trataban fríamente haciéndola
sentir responsable por las
críticas y burlas que los otros brujos hacían a la familia.
Durante
las noches disfrutaba de sus vuelos observando las constelaciones en el
maravilloso firmamento, las ondulaciones del imponente paisaje de las sierras y
el espejo bruñido del Lago de los Esperpentos que brillaba intensamente bajo la
luz de la Luna llena.
Sucedió al
regreso de uno de aquellos viajes nocturnos cuando encontró a su madre,
Catinga, sollozando a la entrada de la caverna, con los pelos revueltos y la
ropa hecha jirones.
-¡Mamá!
¡Mamá! ¿Qué te ha sucedido? ¿Por qué estás herida?
-¡Ay,
Demonio de las Tinieblas, ten piedad de esta pobre bruja!
-Por
favor, dime qué te ha sucedido – dijo abrazando amorosamente a su esquelética
madre que apenas tenía fuerzas para ponerse de pie.
-Fueron
Rancul y Cayupán, los magos jabalíes. Sandunga los envío a castigarnos a tu
pobre padre y a mí.
-¿Por qué?
¡No es posible!
-Porque no
te has decidido a dar tu juramento como Bruja Mayor. ¿Por cuál otro motivo
desearía hacernos daño?
-Mamá, eso
no puede ser. Aún no ha vencido el plazo concedido para que yo medite y tome
una decisión. Lo prometió delante de todo el pueblo. ¿Por qué actúa así?
-Hijita
mía, deberías saber que nosotras, las brujas, no tenemos palabra de honor.
¡Honor! ¿Qué demonios significa esa palabra? ¿Qué vale para una hechicera una
promesa? Siempre decimos una cosa y hacemos otra. ¿Qué esperabas?
-Pero,
mamá, yo no sabía que esto pudiera ocurrir. Lo lamento.
-Mira el
sufrimiento que estamos padeciendo por tu culpa. No tienes piedad ni respeto
por tus padres.
Ana Luz
miró el rostro demacrado de su madre, los ojos pequeños y llorosos, la boca de
labios finos y la nariz puntiaguda que sobresalía de una larga y despeinada
cabellera. Sus brazos, extremadamente delgados terminaban en manos de dedos
largos y afiladas uñas. A pesar de su fealdad, la niña tuvo en su corazón un
profundo sentimiento de amor y de compasión
por su madre. Abrazó a Catinga fuertemente, la besó y se quedó llorando
junto a ella durante un buen rato hasta que les llegó la voz vacilante de
Cabalango.
También él
había sido atacado por los feroces brujos pampeanos y caminaba con dificultad a
causa de la herida que tenía en una pierna. Se detuvo frente a Catinga y Ana
Luz con las piernas entreabiertas para mantenerse de pie, sujetando en sus
manos una tinaja de aguardiente de piquillín
de la que había estado bebiendo.
Su
cuerpo pequeño, casi enano, se recortaba
en la penumbra de la noche destacando la barriga abultada y la enorme cabeza
con un par de ojos saltones e hinchados, la boca de labios gruesos y amoratados
por el alcohol mostraban sus dientes
sucios y deformes.
-¿Estás
feliz, hija mía? Mira cómo nos han dejado. Míranos bien a mí y a tu madre. Casi
nos matan a golpes.
-Papá,
¿por qué me hablas así? ¿Crees que podría sentirme feliz en estos momentos?
¿Por qué eres tan injusto?
-¿No
sientes vergüenza por lo que nos ha sucedido? ¿Acaso ese par de carniceros nos
han atacado por nuestra culpa?
-No, no
siento vergüenza sino pena, por ustedes y también por mí.
-Si
aceptas la propuesta de Sandunga – insistió Cabalango -, serás después de ella
la Bruja Mayor más poderosa de estas montañas. La gente de nuestra comunidad
ofrecerá toda clase de regalos, a tu madre y a mí, y nadie se atreverá a
tocarnos. Tendremos una cueva más grande, más comida, más…
-Déjala en
paz – intervino Catinga, de mal humor-. Estás completamente borracho y no sabes
lo que dices.
-Encima de
la paliza que nos dieron esos brutos y de las humillaciones que estamos
padeciendo, ¿quieres que no reprenda a nuestra hija? ¿Eso quieres? ¿Ah?
-No todo
lo que ha sucedido es por su culpa, grandísimo puerco.
-¡Ah! ¿No?
¿Quién pagará por la mayor vergüenza que he pasado en mi vida?
-Alguien
pagará y te aseguro que no será nuestra hija. Ahora vete a dormir,
desvergonzado, no tienes el menor respeto por tu hija. ¿Qué tienes en tu
corazón?
Ana Luz se
separó de los brazos de Catinga e, inesperadamente, caminó hacia uno de los
costados de la cueva, mirando a un lado y otro.
-¿Dónde
está? – le preguntó a Cabalango.
-¿Dónde
está qué cosa? ¿Qué quieres saber?
-Dime
dónde escondes el alambique con el que fabricas el aguardiente – dijo la niña
con voz firme y autoritaria.
-Allá –
respondió Cabalango, indicando con una mano en dirección a un promontorio de
rocas, una especie de pirca elevada.
-Está
bien, papá, ahora vete a dormir, por favor. Yo
no estoy feliz por lo que está sucediendo y ya que me pides que tome
decisiones, ya mismo estoy tomando la primera: destruiré esa construcción
maldita y dejarás de beber para siempre. No más aguardiente de piquillín. No más borracheras.
-Espera,
hijita, te prometo que beberé sólo un trago cada noche. Aguarda un momento, no
te precipites.
-Ya no
podré detenerme, papá. Todos empezaremos a cambiar a partir de hoy.
Cabalango
bajó la cabeza, resignado e impotente frente al carácter decidido de su
hija. Ingresó tambaleándose a la caverna
y tal como estaba, sin cambiar sus ropas, se acostó en su camastro. Poco
después sus ronquidos se empezaron a escuchar mientras Ana Luz se daba
a la tarea de arrojar el alambique a las profundidades del abismo que llegaba
hasta el fondo de la Quebrada de las Ánimas.
Catinga
tomó en brazos a su hija y así permaneció
el resto de la noche sin decir palabra, con sus tristes ojos perdidos en
el vacío, pensando en los terribles tiempos que se avecinaban.
Apenas vio la lejana bruma del alba
entró temerosa a la cueva y selló cuidadosamente el orificio que les servía de
entrada, para que no se colara la más mínima claridad. Repitió tres veces:
-Gudaluga
pamba chigasta. (La luz del día transforma y destruye).
Capítulo l7
EN EL NOMBRE DE LA LUZ
Ana Luz
bajaba, como todas las mañanas, a pasar el día en las proximidades del Valle
del Silencio, con su corazón oprimido por una gran pena. Dentro de muy pocas
noches se cumpliría el plazo concedido por Sandunga para que le entregara su
vida, sumisa, y definitivamente.
Presentía que a partir de ese instante ingresaría a una cárcel de tinieblas de
la que no saldría jamás.
-Tengo que
encontrar una salida – pensaba-. Si continúo dudando me transformaré en un
espíritu errante, como aquella desdichada Candonga que vi aparecer y desaparecer en el atardecer.
Sin darse
cuenta, mientras continuaba encerrada en sus pensamientos, sus pasos se
orientaron por el Cañadón de las Ánimas. No recordaba haber estado allí, aunque
ciertas formas del terreno, algunos árboles chamuscados por el fuego de los
rayos y el polvillo que levantaba el viento en ligeros remolinos, trajeron a su
memoria imágenes confusas y lejanas de un suceso en el que había
tomado parte.
Inesperadamente,
escuchó el balido familiar de una cabra y el tañido del cencerro de plata.
-¡Es la
Cabra Invisible! – exclamó llena de
júbilo y sin pensarlo más corrió entre los peñascos hacia donde partían los
sonidos pero, al llegar al supuesto lugar, escuchó que los pasos de Cabana se
alejaban velozmente hacia una zona profunda, rodeada de espinillos y llena de
pájaros de vivos colores que jamás había visto.
Cuando
ella se detenía, la Cabra Invisible también lo hacía; entonces volvía a
escuchar el balido y el repiqueteo de la campanilla. Al reiniciar su marcha las
pisadas volvían a alejarse, como invitándola a llegar a un lugar determinado.
Así
continuó la larga persecución durante más de una hora hasta que, al final del
estrecho sendero que corría entre los arbustos, Ana Luz divisó una pequeña
gruta disimulada detrás de unas rocas descomunales.
Mientras
se aproximaba cautelosamente, le pareció reconocer el lugar. El sonido del
cencerro sonó ahora dentro de la caverna. Ya no tenía dudas: aquella era la
morada de la Bruja Solitaria.
El cuadro
que vio con sus ojos espantados la hizo retroceder unos pasos. Se repuso y
corrió hacia el interior donde Catanga yacía en el piso con su cuerpo cubierto
de golpes y heridas sangrantes.
Todo allí
era caos y destrucción. Por el
suelo, en completo desorden,
estaban los bellos tapices que Ana Luz
había admirado durante su convalecencia, las tinajas, el caldero, los muebles y
algunos libros.
-Catanga –
dijo Ana Luz -, ¿qué ha sucedido?
-Fue
Sandunga – respondió la anciana con un hilo de voz-. Descubrió mi refugio y anoche envió a sus carniceros a matarme. Debo
haberme descuidado, porque este accidente no debió haber ocurrido jamás.
