JUAN COLETTI
Capítulo 1
UNA VISITA INESPERADA
El sol del
mediodía de verano quemaba la tierra, los árboles y el techo de los edificios de Covadonga, la “Ciudad de la
Luz”, edificada a la vera del Río de las Truchas. En una humilde casa en uno de
los barrios pobres, Ana Luz estaba terminando de preparar el almuerzo cuando
repentinamente le pareció escuchar el balido de una cabra y el repiqueteo de
una campanilla que se aproximaba por la
calle de tierra. Lo primero que atinó a
decir en voz alta, como si despertara de un largo y profundo sueño fue:
-¡No puede
ser! ¡No puede ser verdad! ¿Qué está pasando?
Se sacó el
delantal y corrió al baño. Dejó correr el agua por la canilla del lavabo y se
mojó la cara, una y otra vez. Sus ojos brillaban con una mezcla de confusión y
asombro mientras sentía que su corazón se aceleraba y las piernas parecían no
poder sostenerla. Se aproximó a la ventana, corrió las cortinas pero no vio a
nadie. El balido de la cabra le llegó ahora, nítido, próximo, mientras
escuchaba una antigua y amada voz que venía cantando:
Sólo la flor que crece en las montañas
Puede llevar al valle su fragancia.
Cuando muere la flor queda el perfume
Y si el aroma perdura la semilla está a salvo.
-¡Catanga!
Abrió la
puerta de calle sin decidirse a correr o quedarse quieta, esperando la más
inesperada de las visitas. A pocos metros, una anciana vestida de negro,
portando dos alforjas sobre sus hombros, pregonaba:
-¡Peperina!
¡Carqueja! ¡Tomillo! ¡Miel!
En esos
momentos ningún vecino pareció estar interesado en comprar hierbas medicinales
o tal vez porque la magia de Catanga había cubierto de silencio el lugar para
que fuera posible el encuentro prometido
entre la maestra y su joven discípula.
-¡Catanga!
¡Qué sorpresa! Jamás pensé que podríamos volver a vernos.
-Mi
pequeña Ana Luz, ¿has olvidado la promesa que te hice hace años?
-Pero yo…
-Espero haberte sorprendido. No estoy aquí por casualidad. ¿Puedo pasar? ¿Estás
sola?
-Si, mis
padres han ido de visita a la casa de
unos amigos. Regresarán antes del anochecer.
-Está
bien. No me quedaré mucho tiempo. El suficiente para que sepas que muchas cosas extraordinarias han empezado
a suceder en las montañas mágicas. Sobre
eso y sobre otras cosas deseo conversar contigo.
-No se
queden en la puerta. Pasen. Sé que vienes acompañada.
-Cabana
siempre viaja en mi compañía, pero por ahora no podrás verla. Ella está tan
preocupada como yo. Ya te explicaremos por qué ambas estamos aquí.
Catanga
dejó sus alforjas sobra una mesa y se sentó en una humilde silla. Los pasos de
la Cabra Invisible sonaron cuando ingresó a la salita de estar. Por momentos
nadie supo qué decir.
-Ana Luz,
te ves más hermosa que nunca. Me siento feliz de volver a verte. Ya has
cumplido 15 años, ¿verdad?
-Sí, hace
apenas dos lunas. Ya no soy una niña, aunque tampoco me siento una mujer. Sigo
creciendo.
-Ya lo
veo.
Lo que
sucedió a continuación fue un rápido intercambio de noticias. Mientras
almorzaban un guiso de fideos y verduras, Ana Luz contó que al comienzo les
había costado adaptarse a la vida en una ciudad tan grande como Covadonga, que
su padre Cabalango trabajaba como peón de albañil y Catinga, su mamá, lo hacía
como empleada doméstica en casa de algunas familias muy ricas del centro. En
cuanto a ella, había aprendido con un grupo de amigos la fabricación de
artesanías que vendía en la plaza principal. Aunque el dinero que ganaban entre
todos no era mucho, resultaba suficiente para pagar el alquiler y hacer frente
a los gastos diarios. En realidad, confesó Ana Luz, no tenía ningún suceso
digno de contar, a excepción de algunos sueños muy extraños que había
tenido últimamente.
-Conozco
esos sueños, mi pequeña guerrera, por eso estoy aquí.
-¿Qué me
está pasando? Apenas presentí tu presencia me pareció que despertaba de otro de
mis sueños. ¿Acaso la Manzanilla del
Olvido no ha borrado para siempre mis recuerdos? Cuando, hace tres años,
partimos con mis padres del Cerro de las Brujas, pensé que lo hacíamos para
siempre. Sin embargo…
-Sí, te
escucho.
-Sin
embargo, Catanga, no podría jurarte que soy completamente feliz. Muchas veces,
rodeada por mis padres y mis amigos, me pregunto: ¿Qué hago aquí? ¿Es éste mi
lugar en el mundo?
-Es una
buena pregunta. Te sigo escuchando.
-En mis
sueños regreso a las Montañas Mágicas, vuelo, visito cada rincón, recuerdo cada
uno de los días de mi infancia. Es como si jamás hubiera abandonado aquellos
parajes. Podría hablarte durante horas.
-No es
necesario. Ahorremos las palabras, mi querida Ana Luz. Sólo voy a decirte que
estás despertando y que muy pronto tu vida sufrirá un cambio inesperado.
-No
entiendo.
-Alguna
vez te dije que soy una mujer muy vieja. No importa si he vivido uno o dos o
siglos o más. Lo cierto es que en esta ocasión
apenas tuve fuerzas para venir a verte. Estoy aproximándome al término
de mi vida. Esa es la verdad.
-No digas
eso.
-Todo lo
que comienza llega a su fin. Es muy
fácil de comprender si observas a tu alrededor.
-Pero tú
eres diferente. Eres un espíritu poderoso.
-Pues ya
no lo soy. En los mundos de la Noche Tenebrosa están apareciendo cientos
de espíritus perversos, uno más cruel
que otro, especialmente esa joven…
-¿Quién?
Dime su nombre.
-Dejemos
el nombre por ahora. Si recuerdas a Sandunga, deberás saber que su Heredera es
inmensamente más dañina y malvada. Ella, en compañía de sus numerosos secuaces
sigue invadiendo territorios en los que ningún humano, ningún ser que viva en
la luz podría permanecer sin graves
riesgos.
-Catanga,
te debo mi vida y la vida de mis padres y mi libertad. No olvido que estoy en
deuda contigo, pero ¿cómo podría yo luchar contra esa multitud de brujos, magos
y hechiceras? Son muchos y muy poderosos y muy crueles.
-“Recuerda – se oyó la voz de la Cabra
Invisible – que parte del poder de los
mundos superiores están depositados en tu ser. Cuando bebiste por última vez la
leche de mis ubres, todo empezó a transformarse definitivamente para ti. ¿Lo has olvidado?”
-No,
Cabana, no lo olvidé. Eres parte de mi vida.
-“Entonces, confía en nosotras, Ana Luz. Tú
tienes el privilegio de poder vivir en dos mundos diferentes y si no lo haces,
siempre te acompañará un sentimiento de fracaso. Debes ser fiel a tu destino”.
-Todo ha
sido tan repentino. Me parece que estuviera dando vueltas en un torbellino de
ideas y sentimientos. ¿Debo darte ahora una respuesta?
-No será
necesario. Tienes dos lunas para pensarlo. En primer lugar deberás convencer a
tus padres. Apenas ellos regresen les leerás esta carta, pero no abras el sobre
hasta ese momento. Después, si esa fuera tu decisión, iniciarás el regreso, viajando solo de día.
Por ahora no es prudente que te arriesgues durante la noche. Al llegar al Valle
del Silencio tendrás un encuentro jamás imaginado que te hará inmensamente
feliz. En ese lugar podrás pasar la noche y al día siguiente emprender la
cuesta hacia tu antigua morada, el Cerro
de las Brujas.
En ese
momento, por la ventana abierta que daba a la calle ingresó una paloma que se
posó en el hombro derecho de Catanga. Ana Luz no evitó hacer un gesto de
sorpresa.
-Te
presento a Colombina.
-¡Colombina!
-Ella es una paloma mensajera que hace apenas un
año llegó hasta mí viajando desde más allá de los mares. Me ha traído
importantes noticias de mis antiguos maestros.
-¡Vaya, qué día de sorpresas, Catanga!
-Este es apenas el comienzo de una nueva y gran
aventura. Piénsalo bien, pero no te sientas obligada. Ahora debemos partir.
La Bruja Solitaria cruzó las alforjas sobre sus
hombros. Miró con intensidad a los ojos de Ana Luz y luego la abrazó y la besó
en ambas mejillas. Colombina voló marcando el camino de regreso. Por el sendero
de tierra se fue esfumando la silueta de la anciana vendedora de yuyos. Detrás
de su figura encorvada, iba quedando la marca de las pisadas de la Cabra
Invisible.
Ana Luz cerró
tras de sí la puerta de su casa, lavó los platos y luego se recostó a
descansar en su habitación. No hubiera sabido decir si estaba triste o
inmensamente feliz. De sus ojos caían
unas gruesas lágrimas que mojaban sus mejillas. Con una voz apenas audible se
preguntó a sí misma:
-¿Qué será de mí? ¿Cuál es mi verdadero destino?
¿Ser una bruja?
Capítulo 2
EL ESPEJO DELATOR
Sentada sobre una piedra rectangular, flanqueada
por dos enormes dogos blancos, la joven bruja de larga y roja cabellera,
parecía mirar a lo lejos, aunque nadie podría jurar qué veían en esos momentos
sus ojos ciegos. Frente a ella, a la hora del atardecer, el rumor de la cascada
del Arroyo de las Murmuraciones caía pesadamente sobre el costado rocoso de la
Laguna de la Niña Encantada, la misma en la que hacía algunos años Ana Luz y su
amiga Tanti, la pastora de cabras, habían estado a punto de morir ahogadas.
Un extraño y doloroso silencio cubría el lugar.
Sólo el ruido incesante del agua y algún lejano trinar de algunos pájaros
parecía anunciar que algo estaba por suceder, algo tan temible que ningún ser
humano hubiera podido soportarlo sin caer en la desesperación.
De pronto se escuchó algo así como un trueno que
provenía de las profundidades abismales de la laguna, luego un formidable
borbollón de aguas en cuyo centro podía
contemplarse el cuerpo deslumbrante de Taninga, el Espíritu de las Aguas que
desde hace siglos mora en ese lugar. La
legendaria ninfa, mitad mujer y mitad pez, chapoteó alegremente por unos
instantes, riéndose a carcajadas, antes de sumergirse y volver a aparecer
apoyando sus manos en las rocas de la orilla. No pareció sorprenderse ante la
presencia de quien estaba aguardándola, pero dejó de reír y dijo
solemnemente:
-Bamba Ananda, Calabalumba.
-Bamba Ananda, Taninga. Esta vez no
has sido puntual. Hace rato que estoy esperándote y bien sabes que odio a
quienes me hacen perder el tiempo. ¿Qué me dices?
-Perdóname, no volverá a suceder. Te lo prometo.
Me entretuve coleccionando caracolas – dijo la extraña aparición con una suave
mueca de ironía en su rostro.
Por un momento volvió a reinar el silencio.
Ninguna de las dos, por distintos motivos, quería iniciar la conversación. Los
perros se pusieron de pie, en actitud amenazante y dieron unos pasos en
dirección a la laguna.
-¿Has traído contigo lo que te ordené?
-Por supuesto, jamás viajo sin mis elementos de
belleza. Aquí están mi Peine y el Espejo de Oro en el cual, por cientos de años, he contemplado mi belleza y el misterio de
todas las cosas. ¿Qué deseas saber?
-Dame ese espejo, seré yo quien lo consulte.
-Bien sabes que eso es imposible. Sólo en mis
manos el espejo puede mostrar el pasado, el presente y el futuro.
-Te he ordenado que me entregues ese espejo.
-No, Calabalumba, no te lo daré. Eres la joven
Bruja Suprema de los idiotas de la noche pero no eres mi ama. Si me molestas me
sumergiré y jamás volveré a estar en tu presencia.
La joven Heredera del trono de Sandunga se puso de
pie. Era ahora más alta y fuerte que cuando quedó al frente de los
sobrevivientes de la Batalla del Día del Eclipse en la que había desaparecido
su abuela. Tenía solo 18 años pero en su rostro eran visibles los rasgos de una
mujer de más edad. Sabía que era poderosa pero se mostraba astuta y prudente
cuando se encontraba frente al peligro. Pareció sonreír pero el gesto era más bien el de un amargo desprecio.
-Está bien. No voy a robarte tu precioso amuleto.
Estoy aquí porque tú y yo y todos los hijos de la noche tenebrosa estamos en
peligro. ¿Acaso no lo sabes?
-¿Qué cosa no sé?
-Dentro de un instante vamos a comprobarlo.
Aproxímate y déjame ver lo que el espejo va a mostrarnos-. Taninga frotó el objeto mágico con su
cabellera hasta que pareció relumbrar. Las imágenes aparecían al principio
grises y borrosas pero lentamente se fueron aclarando hasta mostrarse nítidas.
-¿Son estas? – preguntó la Niña Encantada.
-Sí, son
Ana Luz y Catanga, nuestras enemigas. Se han reunido para conspirar
contra nuestro pueblo. ¡Malditas! Muy pronto se pondrán a nuestro alcance y
entonces juro por los Demonios de la Oscuridad que no tendré piedad de ellas.
-No olvides, Calabalumba, que esa niña tiene
poderes especiales. No te será fácil vencerla porque ella…
-No me
digas lo que sé mejor que nadie.
¿Quién crees que soy? ¿Acaso estás menospreciándome?
-No te desprecio, pero te lo advierto porque soy
yo quien tiene consigo este espejo que me trae, apenas lo deseo, cualquier
mensaje de peligro. Si eres considerada
prometo volver a reunirme contigo para que tengas otras visiones.
Prométeme que no me harás daño.
-Bien sabes que en lo profundo de esa laguna viven
mis amigos, los antiguos sapos escuerzos, los fantasmas gelatinosos y los
pulpos carnívoros que a una simple orden mía
te harían pedazos.
-Pero entonces no tendrías el espejo. ¿De qué te
serviría mi muerte?
-Sí, lo sé. Por eso continuaremos siendo amigas.
No te enfades conmigo, Taninga. Sabes que no puedo controlar mi carácter. Por
favor, consultemos nuevamente para ver qué nos muestra ahora tu espejo.
-¿Qué deseas saber?
-Ana Luz, esa niña despreciable, sabe de magia tanto como yo porque ella
también estudió en la Escuela de las Brujas Novicias.
-Lo sé.
-Pero hay un poder
que ella ha recibido, una fuerza que está depositada en su cuerpo que la
hace invencible. Ella, solamente con sus
poderes, aniquiló al ejército de mi difunta abuela. Quiero saber de dónde
proviene ese poder, si ha sido obra de Catanga, la Bruja Solitaria, o de quién.
Taninga volvió a frotar el espejo y de inmediato
apareció la imagen de una cabra, pequeña, blanca, pastando sin temor en algún
lugar de este mundo o de otro mundo.
-¿Qué es eso? ¿Una cabra? ¿Acaso se trata de una
de tus estúpidas bromas?
-No lo es, Calabalumba, este espejo solo refleja
la verdad. Pero no sabemos qué significa esa imagen, quién es esa cabra. Jamás
la había visto.
Los dogos blancos, que no eran otra cosa que Bombo
y Congo, convertidos en perros por haberse atrevido a desafiar el poder
absoluto de la joven ciega, se aproximaron a la imagen y empezaron a gruñir,
mostrando sus afilados dientes y espesas babas que se deslizaban por sus
lenguas.
-¿Acaso conocen a esta cabra? ¿Alguna vez la han
visto? Digan algo, grandísimos idiotas.
Los mastines callaron y retrocedieron, metieron su
cola entre las patas y bajaron la cabeza. La imagen de la cabrita parecía
haberlos intimidado.
-Ya hablaré con ustedes. Apenas lleguemos a
nuestro escondite secreto los interrogaré pero más vale que no me mientan,
¿escucharon, perros miserables?
Por toda respuesta los dogos hicieron con su
cabeza un ademán de asentimiento.
-Bien, es hora de regresar. Vuelve a tu mundo,
Taninga, y ten cuidado.
-Por favor, no te vayas todavía. ¿Por qué no
vienes conmigo y nadas un rato en la laguna? Te hará bien, te lo aseguro. Ven,
Calabalumba, sácate la ropa y ven, ven conmigo.
La joven hechicera, ama y señora de los espíritus
de las Montañas Mágicas tuvo un leve estremecimiento de pánico. Sabía que
cualquier ser que penetrara en las aguas de la Laguna de la Niña Encantada no
saldría de allí con vida. Incluso ella podría morir ahogada como tantos otros
que fueron engañados por Taninga.
La joven hechicera ciega y la ninfa de las aguas
se miraron por un instante a los ojos. Se juraban amistad pero en lo
íntimo se temían y desconfiaban mutuamente. Aunque la nieta de Sandunga era ciega, podía
ver mejor que nadie por dentro y por fuera de las cosas y ese poder le sugirió
que no aceptara la invitación.
-Lo siento, pero ya es tarde. Las estrellas
comienzan a nacer en el cielo y la Luna pronto aparecerá detrás de los cerros.
Debo partir. Lobú (adiós) Taninga.
-Lobú,
Calabalumba.
Mientras la joven de roja cabellera se iba
esfumando en la oscuridad de la naciente noche, seguida por sus fieles
guardines, los dogos blancos, el Espíritu
de las Aguas dio un enorme salto y volvió a sumergirse de cabeza en las
profundidades de la laguna. Sus risotadas histéricas resonaron en la amplitud
de las montañas llenando de pavor a quienes las escucharon.
Agugango, el viejo vidente que tenía el aspecto de
una araña pollito, había permanecido oculto tras unas matas de jarilla, viendo
y escuchando lo que acababa de suceder ante sus ojos asombrados. Tardaría por
lo menos una noche completa para llegar al escondite de Catanga, a quien
todavía consideraba su amiga a pesar de que la Bruja Solitaria en cierta
oportunidad había desconfiado de su lealtad para con ella. Se dijo a sí mismo
mientras ponía en movimiento sus patas largas y peludas:
-“Es muy grave lo que está por suceder. Estamos ante un gran peligro. Debo comunicarle
a mi comadre lo que acabo de ver y escuchar. Tal vez tenga piedad de mí y
vuelva a transformarme en lo que siempre he sido, un anciano vidente y
poderoso. Así podré vengarme
Capítulo 3
EL REGRESO DE ANA LUZ
Habían pasado las dos lunas, el plazo aceptado por
Ana Luz para emprender su regreso al Cerro de las Brujas. Los gallos de las
granjas vecinas empezaron a anunciar la proximidad de la luminosa madrugada.
Por todo Covadonga se encendieron luces en casas y fábricas, se escuchaban voces y el ruido de vehículos
que se desplazaban a uno y otro lado con la prisa propia de las grandes
ciudades.
En la humilde casa ubicada en los suburbios,
Catinga y Cabalango encendieron el fuego en la cocina para preparar el desayuno
y despedir a su hija que en su dormitorio estaba terminando de ordenar bolsos y
paquetes para dar comienzo a la increíble aventura que la estaba esperando.
Después de su encuentro con Catanga y al regreso de sus padres de visita
en casa de unos amigos, Ana Luz les contó que había recibido un sobre que debía
ser abierto cuando los integrantes de la familia estuvieron reunidos. Sentía
que un nudo le apretaba el corazón pues de algún modo no podía decirles una verdad para la que no estaban preparados
y que jamás comprenderían. Ellos habían bebido el Té de la Manzanilla del
Olvido que había borrado todo recuerdo de cuando eran unos pobres brujos en la
comunidad de la antigua soberana del mal, la hechicera Sandunga.
No eran todavía ancianos aunque no gozaban de buena salud y aparentaban más edad de la que
realmente tenían. Ana Luz sabía que sus padres no eran personas muy listas,
pero los amaba por la simple razón de que eran para ella buenos y comprensivos.
Pensó que había que dejar que el tiempo acomodara lo que en esos días
parecía ser un problema no muy fácil
de resolver.
Aquella tarde abrieron, como estaba convenido, el sobre de color
marrón en el que había una carta y un fajo de billetes.
Catinga, con humildad y un poco de vergüenza, le dijo a su hija:
-Sabes que tanto tu padre como yo somos
analfabetos. Por favor, hijita, léenos esa carta para saber de qué se trata.
En los tres años en que Ana Luz había permanecido
en Covadonga concurrió a un taller de escritura en el que rápidamente y ante el asombro de
sus maestros, aprendió a leer y a escribir correctamente. De alguna manera, sus
años como aprendiz en la Escuela de las
Brujas Novicias le había otorgado una capacidad para desenvolverse mentalmente
más rápido que cualquier niño humano de su edad. Luego, con sus ahorros como
artesana había podido comprar algunos libros que leía y releía con avidez.
Tomó en sus manos el papel manuscrito y leyó en
voz alta.
“Querida señora Catinga, querido señor Cabalango”.
-Somos nosotros – dijeron ambos al mismo tiempo-,
¿quién les habrá dicho nuestros nombres?
-Esperen un momento. No me interrumpan, por favor.
“Soy una mujer anciana que vive en Traslasierras en un campo en el que ha
vivido mi familia durante siglos. Mi nombre es Salomé, tengo muchísimos años, me
siento muy sola pues no tengo familia y necesito que alguien me acompañe para
que mis días no sean tan tristes.
“Necesito una dama de compañía y por noticias de una querida amiga estoy
enterada de que vuestra hija, la joven Ana Luz, podría viajar por un tiempo y
quedarse conmigo. No será mi sirvienta, pues tengo algunos criados muy fieles,
sino mi acompañante. Con ella podré dialogar y escuchar la lectura de buenos
libros. Les prometo que la cuidaré como si fuera una nieta. Además, y como es
justo, tendrá el beneficio de un pago mensual. Les adelanto con los billetes
que les envío parte del dinero que ella ganará a mi servicio.
Al dorso de esta carta he marcado la ruta que la jovencita deberá seguir
para llegar hasta mi residencia. La espero dentro de dos lunas, ni un día más
ni uno menos. De vez en cuando recibirán mis noticias pues bien saben que Traslasierras queda muy
lejos de Covadonga.
Les hago llegar el agradecimiento de una anciana que mucho los aprecia.
SALOMÉ
-Este dinero nos vendrá muy bien, ¿verdad,
Cabalango?
-Así es, podremos comprar algunos muebles y
arreglar nuestra casita.
-Compraremos algo de ropa y un poco más de comida.
Ana Luz estaba conmovida por la actitud de sus
padres. No entendía cómo se habían convencido tan fácilmente y pensó en la
astucia de Catanga, en el modo en que ella solucionaba los problemas. Le
emocionó darse cuenta de que ese dinero provenía de los ahorros que la Bruja
Solitaria hacía de sus ventas de yuyos aromáticos y medicinales y de la miel
silvestre que recogía en las Sierras Grandes.
Así fueron pasando los días y las noches. Cuanto
menos faltaba para el día de la partida, más eran las emociones y la ansiedad
de toda la familia. La joven que durante
su infancia no había querido ser bruja, estaba ahora en los preparativos
de un viaje cuyo destino real sería el misterio, el encuentro con su maestra y
los increíbles peligros que estaban aguardándola.
Ni siquiera sospechaba de la existencia de
Calabalumba ni del odio que la Heredera sentía hacia ella y de las trampas que
estaban preparando los espíritus de las
tinieblas para destruirla no sin antes hacerle padecer los peores sufrimientos.
En su pequeño dormitorio había embalado en cajas
de cartón sus libros preferidos, numerosas bolsitas con semillas de tomate,
cebolla, calabaza, melón y maíz pues era
su propósito cultivar una huerta en los alrededores de la antigua caverna donde
había nacido y pasado los años de su infancia. Recordaba que había allí un
pequeño manantial donde obtendría el agua para beber, higienizarse y cultivar
sus alimentos.
Tampoco olvidó empaquetar algunas ollas,
cubiertos, platos, tazas, una tetera, y otros elementos de cocina, así como una
pequeña cortina tejida por Catinga que ubicaría en uno de los respiraderos que
hacían de ventana. También papel y
lápices para comenzar a escribir algunos cuentos que comenzaban a tomar forma
en su imaginación. Todo un cambio de vida, pensaba, sin saber que nada sería
como ella lo estaba soñando aunque, por supuesto, no era una tonta y sabía que
la vida en las Montañas Mágicas no le sería fácil, especialmente durante las
noches cuando las brujas, hechiceras y magos salen en sus escobas voladoras,
gritando y maldiciendo, sembrando el terror en la vasta comarca.
La mañana iba aclarándose para mostrar, atada a un
árbol frente a la casita de ladrillos, a una burrita sobre la cual Cabalango iba cargando los petates, bolsos
y cajas sujetados con correas, además de
dos cantimploras con agua para el largo viaje.
-Adiós, mamá. Te quiero mucho.
-Yo también, hijita, cuídate. No confíes en ningún extraño que encuentres
en el camino.
-Adiós, papá. Cuida tu salud y no comas mucho. Te
extrañaré.
-Si lo permitieras, me gustaría acompañarte. Sabes
que tu padre es fuerte y valiente y que
ante su presencia nadie se atrevería a hacerte daño.
Ana Luz sonrió dulcemente. Sabía que el gordito de
su papá no era ni fuerte ni valiente pero no hizo ningún gesto para
desanimarlo.
-Gracias, papá. Tu deber es quedarte en casa y
proteger a mamá. Cuídense mucho y no peleen por cualquier motivo. Adiós.
-Adiós, hijita.
Partió Ana Luz tirando de las riendas de la
burrita que parecía más pequeña bajo el peso de los bultos. Catinga y Cabalango
permanecieron en medio de la calle de tierra viendo cómo, lentamente, se iba
esfumando la silueta de su querida hija
hasta que finalmente dobló hacia la derecha y ya no pudieron verla.
Más allá de los barrios humildes empezaba un largo
camino a cuyo final se divisaban las siluetas verdosas de las serranías, y el
blanco de las nubes de verano que parecían presagiar una lluvia inminente.
A media tarde Ana Luz había recorrido una buena
parte del camino que terminaba en el Valle del Silencio donde había correteado
alegremente en su niñez cuando, sin que la Bruja Suprema lo supiera, ella salía durante el día para gozar de la
luz del sol.