-Lo mismo
le hicieron a mis padres – dijo la niña mientras ayudaba a incorporarse a la
bruja que vivía en perpetua soledad.
-Han comenzado
a reclamar tu decisión, hijita. Te están acorralando por medio de la violencia
y no descansarán hasta que lo logren.
-Pero no
se lo permitiremos, ¿verdad? – preguntó Ana Luz mientras se dedicaba a curar
las heridas de su protectora.
-Ya te
dije que eso depende de ti, pequeña guerrera. Es tu problema y tienes que
resolverlo sola. Yo he cumplido más de doscientos años de vida y tengo un
cuerpo débil y enfermo. ¿Qué podría hacer contra esas bestias? Ya no poseo ni la astucia ni la agilidad suficiente
para enfrentarlas. Ellos se están
multiplicando y distribuyendo por cada rincón de estas montañas. Se han hecho
poderosos y cada vez más crueles.
-Lo que no
entiendo – prosiguió Ana Luz-, es por qué Sandunga ha decidido darte muerte.
¿Qué está sucediendo?
-Sospecho
que ella ha descubierto nuestros encuentros y no aceptará perdonar nuestra
amistad. A partir de ahora hará todo lo posible para doblegarte, para que te
rindas y le ofrezcas tu voluntad.
-Es por mi
culpa que están ocurriendo estos ataques, contra ti, contra mis padres.
-No te
culpes. Lo que ha sucedido es porque me
he confiado, porque no tomé las debidas
precauciones-. Hizo una pausa y luego indicando cierto lugar, le dijo a la
niña: -por favor, Ana Luz, alcánzame aquel frasco de ungüento.
Catanga
tomó el recipiente y con su contenido, una crema rojiza, untó sus heridas que
rápidamente empezaron a cicatrizar.
-Bien, ya
me siento mejor. Ahora tomaremos en paz una taza de té-. De un fogón con
carbones encendidos tomó un recipiente con agua hervida, echó un puñado de
manzanillas y pétalos de rosa y sirvió en dos tazones.
Ana Luz
necesitaba resolver algunas dudas que hacía tiempo daban vueltas en su cabeza.
Tomó coraje y preguntó:
-Estoy
segura de que entre tú y Sandunga existen otros motivos para que sean absolutas
enemigas. Ambas son poderosas y conocen a la perfección los trucos de la
magia, el arte de los encantamientos y
la elaboración de elixires y venenos. Sin embargo hacen cosas
diferentes. ¿Por qué?
-Por
aquello que un día te enseñé y que consiste en saber cuál es la verdadera luz y
cuál la oscuridad auténtica. Si estamos confundidos podemos cometer graves
errores y hacer las cosas al revés creyendo que las hacemos al derecho. ¿Has
entendido?
-No tenía
en claro esas ideas, por eso te pregunté.
-Entonces
debes confiar en mí. Para librarte de Sandunga y sus secuaces, tienes que estar
preparada en forma conveniente puesto que deberás luchar completamente sola
contra todos ellos. Te dije que soy vieja, y por lo tanto poseo cierta
sabiduría cuyos secretos quiero darte. Te voy a enseñar cómo luchar contra la
Bruja Suprema y su ejército de malos espíritus, la forma de salvar a tus padres
y borrar la oscuridad hasta que no
queden ni rastros del pasado.
-No deseo
otra cosa que continuar aprendiendo de ti, pero no me iré hasta no verte sana y
a salvo. Esas bestias podrían regresar.
-No temas
por mi seguridad. Mira cómo mis heridas están sanando rápidamente. Antes de que
pasen dos días estaré restablecida. Tu tiempo se cumple y tienes que partir
para completar los pasos que faltan y obtener lo que tanto deseas.
-Rancul y
Cayupán podrían regresar para comprobar si estás muerta. Estarás en peligro
constante y eso me preocupa.
-Esta vez
no me encontrarán porque estaré oculta de tal forma que, aunque pasen junto a
mí y me rocen, no podrán verme, aunque recibirán su merecido.
-¿Quieres
decir que puedes hacerte invisible?
-Si no
fuera capaz de hacerme invisible, ¿cómo podría enseñarte el secreto de vencer,
por ti misma, a cientos de espíritus del mal que están esperándote?
-Está
bien, lo comprendo, ¿pero cómo pudieron atacarte Rancul y Cayupán y herirte?
Pudiste haber desaparecido, simplemente, de su vista.
-Cometí un
error que hasta los grandes brujos de la luz pagan muy caro: subestimé a mi
enemiga, supuse que ella jamás podría sorprenderme, pero no fue así. No olvides
lo que a mí me ha sucedido y vive en
alerta permanente. Vigila tus pasos y mide tus propias fuerzas. Aunque te
sientas poderosa, desprecia la soberbia; aún sintiéndote invencible, no
abandones la prudencia.
-No
olvidaré tus consejos, Catanga, especialmente ahora, cuando estoy más decidida
que nunca a seguir adelante. No me importa el sacrificio que me espera si puedo
ser libre y rescatar a mis padres del terror y el fanatismo de Sandunga.
Apenas la
niña expresó su voluntad de luchar hasta
las últimas consecuencias, se escucharon los pasos de la Cabra Invisible que
ingresaba lentamente a la caverna.
Llena de
asombro, Ana Luz vio formarse sobre la arena las pisadas de Cabana que se
detuvo frente a Catanga.
-Su nombre
es Cabana – dijo la Bruja Solitaria, señalando
con su mano el lugar donde
aquélla, aparentemente, se encontraba-, y su misión es la de ser un espíritu
protector.
-La
recuerdo bien – respondió Ana Luz-, pues ella me salvó de morir en la nieve
cuando me atacó Pichango. Tiempo después volvimos a encontrarnos y cuando bebí
su leche me quedé dormida y desperté en tus brazos. Hoy me ha conducido a tu
refugio guiándome con el sonido de su campanilla.
-“La leche de mis ubres” – se oyó la
dulce voz de la invisible Cabana-, “ha
vigorizado tu vocación y ha fortalecido tu inclinación hacia la
libertad. La primera vez caíste en un profundo sueño porque tu cuerpo estaba asimilando ese luminoso alimento que viene
del cielo. Ahora beberás nuevamente, aunque será la última vez que lo hagas. Si
en verdad quieres ser libre, adquirirás una fuerza invencible, y de tus manos
surgirá en la lucha un impresionante
poder. Pero si eres una niña mentirosa y simuladora, si eres una brujita
perversa que ha estado burlándose de nosotras, al beber esta leche elaborada
con la luz de los mundos resplandecientes, te transformarás en una piedra hasta
el fin de los tiempos. ¿Estás dispuesta a realizar la prueba?”
-Sí, ahora mismo. No tengo temor alguno pues sé lo que deseo.
-“Entonces toma esa escudilla de madera que está a tu
derecha y acércate. Extiende, con cuidado, tu mano derecha hasta tocarme”.
Ana Luz sintió una emoción tan profunda que su corazón aumentó sus latidos. Tomó el recipiente y se
adelantó unos pasos. Buscó tanteando en el aire hasta que sus manos rozaron un
par de cuernos. Acarició la cabeza del animal, luego recorrió su cuello y el
armonioso lomo y encontró, debajo del vientre, las pequeñas y tibias ubres.
Apretó con fuerza y de inmediato un chorro de blanquísima leche cayó en la
escudilla. Repitió la operación siete veces. Luego tomó el recipiente con ambas
manos y bebió su contenido. Se sentó al lado de Catanga y esperó a que la leche
hiciera su efecto. Al principio se sintió un poco mareada pero, poco a poco,
como surgiendo de una pizarra oscura, se reveló el brillante cuerpo de Cabana.
Al ver la
aparición, Ana Luz sintió que su cuerpo se estremecía agitado por una nueva
energía. Tuvo ganas de volar, de reír, de correr por las montañas, zambullirse
en el agua del arroyo, cantar, comer, jugar
como jamás lo había deseado.
-Has
vencido – dijo Catanga, abrazando a la niña-. A partir de este momento estoy
segura de que triunfarás. Ahora escucha atentamente lo que voy a decirte. Te
revelaré los tres secretos prometidos,
pero antes cubriré este lugar para que nadie pueda oírme.
La Bruja
Solitaria levantó sus manos con las que hizo un extraño giro en el aire,
mientras pronunciaba en el dialecto puncum las siguientes palabras:
Deranga
banga buturú
Cóngoro
urunda bulú
Ana
Luz em Catanga.
Eso quiere
decir: “La sombra del silencio cubra el sonido de las palabras secretas que
Catanga dirá a Ana Luz”.
Capítulo 18
LA MANZANILLA DEL OLVIDO
Mientras
cruzaba el Valle del Silencio, Ana Luz
iba recordando las recomendaciones de Catanga: “No viajes de noche para
evitar que los espíritus del mal te sorprendan. Debes atravesar esa extensa
pradera caminando siempre hacia el norte, guiándote por la posición del Sol y
la sombra que proyectan los árboles más
altos”.
“Al final del viaje te hallarás en una región
serrana cubierta por una espesa
vegetación. Buscarás el lugar donde se encuentra la Cueva de los Sueños y
penetrarás hasta lo más profundo en ella hasta encontrar un hilo de luz que
pasa a través de una delgada grieta que la naturaleza ha calado en las rocas”.