El sendero, ahora más angosto pasaba frente a una
formación rocosa conocida como la Torre Negra. Como en un relámpago vinieron a
la mente de la joven viajera las imágenes de su descenso a la Caverna de los
Sueños en cuyo centro había recogido los pétalos de la Manzanilla del Olvido
y salido a tiempo antes de que los
sueños y pesadillas de los monstruos de la noche la hubieran atrapado.
-“Estoy recordando, estoy retrocediendo a un mundo
al cual creía haber dejado atrás para siempre” – iba pensando Ana Luz -. “Tal como me dijo
Cabana, soy una mujer que puede vivir en ambos mundos de la realidad. No
entiendo bien qué significa vivir a uno y otro lado de las cosas, pero me
gusta. No es éste el momento de quejarme”.
Así, cavilando, seguida por la burrita que parecía
decir con sus grandes ojos que necesitaba un descanso, la joven viajera
contempló a lo lejos un lugar que le pareció familiar. Era un rancho rodeado
por corrales de cabras y ovejas y verdes
campos donde pastaban cientos de caballos salvajes. La sorprendió el ladrido de
un perro ovejero que corría hacia ella, primero amenazadoramente y luego con la
alegría con la que se recibe a los amigos.
-¡Sultán! ¡No puedo creerlo! Sultán, ¿qué haces
aquí?
Se detuvo un momento y vio de pie frente al rancho
a una mujer que parecía estar aguardándola. Su corazón comenzó a brincar, el
rubor subió a su rostro, soltó las riendas de la burra y corrió con los brazos
abiertos.
-¡Tanti!
-¡Ana Luz!
Capítulo 4
LA MISIÓN DE LOS DOGOS
El Salón
de las Maldiciones era un socavón en la montaña, contiguo a la enorme caverna
donde tenía sus aposentos la Heredera de Sandunga. Apenas alumbrado por unas
raquíticas velas, apestaba por todos los rincones en donde permanecían en
silencio, acurrucados, los seguidores, sirvientes y alumnos de la joven bruja.
Permanecían atemorizados ante las constantes amenazas y gritos que profería
durante las noches desde el momento en que supo, por el Espejo de Oro de
Taninga, que Ana Luz venía aproximándose a su tenebroso reino.
Permanecía sentada
frente a la mesa de piedra cubierta por un
manto verde que mostraba extraños
jeroglíficos que sólo ella podía descifrar. A su derecha, forrado con pieles de
lagarto negro, permanecía abierto el Libro de las Malas Enseñanzas. El más
insoportable silencio cubría el lugar, un silencio que demostraba el temor y el
respeto que la comunidad guardaba hacia quien ejercía, por derecho propio, la
comandancia de los seres que habitan la noche, los que temen y odian la luz del
sol, los que gritan en voz alta, como una grave advertencia, una temible frase
pronunciada en puncum, el idioma con
el cual se comunican sus conocimientos y secretos:
Gudaluga barabadán kittim buruguba (la luz
mata a los hijos de las tinieblas).
Sabían o creían saber que si uno de ellos era
sorprendido durante el día, la luz del sol los convertiría en polvo. Por esa
razón, todos, a excepción de la brujita ciega, permanecían ocultos en sus
cuevas y madrigueras hasta la llegada de la noche en la que daban rienda suelta
a sus peores instintos.
Imprevistamente, el canto del Gallo del Diablo,
que emitía sus señales desde la cima del más alto de los cerros, produjo un
estremeciendo en las oscuras criaturas que comenzaron a moverse, a hablar y
reír y golpearse entre ellos. Pero apenas contemplaron la silueta temible de
Calabalumba, se quedaron tiesos y a coro hicieron el saludo ritual:
-Bamba ananda. (Buenas noches).
-Bamba ananda, anda trenke. (Buenas
noches, hijos míos).
-Aminga sanga tatanga Calabalumba (Calabalumba, eres nuestra dueña, la más
poderosa).
Enfervorizados por la fuerza de las palabras de
poder, los que hasta instantes habían permanecido aletargados, comenzaron a
conversar entre ellos contándose los sueños y pesadillas, las maldades y daños
que harían apenas quedaran en libertad de salir a la oscuridad de la noche.
-¡Silencio! Cierren sus asquerosas bocas,
grandísimos estúpidos. Más vale que no escuche yo una sola palabra. Presten
atención a lo que voy a decirles.
-Te escuchamos, Bruja.
-Uno por uno, a pie, arrastrándose o montados en sus escobas voladoras, saldrán
hacia lo profundo de la oscuridad. Vayan
donde les plazca, coman lo que encuentren o roben, sean felices hasta que vean
en el horizonte las primeras luces de la mañana. Más vale que todos regresen a
la hora señalada. Que ningún idiota se quede rezagado porque ya sabe lo qué le
sucederá. ¿Han comprendido?
En tropel intentaron salir por la angosta
abertura, tropezando, golpeándose, cada uno desesperado por ser el primero en
salir a la fiesta nocturna sin importarle que su apresuramiento produjera
caídas y daños a los otros.
-Ustedes dos, ¡deténganse!
La voz de mando resonó en la caverna. Bombo y
Congo, interrumpieron sus movimientos y
se volvieron temblando hacia quien, por desobediencia, los había convertido en
feroces dogos blancos.
-No teman. Hoy prometo no hacerles daño alguno.
Solo deseo que se queden a cenar en mi compañía. Tenemos asuntos importantes
que tratar. Pero antes, por algunas horas, tomarán la forma que tenían antes de
desafiarme. ¿Preparados?
Los perros se sentaron e inclinaron su cabeza. Con
un violento ademán, Calabalumba los cubrió con una niebla fosforescente que
lentamente se fue disipando para mostrar a sus pies a dos brujos adolescentes,
que se miraban entre sí, se frotaban piernas y manos y sonreían estúpidamente.
No podían creer en lo que estaba sucediéndoles.
-Bien. Vamos a sentarnos a la mesa. No es
necesario que se laven las manos pues esa es una fea costumbre de los humanos-.
Tomó una campanilla y apenas comenzó a sonar, salieron de sus escondites los
fieles gnomos que la servían y la obedecían como nadie. Eran, además, los
ingeniosos cocineros capaces de servir
los más deliciosos platillos a sus comensales.
-¿Qué tenemos esta noche para la cena?
-Para empezar –recitó el duende Golim -, huevos de
víbora con salsa de tomillo, luego
lombrices y escarabajos fritos y carne
de quirquincho estofado, y de postre moras negras amargas.
-¿Acaso no tenemos nada para beber?
-Por supuesto que sí. Hemos preparado refrescos de tuna y
peperina.
-Me agrada – dijo Bombo.
-A mí, no – agregó Congo.
Calabalumba
interrumpió los comentarios:
-¡A callar! Solo podrán hablar cuando yo lo ordene.
¿Entendieron?
-Sí, Bruja.
-Entonces, comencemos a cenar.
Como era la costumbre entre la gente de la noche,
comieron y bebieron a las apuradas, masticando con la boca abierta, resoplando
y escupiendo lo que no les agradaba, se limpiaban las manos en sus ropas
mientras espiaban el plato del vecino por si el otro dejaba una porción de la comida
para arrebatársela.
Terminaron de comer y mientras los pequeños
enanitos de las montañas aseaban la mesa y la vajilla, la Heredera y sus
cómplices salieron al aire fresco de la noche. Se sentaron en unas rocas planas
en la plataforma que miraba hacia el este y permanecieron un rato en silencio.
Calabalumba comenzó su discurso.
-Escuchen bien lo que voy a decirles porque no
pienso repetir una palabra. Pero antes voy a preguntarles: ¿les gusta ser
perros?
-No – dijeron Congo y Bombo -, seríamos felices si
pudiéramos conservar esta forma para siempre. Ojalá que alguna noche de esta
nos perdones para que nunca más volvamos
a tener el aspecto de dogos.
-Eso ya no dependerá de mí sino del éxito en la
tarea que voy a encomendarles. No será fácil pero a partir de este momento
tienen la misión de encontrar en cualquier lugar de estas montañas, en valles y
quebradas, en cañadones y cavernas, a una cabra blanca, muy pequeña, un animal
que jamás he visto, una bestia que nadie cree haber divisado en su miserable
vida.
-¿Una cabra? – preguntó Congo.
-Precisamente eso,
una cabra que vive oculta desde hace más tiempo del que cualquiera
pudiera imaginar. He consultado los libros de magia de nuestra biblioteca y
poco dicen sobre ese animal misterioso.
-¿Misterioso? – balbuceó Bombo, pronunciando
torpemente la palabra.
-Más que misterioso. El único dato que he podido
obtener es que lleva en su cuello una campanilla de plata con la cual anuncia
su presencia. Por lo demás, es como si fuera invisible.
-¿Invisible? ¿Quieres decir que esa cabra es como
nosotros, una bruja o hechicera, alguien que tiene poderes sobrenaturales?
-No lo sé, Congo. Si lo supiera no estaría
manteniendo con ustedes esta estúpida cháchara. Más no debo ni deseo decirles.
La libertad que ustedes me piden se la ganarán si encuentran a esa cabra y la
traen a mi presencia. No le hagan daño porque la quiero viva. Lo único que voy a permitirles es que
produzcan en ella una pequeña herida.
-¿Para
qué?
-La sangre
es lo único que jamás permanece invisible. ¿Escucharon?
-Quieres
decir, Calabalumba, que las gotas de sangre nos permitirán saber dónde se
encuentra. ¿Estoy en lo cierto? – preguntó Bombo.
-Eso
mismo, ya veo que no eres tan estúpido como pareces.
El diálogo
estaba culminando a la hora en que a lo lejos, muy lejos, se insinuaba el
amanecer. Apenas una raya de suaves colores que anunciaban la salida del sol.
Unos tras
otros comenzaron a llegar los visitantes de la oscuridad. Cansados y temerosos
de ser sorprendidos por la luz, ingresaron a la caverna y se escondieron cada
uno en el lugar que le correspondía a dormir profundamente durante el largo día
hasta que regresara la noche y con ella nuevamente los juegos y travesuras, las
aventuras y maldades que su pueblo venía realizando desde hace miles de años.
-Es hora
de cerrar la puerta. Vamos a descansar. En la próxima noche comenzará la cacería.
-Calabalumba,
¿cuál será el aspecto que tendremos para
cumplir con la misión que nos has encomendado?
-¿Qué
aspecto? ¿Cómo se atreven hacer semejante
pregunta? Por supuesto que tendrán el aspecto de dos miserables y
horribles perros.
En el
acto, la jefa suprema de los hijos de las tinieblas volvió a cubrir con un
manto fosforescente a Congo y Bombo. Mientras la amarillenta niebla se iba
disipando podía verse a dos dogos blancos con la cabeza gacha y la cola entre
las patas.
-Serán
libres cuando me traigan a esa maldita cabra. Si fracasan en su búsqueda, juro
por los perversos demonios del mal que seguirán siendo perros por el resto de
sus vidas.
Calabalumba
se cubrió con su manto y desapareció en uno de los aposentos reservados
únicamente para quien pronto sería
consagrada como la nueva Bruja Suprema de las Montañas Mágicas.
Capítulo 5
TANTI ESPERA UN HIJO
Tanti y
Ana Luz corrieron para unirse en un abrazo interminable. No podían creer lo que
estaba sucediendo en esos preciosos momentos de sus vidas. Luego se besaron en
ambas mejillas y aún tomadas de las manos se miraron a los ojos, sonrieron y
volvieron a abrazarse.
-Ana Luz,
qué alegría me da verte.
-Tanti, me
parece que mi corazón está dando brincos de alegría. ¡Qué sorpresa!
-¡Cuántos
años sin vernos! Desde aquel lejano día en que nos separamos junto al Arroyo de
las Murmuraciones, jamás supe de ti. Siempre te recordaba aunque ya había
perdido la esperanza de volver a verte.
-Cuando,
tiempo después de nuestra
despedida, pude salir con mis padres
rumbo a Covadonga, pensé que allí te encontraría, pero por más que pregunté,
nadie supe decirme dónde vivías.
-Es una
larga historia, Ana Luz. Espero que tengamos tiempo para que podamos contarnos nuestras vidas.
En ese
instante la joven viajera recordó lo que le había dicho Catanga dos lunas
atrás: Cuando llegues al Valle del
Silencio tendrás un encuentro que te hará
inmensamente feliz. Vaya si se sentía afortunada. “Esa viejita lo
sabe todo”, se dijo al mismo tiempo que
observaba que su amiga, la pastora de cabras de su infancia, tenía abultada su
pancita.
-Tanti, no
me digas que estás embarazada.
-Lo estoy.
Ana Luz. Te juro que me siento la mujer más dichosa del mundo.
-Pero
todavía eres muy joven para ser madre.
-No
olvides que tengo dos años más que tú, aunque cuando éramos niñas parecíamos de
la misma edad. Además, mi madre, mi
abuela y mi bisabuela fueron madres apenas dejaron de ser niñas. Así es el
mundo también para mí.
-No lo
entiendo, pero me hace feliz volver a verte
y, más aún, sabiendo que tendrás
un hijo.
-Vamos
adentro, que está refrescando.
Ana Luz
bajó con gran esfuerzo los bultos que cargaba la burrita, la encerró en uno de los corrales y después de darle
pasto y un balde con agua, ingresó al humilde rancho en el momento en que Tanti
encendía un farol de noche. Hacia el lejano oeste, la última luz de la tarde se
iba borrando sobre las altas montañas y en algún lugar del cielo apareció la
Estrella de la Tarde. “No viajes durante la noche”, le había advertido la Bruja
Solitaria, “por ahora es muy peligroso que lo hagas”. Entonces, todo estaba
previsto: el encuentro, el hogar para pasar la noche, y todo lo que luego iba a
suceder.
-¿Desde
cuándo estás casada?
-No hace
mucho tiempo. Conocí a mi esposo y como fue un amor a primera vista, meses
después nos casamos y decidimos venir a
vivir en lo que fue mi hogar cuando era niña. Es una casa muy humilde
pero aquí tenemos todo lo que necesitamos: un refugio, cabras y caballos que mi esposo vende en la
Feria.
-¿Cómo se
llama?
-¿Quién?
-Tu
esposo, el padre del hijo que vas a tener.
-Su nombre
es Chacay Nahuel. Tiene apenas dos años
más que yo. Es una buena persona, Ana Luz. Ya lo vas a conocer. Es un hombre
muy sencillo, de pocas palabras.
-¿Dónde
está? Es tarde para que te encuentres sola en este lugar donde no vive nadie
más que ustedes.
-Está
arriando la manada de caballos hacia los corrales. No demorará. Mientras tanto
voy a preparar la cena. ¿Quieres ayudarme?
-Por
supuesto, Tanti. Te agradezco que me hayas invitado a pasar la noche.
-No sólo
me ha extrañado verte sino que pareces
dirigirte al Cerro de las Brujas donde vivías cuando nos conocimos. ¿Ha
sucedido algo que yo pueda saber o es uno de tus secretos?
-No es
mucho lo que puedo decirte, Tanti. No esta noche. ¿Comprendes? Cuando llegue tu
esposo voy a decirles a dónde voy pero
no el motivo de mi viaje.
-No es que
sea demasiado curiosa, es que tengo miedo de que te suceda algo malo. Sabes
bien que por esos misteriosos cerros vive
la gente de la noche.
-Los
brujos.
-No quise
decir esa palabra.
-No temas,
Tanti. He aprendido a defenderme desde muy pequeña.
Por alguna
razón, las amigas guardaron por un largo rato un respetuoso silencio.
Prepararon la cena que consistía en guiso de liebre con papas y de postre queso
de cabra con dulce de membrillo silvestre. Pusieron un viejo mantel en la mesa, los platos y cubiertos y al medio la lámpara
que resaltaba la belleza de las dos jovencitas. Pero no era solo la belleza de
sus rostros y sus cuerpos sino la que parecía brotar de ellas mismas. Había en
esas presencias femeninas algo que pocos
humanos podrían comprender.
Se escuchó
un tropel de cascos resonando en los campos. Los caballos salvajes iban
ingresando a los corrales seguidos por los ladridos de Sultán y la voz potente
de un jinete. Momentos después, por la angosta puerta del rancho ingresó Chacay
Nahuel, un joven puestero, alto, vestido a la usanza de la gente de campo, con
un sombrero de alas anchas y un pañuelo al cuello. Vestía botas y llevaba en su
cintura un revólver y un cuchillo metido en su vaina de cuero. Se sorprendió
ante la inesperada visita, se sacó el sombrero y saludó, haciendo una
inclinación de cabeza.
-Buenas
noches, señorita.
-Nahuel,
ella es Ana Luz, la amiga de la cual tantas veces te he hablado. Es mi mejor
amiga, por no decir mi única amiga. Qué alegría me da que puedas conocerla.
-El gusto
es mío, señorita. Por favor, vuelva a sentarse.
Nahuel era
un humilde puestero, domador de caballos y cazador de pumas y también un joven
de apariencia tímida y respetuosa aunque en realidad su carácter era severo y
áspero. Como después él mismo contaría, su vida no había sido un sendero de
rosas. Conocía desde niño la pobreza y las miserias de este mundo. Era, como
había dicho Tanti, una buena persona.
Cenaron
intercambiando muy pocas palabras. Ana Luz no tenía deseos de que le
preguntaran demasiado aunque Tanti y
Nahuel no sabían cómo empezar a hacerlo. Fue la joven viajera quien inició la
conversación.
-Mis
padres recibieron una carta desde Traslasierras, escrita por una anciana
llamada Salomé, para que sea yo su dama de compañía. Imagínense, a los quince
años, ser nada menos que dama de compañía de una mujer rica. El único problema
es que debo cruzar sola esas altas serranías hasta llegar a destino. Pero no
habrá problemas si sigo la ruta que ella
me ha dibujado en un mapa.
Ana Luz
hablaba y gesticulaba con sus manos aunque los demás se dieron cuenta de que
estaba mintiéndoles. ¿Por qué les estaba diciendo una cosa por otra? ¿Acaso no
confiaba en ellos? Nahuel, por naturaleza, no era muy entrometido, de manera
que no quiso hacer las preguntas que se
acumulaban en su mente. En cambio, Tanti, que conocía el secreto revelado hacía
años, el temible secreto de que Ana Luz era una niña bruja, se quedó en
silencio con una sonrisa amable y comprensiva mientras ponía sus manos sobre las de su amiga. En alguna parte de su ser íntimo recordaba los
divertidos juegos de la infancia y aquella loca aventura que las condujo hasta
la Laguna de la Niña Encantada donde por poco mueren ahogadas. Si no hubiera
sido por aquella anciana, ¿cómo se llamaba? ¡Catanga!, recordó en un instante.
Ese era el nombre de quien las había protegido de la malvada bruja de
las aguas. Nunca había vuelta a verla aunque recordaba que, más de una vez,
mientras correteaban con Ana Luz por el Valle del Silencio o cuando se bañaban
en el Arroyo de las Murmuraciones había escuchado el tañido de una cabra a la
que jamás, a pesar de sus intentos, pudo ver. ¿Por qué asociaba el nombre de
Catanga con el sonido del cencerro de una cabra madrina?
-Mañana,
muy temprano debo continuar el viaje. ¿Me ayudarás, Nahuel, a cargar las
alforjas y las cajas sobre la grupa de mi burra?
-Por
supuesto. A primera hora estaremos levantados para despedirte.
-Cómo me
agradaría, Ana Luz, que te quedaras algunos días con nosotros – dijo Tanti
mientras ponía una pava con agua sobre el tiznado fogón.
-Sería
maravilloso, pero debo llegar a tiempo. La señora que me ha contratado no sólo
es impaciente sino bastante mandona. ¿Comprendes?
-Por
supuesto – dijo Nahuel-, cuando vuelvas a pasar por aquí debes prometer que te
quedarás con nosotros por lo menos una semana.
En ese
momento Ana Luz tuvo un vahído, la dolorosa impresión de que iba a perder el
conocimiento. Fue apenas un instante, que los jóvenes esposos no advirtieron,
en el cual tuvo una visión, el presentimiento de que en ese humilde rancho
nacería un ser muy especial, no sabía si niño o niña, alguien cuyo destino
lograría modificar la vida de muchos
seres. Supo también que ella debería regresar en poco tiempo. Debía hacer ya
mismo, sin demora, la pregunta:
-Tanti,
¿para cuándo esperas tener tu hijo?
-No estoy
segura, aunque creo que será al final
del invierno, cuando en la cumbre
de algunos cerros se derriten las últimas nieves. ¿Por qué me lo preguntas?
-No tiene
importancia. Por simple curiosidad. Ahora si ustedes me lo permiten, desearía
ir a la cama.
-En ese
catre estarás cómoda, pero antes vamos a tomar un poco de té.
-No te
hubieras molestado, Tanti.
-No es un
lujo, pero te agradará. Es una mezcla de tomillo, menta y peperina.
-Es mi té
preferido. ¿Cómo lo sabías?
-No te
asombres, Ana Luz. Sucede que también yo soy capaz de adivinar el pensamiento.
¡Es una broma!
Ana Luz no
dijo nada, aunque se quedó meditando. Estaba viviendo un tiempo de sorpresas,
aunque en ese momento ignoraba que apenas cruzara el puente de madera que va del Valle del
Silencio, por sobre el Arroyo de las
Murmuraciones, al pie del Cerro de las Brujas, toda ella sería violentamente
arrastrada a participar en un mundo alucinante y terrorífico.
Un momento
después todos dormían plácidamente: Ana Luz en el catre cubierta por una manta
de vivos colores, Nahuel y Tanti abrazados en su dormitorio, la burrita, las
cabras y los caballos salvajes en los
corrales, y Sultán en la puerta del rancho, ajenos a una inmensa Luna
que iluminaba a lo lejos a figuras fantasmales montadas en escobas voladoras
que reían y maldecían pronunciando las más groseras palabras que nadie quisiera escuchar jamás.
Mientras
tanto, lejos de allí, el brujo Agugango,
con el aspecto de una repugnante araña pollito, continuaba su esforzada y lenta
marcha buscando la madriguera de Catanga. Tenía que transmitirle un terrible mensaje pero era posible que
cuando llegara a destino sería demasiado tarde.
Si es que llegaba.
Capítulo 6
MATEN AL MENSAJERO
Agugango
intentaba llegar al escondite secreto de la Bruja Solitaria pero su condición
de araña
hacía que la marcha fuera demasiado lenta y peligrosa. “Si mi comadre
Catanga no me hubiera transformado en el bicho repugnante que soy, tal vez por
celos o ante el temor de que yo pudiera haberla traicionado, hace horas que
estaríamos conversando y tomando unos sabrosos mates. Maldita sea mi suerte”.
Durante muchísimas e incontables lunas, Agugango y Ashpa Puca, la curandera
santiagueña que solía tomar el aspecto de águila real o cerdo pecarí, según le
conviniera, fueron los íntimos amigos de la protectora de Ana Luz, la temible
anciana enemiga de Sandunga cuya misión era permanecer del lado opuesto al de
las sombras para proteger y enseñar el arte de la magia a seres especiales como
había sido Ana Luz desde que nació.
Vivieron
juntos incontables aventuras hasta aquella noche, cuando Catinga y Cabalango
habían llegado hasta su refugio para rogarles que no se cumpliera la maldición
que habían recibido en la ceremonia de su casamiento. Montada en su veloz
escoba voladora, Catanga había
descendido en medio de la fiesta para insultarlos por no haber sido invitada.
Por eso motivo les dijo que en un plazo de siete años tendrían una hija cuya
belleza e inteligencia deslumbraría a los seres encantados que viven en las
serranías y montañas dominadas por la maldad.
La araña pollito continuaba avanzando
dificultosamente sobre piedras, espinillos y yuyos que le impedían el paso. En
su duro corazón no sabía si amar u odiar a Catanga por haber desconfiado de él,
justamente él, el poderoso brujo capaz de obtener los más poderosos tónicos y
venenos, el conocedor de las virtudes de cada planta, de cada hierba, de cada
raíz. Había sido durante su juventud un hombre no totalmente desagradable,
aunque con los años se había convertido en un viejo raquítico, envidioso y
molesto. Para alguien que hubiera conocido bien sus cambios de ideas, su incapacidad para ser fiel a quien
lo protegía, ser una torpe araña era su merecido.
-“Ya falta
menos para llegar. Descansaré un momento y luego caminaré lo poco que me falta.
Reconozco esos altos árboles y los senderos cubiertos por plantas aromáticas.
Espero ser premiado por mi esfuerzo, por…”.
Los
pensamientos de Agugango se paralizaron porque él mismo estaba paralizado por
el terror ante lo que estaba viendo. Lo reconoció aunque hacía años que no se
encontraban. Frente a él, a pocos pasos, estaba Capayán, el aguilucho de los
cerros catamarqueños, el rapaz cazador, y a su lado, alta, con su larga y roja
cabellera, nada menos que Calabalumba, la Heredera, a la que Agugango jamás
había visto en su larga existencia.
-Hola,
Agugango – dijo el aguilucho batiendo sus alas y mostrando la roja lengua que
salía de su afilado pico-. ¡Qué sorpresa volver a encontrarte! ¿Me recuerdas,
apestoso traidor?
-Sí, cómo
podría olvidarte, pajarraco carnicero. Será mejor que te apartes de mi camino.
-¿Me estás
amenazando, patas largas?
El
arácnido peludo no supo qué contestar. Ante su menor descuido y frente a la
mínima ofensa, el enorme pájaro lo haría pedazos con sus garras y pico. Intentó
avanzar cuando un grito que provenía de la boca de la joven ciega lo paralizó:
-¡Ollantaj
pirisqui sumay!
-¿Por qué
me insultas? ¿Por qué pronuncias la temible sentencia de muerte?
-Sí, mis
palabras significan “mueran los brujos traidores”. ¿Acaso has olvidado el
significado de nuestra lengua secreta? ¿Has olvidado que durante años fuiste el
fiel y devoto sirviente de Sandunga, la Bruja Suprema de nuestra inmensa
nación?
-¿Qué
estás diciendo? ¿Quién eres para amenazarme de este modo?
-Soy la
Heredera.
-¿La
heredera de quién? No me hagas reír, estúpida jovencita.
-Hasta hoy
mi nombre ha sido un secreto bien guardado, pero no me importa revelártelo
porque de este lugar no saldrás con vida, ¿has comprendido, miserable traidor?
-No sigas
insultándome. Alguien, que tiene mayores poderes que tú vendrá a salvarme. No
saben lo que les espera. No se atrevan a tocarme.
-¿Te
refieres a esa vieja loca, a la enemiga de mi abuela?
-De ella
estoy hablando, jovencita insolente y mal educada.
-Cuando se
está en mi presencia, no merezco otra cosa que una absoluta adoración. Mi nombre es Calabalumba. ¿Has
escuchado bien?
El nombre
de la Heredera sonó como un latigazo entre los cerros vecinos. Un silencio de
muerte cubrió el lugar hasta que fue
interrumpido por la voz de Capayán:
-Bomba
batú mandinga (Adoremos al
Espíritu del Mal).
La joven
ciega dio unos pasos violentos hacia Agugango, se inclinó hasta estar muy
próxima al impresionante bicho peludo y
le dijo, apuntándolo con su largo dedo índice:
-Ahora,
repite las palabras de adoración. Si lo haces y me dices cuál es el mensaje que
llevas a Catanga, te dejaré vivir un tiempo más. Si te niegas a obedecerme,
vivirás los minutos finales de tu pobre vida. No voy a esperar un instante más.
¡Habla!
-Jamás
sabrás, bruja idiota, por qué he permanecido durante años junto a Catanga. Te
maldigo y maldigo el nombre de tu infame abuela, la asesina, demente y sucia Sandunga.
Calabalumba
dio un paso atrás para que Capayán se aproximara a la víctima. El fuerte
aguilucho apoyó una de sus garras sobre el insecto y con crueles picotazos lo
hizo añicos. Luego cavó un pozo y enterró los deshechos, levantó vuelo y se
posó sobre uno de los hombros de la joven de roja cabellera que dio media vuelta y se dirigió hacia un lugar que
solo ella sabía, justo en el momento en que una blanca paloma iniciaba su veloz
vuelo para llevar la noticia de lo que había sucedido a su amada señora y
protectora.
-A ella,
Capayán, que no escape. No la mates porque sospecho que tengo algo que
preguntarle a esa extraña paloma. No es una paloma cualquiera y voy a
averiguarlo.
Colombina
se deslizó veloz entre los árboles, procurando llegar a tiempo y ocultarse en
el escondite de Catanga. Tras ella volaba el feroz Capayán, acortando la
distancia, mientras se escuchaban sus ásperos graznidos anunciando la muerte de
su próxima víctima.
Capítulo 7
SUEÑOS, PESADILLAS Y CONFESIONES
Ana Luz se
durmió plácidamente, apenas cubierta con la manta de lana de oveja de vivos
colores, después de haber vivido tantas emociones y sorpresas en el humilde
rancho de Tanti y Chacay Nahuel. A pesar
de que sabía lo difícil que sería su vida
apenas regresara a la región de las Montañas Mágicas, su corazón estaba
en paz y más que temor sentía ansiedad, cierta urgencia por llegar a destino.
Las
primeras horas del sueño fueron apacibles, serenas, placenteras. Repentinamente
le pareció haber despertado del sueño. Se levantó y calzó sus ojotas y salió al
patio a la luz de una gigantesca Luna
anaranjada. Los animales dormían en los corrales y no había la mínima señal de
otra presencia que no fuera ella. Ni siquiera Sultán se había sobresaltado y
seguía echado junto a la puerta.
Escuchó
voces y el sollozo de una mujer. Al pie de un antiguo algarrobo estaban dos
personas acurrucadas, envueltas en ponchos viejos y descoloridos. Aunque Ana
Luz jamás los había visto, eran nada
menos que Yacuchina y Sonosongo, un matrimonio de brujos nacidos en Tafí del
Valle, simuladores y mentirosos que tenían, sin embargo, la apariencia de
bondadosos y mansos ancianos. Habían servido a Sandunga como espías y delatores
y ahora lo hacían al servicio de la Heredera.
Ana Luz se
movió en su catre y procuró salirse del sueño pero una fuerza mayor volvió a
hundirla en el olvido. Ahora creía que estaba soñando nuevamente y se
aproximaba a los viejos que aparentaban dormir. Les habló con su voz dulce
ofreciéndoles ayuda a la que ellos se negaron; seguían murmurando y la mujer
volvía a quejarse lastimeramente. En el preciso momento en que la joven se
aproximaba, los brujos se pusieron de pie con gran violencia y arrojaron sobre
ella un puñado de víboras y bichos inmundos que saltaron a su cuerpo mordiéndola
con rabia, tratando de despedazarla.
Ana Luz se
cubrió el rostro y corrió arrancando de sus ropas las alimañas mientras escuchaba a sus
espaldas las risotadas de los malvados simuladores. Despertó cubierta de sudor,
aliviada porque solo había sido un sueño. Más que un sueño fue una horrible
pesadilla que parecía anunciarle que eran muchos los peligros que debería
correr si continuaba su camino. “Si estuviera Catanga le contaría mi sueño para
que ella me revelara su significado”, pensó antes de caer ahora en un profundo
letargo, olvidada de todo y de todas las cosas.
Los
ladridos de Sultán la despertaron. Se escuchaba el balido de las cabras y el
resoplar de los caballos salvajes, ansiosos por salir hacia las grandes y
verdosas pasturas. En la pequeña cocina Tanti preparaba el desayuno cubierta
por una mantilla para protegerse del fresco matinal. Afuera, Nahuel ensillaba
su caballo y depositaba sobre la grupa de la burra los paquetes y bolsos que
Ana Luz transportaba hacia su futuro
hogar.
-Vamos,
dormilona, arriba, que está llegando la mañana.
-¡Oh!,
Tanti, buenos días. ¿Qué estás haciendo? Deberías permanecer en cama. Debes
cuidar a tu bebé.
-Estoy
cómoda, no te preocupes. ¿Dormiste bien?
-De un
tirón, si me parece que recién acabara de acostarme.
De su
pesadilla no quedaban en ese momento ni rastros. Se lavó la cara en una vieja
palangana de aluminio, peinó sus largos cabellos y se dispuso a tomar el
humeante desayuno que Tanti estaba sirviendo. En ese momento entró Nahuel y con
una sonrisa saludó a las dos mujeres.
El
desayuno consistía en leche de cabra y torta de grasa y chicharrones con dulce
de higos. Desayunaron sin decir palabras, sólo intercambiando miradas y
sonrisas de afecto. Las primeras luces del alba ingresaban por una pequeña
ventana que daba al este. Esa era la hora propicia para continuar el viaje,
evitando el calor sofocante del verano.
-Adiós,
Tanti, prometo venir a verte.
-No
olvides tu promesa, Ana Luz, de que a partir de
ahora no estaremos tan lejos una de la otra.
-Sabes cuánto te amo y cuan feliz soy de haberte
vuelto a encontrar. Cuida a tu hijo.
-Lo haré,
pero antes de que partas debo pedirte un favor.
-Lo que
desees. Sólo tienes que decírmelo.
-Quiero
que seas la madrina del hijo o de la hija que voy a tener. ¿Lo prometes?
-Esa será
mi mayor felicidad, Tanti. Ahora tengo el
compromiso para volver a verte. Adiós.
-Como
todavía falta un largo trecho para llegar al Arroyo de las Murmuraciones, he pensado acompañarte
– dijo Chacay Nahuel-. No deberás ir caminando sino montada en la grupa de mi
caballo en la que he colocado unos cueros de oveja para que viajes cómoda.
Iremos al paso de la burra, pero al menos no te cansarás. ¿Lista?
-Por
supuesto –contestó Ana Luz, sorprendida por la invitación.
Se acomodaron
sobre el lomo del caballo y partieron llevando a tiro las riendas de la pequeña
burrita. La luz del sol iba cubriendo las llanuras y las sierras próximas, los
verdes pastizales donde correteaban los caballos salvajes y las cabras, al
cuidado de Sultán, el perro ovejero.
Fueron
avanzando en silencio, tal vez porque ni Nahuel ni Ana Luz habían cultivado la
necesaria amistad que hace gozoso el diálogo o porque presentían que algo
importante tenían que decirse.
Cuando las
sombras de los árboles se inclinaban
hacia el sur, señal de que era el mediodía, desmontaron bajo la amplia copa de
unos árboles, pusieron una manta sobre la gramilla y comieron carne de asado
frío con pan que Tanti les había preparado con su gentileza habitual. Ana Luz
recordó que durante sus furtivos encuentros cuando eran niñas, siempre era
Tanti la que llevaba en su canasta de
mimbre algo para comer: queso de cabra, dulces, higos secos, trozos de pan.
-No sé por
qué, pero estoy pensando en que estás tratando de decirme algo, pero no sabes cómo empezar – dijo Ana Luz -.
¿Estoy en lo cierto?
-Es
verdad. Soy muy parco en todo, especialmente para hablar, pero desde que mi
esposa empezó a contarme de tu amistad con ella y en especial desde anoche,
cuando tuve la sorpresa de conocerte, algo se ha revuelto en mi cabeza. Es
necesario que te cuente algo que solamente tú podrías comprender.
-No sé qué
estás queriendo decirme, pero me gustaría escucharte.
-Es sobre
mi vida, Ana Luz, sobre mi pasado que apenas puedo recordar. Aunque soy muy
joven, mi infancia se pierde en algo así como en una neblina oscura. Tengo apenas algunas
imágenes de mi pasado aunque no olvido el nombre de mis padres. No recuerdo sus
rostros pero sí sus nombres.
-Te sigo
escuchando, no te detengas.
-Mi madre
se llamaba Pampayasta. No sé cómo se
conocieron con mi padre, aunque tengo la seguridad de que se amaron mucho. Mi padre, Ranquel, era un hombre rudo, descendientes de indios
del norte cordobés, valiente, domador de potros y cazador de pumas. De él he
aprendido el oficio que ahora nos permite vivir a Tanti y a mí.
-¿Viven
tus padres?
-No, ellos
murieron en esas altas montañas, a las que ahora vas a visitar. Fue un frío invierno,
cuando yo apenas tenía seis o siete años, no recuerdo bien. Hacíamos un viaje
desde el Cerro Champaquí, en cuyo faldeo teníamos nuestra choza, cuando una
tormenta de nieve nos acorraló en uno de
los valles. Solo recuerdo que no podíamos avanzar por la cantidad de nieve que
se iba acumulando. El viento helado empezaba a congelarnos cuando nos topamos
con un enorme muñeco de nieve. Parecía tener vida porque se movía y parecía
hablarnos, aunque tal vez haya sido mi imaginación de niño.
“Pichango,
el Fantasma de las Nieves” – pensó Ana Luz, aunque de su boca ni siquiera salió
una expresión de asombro-. “El maldito Pichango de quien me salvé gracias a la
campanilla de plata de Cabana”.
-¿Recuerdas
que pasó?
-Como si
hubiera sucedido ayer. Mis padres encontraron una pequeña cueva y allí se
metieron, esperando que pasara la tormenta. Se los veía felices porque creían
estar a salvo, cuando escuchamos que el muñeco de nieve nos decía:
“Duerman…cierren sus ojos…descansen…duerman en paz…duerman…”. El cansancio y la
voz del fantasma hicieron que mis padres se durmieran para no despertar. Al día
siguiente, un grupo de arrieros nos encontraron por casualidad. Pampayasta y
Ranquel habían muerto congelados pero sus cuerpos me protegieron y aunque tenía
mis manos y mis pies helados, aquellos hombres bondadosos me salvaron la vida.
Con ellos viajé a la ciudad de Covadonga
en donde permanecí varios años, en una asilo para huérfanos, hasta que
cumplí mi mayoría de edad.
-Cuánto lo
siento, Nahuel. ¿Le has contado a tu esposa esa historia?
-Por
supuesto, Tanti y yo hemos jurado no mentirnos jamás, aunque hay algo que jamás
le contaría.
-¿Por qué?
-Porque temo asustarla de tal modo que deje de
amarme.
-¿Tan malo
es lo que ocultas?
El joven
guardó silencio. Miró atentamente a los ojos de Ana Luz y dijo en voz alta:
-Bamba
ananda, Ana Luz.
La joven
que cuando niña había luchado con todas
sus fuerzas para huir con sus padres de la región de las sombras, tuvo un
sobresalto. Su corazón comenzó a latir y un frío sudor cubrió su cuerpo. No
podía creer lo que estaba escuchando.
-¿Acaso
eres brujo, Chacay Nahuel? ¿Cuándo aprendiste a pronunciar ese saludo en puncum,
el idioma secreto?
-Mis
padres lo eran, Ana Luz. Así se saludaban en mi presencia cuando se encontraban
con la gente de su pueblo.
-Vuelvo a
preguntarte, ¿eres brujo?
-No, creo
que no lo soy, desde que aquellos
arrieros humanos me salvaron la vida. No después de que tantas personas me
dieran de comer y me enseñaran a amar. No desde que conocí a Tanti. ¿Qué más
puedo decirte?
-¿Por qué
me has revelado tu secreto? ¿Acaso me
consideras una bruja?
-No lo sé,
Ana Luz, pero apenas te vi tuve el presentimiento de que posees poderes
especiales que ninguna joven de tu edad puede tener. Además, cuando supe que
viajabas directo al Cerro de las Brujas, esa sospecha aumentó. Perdóname si te
he ofendido.
-De
ninguna manera me siento ofendida, pero estoy sorprendida. Tengo la sospecha de
que estamos enfrentando graves peligros.
-¿Qué
clase de peligros?
-¿No has pensado
en lo que podrá suceder cuando los espíritus de la noche sepan que un
descendiente de brujos tendrá un hijo
con una joven humana? Esto sí que no me lo esperaba. Será la primera vez en
cientos de años que eso suceda.
-Lo único
que puedo decirte, Ana Luz, es que amo a mi esposa y haré todo lo posible para
defenderla a ella y a mi hijo de cualquier enemigo. Así como Tanti te pidió que
seas la madrina de nuestro hijo, yo te
suplico que cualquiera sea lo que tengas que hacer en esas misteriosas
montañas, siempre seas nuestra aliada, nuestra amiga.
-Lo
prometo, Nahuel, lo juro por la Sagrada Luz.
Volvieron
a montar y partieron en silencio. Cuando era la media tarde llegaron al Arroyo
de las Murmuraciones. Ana Luz bajó del caballo, tomó las riendas de la
burrita y se orientó hacia el rústico
puente de madera que cruzaba el cauce de aguas rumorosas.
Saludó al
jinete con una solemne inclinación de cabeza que éste respondió de la misma
manera, tocando con su mano derecha el ala del sombrero. Todo lo que había que
decirse estaba dicho.
Frente a
ella, imponente, se elevaba el Cerro de las Brujas. Debía apresurarse para
llegar a su futuro hogar antes de que la oscura noche cubriera el peligroso
mundo que estaba aguardándola.
Capítulo 8
COMBATE AÉREO
El intenso
odio que Sandunga había mantenido durante su larga y perversa vida contra
Catanga, había nacido cuando descubrió que la Bruja Solitaria no dependía ni
obedecía al pueblo de los seres que
habitan la noche tenebrosa. Era también, como ella, una bruja, con la
diferencia de que una vivía oculta en las tinieblas y la otra habitaba la
región de la luz intensa, de las delicias que significa alimentarse de frutas y
verduras, de tomar el agua cristalina de los arroyos, de moverse sin miedo a que el Sol la quemara viva como sucedía
cuando un habitante de la noche se extraviaba o se quedaba dormido a la
intemperie.
Sin
embargo, el aborrecimiento que carcomía el corazón impiadoso de la Bruja
Suprema, se fue incrementando cuando descubrió que Catanga, poco a poco, iba
seduciendo a brujos y hechiceras para que se liberaran de la esclavitud a la
que ella los sometía con engaños y
falsas enseñanzas pero, sobre todo, por el terror con el que hacía ostentación y mantenía
su poder.
Fueron
numerosos los que iban descubriendo que la región de la luz era espléndida,
saludable, verdaderamente hermosa. Entre esos seres se contaban Agugango y
Ashpa Puca que no emigraron como la mayoría sino que se quedaron a hacerle
compañía a quien se había arriesgado a salvarlos de la ignorancia y de la
estupidez: Catanga, la Bruja Solitaria.
Sobre Agugango ya sabemos que no era muy claro en
sus ideas y por cuyo motivo tuvo ese final espantoso cuando intentaba llevar un
mensaje secreto a la anciana bruja, protectora y amiga de Ana Luz. En cuanto a
Ashpa Puca, desde que nació del huevo de un águila en la región de Las Salinas,
había tenido siempre el mismo aspecto, enorme y feroz, pero era valorada por ser leal a su ama y señora. Jamás olvidó que durante su
cautiverio en la región del mal, Sandunga la había sometido a las peores
humillaciones y le había encomendado viles tareas, como ir periódicamente al
Valle del Silencio donde pastaban majadas de
cabras y ovejas, para robar sus crías y llevarlas sujetas en sus garras
a la Caverna de las Malas Enseñanzas para alimentar a las hambrientas criaturas
de las tinieblas.
Se
encontraban a la entrada de la caverna, donde Catanga había construido su bella
guarida, esperando ansiosas la llegada de Ana Luz para organizar
las defensas contra los embates de la Heredera, cuyo espíritu sanguinario
superaba varias veces al de su abuela Sandunga
a la que ella, por algún motivo que nadie conocía, aborrecía de tal
manera que hasta había prohibido
pronunciar su nombre bajo terribles
amenazas.
Fueron imprevistamente interrumpidas
po la paloma mensajera que
ingresó a toda velocidad al interior de la cueva. A pocos metros también se detuvo el aguilucho Capayán que
había venido persiguiéndola con la orden
de atraparla y llevarla ante la presencia de Calabalumba. Colombina hizo la señal convenida para informar que estaban
frente a un inminente peligro. Segundos después, las tres amigas se reunieron
después de cerrar con una gruesa losa la entrada del refugio.
-¿Qué ha
sucedido, Colombina? Estás temblando.
La paloma
no tenía el don del lenguaje aunque Catanga podía entenderla mientras el ave
arrullaba y mostraba sus ojos inteligentes. En ellos penetró la anciana para saber, en un instante, lo que había
sucedido con el pobre Agugango y sobre la presencia de la venenosa Heredera en
las cercanías del sitio secreto donde se
encontraban. Había que tomar una rápida
decisión.
-Quédate
aquí, Colombina, no salgas por ningún motivo.
-¿Qué
puedo hacer yo? – preguntó la bruja águila.
-Tendrás
que arriesgarte, Ashpa Puca, es ahora tu turno. De tu valentía dependen nuestras vidas.
-Sabes que
te soy fiel, Catanga. Dime lo que debo hacer.
-Saldrás
rápidamente pero con tu segundo aspecto. Serás por unos momentos un cerdo
pecarí, rápido y nervioso que se internará en la espesura del bosque. Haremos
un ejercicio de distracción.
Colombina
hizo escuchar nuevamente su precioso arrullo. Catanga la miró nuevamente a los
ojos y en el momento supo que el predador, quien estaba acechando, era nada
menos que Capayán, cebado en la sangre de tantos inocentes.
-Ten mucho
cuidado. Es Capayán con quien deberás enfrentarte. Cuando te encuentres a una
buena distancia de nuestro hogar, volverás a ser la poderosa águila que durante
muchos años estuvo esperando este momento. ¿Verdad? Entonces atacarás.
-Sí,
Catanga. Aguardo el momento de entrar en combate. Pase lo que pase debes saber
que lucharé con todas mis fuerzas.
-No espero
otra cosa de ti. Ahora, ¡afuera!,
¡rápido!
Catanga
movió la piedra que oficiaba de puerta y como un rayo salió el pecarí que en segundos penetró a la oscura maraña de
árboles y pastos que rodeaban el lugar. El ojo avizor de Capayán siguió los
movimientos del chancho del monte y procuró seguirlo aunque su presa por
momentos era visible y por momentos
desaparecía en los estrechos senderos
del bosque.
El
instinto agresivo del aguilucho fue en aumento a medida que su presa se
escabullía. Sabía que de ninguna manera podía capturar al pecarí pero sí
herirlo, lastimarlo, sacarle los ojos y dejarlo sangrando para que las aves de
rapiña hicieran el resto. Esos eran sus pensamientos cuando detrás de la copa
de los árboles, imprevistamente,
apareció la majestuosa águila real batiendo sus alas, con su pico y sus
garras en posición de combate.
Los
contendientes volaron uno en dirección al otro y al rozarse en el primer
intento varias plumas se dispersaron en el aire. Giraron, bajaron, subieron y
volvieron a atacarse sin piedad sabiendo que era un combate a muerte. Ya no
importaba que mostraran en sus cuerpos las manchas de sangre que brotaban de
las heridas pues el propósito no era ni rendirse ni huir sino atacar y atacar
hasta que el adversario sucumbiera.
Oculta en
la espesura del bosque, Calabalumba observaba la batalla aérea en la que ninguno
de los rivales parecía sacar ventaja hasta que Capayán pareció perder altura
seguido por Ashpa Puca que continuaba hiriéndolo con sus garras y su afilado
pico.
-Vamos,
maldito Capayán, vuelve a tomar altura pues si esa maldita no te destroza lo
haré yo con mis propias manos. ¡Vamos! ¡Atácala de nuevo!
Como si
respondiera a las últimas órdenes de su ama, el aguilucho hizo un esfuerzo
final y procuró tomar a su enemiga del cuello pero ésta, rápida y certera, le
dio tan tremendos picotazos que en pocos segundos el asesino del pobre
Agugango se desplomaba en tierra,
justamente a los pies de la iracunda Heredera que no hizo nada por reanimarlo
sino que le dio un puntapié que terminó por liquidarlo.
Haciendo
uso de sus últimas fuerzas, Ashpa Puca intentó regresar al secreto escondite,
por momentos planeando en picada y en otros volviendo a reanudar el vuelo hasta
que cayó pesadamente a los pies de Catanga
que, sin demora, la tomó en sus brazos, la depositó sobre la rústica
mesa de piedra y sin perder un instante comenzó a lavar las heridas
cubriéndolas con cremas y ungüentos que tenían un maravilloso poder curativo.
La
valiente águila real había perdido el conocimiento y permaneció sin moverse
hasta la llegada del atardecer ante la atenta y dolorida mirada de la Bruja
Solitaria y de Colombina en cuyos ojitos se reflejaba el miedo y la tristeza.
-Has
comprobado por ti misma – dijo la anciana observando atentamente a la paloma, que vivir en este lugar no es un
juego divertido -. Ojalá que Ana Luz no
demore su llegada. Siento que poco a poco voy perdiendo mis energías y parte de
los poderes que mis antiguos maestros supieron darme cuando fui consagrada para
luchar de este Lado de la Realidad.
Guardaron
silencio a medida que la luz del atardecer fue ocupada por las primeras sombras
de la noche. A lo lejos comenzaron a escucharse los temibles sonidos de la
noche: el aullido de los perros salvajes, el graznido de los cuervos, las risas
y los gritos de los brujos y hechiceras que iniciaban sus aventuras nocturnas.
-¿Dónde
estoy? ¿Qué me ha sucedido? Catanga, ¿estás ahí? No me dejes sola.
-Aquí
estoy, Ashpa Puca, descansa y no te muevas que mañana tendremos tiempo para
conversar. Estás lastimada pero sanarás en pocas horas. ¿Acaso no confías en
los poderes curativos de tu amiga?
Por toda
respuesta el águila guerrera se quedó profundamente dormida. Colombina empezó a arrullar, se aproximó a Catanga para
que ésta leyera en sus ojos.
-Ya veo.
Nuestra querida Ana Luz estuvo viajando durante dos largos días y ha tenido
el más hermoso e inesperado encuentro de
su vida. Pronto llegará a la antigua morada donde pasó su infancia. Debemos prepararnos para
darle la bienvenida.
Capítulo
9
EL HOGAR DE LA INFANCIA
No bien
atravesó el rústico puente de madera
sobre el Arroyo de las Murmuraciones, Ana Luz se detuvo un instante y
dio una nostálgica mirada al mundo que dejaba atrás. Chacay Nahuel galopaba en
dirección a su rancho levantado sobre el
verde Valle del Silencio donde lo esperaba Tanti y el hijo que gestaba en su
panza. Mucho más distante, en una
humilde casa quedaban sus padres Catinga y Cabalango, contando los muchos días
que aún faltaban para que volvieran a reunirse.
Comenzó a
caminar por los estrechos senderos que la iban acercando al Cerro de las
Brujas, tirando de las riendas que sujetaban a la mansa burrita cargada con la
ropa y los enseres que harían más cómodo el tiempo que debería vivir, la mayor parte
de los días y las noches, en completa
soledad.
Mientras
se iba aproximando al viejo hogar donde había nacido y pasado su infancia, iba
recordando cada lugar, cada árbol, cada saliente en las rocas más altas que
daban a profundos precipicios. La tarde declinaba y el cansancio empezaba a
invitarla a un prolongado descanso. “¿Descanso?” – pensaba. “Con seguridad toda
esa enorme cavidad estará sucia, tal vez llena de murciélagos y ratas. ¡Qué
asco! Deberé apresurarme para tener un poco de luz para poder limpiar y fregar
antes de comer un bocado y quedarme dormida”.
Iba
recordando paso a paso las indicaciones que Catanga le había dibujado en un
papel para poder ubicar, oculta detrás
de un pequeño bosque de espinillos, la entrada a la cueva. Por momentos le
parecía haberse extraviado, se detenía un rato y mientras ella y su compañera
de viaje descansaban, continuaba buscando los indicios. Al final dio con el
lugar que había sido camuflado con rocas y piedras para que nadie supiera que aquél era un lugar confortable y
de algún modo bastante seguro pues tenía algunas salidas secretas para escapar
en caso de peligro.
Ana Luz se
detuvo frente a la entrada. Cruzó sus brazos sobre el pecho y mientras
inclinaba su cabeza repitió tres veces en puncum, el dialecto secreto de los
brujos de las montañas:
Binga deranga turubuga
(el silencio proteja mi
hogar).
Después
fue sacando ramas, palos y piedras hasta que poco a poco la entrada de la
profunda cueva apareció esperando que su moradora ingresara por ¿cuántos meses,
o años, o por el resto de su vida? Haciendo un gran esfuerzo comenzó a desatar
las correas que sujetaban la carga sobre la grupa de la burra y fue depositando
los bolsos y cajas junto a la entrada. En una de las alforjas llevaba una
porción de alfalfa y un recipiente con agua para que el sacrificado animal
reparara sus energías.