“Debajo de
ese rayo luminoso encontrarás un pequeño jardín donde crece la Manzanilla del
Olvido. Corta un ramo de sus flores y regresa de inmediato. Aunque te
encuentres fatigada no te quedes a descansar un solo momento en ese lugar
porque te quedarás dormida. Si eso ocurriera, al despertar te morirías de
espanto pues a esa hora la cavidad es
invadida por las monstruosas pesadillas que sueñan las brujas de las montañas”.
La niña
atravesó a paso rápido la verde alfombra de la llanura sin perder de vista la
elevada Torre Negra, una formación pétrea
que le servía como punto de referencia.
No
encontró a nadie en el camino, y eso le llamó la atención. Por aquel extenso
valle, aunque colindaba con la región dominada por las brujas, solían venir los
pastores con sus cabras y ovejas para aprovechar la abundancia de pastos
frescos y el agua limpia de los arroyos.
También
recordaba haber contemplado, cuando con Tanti se divertían en aquellos
espléndidos lugares, el arreo de caballos salvajes y el paso de viejos troperos
con sus perros cazadores y los rifles cruzados en bandolera.
Se sentía
cansada y con ganas de comer pero no había por allí un solo árbol a cuya sombra
pudiera sentarse y reparar las energías. El sol empezaba a abrasar y todavía le
faltaban varias horas para llegar al punto indicado por la Bruja Solitaria.
Sabía que debía recordar cada uno de los detalles de su itinerario para no extraviarse.
Esta era su única oportunidad y no debía desperdiciarla.
Próximo a
la huella de carros que estaba transitando encontró un rancho abandonado y un
corral de cabras en el que no había un solo animal. Decidió aproximarse para
ver por primera vez lo que había sido una vivienda de seres humanos.
Por lo que
estaba viendo, presintió que aquel había sido el hogar de Tanti, la niña
pastora. Sintió al mismo tiempo una intensa emoción y una viva tristeza. Entró
tímidamente a una de las habitaciones cuyas paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas. Algunos muebles rotos
y trozos de papel se esparcían por el piso de tierra.
Aunque el
rancho aquel era pobre no tenía comparación con la rústica cueva donde ella
vivía desde que había nacido. Sin embargo, el cuadro de desolación y ruina que
estaba presenciando le dejó una impresión de amargura, de decepción y fracaso.
Comprendió que no tenía sentido permanecer allí y comenzó a salir cuando, al atravesar una de
las puertas, observó que en una de las paredes, semioculto por la penumbra,
había un cuadro colgado. Lo descolgó, limpió
el polvo que cubría la imagen y allí estaba, un retrato de Tanti,
sonriente y feliz como en los mejores épocas de su amistad, hacía ya más de un
año. ¿Habían olvidado al mudarse ese cuadro en la pared o era una señal que
alguien había puesto en su camino?
-Algún día
saldré de esta región y te buscaré, donde sea que te encuentres – dijo Ana Luz
en voz alta observando el cuadro que había vuelto a colocar en su lugar, y lo
besó.
Salió
enseguida al patio, bebió agua fresca del aljibe, se refrescó las manos y el rostro y
llenó la cantimplora. Buscó la dirección que venía siguiendo desde las
primeras horas de la mañana y empezó a correr.
Era ya
casi el mediodía y debía ingresar al laberinto de la Cueva de los Sueños a la
hora precisa: cuando el Sol se encontrara, exactamente, en el cenit.
Lo primero
que tenía que hacer era ubicar un pequeño bosque de algarrobos y el vistoso
lapacho a cuya sombra sus flores formaban una delicada alfombra. Pasó
raudamente un conejo blanco, luego un lagarto verde en dirección opuesta. Eso
significaba, según los datos de Catanga, que se encontraba en las proximidades
de su objetivo.
A la
entrada de un estrecho sendero rodeado
de espinillos, vio los restos de una cabra y las huellas de Rancul y Cayupán,
los brujos jabalíes, y de Caleufú, el sanguinario puma de Sandunga.
-Se han
vuelto locos – dijo Ana Luz-, llegan a los límites de su territorio y destruyen
a los animales de los hombres únicamente por el placer de provocar la muerte.
Caminó un
trecho más y al fin descubrió la profunda boca del laberinto. El lugar,
espacioso y fresco, se hundía en las entrañas de un cerro de rocas ferrosas de
color marrón oscuro.
Cuando Ana
Luz había penetrado unos veinte metros, la cavidad cambió de posición y dejó de
recibir la luz del Sol. Se detuvo un momento y cerró los ojos para
acostumbrarse a la oscuridad, como lo hacía durante las noches en el mundo de
los brujos. Siguió, ahora con mayor cautela, tratando de no tropezar o ser
sorprendida por alguna de las bestias que la estaban buscando. Los contornos de
la extensa cueva parecían tallados a mano por la perfección que lucía. En todo el trayecto observó una
cuidada limpieza, como si alguien (¿quién?) se ocupara de mantener en orden el extenso
túnel.
Mientras
seguía avanzando a derecha e izquierda, por momentos descendiendo y en otros
trepando con dificultad, la oscuridad se volvió tan impenetrable que le resultaba
imposible ver a un metro de distancia.
Caminaba
ahora con los brazos extendidos para no golpearse el rostro con las rocas. La
marcha se hacía más lenta y agobiante en la medida en que también sus temores
aumentaban.
-No debo detenerme
– pensó- porque de este viaje depende el futuro de mi vida. Debo continuar
confiando en mis fuerzas y en las enseñanzas de Catanga.
En ese
momento ya no veía absolutamente nada y empezó a guiarse apoyándose en las
lisas paredes de piedra. De repente, sus ojos se estremecieron por el impacto
del chorro de luz que inundaba un maravilloso y diminuto jardín, alrededor del
cual giraban veloces rundunes.
El haz de
blanquísima luz descendía a través del techo de la gruta iluminando las Manzanillas del Olvido, cuyas flores de
pétalos blancos se abren únicamente al mediodía, en el preciso instante en que
sobre ellas desciende la luz, tal como
estaba sucediendo en ese momento.
Sin perder
un segundo, Ana Luz arrancó un puñado de aquellas misteriosas flores y las
guardó en un pequeño bolso de cuero que pendía de su cuello en el mismo
instante en que desde lo alto del firmamento el Sol declinaba hacia el oriente
y su rayo luminoso se disipó, dejando el lugar en la más intensa oscuridad.
La pequeña
viajera había memorizado, mientras iba ingresando, cada uno de los detalles de
la topografía del laberinto donde se encontraba, así que procurando no
extraviarse en alguna de las numerosas cavidades secundarias, comenzó a salir
tanteando las paredes y el ondulado y traicionero piso.
Al
aproximarse al último recodo descansó un momento. Tenía unos inmensos deseos de
entregarse al descanso pero las advertencias de Catanga la mantuvieron alerta.
Fue en ese preciso momento en el que escuchó un sordo rumor que parecía
provenir de cada uno de los rincones del intrincado laberinto. Se predispuso a
salir corriendo pero quedó inmovilizada por el terror.
Se oía un
tumulto de voces, gritos, llantos, alaridos, maldiciones, quejidos que surgían
del centro mismo de la Cueva de los Sueños, allí donde se concentraban los malos pensamientos y las pesadillas de
cientos y cientos de brujas, magos,
adivinos, espíritus de la oscuridad que a esa hora dormían ocultos en
sus madrigueras dispersas a lo largo y ancho de la extensa región. Si en ese
instante alguien hubiese quedado atrapado en alguno de los recovecos de la
profunda cavidad jamás hubiera podido salir con vida.
Ana Luz
recordó las recomendaciones de Catanga. Hizo un esfuerzo supremo para poner en
marcha sus piernas inmovilizadas por el pánico y salió tambaleándose hacia la
salida. Ya a salvo tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran nuevamente
al resplandor de la luz y de inmediato se dispuso a iniciar el largo camino de
regreso. Como tenía hambre y sed comió un pedazo de tortilla, bebió un par de
sorbos de agua y sintió que una desconocida felicidad recorría su cuerpo.
Apenas
inició su caminata contempló, perdidas en la bruma de la tarde, las tétricas
formaciones rocosas del Cerro de las Brujas y pensó con afecto en sus padres
que a esa hora dormían plácidamente.
Tenía el
rostro bañado en transpiración y pequeñas heridas en los pies, una
insignificancia, pensó, con lo que aún tendría que padecer a causa de su amor
por la libertad. Introdujo una mano en el bolso y sonrió al sentir la suave
superficie de los pétalos de las flores con
cuya sustancia se elabora la mágica poción que modifica el recorrido de
los sueños.
Buscó
el punto
que le servía de referencia para llegar a destino y comenzó a caminar,
con pasos resueltos, hacia su lejano hogar.
Detrás de
las rocas que ocultaban el ingreso a la Cueva de los Sueños, apareció la
silueta de Calabalumba, la brujita ciega que
según contaban, vivía sola en la mayor pobreza y soledad. Bajo la luz
del sol brilló su larga cabellera de un color rojo intenso. Sonrió, apenas, de
modo enigmático. Sus ojos grandes, oscuros y ciegos tenían el brillo que surge
de los espíritus astutos que jamás descansan hasta que no logran sus objetivos.
Capítulo 19
¡DESTRUYAN A ESA MALDITA NIÑA!
Apenas se
ocultó el Sol, Sandunga descubrió la entrada de su sucia caverna y salió a
respirar el aire fresco del anochecer.