-Bien –
dijo en voz alta -. Ahora a limpiar, a sacar telarañas y bichos y…
Un
exquisito aroma a agua de rosas la sorprendió tanto como ir observando que todo
el aposento cavado en la roca estaba completamente limpio, el piso de piedras
lajas recién lavado, cada lugar dispuesto para que ella armara su dormitorio y
su pequeña biblioteca. Al centro estaba la antigua mesa de piedra y los bancos,
aunque mayor fue su sorpresa cuando en uno de los rincones que tenía una
especie de chimenea que daba al exterior, en una olla de hierro se cocinaba un
exquisito guiso y un recipiente con agua hirviendo para preparar un té.
-Esto sí
que no me lo esperaba. ¡Oh!, Catanga, sigues siendo una viejita maravillosa y
previsora. Siempre estás adelantándote a los acontecimientos.
La
oscuridad empezaba a aposentarse sobre las serranías. Ana Luz ató a la burrita
a un árbol y luego de acomodar su ropa y el resto de la carga, usó una
cantimplora con agua y se lavó las manos y el rostro. Puso dos platos y
cubiertos en la mesa y se quedó esperando,
con el deseo de que Catanga llegara de un momento a otro. Pero nadie
llegó y el cansancio y el hambre la obligaron a cenar sola, pero con intenso
placer.
-Apenas me
despierte, muy temprano, veré si el manantial no se ha secado. Tendré
agua limpia para mi aseo y mis comidas y
para comenzar a cultivar la huerta. Mañana lavaré los platos y la olla. Estoy
muerta de cansancio.
Encendió
una de las velas que había llevado y se dispuso a leer algunas páginas como era
la nueva costumbre que había adquirido en Covadonga después de que aprendió a
leer y escribir. Le resultó imposible. Estaba agotada y no podía
concentrarse y tampoco ingresar al sueño
profundo. No sabía si era la emoción por encontrarse nuevamente en su antiguo
hogar o porque sospechaba y temía que los espíritus de la noche se hubieran
informado de su presencia. Sopló y la vela se apagó con un hilo de humo que
subió en la oscuridad. Como no deseaba pensar procuró que su mente se
mantuviera sosegada, sin imágenes, sin saber nada ni esperar nada. Así, sin
darse cuenta se sumergió en el sueño profundo y reparador.
A esa
hora, próxima a la medianoche, un grupo de seres sombríos recorría en completo
silencio las inmediaciones olfateando como buitres la presencia de la joven
dormida. La orden que habían recibido
era reunirse en la explanada mayor y
jurar palabras de venganza contra quien, hacía pocos años, había diezmado a la
comunidad en una batalla en la que
fueron sorprendidos por la luz del sol y quemados y pulverizados y
aterrorizados. Fue una hábil treta que le había enseñado Catanga, justo aquel
día en que se produjo un eclipse de sol.
Allí
estaban el brujito indio Catriel, Bombo y Congo convertidos en dogos blancos,
la gata Maitén, el asesino de pájaros Guandacol que había venido de los llanos
riojanos, el adivino Pigüé, nacido en la llanura bonaerense, que sembraba la
peste en el ganado; el maestro en hacer
el mal de ojos, Tucu Tucu, un perverso incendiario de bosques que tomaba a
veces la forma de un bicho de luz y en otras la de un rayo. Y estaba la pareja
de ancianos Yacuchina y Sonosongo, que simulaban bondad y apestaban de odio,
magos de los malos sueños que noches atrás habían invadido la mente de Ana Luz
con sus horribles pesadillas. Y también otros, cuyos nombres pocos conocían
pero que estaban allí, convocados por Calabalumba para que hicieran su
juramento frente a ese lugar que era para ellos el más maldito sitio de la
tierra.
La joven
ciega, cuya roja cabellera brillaba a la luz de la Luna, se irguió sobre una
roca. Hacia ella se volvieron todas las miradas de sus súbditos, en las cuales
podía leerse la admiración, la envidia, el temor y el rencor hacia los humanos.
-Seré
breve pues no es éste un lugar seguro para ninguno de nosotros. Somos muchos
pero esa jovencita miserable tiene quien la proteja. Ustedes harán su juramento
de fidelidad y luego se dispersarán rápidamente. Pronto volveremos a reunirnos
en el cónclave donde seré la depositaria
definitiva de los poderes y saberes como Bruja Suprema de estos dominios. Ya no
seré la Heredera de nadie, sino la reina y señora de todos ustedes y de sus
hijos y de los hijos de sus hijos. Que nadie se atreva a cuestionar mi
autoridad. ¿No es así Bombo y Congo?
Los dogos
hicieron un gesto de aprobación con la cabeza y volvieron a echarse
humildemente a los pies de la soberana, que prosiguió su discurso:
-Si
alguien tiene algo que decir, que se atreva. Después no tendrán tiempo para
arrepentirse-. Nadie en la multitud movió un pelo. Aguardaron el momento y a
coro repitieron:
Aminga
sanga tatanga Calabalumba (Calabalumba, eres nuestra dueña, la más
poderosa).
Un
estruendo de pies en disparada, de alas y bichos reptantes, de voces
maldiciendo y riendo se dispersó y desapareció en la oscuridad.
Ana Luz se
movió, inquieta en su cama, mientras Calabalumba contemplaba desde una gran
distancia el aro de luz que rodeaba el
refugio, una valla que ella sabía que era no sólo impenetrable sino mortal para
quien osara tocarla.
-¡Maldita!
Ya saldrás de esa cueva inmunda y entonces te atraparé como a una bestia.
Duerme tranquila, que muy pronto dormirás para siempre.
Capítulo 10
¡ATRAPEN A ESA MALDITA CABRA!
En los
ojos ciegos de Calabalumba podía leerse la humillación y la rabia que le había
producido la derrota y muerte de Capayán en el pico y las garras de Ashpa Puca,
el águila real, que ella imaginaba como una maniobra planeada por orden de sus
poderosas enemigas, Ana Luz y Catanga.
No era necesario que se jurara venganza puesto que toda ella era la
presencia viva de los seres impulsados por la antigua idea de ojo por ojo, es
decir devolver con un golpe, el golpe
recibido.
Había
permanecido durante horas junto a la Laguna de la Niña Encantada sin que
Taninga subiera a la superficie como
convinieron la última vez que se
habían encontrado. Necesitaba urgente consultar El Espejo de Oro para tener
noticias sobre Ana Luz y en especial sobre esa extraña y pequeña cabra que le
producía al mismo tiempo atracción y rechazo. Había algo en esa imagen que ella
esperaba descubrir, aunque le llevara años.
Con estos y otros pensamientos regresó sin apuro
a su guarida cortando camino por el Cañadón de los Ánimas apoyada en el báculo
en el que se iba apoyando y que para su locura de poder significaba el bastón
de mando de una reina. Sí, de una poderosa reina, que muy pronto sería
consagrada en un cónclave al que acudirían los jefes supremos de la brujería de
los países vecinos. Había enviado meses atrás mensajeros a una y otra dirección
con aduladoras invitaciones para que cuando sus invitados regresaran pudieran
anunciar a todos los vientos que habían conocido a la más bella, poderosa e irascible de las soberanas
de la que se tenían noticias.
Pero antes
tenía tareas importantes para que nadie se interpusiera en sus proyectos de
dominación. En algún lugar que ella jamás había podido descubrir, se encontraba
la Bruja Solitaria, la anciana protectora y maestra de Ana Luz. “Mientras esa
vieja estúpida siga con vida, yo y mi gente estaremos en peligro. Debo eliminar
la presencia de cualquier intruso, viejo o joven, humano o brujo que se atreva
a conspirar contra mí”, se iba repitiendo una y otra vez.
Subió por
las escaleras de piedra que conducían, en lo más alto de un cerro, a su guarida
donde a esa hora su corte de sirvientes todavía permanecía desvanecida en el
sueño. El sol, hacia el oeste, se fue hundiendo quién sabe en qué mundos
desconocidos para ella. Como una finísima tela transparente, los colores
verdes, rosados y lilas del atardecer se iban apagando y cubriendo con
el manto negro de la noche. Pero Calabalumba jamás había sido educada
para gozar ante las bellezas de la naturaleza. Más bien se sentía inquieta y
molesta frente a la presencia de un
bello paisaje o de un ser cualquiera dotado de hermosura.
A pesar de
su ceguera, su mente tenía el poder de la videncia, su cerebro permanecía
continuamente activado, recibiendo información de sus cinco sentidos. Nadie era
más rápido que ella para percibir el más leve sonido, descubrir un detalle con
la palma de sus manos, detectar un olor cualquiera. Si bien era verdad que su
pueblo le temía también la admiraba por su inteligencia, por su implacable
capacidad para imponer el orden, por
recordar las más secretas enseñanzas que una y otra vez repasaba en los
libros que ocultaba en un rincón de la
habitación a la que nadie tenía permiso
para ingresar sin recibir el más doloroso castigo.
Empujó con
fuerza la enorme piedra que cubría la entrada. Golpeó con fuerzas sus manos y
gritó:
-¡Arriba,
perezosos! La hora de dormir ha terminado. En apenas segundos todos deberán
estar presentes en el Salón de las Maldiciones. Importantes tareas nos esperan
esta noche.
Volvió una
y otra vez a golpear sus manos mientras se ubicada en el sitial de privilegio
desde donde observaba a cada uno de los que iban llegando todavía con los ojos
llorosos por el sueño. A sus pies, obedientes, se echaron los dogos blancos.
-Hoy
comenzará la cacería. No habrá comida para nadie pero sí castigos si a la
medianoche no me han traído a una cabra pequeña que ronda estas montañas. No
les será fácil verla pues sabe ocultarse ante cualquier peligro. Sin embargo, y
presten atención a este detalle: lleva en su cuello una campanilla que va
tañendo sin cesar. Por donde esa maldita cabra camina la siguen los sonidos que
nos guiarán hacia ella.
-¿Qué
debemos hacer si la encontramos?
-Todos
ustedes tienen una única tarea, la de recorrer los rincones más ocultos hasta
ubicarla. Serán Bombo y Congo los encargados de apresarla. A ellos deben
comunicarles cualquier novedad.
Los perros
se pusieron de pie y menearon la cola en señal de que estaban dispuestos a
cumplir su tarea, aunque la última recomendación les parecía imposible de
cumplir: tener éxito en el secuestro.
-Ya les
dije en otra oportunidad y lo repito: atrapen a esa escurridiza cabra pero no
la maten.
-¡Sí, ama!
– ladraron los dogos.
-Deberán
lastimarla levemente hasta que broten algunas gotas de sangre. La sangre jamás
se vuelve invisible y por esas manchas podrán saber dónde se encuentra su
cuerpo.
-¿Quieres
decir que buscamos a una cabra invisible? – preguntó Maitén, la gata bruja de
los bosques de arrayán.
-Tú los
has dicho, pequeña. Esa cabra es un espíritu de otros mundos y tiene poderes
que ninguno de nosotros tendrá jamás. ¡Búsquenla y tráiganla de inmediato a mi
presencia!
-¿Qué
sucederá si no podemos encontrarla? Tú misma has dicho que es un animal
invisible, rápido y huidizo – preguntó
el brujito que tenía el aspecto de un niño mapuche.
-No quiero
excusas, Catriel. Hagan su tarea, recorran los caminos, las laderas, los
cañadones, los arroyos, los túneles cavados por los buscadores de tesoros. No
me interesa si se agotan o si caen a un precipicio. No descansaré esta noche
hasta no poder contemplar a ese extraño espíritu de otros mundos. ¡Todos
afuera!
De la boca
de la profunda cueva partieron docenas y docenas de seres de la oscuridad que
tenían los más variados y ridículos aspectos. Eran tan ignorantes que entre
todos no podrían haber organizado un buen plan
para cumplir la tarea encomendada. Simplemente salieron a las apuradas y
torpemente se desplazaban solos o en compañía husmeando, observando con sus
penetrantes ojos adiestrados para ver en
la más completa oscuridad.
Calabalumba
ingresó a su secreta habitación. Buscó el cofre de bronce donde guardaba algo
que solamente ella podía consultar: el Libro de las Malas Enseñanzas que había
heredado de su abominable abuela Sandunga. Lo tomó con ambas manos y lo puso
junto a su pecho. Sabía que nadie, salvo los pequeños gnomos que en ese momento
preparaban su cena podía oírla murmurar.
-¡Qué
estúpida he sido! ¿Por qué no se me había ocurrido antes buscar este libro?
Aquí tengo, en la página 313, la estampa
de Cabana, la Cabra Invisible, a la que mi abuela buscó durante siglos. Ella
tiene lo que toda hechicera ha soñado poseer: los poderes de la luz, de la
invisibilidad, de la belleza, de la sabiduría.
Un golpear
de pezuñas en la puerta la sobresaltó. Guardó el libro en el cofre y salió a la
explanada que se proyectaba desde la salida de la caverna a un profundo abismo.
Los bramidos y mugidos de un toro salvaje le anunciaban que había llegado Luán
Toro, el poderoso mago pampeano para con
quien sentía una total confianza.
Allí
estaba el temible animal de piel negra, con sus largos y
afilados cuernos, las pezuñas cubiertas por trozos de hierro con las que podía
cavar, herir o matar, o abrirse paso en la espesura de un bosque como si fuera
una máquina demoledora.
-He
tardado, Calabalumba, porque el país verdoso y llano desde donde provengo está
muy alejado de tu reino. Desearía saber para qué has enviado a llamarme. Sabes
que desde que eras una niña, después de la muerte de tus padres, he sabido
protegerte contra tus enemigos. ¿Para qué me necesitas ahora?
-Bienvenido,
Luán Toro. Te veo cansado, de manera que por esta noche descansarás. En el
lugar que ya conoces, encontrarás pasto fresco y agua, y una cama mullida de
paja para que repongas tus energías.
Pronto te diré cuál será tu tarea.
-Será un
placer obedecerte, pero para dormir en paz necesitaría que me adelantaras algo,
que me des una pista sobre lo que debo hacer. Conoces bien que soy inquieto y
mal pensado.
-Te
conozco y conozco tu pasado de asesino. Sólo puedo adelantarte que tu tarea
será algo así como demoler un edificio de rocas. Yo te acompañaré, si es
necesario, cuando llegue el momento.
Necesitarás de todas tus fuerzas, de todos tus poderes. En ese lugar habita una
enemiga a la que debo destruir. Si triunfas tendrás un premio especial, pero si
fracasas, mi enemiga no tendrá piedad de ti y te convertirá en un saco de
basura. ¿Estás dispuesto?
-¿Acaso
alguna vez te he fallado?
-No
recuerdo que eso haya sucedido, aunque esta vez nada es igual a nada que hayas
conocido.
Calabalumba
se envolvió en su manto y regresó a sus aposentos. Sabía que sus secuaces no encontrarían a Cabana. Hizo una mueca de
burla con su boca porque por esa noche
perdonaría a esa horda sumisa y complaciente. No habría castigos
físicos aunque la ración de comida se
reduciría a la mitad.
En la
oscuridad, el toro salvaje masticaba el pasto y de vez en cuando bufaba y
golpeaba con sus patas delanteras las duras rocas del corral.
Capítulo 11
LA SOLEDAD DE ANA LUZ
Pasaron
numerosas lunas, se fueron el verano y el otoño y pronto llegaría el crudo
invierno con su blanco manto de nieve sobre las montañas.
Todos los
meses, puntualmente, un mensajero tocaba a la puerta de la casa de Catinga y
Cabalango y les entregaba un sobre con dinero. Como los esposos no sabían ni
leer ni escribir, la persona que se comunicaba con ellos tenía que repetir en cada ocasión:
-“Vengo a traerles este dinero que les envía mi
patrona, doña Salomé. Les manda decir que su hija se encuentra bien de salud,
que está muy contenta con su nuevo trabajo y que pronto vendrá a visitarlos”.
Los padres
de Ana Luz agradecían con una inclinación de cabeza y apenas el mensajero se
marchaba, se abrazaban y lloraban de alegría, después contaban el dinero y se
iban de inmediato al centro de la ciudad
de Covadonga a comprar lo que necesitaban.
Mientras
tanto, en un lugar distante, Calabalumba y los suyos continuaban la enfermiza
búsqueda de Cabana, registrando metro a metro el inmenso territorio ocupado por
los seres de la noche, sin hallar ninguna señal que pudiera alentarlos. Solo
encontraban de vez en cuando algunas pisadas pero, como por allí pastaban otros animales, no podían jurar ante su
desconfiada dueña y señora que estaban sobre una pista segura. Pero sí juraban,
cada vez que regresaban pasada la medianoche, hambrientos y cansados, que habían escuchado los sonidos de la
campanilla. Era, como se dice habitualmente, un círculo vicioso. Como no
encontraban lo que buscaban, cada noche comían algo menos y de peor calidad
pero nadie se animaba a protestar. ¿Quién se animaría a hacerle frente a esa
joven iracunda que gritaba como loca y se mesaba su larga cabellera roja cada
vez que volvían con las manos vacías?
Pronto, en la próxima primavera, estaba fijada
la fecha para el cónclave. Sin duda que algunos de los invitados ya habían
iniciado su viaje convencidos de que disfrutarían de la fiesta, harían nuevas
amistades y de paso aprenderían un nuevo truco, una palabra mágica o un juego de manos rápido para robar sin ser
descubiertos.
Mientras
tanto, Ana Luz, continuaba viviendo, en completa soledad y sin mayores
novedades, en su limpio hogar. Había
encontrado el manantial detrás de unas rocas y desde allí conducía el agua
hasta un pequeño lote donde dejó
la tierra fértil libre de yuyos y malezas. Preparó almácigos de tomates y cebollas, sembró las semillas de maíz y de
calabazas y los dientes de ajo y no se
olvidó de empezar el cultivo de las más
diversas flores. En poco tiempo su huerta sería la única de la región, un
espacio verdaderamente bello y que al mismo tiempo le proveería de alimento.
“Si Catanga pudiera ver lo que estoy haciendo”, pensaba, y de inmediato sentía
una rara tristeza, la tristeza que sienten los que están solos, los que aman la
compañía de sus semejantes.
La Bruja
Solitaria no daba señales de vida, ni ella, ni Colombina, ni Cabana. Suponía
que su anciana amiga era quien había aseado la caverna el día que ella arribó
al Cerro de las Brujas. ¿Qué otra persona podría ser? Se sentía disminuida y
desalentada. Estaba en el sitio que habían convenido, recorría durante el día
sus lugares preferidos, leía sus libros una y otra vez, cocinaba sus alimentos,
a veces iba a pescar al Río de las Penas que desembocaba en el lejano Lago de
los Esperpentos y traía una o dos truchas con las que completaba su dieta.
Ana Luz no
entendía el porqué de su viaje. Temía salir durante la noche por los peligros
que eso significaba sin estar convenientemente preparada. No tenía una tarea
precisa para realizar, ningún encuentro con ser alguno, ninguna misión salvo la
de permanecer atenta, vigilando cada ruido, cada sombra que pudiera moverse
próxima a ella. Se había preguntado una y mil veces quién sería ahora la soberana
del pueblo que habita en la oscuridad. ¿Cómo podría reconocerla si Catanga no
le había dado la menor descripción?
Ese día
deambuló por el Cañadón de las Ánimas a paso lento, sin apuro, como si la fuera
venciendo ese enemigo tan temible que es el aburrimiento. Observaba a uno y
otro lado las rocas, los árboles propios de la región, los cactus y los
pájaros, las florcillas que anunciaban la llegada de los primeros calores. Así,
paso a paso, llegó hasta un lugar que nunca había visitado cuando niña, el
Manantial de las Corzuelas, que caía en cascada desde unas rocas rojizas y
formaba un pequeño bebedero donde venían a calmar su sed las corzuelas, esos
pequeños ciervos americanos, veloces en huir y
que eran la delicia de los cazadores furtivos.
Al aproximarse
se sorprendió al darse cuenta de que no estaba sola. Sentado a la
orilla, sobre una roca, con los pies en el agua, estaba una joven alta,
delgada, de pelo rojo, que parecía ausente. Ana Luz, intrigada, se aproximó,
feliz de encontrar a alguien y al mismo tiempo con cierta desconfianza.
-Hola –
dijo al tiempo que la otra joven se ponía de pie.
-Hola –
contestó ésta con una vaga sonrisa en su
boca-. ¿Quién eres? ¿Qué haces en este
desolado lugar? ¿No tienes miedo?
-No tengo
miedo, pero me sorprende encontrarte. Nunca te he visto.
-Ni yo a
ti. ¿Cómo te llamas?
-Ana Luz.
-¿Ana Luz?
¡Qué nombre tan extraño! ¿Eres humana?
-¿Qué
quieres decir?
-Deberías
saber que en este territorio solo habitan brujas, magos, hechiceras, adivinos.
¿No le temes?
-¿Por qué
habría de sentir miedo? Ya te lo dije.
Yo también he nacido muy cerca de aquí.
-¡No me
digas, Ana Luz, que perteneces a estas montañas!
-De un modo sí y de un modo no.
-No te comprendo.
-Pero yo sí sé qué quiero decir-. Hizo una pausa, buscando
las palabras apropiadas. - Estamos conversando como si fuéramos amigas y
todavía no me has dicho tu nombre.
La joven
avanzó hacia Ana Luz con sus manos extendidas. Apoyaba su pies como tanteando,
como si tuviera el temor de perder el equilibrio.
-Mi nombre
es Calabalumba, y como puedes ver soy ciega de nacimiento.
-¡Cuánto
lo siento! No sabía que…
-No te
expreses con tanta compasión. Soy ciega y huérfana y pobre. Desde niña voy de
un lado a otro suplicando comida y protección. No sé para qué mis padres me
trajeron a la vida. Estoy cansada de este mundo.
Ana Luz no
supo qué hacer cuando miró a los ojos de Calabalumba y presintió que le estaba
mintiendo. Procuró ocultar su asombro y su desconfianza. Si esa joven era un
ser de las tinieblas, no andaría a esa hora paseando bajo los rayos del sol.
Si pertenecía a la comunidad de los
humanos, ¿por qué estaba tan tranquila si ella misma sabía que estaba en el
país de la magia?
Recordó
que Catanga le había enseñado cómo huir de los malos espíritus y ya no tenía
dudas, se encontraba en grave peligro. Un momento más y caería en las redes de
la hechicería. Se apartó unos pasos y con voz firme, apenas se dio cuenta de
que la extraña aparición extendía hacia ella sus largos brazos como para
atraparla, pronunció las secretas
palabras:
Purucutú
mangatunga (que tengas buen viaje).
En el acto
se encontró en su hogar, sentada sobre el catre, con el cuerpo cubierto de
sudor.
-“Calabalumba,
¿quién demonios eres?”, pensó.
Se cubrió
el rostro con las manos y comenzó a llorar.
-¡Catanga!
¡Cabana! Por favor, no me dejen sola.
Capítulo
12
MUNCA TE ABANDONARÉ
Durante
algunas horas Ana Luz se quedó profundamente dormida. Su encuentro con
Calabalumba la había perturbado y agotado de tal modo que sintió como nunca el
peso de la soledad. No es fácil para nadie a los 15 años soportar largos meses
aislado sin otra compañía que uno mismo. Aunque ella había sido adiestrada
desde niña para enfrentar cualquier dificultad
y poseía poderes sobrenaturales, tales dones no eran suficientes cuando
se experimentan tantas dudas y
vacilaciones.
Despertó con deseos de tomar un té. Hasta se
sorprendió por un suspiro de alivio como
el que hacen los bebés cuando dejan de llorar. Fue hasta su pequeña huerta y
cortó unas hojas de menta, de
tomillo y otras de peperina y
justo en el momento en que iba ingresando a su refugio, escuchó a lo lejos el
balido de una cabra. Corrió hasta el sendero principal que rodeaba el Cerro de
las Brujas impulsada por un grato presentimiento. La imagen que contempló la
conservaría para siempre en su memoria.
Avanzando
a paso lento, encorvada y apoyada en un bastón,
Catanga iba aproximándose con el agobio de los años que le daba la
apariencia de ser más pequeña y vieja que como Ana Luz la recordaba. Sobre su
hombro derecho se apoyaba la blanca paloma mensajera, Colombina, y allá en lo
alto, planeando con sus poderosas y anchas alas, Ashpa Puca vigilaba los
alrededores, atenta a los movimientos de posibles enemigos. Aunque la comunidad
de brujas y magos se desplazaba durante la noche, la Bruja Solitaria había dado
la orden de no confiar en nada ni en nadie ni de noche ni de día.
Sin soltar
las hojas de hierbas aromáticas, la joven discípula comenzó a descender, sendero abajo, hasta que
estuvo frente a su protectora. Se miraron por unos instantes y luego, abriendo
los brazos, se unieron en un cálido apretón, se besaron en ambas mejillas y
comenzaron a subir en silencio los
metros que faltaban para llegar a la morada.
Apenas
ingresaron y mientras Ana Luz echaba las hojas perfumadas en un recipiente para
preparar un sabroso té, Catanga la observaba con atención.
-¿Qué ha
sucedido, Ana Luz? ¿Has estado llorando?
-Un poco,
pero no te preocupes. Tengo tanto que contarte. No sabes cómo te he extrañado
durante estos largos meses, especialmente en el invierno, cuando el frío me
impedía a veces ir a buscar leña para el fuego.
-Yo
también deseaba verte.
-Entonces
– respondió la joven con un gesto de tristeza que insinuaba también un reproche
- ¿por qué me dejaste sola tanto tiempo? No lo entiendo.
-Escucha,
mi pequeña. Debes saber que jamás te abandonaré, mientras yo tenga vida.
-Pero
podías haberme enviado un mensaje, una señal. Pensé muchas veces en ir a verte,
pero si no me guían Cabana o Colombina jamás podré orientarme. Nunca he pasado
sola tanto tiempo. ¿Puedes explicarme?