Rodeaban
su cuello, brazos y cintura reptiles de vivos colores, dientes afilados y relampagueantes lenguas. A
su alrededor, docenas de enanitos correteaban
chillando y golpeándose entre ellos, felices por la inminente llegada de la
oscuridad.
Sobre uno
de los hombros de la Bruja Suprema se posaba la agorera lechuza Chimbalanga,
temible bruja que había llegado años atrás desde Tierra del Fuego, y cuyos
potentes ojos pueden transformar en gusanos o lombrices a quienes se atrevan a
mirarlos. Su maldad, que no tenía límites, hacía que los demás magos y brujas
la evitaran. Por eso, y por otros motivos que
pocos conocían, era la consejera y la principal aliada de la soberana de
los espíritus nocturnos.
Entre
Sandunga y Chimbalanga existía una fraternidad
inseparable. Conocían sus respectivos poderes y se confiaban sus
secretos y por esa razón era la envidiosa lechuza quien había ejercido una
mayor y maligna influencia en la Bruja Suprema para que persiguiera de
un modo tan obsesivo y cruel a la pequeña Ana Luz.
Caleufú,
el puma carnicero, salió de atrás unas
rocas y se echó a los pies de Sandunga mirando con sus ojos torvos hacia la
lejanía. Él también, como los otros miserables espíritus del mal, aguardaban la
formación del aquelarre, noche de locuras y blasfemias que se organizan para
propiciar el más grande de los males: la muerte del prójimo.
Unos tras
otros fueron llegando los seres encantados provenientes tanto de las Sierras Grandes como de otros
lejanos lugares de la gran nación
mágica, ocultos a la visión humana en toda clase de escondrijos en los que permanecen multiplicándose sin
cesar.
Tenían
diferentes tamaños y apariencias: los había con cuerpos semejantes a los del
hombre, con formas de animales del monte, reptiles y aves, fantasmas deformes,
duendes de cuerpo pequeño y cabeza de cerdo, sapos de largos cuernos, cuervos y
buitres, ninfas de lagunas y ríos, ardientes salamandras y un sinfín de figuras
que en un segundo podían mimetizarse como piedras o árboles para pasar
desapercibidos.
Se
distinguía entre todos la enorme silueta de Sandunga, apoyada en su báculo en
cuyo extremo se veía la imagen del Diablo, representando el papel de Diosa de la Noche Tenebrosa,
cubierta con una túnica oscura en la que sobresalían signos y jeroglíficos cuyo
significado sólo ella podría interpretar. Observaba con sus ojos amarillos cómo
se iba colmando el Socavón de los Lamentos con aquellos ruidosos visitantes.
Al
principio apenas se escuchaba un leve murmullo que fue creciendo a medida que
el griterío y la impaciencia de la multitud aumentaban. Los espíritus
encantados se apretujaban buscando cada uno la mejor ubicación, chillaban por
cualquier motivo, se cruzaban insultos y golpes esgrimiendo destrezas manuales
y trucos mágicos con los que trataban de
impresionar y prevalecer.
La Bruja
Suprema sonreía maliciosamente ante aquella escena pavorosa. Cuanto mayor era
el bullicio y el desorden, más grande era el orgullo que sentía de ser la
soberana única e indiscutida de aquella sombría comunidad.
-Creo que
han llegado todos – dijo Chimbalanga al oído de Sandunga.
-¿Cómo
puedes decir que no falta nadie? ¿No ves que todavía no han llegado Catinga y
Cabalango? –, respondió Sandunga mientras daba golpes en el piso con su pie
derecho-. Ellos también son brujos y pertenecen a mi pueblo. ¿Por qué ya no
están aquí como es su obligación?
-¡Oh!
–, exclamó Chimbalanga señalando con su cabeza hacia el noreste-.
Observa lo que ocurre en aquel lugar. ¿No es aquella la cueva de los padres de
Ana Luz?
-¡Maldición!
– dijo Sandunga, pegando un grito aterrador-. Esa niñita acaba de colmar mi
paciencia. Miren lo que ha hecho: ha protegido su caverna con un círculo de luz
y de ese modo evita que sus padres puedan salir a la vez que no nos permitirá
atacarlos. ¡Juro por los inclementes dioses del mal que no escapará a mi
venganza!
Los
asistentes al cónclave se irguieron para contemplar aquel extraño fenómeno que jamás
habían imaginado ver en sus largas y violentas vidas: ¡La cueva de unos brujos
rodeada por un halo de luz!
Hicieron
sentir sus voces de odio pidiendo a la Bruja Suprema la inmediata destrucción
de aquella familia de traidores. El griterío retumbaba como truenos en la
oscuridad y hacía eco en los socavones de las montañas.
-Silencio
–ordenó Sandunga levantando una mano-. Tenemos que ser precavidos y esperar una
mejor oportunidad. No olviden que ellos también son brujos y sabrán defenderse,
especialmente Ana Luz, esa insolente y desagradecida niña que me sigue
desafiando con sus pretensiones de ser un espíritu libre.
-¡Muera
Ana Luz!
-Ordeno
que los visitantes extranjeros permanezcan en los refugios existentes en esta
región. Que cada uno busque un lugar en la casa de otro brujo o cave su propia
madriguera. ¡Cuidado con la luz del Sol. Quien sea sorprendido se convertirá en
cenizas. Recuerden que estamos en una situación de emergencia. Si alguien se
queda dormido en su cueva y deja las piernas o la cola fuera de la misma, la
luz se las cortará como si fuera un afilado duchillo y quedarán inválidos o
rabones para siempre. ¿Alguna pregunta?
-Tendremos
en cuenta tus consejos, pérfida bruja Sandunga
- dijo Huchula, la bruja santiagueña de aspecto humano-. Pero antes de
retirarnos y como la noche aún permanece a nuestra disposición, te pedimos que
nos permitas llegar hasta las proximidades de la cueva de los padres de Ana Luz
y hacerles llegar nuestras maldiciones.
-Sí, eso
es lo que queremos – empezó a corear la multitud-. Hagamos una demostración de
nuestro poderío para que se haga evidente el tamaño de nuestro ejército
maléfico y la magnitud de nuestros deseos de venganza.
-¡Destruyamos
a esa niña rebelde!
-¡Deseamos
escuchar sus llantos y súplicas!
-¡Verla de
rodillas pidiendo perdón!
-¡Arrastrarse
y beber el trinkim venenoso!
-¡Mueran
Cabalango y Catinga!
Las brujas
y magos, pitonisas y videntes se atropellaban en completo desorden,
enloquecidos, alterados, buscando la mejor posición para iniciar la carrera en
dirección al lugar donde Ana Luz y sus padres permanecían protegidos por un
anillo que resplandecía en lo profundo de la noche.
-Mantengan
el orden, grandísimos imbéciles – gritaba Sandunga, avanzando por la cornisa de
piedra que daba al socavón-. Yo ordenaré lo que debe hacerse. Aquellos que
vuelan por sus propios medios o en escobas, viajarán en perfecta formación y
dejarán caer sobre la cueva de nuestros enemigos toda la cantidad y variedad de
insultos y maldiciones. Los que puedan transformarse correrán por las laderas
de los cerros arrojando piedras y gritando desaforadamente. Las salamandras
quemarán con sus cuerpos llameantes los árboles que rodean el lugar donde
atacaremos. Recuerden que se trata de un simulacro de guerra y no de una
batalla. Los niños se encerrarán en sus habitáculos y no saldrán hasta nuestro
regreso. ¿Está claro, grandísimos rufianes?
-Yo quiero
ir – dio Bombo, el Brujito Loco-. Odio a ese niñita con todo mi corazón. Le
arrancaré los ojos con mis manos.
-También
yo, Bruja Suprema – intervino Congo, su
inseparable cómplice en mil fechorías-. Sabemos cómo tratar a esa
maldita rebelde. Ya lo hemos hecho en
otra ocasión, ¿verdad, Bombo?
-Ustedes
dos – replicó Sandunga – jamás llegarán
a ser verdaderos brujos porque son
inútiles, tontos e ignorantes. Caminen
ya mismo a sus cuevas y no digan una sola palabra si no quieren que los
transforme en dos asquerosos gusanos.
Los dos
aspirantes a la guerra de exterminio
bajaron sus cabezas y desaparecieron en un instante. Sandunga montó en su
poderosa escoba voladora y se elevó en el aire a la velocidad del rayo. Detrás
de ella, en correcta formación, volaban cientos de brujas y brujos de corazón
de piedra. Más abajo, unos corriendo, otros trepando sobre las ásperas rocas,
se desplazaba un batallón de animales salvajes, sedientos de sangre.
Ana Luz,
de pie sobre el patio de lajas los veía venir. A sus espaldas, Catinga y
Cabalango miraban la escena,
confundidos, sin saber qué hacer. Temían a Sandunga y al mismo tiempo se daban cuenta de que su
hija era igualmente temible cuando montaba en cólera.
La niña
que no quería ser bruja recordó las palabras protectoras que había aprendido de
boca de Catanga y las dijo en voz alta:
-Binga
deranga turubuga, que significa “el silencio proteja nuestro hogar”.
Sandunga y
sus huestes pasaron rasantes sobre la caverna iluminada lanzando improperios y
amenazas, empleando palabras feas y sucias como expresión de sus promesas de pronta venganza y clara señal de
última advertencia. Sonriendo satisfecha, Ana Luz abrazó a sus padres. Estaban
protegidos por las palabras de poder que los mantuvo alejados del infernal
griterío y sólo escucharon el latir de sus corazones.