En ese
momento se escuchó la voz dulce de la Cabra Invisible que estaba echada a los
pies de su amiga:
-“No has nacido para que seas una mujer
vulgar. Desde muy pequeña has sido entrenada por las fuerzas del mal y del
bien. En su momento, cuando bebiste la leche prodigiosa de mis ubres, tomaste
la decisión correcta. Tenías que elegir: o el mundo de las tinieblas o el mundo
de la luz. Catanga y yo estamos continuamente vigilando tus pasos para
protegerte de los espíritus malignos pero eres tú quien debes hacerte más
fuerte físicamente, más precisa en tus pensamientos, más noble con tus
sentimientos y más inflexible con tu carácter”.
Al cabo de
un largo silencio, mientras saboreaban el té, fue Catanga quien habló.
-Cabana te
ha respondido por mí. No te había abandonado ni olvidado, como te dije hace
unos momentos. Este tiempo de soledad es parte de tu entrenamiento para que
puedas hacer frente a quienes están conspirando para destruirnos, no solo a
nosotras, tal vez al mundo. No tengas
miedo a…
-Sucede
que yo…-la interrumpió Ana Luz.
-No digas
nada. Debes aprender a no protestar por lo que te suceda y tampoco culpar a los
otros. Te amo, pero debo ser severa contigo. Si tu carácter es débil quienes
procuran hacerte daño se ensañarán, te lastimarán y humillarán hasta que te
sientas avergonzada de ti misma. ¿Has comprendido?
Ana Luz se
sentó, bajó su cabeza, unió sus manos sobre su falda y después de una breve
pausa, respondió:
-Perdóname,
Catanga, he actuado como una tonta. Tendré en cuenta tus palabras y las
palabras de Cabana. Sabes que aprendo rápido y que no me rindo fácilmente. ¿Te
gustó el té?
-Exquisito.
-¿Tienes
noticias de mis padres?
-Todos los
meses, un Mensajero les lleva dinero y nuestros saludos. Están bien, aunque la
salud de tu padre no es buena. Su corazón es débil tanto como es débil su
carácter y su modo de ser.
-Lo sé,
por eso y porque es mi padre, he aprendido a quererlo.
En ese
momento, un batir de alas anunciaba que en la explanada de la caverna, había
aterrizado el águila real. Tenía entre sus garras una liebre que se debatía con
desesperación hasta que terminó siendo la cena de la bruja del aire. Desde su
asiento, Catanga le ordenó:
-Ya sabes
lo que tienes que hacer, Ashpa Puca. Luego de tu comida deberás subirte a la
cima de este cerro y desde allí permanecer atenta. Que tus ojos y oídos permanezcan alertas hasta la salida del
sol. No te descuides ni por un instante.
Por toda
respuesta el ave carnicera levantó vuelo
para ubicarse en su atalaya. Desde allí contempló cómo el manto de la noche iba
cubriendo las montañas.
-Me alegra
saber que vas a quedarte a dormir – dijo Ana Luz,-. Prepararé un lugar para mí pues tú dormirás en mi catre. No
digas que no porque ahora soy yo la que manda en este casa.
Ambas
rieron de buena gana y de inmediato prepararon la frugal cena que consistía en
una sopa de verduras, postre de ciruelas silvestres y agua fresca del
manantial. Terminada la cena, lavaron la vajilla y volvieron a sentarse.
Catanga tomó las manos de Ana Luz y mirándola a los ojos, le preguntó:
-¿Tienes
algo que contarme, algo importante que te haya sucedido durante estas
últimas lunas?
-Voy a
hacerte un rápido resumen. Apenas llegué encontré este lugar aseado y
confortable. Ya sabes quién lo hizo, ¿verdad? –Catanga sonrió-. Mañana voy a
mostrarte la huerta que estoy cultivando, con algunas plantas que nacen en
otoño y otras en primavera. Tengo agua suficiente, algunos libros, papel y
lápiz para escribir, y sobre todo el tiempo libre para dormir y vagar por las
serranías para gozar del paisaje y pensar y esperar hasta que tú y yo pudiéramos encontrarnos. Llegué aquí al
final del verano y ya estamos en el inicio de otra primavera. Ayer, por ejemplo, fue un día soleado que me invitaba a pasear.
Entonces…
Ana Luz se
tomó la garganta como si le faltara el aire. Le pareció que iba a perder el
conocimiento cuando Catanga la tomó en sus brazos.
-Serénate,
mi pequeña. Cuéntame qué pasó ayer.
Ana Luz
tomó un sorbo de agua. Por un momento fijó sus ojos en el piso y luego le contó
a su maestra, paso a paso, su encuentro con la joven ciega.
-¿Quién es
ella? ¿Quién es Calabalumba? ¿La
conoces?
-Sí –
respondió la Bruja Solitaria -. Conozco la historia de esa brujita malvada,
hija de padres que murieron muy jóvenes
dejándola nada menos que en poder de Sandunga,
que la crió y educó en las malas ciencias considerándola su nieta,
aunque la guardaba en secreto y jamás hablaba de ella.
-¿La nieta
de Sandunga?
-Su nieta
y heredera. Ella es quien ahora
gobierna con puño de hierro el
país de las sombras. Pronto se realizará un cónclave donde será consagrada como
la nueva Bruja Suprema. Se asegura que asistirán los jefes de las tribus y
pueblos más odiosos que viven en los países vecinos.
-Ahora
comprendo por qué me aterré. Hay algo en ella, en sus ojos, en sus largos
dedos, en el color de su cabello que me provocan náuseas, el deseo de huir de
su presencia. No sé cómo pude reaccionar a tiempo para no caer en sus manos.
-La
experiencia que tuviste ayer confirma mis sospechas. Nuevos e increíbles
acontecimientos nos esperan. Debemos comenzar a prepararnos.
-¿Qué debo
hacer, Catanga?
-Nada por
ahora. Solo esperar, permanecer vigilantes, sospechar de cualquier presencia
desconocida. Todos estamos en peligro, especialmente Cabana.
-¡Cabana
en peligro!
-Desde
hace meses, cada noche, los sirvientes de Calabalumba salen en su búsqueda. No
hay lugar que no hayan pisoteado con sus inmundos pies. Por fortuna son torpes
e ignorantes y a veces pasan casi rozando a nuestra amiga sin advertir su
presencia, pero hay dos brujitos perversos que son los encargados de
capturarla.
-¿Los
conoces?
-Por
supuesto. Ellos son Bombo y Congo, los mismos que en tu infancia trataron de
engañarte y hacerte daño. ¿Los recuerdas?
-Por
supuesto. Cómo olvidar a esas bestias que me abandonaron en una tormenta de
nieve en la que por poco no perdí la vida.
-Bien lo
has dicho, son un par de salvajes. Ahora no podrías reconocerlos pues su
soberana los ha convertido en un par de dogos blancos, dos perros feroces y
astutos.
Se escuchó
la voz de Cabana.
-“Sé lo que traman en mi contra y sé lo que
busca Calabalumba. Nada menos que capturarme para obtener una porción de la
leche prodigiosa que dan mis ubres. Me descubrió primero en el Espejo de Oro de
Taninga, la sirena que habita en la Laguna de la Niña Encantada, luego en uno
de los libros de magia de su abuela Sandunga. Estoy cansada de huir todas las
noches y aunque soy invisible, si llegan a capturarme no sé lo que será de mí”.
-Razón de
más para escuchar mis indicaciones – dijo Catanga, preparándose para ir a la
cama-. Ahora a dormir, pero antes, hay algo que debo decirte, Ana Luz.
-¿Otra
sorpresa?
-¿Sabes
que tu amiga Tanti tendrá un hijo?
Ana Luz se
sorprendió. Por un momento se quedó absorta.
-¿La
conoces?
-Por
supuesto y también a su esposo, Chacay Nahuel. Es una larga historia que algún
día te contaré. Tendrás que viajar para asistir al parto de su hijo. Ellos te
están esperando ansiosos pues serás la madrina de la criatura. Eso significa un
compromiso de por vida, no lo olvides.
-¿Cuándo
crees que deberé viajar?
-En tres
días. Muy temprano, en el puente que cruza el Arroyo de las Murmuraciones,
alguien te estará esperando para viajar juntas.
-¿Quién?
-La
partera Tulumba, la misma que te trajo a este mundo. Ella será la encargada de
asistir a tu amiga y la responsable de que en su presencia el recién nacido reciba un nombre.
-¿Cuál
será el nombre?
-Pronto lo
sabrás.
Capítulo 13
LA TRAMPA DE CRISTAL
Taninga
chapoteaba en el agua, surgía de cabeza, se elevaba, daba unas vueltas en el
aire y volvía a sumergirse moviendo en el aire su cola plateada de escamas.
Reía y cantaba extrañas canciones con una voz dulce, con la que había engañado a inocentes viajeros, hombres
o mujeres, que fueron seducidos por esas melodías que finalmente los conducían
a la muerte.
Nadie supo
ni sabrá por qué a ese lugar le decían la Laguna de la Niña Encantada. Los
puesteros más ancianos que vivían en los alrededores decían que la leyenda se
remontaba a siglos y siglos y que, cuando llegaron los conquistadores que
venían más allá del ancho mar, la joven ninfa
ya habitaba el inmenso pozo de agua. Otros, menos supersticiosos, decían
que esa aparición era sólo un producto de la imaginación, un cuento de
hadas que contaban
a los niños para asustarlos y
prevenirlos para que no penetraran a las
aguas profundas en cualquier lugar, sin la compañía de sus mayores.
Pero no
era así para los habitantes del país de la magia que conocían el lugar y lo
temían al grado de que fueron pocos los que se atrevieron a contemplar el
prodigio; algunos de los que habían
sido seducidos por la niña encantada
jamás volvieron a sus ocultas madrigueras.
A
Calabalumba únicamente le interesaba que el Espíritu de las Aguas le mostrara
el Espejo de Oro, auténtico y antiguo talismán que con todo placer hubiera
hurtado si no fuera porque su dueña de un empujón la habría hundido en la
laguna. Advertida de ese peligro se aproximó en momentos en que Taninga peinaba
su larga caballera y cantaba observando en el espejo la belleza de su rostro
pues era en realidad hermosa y atractiva como pocas mujeres.
-Bamba
ananda.
-Bamba
ananda Calabalumba.
Te estaba esperando.
-He venido
varias veces pero no estabas. Sabes que no me agrada que roben mi tiempo. Tengo muchas cosas urgentes
que hacer. Deberías saberlo.
-He
demorado pero te sorprenderá lo que he conseguido para ti.
-¿Acaso te
he pedido algo?
-No, pero
conozco tu principal problema. ¿No es la cabra que vimos en mi espejo el motivo
de tu enojo, de tu desesperación, de la rabia que sientes hacia los inútiles
que te rodean?
-¿Te estás
burlando de mí?
-¿Por qué
habría de hacerlo? Mira lo que he traído para que logres al fin la captura de
ese maldito animal.
Taninga
buscó entre las aguas un objeto que parecía sostener con sus manos aunque no
era visible y trató de ponerlo en manos de la brujita ciega, pero ésta dio un
paso atrás, temerosa de un ataque por sorpresa.
-No estoy
trampeándote sino obsequiándote una trampa.
-¿Qué?
¿Dónde está? No la veo.
-No la ves
porque es invisible. Acércate, tócala. Es una especie de caja de cristal, pero
más dura que el hierro.
-Sí,
eso es exactamente lo que necesito. No
sabes cuánto te lo agradezco – le dijo al ser acuático mientras por sus
adentros pensaba: “Si por mí fuera te mataría y te robaría ese espejo”.
-No digas
que me lo agradeces, Calabalumba. Llegará el día o la noche en que tal vez yo
deba pedirte un favor. Me han informado que eres cada día más poderosa y que
pronto serás consagrada como la nueva Bruja Suprema. Bomba batú mandinga (adoremos
al espíritu del mal).
Sorprendida
por la adulación, la Heredera intentó sonreír pero apenas pudo mostrar un gesto
mitad de desprecio y mitad de altanería.
-No me
olvidaré de este regalo. Ahora debo partir sin demora. Mi pueblo está
aguardándome con impaciencia.
Taninga
guardó sus objetos de oro en un pequeño cofre que ató a su cuello con un collar
hecho con diminutos caracolas y estrellitas de mar. Luego, con un espantoso
grito que resonó en el atardecer, se sumergió en las profundidades de la
laguna.
Con el
objeto invisible sobre su hombro derecho, Calabalumba caminaba de prisa en
dirección a su guarida infernal. Hablaba sola, reía, cantaba, gritaba, maldecía
y juraba venganzas hasta sentir que su garganta se tornaba áspera.
Llegó a
destino cuando los seres de la noche la estaban aguardando para recibir
órdenes. Se asombraron cuando la vieron transportando un objeto que nadie podía
ver. Algunos se aproximaron con intención de ayudarla pero ella los rechazó con
violencia.
-¡Fuera!
Que nadie se atreva a tocar este objeto. ¿Dónde estás mis perros?
Los dogos
se aproximaron de inmediato moviendo su cola, con la lengua afuera y las orejas
paradas en señal de obediencia.
-Haremos
una prueba antes de salir de cacería. Presten atención.
Se sentó
en uno de los bancos de piedra y puso a sus
pies la trampa invisible. La
palpó por los cuatro costados sin que nadie pudiera adivinar el propósito del
juego. Observó a todos con aquella mirada que imponía obediencia, lealtad y
sumisión absoluta y luego, haciendo un chasquido con sus dedos, le indicó a uno
de los dogos que se aproximara. No
bien el animal estuvo a escasos metros,
como impulsado por la fuerza de un imán ingresó a la jaula, una prisión que
nadie podía ver pero que estaba ajustando a su víctima hasta hacerla gemir de
dolor.
Calabalumba
rió de tal manera que los sonidos se esparcieron por los cerros y valles como
anticipando su triunfo sobre Cabana. Reía a carcajadas, gritaba, le daba
patadas a la jaula y luego corría de un extremo a otro de la explanada de
piedra, bailaba, hacía ondear su larga cabellera.
-Estúpido
Bombo. Hasta hoy has sido un perfecto inútil, tanto como ustedes, aprendices de
brujos, torpes, ignorantes. Y tú también, Congo, sirviente que no sirve para
otra cosa sino para comer.
Abrió la
puerta de la trampa para que el dogo blanco saliera, con las orejas gachas y la
cola entre las patas.
-Ahora van
a escucharme, pero antes voy a transformar a estos perros desgraciados en lo
que son realmente, dos jovencitos que en su momento tuvieron la osadía de creer
que iban a ocupar mi lugar. ¡Pobres diablos! Ahora tendrán su última
oportunidad. Si no traen en esta jaula a esa maldita cabra, volverán a ser un
par de perros sarnosos por el resto de sus vidas.
Arrojó un
puñado de polvos y cuando la niebla amarillenta se iba disipando, allí estaban,
en el piso, poniéndose de rodillas, Bombo, quien a sí mismo se decía El Brujito
Loco y su compinche Congo. A coro repitieron junto a la multitud allí reunida:
-Aminga
sanga tatanga, Calabalumba.
-Esas son
las palabras que deseaba escuchar. Salgan
todos pero antes memoricen el plan de esta noche.
-Te
escuchamos, Bruja.
-Bombo y Congo transportarán este objeto con el
mayor cuidado y lo ubicarán en el estrecho sendero en el que termina el Cañadón
de las Ánimas. Los demás formarán un semicírculo que irá obligando a esa
maldita cabra a desplazarse en dirección a la trampa. Cuando escuchen que la
puerta se haya cerrado de golpe, vendrán de inmediato a mi presencia. Pero les
advierto, ¡no le hagan el mínimo daño al animal! No será necesario que una
mancha de sangre nos indique donde se encuentra. De este calabozo invisible no
podrá salir y no saldrá hasta que no me entregue lo que tanto deseo.
-¡Fuera
todos!
Ingresó a
su secreto aposento y en voz alta pronunció
la oración de la noche.
-Bomba
batú mandinga.
Capítulo 14
ANA SOFÍA
La
madrugada se presentaba fresca,
transparente y luminosa. Ana Luz salió temprano, a la hora en que el lucero de
la mañana lucía sus resplandores de diamante. Cerró con cuidado la puerta de
ingreso a su hogar y comenzó a descender rápidamente por los senderos que hacía
muchos años había tallado su padre en las roncas.
Estaba
feliz por muchos motivos y preocupada por otros. Le hubiera gustado volar para
encontrarse de inmediato con Tanti y acompañarla en ese momento glorioso de la
natalidad y no tener que caminar durante tantas horas. Jamás había asistido al
nacimiento de un niño y poco recordaba de lo que Catinga le había contado
respecto del suyo. Festejaría con su amiga y con su esposo Chacay Nahuel tan
increíble acontecimiento. Imaginaba que habrían preparado algunos manjares para
festejar, por ejemplo algo de carne asada pues su dieta vegetariana la tenía un
poco cansada. Por supuesto que se deleitaría con una porción de queso de cabra
y un tazón de leche de vaca recién ordeñada.
Pero como
todo tiene su contrario, iba pensando en que habría graves problemas cuando
Calabalumba recibiera la noticia de que un hijo de brujos y una joven humana no
solamente han contraído matrimonio sino que han tenido un hijo. ¡Un hijo
producto de semejante mestizaje! Calabalumba chillaría como una zorra atrapada
en un lazo, se arrancaría parte de sus roja pelambre y no descansaría hasta
castigar a quienes quebrantan las leyes del pueblo que habita en la noche
perpetua.
Estaba
convencida de que Catanga sabría qué hacer si lo que ella temía llegara a ocurrir.
Su maestra siempre se anticipaba a los
acontecimientos pero esta vez había dicho muy poco o tal vez había dicho lo
necesario y Ana Luz no lo había registrado, como a veces le sucedía. Con estos
y muchos otros pensamientos, divisó a lo lejos, junto al puente de palos que
cruza el Arroyo de las Murmuraciones, una silueta de mujer. Mientras se iba
aproximando supo que era una anciana que llevaba un bolso de cuero cruzado en
bandolera. Catanga le había anticipado
que se encontraría con Tulumba. ¿Sería ella?
La anciana
hizo con sus manos una señal de bienvenida y dio unos pasos acortando el
encuentro. Vestía de negro y cubría su cabeza con un pañuelo blanco. Su rostro
aún mantenía parte de la belleza de otros tiempos, en sus ojos negros aparecía
la bondad y en su sonrisa la confianza y la simpatía.
-Hermosa
mañana – dijo Ana Luz a modo de saludo-. ¿Me estabas esperando?
-Así es. A
partir de este momento viajaremos en mutua compañía. Mi nombre es Tulumba.
-¡Tulumba!
Tú eres la partera que me trajo a este mundo. ¿Es así?
-Lo soy,
Ana Luz. Soy quien te tomó en sus manos por primera vez, quien cortó tu cordón
umbilical y te envolvió en pañales.
-Mi madre,
Catinga, alguna vez te mencionaba,
aunque no era un tema del que hablara con frecuencia.
-La
comprendo porque entonces ella y Cabalango
eran parte del pueblo de la oscuridad. Conozco bien la historia de ti y de tu familia.
-También
fuiste tú quien me dio el nombre. ¿Por qué llamarme Ana Luz?
-Si
estuviera con nosotros Catanga, ella te
diría que no hicieras esa pregunta. Sabes bien por qué llevas ese nombre, así
como sabes cuál es ahora tu misión.
-¿Puedo
saber al menos de dónde obtuviste mi nombre? ¿Lo inventaste?
-No, Ana
Luz, tu nombre está escrito en el Pirca Taragoto.
-¿Qué es
eso?
-El Libro de los Signos. Pronto tendrás oportunidad de tenerlo en tus manos.
Ahora debemos continuar caminando, apresurando el paso pues se está haciendo
tarde. Debemos llegar antes del anochecer.
Por el camino
de tierra iban contemplando la extensa
planicie verde del Valle del Silencio donde pastaban cabras, ovejas,
vacas y caballos salvajes. Desde donde se encontraban podían contemplar la Torre Negra y mucho más
allá, detrás de las sierras chicas, estaba la ciudad de Covadonga. Ana Luz
pensó en sus padres y tuvo para ellos
pensamientos de amor y de
bienaventuranza.
A media tarde
se detuvieron y compartieron la comida que las viajeras llevaban en sus
pequeñas alforjas. Queso de cabra y dulce de membrillo y un puñado de higos
secos que Tulumba había recogido de un bosque de higueras que se ocultaba al
pie del Cerro Champaquí.
Reiniciaron
la marcha y al poco andar observaron a lo lejos la columna de humo que salía
por la chimenea del rancho de sus amigos. Apenas un rato después Sultán vino a
hacerles compañía y con las primeras sombras del atardecer ya estaban en las proximidades observando a
Nahuel que les hacía señas para que apuraran el paso. Ana Luz corrió y tras
ella, más lentamente, Tulumba procuraba no demorarse.
Apenas transpusieron la puerta los gritos de
Tanti indicaban que el bebé estaba a punto de nacer. Nahuel,
siguiendo las indicaciones de su esposa, había hecho hervir agua en unos
recipientes y tenía sobre una silla un par de toallas limpias, algodón,
alcohol, y un par de tijeras desinfectadas.
-Pronto,
voy a lavarme las manos. Ustedes dos se quedan aquí. Preparen algo de comer
mientras yo hago mi trabajo. No me agrada que interfieran cuando estoy trayendo
un niño al mundo.
La comadrona
ingresó al dormitorio con los elementos necesarios para el parto. Tanti seguía
gritando de dolor hasta que la anciana puso sobre su frente un paño embebido en
agua fresca.
-Está
bien, mi querida. Aguanta tu dolor que en un momento tendrás a tu hijo en
brazos. Vamos, ahora puja con fuerza, con más fuerza. Respira hondo y vuelve a
pujar. Así…Así está bien…Ahora veamos que tenemos aquí.
En la
cocina, Ana Luz y Nahuel no sabían qué hacer. Se movían de un lado a otro, se
sentaban, se ponían de pie, preparaban un tazón con té pero lo dejaban
enfriándose, se miraban sin decir palabra hasta que minutos después de escuchar el llanto de un recién nacido, por el umbral apareció Tulumba con una
criatura envuelta en pañales. Se mostraba orgullosa, como siempre que era la
intermediaria para sacar un niño del vientre de sus madres.
-Miren
cuánta belleza. Es una niña, la niña más hermosa del mundo.
-¡Una
niña!
-¡Soy
padre de una niña!
-Así es,
Nahuel, ahora ve con tu esposa, que te necesita. Bésala y dale gracias por el
fruto que te ofrece.
El joven
padre ingresó al dormitorio al tiempo que Tulumba mostraba a Ana Luz el rostro
de la recién nacida. Era, como todos los niños que vienen al mundo, un ser
pequeñito, arrugado, con escaso cabello. Los ojitos se abrían y se cerraban a la luz de la
lámpara.
-La
sostendré en mis brazos mientras tú consultas el Libro de los Signos. Tómalo
con cuidado. Busca el nombre, el nombre único que esta niña tendrá a lo largo de su vida.
Ana Luz
tomó el pesado libro y comenzó a pasar una página tras otra. Era en realidad,
un libro único, mágico, que guardaba los nombres, los números y el destino de
cada criatura viviente. En cada página aparecían fichas de diversos colores,
cada una con un nombre, en todas las lenguas de todas las culturas del mundo.
Cuando el movimiento de imágenes cesara, ahí estaría el nombre de la niña, ese
nombre que hacía multiplicar los latidos del corazón de Ana Luz.
-¡Aquí
está! ¡Aquí está el nombre. Puedo leerlo claramente.
-Sí,
pronúncialo en voz alta.
-Ana
Sofía.
-El más
bello nombre para la más bella niña. Ahora cierra el libro y dámelo.
Ana Luz
obedeció, luego tomó a la niña y la besó. Entró al dormitorio y la puso en
brazos de su madre.
-Aquí
tienes a tu hija, Tanti. Se llamará Ana
Sofía. Acabo de elegir su nombre, el nombre de mi ahijada, tal como me lo
habías pedido.
-¡Ana
Sofía!
-¡Ana
Sofía! – repitió Nahuel como saliendo de un sueño.
-Bien –
dijo Tulumba-, es hora de que tanto la madre como su esposo y sus invitadas se
sienten a cenar. A Tanti por ahora solo le ofreceremos un plato de sopa. Mañana
podrá alimentarse como es su costumbre.
Chacay
Nahuel salió al patio, sacó la tapa del horno y retiró una fuente con carne
asada, papas y cebollas.
Ana Luz
ordenó la mesa y de inmediato se sentaron a comer. Todos parecían tener el
mejor apetito: las viajeras por el esfuerzo realizado y el joven padre por la
emoción que estaba viviendo. Mientras tanto Tanti gustaba un tazón con sopa y
hojas de menta silvestre. De postre se sirvieron nada menos que arroz con
leche, uno de los postres preferidos de Ana Luz.
-Les he
preparado un par de catres para que descansen.
-Gracias,
Nahuel. Nosotras nos arreglaremos. No dejes a Tanti ni un momento sola. La niña
duerme plácidamente en su cunita. Mañana será otro día. Por ahora todo está
bien – dijo la anciana poniéndose de pie.
Una vez
que todos acabaron de prepararse para el
descanso, el dueño de casa apagó el farol a querosén. La humilde vivienda quedó
en silencio, hasta que Ana Luz, siempre curiosa, se le ocurrió preguntar:
-Tulumba,
¿eres partera de los brujos y también de los humanos? No entiendo, porque yo
creía que…
La anciana
a interrumpió para decirle con voz dulce y amable:
-Mi
querida Ana Luz, hay una sola vida, una vida a
la que todos tenemos derecho, humanos o brujos, ricos o pobres. Solo nos separa y nos enfrenta la ignorancia.
¿Has comprendido cuál es la diferencia?
-Sí.
Tienes razón. No debí haber hecho la pregunta.
-A
propósito, antes de que te duermas, ¿quieres que te revele el significado de tu
nombre?
-Nada me
haría más feliz.
-Ana Luz
significa “madre de los mundos visibles”.
-¡Qué
maravilloso! ¡No lo puedo creer! Ahora dime, por favor, el significado del nombre de la niña que
acaba de nacer.
-Ana Sofía
significa “madre de la sabiduría”. ¿Te dicen algo esas palabras?
Ana Luz
tuvo el presentimiento de que algo muy importante acababa de suceder en ese
humilde rancho construido en los
confines del Valle del Silencio.
-No te
imaginas lo que está sucediendo en mi mente y en mi corazón, Tulumba. Buenas
noches.