-Pronto
nos enfrentaremos – dijo Ana Luz en voz baja mientras contemplaba la retirada
del ejército de la noche-. Si triunfo seré libre para siempre, si fracaso
moriré junto a mis padres y nadie se acordará de nuestra existencia.
En el otro
extremo, Sandunga descendió de su máquina voladora que entregó a su fiel
Cayupán mientras Chimbalanga se hacía cargo de su pesado manto. Detrás de las rocas que ocultaban la entrada a la
caverna, estaba la brujita ciega Calabalumba. A
una señal se aproximó a la Bruja Suprema que la fue abrazando mientras
ingresaban a la Casa del Mal.
Capítulo 20
¡SALGAN DE LA OSCURIDAD!
Ana Luz
salió en dirección del Arroyo de las Murmuraciones a juntar flores en una
canastilla de mimbre. Se sentía liviana y llena de una intensa alegría como
jamás había experimentado en su vida. El miedo y la incertidumbre acerca del
futuro iban disminuyendo en la medida en
que aumentaba su voluntad de ser libre, de salir para siempre de la prisión espiritual en la
que se hallaba sometida.
Recorrió
descalza un buen trayecto del arroyo, luego cosechó algunas rojas frutillas de
piquillín y almorzó a la sombra de unos
árboles, con sus pies sumergidos en el
agua fresca.
-Esperaré
a que la luz del Sol sea más brillante – dijo para sí, pensando en sus padres-.
Les demostraré cómo es posible vivir en un mundo distinto. Recién entonces
podrán comprender que siempre los he amado y que todo cuanto estoy haciendo es
para sacarlos de la oscuridad en la que
han vivido desde que nacieron.
Después
salió a recorrer el valle, los lugares donde había pasado tantas horas de
felicidad en compañía de Tanti. Tenía el presentimiento de los días que
vendrían y al mismo tiempo sentía la
nostalgia de la infancia que iba quedando
atrás.
-Algunas
horas de camino más arriba – empezó a recordar-, se encuentra la Laguna de la
Niña Encantada, donde Tanti y yo casi morimos ahogadas por culpa de Taninga. No
lejos de aquí tuvo lugar mi encuentro con Candonga, el espíritu errante de
aquella joven que penaba entre la luz y la oscuridad y a la que no he vuelto a
ver. ¿Qué será de ella? Por aquel Cañadón encontré cierto día la cueva de
Catanga y allá, hacia el sur, en la
parte más alta y fría de las altas montañas, casi me entregué al sueño eterno
de Pichango, el Fantasma de las Nieves. Y aquí, en medio de este verde
silencio, bebí por primera vez la leche de la Cabra Invisible; del otro lado,
cerca de la Torre Negra, arranqué flores de la Manzanilla del Olvido, cuya
esencia pronto beberé.
Estaba metida
en sus recuerdos, repasando los acontecimientos más importantes en los que
había participado, cuando la sobresaltó una voz conocida:
Solo
la flor que crece en las montañas…
-¡Catanga!
-Bendito
sea el cielo, mi pequeña Ana Luz. ¡Esto sí que no me lo esperaba!
-¡Hola,
Catanga! Debo decirte que eres una viejita maravillosa.
-¿Por qué?
-Porque no
sabes mentir. Por lo menos a mí.
-¡Eh!
¿Cómo es eso?
-No finjas
porque ahora, gracias a ti, comprendo muchas cosas que antes ignoraba. Siempre
supiste lo que me iría sucediendo a lo largo de mi vida. Primero anunciaste mi
nacimiento, siete años antes de que yo naciera; después me salvaste dos veces
la vida; luego me transformaste en hija de la luz y ahora vienes aquí porque
sabes que me encontrarías, precisamente en este lugar. ¿Es verdad lo que estoy
diciendo?
-Has
aprendido muy rápido las buenas enseñanzas, Ana Luz. Es verdad que sé muchas
cosas acerca de ti, pero recuerda que el futuro no puede predecirse a la
perfección.
-Gracias
por venir. No sabes cuánto necesitaba de tu presencia.
Durante un
largo momento ambas quedaron mirándose en silencio, transmitiéndose a través de
los ojos el mutuo amor y la admiración que cada una sentía por la otra.
-Mañana es
el día – dijo Ana Luz -, estoy ansiosa porque llegue el momento esperado.
-Así es,
mi pequeña, mañana es el día decisivo.
-¿Sabes
que cumpliré doce años de edad?
-Lo sé.
¿Cómo podría haberme olvidado?
-Sabes
que, si triunfo, pronto me iré de las montañas con mis padres.
-Siempre
supe que sería así.
-Catanga,
¿por qué no vienes con nosotros? Estoy segura de que mis padres aprenderán a
amarte, como lo hice yo, cuando sepan
quién eres realmente.
-No, Ana
Luz. Eso no podrá ser.
-¿Por qué?
¿Acaso no deseas irte de aquí, tan sola y con tantos enemigos?
-Escucha,
hijita. Hace más de doscientos años que estas montañas son mi morada y espero
vivir aquí otro largo tiempo.
-No
entiendo esa porfiada decisión. ¿Qué es lo que te retiene? ¿Quién?
-No
olvides que, pase lo que pase, siempre habrá por aquí magos y hechiceras,
brujas supremas, espíritus crueles y toda clase de criaturas salvajes y
demoníacas. Recuerda lo que voy a decirte: mientras haya luz en el mundo
también habrá oscuridad.
-¿Qué
significa ese pensamiento y qué tiene que ver contigo?
-Quiero
decir que cada cincuenta años, aproximadamente, nace en algún lugar de brujos
un niño o una niña semejante a ti. ¿Qué sería de ellos si alguien como yo no
estuviera en estas montañas para reconocerlos, protegerlos y orientarlos?
¿Comprendes ahora?
-Sí,
Catanga… Eso significa que nunca más volveremos a vernos.
-No te
anticipes a los acontecimientos. Nadie sabe si volveremos a encontrarnos o si
ésta será nuestra despedida definitiva. Dejemos que el destino sea quien lo
decida.
-Está
bien.
-Ahora ve
a donde están tus padres, despiértalos y muéstrales la luz del Sol.
-Eso haré,
Catanga. Además, quiero decirte que sea cual fuere lo que me espera, no me
detendré un solo momento. Estoy preparada.
-¿Lucharás
hasta el fin?
-Con todas
mis fuerzas.
La Bruja
Solitaria se aproximó a Ana Luz y la besó en ambas mejillas.
-Antes de
separarnos – dijo Catanga - , te daré, como te había prometido, parte de mi
poder.
Ana Luz
adelantó sus manos que Catanga estrechó fuertemente con las suyas y de
inmediato comenzó a sentir que un intenso calor penetraba en todo su cuerpo,
sofocándola. Le parecía que su sangre hervía, que sus sienes iban a explotar,
que la piel de todo su cuerpo enrojecía.
-No temas
– dijo Catanga-, en un momento el calor desaparecerá y te sentirás bien. He
realizado una transfusión de luz desde mi cuerpo al tuyo, para que tengas un arma imbatible en la batalla. Junto a la
sustancia de la leche de la Cabra Invisible que está en tu cuerpo, he
depositado el poder de la divina luz que a través de mí viene del Otro Lado de
la realidad.
-Me siento
bien, mejor que nunca. Ya estoy en condiciones de hacer lo que debo hacer.
-Suerte,
mi pequeña guerrera. No vuelvas sobre tus pasos, jamás.
-Adiós,
Catanga.
Ana Luz
comenzó a trepar, ágilmente, por la ladera del Cerro de las Brujas, rumbo a la
cueva de sus padres, sin el menor signo de dudas respecto de lo que iba a
hacer.
Había
pasado el mediodía cuando llegó, transpirando, bajo la resplandeciente luz del
Sol. Descubrió de par en par la entrada y gritó:
-Mamá,
papá. ¡Despierten!
Catinga y
Cabalango dormían acurrucados en la parte más profunda y oscura de la caverna.
Se levantaron sobresaltados por el
vibrante llamado de su hija.
-Mamá,
papá. ¡Salgan de la oscuridad!
Desde el
lugar donde aquellos se encontraban vieron aterrorizados la boca abierta de la caverna
por la que entraba un chorro de luz solar, blanca y radiante.
-Cierra
esa entrada, Ana Luz. No podemos resistir esa claridad – suplicaba Catinga.
-¿Qué
estás haciendo, hija? ¿Has venido a matar a tus padres? – imploraba Cabalango,
con la voz entrecortada por el pánico.
-No nos
mortifiques. Déjanos vivir en la oscuridad
en la que nacimos. Por favor, no nos hagas daño – repetía Catinga,
envuelta en lágrimas.
-¡Salgan
de la oscuridad! – volvió a decir, imperativamente, Ana Luz.
Catinga y
Cabalango empezaron a moverse en dirección a la salida. Cuanto más se
aproximaban más doloroso era el efecto que la luz producía en sus ojos y en sus
cuerpos. La silueta de Ana Luz se recortaba en la entrada. Sin detenerse
continuaba guiando a sus padres:
-¡Salgan
de esa cueva inmunda! La luz no hace daño. Vengan hacía mí, no teman.
-Nos han
enseñado desde niños que el día mata a los brujos – decía Cabalango caminando
torpemente-, pero ahora no sé qué decir. Estoy confundido...