-Bamba
Ananda, Ana Luz.
Capítulo 15
ALEGRÍAS Y TRISTEZAS
Ana Luz y
Tulumba despertaron con las primeras luces del alba, en el momento en que
Nahuel encendía el fuego en la cocina para preparar el desayuno.
La noche había transcurrido en paz, cada uno
con una emoción diferente relacionada con el nacimiento de la niña.
Tanti, todavía dolorida por el parto pero con el deseo de que Ana Sofía se
prendiera a mamar en sus pechos por primera vez. Nahuel, como era habitual en
su carácter, permanecía callado y
laborioso, servicial. Tulumba tomaría un
rumbo diferente para asistir a una hechicera joven en algún lugar de las
Montañas Mágicas. Ana Luz, colmada por las nuevas emociones que suponía ser la
madrina de una recién nacida, con cuánto placer se hubiera quedado allí algunos
días, pero su deber era regresar para cumplir con la promesa hecha a la Bruja
Solitaria.
Desayunaron
leche caliente con torta de grasa, manteca casera y dulce de piquillín. El
momento de la despedida se iba aproximando mientras el sol aumentaba su luz y
su calor sobre los campos.
-Abuela
Tulumba, debe decirme cuánto le debo – dijo Chacay Nahuel-. No solo quiero que
regrese con mi agradecimiento sino también con un poco de dinero.
La vieja
partera sonrió, mostró las palmas de sus manos y dijo:
-Con estas
manos, desde joven y hasta que muera, continuaré con el único trabajo que sé
hacer. No recibo paga alguna porque no necesito del dinero. Vivo de la caridad
de mis amigos y de los frutos que voy encontrando por aquí y por allá, en la
región de la luz y en los dominios de la oscuridad.
-Entonces,
le ruego que acepte este queso de cabra que ya está listo para ser servido. ¿Le
agrada?
-Por
supuesto, hijo, con ese obsequio me doy por satisfecha. Ahora, tendrán que
perdonarme, pero debo continuar con mis obligaciones.
Ingresó al
dormitorio y saludó a Tanti que en ese momento acababa de despertar. Dio un
beso a la bebita y luego de despedirse con un abrazo de Ana Luz y Nahuel, cruzó
su bolso de cuero en bandolera y salió al camino de tierra que la llevaría
hacia un lugar que solo ella sabía. Sultán la acompañó durante una legua y
luego regresó ladrando y correteando como si también él estuviera contagiado
por las buenas ondas que cubrían la casa de sus amos.
Ana
Luz preparó su bolso, el cayado que le
servía de apoyo y de arma de defensa en caso de peligro. Peinó su larga
cabellera y luego armó sobre su nuca un artístico rodete que sujetó con un broche
de hueso que Catinga le había regalado cuando emprendió el viaje rumbo al Cerro
de las Brujas. Con pasos ágiles ingresó al dormitorio para despedirse de la más
querida de sus amigas y del pequeño ser de quien ya era la madrina, es decir la
persona que reemplazaría a la madre carnal si ésta faltara.
-¡Vaya,
Ana Luz, qué elegante te ves con ese peinado! Pareces más alta, más elegante,
más bonita.
-No seas
adulona, Tanti. Mi propósito no es
parecer atractiva sino viajar lo más cómoda
posible.
-Pero eres hermosa y elegante. Cuántos hombres caerían
rendidos a tus pies si llegaran a conocerte.
-No estoy
segura de si ése será mi destino. En la región donde por mucho tiempo viviré no
hay hombres guapos y si los hubiera, no siento que ser esposa o madre sea mi
vocación.
-¿Por qué
dices eso? ¿No te gustaría formar una familia?
-No,
Tanti. Tal vez la familia a la que pertenezco
y a la que me debo no sea del tipo que todos conocen.
-No
entiendo lo que dices. ¿A qué familia te refieres?
-Podría
decirte que es la que está formada por todos los seres que amo, aunque no sean
de mi sangre. Por ejemplo, además de mis padres, estás tú y tu esposo, Catanga,
Ana Sofía y mi amada Cabana.
-¡Cabana!
¿Quién es Cabana? Nunca me hablaste de ella.
-Son
tantas las cosas de las cuales no hemos hablado. Presiento que un día,
cualquiera de los que vienen, nos sentaremos a charlar como lo hacíamos cuando
éramos dos niñas traviesas. ¿Recuerdas?
-¡Cómo
olvidar aquellos hermosos días!
-Pasará
algún tiempo antes de que podamos
volver a vernos, Tanti. Tengo algunos asuntos urgentes que resolver.
Hasta no sé cuándo no tendrás noticias de mi loca vida por esas
montañas del demonio.
-Te
recordaré cada día, Ana Luz.
-Yo te
enviaré mis mejores deseos y también a mi ahijada. No tengas pensamientos
negativos pues nadie te hará daño. Te lo prometo, Tanti.
-Buena
suerte.
La joven
guerrera, como acostumbra llamarla Catanga, abrazó a Tanti. Se besaron en ambas
mejillas, como era su costumbre. Luego tomó en brazos a Ana Sofía y ambas
tuvieron su primer contacto: sus ojos se encontraron, se reconocieron y se
amaron. Ya no existía duda alguna: ambas eran hijas de la luz. Las dos tendrían
una tarea, un destino superior que cumplir.
-Ana
Sofía, te bendigo desde lo profundo de mi corazón-. La pequeña mostró en su
rostro una amplia sonrisa. Eso era el colmo de la felicidad para Ana Luz, una
felicidad distinta, un bienestar que nunca antes había experimentado.
Salió al
patio para despedirse de Nahuel que estaba terminando de ensillar un caballo.
-Hoy no
podré acompañarte. Sabes que debo permanecer cada momento con mis dos mujeres.
-Lo sé.
-Montada
en mi caballo irás más rápido y te cansarás menos. Cuando llegues al puente de
madera, desmonta pues Indio jamás se animaría a cruzar al otro lado. Ata las
riendas a su pescuezo y dale una palmada en sus ancas. Esa será la señal de que
debe regresar de inmediato a las casas.
-Adiós,
Nahuel. Gracias por tu generosidad. Cuida a tu esposa y a mi ahijada.
-Lo haré.
Como en
otras oportunidades no se abrazaron ni besaron ni se dieron la mano. Una
inclinación ceremoniosa de cabeza era suficiente para despedirse.
Hacía
tiempo que Ana Luz no montaba a caballo pero como esa habilidad no se olvida,
inició el regreso a galope corto. A ambos lados
del camino de tierra pastaban los caballos salvajes que se volvían
curiosos al paso de la joven jinete.
Al llegar
al puente de madera, hizo lo que el esposo de su amiga le había recomendado.
Mientras cruzaba en dirección a su hogar, dio la vuelta para ver cómo Indio
galopaba directo al encuentro de su amo.
Estaba
ansiosa por llegar a su refugio. Todavía era temprano de modo que tendría
tiempo para realizar algunas tareas y de paso dedicar algunas horas a la
lectura. Comenzó a subir con esfuerzo por el serpenteante sendero con el
extraño presentimiento de que algo malo había sucedido. Apresuró el paso hasta que se detuvo asombrada y conmovida por
lo que estaba viendo. El frente de su hogar cavado en las rocas estaba destruido
como si hubiera recibido poderosos impactos. Sus muebles y libros, sus ropas y
enseres de cocina yacían sobre el piso en un revoltijo impresionante. Tomó un
recipiente para buscar un poco de agua fresca en el manantial. Tenía sed y la
boca pastosa por la rabia y la impotencia que sentía. Al pasar por su pequeña huerta
no pudo contener una exclamación de odio. Las verduras y flores habían
sido aplastadas por las pezuñas de un animal
desconocido. Ni una sola planta se había salvado de la depredación.
Alguien, era evidente, le había enviado un mensaje esa misma mañana. Era
necesario y urgente ponerse en contacto con Catanga, pero ¿cómo encontrarla?
Más allá
del bosque de espinillos, ocultos tras unas rocas, Calabalumba permanecía
orgullosa y triunfante junto a la enorme bestia negra.
-Bien
hecho, Luán Toro. Eres un brujo que acaba de hacer honor a su leyenda. Tus
cuernos y pezuñas son capaces de derribar una montaña. Regresemos de inmediato.
Esta noche daré mi golpe maestro. Esa maldita cabra caerá en mis manos y cuando
eso suceda, no existirá nadie comparable a mi astucia, a mi poder, a mi
belleza.
Caminaba
riendo a carcajadas con sus inmensos ojos ciegos enrojecidos por la ira.
Capítulo
16
CACERÍA NOCTURNA
El fino
oído de Calabalumba percibió ruidos y voces que iban aproximándose a su
guarida. Eran cientos de espíritus del mal que
surgían de sus madrigueras apenas
el sol se ocultó tras las siluetas de las Altas Cumbres. Habían sido convocados
para realizar la mayor cacería de la que se tendría memoria en los dominios de
los cuales era la legítima y única Heredera. Dentro de un instante batiría sus
palmas para despertar a la pequeña comunidad que convivía con ella, entre los
cuales estaban los brujitos más inteligentes y astutos aunque para ella sólo
eran una manada de estúpidos.
Durante
aquel largo día que llegaba a su fin, la joven ciega no había podido conciliar
el sueño. Una y otra vez aparecía ante ella la imagen de Ana Luz en el momento en que ella se había dispuesto a atacarla. Con un paso atrás su peor enemiga
había pronunciado un conjuro y desaparecido literalmente de su vista en un
instante, en lo que dura un relámpago,
sin dejar un rastro, una señal que indicara dónde
se podría haberse ocultado. Ese
truco, según supo por las enseñanzas de
su detestable abuela Sandunga, únicamente podía ser realizado por aquellos
que recibían no solamente un entrenamiento riguroso sino
que habían sido fortalecidos por un tónico que ni ella ni ninguno de sus magos
serían capaces de preparar en los alambiques que se
ocultaban bajo siete llaves.
-“Tal vez
el secreto esté en esa Cabra Invisible” – pensaba mientras hacía sonar las
palmas de sus manos.
-¡Arriba,
haraganes! Ha llegado la hora de trabajar. Afuera esperan sus hermanos y
hermanas confabulados por obediencia para que esta noche empiece yo a
convertirme en la soberana más joven de todos los mundos. ¡Arriba!
En tropel,
con sus caras y manos sucias, lagañosos por tantas horas de sueño, los súbditos
de su perversa majestad se reunieron en la explanada. Bombo y Congo traían
sobre una especie de palanquín la trampa
que Taninga, el Espíritu de las Aguas, había ofrecido para la cacería de
la Cabra Invisible. Se movían inquietos, reían sin motivo aparente, se daban
codazos y empujones hasta que quedaron inmovilizados por la voz tronante de
Calabalumba.
-Ahora,
presten atención, porque no pienso repetir una sola palabra. Miren hacia los
cerros y valles que están a nuestros pies.
La
multitud giró sus ojos y se escuchó un grito de asombro.
-¡Oh!
Formando
un triángulo en la lejanía se elevaban las llamaradas de los Espíritus del
Fuego: Quipán, Talamuyuna y Quichagua, las brujas salamandras de Villa
Adelina que iluminaban la noche con
demoníacos resplandores.
-Esos
fuegos están marcando la zona de ataque. Todos ustedes irán formando un
semicírculo y avanzarán hacia la desembocadura del Cañadón de las Ánimas, paso
a paso, de manera que nuestra presa huya hacia donde se encontrarán Bombo y
Congo sosteniendo esta jaula de cristal
donde quedará encerrada. ¿Han comprendido?
-¡Sí,
Bruja!
-¡Alguien
tiene algo que decir?
-No,
Bruja.
En ese
momento se aproximó, bufando con fiereza, un inmenso toro negro, cuyos cuernos
y pezuñas parecían brillar como rubíes en la oscuridad. Eran pocos los que
habían estado en presencia de semejante bestia. Algunos retrocedieron y otros se quedaron aterrados, cuchicheando y
haciendo gestos de sorpresa.
-Mi leal
sirviente, Luán Toro, partirá en primer lugar. Cuando llegue al final del
cañadón, derribará un portal de rocas que hay allí para que el sendero quede
sellado. Nadie, por más invisible que sea, podrá atravesar esa muralla de
piedras. No aceptaré ni errores ni actos de cobardía. Si es necesario dejen sus
vidas por mí.
¿Es esa su voluntad?
-¡Sí,
Bruja!
-Juren
en voz alta.
-Aminga
sanga tatanga Calabalumba (Calabalumba,
eres nuestra dueña, la más poderosa).
-Eso es,
eso es. Espero que después de medianoche, cuando el Gallo del Diablo eleve su
canto, pueda tener ante mí lo que nadie hasta esta noche, según dicen las
antiguas enseñanzas, ha podido capturar.
Se hizo un lamentable silencio durante el cual
pareció que la joven de roja caballera iba agregar otras palabras, pero solo
dio la orden.
-¡Que los
espíritus del mal y de la noche eterna los acompañen! No saben con cuanta
ansiedad los estaré esperando.
Una
estampida pareció sacudir los montes
y la noche. Por cada sendero, unos
corriendo, otros arrastrándose, otro grupo en veloces escobas voladores, la
multitud se orientó en dirección al objetivo antes señalado. Calabalumba se
cubrió con su manto y a pasos rápidos, se dirigió al salón comedor donde la
estaban esperando sus fieles cocineros, los diminutos gnomos de las montañas.
-Bamba
Ananda, señora.
-Bamba
Ananda, anda trenke. (Buenas noches, queridos hijos). ¿Cuál es el menú
de hoy?
-Sopa de
cangrejos, comadreja asada con picadillo de hígado de sapo. De postre una
porción de jalea de carqueja amarga.
-¿Olvidaron
la bebida?
-Por
supuesto que tenemos aquí una jarra con tu bebida preferida, el trinki (aguardiente de piquillín) que tanto
te agrada.
-Tienen
razón. Creo que esta noche merezco algunos tragos de alcohol. Aunque no tengo
demasiado apetito, comeré, y brindaré a cuenta
de mi futura felicidad.
A la luz
de raquíticas velas que despedían un olor repugnante, Calabalumba empezó a
cenar lentamente, saboreando cada bocado y sonriendo con una ferocidad tan
desmesurada que hasta los pobres hombrecillos temían que en cualquier momento
los castigara arrojándoles la comida sobre sus cabezas, tal como lo había hecho
en innumerables oportunidades.
Mientras
tanto, en algún lugar que en ese momento estaba siendo rodeado por los furtivos
cazadores, Cabana tuvo el mal presentimiento de que le sería difícil escapar a
la redada. Era invisible, pero no podía ni volar ni evitar que su pequeño
cuerpo pudiera ser lastimado o atrapado. En su largo peregrinar por estos
mundos, había sufrido golpes y persecuciones tanto de día como de noche. Bajo
el sol eran los humanos quienes con sus perros corrían tras los sonidos de su
campanilla creyendo que era una cabra madrina con su rebaño. Nunca pudieron
atraparla aunque en una ocasión uno de los perros alcanzó a morderla en una de
sus patas.
Durante las noches escapó a docenas de trampas:
pozos disimulados con ramas, lazos de alambres muy finos y apenas visibles,
lluvia de piedras y objetos punzantes, la mordedura de una víbora yarará y
cuántos otros ataques.
-“Correré a lo largo del Cañadón de las
Ánimas” se dijo. “Al final hay un
pequeño túnel por el cual podré escapar. Desde ahí hasta mi escondite secreto
hay pocos pasos. Debo apurarme”.
Lo que
Cabana en ese momento no sabía es que Luán Toro ya había derribado el portal
bajo el cual corría el estrecho túnel por el que ella pensaba pasar al otro
lado. Tampoco sabía que en ese estrecho lugar, el Brujito Loco y su malvado compinche Congo ya habían colocado la trampa de la cual no le
sería tan fácil escapar.
El cerco
se iba estrechando mientras la cabra corría a más no poder. Un coro de gritos,
ladridos, bufidos, insultos, maldiciones, risotadas la seguía cada vez más
cerca hasta que finalmente, con un brusco chasquido la puerta de la trampa se
cerró tras ella. El artefacto era estrecho y aunque lo intentó, los barrotes de
cristal no cedieron a sus arremetidas. La risa burlona de sus captores fue la
señal de que estaba empezando a perder su preciosa libertad. ¿Qué harían con
ella? ¿Adónde la conducirían? Observó que la estaban transportando
en un palanquín sobre los hombros
de dos desagradables jóvenes, seguidos por una muchedumbre de seres que tenían los más ridículos
aspectos. “Estoy perdida” – se dijo, y se echó a dormir plácidamente.
Capítulo 17
DE MAL EN PEOR
Ana Luz
pasó ese día y el siguiente
procurando recuperar lo que quedó bajo los escombros a los que había sido reducido su hogar. Sacudió el
polvo y volvió a guardar sus libros, ordenó los elementos de la cocina, lavó la
ropa de cama y procuró, aunque no lo logró del todo, poner en su lugar las
piedras que sostenían la puerta de entrada.
Trabajó en
silencio, guardándose las lágrimas y reprimiendo su enojo, aunque tenía la
certeza sobre quién había ordenado el ataque. Sin embargo, lo que más la
entristeció fue pensar que Catanga, a pesar de la confianza y la amistad que
las unía, jamás le había revelado el modo de llegar hasta su escondite secreto.
Solo un par de veces en su vida había
estado en ese rincón de las Sierras Grandes cuando era niña. La primera vez se
había reunido imprevistamente con la Bruja Suprema después de su
encuentro con la Cabra Invisible. En la otra ocasión había sido guiada
por el sonido de la campanilla pero no recordaba cómo orientarse sin perderse
en lo que era un verdadero laberinto sin salida.
Llegó la
noche y apenas probó bocado. La morada
había recuperado parte del orden y limpieza que su dueña imponía aunque
ya no volvería a ser la misma. Cansada y confundida pasó buen tiempo de la
noche leyendo. De vez en cuando se levantaba, hervía agua y tomaba un tazón de
té. Volvía a recostarse y continuaba leyendo pero la vencía la preocupación, se
distraía en la lectura y debía volver sobre la misma página. Al fin, agotada,
se quedó dormida y despertó cuando por uno de los ventanucos abierto en la
pared comenzó a entrar la luz de la mañana. Ordenó su cama, tomó un rápido desayuno, y salió a respirar
el aire fresco antes de comenzar su tarea en la huerta pisoteada, cuando se
sorprendió al ver sobre la rama de un árbol a
un pájaro que ella conocía.
La blanca
paloma mensajera parecía haber estado esperándola. Comenzó a arrullar y a dar
vueltas como sugiriendo que la siguieran. Sin demorar un instante, Ana Luz
cerró la puerta y salió al sendero de piedras procurando no perder de
vista a Colombina aunque ésta iba y venía haciendo círculos y volviendo a
orientarse. Al internarse en una especie de bosque de quebrachos, observó que
muy alto, planeando con el sigilo propio de su especie, Ashpa Puca vigilaba los
alrededores. La bella y valerosa águila real estaba protegiéndola a ella y a la
paloma de posibles ataques, pues era evidente que algunos secuaces de la
Heredera no temían la luz del sol y realizaban sus operaciones a plena luz del
día.
El camino
resultó largo porque no iban en línea recta. Por momentos el sendero doblaba a
uno y otro lugar por paisajes que se iban tornando más y más espléndidos.
Árboles enormes de tupido follaje, flores de increíble belleza que exhalaban
los más exquisitos aromas, pájaros de vivos colores que gorjeaban, conejos y
pequeñas tortugas, mariposas que
llevaban en sus alas mensajes escritos en vaya a saber qué idiomas.
Al salir
de un sendero formado por arbustos y rosas silvestres, apareció el refugio de
Catanga, ese lugar que ahora sí comenzó a recordar, feliz por volver a
encontrarse con su maestra y protectora. Como la puerta estaba cerrada golpeó con sus nudillos. Después de un breve
silencio, se escuchó:
-Adelante,
mi pequeña, te estaba esperando.
Ana Luz
empujó la pesada puerta y lo primero que la alarmó fue el aspecto de la Bruja
Solitaria. Se la venía triste y agotada y parecía no poder levantarse para
saludarla como era su costumbre. Se irguió apenas en la cama para abrazar y ser
abrazada por la joven, se dieron cálidos besos en las mejillas y tomándose de
las manos se miraron a los ojos.
-¿Qué
pasa, Catanga? ¿Estás enferma?
-Ojalá
solo fuera eso. Creo que vamos de mal en peor.
-Me
quedaré a cuidarte. ¿Por qué no me avisaste que me necesitabas?
-Ya sabrás
el porqué.
-¿Cómo
supiste lo que me ha sucedido?
-En los
ojos de Colombina vi el desastre que hizo en tu hogar esa bestia.
-¿Sabes
quién es?
-Su nombre
es Luán Toro, un asesino que ha venido desde el lejano sur a servir a su ama y
amiga. Ya sabes de quien estoy hablando. Pero, lamentablemente, tengo otras
noticias tristes que darte.
Catanga
apoyó su cabeza en la almohada y por primera vez Ana Luz vio que dos lágrimas
asomaban a sus pequeños ojos. No sabía cómo
encontrar las palabras adecuadas, pidió un poco de agua y después de tomar un sorbo, con voz pausada,
dijo:
-Lo siento
mucho, mi querida Ana Luz, Cabalango ha fallecido.
-Mi padre,
mi pobre padre. ¿Cómo murió?
-Su
corazón se detuvo mientras cavaba una zanja en una obra en construcción. Los
médicos de Covadonga no pudieron salvarlo.
-¿Cómo lo
supiste?
-El
Mensajero que todos los meses lleva el dinero de doña Salomé a tu familia ha traído la noticia.
-¿El
Mensajero? ¿Quién es él? Y mi madre, ¿cómo está?
-Ya
conocerás al Mensajero, cuando llegue el momento. En cuanto a Catinga ahora
vive con una familia que la protegerá
hasta el momento en que puedas hacerte cargo de ella. Lo siento, debes
saber que para la muerte la magia no sirve para nada.
Ana Luz se
quedó pensativa. Las ideas y los sentimientos se mezclaron y se confundieron de
tal modo que por momentos se preguntaba qué hacía ella en ese lugar, por qué no
había estado junto a sus padres, por qué tantos cambios, tantos nuevos
peligros. ¿En nombre de qué? Sin embargo, cuando sus ojos volvieron a
encontrarse con los de Catanga, supo que más allá del bien y del mal ella tenía
una tarea que cumplir. Se secó las lágrimas que mojaban sus ojos, se puso de
pie y fue hasta la cocina en la que ardían unos leños y sobre ellos un caldero
negro.
-Te haré
un tazón con sopa. No me digas que no comerás porque voy a enfadarme contigo.
¿Escuchaste, Catanga?
La anciana
volvió a hundirse en el silencio. Su propósito jamás había sido el de alarmar a su amiga y discípula, pero
no podía callar sus preocupaciones.
-Hay otro
problema, Cabana ha desaparecido.
-¿Qué?
-No tengo
señales de ella desde hace dos noches. Sabes que nuestra amiga vive sola en un mundo que nosotros no podemos
ni ver ni comprender. Desde hace incontables siglos somos aliadas y realizamos
nuestros trabajos de común acuerdo. Pues bien, nuestra hermosa y blanca cabrita
ha desaparecido.
Después de
pronunciar las últimas palabras Catanga
sonrió y pareció recomponerse. Ana Luz se quedó tiesa, otra vez con sus
ideas y emociones envueltas en un embrollo.
-¿Por qué
te ríes? Pensé que la ausencia de tu amiga te producía una gran tristeza.
-Todavía
eres muy joven para comprender lo que pasa en las altas esferas de la brujería.
No creas que tenga fiebre ni que esté pareciéndote una vieja soberbia. Sucede
que esa Cabana tiene a veces un comportamiento insólito.
-Si es así,
entonces tú también tienes a veces un comportamiento difícil de comprender. Por
ejemplo, ya que tocamos el tema, me gustaría saber por qué durante tantos años
que nos conocemos no me diste la clave para llegar…
Las
interrumpió la entrada repentina de Colombina. Catanga le hizo una seña y de
inmediato la paloma se aproximó iniciando su arrullo y mostrando en sus ojos el
mensaje, las imágenes de lo que acababa de registrar en las proximidades.
-¡Vaya!
Ahora sí que estamos en peligro. Llama de inmediato a tu amiga.
Ana Luz
no tenía ni la menor idea de lo que
estaba por suceder. Se apartó para que ingresara el águila real con sus alas
plegadas y el cuello vigoroso, atenta para recibir instrucciones.
-No hay
tiempo que perder, Ashpa Puca. Vuela hasta el Desfiladero de los Esqueletos al
encuentro de quien viaja directamente para hacer lo mismo que hizo con el hogar
de Ana Luz. De tu audacia, de tus garras y pico dependen nuestras vidas. Confío
en ti. Vuela.
Apenas
cruzó el umbral, el inmenso carnívoro correteó unos metros y elevó su
veloz vuelo. Dio unos giros en el aire
para orientarse, tomó altura y como una flecha se lanzó sobre el negro objeto
que ya había divisado avanzando impulsado por su mente asesina. El toro también
vio a su atacante y se detuvo. Con sus patas delanteras comenzó a escarbar la
tierra mientras su bramido estremecía las montañas. Bajó la cabeza y al
instante sus largos y afilados cuernos se dispusieron para convertir a su
adversaria en un puñado de carne y plumas sanguinolentas.
Ashpa Puca
tomó impulso y en la primera pasada apenas rozó la cabeza de Luán Toro. Dio la
vuelta y pareció huir con el propósito de que el enfurecido animal
se desplazara hasta las
proximidades de un profundo abismo. No
pareció sospechar la maniobra y corrió enfurecido hasta que sintió que las
garras del animal volador le habían arrancado un ojo. La sangre que le corría por el hocico volvió a excitarlo. Su visión estaba disminuida
pero no su odio, el deseo de ganar esta batalla y correr hasta la oculta morada
donde en esos momentos Calabalumba
esperaba el desenlace.
El próximo
ataque de Ashpa Puca no fue tan certero. Confió en su velocidad pero erró el
picotazo y una de las afiladas astas le hizo un corte en uno de sus muslos. Se
elevó, reunió fuerzas y se ubicó a la distancia, posada sobre unas rocas casi a
la altura del suelo. El toro embistió enceguecido por la sangre y la furia y su
impulso solo sirvió para que el águila real le arrancara el otro ojo. Ciego,
impotente, Luán Toro corrió completamente desorientado de un lado a otro hasta
que se precipitó al abismo en cuyo fondo podía verse desde el aire, una montaña
de huesos blanquecinos sobre los que descansaba para siempre el fiel sirviente
de la Heredera.
Cumplida
su tarea Ashpa Puca retornó para dar la señal de que había cumplido su tarea.
En un momento, Catanga curó sus heridas con sus pomadas y lociones curativas.
Supo que uno de los peligros había desaparecido pero vendrían otros hasta
que se cumpliera el fin de sus tiempos
en este lugar del mundo.
Antes del
anochecer Ana Luz salió a caminar por los alrededores. Pensó en su padre, en
aquel humilde gordito que siempre exageraba respecto de su valentía, no era muy
trabajador y tenía la costumbre de comer
en exceso pero ya no de beber. Su hija recordó
aquella noche, hacía muchos años,
cuando ella había descubierto el alambique donde Cabalango fabricaba sus licores. Destruyó la construcción
y desde entonces, el antiguo brujo de las montañas dejó de beber. Después
vinieron otros tiempos, otros modos de vida. La nostalgia por la familia
emocionó a la discípula de la Bruja Solitaria pero contuvo a tiempo sus
emociones. La noche se aproximaba y no era prudente permanecer al aire libre.
Capítulo 18
EL TROFEO
Antes de
que comenzaran a llegar los brujos supremos de lejanas regiones, Calabalumba
abrió una puerta secreta y penetró en un socavón donde estaban trabajando
febrilmente las tejedoras. Salavina,
Calingasta y Talacayu eran tres viejas
y enormes arañas que tenían como única
tarea elaborar las telas con las cuales la joven ciega hacía confeccionar sus
extravagantes vestidos.
Al verla
ingresar los arácnidos apresuraron su labor, combinando fuertes hilos de
diversos colores que iban copiando de los dibujos tal como se mostraban en los diseños grabados en una de las paredes de roca.
-¿Cómo va
el trabajo?
-Bien,
Bruja. Ya estamos terminando – respondió Calingasta que tenía un ojo más grande
que el otro.
-Mi nuevo
vestido deberá estar listo para la noche de mañana. Estoy ansiosa por ver cómo
luciré en el momento de mi coronación.
-Te verás
más hermosa que nunca – dijo Talacayu en
tono adulador.
Salavina
se quedó en silencio pues era muda de nacimiento. No obstante inclinó su enorme
cabeza en señal de reverencia.
-Para que
comprueben que no las olvido, les
he traído una
cena especial – dijo la futura soberana del pueblo noctámbulo.
Destapó
una enorme caja de la que salieron miles de moscas, mosquitos y mariposas, la
comida predilecta de las tejedoras. Seguían tejiendo disimuladamente porque sabían que hasta que no llegara la
orden no podrían satisfacer su apetito. A una señal de su ama, los bichos
corrieron por todos los rincones buscando a sus víctimas y devorándolas con desesperación.
-Apenas
terminen de cenar, vuelvan a su trabajo. Más vale que mi vestido de gala esté
perfecto. ¿Escucharon?
-Sí,
Bruja.
Calabalumba
salió por el pasillo que la conducía a la Caverna Mayor. Al centro, sobre una
mesa de piedras, se veía un objeto rectangular cubierto por un paño negro. A
sus costados ardían dos velas enormes que también iluminaban el estrado donde
ella y sus invitados tomarían asiento. Sólo faltaba la señal que no era otra
que el canto del Gallo del Diablo. A un batir de palmas ingresó Bombo,
disfrazado con las ropas de un ridículo payaso, gorra de dolores, zapatones
puntiagudos y coloretes en las mejillas.
-Que seas
el maestro de ceremonia significa que por esta noche te he perdonado. Que la
gente de mi pueblo espere en la explanada y que guarden silencio.
-Así se
hará, Calabalumba.
-Ahora,
uno a uno, que vayan ingresando mis invitados. Debo conocerlos, dialogar con
ellos y mostrarles el trofeo prodigioso que tengo ante mi vista. Hazlos pasar.
El Brujito
Loco regresó en un momento y con voz firme
que resonó en la oscura cavidad, dijo:
-Huascarán,
brujo supremo de la región de Atacama-. El aspecto del visitante era el de un
viejo cóndor, famoso por ser el asesino de las crías de cabras, ovejas y vacas.
Tenía una pata más corta que la otra, lo que daba a sus movimientos sobre el
piso un ondular desparejo y torpe.
-Bienvenido,
reverendo sacerdote del mal. Espero que te sientas cómodo. Ubícate a mi derecha.
Sin demora
volvió a ingresar el presentador.
-Londrina,
suprema soberana de las selvas brasileras-. Ante la vista de la recién llegada,
Calabalumba sintió un repentino ataque de celos. La joven mulata era la visión
más bella que un hombre podría contemplar. Lástima de semejante belleza para
cualquier varón, porque la hechicera
había practicado un juego diabólico con
docenas de jóvenes a los que sedujo y dejó abandonados en el extenso Pantanal
donde murieron de hambre o devorados por los
yacarés. Con una mueca agria que pretendía ser una sonrisa, la dueña de
casa la saludó.
-Bienvenida
a mi hogar, Londrina. Durante las próximas noches tendrás la oportunidad de
demostrarnos algunos de tus conocimientos. Siéntate donde te plazca.
La voz de
Bombo, anunció:
-La
princesa Yungas, ama y señora de los reducidores de cabezas de la región
ecuatoriana-. Por un instante ninguno de los presentes advirtió las formas de
la invitada que no era otra que la de una enorme boa que avanzaba arrastrándose
con la boca abierta de la que salía su
enorme y roja lengua.
-Qué
sorpresa, hermana. Hemos preparado algunos de tus bocados predilectos para la
cena de mañana. No creo que hayas
probado en tu vida el sabor de conejos, palomas y ratas como los que abundan en nuestro país.
Enróscate a mi izquierda, por favor.
Los ojos
de Bombo parecían salir de sus órbitas. Apenas le salían las palabras cuando
anunció el ingreso del cuarto invitado.
-El Jefe
Mapocho, soberano en la vida y en la muerte de Pueblo Perdido en las costas chilenas-. En realidad, el que
ingresaba era un fantasma, una enorme figura casi transparente, como si su
cuerpo estuviera sostenido por capas de cenizas blanquecinas. En el lugar de la
cabeza lucía una espantosa calavera.
-Eres una
leyenda entre nosotros, poderoso Mapocho. Desde que yo era pequeña mi abuela
tenía la pésima costumbre de decirme: Si
no me obedeces llamaré a Mapocho para que te dé una lección. Vaya si
entonces te temía aunque nada es ahora
igual para mí, quiero decir que ya no me
asustas.
El
fantasma, que en su juventud, hacía siglos,
había sido un jefe indio astuto y cruel, hizo caso omiso de lo que
acababa de escuchar y con un leve movimiento de sus hombros pareció decir que
nada le importaba.
-Tengo
para ustedes una sorpresa – dijo Calabalumba señalando el centro de la mesa-.
La presencia de alguien que nadie ha visto jamás, en ninguna región: uno de los
espíritus de la maldita luz que a tantos de nosotros ha destruido. Todos hemos sido adiestrados desde niños en las
males artes, en el embrujamiento y el mal de ojos, en la clarividencia y la
capacidad de mover objetos a distancia.
Tenemos nuestros laboratorios donde fabricamos pócimas y venenos para
tonificarnos o para eliminar a nuestros enemigos. Sabemos trepar hacia el cielo
estrellado montados en nuestras veloces escobas voladoras y hacer mil piruetas
en el aire. ¿Qué nos falta para completar nuestros extraordinarios poderes?
-¿Qué nos
falta – preguntó Londrina, con una sonrisa sarcástica-, para ser más poderosos
de lo que somos? No puedo creer lo que estoy escuchando.
La joven
ciega, cuya larga cabellera roja ondulaba a la luz de las velas, se puso de pie
y de un manotón descubrió la jaula de cristal invisible en la que permanecía
Cabana. Por supuesto que nadie vio objeto alguno, ni grande ni pequeño.
Sencillamente, sobre la mesada de piedras no se veía absolutamente nada. Todo parecía una broma imperdonable
hasta que la anfitriona tomó un puñado de pasto y lo pasó a través de los
barrotes. Como por arte de magia (pues
todo lo que estaba sucediendo era mágico), los tallos de alfalfa subían y
desaparecían. Alguien estaba masticando tranquilamente, un ser cuya invisible
presencia llenó de estupor a los invitados.
-Mañana,
al final de la ceremonia de mi consagración,
ustedes, junto a mi pueblo serán
los testigos de un hecho maravilloso, jamás visto. Por hoy nada más voy a
adelantarles. Los invito a que pasemos al comedor. Mis pequeños sirvientes han
preparado un menú especial para cada uno – anunció Calabalumba, aunque no tenía
ni la menor idea del alimento que le ofrecerían
al fantasma Mapocho.
-Por mi
parte – dijo Yungas -, debo confesar que estoy sorprendida. Pero antes de que
me ofrezcas tus manjares, debo entregarte un regalo especial que traje para
ti-. Con sus largos colmillos destapó una cesta de la que salieron docenas de
víboras venenosas que sin perder un instante se escurrieron en busca de comida.
-También
yo tengo un presente-. Era Londrina quien sacaba de un bolso de cuero de
caimán, un brillante objeto-. Mi
obsequio es el Espejo de la Verdad, en el que podrás contemplar tu belleza que
estoy segura será más perfecta en la
noche que viene.
Ni
Huascarán ni Mapocho traían obsequio alguno, nada que pudiera complacer a quien
los había invitado al cónclave en el que sería maldecida con el título de Bruja
Soberana de la región de las Altas Cumbres, Pampa de Achala, Valle de Mataderos
y el Cerro Champaquí.
La
Heredera por derecho propio no hizo gesto alguno pero pensó: “Miserables
avaros. Si por mí fuera les pondría veneno en sus comidas, pero debo ser
prudente. Los necesito para la ceremonia de la noche que vendrá, la noche que
toda bruja ha soñado durante su vida”.
-Queridos
amigos, les pido que me acompañen a tomar la cena. Mañana, en este mismo lugar,
tendré el honor de recibirlos nuevamente. Vayamos a comer y luego tendrán el
resto de la noche para dar una vuelta
por los alrededores. Disfruten sin temor. Nadie tendrá la osadía de
molestarlos.
Se
encaminaron a la otra caverna donde los esperaban los apetitosos manjares que a
cada uno de ellos los laboriosos gnomos habían preparado especialmente.
En el
momento en que Calabalumba iba a tomar asiento, un chillido le llamó la
atención. Se volvió para encontrarse con la figura de la zorra Rumipal que le
hacía señas para que se aproximara.
-¿Qué te
pasa, pedazo de zaparrastrosa, ¿por qué me molestas?
-Mi ama y
señora, tengo malas noticias para usted.
-¿Qué
estás diciendo? ¡Habla!
-Luán Toro
ha sido asesinado. Su cuerpo yace al fondo del Desfiladero de los Esqueletos.
-¡Eso no
es posible! ¿Quién es el culpable? ¿Quién pudo haberlo vencido?
-Ashpa
Puca, la bruja águila real, le arrancó
los ojos y lo hizo precipitar a la muerte.
-¡Maldición!
Capítulo 19
NADA ES PARA SIEMPRE
Ana Luz
permaneció acompañando a Catanga agobiada por un extraño presentimiento. Hacía
las tareas de limpieza, cocinaba para ambas, leía en voz alta antiguos cuentos
y leyendas que la anciana escuchaba sin interrumpirla. Sin embargo, maestra y
discípula permanecían la mayor
parte del día en silencio como si no tuvieran nada que decirse
o porque intuían que lo que tenían que confesarse debía ser postergado.
Cierto
amanecer la joven se sorprendió al
observar que la Bruja Solitaria se levantaba muy temprano de su cama, hacía
hervir agua y preparaba el desayuno con la misma destreza que en otros tiempos.
Parecía haberse recuperado de sus achaques y procedía como si las horas no
fueran suficientes para hacer lo que se estaba proponiendo. Estaba llegando el
momento de enfrentar drásticos cambios aunque esos hechos significaran un gran
dolor espiritual.
-Ana Luz,
¿se puede saber por dónde anda la burrita?
-Como por
ahora no la necesito, la he dejado suelta, comiendo los mejores pastos por aquí
y por allá. ¿Qué pasa con ella?
- Vas a
necesitarla.
-¿Para
qué? ¿Acaso debo regresar a Covadonga?
-No, mi
pequeña. La necesitarás para que traigas hasta aquí tu ropa, tus libros, todo
lo que guardas en tu refugio.
-No
entiendo. ¿Por qué debo hacerlo? – De pronto sintió que venía hacia ella un
antiguo reproche-. Durante años jamás me dijiste cómo debía hacer para ubicar
tu escondite, y ahora, así nomás me pides que venga a vivir contigo. ¿Qué está
pasando?
-No es
así, Ana Luz. Todo lo que he intentado hacer contigo desde que naciste, ha sido
adiestrarte, enseñarte trucos y algunos misterios que han ido modificando tu
destino. No te estoy pidiendo que vengas a vivir conmigo porque pronto ya no
estaré aquí.
Ana Luz
sintió que su corazón saltaba en su pecho. En ningún momento había pensado que ese momento llegaría. La sorpresa hizo
que el rubor subiera a su rostro.
-¿Has
escuchado, mi querida niña, alguna vez
el refrán que dice “Nada es para
siempre”? Quiero decir que en unos pocos días algo concluirá y algo tendrá
su comienzo, tanto para mí como para ti.
-Catanga,
no entiendo una palabra de lo que estás insinuando.
-Ya
comprenderás. Ahora ve y busca a esa borrica, carga sobre ella todo lo que se
haya salvado del derrumbe y regresa. A
partir de este momento nada te impedirá ir y volver por los senderos que
conducen hasta aquí.
La anciana
hizo un chasquido con sus manos y de inmediato apareció Ashpa Puca, a la que
dio orden de vigilar desde el aire los movimientos de su amada discípula.
-Ahora
salgan de inmediato y regresen antes del anochecer. Después de la cena tenemos
que conversar, Ana Luz. No demoren.
Por horas
la joven caminó hasta encontrar a la burrita pastando en las proximidades de su
derrumbado hogar. Llenó bolsos y cajas con todo lo que podía cargar y al paso
del dócil animal inició el regreso en el preciso momento en que lo que había sido la caverna de sus
padres, el lugar donde ella había nacido quince años atrás, se desmoronó ante
sus ojos asombrados. Después del intenso ruido, del estrépito que resonó como
un trueno, una nube de polvo cubrió el lugar. “Nada es para siempre”, pensó
esbozando una leve sonrisa, y continuó su caminata.
A pocos
metros del refugio, como invitándola a una nueva experiencia de vida, el olor
agradable de la cena era una invitación
para que se apresurara a descargar a su burrita servidora, se lavara las manos
y se sentara a la mesa que ya estaba preparada, con el mantel que se empleaba
en raras ocasiones, platos y cubiertos, una vela en un candelabro de plata y un florero de
terracota luciendo un primoroso ramo.
Comieron
en silencio, observándose de vez en cuando con inocultable cariño, sabiendo que
estaba llegando el momento de las confesiones y las graves decisiones. Lavaron
la vajilla y se sentaron cómodamente a degustar un té de pétalos de rosas.
-¿Y bien,
Catanga? Estoy ansiosa por escucharte. ¿A qué se deben estos cambios?
-Mi
querida Ana Luz. Recordábamos hoy que
nada es para siempre. Pues bien, mi permanencia en esta región del mundo está
llegando a su término. Soy una mujer muy vieja, alguien que está cansada de
tanto batallar y que desea el descanso final. Hasta aquí he llegado. Ya no
puedo continuar.
-Me estás
asustando. ¿Me estás sugiriendo que vas a morir? Eso sería terrible para mí.
¿Qué haría sin ti?
-Lo que
estoy tratando de decirte es que
volveré, a través de un largo
viaje, al país de mi infancia.
-¿Para
qué? ¿Por qué? ¿Cuál es el propósito?
-Para
cerrar el círculo de mi vida. Nacimiento y fin, el círculo perfecto.
¿Comprendes?
-Por
supuesto que lo comprendo, pero me enoja saber que has decidido partir. Te amo,
Catanga, lo sabes bien. Ayúdame a
comprender, dame un poco de tu sabiduría.
-Serénate.
Es hora de que vayas aceptándote a ti misma para que, cuando yo no esté, ocupes
el lugar que la Sagrada Luz tiene reservado para ti.
-Pero
todavía soy muy joven, soy una niña que está creciendo.
-Por eso
mismo, Ana Luz. Estás en la edad perfecta para dejar atrás el mundo de las
muñecas y dejar que ese lugar lo ocupe una mujer.
-Pero yo
nunca jugué con muñecas. Lo sabes mejor que yo.
-Era una
broma, mi pequeña guerrera. Debes estar preparada pues graves sucesos sacudirán
en la noche de mañana estas altas montañas. ¿Recuerdas que hace años te dije,
“mientras exista luz habrá oscuridad?”. Dejaré en tus manos el poder de sanar,
de cuidar y orientar a los seres que tienen como tú ese don especial que los espíritus de la oscuridad
aborrecen.
-¿Cuál es
ese don?
-El de
amar y comprender, la capacidad para asistir al que te necesite. Esto y mucho
más. No es el momento para hacer una lista. Ven, voy a mostrarte algo que a partir de hoy será
tuyo.
Catanga
descorrió una cortina que cubría la pared sur de la caverna. Ante la
mirada sorprendida de Ana Luz apareció una enorme biblioteca acumulada
por la Bruja Solitaria durante sus largos años de servicio. Algunos tomos
parecían nuevos y otros muy viejos, unos pocos
encuadernados con piel y dos o
tres que solo conservaban algunas páginas.
-Catanga,
¡no lo puedo creer! ¿Tendré todos estos
libros para mí sola?
-Algunos
son para que te diviertas en tus horas de ocio pero los más importantes son
aquellos que te darán una pizca de sabiduría, para que no seas una mujer
rústica, ignorante y supersticiosa.
-Te prometo
que los leeré, uno por uno, aunque me lleve años.
-Estoy
segura de que lo harás, aunque una simple lectura no será suficiente. Si no
descubres el espíritu de cada libro, de cada enseñanza, leer será solo un vago
pasatiempo.
-¿Un
pasatiempo?
-Eso mismo.
Una excusa para no pensar por ti misma, un modo superficial para que pasen las
horas vacías.
-¿Qué debo
hacer? Supongo que no me dejarás con la intriga. Si así fuera nunca te lo
perdonaría.
-Pronto lo
sabrás.
Apenas
dijo esas palabras, Catanga tuvo un vahído, se tomó fuertemente del borde de la
mesa y se incorporó, agitada y temblando.
-¡Cabana!
-Catanga,
no me asustes, ¿qué está sucediendo con ella? ¿Dónde está?
-Lo ignoro
por ahora, pero siento que se encuentra en peligro. Hasta que mi amiga y compañera
de los mundos invisibles no regrese no estaré en paz. De ella depende mi viaje
de regreso.
Ana Luz
buscó en la cocina un vaso con agua para dárselo a su maestra. Mientras lo
hacía, y sin que la joven lo advirtiera, en el rostro de la anciana se dibujó
una enigmática sonrisa.
Capítulo 20
CONDENADA CALABALUMBA
La noche
en la que Calabalumba sería consagrada como Bruja Suprema se iba aproximando.
El infernal griterío de los invitados
resonaba y sus ecos se multiplicaban en las hondonadas y cerros, en los
precipicios y quebradas, llenando de
espanto a los pocos viajeros humanos que a esa hora regresaban a sus hogares.
La Caverna
Mayor había sido adornada con dibujos y
tapices tan antiguos que ninguno de los presentes podría decir ni quiénes
habían sido sus artistas ni a qué época pertenecían. Velas de cebo lánguidas y
malolientes iluminaban los rincones del
amplio salón en el que iban amontonándose los más curiosos espíritus de la
noche. Todos vestían ropajes nuevos y lucían tatuajes y pinturas en sus
rostros, en sus picos u hocicos, según fuera el aspecto que habían tomado para
la ocasión. Los más revoltosos habían sido notificados para que guardaran la mayor compostura que
les fuera posible a riesgo de que fueran expulsados y se perdieran cada detalle
de la ceremonia.
Sobre la
mesa de piedra, frente a la que ya estaba la anfitriona y sus invitados
especiales, podía verse el objeto rectangular cubierto por un paño negro que
ocultaba la jaula de cristal invisible en cuyo interior permanecía Cabana. No
balaba ni hacía repicar su campanilla de plata como si estuviera
adormecida o atemorizada. Si la habían ubicado en el centro del escenario sería
porque su presencia no iba a pasar desapercibida. Eso era más que seguro. Por
algún motivo, que ella parecía desconocer, durante largos cambios de luna los
espíritus de la noche la habían buscado y acosado hasta que al fin lograron
atraparla. ¿Qué harían con ella ahora? ¿Estaría llegando el final de su larga
vida?
El
cónclave de la brujería estaba por comenzar. A una señal de Calabalumba, Bombo
y Congo empujaron la gruesa puerta de piedra para que a partir de ese momento
nadie pudiera ingresar y tampoco escapar, si esa fuera la cobarde intención que
siempre era castigada con los más crueles escarmientos.
Sentada en
su elevado trono de rocas incrustado con
piedras preciosas, la joven ciega de larga cabellera, lucía el vestido que para
ella habían diseñado las arañas
tejedoras que, desde un oscuro rincón, observaban con orgullo su obra de arte.
Sobre la
mesa yacían la capa que había pertenecido a su abominable abuela Sandunga de
quien ni siquiera quería recordar su nombre, y el Espejo de la Verdad que le
había obsequiado la hechicera Londrina.
Estaba descalza como era su costumbre y de su cuerpo se expandían los
olores más repugnantes que para sus
súbditos e invitados era el lujo de la
ciencia de los perfumes ocultos.
La hasta
ese momento considerada como legítima Heredera se puso de pie con ese aire de
insolencia que demostraba ante propios y extraños. Miró a todos y luego a cada
uno con sus ojos ciegos y clarividentes, para comprobar hasta qué punto
seguirían siendo sus fieles amigos y servidores.
Levantó su
mano derecha y con el puño cerrado, aguardó el inicio del diabólico rito. Una y
otra vez, a coro pero en completo desorden, sonaron las voces que ofrendaban
absoluta obediencia, servidumbre y adoración.
-Bomba
batú mandinga.
-Bomba
batú mandinga.
Una mueca
de superioridad y desprecio se dibujó en su rostro. Orgullo y poder eran una formidable alianza
para gobernar a un pueblo integrado por seres que no sabían pensar por sí
mismos, que no tenían voluntad individual ni la capacidad de rebelarse frente a
las peores humillaciones.
Por
pequeños túneles cavados en la dura roca se iban esparciendo los olores de las
variadas comidas que los humildes gnomos estaban preparando para el festín que
se serviría cuando se abriera la puerta de la Caverna Mayor. Más de uno inhaló
las fragancias y más de uno cuchicheó con su vecino, dándole codazos para que
mostraran con estúpidas sonrisas que
tenían un hambre insaciable.
Ubicados a
la derecha de quien en minutos sería consagrada como soberana, estaban
Huascarán, el viejo Cóndor que había volado cruzando la Cordillera de los
Andes, y el fantasma Mapocho, luciendo en la parte superior de su horrible
figura, una calavera que parecía sonreír. A la izquierda, enroscada sobre el
sitial de piedra, la boa Yungas elevaba
su enorme cabeza donde resplandecían sus inquietos ojos y una lengua bífida,
larga y roja que entraba y salía de su doble hilera de dientes. Pero quien más
llamaba la atención, por su cuerpo perfecto y la armonía de su rostro, era la
joven mulata, a quien Calabalumba hizo una señal para que se aproximara.
-Te
concedo, Londrina, el honor para que
deposites sobre mis hombros la capa que me distinguirá como la más joven de las
brujas supremas de que se tenga memoria.
La joven
hechicera, soberana de selvas y pantanos, se puso de pie, hizo unos graciosos
pases de baile, mostró contoneándose sus piernas y caderas, tomó la capa verde
ilustrada con extraños dibujos y
jeroglíficos que únicamente podían descifrar los que habían tenido el
privilegio de recibirse como brujos mayores en la Escuela de las Malas Enseñanzas.
Mostró la amplia prenda y aproximándose a Calabalumba la cubrió y de inmediato
se inclinó en señal de saludo.
-Que el
Espíritu del Mal te proteja de las acechanzas de tus enemigos. Que reines por
siglos y siglos como lo hicieron tus antepasados desde el origen de los
tiempos. Te consagro en nombre de tu pueblo y de los pueblos aquí
representados, como Bruja Suprema. Si alguien está en desacuerdo que hable
ahora o calle para siempre.
La
respuesta fue un doloroso silencio. Apenas unos murmullos apagados y unas
disimuladas toses estaban diciendo que la ceremonia era verdaderamente
majestuosa. La más plena satisfacción en el rostro de la recién consagrada
significaba que todo estaba bien, que no habría ni esperado ni aceptado otro
gesto de admiración y veneración. El desordenado coro barrió el silencio:
-Aminga
sanga tatanga Calabaluma.
Repetían
que la joven era su dueña, su soberana, la más poderosa de todos los seres que
viven y se ocultan en las tinieblas.
Algunos
movimientos de inquietud entre los concurrentes parecían anunciar que tenían
sed y hambre, que aguardaban de una vez
el final del cónclave para darse el atracón de comida que les habían prometido, pero ante una señal
volvieron a quedarse en silencio.
-Les había
anunciado la mayor sorpresa de sus vidas y voy a cumplir con mi palabra-.
Cientos de ojos observaron el objeto que estaba depositado sobre la mesa
cubierto por un paño negro.- Nadie, nunca, ninguno de ustedes ha estado en
presencia de este prodigio.
De un
manotón arrancó el paño negro debajo del cual no había nada. ¿Cuál era el truco
o la broma que les estaban presentando?
Tomó un tazón de terracota y se aproximó al medio de la mesa de
piedra. Se escuchó el balido de una
cabra y el repiqueteo de una campanilla.