-Sigan
avanzando. Acérquense y denme sus manos.
Sin miedo, confiando en mí…así…así…
Mansamente,
cubriéndose los ojos con las manos, Catinga y Cabalango fueron aproximándose a
Ana Luz. Daban un paso y luego otro y otro, lentamente, dudaban un instante y
luego avanzaban otro trecho hasta que
por fin se dieron cuenta de que la luz del Sol no les hacía el mínimo daño.
Era, más bien, una lluvia bienhechora que iba borrando, en sus tristes rostros,
los antiguos rasgos de la maldad y la ignorancia.
Cuando
estuvieron junto a su hija, se abrazaron fuertemente y los tres lloraron por la
alegría de ese encuentro que las tinieblas y el poder del mal habían postergado
durante casi doce años.
Capítulo 21
LA BATALLA DEL DÍA DEL ECLIPSE
Ana Luz
abrió con precaución la puerta de la cueva y salió en el momento en que el sol
anunciaba su llegada. Hizo un ademán y el círculo luminoso que protegía su
caverna desapareció. Luego volvió a sellar la entrada y se dispuso a
enfrentar los acontecimientos del día.
El error de un brujo es no saber cuál es la
verdadera oscuridad y cuál la verdadera luz – le había dicho Catanga-. Caen por ello en graves equivocaciones que
pagan con sus vidas. Mantente alerta porque se acerca un raro fenómeno en el
cielo: sucederá que aparecerán tinieblas donde estaba la luz y resplandeciente
luz donde estaban las tinieblas. Cuando
tal acontecimiento se produzca, será la señal de que ha llegado la hora de
enfrentarte en dura batalla con los espíritus malignos. Si malogras esa única
oportunidad, estarás perdida.
La niña
bajó hasta la vertiente a buscar agua en una calabaza. Se lavó cuidadosamente
las manos y la cara y luego peinó sus
largos y sedosos cabellos y los recogió en un rodete sobre su nuca. Se cubrió
con un vestido blanco y se calzó las sandalias rojas que le había fabricado su
padre.
-Muy bien
– se dijo a sí misma -. No está mal para una jovencita que hoy cumple doce
años. No pareceré muy elegante, pero estoy cómoda.
Mientras
tanto, en las entrañas de los cerros circundantes, cientos de siniestros brujos
y pérfidas hechiceras dormían plácidamente aguardando el llamado de Sandunga para acudir a la gran batalla en la que todos deseaban participar.
Tenían sus corazones envenenados por el odio y aún
en sueños se movían inquietos y pronunciaban maldiciones y conjuras a los
demonios de la noche.
Desde
tiempos inmemoriales, aquellas montañas guardaban en su vientre una multitud de
seres violentos y rencorosos, herederos de una forma de vida en la que
prevalecía la ignorancia, la superstición y la más indomable soberbia.
Confundían su capacidad para hacer el mal con el verdadero conocimiento. Se
creían indestructibles porque sabían algunos juegos de mano y trucos tan simples
y tontos como volar en una escoba o transformarse en animales.
Se
consideraban felices en el oscuro mundo en que vivían, detestaban el universo
de la luz y se ensañaban con los humanos, especialmente con los más humildes,
mientras ofrecían una completa sumisión
a los mandatos de la repulsiva bruja
Sandunga.
Ana Luz,
atenta a las recomendaciones de Catanga, tenía sus ojos fijos en los poderosos
astros del firmamento, el Sol y la Luna,
que iban acercándose, siguiendo una
aparente órbita común.
Próxima a
la Tierra, en los confines de la atmósfera, se veía la Luna de nácar y, mucho
más allá, en el centro de nuestro sistema, en la inmensidad del universo, el
Sol de oro, amo todopoderoso de la vida, se preparaba para la pasajera
conjunción con nuestro satélite.
Apenas
la Luna se ubicó al borde del
Sol, éste comenzó a ensombrecerse. Lenta, muy lentamente, hasta que
ambos se fundieron en un disco único, totalmente oscuro en su parte interior,
con una levísima aureola en el contorno que semejaba un anillo dorado.
Confundidos
por el fenómeno celeste, los espíritus de la oscuridad creyeron que había
llegado la noche. En el preciso momento en que el Gallo del Diablo entonaba su
estridente canto, Ana Luz apuntó con su mano derecha hacia la caverna de sus
padres y la rodeó con un círculo de luz que la protegería contra los embates de
sus enemigos.
El sinuoso
paisaje de las montañas se había tornado súbitamente en una densa sombra
mientras que en el lejano cielo empezaban a brillar miríadas de estrellas.
Sandunga
se despertó sobresaltada por el erróneo anuncio del canto del gallo.
-Es
extraño – dijo - incorporándose de un salto de su lecho-, algo muy raro está
sucediendo. Saldré a ver qué demonios está pasando.
Salió como
un violento rayo y en el acto observó en el cielo la luna negra que jamás había
visto en su larga vida. Comenzó a desconcertarse y a perder el control sobre sus nervios. Por un momento no supo qué
hacer. Consultó con la bruja Chimbalanga que en ese instante se posaba sobre su
hombro.
-Esto no
me gusta nada, ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué significa la presencia de esa extraña
Luna Negra?
-Es la
noche, bruja Sandunga, ¿no lo ves? Mira, por todos lados nuestros hermanos
también están despertando. La hora de nuestras expansiones y disfrutes ha
llegado imprevistamente.
En los más
apartados rincones se escuchaban voces, pasos, gritos y chanzas de las brujas y
sus compadres, los magos, que salían de sus madrigueras dispuestos al goce de
la vida nocturna.
De pronto,
y ante la sorpresa de los seres encantados, se escuchó resonar en las montañas
la potente voz de Ana Luz:
-Sandunga.
Sé que estás ahí, rodeada por tu ejército del mal. Escucha lo que voy a
decirte.
-¿Qué
significa todo esto? –, gritó la Bruja
Suprema, tomándose la cabeza, colmada de una súbita ira-. ¿Cómo te atreves,
maldita criatura, a hablarme de ese modo? ¿No has calculado el terrible
escarmiento que te daré?
-Estoy
anunciándote, bruja soberana de los malos espíritus, que ya he tomado una
decisión. ¿Acaso no era eso lo que esperabas?
Sandunga
se elevó bruscamente hacia una alta roca
y desde allí, tratando de ubicar el lugar preciso donde se encontraba Ana Luz,
contestó con una voz cavernosa que repercutió
de modo siniestro.
-Dinos,
pequeña rebelde, que estás completamente loca y que te arrepientes de tus
actos. Júranos de rodillas que reniegas de la luz y que ahora mismo te
entregarás con tu juramento a la noche perpetua de la brujería.
-¿Eres,
vieja Sandunga, una hechicera tan miserable que piensa que seré su sirvienta? ¿Crees,
acaso, que todo cuanto aprendí en tu Escuela de las Malas Enseñanzas me
obligará a postrarme a tus sucios pies? Mira hacia allá, en dirección a la
cueva de mis padres. Como ves, la he protegido de tus huestes sanguinarias con
un aro de luz impenetrable. Cualquiera de ustedes, brujos de mala muerte, que
se aproxime a ese lugar quedará fulminado en el acto.
-¿Eso
significa que te insubordinas definitivamente,
grandísima traidora? ¿Has meditado sobre las consecuencias de tu
insolente actitud?
-Tú lo has
dicho. No solamente te desobedezco sino que te desafío a una batalla sin
cuartel en la cual una de nosotras triunfará. En cuanto a las consecuencias, ya
verás de cuanto soy capaz. Es mi última palabra.
-Tú lo has
querido, desdichada criatura. Ahora vas a comprobar en carne propia lo que
significa desatar mi violencia. No habrá piedad. Primero iré por ti y luego le
llegará el turno a tus padres.
Sandunga
multiplicó en su sangre la violencia de su espíritu brutal. Dando atroces
alaridos se lanzó en dirección al sitio donde se encontraba Ana Luz, cuya
silueta se divisaba sobre la roca más alta del Cerro de las Brujas.
El
numeroso ejército de la noche imitó a su jefa, la Bruja Suprema, y en medio de
una batahola ensordecedora se lanzó al ataque. Las montañas temblaron bajo el estampido de los feroces y deformes
seres que atronaban el aire con el zumbido de
escobas voladoras y de alas.
Los
primeros en llegar al campo de batalla fueron Tatón, Guaminí y Chulca en
precipitado vuelo. Ana Luz, con un rápido movimiento de sus manos les lanzó
tres bolas de luz que se estrellaron contra los atacantes cuyos cuerpos se precipitaron al abismo dando horribles
gritos de dolor.
Los
próximos fueron Carrilobo, Quilino, Calilehua y Soconcho, seguidos metros atrás
por Malal-Huina, Caraguatá y Tulumaya, los que también se enfrentaron con el
torrente de luminosos proyectiles que la joven guerrera les lanzaba con
increíble puntería.
En la
parte del cuerpo donde recibían el impacto, los brujos y hechiceras sentían que
se les formaba un hueco y, llenos de espanto, huían o caían haciéndose
pedazos sobre las piedras al fondo de
los precipicios.
Las
pequeñas y fulminantes esferas que arrojaba la niña giraban continuamente en
torno del lugar, como si una inteligencia superior las guiara, buscando a sus
víctimas y perforándolas hasta que se
desplomaban con sus ojos abiertos por el terror. Parecían fuegos de artificio,
subiendo y bajando en todas las direcciones, girando en círculo, tocando aquí,
destruyendo allá, persiguiendo a los que huían del fragor de la batalla,
elevándose y descolgándose en veloces arremetidas.