El asombro
y la inquietud fueron en aumento en la
medida en que iban a escuchar el más extraño y misterioso diálogo.
-Al fin ha
llegado el momento, Cabana, el instante que he esperado durante mucho tiempo.
Sabes que no podrás escapar y que, si te niegas a obedecerme, no tendré piedad
de ti. ¿Estás escuchándome?
Con
su dulce voz la Cabra Invisible respondió:
-“Por qué me amenazas, Calabalumba? ¿Por qué
has intentado hacerme daño?”
La joven
ciega hizo un gesto, como si dudara en seguir hablando, pero la voz de Cabana
volvió a oírse sin que nadie pudiera ver
al fantástico animal.
-“No me interrumpas. Si me hubieses buscado
y pedido respetuosamente lo que tanto
deseas probar, no te lo hubiera negado”.
-Estás
mintiéndome. No pienses en burlarte de mí porque…
-“¿Qué es lo que has deseado durante tanto tiempo? Dilo en voz alta”.
-Tomar la
leche que sale de tus ubres abundantes. Solo eso deseo más que nada en el
mundo.
-“Entonces, aproxímate, dejaré que me ordeñes
y que bebas el elixir que emana de mi cuerpo. Adelante, pero antes debes abrir
la puerta de esta trampa. Si no lo haces, me negaré a cumplir con tu deseo,
aunque decidas matarme”.
La joven
dueña y señora de los espíritus de la noche, pareció desconfiar pero luego,
haciendo un rápido movimiento abrió la puerta de la jaula por la que salió
Cabana, aunque ni ella ni el público podían ver su silueta. Tomó la escudilla y
luego tanteó hasta encontrar el cuerpo de la cabra, tomó primero una teta,
luego la otra y la otra y de las cuatro
surgió un chorro de leche blanquísima que se iba depositando en el cuenco de barro cocido.
-“Ahora bebe, pero no te apresures. Toma
apenas un sorbo. Solo un sorbo” – sugirió la voz de Cabana.
Los
miembros del cónclave suspendieron por un instante la respiración. Ese era el
acto más insólito jamás presenciado. Vieron como la joven bruja empinaba el
recipiente y depositaba en su boca un trago de leche. Luego se recogió el
cabello a sus espaldas, acomodó los pliegues de su capa y tomó el Espejo de la
Verdad. Lo que empezó a ver hizo que su corazón se acelerara: el rostro que la
reflejaba era la más bella imagen de sí misma jamás soñada. Su piel joven
parecía más joven, sus ojos profundos habían perdido la ceguera, su cuerpo se
enderezó y sintió que sus raquíticos pechos se abultaban con semejante belleza
a los de Londrina.
-Esto es
lo que he deseado. Sí, sí. Ahora soy la más joven y bella criatura de la
oscuridad. ¿Con quién podrían compararme? ¿Quién correrá el riesgo de decir que no soy única,
incomparable? ¿Alguien desea hablar?
La corte
de sirvientes y los invitados no tuvieron dudas de que esas palabras coincidían
con la imagen que reflejaba el Espejo de la Verdad. Pocos advirtieron que la
misma Londrina pareció en un momento dudar de su precioso y moreno cuerpo.
Estaban contemplando un prodigio. Nadie pensaba en esos momentos en la comida
ni en otra cosa que no fuera continuar contemplando la figura perfecta de
Calabalumba que pareció decidida a
continuar bebiendo la prodigiosa sustancia.
-“Aguarda un momento” – se escuchó la voz
de Cabana -. “Te advierto que si bebes la leche que queda en ese cuenco, estarás frente a un grave peligro. Mírate,
ya has logrado lo que querías”.
Calabalumba
abrió los brazos ante la multitud en actitud de desafío. Corrió hacia un lado y
otro mostrándose joven, espléndida,
todopoderosa.
-¿Cómo te
atreves, espíritu invisible, a lanzarme una advertencia, justamente a mí, en
estos momentos de gloria? Mira lo que voy a hacer para demostrarte que
nada ni nadie podrán detenerme.
-“No lo hagas”.
Se apoderó
con ambas manos del cuento y no bebió unas gotas sino todo lo que el recipiente
contenía. Con el dorso de su mano se limpió la boca y esperó a que el tónico
hiciera su efecto. Nadie se movió, nadie tosió ni se distrajo. Ahí estaba de
pie, desafiante, con los brazos en alto, descalza, con sus mejores galas, la
joven que había heredado el poder total en los dominios de la brujería.
Un fuerte
sonido, como el de un trueno en la tormenta, retumbó en la inmensa y oscura
cavidad. Un súbito y violento
relámpago cubrió el cuerpo de
Calabalumba que comenzó a estremecerse, a sufrir convulsiones, a perder el
equilibrio. Cayó y volvió a incorporarse con una expresión de locura en
ese rostro que iba perdiendo su
hermosura para mostrar en pocos segundos
a una vieja sin dientes, con el largo cabello encanecido, el cuerpo esquelético
prolongado en manos largas y dedos con
uñas afiladas como garras. En el lugar de una arrogante joven, estaba ahora la
mismísima imagen de Sandunga, con sus ojos redondos y crueles, la nariz huesuda
y encorvada, la voz áspera y ronca.
Tomó el
Espejo de la Verdad y se buscó tal como
ella creía que seguía siendo pero lo que vio reflejado le hizo comprender el
error que había cometido. Un grito que retumbó en la caverna y se expandió por
las Montañas Mágicas, repetía una y otra vez.
-¡Maldita
seas, Cabana! ¡Maldita seas, Ana Luz! Juro por los señores de la oscuridad que
no descansaré hasta vengarme. ¡Malditas! ¡Malditas!
Mientras
tanto, alguien había abierto el pesado
portal por el que huían los despavoridos asistentes al cónclave. La noche se
llenó de espectros voladores, por los senderos una multitud corría a ocultarse
en sus madrigueras en tanto los visitantes de lejanos países desaparecían en
raros aparatos, mediante trucos de magia o en veloces escobas.
Incluso
los más fieles seguidores se habían apartado de su soberana. ¿Quién hubiera
tenido el valor para permanecer en
compañía de semejante criatura? Solo
Maitén, la gata negra, oculta en un
oscuro rincón, observaba sin temor la
monstruosa imagen de su ama.
Capítulo 21
¡ADIÓS, CATANGA!
Con sus
ojos de águila, Ashpa Puca iba siguiendo las marcas sobre la tierra que iban
dejando las pisadas de la Cabra Invisible que había huido en medio del tumulto
y corría presurosa con las primeras luces del amanecer hacia el refugio de
Catanga. El tañido de su campanilla de plata despertó a Ana Luz que se
incorporó de un salto para dar la feliz noticia a su anciana maestra.
-Catanga,
mira quién ha regresado. Es Cabana.
-¡Cabana!
Pasa, pasa. Te has demorado más de lo convenido.
Ana Luz no
entendió al comienzo el sentido de las palabras de bienvenida pero un momento después todo se hizo claro
para ella. Se escuchó la voz de Cabana:
-“He cumplido con mi tarea, Catanga. Han sido
largos días y espesas noches las que he vivido, pero finalmente lo que tenía
que suceder sucedió, tal como sospechábamos”.
-Esa mala
bruja es terca como una mula y ponzoñosa
como una víbora de coral. Tuvo su oportunidad pero la perdió para siempre.
-“Por momentos pensé que me acuchillaría
cuando yo estaba prisionera en esa endemoniada jaula. Jamás imaginé estar en
presencia de una mujer semejante”.
-Debemos
olvidarnos de ella. Hoy será para
nosotras una jornada muy
importante. Échate en algún rincón y descansa para que a la noche nos
acompañes.
-“Así lo haré”.
Ana Luz había
encendido el fuego y hacía hervir agua para preparar el desayuno. Con una
canasta de mimbre recogió de la pequeña huerta, que se ocultaba tras unas
imponentes rocas, algunas verduras y tallos de menta y peperina. Puso el mantel
sobre la mesa, algunas galletas y los tazones humeantes de sabroso té.
-Al
mediodía saldremos a caminar y a conversar. Luego regresaremos para dejar todo
listo para mi viaje. Me siento aliviada después del regreso de mi amiga
invisible. Ahora sé que esa brujita pelirroja no te molestará por un tiempo.
Pero no te descuides. Está viva y
envenenada por sus deseos de venganza. Muchos de sus secuaces pronto volverán con ella pues son incapaces
de vivir sin sentirse esclavizados y sometidos por la violencia.
-Estaré
alerta, Catanga. Todavía no sé qué seguiré haciendo aquí, pero creo en ti, creo
en tus enseñanzas, creo que esta es la vida que siempre he deseado tener.
Cuando aparezca una duda me sentaré a meditar hasta que salga de ella y la
resuelva. Viviré día a día, hora por hora, sin soñar con lograr lo imposible.
Pero me costará, sabes que soy impaciente, que me gustan la aventura y el
peligro. Soy muy joven para ser prudente como tú.
-Lo que
has aprendido te será suficiente por ahora, y con el paso de los años y el
estudio, más la experiencia, llegarás a ser una mujer sabia.
-¿Cuándo
sea vieja?
-No es
mérito ser sabio cuando se es viejo. Lo serás mucho antes, mi querida guerrera.
Después
del almuerzo salieron a recorrer los lugares que Catanga tan bien conocía desde el día en que había llegado
para cumplir una misión. A paso lento, apoyada en un bastón y del brazo de Ana
Luz, llegaron a las inmediaciones del Arroyo de las Murmuraciones. Desde lejos
el sonido del agua parecía cantar una monótona y cristalina canción, un ondular
de rumores y de inexplicables voces que venían y se perdían a la distancia. Se
detuvieron en el puente de madera que
llevaba al reluciente Valle del Silencio.
-Por ahora
no deberás atravesar este puente. Lo harás el mismo día que cumplas 18 años. Hasta entonces permanecerás de este
lado, realizando las tareas de las cuales hablaremos luego.
Ana Luz,
no supo si protestar o callar. Finalmente,
procurando que sus palabras fueran simples y respetuosas, dijo:
-A
mediodía de camino vive la pequeña Ana Sofía y más allá está mi madre aguardándome. No veo el momento de volver a encontrarme con
ellas.
-No te
preocupes por tu madre. Catinga está
bien y nada le faltará. En cuanto a tu ahijada, durante estos primeros años
será Tanti quien se hará cargo de
cuidarla, darle de comer,
cambiarle los pañales, enseñarle a caminar y a hablar, jugar con ella,
amarla y protegerla. Después será tu turno, aunque de ese tema no vamos a hablar.
Ahora regresemos. Todavía tengo algunas cosas que hacer.
Ana
Luz sintió que muchas preguntas acudían
a su mente pero la angustia que sentía ante la inminencia del viaje de Catanga,
era más fuerte que su curiosidad por conocer su futuro. Recordó las palabras
“día por día, hora por hora” y continuó caminando del brazo de su anciana
maestra de vida.
A media tarde
tomaron un rico té de cedrón sentadas a la mesa de piedra que era al mismo
tiempo su punto de reunión y conversación. Estaba llegando el momento de la
despedida pero antes, tal como la Bruja Solitaria había prometido, tenía que
darle a su discípula las últimas
instrucciones. La anciana miró a los ojos de la joven, luego extendió sus manos
sobre la mesa y las depositó sobre un voluminoso libro. Con voz suave y solemne
pronunció:
-Abanga
vudú tau pamba Ana Luz (Ana Luz,
guarda los secretos de mis enseñanzas).
-Lo haré,
te entrego mi palabra de honor.
-Deranga
banga buturú (La
sombra del silencio
Cóngoro urunda bulú cubra las palabras secretas
Ana Luz em
Catanga. Que Catanga dirá a Ana Luz)
Se oyeron los
pasos de Cabana que se iba aproximando a la reunión:
-“Yo, que habito en las Praderas del Silencio
desde tiempos inmemoriales, debo anunciarte, Ana Luz, que a partir de hoy seré
tu aliada incondicional. Sentirás mi presencia solo en momentos de gran necesidad.
Juntas, con la fidelidad de Ashpa Puca,
vigilaremos el mundo desde el lado de la Sagrada Luz. El bien y el mal, la
noche y el día se suceden desde el origen de los tiempos. Es poco lo que podremos hacer, aunque ese poco siempre será
mucho, aunque no suficiente. Recuérdalo”.
-Por ahora
y siempre deberás tener
presente este momento,
Ana Luz -continuó Catanga-. Nada ni nadie te está obligando a que sigas
nuestros pasos, de modo que tienes ahora la primera y la última oportunidad
para tomar una decisión definitiva. Si lo deseas, mañana mismo podrás iniciar
tu regreso a la región donde viven los humanos, o quedarte aquí si eso es lo
que dicen tu mente y tu corazón. Lo que decidas para mí estará bien.
-“También para mí” – dijo la Cabra
Invisible.
- Tengo ya
la respuesta que tenía preparada desde hace mucho: este es mi lugar, aquí me
quedaré. No tengo nada más para decir.
Solo palabras de amor y
admiración para ti, Catanga, y para ti, Cabana.
-Eso es lo
que deseaba escuchar. Ahora hagamos un momento de silencio.
Desde un
árbol próximo, Colombina y Ashpa Puca observaron que de pronto el refugio se
llenó de una intensa luz, blanquísima, que duró apenas unos segundos, los
suficientes para saber que algo superior, que ellas no comprendían, había
tenido lugar frente a sus ojos.
Sobre el
lejano horizonte comenzó a salir una Luna gigantesca, anaranjada y luminosa que
lentamente iniciaba su ascensión por los cielos de los variados mundos.
Catanga
cruzó en bandolera un pequeño bolso donde llevaba algunas pertenencias
personales. Junto a la biblioteca, oculta por una manta de colores, estaba su
poderosa máquina voladora, la escoba sobre la que había realizado tantos viajes
y tantas proezas acrobáticas.
Ana Luz y
Catanga se abrazaron por última vez, se besaron en ambas mejillas y dejaron que
apenas una tenue lágrima asomara a sus ojos. “El amor del maestro y el discípulo es tan grande como el amor de la
madre por su hijo”, había dicho alguna vez la anciana que se aprestaba a
regresar al país de su infancia.
-Vamos,
Colombina, tú irás mostrándome el camino. Debo regresar a tiempo para cerrar el
círculo de mi vida.
-Lobú,
Catanga. (Adiós, Catanga).
-Lobú,
anda trenke. (Adiós, hija mía).
La anciana
sabia de las Montañas Mágicas comenzó a elevarse más y más hasta que
finalmente, frente al gigantesco decorado de la luna llena se pudo observar su
negra silueta y el punto diminuto de la paloma que se iban perdiendo a la
distancia.
Capítulo
22
SERVIR POR AMOR
Así como
el agua de los ríos fluye sin retorno, así transcurre el tiempo sin que nadie
pueda volver sus horas atrás. De ese
modo iban pasando los días, las
estaciones y los años para Ana Luz en el hogar oculto que durante siglos había
pertenecido a Catanga.
En los
fríos inviernos en los que la nieve abundante cubría los valles y las
serranías, la joven permanecía estudiando y leyendo junto al rústico hogar de
piedra donde ardían los leños que había recogido en el monte para mantener la temperatura de la caverna
así como para cocinar sus alimentos, higienizarse y lavar la ropa.
La
primavera y el verano con sus noches más cortas y los días más largos, le
permitían realizar unas de las tareas que su anciana maestra le había
encomendado: visitar cada uno de los lugares y reconocerlos, comprobar que no
habían por allí escondidos y acechando
algunos hijos de la oscuridad. Los trabajos en la huerta le ofrecían
abundante alimento y la fatiga necesaria para que, cuando se retiraba a su
dormitorio, el sueño la venciera rápidamente.
Cierto día
descubrió, en la rama de uno de los árboles que le ofrecían protección y
sombra, una colmena de la que empezó a
obtener el delicioso producto que
elaboraban para endulzar sus infusiones
de hierbas preferidas y preparar mermeladas y dulces. Al comienzo no le resultó
fácil convencer a la Reina para retirar parte de sus depósitos pero, con
paciencia y justos argumentos, se fue
ganando su confianza. A cambio de protección
y del permiso para que las abejas obreras
libaran el néctar y el polen en las
numerosas flores que rodeaban su refugio, se estableció una duradera alianza.
Ordenó
el nuevo hogar a su gusto, realizó varios cambios al mismo tiempo que iba
comprobando lo que Catanga le había dejado sin que ella lo supiera. Además de
los libros que eran su mayor deleite, encontró un arcón antiguo que guardaba
telas de diversos colores y el material
de costura indispensable: tijera, hilos, dedal, botones. Aunque nadie le había
enseñado el oficio se dio mañana para diseñar y coser su ropa que lucía con un
orgullo sereno, propio de su carácter.
Pero era
durante el otoño cuando la nostalgia venía a hacerle compañía. Los días tibios
y las noches frescas, los colores cambiantes del paisaje del verde al amarillo
y al naranja, al ocre y al marrón, le estaban indicando que la fecha de su décimo octavo cumpleaños estaba por
llegar. Le habían enseñado que el tiempo pasa más rápido para los ancianos y
que los niños y los jóvenes lo perciben mucho más lentamente. Los tres años
transcurridos habían pasado por momentos
rápidos y por momentos demasiado lentos, según fueran sus estados de ánimo.
En
ese tiempo de preparación en la soledad,
Ashpa Puca no se había separado de ella. Tenía su nido en lo más alto de un
cerro donde se alimentaba y dormía, siempre atenta a las sorpresas y peligros
al que ambas estaban expuestas. En
cuanto a la Cabra Invisible aparecía y desaparecía sin aviso alguno. Ella
habitaba en las Praderas del Silencio, una región a la que ni humanos ni brujos pueden acceder y
solo se presentaba si tenía algo especial que hacer anunciando su presencia con
el tañido suave de su campanilla de plata.
De
Calabalumba no aparecía la mínima señal de existencia. Ana Luz no sabía que la
actual Bruja Suprema, enferma, sucia, cubierta de harapos y humillada por su
insoportable fealdad, se iba recuperando con la ayuda de algunos brujos y
hechiceras que, arrepentidos por haberla abandonado, venían a ofrecerle su
compañía sabiendo que la historia de su pueblo estaba señalada por triunfos y
fracasos. Hubo épocas en que prácticamente fueron exterminados y otras en las
que ellos habían sido los señores todopoderosos, amos crueles e implacables,
déspotas vencedores en mil batallas.
Durante
las horas oscuras, los pocos sirvientes de la Dama de la Noche salían a la
explanada pero no se animaban a realizar
las brutales y divertidas excusiones de otros tiempos. Se echaban a los pies de
su ama y desde allí contemplaban el extenso paisaje que aparecía ante ellos.
Calabalumba vestía de negro riguroso y se quedaba sentada por horas, rumiando
su venganza, sin que pudieran escucharse los furiosos discursos de otros
tiempos. Ese siniestro silencio anunciaba que lo peor aún no había sucedido,
que en las páginas del Libro Negro volverían a escribirse historias de horrores
y maldades infinitos.
Ajena a lo que estaba gestándose en el cuartel
central de la brujería, Ana Luz se
despertó más temprano que nunca, se lavó y peinó, se perfumó con agua de rosas,
sorbió apenas unas gotas de té, tomó su bolso de viaje y el cayado y salió al
aire fresco de la madrugada después de cerrar herméticamente la puerta de
entrada. El Lucero de la mañana brillaba hacia el este, indicándole el camino
que debía recorrer para llegar antes del anochecer al rancho de Tanti y Chacay
Nahuel.
Detrás de
unos arbustos donde tenía su lugar de descanso, apareció la burrita, moviendo
la cola, movida por el instinto de que sería invitada a realizar un viaje pero
ante una señal de la joven, volvió tranquilamente sobre sus pasos y comenzó a
pastar.
Apenas dio
los primeros pasos por el sendero de piedra descendente, Ana Luz observó que
Ashpa Puca la estaba aguardando en la cima de una roca. Su fiel amiga, el
águila real, aguardaba instrucciones tal como era su costumbre cuando la veía salir de su secreto
refugio.
-Acompáñame
hasta el puente de madera y luego regresa sin demorarte en el camino. Vigila de
día y de noche y registra en tu mente cada movimiento sospechoso, cada sombra que se desplace en nuestros dominios.
No te impacientes si demoro mi regreso. Tengo algo importante que hacer en
estos días.
La joven
inició el descenso por las laderas del Cerro de las Brujas y a paso rápido en
pocas horas llegó a las proximidades del puente. Lo supo por el sonido del agua
del Arroyo de las Murmuraciones y por el verdor que se insinuaba del otro lado
en el Valle del Silencio. Al llegar al lugar convenido, el águila remontó
vuelo, hizo unos giros en señal de saludo y voló a toda velocidad a su puesto
de vigía.
Nomás puso
sus pies sobre el camino de tierra, Ana Luz comenzó a apresurar sus pasos.
Sabía que no debía correr ni aumentar su impaciencia ni hacer cálculos sobre lo
que ocurriría cuando llegara a destino. Caminaba observando el apacible paisaje
del extenso valle donde veía por todos lados caballos salvajes, vacas,
ovejas y cabras. En la lejanía apareció
la columna de humo que salía por la chimenea del rancho. Por supuesto que
momentos después el primero en acudir a su encuentro fue Sultán, ladrando y moviendo su cola en
señal de bienvenida.
Pero lo que
hizo que el corazón de Ana Luz comenzara a latir como un tambor fue la diminuta
imagen que venía a su encuentro con los brazos extendidos. Su ahijada estaba allí, después de tres largos años. No
podía creer que aquella criatura que había visto nacer ahora viniera riendo y
pronunciando su nombre.
-¡Ana Luz!
¡Ana Luz!
-¡Ana
Sofía, mi pequeña! ¡Corre, corre!
Madrina y
ahijada se abrazaron y besaron, se miraron a los ojos y luego, tomadas de la
mano, llegaron a la galería del rancho donde las esperaban Tanti y Nahuel.
¿Cómo era posible tanta felicidad? Ese era el momento exacto, preciso, que ella
había imaginado desde el mismo día en que Catanga le dijo que debía esperar
tres años para que ese sueño se cumpliera.
-¡Feliz
cumpleaños! -dijo Tanti.
-¡Feliz
cumpleaños! – repitió su esposo.
-¿Cómo
saben que hoy es mi cumpleaños? Esto es el colmo de las sorpresas.
Nahuel,
serio como siempre, se sacó el sombrero, lo depositó sobre una vieja silla,
para decir:
-Todavía
falta otra sorpresa.
-¡No lo
puedo creer! ¿De qué se trata? Por favor, tengan piedad de mi pobre corazón.
Tanti,
señalando la puerta de entrada a la humilde vivienda, dijo:
-Por
favor, pasa y ve por ti misma.
Ana Luz
sintió que nunca, jamás, habría imaginado que allí, sentada en una silla,
estaba Catinga, su madre, delgada como siempre, alta y huesuda, con su cara
sorprendida por la llegada de su única y amada hija a la que abrazó y besó una
y otra vez. En ese momento Catinga recordó que hacía muchos años, cuando ella
era una pésima bruja, su hija le había
dado el primer beso de su vida. “¿Hija, que me has dado? – había
preguntado llena de gozo y de asombro. “Te he besado, mamá, te he besado”.
-Creo que
tendremos mucho de qué hablar esta noche, ¿verdad? – dijo Ana Luz depositando
su bolso y su cayado en un rincón.
-Sí, pero
antes vamos a cenar – dijo Tanti – antes de que la comida se enfríe.
Por una
pequeña ventana que daba al oeste, palidecía la luz del Sol. Sobre la mesa los
aguardaban un guiso de conejo con papas,
ensalada de cerraja y llantén, bollos de pan casero y leche fresca. Ana Sofía
se sentó al lado de Ana Luz y a cada
momento se daba vuelta para observarla, hacerle algún gesto de cariño o
preguntarle, por ejemplo, tantas cosas que su madrina iba contestando como
podía.
-¿Dónde
vives? ¿Por qué demoraste tanto en venir a verme? ¿Te acordabas de mí? ¿Me
quieres mucho? ¿Te quedarás a vivir con nosotros?
-Ya tendré
tiempo para responderte esas preguntas. Ahora, seré yo quien haga algunas.
Hasta que no tenga las respuestas, no voy a
quedarme tranquila. Quiero saber, mamá, cómo llegaste a esta casa.
-Te lo
diré en pocas palabras. Desde que partiste, todos los meses venía el Mensajero
y nos traía el dinero y los saludos de
doña Salomé. Cuando murió tu padre y quedé sola, recibí la invitación de Tanti
para que viniera a vivir con ella. No sabes lo agradecida que estoy, me parece
que ellos son también mis hijos.
-Pero no
entiendo, ¿quién era el Mensajero, la persona que te llevaba dinero y saludos
de doña Salomé?
-Él es el
Mensajero - dijo Catinga señalando a Chacay Nahuel con una sonrisa.
Ana Luz se
quedó contemplando el rostro serio, curtido y generoso del esposo de Tanti.
Tenían entre ellos un secreto todavía no revelado a nadie. El secreto que a
Calabalumba le había producido tanto odio: el casamiento de un hijo de brujos
con una joven humana, padres de Ana Sofía, ahora mansamente dormida en los
brazos de Ana Luz. Ya llegaría el momento de hablar y tomar decisiones. Por
ahora todos sentían la inmensa felicidad de encontrarse reunidos. Tenían por
delante varios días para conversar y preguntar y reír y comentar, aunque la
discípula de Catanga sabía que era depositaria de secretos y conocimientos que
jamás podría revelar ni compartir. Nunca, a nadie.
Estaban disponiéndose a dormir cuando escucharon los
ladridos de Sultán. Salieron al patio y buscaron el motivo de la alarma del
perro ovejero cuando, en lo profundo de la noche, observaron la extraña y
luminosa presencia del Pájaro de Fuego, una extraña criatura jamás vista, que
revoloteaba sobre ellos con su larguísima cola del color de las llamas.
Ana Sofía,
que había despertado en brazos de Ana Luz, extendió su bracito hacia el cielo y
señaló, con gestos de sorpresa y alegría,
con su dedito índice:
-¡Miren!
¡Ahí está! ¡Al fin ha llegado!
*
Qué hermosa sorpresa!!! No sabía que había más historias de Ana Luz, una alegría inmensa en esta cuarentena... gracias por compartir. Valeria S.
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