Los
siguientes en caer fueron Rancul y Cayupán, los feroces magos jabalíes y luego
le tocó el turno a Tancacha, la serpiente voladora. Siguieron en la lista
Huiñaj, la bruja santiagueña, Chuchucarauana, Samuhu, Quitilipi y Urutango, el brujo lobisón, el mago
Coliqueo que tenía el aspecto de un perro sarnoso, Malincué, la bruja araña y
Huemul, el ciervo mágico de los bosques de arrayán de la Patagonia.
La batalla
sucedía a una velocidad increíble. Ana Luz continuaba de pie, en su atalaya de
combate, firme y resuelta, lanzando sus dardos luminosos, penetrantes
proyectiles que hacían estragos sobre el desorganizado ejército en desbande,
disminuido en su número y en su
capacidad moral para continuar la lucha.
Las manos
de la pequeña guerrera se movían rápidas y certeras, disparando sobre cada
blanco fijo o móvil, sobre cada silueta que se desplazara frente a ella, la
mayoría en el aire mientras otros grupos procuraban sorprenderla trepando por
las laderas de los cerros.
Sandunga
continuaba contemplando la escena sin comprender lo que estaba ocurriendo. Una
vez más, demostrando su cobardía, se había ocultado tras unas rocas y desde
allí dirigía la batalla. De nada le servían los maleficios que había aprendido
en su larga vida frente a esos extraños puñados de luz, blanquísimos e
infalibles que Ana Luz arrojaba con máxima destreza.
El odio
que sentía la Bruja Suprema hacía que su cuerpo se estremeciera y convulsionara
mientras gruesas gotas de un sudor negro y nauseabundo corría por su rostro
desfigurado por una terrible furia. La mayor parte de sus cómplices había
sucumbido o escapado por lo que no le
quedaba otra alternativa que echar mano a sus últimos recursos.
-Ve hacia
ella y de un solo picotazo arráncale los ojos – le ordenó a Chimbalanga, y de
inmediato la negra lechuza de ojos amarillos se lanzó directamente hacia Ana
Luz en el preciso momento en que la niña le arrojaba una brillante esfera que
le dio de pleno en el cuerpo, enviándola a lo profundo del abismo.
Los que quedaban del desmantelado ejército comenzaban a retirarse
justo en el momento en que el tiempo del eclipse iba terminando. El Sol y la
Luna siguieron separándose y cuando lo
hicieron totalmente, un torrente lechoso de luz cayó sobre las montañas,
valles, arroyos y ríos sumergiendo en el espanto y la muerte a los combatientes
que no habían podido ocultarse en sus madrigueras.
Ana Luz
contempló el amplio campo de batalla ahora bajo la luz resplandeciente del Sol.
Plumas y pedazos de escobas voladoras, jirones de ropas y calzados, montículos
de cenizas humeantes, gritos de espanto y de dolor que provenían de los
socavones, túneles y cuevas donde los sobrevivientes curaban sus heridas y quemaduras, era todo lo que quedaba
de los soberbios habitantes de la noche. Aparentemente
no quedaban enemigos a la vista cuando Ana Luz dio un brinco:
-¡Sandunga!
Debo encontrarla de inmediato. ¿Qué habrá sido de ella?
Descendió
rápidamente del sitio fortificado donde había permanecido y corrió en dirección
a una pared de rocas donde había visto
refugiarse a la Bruja Suprema cuando la balanza de la lucha se inclinaba en su
contra.
-Debo
asegurarme de que ya no hará más daño a nadie ni continuará persiguiéndome. Jamás te descuides, le había advertido
Catanga, no subestimes a tus enemigos
porque podrías pagarlo muy caro. Recuerda lo que a mí me sucedió cuando fui
atacada por sorpresa.
Al llegar
al punto señalado no encontró ni rastros de Sandunga, ni una señal de su
cuerpo, ni una marca que indicara que
había estado allí. Lo que sí pudo ver fue
pedazos de una escoba voladora chamuscada junto a la cual surgía un
repugnante hongo venenoso: el final de la existencia de la que había sido la
más poderosa bruja de las Sierras Grandes.
Ana Luz
elevó sus brazos hacia el cielo mientras de sus ojos brotaron lágrimas de triunfo y felicidad. La
profecía que la Bruja Solitaria había hecho, en la noche de bodas de sus padres, se había
cumplido.
-¡Soy
libre! ¡Soy libre!
Parecía
una estatua blanca como la propia luz del Sol, de pie sobre una altísima roca
desde la cual podía contemplar el Valle del Silencio, el Arroyo de las Murmuraciones, el Lago de
los Esperpentos y mucho más allá, perdida en la bruma de la distancia la ciudad
donde Tanti estaba aguardando el reencuentro
prometido.
El tañido
de un cencerro de plata sonó muy próximo
a ella. Giró su cabeza a un lado y otro pero no había nadie. Después de una
breve pausa, volvió a escucharse nuevamente el repiqueteo de la campanilla que
la Cabra Invisible llevaba en su cuello. Luego, sin que tampoco pudiera
distinguirla, escuchó la inconfundible voz de Catanga, oculta en las praderas
del misterio:
Sólo
la flor que crece en las montañas
Puede
llevar al valle su fragancia.
Cuando
muere la flor queda el perfume,
Y
si el aroma perdura la semilla está a salvo.
-Adiós,
Catanga… adiós, Cabana…- murmuró Ana Luz en una plegaria de agradecimiento
mientras iba descendiendo rumbo a su hogar.
Capítulo 22
LA HEREDERA
El día en
el que había tenido lugar la batalla del eclipse de Sol estaba llegando a su fin. Desde el
lejano oeste iban
apareciendo las sombras de la
venidera noche durante la cual
comenzarían a producirse hechos inesperados, acontecimientos que ni los más
sagaces adivinos podrían haber imaginado en los largos años de reinado de la
implacable bruja Sandunga.
No quedaba
un lugar sin rastros de la lucha descomunal en la que había desaparecido, bajo los efectos de la luz, una gran parte de
los seres de la noche. Los que habían llegado de distantes comarcas y se habían
salvado, ya estaban emprendiendo un veloz retorno. Los pocos que se habían
ocultado a tiempo en las Sierras Grandes, estaban tan lastimados y asustados
que no se atrevían a moverse de sus
escondites.
Todos los
que ya no estaban habían sido adultos. Ninguno de los numerosos brujitos había
tomado parte en la contienda y en esos momentos estaban encontrándose con sus
mayores. Un grupo reducido se había ocultado en la Caverna Mayor por orden de
Sandunga y allí estaban congregándose en el comienzo de la noche oscura que se
avecinaba, para saber qué sería de
ellos. Sombras fugaces iban, inquietas,
de un lado a otro, cuando se
escuchó una voz juvenil, aguda, imperativa, que comenzaba a impartir silencio y
a poner orden. Era la jovencita ciega, de cabello rojo y abundante, que durante
años había sido conocida como una pobre huérfana y que, en realidad, era la nieta
que Sandunga había ocultado aún a sus principales secuaces: Calabalumba.
-Quien
fuera durante siglos la dueña y señora de este mundo, mi abuela Sandunga, dispuso en vida que en caso de que ella
faltara, yo sería su heredera según las leyes que están escritas en este libro
que nadie podrá tocar con sus manos sin
mi permiso.
Calabalumba
era alta, delgada, y representaba un poco más de los quince años que entonces
tenía. Se dirigió a la pesada mesa donde estaba el Libro Negro y se arrodilló
ante él. Luego tomó el manto de poder de la antigua soberana y se lo puso.
Acomodó sus largos cabellos y se sentó en una especie de trono de piedra
desde el cual la maestra en ciencias ocultas acostumbraba
impartir sus enseñanzas y maldiciones.
El grupo
que la rodeaba estaba compuesto por una docena de brujitos seleccionados por su
precoz brutalidad, por el odio que sentían hacia los humanos y por los
conocimientos que habían recibido en la Escuela de las Malas Enseñanzas. Más de
uno de ellos aspiraba a ocupar ese lugar de privilegio y la mayoría había realizado proezas propias de
los malos espíritus para ganarse la confianza de Sandunga. Entre ellos se
contaban Bombo y Congo que no pudieron controlar sus lenguas venenosas:
-¿Quién te
concede el derecho de considerarte, a partir de ahora, Bruja Suprema? ¿No es un
asunto que debiéramos considerar entre todos los que hemos sido discípulos de
tu abuela?
-Estoy de
acuerdo – afirmó Congo, uniéndose a los reclamos de su compinche Bombo-, ¿quién
te crees que eres?, sólo una pobre ciega que no puede ver más allá de sus
narices. Yo no te obedeceré porque no eres superior a mí.
-Yo
tampoco me rendiré a tus pies, Calabalumba – dijo con voz firme la brujita
Maitén-, porque no confío en ti como heredera de esa gran Bruja que fue
Sandunga. Ni loca juraría servirte y obedecerte.
-Propongo
que posterguemos esta decisión para otro día.
Debemos pensar en lo que más convenga a nuestro pueblo.
-Estoy de
acuerdo. No nos apresuremos en decidir.
Calabalumba
se puso de pie. Acomodó su manto verde oscuro donde se reflejaban signos y
jeroglíficos que pocos podrían traducir. Paseó su mirada sobre el grupo, hizo
un chasquido con sus manos y pegó un grito tan infernal que hasta los mismos
diablos habrían temblado al escucharlo. En apenas segundos Bombo y Congo
quedaron convertidos en dos dogos blancos y Maitén en una gata negra que se
echaron con mansedumbre a los pies de la brujita ciega.
-Así
permanecerán mientras yo lo desee. Serán mis protectores, los guardianes de
este lugar en el que han vivido durante cientos de años mis antepasados.
¿Alguno de ustedes desea hacer una pregunta? ¿Alguien más va a presentar una
queja?
Por toda
respuesta se hizo un silencio que se interrumpió con la llegada de los fieles gnomos.
-Bamba
ananda, Calabalumba.
-Bamba
ananda, mis pequeños. ¿Qué
tenemos esta noche para cenar?
-Gusanos
blancos de la madera fritos en grasa de
iguana y salsa de hígado de sapo. Dulce de mora amarga y jugo de tamarindo.
-Me
agrada. Pueden comenzar a servir. Estos tres –dijo señalando a los dogos y a la
gata, que coman las sobras.
En un
instante, docenas de pequeñísimos seres ordenaron la mesa, pusieron manteles y vajilla, y en fuentes que despedían un olor apetitoso,
los manjares que comenzó a comer con la avidez acostumbrada la joven
corte de la nueva Soberana.
Terminada la cena, Calabalumba invitó a
sus comensales a tomar el aire fresco de la noche. Se sentaron sobre unos
bancos de piedra y esperaron a que la
nieta de Sandunga se dignara ofrecerles algunas palabras.
-Es bueno
que desde la primera noche pongamos las cosas en su lugar. No voy a contarles
mi vida porque eso es un secreto que no pienso compartir con nadie. Debe quedar
en claro que a partir de este momento nadie pronunciará en mi presencia el nombre
de mi abuela. La palabra Sandunga será borrada de nuestro idioma. Más les vale
cortarse la lengua que pronunciar ese nombre. ¿Han comprendido? ¿Quién es la
Bruja Suprema de las Sierras Grandes? A ver, tú, Panquehua, respóndeme:
-Eres tú,
Calabalumba, nuestra única soberana, nuestra guía y maestra.
-Así se
habla. ¿Recuerdas, pequeño Catriel, quien era Sandunga?
-No
recuerdo ese nombre, Bruja. Jamás escuché pronunciarlo.
-Nos vamos
entendiendo. Ahora, para que no digan que todo lo que sé lo guardo en secreto,
les diré quién soy. Desde muy niña, cuando mis padres murieron quemados por la
luz del Sol, fui adoptada por mi abuela.
De ella recibí los conocimientos sobre magia, encantamientos, preparación de
pócimas venenosas, el arte de adivinar el futuro y leer el pensamiento. Es
verdad que soy ciega de nacimiento pero puedo ver con mi mente mejor que todos
ustedes juntos.
-¿Conociste a Ana Luz? – se atrevió a preguntar el
brujito Catriel.
Calabalumba
se movió, inquieta, en su asiento, antes de contestar:
-No
deberías haberme hecho esa pregunta, pero por hoy te perdonaré. Esa niña
maldita, que tanto daño nos hizo hoy,
engañándonos con las malas artes que le enseñó
la detestable Catanga, es la persona que más odio en el mundo. Ella
jamás supo, cuando venía a estudiar para
ser bruja, que yo la espiaba y la seguía a todos los lugares donde ella iba.
Como soy ciega y vivo en la más completa
oscuridad, ningún daño puede hacerme la luz del Sol.
-¿Escuchabas
las lecciones que le daba…quiero decir tu abuela?
-Por
supuesto. Yo sabía qué pasos daba, qué estudiaba, qué conversaba con aquella
pobre pastora, Tanti, su inseparable amiga, pero jamás pude descubrir los conocimientos que recibía de la Bruja
Solitaria. Ahí estuvo la diferencia entre ella y nuestro pueblo. ¡Maldita Ana
Luz!
En ese
momento se escucharon los balidos de una cabra y el tañido de un cencerro en
las proximidades del refugio secreto
de Calabalumba. Los dogos comenzaron a ladrar y ante un
simple ademán de la joven soberana, salieron a la disparada hacia lo profundo
de la noche.
-Cualquiera
sea lo que encuentren, destrúyanlo. Si es una cabra, devórenla sin piedad.
Al rato
regresaron los perros sin señal de haber encontrado presa alguna. El Gallo del
Diablo señaló con su canto que era la medianoche.
-Vamos
adentro. Ha llegado la hora de estudiar pero antes, como es nuestra costumbre,
elevaremos al aire nuestras maldiciones
nocturnas.
Capítulo 23
VIAJE A COVADONGA
Había
llegado el momento de la partida.
La mañana,
fresca y luminosa, traía desde el sur, el vaho frutado que provoca la lluvia
cuando moja los campos cultivados y el aromático lomo de los cerros.
Frente a
la cueva donde Catinga y Cabalango habían vivido desde la noche de su boda, dos
burritos grises y dóciles aguardaban impasibles la iniciación del largo viaje.
Sobre el
rústico fogón de piedras hervía agua en una olla de hierro de tres patas. Ana
Luz depositó sobre el recipiente un
puñado de perfumados pétalos y dispuso tres tazones de barro cocido sobre una
mesa de escasa altura.
-Tomaremos
una taza de té antes de partir-, les dijo a sus padres que todavía estaban
vistiéndose.
-Sí,
hijita – respondió Catinga-. Pero antes ayúdame con el cierre de este vestido.
¿Te gusta como luzco?
-Te ves
como una señora bella y elegante.
-¡Oh! ¿Es
verdad que me veo más hermosa? ¿No lo dices sólo para complacerme? Nunca he
sido una mujer hermosa.
-Lo has
sido para mí, mamá. Siempre, a pesar de todos los problemas que nos ha tocado
vivir, fuiste la más maravillosa de las madres. No hubo ni hay nadie como tú en
el mundo.
-¡Qué
exagerada! Ojalá tu padre dijera lo mismo. ¡Eh! ¿Qué dices, Cabalango?
-Que Ana
Luz dice la verdad – respondió mientras terminaba de peinarse-. Estoy de
acuerdo con ella: nunca te he visto más encantadora que hoy. ¡Qué elegancia!
-Tú
también te ves muy diferente, con ese traje azul y la corbata roja. Ve a
limpiarte los zapatos y luego tráeme el agua de rosas para perfumarme. Por
favor, hija, alcánzame ese espejo, que
deseo colocarme esta flor amarilla en el cabello.
Prepararon
unos bultos con las pocas cosas que tenían y las cargaron sobre las grupas de
los burros. Luego se sentaron alrededor de la mesita y sirvieron el té de
Manzanilla del Olvido, la mágica poción que espanta las visiones del mal y borra
el pasado para siempre.
-Cuando
hayamos bebido el contenido de estas tazas – dijo Ana Luz, levantando la suya
en un brindis-, sólo sabremos que somos Catinga, Cabalango y Ana Luz. No
recordaremos por qué hemos vivido aquí y sentiremos ansiedad por salir de
inmediato de estas montañas. Después descenderemos hasta el Arroyo de las
Murmuraciones por un puente de madera y ya estaremos en el Valle del Silencio.
Más allá de la Torre Negra hay un camino que nos conducirá a nuestro nuevo
hogar entre los hombres y mujeres que viven sin temor en Covadonga, la ciudad
de la luz.
Bebieron
los tres al mismo tiempo y luego arrojaron los tazones de arcilla contra las rocas, haciéndolos
pedazos, como expresión de su definitiva voluntad de ser libres.
Apagaron
el fuego y taparon el orificio de la caverna. Enseguida, con mucho cuidado para
no estropear sus ropas, Catinga y Cabalango montaron en los asnos y empezaron el lento descenso, a
través de estrechos senderos, dejando a sus espaldas la fantasmal arquitectura del
Cerro de las Brujas.
Ana Luz
iba al frente, con paso firme, contemplando con viva emoción el
deslumbrante paisaje que le iba
anunciando la proximidad de una nueva vida.
Este cuento me trae hermosos recuerdos de mi infancia, yo se lo robaba a mi hermana para leerlo. Con el tiempo se perdió y hace unos meses lo encontramos en esta página y compartimos está historia a la distancia. Ella vive en salta y yo en Santa Cruz...nos reímos mucho GRACIAS a ustedes
ResponderEliminarEl cuento que me acompañó en mi última infancia, soy de córdoba y siempre que recorro esos paisajes vuelve Ana Luz y todos los brujos. Ahora lo leeré con mi hija, gracias por compartirlo, una alegría encontrarlo.
ResponderEliminarGracias Juan por esta historia tan hermosa. También la leí cuando era chica y me marcó mucho la imágen de Ana Luz arrojando bolas de luz y protegiendose con la misma. Fue una sorpresa muy linda buscarla ayer recordando el nombre, encontrarla de nuevo en esta página y volver a leerla. Un abrazo!
ResponderEliminarPor fin lo encontré! En mi infancia lo leí. Siempre lo recuerde. Mi primera hija se llama AnaLuz por esta bellísima historia gracias
ResponderEliminarGran libro, gran autor!!! Córdoba reflejada en ésta bella historia!!! La leí por primera vez en 5to. Fe primaria. La amé es parte de mi vida y del ideario e imaginación de mi provincia
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